Este episodio proviene de Ada o el ardor (1969) de Vladimir Nabokov: muy al comienzo, Van Veen, uno de los personajes centrales, es adolescente y se turna con sus amigos para acostarse con la empleada «joven y rechoncha» de una tienda de dulces, quien les cobra «un dólar ruso» por cada «servicio». Los encuentros son resumidos del siguiente modo (de más está decir que todo el pasaje es de naturaleza erótica) en la traducción de David Molinet:
(…) solamente en la segunda sesión comenzó Van verdaderamente a apreciar la dulzura de su amiga, el delicioso apretón de su sexo, la lealtad de su vaivén. Sabía que no era más que una putilla mal hecha, un cerdito rosa (…) Y sin embargo, quien sabe por qué, cuando su cuadragésimo y último orgasmo se había ya hundido en el tiempo pasado y Van se encontró solo en el tren que llevaba a Ladore, entre campos negros y verdes, se sorprendió al ver cómo ornaba de una poesía imprevisible la imagen de la pobre chica, el olor a cocina de sus brazos, sus húmedos párpados iluminándose con el brillo súbito del encendedor de Cheshire y hasta los pasos de la señora Gimber, la vieja sorda, que chirriaban sobre sus cabezas, en el dormitorio (…)
Cheshire es un amigo de Van; la señora Gimber es la patrona de la chica. Y las imágenes que resumen en verdad la experiencia del muchacho, y el surgimiento de lo que hubo entre los dos, son las tres últimas, extraordinarias en su economía. La primera, «el olor a cocina de sus brazos», alude no sólo al olor sino la cercanía de la muchacha y, tal vez, a su posición en relación con Van en el momento en el que éste pudo olfatearla; «sus húmedos párpados iluminándose con el brillo súbito del encendedor de Cheshire» indican, por supuesto, que los encuentros tenían lugar a oscuras (lo que ya se dice en otra parte del texto), pero también que Van no estaba solo cuando ella tuvo los ojos cerrados; por último, «los pasos de la señora Gimber, la vieja sorda, que chirriaban sobre sus cabezas, en el dormitorio» sitúan a la pareja (y, supongo, a sus acompañantes), más claramente en el espacio oculto y secreto donde se encontraban. Hay un movimiento en las tres frases, desde la extrema proximidad de la primera hasta la distancia notable de la última. Y en ninguna de las tres hay una sola mención a la desnudez o los genitales de nadie.
¿Se puede describir así otra situación, otro personaje distinto? Las reglas serían: usar estrictamente tres frases, reproducir el aumento de la distancia de la primera a la tercera, no hacer referencia a lo obvio (si se trata de describir a alguien a la mesa y comiendo, por ejemplo, no mencionar el plato de comida, o la acción de llevarse un cubierto a la boca).
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«…Tenía poca energía. Los intentos para encenderla serían contados y algo le aseguraba el fracaso, sin embargo lo intentó. En el primero todo marchaba como correspondia, todo el sistema arrancaba y de pronto retrocedía. ya la segunda, donde esperaba una repetición más rápida de la primera obtuvo no más que verlo Todo (si, Todo, ese momento que al gente confunde con el estado apenas anterior a la muerte). Eligió un lugar y se quedó por no se cuantos días, después volvió…»
La frase fue dicha, decidieron pues hablarlo con calma; así, serenos pero habitados de un impulso recíproco intercambiaron palabras, mas al cabo de algunos minutos, inesperadamente, al tiempo que percibía la tibieza de su mejilla, la luz de los faros de un auto llenaron de un paisaje claro la oscuridad de sus párpados. Al introducir la llave en la cerradura de la puerta de su casa recordó la frase que detonara lo ocurrido. Bajo la lámpara de la sala, cuando alguien le preguntó si ese sueter era nuevo, al volver la vista sobre su pecho vio un cabello negro: era de la barba de quien dijera la frase.