Escritura creativa

Mi personaje inolvidable (IV)

4 comentarios

Para cerrar la serie de este mes, otro caso (aproximadamente) de la vida real:

Desde que vine a la ciudad de México, he vivido en seis o siete direcciones distintas. En una de muchas mudanzas, había decidido deshacerme de un sofá-cama en el que había dormido por algunos años pero ya estaba horriblemente maltratado, lleno de agujeros y con más costuras rotas que intactas. Una vecina, a la que llamaré la señora F., me dijo que, pese a su estado, le interesaría tenerlo. Mi pareja de entonces y yo fuimos a dejar el sofá en el departamento de la señora F., que era un cuarto de azotea, amontonado entre otros seis o siete que no tendrían más de cuarenta metros cuadrados cada uno: aquella era una zona «de bajo precio» como las que se pueden hallar en muchos edificios de la ciudad.

Al entrar, no sólo descubrimos que el mueble iba a ocupar casi la totalidad de la «sala»: de inmediato, para ir de la única recámara a la cocina, pasaron, caminando sobre el sillón, dos adolescentes que yo ya había visto anteriormente en el edificio. Eran, supimos, los hijos de la señora F. Él se llamaba Antares y tenía 13 años; ella, Stephanie, tenía 12. La imagen que conservo de los dos es la de su paso por el sofá: ella delante, él atrás, luchando por mantener el equilibrio pese a que el cojín, hecho de esponja forrada, se hundía bajo sus pies. Él llevaba pantalones cortos, la cabeza rapada y una camiseta que le quedaba enorme. Ella traía unos pantalones recortados de mezclilla, el pelo largo y mojado y una camiseta igual a la de su hermano.

Digo que esto es aproximadamente fidedigno porque el hijo de la señora F. se llamaba como otra estrella y la hija tenía otro nombre anglosajón, y además he cambiado otros detalles. Pero otra cosa cierta es que, por mucho tiempo, quise hacer al menos un cuento a partir de la imagen de los dos hermanos y de sus muchos otros detalles (el color indeterminado de la pared tras ellos, la huella de una cucaracha aplastada cerca del piso, el hecho de que era una noche de viernes y hacía un calor sofocante) y nunca pude. Ahora regalo la imagen a quien quiera usarla.

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4 comentarios. Dejar nuevo

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  • A mitad de la ciudad, en el rincón más alto de uno de tantos edificios sin nombre que el tiempo ha transformado en pilastra de losas quebradizas, vivía una madre con sus hijos, Antares y Stephanie, dos hermosos hermanos rubios y bulliciosos de trece y doce años que pasaban el tiempo jugando a que vivían atrapados en la torre de un castillo. Corrían por los pasillos de otros cuartos miserables, entre tendederos, jaulas y tuberías con los que hacían los obstáculos y metas de sus juegos.

    Ella era una princesa, atrapada en esa torre por un hada corrupta, él era una estrella que el cielo había prestado a la infanta para hacerle compañía. Imaginaban que arañas y cucarachas eran emisarios de su carcelera y presurosos las aniquilaban. Las hormigas, en cambio, siempre fueron sus aliadas. El único lugar en que se sentían completamente a salvo y donde lo planeaban todo e inventaban sus historias, era un sillón verde que un mago había puesto junto a una pared tornasolada. Para ellos todo en la vida era juego.

    Una tarde en que el sol quemaba, el muchacho se quitó su única camisa, un viejo pedazo de tela que, por su tamaño, le venía al chico como túnica. En ese momento sopló una ráfaga de viento inesperada que voló ese trapo sucio. Al intentar la princesa atraparlo, en el quicio de la azotea, resbaló. El corazón de Antares se apagó antes de que el cuerpo de su princesa tocara el piso. Al fin estaban libres.

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  • P.D. He de confesar maestro que no sé si así funcione el taller, poniendo en estos comentarios los ejercicios, pero me divierte y disfruto aprovechándolo de este modo, gracias por ayudar a hacer un poquito de gimnasia con las neuronas.

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  • Hola, Fernanda. Justamente es así como funciona: quien lo desee puede dejar aquí sus propuestas. No siempre puedo comentarlas yo mismo, pero siempre pueden ser comentadas por otros visitantes o usadas como referencia. En el peor de los casos, servirán, como bien dices, para hacer un poco de gimnasia. 😉

    Gracias por venir y saludos.

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