En los últimos días ha habido no una, ni dos, sino tres polémicas entre escritores mexicanos. En ellas se han mencionado temas muy serios, incluso más allá de cuestiones estéticas: uso de recursos públicos, discriminación de clase, corrupción, racismo. Sin embargo, la noticia de hoy ha sido la derrota de la selección mexicana de futbol en un partido contra la de Chile (el marcador: 7-0). O tal vez la fiesta del Día del Padre. O, para quienes están pendientes de cosas así, la muerte de Anton Yelchin, un joven actor de Hollywood.
Ni siquiera la represión brutal por parte de fuerzas federales armadas contra maestros disidentes en Nochixtlán, Oaxaca, da la impresión de discutirse tanto, a pesar de que es un hecho gravísimo (hasta el punto de que los comunicados oficiales lo falsean y minimizan, y aspectos importantes del asunto están apareciendo primero en línea o fuera de México). Pero entre estas noticias y las que vengan en los próximos días, aquellas tres discusiones literarias que mencioné no tardarán en ser olvidadas: son un poco más de relleno en los ciclos de noticias de las redes sociales y los pocos medios que las han repetido.
Lo cierto es que esos conflictos –en los que hay artistas, pero no de los que salen en las revistas y programas de chismes sobre el «mundo del espectáculo»– no le importan a casi nadie: nadie les hace más eco que los propios colegas involucrados, que entran a defender a algún polemista, a atacar a otro, a quejarse por el estado general de la literatura nacional (o de las discusiones sobre la literatura nacional) pero apenas logran darse a notar más allá de sus propios círculos de amigos.
«Pleitos de cantina», los han llamado algunos (algunos escritores). Hay que preguntarse la razón de ese desinterés.
Es posible que parte de la culpa la tenga la cultura literaria mexicana del siglo pasado –que en buena medida sigue vigente hoy–, pues en aquel tiempo muchos escritores fijaron el ideal de su oficio lejos de los lectores: por rechazar el mercantilismo, o bien por esnobismo, o bien por tener más interés en cultivar la cercanía por el poder político, lo importante para ellos no era llegar a grandes poblaciones sino a unas pocas personas «importantes». Octavio Paz elogiaba «el reconocimiento de los entendidos, que es el que de veras cuenta». Incluso, la ruta a seguir para muchos que han venido después sigue siendo la que lleva, como escribió el poeta y ensayista Armando González Torres, a «dejar de escribir y empezar a mandar»: la actividad literaria como antesala del propio poder.
Parte de la culpa la tiene también una tendencia global, al menos en las culturas occidentales, de alejamiento de la lectura. Peor todavía, esta tendencia se fortalece en México por las deficiencias espantosas de nuestro sistema educativo, que desde hace décadas aleja a la mayoría de la población del conocimiento y no hace nada contra el embrutecimiento general promovido desde los medios masivos.
En la actualidad, mientras el poder político demuestra tener cada vez menos interés en el cortejo de la «intelectualidad», hay tal vez una tendencia positiva en la aparición (y sobre todo la difusión) de autores interesados en escribir para sus lectores, de forma accesible y a la vez sin partir del deseo de ser complacientes o de defender el «estado de las cosas». Los hay, entre otras especialidades, en la llamada literatura infantil y juvenil, que ha resultado un campo más fértil que otros por ser tradicionalmente marginado de la «alta cultura» y no ser visto nunca como un «género» capaz de dar prestigio. Pero la desventaja de quienes desean resistirse a la tendencia general es enorme, pues ésta se ha fortalecido durante la mayor parte de un siglo. En muchos casos no sólo hay una gran distancia entre los intereses de los escritores y los de la mayor parte de la población: de hecho, parece imposible de que unos y otros se comuniquen.
Por ejemplo, dos textos de los últimos años que me parecen muy importantes: los poemas Antígona González de Sara Uribe y Anti-Humboldt de Hugo García Manríquez, que la crítica académica discute y muestra como importantes y reveladores, y en los que aparecen argumentos y posturas políticas clarísimos y pertinentes, pasarán por completo inadvertidos para millones de personas que nunca han tenido oportunidad de conocer los términos mínimos que les permitan acercarse ni a la crítica académica, ni al texto comprometido, ni siquiera a la poesía.
En una de muchas discusiones sobre las polémicas de estos días en redes sociales encontré una idea interesante (costó trabajo porque hubo que separarla del ruido: los chistes, las opiniones mal informadas, las declaraciones hechas por declarar, aquellas otras en las que la pasión importa más que los argumentos, etcétera). Sobre una antología de poetas mexicanos publicada por la Secretaría de Cultura para ser promovida en Francia, el escritor Luis Felipe Lomelí comentó en Facebook que faltan en su selección los poetas con mayor presencia en el país. Al preguntársele, Lomelí respondió que se refería a Javier Sicilia, que desde hace algunos años se dedica exclusivamente al activismo social, y a Armando Alanís Pulido, animador de la campaña Acción Poética, que ha hecho pintas con versos y otros textos en las paredes de diversas ciudades y ya se ha extendido mucho más allá del propio Alanís.
