El cuento del mes

Melodía lúgubre

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La escritora y activista estadounidense Grace Paley (1922-2007) publicó relativamente poco –apenas tres libros de cuentos y tres poemarios–, pero fue sumamente celebrada durante su vida y actualmente se le considera una de las maestras del cuento de su país. Interesada en el realismo y lo cotidiano, es una de las mejores representantes de la narrativa que en su día se llamó «minimalista», y en la que los conflictos más desgarradores se muestran siempre en la escala más pequeña posible. El humor con que Paley aborda esas situaciones la separa, sin embargo, de muchos de sus colegas, para los que la «escritura simple» se convierte en una fórmula simplista.
      El cuento «Gloomy Tune», sumamente violento y ligero a la vez, apareció por primera vez en 1962 y fue recogido en el libro Enormes cambios en el último minuto (1974). Esta traducción está tomada de la edición de los Cuentos completos de Paley publicada por Anagrama.
      «Técnicamente, la obra de Grace Paley hace que la novela como forma parezca virtualmente redundante», escribió de ella Angela Carter.

Grace Paley. Dibujo de Kirby Salvador (fuente)

MELODÍA LÚGUBRE
Grace Paley

 
Existe una familia a la que casi todo el mundo conoce. Los niños de esa familia se llaman Bobo, Bibi, Doody, Dodo, Neddy, Yoyo, Butch, Put Put y Beep.
      Hay chicas y chicos.
      Algunas madres contratan como canguros a las chicas. Son mediocres, pero baratas. Los chicos piensan ingresar en el ejército.
      Las dos canguros mayores van a muchas fiestas. A veces, le hacen una paja a un chaval. Les gusta hacerlo.
      Son de mentalidad muy estrecha, jamás se les ocurre una idea. Pero les gusta tener razón. Nunca escuchan las ideas de los demás.
      Uno tras otro, Dodo, Neddy, Yoyo y Put Put sacaron de quicio a las Hermanas del colegio. Ellas tuvieron que renunciar y ellos acabaron en el lugar que les correspondía, por descarados: en la escuela pública.
      Hacia los cuatro años empezaron todos a ser malos y a soltar tacos, y a partir de entonces siguieron progresando por ese camino.
      Primero dijeron coño, después puta, luego mamón. Más tarde, cuando fueron un poco mayores, dijeron cabrón, hijoputa y otras expresiones que prefiero no reproducir.
      La Hermana fue estricta al principio, se mostró muy enfadada y fría como el hielo. Nadie se lo podía reprochar. Ni siquiera era madre, no había tenido hijos, ni nada que se le pareciera.
      Se mostró estricta, y tenía razón al hacerlo. Por supuesto, la verdadera razón de que haya descaro y palabrotas es que no hay un ambiente estricto en casa.
      Luego, la Hermana ensayó también la bondad. Les habló muy afablemente. Dedicó tiempo a sentarse con ellos, sobre todo, con Neddy, que era tan guapo y tan listo, y le ayudó en aritmética.
      Fue buena. Enseñó a Yoyo a jugar a las damas. Pero a él no le interesaba ese juego. Al resultar inútil la bondad, no le quedó más remedio que decir en cada caso: Lo lamento, pero debes irte del colegio, que Dios te ayude. No mereces nuestra educación maravillosa. Hay muchos esperando la oportunidad.
      Fue a ver a su madre, que estaba haciendo la colada con una prisa tremenda antes de irse a trabajar. No sé qué pasa, Hermana, dijo la madre. Andan con esos niños maleducados que han venido a vivir al barrio, ya sabe a qué me refiero.
      Oh, oh, dijo la Hermana, que estaba harta de oír continuamente cotilleos maliciosos, oh, oh, ¿de quién somos hijos nosotros, mi querida señora, todos nosotros?
      La madre no dijo una palabra. Porque sabía que la Hermana no podía entender nada de nada. En fin, la Hermana no sabía lo que era vivir rodeada de gente de todas clases.
      Oh, escuche, Hermana querida, dijo la madre, ¿podría usted vigilarme un poco a Put Put? Bobo vendrá ahora mismo a cuidarle. Ya he llegado cuatro veces tarde al trabajo. No tengo más remedio que irme, bien lo sabe Dios. ¿Por qué diablos tardará tanto esa chica? Usted no se imagina las cosas que pasan hoy día en los institutos. Hermana, sé que tiene usted mucha prisa…
      Bueno, dese prisa, dese prisa, dijo la Hermana, que empezaba a sudar. Oh, cuánto siento lo de Neddy. Y lo de Yoyo. Oh, cómo me gustaría no tener que prescindir de ellos.
      Siendo lo que es la escuela pública, no mejoraron, claro está. Empeoraron, y empezaron a decir Vete-a-chuparle-la-polla-a-tu-padre. Creo que ni siquiera sabían lo que decían.
      Jamás robaban. Tenían una navajita, casi de juguete. Empujaban a la gente en los toboganes y, cuando jugaban, tiraban al suelo a quien podían. No serían capaces de matar a nadie, creo yo.
      Decían muchas palabrotas, y se peleaban mucho. Normalmente había alguien que se metía primero con ellos, o que les insultaba primero. Entonces ellos se sentían con derecho a responder con insultos o con puñetazos.
      Un día, no más tarde de lo esperado, Chuchi Gómez resbaló en un charco de aceite de oliva que había dejado una señora a la que se le había caído una botella. La señora recogió los trozos de cristal, pero dejó el aceite. Yo tampoco habría sabido qué hacer con él, desde luego.
      Chuchi dijo, volviéndose a Yoyo que iba detrás: ¿Por qué me has empujado, cabrón?
      ¿Quién te empujó, imbécil?, dijo Yoyo.
      Eres un cabrón de mierda, tú me empujaste. Me he hecho daño en el codo, me empujaste tú.
      Aaah, vamos, yo no te empujé, dijo Yoyo.
      Te vi empujarme, noté cómo me empujabas. ¿A quién te crees tú que empujas, hijoputa?
      ¿A quién llamas tú hijoputa, bocazas? ¿Me lo dices a mí?
      Sí, dijo Chuchi, eso es lo que pienso, que eres un hijoputa, un hijoputa cabrón.
      ¿Me llamas hijoputa cabrón a mí?
      Si, a ti. Te lo llamo a ti. Mira este aceite. Sí, eso te llamo.
      Entonces Yoyo se puso muy furioso porque él y Chuchi habían planeado ir al puerto a pescar anguilas el domingo. Ahora ya no podía ir a pescar anguilas con Chuchi.
      Así que empezó a gritar: No vuelvas a meterte con mi madre, maldito Chuchi Gómez, ¿entendido? Sois unos cabrones hijoputas todos en vuestra familia, empezando por tu padre y tu madre y Eddie y Ramón y Lilli y toda tu gente incluida tu abuela.
      Luego, cogió una tabla que tenía dos clavos y le atizó a Chuchi en el hombro.
      No es ningún sitio del que salga mucha sangre, pero con el aceite y la sangre y todo eso, sólo faltaba un poquito de vinagre para poner a Chuchi en escabeche.
      Entonces Chuchi empezó a dar voces y a chillar: No me mates. Y se fue corriendo a casa con su abuela que era quien le cuidaba.
      Su abuela estaba acostada, y cuando vio a Chuchi, empezó a gritar: No aguanto más este maldito país. Matadme, os lo ruego, que alguien me mate.
      No, no, dijo Chuchi, no te preocupes tanto, abuela. No fue culpa mía. Empezó él. Será mejor que me lleves al dispensario.
      Su abuela se enfadó mucho porque a su edad no la dejaban estarse ni un minuto echada para poder gemir un poco. Pero tuvo que llevar a Chuchi al dispensario. Le pusieron un par de inyecciones para que no se le infectaran las heridas de los clavos.
      En fin, ya veis cómo llegó Yoyo a ser famoso como navajero. La gente conoce su nombre desde Greenwich House hasta Hudson Guild. Es audaz. Es un caso perdido.
      En la escuela cada día rezan por él todos los alumnos, chicos y chicas.

