El escritor mexicano Daniel Sada es conocido, entre muchas otras razones, por una técnica de apariencia simple pero sumamente inusitada: escribir prosa con metro, es decir, con un ritmo constante construido como si el texto fuera a disponerse en versos de metro fijo. Por ejemplo, su novela Albedrío (1989) comienza así:
De ayer es la historia de hoy, de ayer la malversación. En Castaños, en invierno, pocas son las diversiones que entretienen a la gente. El acurruque es mejor, el gozo junto al fogón. Los ambientes embebidos de cocinas olorosas y mujeres trabajando: muy fume y fume los hombres dado que se saben cómo desviar el aburrimiento que traen los días desiguales de ventoleras y hielos; pues, como nadie supone, de pronto el sol sale grande como en tiempo de verano: los asombros se hacen tema que no dura una mañana porque antes del mediodía las nubes nublan al pueblo y por las tardes los fríos entran delgados mordiendo por debajo de las puertas: el viento echa niebla y lío para que la gente aguarde: por la noche, sin salir, ya sea que amanezca gris o se produzca un milagro. Pero no. El invierno dura mucho si la intensidad es larga. Los fulanos ya sin más se pasan toda una tarde jugando a la barajita mientras mojan hojarascas en caldosos chocolates. El juego es lento en la mesa, mas los niños por debajo juegan a inventar caminos: los zapatos de los grandes son los pueblos o los ranchos por donde ir; en la casa de los Montes es así y a lo mejor en las otras si tan bien nacen las dudas. Las piernas de los señores son cañones peligrosos, hasta que… ¡Sálganse de allí de abajo!, grita don Acacio Montes mientras el tío Luis Elviro con disimulo y de lado le mira todas las cartas. Los niños salen corriendo con sus carros en las manos, regañados por las madres (…)
Si este texto (cuya cadencia se mantiene durante toda la novela) «suena raro» para algunos los lectores, tal vez sirva considerar que las palabras no están dispuestas como los versos octosílabos que en realidad son:
De ayer es la historia de hoy,
de ayer la malversación.
En Castaños, en invierno,
pocas son las diversiones
que entretienen a la gente.
El acurruque es mejor,
el gozo junto al fogón.
Los ambientes embebidos
de cocinas olorosas
y mujeres trabajando:
muy fume y fume los hombres
dado que se saben cómo
desviar el aburrimiento (…)
Obviamente, el propósito no es disfrazar poesía de prosa sino dotar a la prosa de la resonancia del verso; obviamente también, no hay rimas porque éstas destacarían demasiado en el texto y le quitarían su carácter de prosa (y de prosa densa, además, sumamente cuidada y llena de hallazgos verbales). Pero el ritmo, que es el mismo de los corridos tradicionales, puede advertirse fácilmente porque ninguna palabra queda nunca cortada a la mitad al final de un «verso» y porque los acentos caen habitualmente en los mismos lugares.
(Las dos únicas fracturas del ritmo en el fragmento que antecede se encuentran a] al llegar a las palabras «Pero no», tras las que se introduce un tema nuevo, y b] al llegar a las palabras «hasta que…», tras de las cuales el juego de los niños es interrumpido por don Acacio, y en ambos casos se trata, evidentemente, de saltos deliberados, que el escritor introduce con propósitos expresivos.)
La encomienda, por supuesto, sería escribir un texto del mismo modo, sea con octosílabos o con cualquier otro metro. El apartado «Versificación y métrica» de esta página tiene un resumen bastante claro y conciso de estas cuestiones para los interesados. Dejo enlace también a un ensayo académico de Geney Beltrán, que analiza de modo más riguroso esta estrategia de Sada.
3 comentarios. Dejar nuevo
Wow! ¡Me encantó la propuesta! Trabajaré en ella. Saludos
El link a Pep Cardona me resulta muy bueno
Respecto del ritmo. Una vez escribí un cuento y mientras lo hacía estaba muy motivado, muy ágil. Y eso se transmitió al texto. Corroborado por otra persona que me remarcó vio lo mismo sin haber sido consultada sobre esa particularidad.
Ese ritmo, ese vértigo en la escritura, me gustó mucho (no tanto el cuento en sí).
Ahí comprendí que uno puede jugar con el ritmo de texto, pero que siempre tiene un ritmo. Aun si uno no se lo propone. Y eso es peligroso. Ponerse a escribir a desgano se verá reflejado, a menos que uno tenga un fuerte oficio.
Lo que pensé, luego, es que uno debe encontrar su ritmo principal, para cualquier texto o al menos para el tipo de texto en el que se trabaja. Y, como lleva tiempo escribir, hay que recuperarlo a la hora de corregir o seguir escribiendo.
Claro, la comparación me parecía obvia. Un corredor de maratón no se levanta y sale de la meta a toda velocidad durante 2 horas. Entra en calor, se prepara día a día, y luego alcanza su mejor rendimiento.
¿Por qué no hacerlo antes de escribir?. ¿Por que no ejercitar antes de encarar el texto?. Y hacerlo, para encontrar el ritmo que uno le quiere dar. Para no caer en un desgano o un arranque de motor frío.
Creo, no se debe trabajar sobre el texto, sería como correr la maratón para correr la maratón. Sino sobre apartados, ejercicios previos.
Tal vez es ridículo lo que planteo, pero se que el ritmo siempre está, aun si uno no lo induce. De alguna manera hay que enfocarlo para sacar el mejor provecho.
Sí, no aporto sobre el ejercicio en forma directa, pero es lo que me despertó
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