Sigue la serie de juegos con rasgos de personalidad que podrían sugerir en poco espacio el carácter de un personaje:
Obsesivo/compulsivo. Escribir, en primera persona, lo siguiente: un personaje llega a un lugar que le parece terriblemente sucio, se siente obligado a limpiarlo y lo hace con todo esmero. El truco se logrará si los lectores perciben que el lugar no está de ningún modo tan sucio como cree el personaje. Por ejemplo, se puede insistir grandemente en detalles muy pequeños: manchas casi invisibles que estropean la perfección de un picaporte, pequeñísimas cantidades de polvo… (Hay cuentos de Ray Bradbury y de Tommaso Landolfi sobre este tema y con esta estrategia.)
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No se cuánto tiempo ha pasado desde que el personal de intendencia hizo su trabajo en este laboratorio; Es urgente poner un poco de orden, comenzando con los cristales del ventanal que –podría jurar—sólo lo han limpiado por dentro, y mal, puedo ver a contraluz que por fuera tiene no sólo polvo, sino caca de mosca, que no por ser chiquita es menos sucia, y habrá que desinfectar con cloro, luego periódico con un buen limpiavidrios, y finalmente, quitar la suciedad del periódico con un paño seco, que puede dejar pelusa, pero eso es mas fácil de eliminar que los gérmenes en el excremento de un insecto que ¡sólo Dios sabe donde se paró! — y lo que comió– La mesa del técnico es un verdadero desastre, ¿Qué hace ahí ese bolígrafo? Y –no–lo–puedo–creer las llaves de su casa! ¿Tendrá idea de toda la mugre que se transmite por las manos?, sin contar con el panorama desagradabilísimo que le da al laboratorio. La silla también es vomitiva, nunca me sentaría en algo así, con un cojín a todas luces gastado, ya que esta hundido en el centro, lo cual quiere decir que no está aspirado ¡tendrán idea estas personas (si acaso el adjetivo les corresponde) que los ácaros viven y mueren en almohadas y cojines? Su uso debería estar prohibido por secretaría de salud. El cajón del escritorio tiene suciedad en el riel, y debajo del papel protector, con manchas de papel carbón, encuentro algo parecido a migajas, y ajonjolí, seguramente guardan aquí sus desayunos, esta es la pútrida evidencia. Será necesario sacar todo el contenido del cajón, para poder asegurar que no quedes vestigios de basura dentro, y de paso, pasar una brocha por los rieles contaminados por un par de pelos que nada tienen que hacer ahí. El archivo muerto hace honor a su nombre, huele desagradabilísimo, como a papel viejo, los estantes albergan no solo fólderes, sino polvo que ha encontrado camino entre las gavetas del 2002 hacia atrás, y tenemos archivos desde 1995, creo que mi trabajo no terminará pronto. Mi primer día en laboratorio de urgencias y el panorama ya se ve gris –como las paredes–.
…era preciso que pusiera en orden aquél lugar, el tiradero era enervante, los tiliches lo hacían tropezar, bultos pesados y sucios le caían por doquier, todo era mugre y polvo,que le invadía cada orificio de su cuerpo provocándole un escozor desquiciante… desesperado, se llevó las manos al rostro intentando retirarse esa cochambre infecta, tallando una y otra vez y desgañitándo su garganta, en frenéticos alaridos…
***
A la mañana siguiente el enfermero lo encontró inerte y con el rostro desollado. Un silencioso charco de un rojo intenso, mancillaba la estéril pureza de su vacía y blanca celda…
No se como me ha pasado. Ví una sombra oval debajo del cuadro colgado en la pared. Pensé que era una pelusa sobre la lámpara que se proyectaba monstruosamente arruinando el blanco satiné que apenas hace dos meses han pintado. Fui a la cocina y mojé levemente un trapito, apagué la luz y froté hasta el casquillo la bombilla, sentí un poco de cosquilla por la corriente, pero seguí frotando hasta sacar esa pelusa. Luego la encendí y ahí seguía, no era una proyección. La tapé con mi mano y era más oscura que la sombra. Era una mancha, por suerte tenía el trapito entonces me puse de rodillas y frotando levemente sobre la superficie, sin excederme del área circunscripta al óvalo, recorrí una y otra vez la zona. Pero algo terrible me pasó. La pintura se diluyó porque el trapito que tenía un poco de cloro, lo había usado para limpiar azulejos, y la mancha había crecido. Era el doble, del tamaño de una uña del dedo meñique: ¡Monstruosa! Saqué un trapo nuevo, lo mojé e intenté levantar el cloro para que no escurra hacia abajo dejando, ya no un óvalo, sino una señora línea hasta el zócalo. No se como me ha pasado, Matilda, de repente el reboque, los ladrillos y me vine de bruces a su living. Si hasta el cuadro me cayó de canto sobre los gemelos. Le pido mil disculpas y si me permite voy en busca de una escoba, un pincel, una palita y otro trapito para levantarle la mugre que le he ocasionado.
