Escritura creativa

Taller literario: emoción oculta

14 comentarios

Este ejercicio lo propone, palabras más o menos, el gran John Gardner en su Arte de la ficción: escribir la descripción de una casa (o de un paisaje cualquiera) como la haría una persona que acaba de sufrir una terrible pérdida. El truco está en que no se debe mencionar la pérdida, ni ningún rasgo de la persona que describe. Sólo la descripción, contaminada del dolor que no puede mencionarse.
      (Luego se puede hacer la misma descripción desde el punto de vista de alguien de suma felicidad.)

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  • Los postigos golpean y ya no caen mas escamas de pintura de la pared. A cada golpe lo sigue un silencio indiferente que es cerrado en un chillido oxidado de las bisagras. Los aleros vencidos en sus vértices quieren liberarse del peso de las tejas. Llevándolas lentamente hacia un precipicio. Inclinándose para que resbalen. Son tejas coloniales, de las que se dibujan con una curva panzona. Una hilera de panzas hacia arriba y otra hilera de panzas hacia abajo. Pero solo se dejan ver las que alzan sus curvas, cual puente, con sus comisuras caídas. Los pájaros ya no sobrevuelan por la casa. Hay muchos lugares donde podrían anidar ya que los listones se muestran a los costados como huesos sin piel. Pero eligen otros lugares, o tal vez no eligen este lugar.
    El cancel de entrada esta trabado al piso a medio abrir. Hay barro duro, moldeado, mordiendo sus maderas. Por el pasillo hasta la puerta principal encuentro que el sonido parece lejano. Hasta el sol es menos dorado y las sombras son tenues. Las baldosas están desgastadas, como cubiertas de arena. Veo la puerta de entrada con su manija oscura de verdín reseco. Abro y debo empujar con el hombro, con miedo a derribarla. De alguna manera, las paredes resultan mas anchas, como si hubieran ocupado los cuartos. Una brisa comienza a envolverme, un aire que parece husmear por cada rincón y luego desaparece. La mampostería solo se sostiene y nada parece en pie. Se debe demoler por completo para poder volverla a habitar.

    Para soltar la tierra en el fondo y ponerle césped como pinachos. Rompiendo cada teja para construir un nuevo contrapiso, unas nuevas columnas que resguarden cuartos mas amplios. Con ventanales de dos hojas sin persianas o postigos. Tal vez dos plantas, con la más alta donde se encuentren los dormitorios. El más amplio para una cama matrimonial, y dos más para los chicos. Con una ducha de lluvia gruesa. Con un techo de tejas francesas y de un reluciente esmalte verdoso. Con portones de hierro, pintados de negro, altos y pesados. Con un pasillo de madera que resuene a bosques. Y dejar una entrada de par a par para salir rápido y volver enseguida. Con una puerta que me lleve la mano al entrar.

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  • Nuestra recámara

    Camino por las escaleras para disimular su estridente silencio y me recibe nuestra recámara. ¿Mueve la cola? Es como si me viera volver de un día cualquiera y, traviesa, me trajera las sábanas para jugar un rato. Están tiradas en la cama; todavía guardan los secretos de nuestra madrugada. Huelen a viejo, a tiempo pasado. Es un tufo que me hace daño, voy a abrir la ventana.
    La cómoda me mira arrogante, con ese gris que se deslava, y los cajones todavía te contienen. No se han enterado que pierden su tiempo. ¿Quién pudo pintarlos con el color del olvido? Lo debí haber cambiado cuando pude, pero hacía juego con las paredes y era esa textura la que te gustaba. Sus rugosidades siempre me parecieron trampas para insectos, cilicios que imponen su penitencia, que te escollan la mano y no sólo eso, también a mí me han atrapado.

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  • Una casa. Blanca, por cierto. Ventanas. Han quitado las cortinas. Todo es negro, dentro. Tan oscuro que convierte al cristal en espejo. Quien se asoma lo único que puede ver es su reflejo. O no ver nada, que es peor.