Y Lomelí tiene razón: el mundo de los círculos literarios es, en realidad, pequeñísimo, y la relevancia de un autor fuera de él, hoy en día, probablemente no se deberá a su obra escrita y publicada en libros. Una noticia escuchada o leída al paso acerca de Sicilia, o una pinta de Acción Poética, serán el único contacto posible con la poesía y con la literatura en general –el único en su vida– para muchísimas personas que cruzan de un lado a otro de muchas ciudades mexicanas, siempre deprisa y entre aglomeraciones y dificultades, de camino a un trabajo esclavizante, o de regreso, a los muchos problemas de una vivienda diminuta y acaso en una zona violenta.
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Información Bitacoras.com
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¡Qué lamentable que sea el lector el punto menos frecuentado en la discusión! Opinión muy auténtica, te felicito.
Muchas gracias, Judith. 🙂
Me parece muy, muy acertado lo que dices, Alberto. Creo que de eso, precisamente, adolece el ejercicio literario, por lo menos en México: de esnobismo con un tufo de oligarquía intelectual. Por cierto, ¿Qué opinas de la antología México20? He leído comentarios similares al respecto.
Saludos
Gracias y saludos para ti.
De esa antología, no sé: no la he leído (aunque por suerte, de esa, el contrario de lo que sucede con la de poesía, sí hay edición en español). De ver las notas sobre ella, algunas inclusiones me parecen incuestionables y otras no. La verdad es que hacer exactamente eso –esas antologías– no era la única forma de promover la literatura nacional ni, probablemente, la mejor. Por ejemplo, habría sido más interesante que se hiciera una antología digital, un depósito enorme en línea con textos no sólo modernos sino de toda la historia de México (porque en realidad los lectores a los que va dirigida no tienen por qué conocerla, y probablemente no la conocen). Esa colección podría haberse hecho solicitando selecciones independientes y razonadas de más personas: un grupo mayor y más diverso, en el que incluso hubiera gente que no se quisiera, que claramente no fuera del mismo grupo ni la misma especialidad ni los mismos intereses (una selección de Christopher Domínguez, digamos, al lado de una de Heriberto Yépez, y ambas al lado de diez o veinte más). Se podrían haber impreso sólo ensayos panorámicos, o sólo tarjetas con la dirección del sitio, o códigos QR para descargar una app gratuita con textos, traducciones, audio y más.
Precisamente. Diste justo en el clavo. Te cito: «porque en realidad los lectores a los que va dirigida no tienen por qué conocerla, y probablemente no la conocen». Bueno, y luego habrá que agregar la polémica Yepez-Michael, que de verdad me deja con los pelos de punta, porque puntualiza cuestiones y problemáticas que el medio literario mexicano (noto que con un dejo de amargura), sabe, a manera de secreto a voces, o probablemente me estoy viendo muy pesimista y quizá estoy dando un voto de confianza a Yepez.
Sin embargo, no todo es luz y sombra. De veras es aplaudible que autores de tu talla se propongan (o por lo menos así lo veo) como un oasis en medio de este marasmo desértico. Y mucho más: me parece que lo que propones es lo que se debió hacer desde hace mucho tiempo, no sólo para calmar las aguas, sino como un sano ejercicio de auto conocimiento de nuestra historia literaria. Lástima que las buenas intenciones no procedan por inoperatividad burocrática, o peor…
Siempre es un placer leerte, Alberto
Gracias. 🙂
Coincido contigo, preclaro Chimal. Agradezco tu artículo.
Gracias a ti.
Poco que agregar, pero quiero colocar aquí dos acotaciones:
1) Si la literatura mexicana fuera relevante en términos globales, esta antología pasaría como una más. No lo es y por ello un libro que aparecerá entre decenas de miles más para los lectores franceses se convierte en un objeto de gran controversia. Tristemente detrás de muchas de las opiniones leídas lo que parecía prevalecer era un reclamo velado del que suscribía por no haber sido incluido, lo que me lleva a…
2) Exigirle al poeta, el oficio más subjetivo del mundo, que haga una antología perfecta es un absurdo. Por otro lado, tal antología es inexistente. En un tono borgesiano tendría que ser tan incluyente que acabaría volviéndose un volumen de millones de páginas para incluir a todos los que lo ameritan y dejarlos contentos, y eso es imposible.
Gracias por tu texto y saludos.
B
Hola, Bef. Gracias por leer. Supongo que leíste la nota de María Rivera sobre la antología de poesía, y de ahí viene lo que dices. Andaba a la busca de algo de contexto cuando me referí a ella. Ahora encontrarás en el texto una ficha sobre el libro.
