En una nota de Timothy Callahan, aficionado y estudioso del cómic, descubrí la existencia del número 113 de la revista Batman (publicado en febrero de 1958): una ilustración inusual del problema de la flor de Coleridge.
La historia, con guión de Ed Herron y dibujos de Dick Sprang, es como sigue. Una noche, Batman sale de su casa en un curioso estado mental: no sabe exactamente para qué sale, por qué sin Robin, hacia dónde se dirige. Ya en el aire, en su batiplano, tiene una experiencia de lo más extraño: la cabeza le da vueltas y de pronto ya no está más en el interior del avión:
El estado de disociación en el que Batman parecía encontrarse era sólo el comienzo: ha sido transportado, por medio de una tecnología muy avanzada, al planeta Zur-En-Arrh, en el que un imitador y fanático (el científico Tlano) desempeña el papel de héroe justiciero al modo de Batman. Tlano ha traído a su ídolo y para pedirle socorro: necesita repeler una invasión extraterrestre y sólo el Batman original puede ayudarlo.
La razón: en Zur-En-Arrh Batman tiene poderes sobrehumanos semejantes a los de Supermán: es invulnerable y muy fuerte, puede volar… Estos poderes serán el complemento perfecto de la tecnología muy avanzada que posee Tlano, y de la que el aparato más llamativo es el Bat-Radia: una versión seudocientífica de la caja mágica, cuya utilidad y funcionamiento se explican con un discurso sin mucho sentido pero salpicado de términos que suenan a técnico (una estrategia habitual de la ciencia ficción y el cómic de superhéroes de la época). Por supuesto, la invasión es repelida por Tlano y Batman, y al final éste es enviado de regreso a la Tierra, pero no sin que su admirador le dé un regalo de despedida: el Bat-Radia, que «no funcionará en la atmósfera terrestre» pero será, reconoce Batman, «el constante recordatorio de una de mis más extrañas aventuras».
El cuadro más importante de toda la historia es el último. Ya de vuelta en su avión, sin que hayan pasado más que unos instantes desde el momento de su partida, «Sería mucho más fácil considerar esto un sueño…», dice Batman; «pero ¿cómo podría? ¡Porque en mi mano tengo el Bat-Radia!»
(la imagen se puede ampliar haciendo clic sobre ella)
Como el soñador en el fragmento de Coleridge, al que el escritor hace despertar con una flor que cortó en un sueño, Batman recibe una evidencia de su paso por un mundo del que él mismo parece dudar. Pero al contrario de lo que sucede en Coleridge, el guión de Herron no se detiene a considerar si en efecto el viaje pudo haber sido sólo un sueño, y en cambio permite que el personaje se limite a aceptar lo sucedido con una sonrisa.
La historia comienza mostrando a Batman en una especie de trance, y su aturdimiento al ir al planeta misterioso y al volver de él está sugerido con una curva que parte de su cabeza: uno de muchos signos de «taquigrafía» visual que sugieren lo invisible –como las largas líneas que indican la velocidad del movimiento en el manga clásico–, pero que, acompañada por la «irradiación» o aura que rodea al personaje, podría sugerirnos ahora gran cantidad de sobreinterpretaciones (un estado místico, una alteración semejante a las que se representan en el arte psicótico). Sin embargo, ni la historia ni el personaje sugieren tampoco que éste pudiera estar trastornado. Su concepto de lo «real» es distinto.
Historias como ésta abundaban en los años cincuenta: un signo más de la paranoia de la época (éste fue el tiempo de la «caza de brujas» anticomunista, por ejemplo) fue la campaña contra las historietas se superhéroes, muy populares durante la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente después, iniciada por el psiquiatra Fredric Wertham (1895-1981), discípulo de Freud y Kraepelin y emigrado a los Estados Unidos desde su Alemania natal. Wertham publicó un libro: La seducción de los inocentes (1954), en donde denunciaba al cómic existente en su tiempo por considerarlo inmoral e incitador de violencia. La reacción pública de rechazo y hostilidad hacia las revistas de historietas fue tal que las propias editoriales crearon el «Comic Code», un sistema de autocensura que existe (aunque modificado y menos estricto) hasta hoy. En su momento, apartarse de las normas del Comic Code era imposible, y las historietas de Batman y personajes semejantes se hallaban fuertemente sujetas; en lugar de recurrir a temas de la literatura policial, como en los comienzos del personaje, los guionistas se veían forzados a buscar historias menos «inapropiadas» que contar y frecuentemente acababan en lo más escapista de los subgéneros de lo fantástico.