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  • (version alegre)
    Una casa. Blanca, por cierto. Ventanas. Han quitado las cortinas. Todo es negro, dentro. Tan oscuro que convierte al cristal en espejo. El interior de esa casa se ve como el exterior. Un sol claro empieza a despuntar en la cocina.

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  • Hola, Hernán, Maria Elena, José Luis. Creo que justo en textos como los que han escrito habría pensado Gardner. Muchos saludos.

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  • Marco A. Velazquez Lozano
    28/01/2007 10:47 am

    VERSION 1
    Cuando regresamos a casa y empece a recorrer las habitaciones noté algo extraño, no sabía lo que era, pero después de mucho observar me di cuenta de la diferencia.
    -Carajo, creo que alguien pintó la casa de gris en nuestra ausencia.

    VERSION2
    Cuando regresamos a casa y empece a recorrer las habitaciones noté algo extraño, no sabía lo que era, pero después de mucho observar me di cuenta de la diferencia.
    -Creo que por fin, el Chacho tendrá una habitación para el solo.

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  • Lisandro Ariel Vilchis (LAVI)
    28/01/2007 12:26 pm

    Mandrágora

    La casa de playa pende del despeñadero como la resuelta necedad de mujer de piernas cerradas, de sexo manido como tripulación de acorazado; la casa se resiste a caer, y el techo desvencijado que el viento agita como ensoñación de espantapájaros, es señal de que la casa está muriendo.

    En la playa hay muchas casas. Hay muchas otras y yo, que no entiendo por qué, prefiero ver aquella moribunda caja de cerillos de pintura blanca reseca penetradas pro las grande raíces de los árboles a su lado, como una mandrágora. Las demás casas son un grupo de putas, de porristas ruborizadas que piensan ser felices siendo penetradas por rubicundos miembros en asientos traseros de convertibles rojos. La otra casa, la que me importa, es una puta gastada que lamenta y contorsiona ante la brisa del mar.

    La moneda dorada se introduce en la ranura del agua, y cómo activando un mecanismo invisible, en la casa se dilatan las sombras como una apagada invitación de muert;, como los domingos y el sexo casual, como el cigarro, como todas esos pequeños suicidios que nos regalamos de tanto en tanto.

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  • Nomás vine a felicitarte por lo de Proceso, hasta compré la revista!! jeje… besos

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  • Walter Flores
    29/01/2007 4:11 pm

    Después de cinco días regresé a la casa. A lo lejos se veían las montañas desnudas y frías. El lugar estaba solo. Las grietas de la pared se habían acentuado. A mi paso crujía la hojarasca. Las fauces de la casa me devoraron. En el interior, entre la atmósfera de clarouscuros, brillaba tímidamente la luz de una lámpara instalada en el contacto. Las plantas estaban vencidas de su tallo y del comedor escapaba un intenso olor a fruta podrida. A través de los fríos cristales, observé el jardin ausente de pájaros. El silencio del lugar retumbaba en mi cabeza. Subí las escalers tomado del pasamanos. La espera había terminado. Sobre las almohadas estaban las ropas de dormir. Me acosté y me sumí en la oscuridd del techo. Al voltear la cabeza un aroma inconfundible alejó mi cansancio y rememoré las últimas 120 horas.

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  • Antes de dar la vuelta en la esquina lo supe en las esquinas terrosas de sus ojos, en sus mejillas lodosas, en la mano trémula; ¡vamos! ni siquiera el borracho estaba en su lugar, tirado debajo o frente al espejo. Debo decir que cuando lo vi, junto a lás demás casas intactas, ni siquiera me pareció horrible, no me inspiró tristeza; lo había imaginado mucho peor: pensé que una suerte evito que las lágrmas que rodaban por sus mejilas fueran suyas y no mías.

