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Límites (II)

17 comentarios

La presente nota continúa con el tema de esta otra:
La idea de que un texto como «Sensible pérdid» de Pescetti pudiera ser un «límite» (y que no parece haber convencido a muchos de quienes dejaron comentarios, lo que de entrada es muy interesante) vino de pensar en el concepto de las influencias (literarias) que se ha vuelto tan popular en occidente a partir de la aparición de La angustia de las influencias (1973) del crítico estadounidense Harold Bloom, y más aún desde su libro verdaderamente famoso: El canon occidental (1994).

Harold Bloom

En éste, Bloom se aplica a la tarea de recomendar los grandes libros de la tradición, aquellos que deben leerse, a partir de sus reflexiones sobre la «prioridad» de quienes escribieron en el pasado sobre quienes escriben ahora, y de las carreras literarias como luchas contra esas figuras paternas. En una nuez, dice que la memoria del pasado vuelve imposible el eludir a los grandes precursores, pues sus logros, al ser parte de la historia de la que se nutren los sucesores, se vuelven imposibles de superar; esto, pese a todo, conduce a enormes esfuerzos para intentar, cuando menos, no estar del todo bajo sus sombras enormes. Con estos argumentos, Bloom pretende explicar por qué un puñado de grandes autores –Shakespeare por encima de todos– jamás podrán ser alcanzados: varios de ellos, dice, alcanzan auténticos límites de las posibilidades del lenguaje, más allá de los cuales nada puede decirse.
¿El texto de Pescetti podría ser un límite así? En el fondo no se trata exactamente de una cuestión de calidad literaria. Podríamos pensar que –suponiendo que el cuento fuese lo bastante famoso– cualquier persona que escribiese algo semejante y pretendiera publicarlo podría ser acusada de imitación o hasta de plagio. Pero el asunto no es tan claro como parece. Por ejemplo, se puede considerar el libro Las vocales malditas (1988) de Óscar de la Borbolla, una reunión de cinco cuentos, cada uno escrito con una sola vocal, como se ve en este fragmento:

Abraham amaba a Sara cada mañana clara: pasaba la manaza, arañaba la lana, arrancaba la bata, la abrazaba; clavaba las garras hasta matarla. Sara atarantada callaba harta, Abraham la cansaba. «Ya nada habrá –mascaba tras la sábana–, ama a la mala; ataca, aplasta, brama.» Abraham acababa, apartaba la cara, jamás apagaba la flama a Sara, gran dama avasallada; daba palmadas a la santa, la llamaba «alma»; mas jamas la agradaba. Fracasaba la casa blanca, la sagrada paz. Sara maltrataba a Abraham: «¿Habra raza más mala para la cama?», ladraba. Abraham agarraba la garganta a la casta casada, la arrastraba a la sala. Sara sacaba las palabras mas bravas, las dagas pasmaban la faz al papanatas. La batalla avanzaba hasta alarmar a Satanás. «¡Sarna! !Alacran fatal!» bramaba Abraham. «!Can! !Patán anal!» balaba Sara. Más avanzada la mañana, para hallar más armas arrasaban la casa, a la par lanzaban lamparas, tazas, navajas hasta sangrar (…)

No recuerdo quién, hace años, me recomendaba este libro –por lo demás sabrosísismo– como el camino a seguir, en tanto era una idea espectacular y absolutamente original. Pero resulta que tanto esos textos como los lipogramas en que se basa Pescetti y otros muchos son en realidad parte de una larga tradición de juegos literarios, que se remontan en algunos casos hasta la época clásica.
¿Será que la memoria del pasado no es tan inmutable? Tal vez la percepción de los otros –la aceptación, la fama– no lo sea tampoco, y de ella dependa más de lo que nos agrada (o a mí, por lo menos) admitir. ¿Qué opinan?