Ahora bien, esos argumentos, aunque casi siempre ingenuos, eran también enormemente imaginativos. Hoy estaremos más acostumbrados al cliché del Batman «oscuro», el justiciero torturado y violento que apareció en la película de Christopher Nolan y, previamente, en el trabajo de historietistas como Neal Adams y Frank Miller; sin embargo, antes de ellos (y de la serie televisiva contra la que se rebelaban, y que ahora podría leerse como una parodia de la versión de Nolan) el personaje fue el aventurero luminoso e impredecible de Herron, Sprang y otros creadores obligados a superar las mismas restricciones: el Batman de los cincuenta es un héroe que, a falta de una realidad tangible sobre la que actuar o comentar, se adentra en numerosas experiencias interiores, alegóricas, de la simple imaginación. De hecho, la aventura del héroe convocado por medios ignotos y transportado, en una especie de rapto que no puede explicarse, a un mundo lejano, para pelear junto a un extraño doble de sí mismo y volver casi en el mismo momento de su partida, como si sólo hubiera soñado, es bastante sencilla y hasta rutinaria si se se le ve en el contexto del «repertorio de bizarrías» (la frase es de Emiliano González) en el que fue concebida: el personaje no era en aquel tiempo un concentrador de los temores sociales y el ánimo justiciero y puritano de los Estados Unidos, como lo es ahora, sino una sonda: un explorador de las posibilidades de la mente en una era abiertamente represiva. Más flexible que otras versiones de sí mismo: menos atado por convenciones «realistas», este Batman puede aceptar simplemente la existencia del aparato mágico que está en su mano e integrar esta aventura a todas las demás sin que su cordura corra peligro. Habita en un mundo de lo maravilloso –que no es como el nuestro y donde lo que sucede, por extraño que nos parezca, es rutinario para quienes lo habitan, como el Macondo de García Márquez o la Tierra Media de Tolkien– donde los exraterrestres existen, pueden ser admiradores de los héroes terrícolas e imitar sus vestimentas; donde el toda exploración, incluyendo la de los mundos más terribles, termina siendo gozosa, porque refleja una plenitud mayor que la que está a nuestro alcance.
Los superhéroes estadounidenses no han vuelto a recuperar esta capacidad y riqueza creativas, a pesar del interés renovado por los cincuentas (en consonancia con las modas retro) que se ha dado a partir de los años noventa. Sólo hay un Batman actual: el escrito por el guionista escocés Grant Morrison, que se acerque tanto a examinar, más que el ánimo social o las coyunturas del momento, esta ruptura de lo real.
[concluirá dentro de poco, en una tercera entrega][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
7 comentarios. Dejar nuevo
Sería mentir si no dijera que me encanta esta serie. Lamento admitirlo, sé que es muy ñoño, pero también fui gran fan de los comics. Escondo en mi departamento cosas de Frank Miller y demás. Ahora que hablando del científico del proyecto paperclip, tenemos mucha tecnología de lavado de cerebro que nos regalaron esa gente. Yo no veo televisión desde hace tres años y ws muy graciosos ver comerciales o programas y no entender nada.
A mí me pasa lo mismo con la tele… 🙂
Un saludo.
«Sólo hay un Batman actual: el escrito por el guionista escocés Grant Morrison, que se acerque tanto a examinar, más que el ánimo social o las coyunturas del momento, esta ruptura de lo real.»
Mmmmh… no sé Maestro Chimal, no sé. ¿Y Peter Milligan? Incluso más recientemente Judd Winick está planteando «rupturas» muy interesantes con un Jason Todd de ultratumba y otras implicaciones místicas (como Zatana como «consultora mística» para Batman, a falta de alguien más confiable).
Dejeme elaboro y le complemento en el blog. ¿Vale?
Fuera de eso muy buen artículo. In Xanadu did Superman…
Hola, Luis… Gracias por la visita y el comentario. Espero la elaboración y complemento; ¿dejas aviso cuando esté? De todas maneras ya me asomo a tu blog.
Mientras, yo continúo preparando mi explicación de eso que citaste, que vendrá en la tercera parte de la nota. No tiene que ver con, digamos, lo que puede pasar en el universo de la DC Comics, sino… Bueno, ya verás. Gracias otra vez.
Por cierto: ¿qué de Milligan (quien me parece un escritor irregular pero menos apreciado de lo que merece)? Winick me parece muy malo, en cambio…
Saludos y suerte.
Parece ser que el publico masivo, prefiere la clase de heroes, que mas que atravezar el umbral de la fantasia, puedan desenvolverse en un mundo tan real como el nuestro. La gente quiere ver a los heroes en las mismas calles que recorren a diario, algo asi como si vieramos el Batimovil atravezando insurgente por el carril central del metrobus a toda mocha, o a Superman parado a un lado del angel en reforma, al estilo far away so close. Que se yo esas imagenes podrian ser disfrutables sin duda.
Parece ser que las coyunturas norteamericanas tienen mucho que ver, ¿Por que Batman parece brillar mas en recesiones como la que Bush padre causó en el 89 y la que Bush hijo causó en el 2005?
No lo sé, Hollywood recurrió a la fantasia despues del once de septiembre, y tal parece que a parte de la masa ya le aburrió tanta irrealidad. Malo para nosotros amantes de los bizarro, lo imposibles y lo extraordinario, que se yo. En fin un abrazo y saluudos!
Lo que podemos hacer (yo soy de esos también, mAme) es persistir. ¿Y de verdad nos ha aburrido la irrealidad? ¿Qué cosa más irreal que los reality shows? En fin, un abrazo. (Y está pendiente de la última parte de este rollo…)
Confieso no haber leído antes estos posts porque no soy fan de los superhéroes…
Ayer andaba dando el rol en una oficina de Gobierno y no pude entrar acá, pero sí a Las Historias en el Exilio. Leí tu primera entrega y así supe sobre el libro de Schreber (me apasiona la Psiquiatría). Me la pasé googleando un término tras otro y picándole al link del link del link, y total que gracias a tu nota sobre Batman supe de la existencia de las parafrenias, del Síndrome de Cotard, de los mitologemas de Sarró y de los síndromes preformados de Hoche, más un montonal de palabras por buscar en el ditzionario… Ahora tengo muuucho más por leer, je, así que mil gracias a Coleridge (tengo ese ensayo de Borges entre mis pendientes) y sobre todo a ti 🙂
¡Saludos!