Para que nadie acuse a esta bitácora de ser útil, lo que sigue es un juego:
En Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, la biografía de Philip K. Dick escrita por Emmanuel Carrère, éste recuerda un chiste del escritor y editor Anthony Boucher al comentar los primeros esfuerzos de Dick en los años cincuenta y su decisión de dedicarse a un subgénero tan despreciado (y estrecho) como la ciencia ficción:
Por supuesto, tenía que arriesgar: producir en grandes cantidades, aceptar los cortes, los títulos absurdos y las coloridas ilustraciones de hombrecitos verdes con ojos saltones. Boucher solía bromear diciendo que si hubieran publicado la Biblia en una colección de ciencia ficción, habría sido en dos tomos de veinte mil palabras cada uno, al Antiguo Testamento lo habrían titulado El Maestro del Caos y al Nuevo La Cosa de tres almas.
¿Qué títulos le habrían puesto los editores de esas revistas añejas a otros libros? ¿Qué títulos absurdos o extraños se podrían poner en otros subgéneros? La propuesta es jugar a inventar esos títulos: renombrar absurda o impropiamente a libros conocidos para fingir que se «ajustan» a tal o cual subgénero.
Ejemplos. Retituladas como ciencia ficción de la que Dick tuvo que escribir al comienzo de su carrera, el Quijote de Cervantes podría haberse publicado como El guerrero demente, Orlando de Virginia Woolf habría podido ser El inmortal con dos sexos y 2666 de Roberto Bolaño podría haberse convertido en La ciudad del abismo infinito (o bien Bolaño hubiera sido obligado a ambientar su novela en el año 2666 y a quitarle unas 900 páginas)…
¿Más ejemplos? Como historia de horror a la Lovecraft, El viejo y el mar de Ernest Hemingway podría haber sido El que moraba en la profundidad sin nombre. Como historia a la Stephen King (para venderla en aeropuertos en tomos con grandes letras en la portada, para poder leerlos desde lejos), Casa desolada de Dickens se habría convertido en Combustión espontánea. Como novela rosa de vampiros a la Crepúsculo, Drácula de Bram Stoker habría tenido por título (tal vez) el subtítulo la versión fílmica de Francis Ford Coppola: El amor nunca muere…
(Otro más: Derecho de pernada o El padre de todos en vez de Pedro Páramo, para hacerla pasar por novela sensacionalista soft porno.)
Los lectores están invitados a proponer sus propios ejemplos en la sección de comentarios de esta nota. Se recomienda incluir no sólo el título original del libro que elijan sino también el subgénero.
Saludos…
Un ejercicio con restricciones: escribir una historia de exactamente veintisiete palabras, en la que cada palabra comience con una letra distinta del alfabeto convencional (ABCDEFGHIJKLMNÑOPQRSTUVWXYZ) y todas se encuentren en orden alfabético.
En el caso de la Ñ y la X, se pueden usar palabras que usen dichas letras en la primera sílaba.
Hay al menos dos estrategias que pueden seguirse para hacer este ejercicio: es posible tratar de hacer una historia brevísima, o bien ofrecer una especie de sinopsis o resumen. El escritor y dibujante Edward Gorey hizo lo segundo en un libro ilustrado: El secante mortal (The Deadly Blotter, 1997) en el que reduce a su mínima expresión y casi sin fallar la trama típica de una novela policial a la manera de las de Agatha Christie. El texto se entiende mejor con los dibujos, que por ejemplo muestran el ambiente de sofisticación y riqueza que también es típico de estas historias, pero el texto se puede citar de todas formas:
Alarming behavior. (Comportamiento alarmante; es el de la sirvienta que descubre el crimen) Corpse. (Cadáver) Detective enters. (Entra detective) Fearful glances. (Miradas temerosas) Helpful irrelevancies. (Irrelevancias bienintencionadas; aquí los hombres y mujeres en la casa intentan ayudar al detective y señalan todos a un lugar distinto) Jitters. (Temblores) Knitting. (Tejer; aquí tal vez Gorey tuvo problemas con el alfabeto, pues el detective no mira a la mujer que teje sino al lector, con cara de desconcierto) Likely motives. (Motivos probables) Notable omissions. (Omisiones notables) Pointed questions. (Preguntas agudas; aquí y en las anteriores el detective está, por supuesto, llevando a cabo los interrogatorios y discusiones que lo llevarán a desenmascarar al culpable) Reluctance. (Reluctancia; de los sospechosos para responder, se entiende) Subtle trap. (Trampa sutil) Unmasked villain. (Villano desenmascarado) Who? (¿Quién?; los personajes se preguntan quién entre ellos es el asesino) Extenuation yields zero. (La extenuación da cero por resultado; la mujer que tejía es arrestada por la policía, con lo que tal vez la frase pueda leerse como una versión retorcida de «El crimen no paga»)
Como siempre, la sección de comentarios queda abierta para quien quiera intentar el ejercicio.
