1. Tomar una frase hecha que incluya una metáfora. Por ejemplo, «Llueven perros y gatos», que se usa para indicar que llueve torrencialmente.
2. Escribir una historia breve donde la frase se interprete literalmente. ¿Qué sucede (todavía con el ejemplo) el día en que literalmente empiezan a llover perros y gatos?
Buena parte de toda la literatura fantástica descansa en este truco de la imaginación: dejarla volar (otra frase hecha, pero sirve) hacia lo que el lenguaje puede concebir (decir) a pesar de que las leyes físicas no lo respalden. La sección de comentarios queda abierta, como siempre, para quien desee jugar.
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Valora en Bitacoras.com: 1. Tomar una frase hecha que incluya una metáfora. Por ejemplo, “Llueven perros y gatos”, que se usa para indicar que llueve torrencialmente. 2. Escribir una historia breve donde la frase se interprete literalmente. ¿Qué suce…..
Cada quien es libre de hacer de su culo un papalote…cada quien es libre de hacer de su culo un papalote…cada quien es libre de hacer de su culo un papalote —se repetía a modo de mantra tras haberse enfadado enormemente. Sopló una ligera pero firme brisa que lo levantó, asiéndolo por sus verijas como si ésta fuese un garabato de reses.
Ah, está bueno, Manuel… Como que lleno de aire… 😉
Señor Alberto Chimal, participé con tu cuento «El juego más antiguo» en un festival de cuentería en Medellin, Colombia. Gustó muchísimo. Soy reciente en esto de la narración oral, participé en la categoría «novatos» y ganamos! te involucro porque presenté tu cuento, los debidos créditos y demás… Me han felicitado por hacer una buena selección de las historias y te agradezco que publiques tus cuentos porque de verdad sorprendes con tus historias. Me gusta muchísimo. El premio no fue economico sino poder presentar tu cuento en las comunas de Medellín, al lado de otros cuenteros ya consagrados y venidos de muchas otras regiones… he aquí mi versión (La primera parte de un texto referido de oídas y la segunda es un cuento de Alberto Chimal, mexicano, n. 1970: “El juego más antiguo”).
Había una vez un rey que vivía orgulloso porque en su reino todos los súbditos tenían un arte o un oficio qué desarrollar. Todo lo tenía con solo castañear sus dedos. En su enorme palacio albergaba muchos sirvientes que estaban atentos para atenderle en lo que él requería. Los realizadores de las tareas más insólitas vivían en aquel reino. Sin embargo no tener nada qué hacer, lo mantenía muy aburrido y en un constante tedio que había terminado por volverlo un hombre huraño y malgeniado. Un día decidió que él mismo, para entretenerse, abriría la puerta a las personas que llegaran a palacio y relevó a otras funciones a su antiguo amo de llaves. Pero en poco tiempo su disgusto aumentaba por las variadas solicitudes y ofertas de trabajo con que llegaban personajes de lugares lejanos y que hacían perder tiempo al rey.
Al cabo de unos pocos días, en el tope de su irritación hizo publicar un aviso con un mensaje que decía: “Todo aquel que llegue a palacio ofreciendo un trabajo del que ya exista un sirviente para el rey será castigado con penas de prisión largas”. Aún así muchas personas llegaban con curiosísimas ofertas, buscando un trabajo remunerado, consiguiendo en cambio la mala suerte de la prisión.
Una mañana tocaron la puerta del palacio. El rey disgustado prefirió asomarse por un balcón y gritó al visitante:
-Has de saber que te espera una larga temporada preso si osas hacerme una oferta ya satisfecha.
-Si mi rey, contestó el recién llegado. Pero estoy seguro que sus días de desasosiego han terminado.
-Estás a tiempo de evitar perder tu libertad. No hagas que baje hasta la puerta pues todos los quehaceres están cubiertos.
-Tengo el oficio que necesita y no se arrepentirá de contratarme.
Con disgusto el rey bajó las escaleras y una vez en la puerta y con su guardia a disposición, increpó al terco visitante:
-Qué te estás creyendo para hacerme perder el tiempo así. ¿Eres acaso fontanero, girador de tuercas, hipnotizador de cabras, inflador de globos, jalador de calcetines tragados?
