Escritura creativa

Taller literario: la ofensa de Fortunato

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Este ejercicio es en realidad tres, y requiere la lectura del cuento «El barril de amontillado» de Edgar Allan Poe (disponible en esta página del excelente sitio Ciudad Seva).
      1. Una vez leído el cuento, muchas personas podrían notar lo siguiente: al contrario de lo que sucede con muchos cuentos, la trama de esta historia no tiene mayores sorpresas, Montresor consigue en efecto vengarse de Fortunato y no encuentra ningún obstáculo en su camino, ninguna circunstancia que obligue a la alteración de su propósito inicial. Lo importante de la historia no es qué pasará al final, porque el final está anunciado desde los primeros renglones. Por otro lado, a medida que avanza la historia y Montresor ejecuta su venganza, puede intrigarnos hasta dónde está dispuesto a llegar y la brutalidad cada vez mayor del tormento al que somete a su víctima. ¿Qué fue lo que le hizo Fortunato, que lo lleva a semejantes profundidades? El texto no lo dice, y de hecho nos permite imaginar tanto una serie de ofensas terribles como nignuna en absoluto: tal vez Montresor está loco y tortura y mata al otro porque sí.
      Nunca lo sabremos, pero el ejercicio sería intentarlo: proponer cuál fue realmente la ofensa de Fortunato, de manera que parezca justificar lo que sucede en el cuento. El texto da algunos atisbos de la relación entre los dos personajes que podemos leer como pistas, aunque no lo sean y Poe haya concebido toda la historia, tal vez, como el planteamiento de un enigma insoluble (y una atmósfera de horror y de mal insuperable).

      2. Un ejercicio complementario es el siguiente: escribir una historia en la que, al igual que en el cuento de Poe, el propósito de un personaje se justifique de modo general y vago y sus acciones resulten cada vez más extraordinarias, de manera que el lector se pregunte si la justificación del principio no oculta algo mucho más tremendo de lo que parece.

      3. Y un ejercicio más: Montresor lleva a Fortunato hasta la cripta pidiéndole que no vaya, sabiendo que el orgullo del otro (junto con su borrachera) lo hará avanzar; la estrategia se puede repetir en un diálogo, serio o cómico, en el que dos personajes se relacionen de modo exactamente igual (que uno impulse al otro a hacer exactamente lo contrario de lo que parece pedirle).

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  • Las barricas de Montilla no se llenan en un día, ni mucho menos poniendo al tope cada barril con líquido; poco a poco, los barriles van tomando en su interior los sabores y propiedades del vino, hasta que este es ya parte de ellos.

    Fortunato nunca llamo mi atención, ni yo la de él. Y no era para nada necesario. Hacía tiempo que yo había dejado el protagonismo en las «altas sociedades» de este lugar, y ahora mi apellido mi seguía cual si fuera inútil como una sombra. Sin embargo como sucede en este tipo de sociedades, las noticias de la gente mas importante afectan, o fingen afectar a las personas menos importantes. No era un caso extraño el que tuviéramos que acudir a alguna reunión que significara la bienvenida de algún nuevo miembro de la familia de Fortunato o algún otro hecho; incluso desafortunado para él. Era imposible faltar a dichas reuniones: toda la gente se encontraba ahí; gente útil y apreciable.

    Con el tiempo empecé a detestar las galas. Mis amigos empezaron a morir o a mudarse y en las ultimas ocasiones estuve solo bebiendo algún trago de moda; vulgar e insípido.

    Era momento de su discurso para conmemorar su vuelta a la libertad que le había quitado el matrimonio; incluso un motivo tan poco digno le hacia merecer una gran gala (era una ofensa). No repetiré sus palabras, solo diré que me llamó desde el estrado y me hizo subir. Yo accedí a todo con gracia (quizás un poco tambaleante por culpa de sus malos tragos) y entonces, frente a toda esa gente preguntó ¿Cuál es su nombre? Ese fue un insulto imperdonable.

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  • Toda la gente me ofendía a través de Fortunato, quien paseaba su nombre, su bella esposa, sus lujos y reconocimientos masónicos. Mi grandeza de espíritu quedaba a la sombra.
    Yo, siendo tan noble, hubiera soportado eso y mucho más, pero aquel hombrecito inflado se atrevió a querer enseñarme de vinos.

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  • Ambas ideas son interesantes, Fernando, María Elena… El siguiente paso sería hacer el cuento. No estaría mal leerlo.

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  • Nuestra relación fue la misma desde siempre, ambos nos conocimos en la juventud, donde compartíamos, fortuna, nobleza de origen y amistad con otros jóvenes como nosotros. Sin embargo mi familia era de un abolengo mucho mayor y Fortunato venía a ser como un aristócrata en ciernes. A pesar de ello Fortunato lograba siempre lo que quería y yo en muchas ocasiones fui el objeto de sus burlas y sus triunfos.

    Al llegar a la hombría nuestros juegos dieron paso a disputas por los favores la sociedad, así como del de numerosas mujeres, donde a pesar de mi posición y mi fortuna más de una vez la suerte favoreció a mi amigo y no a mí. Hombre fuerte y decidido, tenía ese encanto que tienen los pillos; al mismo tiempo que tenía la fanfarronería típica de sus compatriotas y era conocido en toda la región como un hombre de juergas y generosidad probada, amigo del vino y la espada.