Un ejercicio (justamente) de suspenso: redactar un pasaje en tercera persona que cuente cómo un personaje camina por algún lugar cerrado (el interior de una casa, de un edificio) acercándose cada vez más a un asesino que se propone matarlo. El pasaje debe comenzar con una frase que nos indique dónde está el victimario (algo como «el sicario, escondido tras la puerta de servicio, desenfundó y amartilló la pistola») pero a partir de ahí contar los hechos desde el punto de vista de la víctima, quien no sabe (por supuesto) que alguien lo espera con intenciones de atacarlo, ni mucho menos donde está.
El pasaje funcionará si tiene la longitud precisa: no debe ser tan largo que el lector se aburra con una espera demasiado prolongada, ni tan corto que se desaproveche la posibilidad del suspenso: de la preocupación inducida en el lector al darle información que lo haga saber más que los personajes de la historia.
1. Seleccionar dos consonantes con diferente sonido; digamos: l y s.
2. Escribir una historia muy breve usando palabras en las que aparezcan sobre todo, los sonidos de las consonantes elegidas. Siguiendo el ejemplo, habría que preferir palabras como sala, alisas, sosias, Lola…, y emplear otras consonantes sólo cuando no haya otro remedio.
3. Aquí viene el truco: escribir otra vez la misma historia, pero ahora empleando palabras en las que abunden los sonidos de dos consonantes diferentes a las elegidas al principio. Por ejemplo, en vez de l y s, usar m y la r vibrante que aparece en guerra, rojo, arriba, rueda…, con lo que amarra, rorro, mimo, remo, Roma y otras por el estilo deberían estar entre las palabras más abundantes en el texto.
Obviamente, la textura verbal de las dos versiones será muy distinta, porque sus sonidos lo serán.
1. Tomar una palabra cualquiera (digamos, casa).
2. Imaginar que la palabra es sigla de una expresión más larga; en el ejemplo, las letras C, A, S y A serían iniciales de sustantivos, adjetivos o verbos, como sucede (otro ejemplo) en ONU: Organización de las Naciones Unidas.
3. Escribir todas las expresiones que vengan a la cabeza y pudieran expandir la sigla. En el ejemplo, CASA podría ser Centro de Atención a Superhéroes con Alzheimer, Confederación de Automovilistas contra la Seborrea y el Apio, etcétera.
Felicitaciones adicionales a las siglas que se contengan a sí mismas (por ejemplo, ORO = Organización de Recolectores de Oro).
Un libro famoso entre nosotros (pero que aún merecería más fama) es un juego magnífico en cinco partes: cada uno de los cuentos de Las vocales malditas de Oscar de la Borbolla incluye una y sólo una vocal (aquí se puede leer «El hereje rebelde», el cuento de la e; aquí, «Los locos somos otro cosmos», el de la o). La idea era escribir utilizando exclusivamente palabras que contuvieran la letra deseada. La idea aquí es repetir el juego en historias breves, sólo para ejercitar la creatividad.