-No señor, en nada de eso me he graduado!
-¿Alquimista, banquero, cloqueador de huesos, chalán de cerdos, domador de pulgas, encantador de serpientes?
-No, no, no, para eso están sus sirvientes.
-¿Saltimbanqui, trovador, urdidor de sacos rotos, ventrílocuo o zapatero?
-No señor, otras cosas prefiero. Llevo conmigo el saber de muchas generaciones, el consejo a los más ilustres señores para que se cuiden de las desgracias que a otros han pasado y en mi memoria cientos de sucesos que, si su majestad lo desea a su tiempo iré relatando. Le diré: soy contador de historias. Soy un cuentero!
-¿Un cuentero? –preguntó airado el rey. ¿Y para qué quiero yo uno en mi reino?
Si usted no tiene un cuentero en su reino le podría pasar lo que le pasó al rey del norte, o lo que le pasó al príncipe de oriente, o como le pasó a la dama de occidente, o como le pasó a esas brujas del sur
-¿Y qué le pasó a esas brujas del sur?
-Pues que por no tener a alguien que las advirtieran acerca de las debilidades y fortalezas que cada una tenía para el combate, les pasó lo que les pasó.
Y allí mismo sobre el dosel real de palacio que contenía el escudo de armas y con un gesto solemne, el cuentero empezó a referirle la siguiente historia:
Ocurrió que en un cruce de caminos a muchos kilómetros del sur, se encontraron dos brujas. Una se llamaba Antazil y la otra Bondur. Eran expertas en sus artes y sobre todo en el de la transformación, que permite a quienes lo saben hacer mudar de apariencia y de naturaleza. Venían de lugares lejanos, y se odiaban.
La causa no se sabía: el hecho es que no podían compartir el espacio en este mundo así estuvieran distantes. El sólo saber que la otra existía, ya era motivo de gran disgusto. Básteme decir que habían conversado, por medios mágicos, y habían decidido: que ninguna toleraría más, la existencia de la otra, y que allí, lejos de miradas indiscretas, lejos de cualquiera que pudiese sufrir daño, resolverían sus diferencias de una vez.
A ese cruce de caminos una llegó por las montañas, volando. La otra por el valle, caminando. Cuando estuvieron cerca, a unos quinientos metros la una de la otra, se detuvieron. Se miraron y no se dijeron nada. Se estremecieron y cada una provocó una gran polvareda seguida de explosiones que ensordecerían a cualquier testigo.
Primero fue Antazil que se convirtió en águila, grande y majestuosa, de garras y pico de acero, y se arrojó sobre Bondur para sacarle los ojos. Y Bondur se volvió una serpiente constrictora, de piel gruesa y verde, y se enroscó en el águila para estrangularla. Y Antazil se volvió agua para escapar de la serpiente, y Bondur se volvió tierra para absorber el agua, y Antazil se volvió lombriz para devorar la tierra. Luego Bondur se volvió pájaro para comerse a la lombriz…
Era el juego más antiguo, lo juega el que no quiere ser descubierto, el que se disfraza de otros para no afrontar con sus posibilidades los problemas que trae la vida , y el que juega pierde cuando no atina a repeler un ataque, cuando no puede hallar una nueva forma, cuando demora demasiado. La lombriz que iba a ser tragada por el pájaro se transformó en gato y atacó al pájaro, que se volvió perro y persiguió al gato, que se volvió rabia e hizo enfermar al perro, que se volvió tiempo, que cura o que mata. La rabia se convirtió en reloj de arena para aprisionar al tiempo; el tiempo se convirtió en piedra para romper el reloj, que se convirtió en martillo para romper la piedra, que se volvió hacha para cortar el mango del martillo…
Así combatieron durante mucho tiempo, con furor cada vez más grande, pues sus odios no cambiaban con sus formas. Ninguna bruja superaba a la otra, ninguna estratagema servía, y así Bondur y Antazil fueron animales, plantas, objetos, ideas, categorías, todas las cosas que tienen nombre, y cada vez más rápido, hasta los caminos que se cruzaban bajo la batalla, se confundieron y el paisaje también cambió.