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17 comentarios. Dejar nuevo

  • Hola. Alberto. Vi un libro, tiempo atrás, del mismo tipo, y cuyo autor explicaba que se le había ocurrido para sus hijos (para familiarizarlos con las vocales o algo así). No creo que sea el de Óscar de la Borbolla (¿o sí?).
    Lo que preguntas (ajijos)… El buen Bloom parece haberse donado a una cruzada de rescate de la tradición literaria, y quizá, si no es necesaria, al menos no estorba. ¿Por qué? Quizá por lo que muchos autores, Borges entre ellos, proclamaron: la lectura de un libro siempre es distinta, no sólo en tanto es una experiencia individual sino también una experiencia cultural y de época. De modo que los límites de antaño rotan, el empleo del lenguaje cambia y la percepción de los lectores persigue siempre nuevos horizontes. Para algunos puede resultar una provocación afirmar que lo hecho por Shakespeare es insuperable. Lo es. Pero asumir que nada más puede decirse que no haya sido dicho por Shakespeare es, por reglamentaria necedad, un asunto discutible. Si lo decible se reduce a un número finito de combinaciones articuladas de signos, lo decible es paupérrimo. Si lo decible es la infinita formulación de expresiones para un mismo asunto, lo decible es indecible: infinito. Pero no creo que la idea de la pregunta vaya por ese camino. Me parece que más bien tiene que ver con tu apunte final: la historia y la percepción de los otros. La historia cambia, se sabe, y no siempre para ratificar lo sabido. La percepción de los otros también cambia. Los límites no parecen tan rígidos como antes. Más bien parecen líneas de pintura sobre una marea caprichosa. Tan caprichosa, me temo, como la aceptación y la fama. Muchos saludos (y, ya vi en el blog de Shered, ¡muchas felicidades por tu novela!)

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  • Yo no soy muy afecto a estos juegos (medio excentricos) literarios, los encuentro divertidos, fugaces, pero no me producen ese placer de la lectura o de un buen argumento. Por que bueno, todo el juego depende de la orginalidad del mismo, pues ese es un su gran atributo; asi al encotnrar siquiera una peuqeña parte de esta orginialidad en otro cuento, será facilmente reconocible y acusable de plagio o cosas similares. Evidente ¿verdad? perdon-

    En cuanto a las figuras paternas y literarias (Shakespeare) creo que la tradicion los convitio en estos semidioses inalcanzables y omnipresentes (paso natural de un clasico): Yo no he ledio ni 1/4 de la obra de shakespeare y me se la mayoria de los argumentos: Para mi eso reafirma la idea de Bloom. No me gusta pensar que son inalcanzables, pero tambien creo que ya no es una competencia directa con Shakespeare, sino con todo los que lo han competido tambien (directa o indirectamente). Entonces la comapracion es terrible, enorme abarca todoa la literatura y el autor se puede sentir indenfeso. Quizá exagero, quiza es demasiado ingenuo, pero la literatura en el esatdo de crisis en el que está (por lo menos en mi pais) debe sufrir esas comparaciones para ser leida, de tal forma que trasncienda a los estantes al lado de Shakespeare.

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  • Antes que nada, gracias por el trofeo. Por ahora no tengo dónde ponerlo, pero lo pondré en cuanto tenga.
    Luego, es la primera vez que veo la expresión «en una nuez» en español.
    Y tres, ya viniendo al caso, casi, por fin: acá hay una colección de juegos de palabras bastante buena.
    Y cuatro, ya que estamos, no me convence que la motivación para escribir algo sea superar o desmarcarse de Shakespeare. No es tan edípico el asunto. Está la cosa de que tal o cuál diga «pero es que no es como Shakespeare», pero eso ya era obvio desde que uno no se llama William. Y tampoco son carreritas.

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  • No son carreras, es cierto, pero no se debe partir del fracaso; Shakespeare es uno de tantos citables al caso.

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  • Hola a todos… Yo tampoco creo que se deba partir del fracaso, como dice Fernando (y ésta es, por cierto, la actitud de no pocas personas).

    Por otro lado, tampoco creo mucho en lo dicho por Bloom, o al menos no en sus ideas más apocalípticas. Existe la influencia, sí, pero en efecto no se trata de hacer carreras (la idea de «voluntad de poder» que a veces aparece en relación con Bloom suena más a discurso motivacional) y el mito de los padres que no pueden ser muertos por los hijos oculta que hay más en juego en el proceso por el que se construye (o no) nuestra memoria. Ni siquiera la fama de los grandes clásicos ha sido siempre igual: en algunos casos se les ha olvidado y recobrado hasta después de cientos de años. Y la mayor parte de las personas en este mundo tienen otra idea de la permanencia, o bien no se la plantean, sea porque están demasiado ocupados intentando sobrevivir o porque más bien se alimentan de imágenes, satisfacciones inmediatas, etcétera.