(Nota: de la Borbolla hizo una curiosa trampa en «Un gurú vudú», el cuento de la u, porque realmente no hubiera podido completar la historia de otra manera; para evitar complicaciones, les propongo aquí que no utilicen la u. Les quedan cuatro vocales para elegir.)
Los apodos que se dan a muchas personas tienen su base, con frecuencia, en alguna característica física. Por ejemplo, alguien puede ser llamado «el Patas» por el tamaño de sus pies, «Narices» por lo notable que resulta su nariz, etcétera. Con base en estos dos ejemplos se puede suponer que lo más común, en casos así, es singularizar un detalle visiblemente inusual en el físico de la persona que va a recibir el apodo. (Y, por supuesto, el repertorio de los apodos obscenos es el que más se aprovecha de esto).
La propuesta ahora es darle la vuelta a esta idea e inventar breves descripciones (o mejor aún, biografías) de personajes cuyos apodos se refieran a partes menos obvias de sus cuerpos. ¿Por qué alguien sería llamado «el Páncreas», por ejemplo? ¿O «la Falangina»?
Una tercera propuesta para esta semana (así se compensa, también, alguna otra falta de meses pasados):
1. Elegir una palabra larga, de al menos cinco sílabas.
2. Hacer una lista de tantas palabras como se puedan encontrar que utilicen las letras de la palabra elegida inicialmente. Por ejemplo, la palabra praseodimiocontiene las palabras pero, paro, pedir, mido, odio, midió, raspé, pesado, etcétera. (Se puede introducir acentos o diéresis en caso necesario.)
3. Escribir una historia breve con tantas palabras de la lista como sea posible.
El siguiente cuento brevísimo se encuentra citado en una reseña que Jorge Luis Borges escribió, en la revista argentina El Hogar, hará unos setenta años. Se atribuye a Max Eastman:
–¿No nos hemos visto ya en Cincinnati?
–Yo nunca he estado en Cincinnati.
–Yo tampoco. Deben haber sido otros dos.
El efecto humorístico proviene del desconcierto que provoca la situación; el desconcierto, a su vez, proviene de que uno de los interlocutores (el que dice el primer parlamento y el tercero) se contradice de una manera que resultaría absurda en una conversación cotidiana: su pregunta (si se quiere considerarla razonable) implicaría que él ya estuvo en Cincinnati, lo que se niega directa y sorpresivamente con las palabras «yo tampoco».
La propuesta es ensayar minificciones con la misma forma que la de Eastman (pregunta de A, respuesta de B, contrarrespuesta de A) que logren por los mismos medios el mismo efecto. Se pueden encontrar, tal vez, algunas orientaciones adicionales en el texto de Borges, que está en las páginas 169-170 de este archivo.
En uno de los incontables casos insólitos recogidos por Robert Ripley, un corresponsal describía su vida por medio de negaciones: nunca había conducido un coche, nunca había bebido, nunca había peleado con nadie, nunca había viajado en avión, nunca había viajado en barco, nunca había viajado en tren, nunca había salido de su estado natal, nunca había montado un caballo, nunca se había casado, nunca había tenido una novia, nunca había tocado un instrumento musical, nunca había vestido de etiqueta, nunca había ido a un baile, nunca había sufrido la pérdida de un ser querido… La lista (que yo encontré en este número de la revista Luna Córnea) era larguísima y sugería una vida terriblemente mediocre, o más aún: monótona hasta un grado increíble.
La propuesta es describir a una persona real cualquiera por medio de una lista semejante: la de todo lo que no ha hecho. En este caso la idea es que no se trate necesariamente de un individuo mediocre. Como cualquier lista de este tipo es potencialmente infinita (la princesa Diana, digamos, no vivió en 1635; no vivió en 1634; no vivió en 1633, etcétera), hay que seleccionar negaciones que sean significativas para el lector. Si se quiere hacer más complicado, se puede proponer como una «adivinanza» y no revelar de inmediato quién es el personaje descrito.