Y hasta que Bondur, furiosa, se convirtió en hechizo, en magia pura de muerte y ruina. Antazil asumió su verdadera forma y, como bruja, comenzó a disolver el hechizo. Bondur se sentía perdida, apenas pudo transformarse de nuevo, porque en verdad se disipaba en el poder de Antazil, y con gran esfuerzo se convirtió en una espectacular espada y se arrojó sobre su enemiga.
Y he aquí que Antazil, cuando la hoja estaba por atravesarla, se transformó en Bondur.
Pensó que Bondur vacilaría, al mirarse fuera de su cuerpo, y vaciló, en efecto, pues, la espada se detuvo.
Pero luego, esa misma espada que era la verdadera Bondur se transformó, a su vez, en Antazil para estrangularla con sus propias manos, para hacerla pagar por el horror de verse a sí misma. Y entonces se vieron.
Sí, Antazil con la carne de Bondur, Bondur con la de Antazil, pero también con los pensamientos de la otra, sus recuerdos, sus motivos para la vida y el arte y el combate. Y cada una comprendió a la otra, como nunca había comprendido nada en la existencia, lo que no comprendieron fue el motivo de sus odios. Dicen que se miraron con tristeza al sentirse ignorantes de un odio sin sentido, que generaron una gran polvareda y se cree que volvieron a su esencia original.
Nadie lo sabe.
Hoy por hoy, sin embargo, dicen que ya se encuentran en las fiestas de brujas, en esos mágicos aquelarres que se celebran de cuando en cuando y que conversan animadamente.
Si ve mi rey, por eso debe tener un contador de historias, que lo entretenga, lo prevenga y lo oriente. Porque si no lo hace le puede llegar a pasar lo que le pasó al rey del norte, a quien por no tener un contador de historias, le pasó lo que le pasó.
Y el rey cerró la puerta a sus espaldas, pasó generosamente el brazo por encima del hombro del cuentero y lo invitó a quedarse en el palacio mientras le pedía que le fuera contando lo que le pasó al rey del norte!
Estimado Carlos, lo que me dice me alegra y me enorgullece. Le agradezco muchísimo y lo felicito. Pronto le escribiré más largo a su correo electrónico. Entretanto: felicidades y gracias, otra vez.
Con el Jesús en la boca
Tremenda confusión se armó en una joyería popular del centro de la ciudad. Una clienta hizo que se le mostraran todas las medallitas de primera comunión, entre ellas, una imagen de 18 quilates de nuestro señor Jesucristo.
Después de todo el tiempo que el dependiente le dedicó a la señora en cuestión y al ver que realmente ella no tenía la intención de llevarse nada, al menos no después de pagarlo, comenzó a guardar toda la joyería, pero el estuche de aquella imagen del nazareno estaba vacía.
El empleado de inmediato hizo sonar la alarma, a la que acudió pronta la seguridad de la tienda y la policía. Después de que la señora fuera revisada de pies a cabeza en el baño del establecimiento por dos policías mujeres, no tuvieron otra opción que dejarla libre por no encontrarle la mercancía faltante.
La detención, la demoró tanto que no alcanzó la última ronda de transporte público y tuvo que regresar caminando a casa. La recibió su esposo preocupado. -¿Pos ónde andabas vieja? me tenías con el Jesús en la boca.- La mujer sólo repitió -…con el Jesús en la boca.-
Intentaré este ejercicio que, aunque pasado, suena bien.
Teobaldo iba muy tranquilo por la calle cuando de pronto cayó al piso, muerto. Su muerte al principio pareció inexplicable, pero cuando se activaron las cámaras intracerebrales de los transeúntes que pasaban junto a él en ese momento, se tuvo la certeza de que el pobre Teobaldo había muerto víctima de su buena suerte: una gran oportunidad le cayó del cielo pero él, que no estaba preparado para recibirla, murió aplastado por ella.