    Ojalá sigamos conversando, muchos saludos.

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  • Hola que tal?, interesante el blog!, nos leemos, saludos,

    JD

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  • «Y la mayor parte de las personas en este mundo tienen otra idea de la permanencia», ese era mi punto.

    «Live Forever»

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  • Hola, JD, un saludo.

    Ah, y Julio… No es exactamente una novela. Pronto sabrás qué quiero decir.

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  • Hola, Alberto. Shered ya me advirtió de qué se trata… Disculpa el apresuramiento. Saludos (y gracias por adelantado)

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  • De Límites Rerum

    Un saludito, un matiz y algunos manchones de pintura 🙂

    Leo lo que nos cuenta el maestro Chimal, salto de aquí para allí, río y sigo saltando… Tomo las palabras de Julio Salinas como un trampolín:
    «La percepción de los otros también cambia. Los límites no parecen tan rígidos como antes. Más bien parecen líneas de pintura sobre una marea caprichosa.»

    Salto. ¿Dónde caigo? Aquí:

    http://www.artbacus.com/textos.htm

    Por suerte esta vez no me he dado la cabeza contra el fondo de una piscina vacía ayayayayaaayyy qué bien!!!

    En tal sitio http://www.artbacus.com/textos.htm una disquisición interesante e inspiradora para los buscadores de límites u horizontes.

    Espero que lo disfrutéis tanto como yo 🙂

    Un abrazo mediterráneo

    Jimena

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  • Por supuesto, Alberto, que la fama depende de lo que le gusta a quien dice en esos momentos qué es lo que debe leerse, claro que no nos gusta admitir que depende del gusto de unos cuantos el que se nos llame buenos escritores, suena un tanto cínico aceptarlo de entrada, pero es así, tal vez vivimos en una época cínica, es posible.

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  • Hola Alberto, primera vez por tu sitio. Me ha gustado. Está interesante (incluidos los concursos), y las reseñas como la Narcsexpunkpop me agradan mucho… a veces uno está buscando que nuevo libro comprar o conseguir, y a veces también, hacerlo es una pesadilla (con las sobreofertas de mafufadas)… así que estaré regresando. ¿Es nada más una sóla recomendación al mes?… Saludos!

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  • yo creo que los límites del lenguaje están en la inteligibilidad, asunto que como nos lo muestra tanto el texto de «sensible perdid» como el comentario de Mame en límites I, es mucho más complicado que simplemente el orden de las letras, incluso de las palabras yo puedo escribir:

    «el tiende orden a pensamiento poner»

    Y sin demasiado esfuerzo podremos saber que se intentó decir. Ahora bien, esto es posible porque compartimos una serie de codigos lingüísticos como hablantes de una lengua.

    si yo escribo:
    «als wird ihm von Konstrukt ein»

    Sólo aquellos que saben alemán sabran si esta frase puede tener un sentido o no. En este sentido Pescetti no hace más que recurrir a estos terrenos de la inteligibilidad.
    Sin embargo, la discusión de Bloom me parece se dirige más bien hacia el debate acerca del «autor» (obviamente Foucault de por medio). ¿Puede alguien atribuirse como autor individual deuna obra? ¿Hay una obra tal que no haya sido «creada» por alguien más?
    Para muchos el debate está en las funciones y el papel de lo indivudual en nuestras sociedades modernas. Para la crítica posmoderna, la imposibilidad de la existencia de tal individualidad.

    Saludos

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  • Alberto, hola.

    Como siempre, es una discusión muy interesante y no menos sabrosa. Mis puntos de vista.

    La teoría de Harold Bloom, como sabes, tiene sus aristas por las que han criticado otros teóricos. Por ejemplo, la idea de un canon ideal que parte de la misma literatura, es decir, que la misma literatura impone su literatura, encontró frente en la teoría sociológica de los campos culturales, que dice que el canon es una construcción social y forma parte de todo un sistema colectivo: el editor o los editores que por diversas cuestiones(no siempre estéticas) prefieren a un escritor (cualquiera que sea su nombre) lanzarlo, precisamente, al puesto de escritor. En este sistema poco interviene una situación del lenguaje, y se alcanza fama y popularidad.

