Para compensar el retraso de dos días, una propuesta simple: escribir un texto sobre un personaje que esté definido por su nombre. Red Scharlach, personaje de un cuento de Borges, se llama así porque es un gángster, y su creador alude así dos veces al rojo de la sangre. Las personas impuntuales reciben a veces el apodo de «Zeta». ¿Catarino Rápido (protagonista de una añeja historieta mexicana) lo es realmente? ¿O no? (Alejandro Céssar Rendón, guionista, dramaturgo y maestro de numerosos escritores, propone este ejercicio en sus clases.)
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Las Historias es un sitio de Alberto Chimal, escritor mexicano. Contiene una antología virtual de cuento en constante crecimiento y otros contenidos en archivo.
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Mmhh… me acuerdo de boris malos no (¿o manos no?), de pierno doyuna, en el ámbito infantil setentero… Ahora bien, por otra parte, en el lado peliculesco tenemos un darth vader, que alguien escribió por ahí que era una versión alemana de dark father… Y etc. En la literatura déjenme recordar a gregorio samsa, el protagonista de la «metamorfosis» kafkiana. A pedro bezukhov, de la guerra y la paz; siempre lo recuerdo vestido de civil, en color verde, atravesando imprudentemente el campo de batalla. Aunque estos nombres tal vez no nos digan mucho por estar en otro idioma. A ver… Borges nos habla de una tal princesa faucigny lucinge que en tlön uqbar orbis tertius recibe de pilón junto con una vajilla una brújula extraña; en este caso el nombre nos habla de una mujer acaudalada -y decadente, diría osiazul-. En un librito que me acaban de dar en la escuela aparece un tal pedro sarmiento, quién se convertirá en «el periquillo sarniento», de José Joaquín Fernández de Lizardi… a quién no recuerdo haber leído. De entrada el nombre recuerda a aquél muchacho que sirve de guía de un ciego, lazarillo de tormes, aunque tal vez no tenga nada que ver. Y este lazarillo anónimo me recuerda a otro, un poco mayor, de un tal Ciro Bayo, intitulado «lazarillo español, guía de vagos en tierras de españa por un peregrino industrioso». Y ya que estoy hablando de lazarillos y de españas, me viene a la mente «la vida del buscón llamado don pablos» de Francisco de Quevedo, quién prometió escribir una continuación donde el tal pablos viene a américa, y que no alcanzó a escribir el pobre. Etc. El tema es muy interesante… :»>
Me temo caballero, que me he olvidado de dejar primero que nada un saludo respetuoso y una bienaventuranza por este rincón tan suyo y tan magistralmente educativo que tiene aquí. He podido recorrer un poquito de él, y aunque los tiempos han pasado para unos u otros escritos, he intentado dejar un poco de esta locura tan mía, de tomar pluma y plasmar sentimientos y mensajes en un papel. No sé realmente donde me lleve hacerlo, pero me alegra encontrar un buen lugar para intentarlo, sobretodo sabiendo que mis palabras, son eso palabras que forman en otros hombres, un pensamiento. ¡Bueno o malo!, por que no decirlo, pero con reacción a estas humildes letras, las últimas de todos estos caballeros y damitas que tiene aquí, con el buen sabor de su pluma y de los cuales hoy disfruto.
¡Mil gracias por enseñarme un poquito de lo suyo…!
Ya mismo le dejo aquí, este intento de escritura.
Soledad.
Sin lugar a dudas se empeñaba en escribir palabras que no sabía ni siquiera que existieran; cada mañana se le veía ir caminando por la calle, cuesta abajo, con la mirada perdida en la distancia y en sus labios una letanía silenciosa. Quienes se cruzaban con ella, decía que le rezaba al diablo y le pedía se materializara un hombre que la sacara de tan monótona existencia. Otros, aquellos los que le tenían envidia, miraban a su paso, la cadencia de sus años mozos, no en balde, el tiempo hacía mella en todos, y ahí justo en medio de su rostro, la relación tiempo y pasado, guardaban sus misterios.
Nadie sabía que edad tenía, ni donde vivía, jamás se le había visto entrar a ninguna casa, ni salir por ninguna puerta; de hecho nadie sabía porque aparecía justo a las 7 de la mañana, recorriendo siempre una calle que entre más se llenaba de gente, más se hacía solitaria.
Nadie tampoco sabía su nombre, sólo la veían pasar con una pluma de ganso en su mano, haciéndole arrumacos con ella a una libreta tan gastada como el tiempo que el árbol que la formo, tardó en crecer.
Eran esos, su libreta y su pluma los únicos compañeros conocidos, para todos los demás, ella era simplemente un mujer que paseaba a las 7 de la mañana sin ropa en el cuerpo, mi mente en el alma.
El tiempo siguió su marcha, los hijos del pueblo la vieron marchar una mañana de frío invierno, en sus manos llevaba la eterna pluma de ganso, más en algún lugar había dejado su libreta; mientras ella caminaba por la lareda, camino del pueblo vecino, algún chicuelo intrépido empezó una búsqueda infructuosa, la libreta nunca apareció, pero allá arriba, donde la calle comienza, vieron aparecer de pronto un hombre, venía corriendo cuesta abajo, gritaba a voz de cuello.
– ¡ Te amo, Soledad, no me abandones…! ¡ No me abandones…!
Yo realicé algo parecido con «Eddie Walker». Aunque resulta que Eddie Walker es tambien un goridto simaptico que toca musica country; todo lo contrario a mi Eddie.
Saludos Alberto, nos vemos el sabado.