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  • (Fernando quisiera corregir un poco de su ineptitud):

    Antes de dar la vuelta lo supe en las esquinas terrosas de sus ojos, en sus mejillas lodosas, en la mano trémula; ¡vamos! ni siquiera el borracho estaba en su lugar, tirado debajo o frente al espejo. Debo decir que cuando lo vi, junto a lás demás casas intactas, ni siquiera me pareció horrible, no me inspiró tristeza; lo había imaginado mucho peor: pensé que una suerte evito que las lágrmas que rodaban por sus mejilas fueran suyas y no mías.

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  • Los muros me miran como dueños de los ojos ausentes. Las puertas me tragan en el vacío, y ya soy nada junto al tiempo que no existe. Mis pasos son el eco de cuanto se ha perdido, y lo otro, aquello, se ha sumergido en los recuerdos. Quisiera desgarrar mi rostro como las alfombras que están desapareciendo. Como los años que me han hecho otro. Todo es vació. El polvo se levanta y envuelve mi silencio. Podría correr como me tenían prohibido cuando era niño, pero ahora no tengo ganas. Soy el hijo de aquel tiempo que me entristece. Tengo mis brazos, y mis piernas, pero como si no existieran. Están tan muertos como las ventanas y la pintura de esta casa que me parecía tan grande. Qué digo grande; me parecía enorme. Pero ahora es pequeña. Tanto que casi puedo escuchar las voces que andan entre el espacio que han dejado los muebles. Entre las marcas que, como arrugas, dan cuenta de los años. Casi igualan el número de mis canas o el de mis lágrimas que caen al ritmo de mis pasos. Lentos, lentos, lentos. Como todo lo que aquí se ha perdido.

    Los muros me miran con felicidad. Las puertas me tragan como si recibieran el bocado más delicioso, y vuelvo a ser el que era junto al tiempo que vuelve a existir. Mis pasos son el eco de cuanto he sido, y lo otro, aquello que recuerdo, surge de los recuerdos. Me alegra mi rostro viejo como las alfombras que están desapareciendo. Como los años que me han hecho otro. Todo es nostalgia y alegría. El polvo me hace de nuevo niño y me envuelve en aquel tiempo. Puedo correr como hace tantos años, y lo hago como si fuera un chiquillo. Soy el hijo de aquel tiempo que me hizo. Tengo mis brazos, y mis piernas. Estoy tan vivo como las ventanas y la pintura de esta casa que me parecía tan grande. Qué digo grande; me parecía enorme. Pero ahora es mucho más. Tanto que casi puedo escuchar de nuevo las voces que andaban entre el espacio que han dejado los muebles. Entre las marcas que, como arrugas, dan cuenta de los felices años. Casi igual al número de mis canas o de mis lágrimas que caen al ritmo de mis pasos. Lentos, lentos, lentos. Como todo lo que vive de nuevo.

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  • [Modifiqué la parte de un cuentito para el ejercicio. Me cuesta trabajo el asunto de suma felicidad. Buen ejercicio. Una saludo de su amigo.]

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  • Las ratas lloran tu ausencia. Es triste ver el patio, todo es un abominable orden. Sabías lo mucho que odio eso.Mis muebles conservan las últimas llagas que dejaron tus contaminadas cuchillas. Día y noche las palpo con mis dedos esperando que salgas de quién sabe donde; no hay respuesta, nadamás el maldito sueño que me invade y no permite que mi espera continúe.Hasta el basurero más lúgubre sufre por tu ausencia. Ahora todo es silencio, sólo silencio.
    Muchos han hablado acerca de tu partida ¿qué les digo? Tal vez nada, nunca digo nada, en momentos así menos. Salgo a la calle, está vacía, tan vacía como las veces que en ella hallaste un lugar. Sin embargo, ¿qué más da?
    Atravieso la calle y un pestilente olor llega del otro lado. No podría ser otro olor que el de la muerte.
    Una pareja de novios atraviesa la acera tapándose la nariz, un niño corre despavorido ante el hallazgo, dos idiotas cualquiera patean una lata sobre tu rostro. La luz de la luna alumbra un hilo de sangre tatuado sobre el pavimento que se confunde con las lágrimas que brotan ante este irremediable adiós.

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