El suplemento Arena, en el que tuve por algunos años la columna «Mundo raro», llegó a su último número el domingo pasado; los nuevos dueños del diario Excélsior, que lo publicaba, simplemente «avisaron» que ya no habría más, con la prepotencia y la tontería que nuestros prohombres ya ni se preocupan en esconder. La desaparición es otra mala señal de estos días (otra de muchas). Y éste es un artículo que apareció en Arena y luego, el año pasado, en La materia no existe. Se lo dedico a Miguel Barberena, amigo y editor generoso y solícito.
Para ilustrar que los comienzos son difíciles, como dice el cliché, pero también que nada debiera concluirse de ellos y son engañosas las imágenes románticas del esforzado que da sus primeros pasos contra toda esperanza, y triunfa de las dificultades por la mera obstinación, etcétera, presento esta anécdota:
En una escuela por la que pasé, hace más de quince años, varios amigos nos reuníamos para leer. Ninguno, por supuesto, pertenecía a los grupos de glamour y belleza y salud aeróbica que reinaban sobre la plebe de cada salón, pero ése es otro cliché. Cada fin de semana íbamos de casa en casa, en tertulias tan largas que se prolongaban (a veces) hasta la mañana siguiente. Se suponía que todo era parte de un taller, llamado «Textos nómadas» y patrocinado por la propia escuela, quien había contratado al organizador de todo aquello: Porfirio Hernández, poeta y amigo querido, como una de varias actividades culturales que ofrecía el plantel.
«Textos nómadas» fue cerrado oficialmente al poco tiempo, porque se llevaba a cabo en casas y no en instalaciones del plantel y quién sabe a qué vicios nos entregábamos sin vigilancia constante, supongo (en la misma escuela pasó aquella otra historia, la del muchacho que ganó un concursito local con un cuento tan «perturbador» que el vez de darle su premio le exigieron que fuese con un psiquiatra). Pero Porfirio fue tan generoso como para continuar con las reuniones. Poco a poco, además, quienes también deseábamos escribir –y éramos los más; véase el cliché arriba mencionado– nos fuimos decidiendo a presentar nuestros textos, o por lo menos a trasladar parte del tiempo que pasábamos juntos a fines distintos de leer y comentar nuestras lecturas. Parte de esos fines fue también convivir, simplemente, y fiestear como hace todo el mundo (no sé si alguno de nosotros creyó alguna vez en el tercer cliché enorme de esta nota, a saber, el de las fiestas de los escritores como parte del proceso divino de la inspiración y por lo tanto más finas o menos abiertas al ridículo y al carnaval mientras más desaforadas y excesivas, al contrario de las del pueblo llano); parte, con el tiempo, fue jugar «Lapidarias».
No sé de dónde viene el nombre, que Porfirio propuso. Se juega así: en una hoja de papel, cada jugador hace una tabla con varias columnas, cada una de las cuales debe estar encabezada por un concepto más o menos abstracto; la serie original que empleábamos era Ego, Amor, Muerte, Historia y Tristeza. Luego, como cuando se juega «Basta» (¿la gente todavía juega «Basta»?), en cada turno se debe llenar la totalidad de las columnas, pero no con palabras solas sino con textos breves, y el primer jugador en llenarlas avisa que ha terminado para que los demás no puedan alcanzarlo. Los textos para cada columna se crean eligiendo, de algún modo azaroso, una palabra concreta que se pueda unir a las categorías abstractas y estimular la imaginación.
Por ejemplo, «espejo», que pareada con Ego dio una vez: «Lleno de locura me encontré en el espejo. Después, me amé.»
O «botella», que unida con la categoría Sorpresa (porque Tristeza nos pareció demasiado restrictiva luego de algún tiempo) dio esto: «El náufrago metió el mensaje en la botella, pero luego no pudo sacar la mano».
O «fosa», que cruzada con Muerte dio mi primera minificción publicada. Por alguna razón estaba orgulloso de ella y la titulé
EL PUNTO EXACTO
–Ya llegamos –le dije–. Éste es el punto exacto.
–¿Exacto para qué? Sólo veo es una fosa.
–Exacto –y disparé.
Desde luego, la idea de que las raíces del trabajo de un escritor puedan verse tan claramente como su destino y la alturas de sus logros desde el primer texto es (o así lo espero) un cliché más. Ahora diría que la palabra «fosa» queda muy forzada en el cuentito y que el intercambio no suena muy convincente. Además, parece menos un cuento que un chiste, lo que ocurre todavía más claramente en los textos previos (retengo, desde luego, los nombres de todos los autores).