Brian Beyond
Brian Beyond era un tipo raro; digo, aparentemente era igual que todos los ornitorrincos: un poco gordo, peludo y gracioso. Gustaba del fútbol y el ajedrez. El problema de Brian era que sus ojos tenían un minuto de adelantados; es decir, ´todo lo veía más allá del presente, todo en futuro. Acostumbrado siempre a reirse de alguien que iba a caer cuando el incauto aún no tenía idea, celebrar goles en el estadio que aún no ocurrían. Pronosticar lluvias un minuto antes de que comenzaran y prevenir a todo el mundo. Parecíera que tener un Brian de amigo no era nada malo. Pero la vida tan predecible y ya hecha no tiene nada de divertido. Pronto los demás ornitorrincos comenzaron a quejarse, pues Brian se adelantaba a las bromas de sus amigos, a las proposicioens de un ornitorrinco enamorado, a las noticias de última hora. Así que la ciudad decidió, harta de vivir en la monotonía de la No Sorpresa, acabar con Brian. El punto era que quien quiera que se le pudiese acercar para eliminarlo, sería descubierto un minuto antes por Brian. Consultaron con ornitorrincos de todo el mundo; matones, guerreros, sabios. Nadie encontraba el modo de fraguar un plan que Brian no reconociera. Se intentó de todo, disfraces, engaños, distracciones, planes de muchas opciones para confundirlo, planes con finales inesperados; mientras mejor estaba hecha la estrategia más rápido la detectaba Brian.
Justo cuando la ciudad estaba a punto de ceder y olvidar todo este asunto de eliminar a Brian, apareció un ornitorrinco pastor, dedicado siempre a sus ovejas y les dijo «Yo tengo la solución; denme un hacha, no más» Todos, sorprendidos, se reían, pues el pastor no planeaba ningún engaño, ni se disfrazó, ni siquiera hizo el intento por ocultar el hacha. El pastor se acercó a Brian, tardó poco más de un minuto en caminar diez metros con un hacha hasta llegar en frente de Beyond, y de un tajo limpio por el medio, lo liquidó.
La ciudad, con sus sabios, guerreros, matones y reyes quedó sorpendida. Era increíble cómo Brian no hizo intento alguno por evitar el hacha, ni siquiera se mo vió cuando vio al pastor venir de frente. La multitud, desconcertada, felicitó aliviada al pastor y un sabio le preguntó «cómo has hecho para engañar a Brian, el que ve siempre un minuto adelante?»
-A ese ornitorrinco no lo mató el hacha, sino su miedo – respondió tranquilo el pastor- Él me miró acercándome a él un minuto antes de que yo apareciera a su vista realmente, no me importó. Lo realmente importante es que ese minuto anticipado me mirara realmente enfadado, decidido a partirlo en dos. Brian, angustiado por la muerte, por el filo del hacha y la visión tan terrible de ser cortado en dos, se quedó quieto, inmóvil, pensando en toda su vida y anticipándose a su muerte con los recuerdos de toda su vida. Cuando quiso dejar de lado el miedo y correr, un minuto había transcurrido ya.
en mi caso es vivencial, mi escritor favorito desde los doce años es Franz Kafka y mi propio apellido parece una parodia de el suyo, por supuesto que también soyun escritor ignorado, aunque por otras razones.
Juan Cienfuegos
– Ve. Córrele y dile a Juan que ya es hora. Que no va a llover, que es hora.
El niño bajó corriendo y tomó el camino de tierra por el que pasaban las vacas en la mañana. No era el más corto pero le gustaba. Le gustaba el riachuelo que iba a su lado, con las piedras revoloteando y los animales con la cabeza gacha mientras deglutían el pasto que había sobrevivido a la época invernal. Cada año, el viejo observaba los cielos y si creía conveniente mandaba a un niño para decirle a Juan que era hora. Casi todos habían ido y ahora le tocaba a él, a él que siempre preguntaba a qué iban y nadie le quería decir. Ahora iba él, con la bolsa amarrada a la cintura para entregársela con el recado. Atravesó los campos de Don Eulalio, la casa que fue de su tía y los tres árboles en los que se subían los niños para espiar a las mujeres mientras lavaban la ropa en el riachuelo, con las faldas remangadas. El sol subía, y el sudor bajaba por la frente breve y oscura del niño. Ya no faltaba mucho, dos cerros más y llegaría, al menos eso le habían dicho en su pueblo. El niño corrió lo más rápido que pudo hasta que vio a lo lejos la casa de madera y al señor de barba rojiza.
– ¿Juan Cienfuegos? -Juan cabeceó como las vacas y el niño se acercó- Que ya es hora -dijo mientras entregaba la bolsa de tela.
Juan lo vio, era más pequeño que los anteriores. Que los cientos de niños que le habían mandado en esos años y ninguno regresaba. Tomó la bolsa y la revisó, no faltaba nada.
– Hazte para atrás.
El niño vio el pasto cortado, un liso camino amarillo que empezaba al lado de la casa y terminaba después del cerro. Juan abrió la bolsa, sacó la botella transparente y le pidió que la escurriera en el campo, de un lado a otro. Después de vaciar la botella, le dio un cerillo y le dijo que se tapara los ojos; no lo hizo. Un fugaz resplandor iluminó la casa y consumió en segundos la mirada. Todo era fuego a su alrededor, los árboles pelones, las ramas que retozaban en el suelo, las manos bañadas en gasolina. Quería gritar pero no apartaría los ojos llorosos hasta que la última rama prendiera. Entonces Juan le tapó las manos con un trapo y, al ver las uñas negras y la barba incendiaria de Cienfuegos, supo que no contaría nada, para que otro viniera en su lugar.
No sólo tengo que disculparme con todas las personas que han dejado una propuesta en este ejercicio preciso (y de los que no había dicho nada en tres años), sino felicitarlos, y en especial a David y Alexandr.
Saludos y suerte.