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4 comentarios. Dejar nuevo

  • R. Sonia Padilla Mayllend
    28/12/2018 6:21 pm

    Me gustó, lo sentí ágil, además, jocoso??

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  • Ulises Rodríguez
    24/10/2019 11:18 pm

    Es una historia directa, creo que con muchas metáforas y con un aumento del tono de deterioro conductual y social. ¿El ambiente social con nula presencia de los padres? O ¿una tendencia a la impulsividad? No detecto los detalles que permiten que se le llame minimalista, ¿por la poca cantidad de adjetivos o adverbios? Seguramente es necesario conocer mas historias para detectar el contraste. Muchas gracias Maestro.

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  • Alfonso Paredes
    22/05/2020 11:56 am

    Breve y transparente. Es menester obviar el caldo de posibilidades que la sociedad estadounidense desplega a sus mejores mentes. Pasa de todo y a todos. Es impresionante haber llegado a una sociedad tan desalmada y automtizada. Lo peor: todos obcecadamente copiamos su modelo, ah, sí, se llam americn dream. jajajaj. Me gustan muchos los cuentos de Lucia Berlin, Shirley Jackson, Lydia Davis, y hay otra, que publicó en el New Yorker sus cuentos en los desbordados años 20s que no recuerdo. Gracias por este cuento.

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