Qué bueno, Adriana, Magay, que se animan con este ejercicio. (Si funciona para escribir, creo, Adriana, que la fecha en que salió es lo de menos). Saludos…
anda! yo también quiero!
Allí va:
Quien siembra vientos, recoge tempestades.
Todas las mañanas toma su azadón y se marcha a los montes, allá donde la tierra es de nadie o de un nadie a quien poco le interesa, allá donde las culebras tienen canto y los pájaros son parpadeos del cielo. Con la espalda encorvada y el sombrero descolorido, sube hasta donde le parece el mejor lugar. Allí se detiene mirándo alredor, otea el cielo, mira hacia la llanura y con más decisión que fuerza, comienza a cavar. El hoyo debe ser bastate profundo para que lo sembrado pueda brotar sin que se pierda la semilla. Porque es bien sabido que los vientos pueden levantar el polvo y la tierra y crear grandes polvaredas, tolvaneras y tormentas para enceguecer a los hombres, que entonces extrañan la luz del sol. Pero, con gran empeño y basta experiencia, casi siempre el hoyo resulta de la profundidad adecuada. Una vez sembrado el viento, y tras el tiempo justo, la tierra donde fué sembrado comienza abultarse. Y una tarde brota, transparente, un tallito débil de viento, que aprovechando los vaivenes del verano, crece, y crece y crece hasta convertirse en un árbol enorme de viento, que se agita inquieto renegando de sus raíces. Se comienzan a enredar entonces las nubes entre sus ramas transparentes y los relámpagos se confunden con el follaje. Hasta que se viene abajo entre grandes tronidos y retumbares y comienza a caer una tempestad que pacientemente recoge entre sus dedos rígidos y torcidos. Mañana la sacudirá sobre la yerba silvestre. Allí, sobre los tallos, quedarán unas cuantas gotas de agua que atraerán a vientecillos juguetones y núbiles. Entonces riendo a carcajas como un chiquillo, los atrapará en jícaras laqueadas, de donde los tomará con destreza para seguir , incansablemente, sembrado tempestades. 🙂
CORRIJO PORQUE LA REGUE….JE
anda! yo también quiero!
Allí va:
Quien siembra vientos, recoge tempestades.
Todas las mañanas toma su azadón y se marcha a los montes, allá donde la tierra es de nadie o de un nadie a quien poco le interesa, allá donde las culebras tienen canto y los pájaros son parpadeos del cielo. Con la espalda encorvada y el sombrero descolorido, sube hasta donde le parece el mejor lugar. Allí se detiene mirándo alredor, otea el cielo, mira hacia la llanura y con más decisión que fuerza, comienza a cavar. El hoyo debe ser bastate profundo para que lo sembrado pueda brotar sin que se pierda la semilla. Porque es bien sabido que los vientos pueden levantar el polvo y la tierra y crear grandes polvaredas, tolvaneras y tormentas para enceguecer a los hombres, que entonces extrañan la luz del sol. Pero, con gran empeño y basta experiencia, casi siempre el hoyo resulta de la profundidad adecuada. Una vez sembrado el viento, y tras el tiempo justo, la tierra donde fué sembrado comienza abultarse. Y una tarde brota, transparente, un tallito débil de viento, que aprovechando los vaivenes del verano, crece, y crece y crece hasta convertirse en un árbol enorme de viento, que se agita inquieto renegando de sus raíces. Se comienzan a enredar entonces las nubes entre sus ramas transparentes y los relámpagos se confunden con el follaje. Hasta que se viene abajo entre grandes tronidos y retumbares y comienza a caer una tempestad que pacientemente recoge entre sus dedos rígidos y torcidos. Mañana la sacudirá sobre la yerba silvestre. Allí, sobre los tallos, quedarán unas cuantas gotas de agua que atraerán a vientecillos juguetones y núbiles. Entonces riendo a carcajadas como un chiquillo, los atrapará en jícaras laqueadas, de donde los tomará con destreza para seguir , incansablemente, sembrado VIENTOS.
uno mas complicado: hacer una lista de cinco metaforas RELACIONADAS CON EL CUERPO (ej: no tiene corazon) y utilizarlas a todas en un texto de forma literal