(A propósito, el inicio de A Scanner Darkly de Dick me parece un buen ejemplo.) Luego el ejercicio, que se me desvió un poco, pero pues qué le va uno a hacer.
Hay una taza sobre la mesa, directamente en la madera ¡Dios, ¿no puede ser más cuidadosa?! La levanto y descubro lo que temía, un círculo de café seco indica claramente dónde estuvo. Estoy a punto de arrojar la taza al suelo. Se lo he dicho —y no debería haber tenido que hacerlo—, para algo hay posavasos, para algo hay manteles. Pero insiste en el «tacto de la madera». La llevo a la tarja y de bajo ella saco unos guantes de goma, un cepillo y el líquido especial para mesas de madera, que rocío sobre la mancha. Es difícil sacarla porque se chupa en la veta. Yo la quería barnizar pero ella no, «para que huela». A comida podrida olería la pobre mesa, de no ser por mis frecuentes intervenciones. Tallo. La vez peor fue cuando se hizo un curry desbordante. Apestaba, y se veía un caminito amarillo a todo lo largo de la mesa. Tuve que ir por lijas a la tlapalería ¡¿Qué le hiciste a la mesa?! ¿qué le hice yo?¡la arreglé! Me lastimé las manos y también hubo que sacar un poco de sangre con un antigrasa. De ahí los guantes. Sigo tallando. Lo malo del café es que se confunde, nunca se sabe si ya se quitó del todo o no, y tienes que tallar de más para estar seguro. En un descanso, me dirijo al teléfono y hago una llamada, luego vuelvo. Sigue la mancha. La empapo de líquido para que se suelte y llevo los utensilios de vuelta a su lugar. Pero sospecho, y pronto descubro que tengo razón. Saco dos platos, los de hasta arriba. En uno, su descuido es evidente, hay una plasta amarillenta cerca del borde, de aproximadamente un centímetro de radio. El otro parece limpio, pero al olisquear se nota que sostuvo unos huevos con chorizo, no mucho antes. Los llevo a la tarja y abro el agua caliente. No me pongo los guantes porque estoy enojado, y porque con las yemas de los dedos se pueden detectar los grumos que han quedado pegados y con las uñas se sacan. No sé qué hago con ella, me voy a herir las manos otra vez. Pero no, termino bien, a salvo, voy al baño y me limpio debajo de las uñas. Aprovecho para limarlas, y las vuelvo a limpiar. Regreso al comedor, recojo los guantes y el cepillo, un folio de papel absorbente y voy de nuevo contra el café seco. Se ha aflojado, en efecto, pero eso que es del mismo color que la madera no puede ser madera, porque su recorrido es, en ese punto, perpendicular a la veta, y quién sabe si en otro rincón se haya confundido mejor. Quizá haya que lijar de nuevo. Ni modo. Tocan la puerta, miro el reloj. Ya pasó una media hora, debe ser el cerrajero. Le abro, acordamos el precio y voy por un vaso de agua y a recoger los instrumentos de limpieza. Después me siento en la sala a supervisar el cambio de chapa y, sobre todo, que con las rodillas no ensucie la alfombra. Al terminar, me da la nueva llave, le doy su billete, y salimos juntos para probarla. Rumbo al trabajo, paso por la tlapalería, pero decido no detenerme ahora. Hoy puedo dejarlo estar, hoy estoy contento.
Hola, buenos días. Las cuatro propuestas me parecen justo en el blanco (y me intriga el aire hospitalario de las primeras).
Santiago, tienes razón sobre lo del libro de Dick. Y además es un gran libro, tristísimo.
Saludos a todos.
Se que estuviste aquí, aun puedo sentir tu olor que se va acumulando como una nube espesa; y no puedo soportarlo, he abierto todas las ventanas, y vaya que ha sido peor, el reflejo de la luz no me permite apartar la vista del rastro evidente que dejaste a tu paso.
Tus pisadas en la alfombra, el hueco en el sillón que aun resguarda las pelusas de tu suéter rojo, el armario repleto del polvo que no se marcho contigo y sobre todo el aire embriagado de ti, de tu esencia. Y esa nota en la mesa que ha dejado una silueta de tinta en la carpeta; y me dices que te marchas… ¿Qué no puedes verlo? Aun estas aquí… he tenido que aspirar todo el cuarto, sacar la alfombra y creo que será mejor tirarla, recogí una a una las pelusas del sillón y lo limpie con un trapo húmedo; y no ha sido suficiente ahora puedo ver como la suciedad huye despavorida hacia los rincones, se refugia en las paredes. Yo estoy decidida a que te marches… lavare todo el cuarto.