Estoy de acuerdo en que es imposible dejar a todo el mundo contento, pero la verdad no me interesaba discutir aquí ni esa antología, ni la pelea Yépez-Domínguez ni el malentendido alrededor de Juan Villoro (que es eso, por cierto: según veo ahora que escarbo, el nombre lleva a engaño aunque el premio tiene una historia larga, muchas personas saltaron a opinar sin informarse como es la costumbre, otros más saltaron ante los saltos de otros… y de ahí al griterío de siempre).
Por otro lado me quedo pensando…
¿En qué términos debería ser relevante la literatura mexicana? En términos comerciales no lo es, y supongo que a eso te refieres. En términos artísticos sí que lo es, aunque de la forma limitadísima que le es permitida en un mundo editorial insultar y chauvinista (tú sabes bien cómo es eso: recuerda lo que le pasó a tu Ojos de lagarto, que según yo debería ser parte del canon nacional en lugar de muchas otras).
Pero la relevancia que más importa es la que más falta: debería ser relevante para nosotros, para los mexicanos. Es lo que nos falta (re)hacer. Un abrazo.
Estamos hechos pedazos, en más de un sentido. Leo tu nota, concuerdo muchísimo con todo lo que dices, y lo único que puedo concluir es que ese desinterés también tiene su origen en la gran disociación que se hace entre lo «cultural» (concepto que abarca a veces algo amorfo e inasible) y la «vida real». Y, como dices, ese alejamiento se origina en un sistema educativo que no funciona y no construye, no nos enseñan a imaginar, ni a leer, incluso ir a un museo no pasa de una tarea aburrida cuando estamos en primaria o secundaria. Todo eso, además, es solo una pieza de un sistema mucho más grande, que nos tiene acogotados.
Todo esto me tiene de un ánimo muy pesimista, porque el panorama va de negro a malísimo. Creo que no puedo aportar a tu análisis. Lo único que me resta por decir, además de que estoy de acuerdo contigo, es que ojalá el trabajo que hacemos, por mínimo que pueda ser, ayude en algo a que ese panorama no sea absoluto.
Ojalá que sí, Libia. En estos días todos esos trabajos son, a su modo humilde, labores de resistencia. Así lo creo.
Es tiempo de cambios y de ser creativos en la difusión, como comentan, el sistema no nos enseña a leer, el negocio editorial en las instituciones educativas está muy prostituido. Hay una competencia desleal, y empiezan a nacer «editoriales» que solo cumplen el sueño de algunos escritores, (Ser publicados), incluso cobran por ello. Pero no hay estrategia de difusión y por ende tampoco una de comercialización. En un evento que realicé me lleve la sorpresa de que el escritor quería cobrar por hacer una presentación de su libro, no obstante que todo el evento era con una temática de su primer obra publicada.
¿En qué momento se pierde el cemento?
Si una empresa promotora de la lectura tuviera que pagar a autores por presentar su libro en la ciudad en la que viven estas empresas promotoras dejaríamos de existir, de por sí, vender libros, y vivir de ello, ya es un arte, el coartar los idearios de esta manera provocan la desolación de la proyección, y sí, solo es una de ellas.
Por otro lado también veo lo inalcanzables que se dejan ver algunos escritores, son pocos(Realmente pocos) como tú, que se preocupan por tener una interacción con sus leyentes y los que no lo son.
Gracias por comentar y por lo que dices. Me parece que mucho de los problemas que comentas tiene que ver con cómo se han pauperizado las artes en nuestro país. Otra de tantas tareas pendientes…
Gracias, Alberto, que me perdí y necesitaba un comentario crítico. Yo tengo la sensación de que sí, hay una literatura que cada vez habla más a sus lectores pero, como bien dices, no tiene la bendición de la «intelectualidad». Una pena, pues, si lo bueno sería simplemente leer. Abrazos.
Abrazos, Cin. Nada de esto es el problema más serio del país, evidentemente, pero sí asoman por ahí algunos síntomas. Gracias por escribir.
Es que la cultura y, particularmente la literatura, no «dejan»: un efecto colateral, quizá uno de los más lamentables, de la enraizada corrupción que nos caracteriza.
«todos esos trabajos son, a su modo humilde, labores de resistencia.» es una idea en la que creo que podría resumirse toda literatura, toda escritura: un acto de resistencia (y a mi memoria escapa el autor preciso: ¿Figueiras, Benito Taibo?) que termina por encontrar a su lector/a, también en resistencia, soportando lecturas y textos institucionalizados, institucionales, canónicos, libres, con copyleft, metidos en la creative Commons o en páginas y blogs donde se comparten textos literarios, teóricos, analíticos. Por otra parte, «Humildes labores de resistencia» me gusta como para un título potente, ¿podría usarlo? Saludos!
Hola, David. En tiempos recientes, Benito Taibo ha escrito algo así, si no me engaño. Por lo demás, usa la frase, adelante. 🙂 Saludos de vuelta.