En aquel tiempo llegamos a pensar que las «Lapidarias» eran una hermosa máquina de pensar, una especie de manantial inagotable. Recuerdo libretas en las que se guardaron numerosos textos elegidos por aclamación. Hubo pequeñas antologías de los mismos textos en revistitas olvidadas. Haríamos un libro colectivo, qué va, haríamos varios libros, uno de cada quién. Al mismo tiempo, desde luego, luchábamos con la escuela, con «la vida» (de seguro se entiende por qué puse comillas) y con cualquier texto más extenso o menos fácil de formular como una conjunción de dos palabras, y por lo tanto debería recordar también más de un cuento largo que nos parecía perfecto pero se diluyó tras meses o años de pequeñísimas mejoras, mientras su autor no conseguía completar ningún otro; debería recordar a la gente que se decidió por tener profesiones de provecho, o por formas de entretenimiento que exigían menos esfuerzo: ver dibujos animados, por ejemplo, en lugar de hacer relatos, o simplemente emborracharse, sin tertulia ni nada. Debería pensar si hay alguna «lección de vida» (como si la frase tuviera sentido fuera de la televisión) en todo esto.
Por otro lado, la gente sigue segregando minorías que se reúnen en tertulias reales o virtuales a escribir cuentos brevísimos. Y la mayor parte de los escritos siguen siendo terribles, y los detractores de la minificción como género, que apenas comienza a reconocerse, siguen teniendo abundante material para sus argumentos. Omito, por ser un cliché, la parte sobre la experiencia colectiva e imposible de comunicar, el peso del pasado, la melancolía.
Etcétera.
8 comentarios. Dejar nuevo
Yo no estoy convencido de la mini-ficcion, pero solo tengo un argumento: mi gusto personal. Por lo demas ¡Que envidia! por aquello de las tertulias. Creo que en mi caso la escritura siempre ha sido un ejercicio de misantropia (no totalmente), pero bueno no hablaré más de mi.
Me gusto el articulo, quisiera creer que esos ejercicios aun se hacen fuera de los circulos literarios.
Por otro lado, que lastima que ese periodico lleve tantos años cayendose a pedazos.
(Por cierto sigo sin encontrar «el Novellino» y «Ejercicios de estilo»)
Saludos Alberto
Hola, Fernando. Espero que un día de éstos comentemos lo de la minificción con más amplitud. Por lo demás, imagino que ejercicios así se hacen con frecuencia; yo mismo espero poder proponerles otros en taller, también en el futuro cercano.
Ah, y lo del suplemento es una pena, además de por la negra historia del diario, porque a despecho de las dificultades Arena era (creo) muy bueno. (¿No das con los libros? Déjame pensar qué hacer… Un saludo.)
Miguel Barberena se merece esta dedicatoria. Una persona abierta, que puso a Arena en el lugar importante que tenía (y siempre tendrá) y que tuvo la generosidad de poner al alcance de quienes con su calidad de escritura y amor a la literatura, publicaban cada semana para beneplácito de nosotros, los lectores. Es una gran pena que ya no lo vayamos a tener, en verdad se siente su ausencia en el corazón y en la mente.
Y para completar el cuadro mexicano, lei en la bitácora de Aldán, que una poeta, María Rivera, está recolectando firmas para ver si se puede ayudar a que La casa del poeta no deje también de existir. Que cosas, pobre México.
Muchos saludos
Sé que es tarde pero acabo de descubrir tu blog, de hecho el anterior y debo decir que me encantó tu post de Andersen. Cuando yo era niña, veia con fanatismo una caricatura sobre los cuentos de Hans Cristian Andersen, no sé si la viste, pero existía una osita que si contaba bien las historias, le daban una joya y si juntaba varias, se convertiría en un hada.
Me encantan sus cuentos y creo que mi afición es lo que ahora me hace aferrarme a la niñez que con sus textos tanto amé.
Lindo blog.
Saludos, Chio.
Magda, muchos saludos. Es verdad lo que dices de Arena; por otro lado, parece que lo de la Casa del Poeta no sucederá, lo cual es de alegrarse. Seguimos en contacto virtual…
Rocío, gracias por lo del blog y la nota sobre Andersen. No conozco la caricatura, pero sí la sensación. 🙂 Un saludo.
[…] -Alberto Chimal, “Sorpresa” […]
Hola, no sé con qué frecuencia alimentes este blog, a título personal, admiro tu trabajo literario, un abrazo Alberto, saludos desde Toluca siempre fría.
Tengo la espinita de escribir al menos por hobby y encontré tu blog. Muchas gracias.