Un ejercicio de caracterización: no todos los parlamentos que dice un personaje se proponen (o consiguen) lograr la comunicación con otro. Un ejemplo de esto es el soliloquio, antepasado del monólogo interior, pero también está la conversación imperfecta: digamos, la que puede darse entre dos personajes que en realidad no están escuchándose con atención y no les interesa demasiado escuchar ni responder. La idea es escribir una conversación así: el truco es que cada personaje parezca responder a lo que dice el otro, pero en realidad sólo lo use como impulso o pretexto para continuar con su propio tema. Un ejemplo posible es esta «plática» de una esposa maltratada con su hijo, quien está disgustado porque no se le ha dejado salir a divertirse. Es posible figurárselos, digamos, sentados en la sala de su casa, sin mirarse, mientras pasa el tiempo:
MADRE: Una señorita decente no sale después de las ocho, decían.
HIJO: Qué divertidos esos tiempos.
MADRE: Yo siempre les hice caso.
HIJO: Has de querer volver, ¿no?
MADRE: Por tonta.
HIJO: Has de querer que todos nos la pasemos encerrados siempre, ¿no? A todas horas.
MADRE: Con tu padre.
HIJO: Mi papá sale a la hora que quiere.
MADRE: Y una se tiene que aguantar todo: que llegue a la hora que sea, oliendo a quién sabe qué, que se te eche encima…
HIJO: Total, qué más da, tan linda que está tu cara y tan linda que está la de él. Hay que verlas siempre.(etc.)
7 comentarios. Dejar nuevo
Éste es un comentario de prueba… Y parece que funciona. Saludos a todos de nuevo.
Pasaba por aquí y se me ocurrió saludar…
Alberto, si hay alguna falla sólo tienes que decir: «Lo sentimos, los responsables de despedir a los despedidos ya fueron despedidos». ¿Y el texto acerca de la nueva novela de Tolkien? Un saludo.
A veces creo que los diálogos más logrados se consiguen robados por las plazas. Basta notar cuales son destacados.
Ya ni recuerdo qué había escrito como comentario en el post anterior. Lo curioso es que yo sí pude verlo publicado, justo después de ponerlo, y cuando volví a tu página ya no estaba y leí el aviso acerca de la falla en la publicación.
– Te compro esa planta.
– No es que las flores no se abran en esta oficina, es que las plantas nacen para verdear.
– Verdaderamente verdean si es que las flores no se han quedado atrás en el discurrir de los trabajos que aquí se asumen como ciertos
– Estoy por deslumbrarme con las certezas que he adquirido entre las paredes de este lugar, con los signos de los tiempos que se nos vienen encima a los dos o tres minutos antes de terminar la jornada.
– Sí, leí el suplemento el domingo, nada del otro mundo, como siempre, pero todo lo habido y por haber en literatura siempre será discutible.
– Sin embargo habríamos de discutir si el coordinador acepta lo de las plantas.
– Las plantas no necesitan de mar, es por ello que la lluvia les basta.
– Bastante individualista sería el coordinador si no supiera de plantas.
– Estar o no entre las plantas no creo que sea de su elección, somos más los que sí queremos.
– Es posible que el querer no sea una opción suya.
– Valdría la pena no echarse atrás si has conseguido una conversación seria con el coordinador.
– Eso es como lo de las plantas.
– Acaso el coordinador ni sepa que vendo plantas.
– Suena bien el asunto de hablar seriamente con él ¿lo intentarías?
– No he sabido de alguien que se queje de las plantas.
– No hay más mar que el verde que se refleja en la pecera de tu escritorio.
– No exageremos, habrá que poner las cosas en claro con ese abusivo.
– Si las plantas lo ameritan…
– Ayer vi a doña Remedios cuando iba al mercado
– Ah qué la doña, con su faldita lampareada.
– Me la acerqué para saludarla.
– Y esas blusitas escotadas…
– Pero nada más por pura educación.
– Tiene buen lejos, pero cuando la ves de cerca…
– Le pregunté por sus hijos.
– Como cuando la vi subir las escaleras hacia su departamento.
– Luego le pregunté por su esposo y ¿qué crees?
– !Cómo meneaba la cadera!
– Se botó de la risa.
– Así que la tuve que seguir en su trepar, como si fuera sonámbulo.
– La maleducada se rió de mi.
– Ella me vio, de reojo, pero estoy seguro que me vio verla y seguirla.
– Esas mujerzuelas son las que espera Lucifer.
– Así que la seguí, sin plena consciencia de a dónde o por qué.
– Me han contado que la han visto llevar a su departamento a varios hombres. Incluso hasta jovencitos.
– Cuando se detuvo para abrir su puerta, yo me detuve dos escalones abajo, sin saber qué esperar o qué hacer.
– Pero no la vuelvo a saludar. Porque después que terminó de reírse, la bruja, me dio la espalda y siguió caminando.
– Después de que entró, mamá, y vi que dejó la puerta entreabierta, todo me quedó muy claro.
– Se va a ir al infierno esa bruja. Mira que ignorar mi saludo y burlarse de mí.
– Es una bendita, esa doña.