    Fuimos amigos ante la sociedad y ante nosotros mismos. Yo siempre toleré sus triunfos y desplantes, por que a pesar de todo el siempre respeto quién era yo.

    En aquel tiempo, éramos apuestos, jóvenes, ricos y vivíamos en el centro de la vida Veneciana. Yo sin embargo, tuve problemas después del naufragio de algunos de mis barcos mercantes y fue entonces cuando en un golpe de la suerte Fortunato compró esas deudas que yo había adquirido para financiar mi empresa.

    Siempre preocupado de cuidar mi buen nombre, procuré que en tiempo establecido mi buen amigo recibiese el pago de esas deudas, recurriendo para ello a la liquidación de las mercancías y del resto de mi flota; pero eso no me molestó. Al final de cuentas prefería que mi fortuna quedara en manos de un amigo aunque fuera veneciano y no de algún otro que hubiera, además, sido rival en los negocios.

    En la cena en el palazzo de Condesa de C., le entregué los últimos documentos que liquidaban nuestra deuda. Nada hubiera sucedido, pero encandilado por los ojos de la joven hija de la condesa; Fortunato, mi amigo, bromeo con la concurrencia diciendo que me había salvado, adoptando esa estúpida pose de prohombre que tanto le gustaba. Pero no conforme con eso, se volteo y me dijo – Amigo Montresor, fue usted demasiado necio en sus empresas, le faltó sangre fría e inteligencia, pero cuente conmigo para rescatarlo todas las veces que sea necesario – Diciendo eso, tomo una botella de ese generoso caldo nacido en Montilla-Moriles y lo bebió entre las risas de la concurrencia y la mirada de piedad que me dirigió la bella joven.

    Yo como en otras tantas ocasiones sonreí y brinde con él y con los otros. Aquellos necios pagarían viéndome nuevamente en la cima, señor de todos ellos, en cuanto a mi querido amigo Fortunato, buen pues a él le regalé además del brindis un juramento y la más noble, gentil y clara de mis sonrisas.

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  • Mi ofensa

    Ya que disponía de tiempo. Fuera a ser rescatado o no, guardé mis fuerzas para analizar la situación.
    Cómo acabé aquí?
    Vine por mis propios medios. Quizás, ayudado por el alcohol.
    Amigo, mío! Es acaso esta tu forma de respuesta!

    Pensé que no me habías entendido. Pensé que nadie lo había interpretado correctamente.
    La estúpida de Fabienne! Lo hubiera creído de ella, pero no de ti,… amigo.

    Lo habré entendido todo mal? Habré sido yo quien no entendió nada?
    O esas, mis (las repito en voz alta para estar seguro) cinco palabras me enviaron a este oubli. Literalmente emparedado en las entrañas de su propio cubil.

    Amigo,… (y sonrío). Aquí es donde pertenezco. Me lo tengo merecido. Yo suponía que no lo habías entendido… Porqué me sonreíste entonces, con tu mejor cara de intelectual principiante?
    La miraste a Fabienne, en busca de una explicación? O en realidad, estabas asegurándote de que ella no se hubiera percatado de nada?

    Claro que ella no me entendió! Cómo pudo ocurrírsete tal cosa!?
    Cómo pudiste pensar que yo caería tan bajo?
    Pero ciertamente me acabas de demostrar qué significa bajeza… Y está bien… es lo que me corresponde. Por pensar que tú estabas a la altura de lo necesario.
    Te ofrecí un juego… El más sublime que se me pudiera haber ocurrido. Ahora, sabiendo que lo entendiste, no puedo evitar sentir pena por las aventuras que nos perdimos de vivir.
    Pensé que te sentirías tentado… a responder. A seguir… a replicar.
    Pero así es como terminan las cosas con los inmaduros, veo.

    Te sobreestimé, mi amigo. Pero no es tu culpa… supongo que haberte criado en Francia es un alegato justo.
    El tiempo dirá.
    Qué pena tener las manos encadenadas! Me gustaría dejarte una réplica en esta decadente pared. Pero nada me garantiza que vuelvas a visitar mis restos.

    Siento que estoy perdiendo el hilo. Me siento menguar y me preocupo por el ostensible falta de celebración en mi partida de este mundo. El día más importante de mi vida, he de vivirlo solo. Muy acorde a mis más altos momentos. Si tú no pudiste verlos…
    No hubiera esperado que nadie llegara más lejos que tú.
    Y ciertamente… puede que te has pasado. Pero el juicio no es hoy. Y lamento creer en La Ley, pero si mis hermanos de la Tierra o de los Cielos, te alcanzaran, no tendrán la piedad que me inspiras.
    Y yo, al haber pagado mi ingenuidad con esta condena, no puedo eximirte, amigo.

    Me voy, te dejo.
    Envíale flores a Fabienne, si? Sé que lo harás.

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  • Me disculpo con Ricardo, a quien no respondí en su momento, y le agradezco a Julio que haya reactivado esta nota, que lleva rato colgada aquí y acumulando polvo. Me alegra que estas propuestas aún puedan interesar. Suerte y saludos.

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