    El caso de una literatura contundente, que lleve al lenguaje al agón (¿es una de los puntos de análisis de Bloom, no?), es más ideal y más seductora a quienes gustamos de las buenas letras. Pero el conducir la literatura a un límite, no siempre tiene que ver con la aportación de un juego literario que, como ya apuntaste, puede ser una situación tan manida que lleve siglos practicándose. Sí, pensaría que es el reconocimiento de una tradición, pensando como Bloom. Me parece que era Roberto Bolaño quien decía que Borges era el mejor escritor del siglo XIX. Y pensaría como él si me concentro en algunas peculiaridades de su estilo pero no sus estructuras narrativas, ni en su, qué decir, excelente prosa.

    Creo que el planteamiento de un límite del lenguaje es más cercano a una idealización de la literatura, lo que no me parece mal. Pero si, por ejemplo, en el caso de Pascetti, lleva su literatura un agón que ya había sido planteado, ¿cuál es el límite que ha descubierto? En otra de tus discusiones, percibo, se critcó, por algunos colaboradores del blog, con contudencia a la literatura basura, que otros podrían haber visto como una vanguardia. Ese esfuerzo literario sería un límite, pero -considerando la recepción de los letrados- no un límite afortunado.

    Y sin embargo nada de esto explica el placer que produce la lectura de Pascetti, de De la Borbolla o de los autores de Moho. Pero, a veces también las reglas del arte son una realidad triste para quien aspira a una literatura verdadera.

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  • Mientras preparo una tercera entrega sobre estos asuntos, me quedo pensando en la idea de que la literatura se repite interminablemente, pero no sólo en los temas y personajes que son objeto de copia, o en las «influencias», sino en el mismo proceso de la lectura, que es siempre igual para cualquiera que lea y que descubra un texto nuevo, aunque los textos posibles y las circunstancias de su lectura sean infinitos. Quiero decir que cada uno de nosotros, mediante las lecturas que le trae el azar o la voluntad (o la voluntad de otros: éstas son las peores), crea su propia tradición, su horizonte de lecturas, en el que no necesariamente entrarán las consideraciones sobre la prioridad ni siquiera el impulso, tan fuerte en estos tiempos, de seguir a la fama. ¿Son «válidas» estas visiones subjetivas, personales del mundo de los libros? No sé. Pero de que existen, incluso ahora…

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  • Alberto, gracias por las respuestas.

    Estoy de acuerdo contigo. A mí también me maravilla encontrar empatía con los gustos de un escritor que vivió hace cien años, por ejemplo, y que él escribió justamente lo que yo quería leer o, más aún, lo que me gustaría escribir. ¿Cómo medir ese milagro? Claro, en nuestro afán de objetivistas nos quedaríamos mudos, como nos quedamos, por más que comencemos con el tartamudeo académico. Y voy con franqueza: por más provocaciones que suscita el texto de Pescetti, no me parcería que llega un límite de la literatura, como creo que sí lo hace De la Borbolla, por ejemplo. En esta franqueza también está mi límite de lectura y el de mi tradición, límite y tradición que probablemente coincida con el De la Borbolla (con todas las circunstancias extra páginas que también darían forma a esa hipotética tradición).

    Espero con gusto la lectura de la tercera entrega de Límites.

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  • Flor Moreno Salazar
    30/08/2006 11:32 pm

    Hola Alberto!
    Sin duda, tus comentarios son muy interesantes. Me encantaría que pudieras tener una charla con mis alumnos de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UVM, Campus Toluca. Dentro de la materia de Letras Contemporáneas leímos algunos cuentos de Oscar de la Borbolla y ellos estarían fascinados de platicar contigo acerca de «Las vocales malditas». Y sobre todo de tu apreciación como escritor, pues también estamos leyendo tu libro «Gente del mundo».
    Muchas gracias, y ojalá pudiéramos concertar una cita.

    Responder

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