Otro ejercicio para poner en problemas a las convenciones:
Escribir un fragmento de diálogo entre dos personajes que usen palabras inventadas, sin sentido. Lo que esté sucediendo entre ellos debe entenderse por lo que nos puedan sugerir tanto la entonación y el sonido de las palabras como el contexto en el que se dicen. Nada más. (Es decir, se vale emplear las acotaciones que hagan falta, pero no decir, por ejemplo: «X, enojado porque Y le había robado el dinero y deseoso de echarle en cara su falta, dijo…»)
Edward Gorey, aunque con la ayuda de sus espléndidos dibujos, hizo algo muy semejante en su historia El libro sin título (1972).
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– Mirábila del ostro.
– ¡Tan libina!
La cubre con una sábana.
– ¡Casiyaro!
– ¡Surup, her mastro!
– Quilata la moca.
– Yer, her mastro.
La nave que se aproxima es todavía un destello azul.
– ¡Casiyaro!
– ¡Surup, her mastro!
– ¿Bastín her ador?
– Yer, her mastro. Her ador curiló…
– ¿Curiló… het?
– Yer, her mastro.
Aterriza la nave en silencio. Baja un hombre.
– Her ador…
– Her mastro, ¡karap! ¿Eri la moca?
– Kualá, her ador.
El hombre la descubre. Su boca tiembla.
– Her ador… her ador…
– ¡¡Karap, karap!! ¿Eri her casiyaro?
– ¡Casiyaro!
– ¡Surup, her mastro! ¡Surup, her ador!
El hombre lo abofetea. Cada golpe es un shock eléctrico. Ya no se mueve.
– ¡Her mastro!
– ¡Surup, her ador!
– Quilata her casiyaro. Tronca la moca a la bog.
– Yer, her ador.
El cielo se aclara con los destellos guindas de tres soles que emergen del horizonte.
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