Cuaderno

La caja

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En la unidad habitacional en la que vivimos tenemos un lugar de estacionamiento cerca de los contenedores de basura. Fue el único que pudimos conseguir. Los vecinos usan toda la zona como tiradero: cada día, para poder mover el coche, hay que hacer a un lado bolsas de desechos, comida en descomposición, trozos de muebles, carcasas de aparatos quebrados. También, ocasionalmente, cascajo, y entre enero y marzo gran cantidad de árboles de navidad: llegar por la mañana en esos meses es ver un bosque en miniatura, todavía oloroso y salpicado de nieve artificial y restos de esferas rotas.

La otra noche llegamos y, entre los desechos habituales, había una caja de cartón. Nos llamó la atención que estuviera llena de libros y que, hasta arriba de todos, tuviera ejemplares de El rehilete, una añeja revista mexicana famosa, entre otras razones, por haber estado dirigida exclusivamente por escritoras.

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Aunque tal vez no tuvieran gran valor monetario, los ejemplares no eran de ningún modo fáciles de hallar en la actualidad.

Luego vimos con más detenimiento el resto de los libros, entre los cuales había uno de André Malraux, las Novelas ejemplares de Cervantes, un tratado titulado Para comprender la historia y una antología muy maltratada de poemas de Juan de Dios Peza.

 

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Se nos ocurrió que la caja podía ser la colección de alguien: probablemente, de alguien que había muerto. Los objetos preciados de una persona se convierten en basura para quien los hereda y no les encuentra valor.

¿Quién era esta persona?

No tenemos manera de saberlo, pero otros de los libros en la caja eran un manual muy viejo para maestros sindicalizados y una Guía del docente; además, entre los libros había también una botella de perfume de mujer, en su propia caja, guardada con esmero.

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Pensando en estos objetos no nos costó mucho imaginar a una profesora, ya anciana, más «leída» que el promedio y también, posiblemente, más interesada en el feminismo o las cuestiones de género, cuyos objetos preciados fueron desechados a toda prisa por sus deudos. ¿Será lo que pasó? Lo único seguro es la eliminación de lo que se consideraba basura.

El hallazgo en el tiradero que es parte de nuestra vida cotidiana no llega a más que esto. No quedaba nada más que hacer después de especular sobre la identidad de la posible muerta. Nos llevamos las revistas y buena parte de los libros: los donaremos a alguna biblioteca y allí se acabará su relación con nosotros y con quien los atesoró y los guardó, quizá, por mucho tiempo.

Ahora que está de moda la autoficción –la escritura desde el yo, la autobiografía hiperrealista–, pienso en restos como éstos, residuos de la vida de alguien cuyo nombre no conoceremos. Dice con entusiasmo Cristina Rivera Garza que la escritura desde el yo, que deja de lado las convenciones de la ficción, es para lectores

(…) que buscan la experiencia radical de la otredad, para los que los libros no son una serie de puntadas humorísticas ni mucho menos un divertimento pasajero, los que quieren tocar con las manos abiertas el aquí y el ahora de su lenguaje y de su experiencia, esos lectores arrebatados e iracundos, esos lectores anhelantes y alertas, generosos, melancólicos (…)

Me pregunto si podría haber lectores así, o de cualquier otro tipo, para la vida que vislumbramos apenas en esos objetos viejos y despreciados: esa que por sí misma no pudo ni podrá escribirse jamás.

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  • Lo has dicho bien: «residuos de la vida de alguien cuyo nombre no conoceremos». Es una pena que un tesoro para alguien sea pura basura para otros.

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  • En una librería de viejo de Monterrey, La romana, encontré hace unos siete años una pila de libros que se dividía así: la mitad eran libros buenos de terror y policiacos, la otra mitad eran libros sobre cómo superar la muerte de un hijo. Salí de ahí con The Vintage Book of Classic Crime y Great Tales of Terror and the Supernatural (Wise & Cerf Wagner). Los otros eran interesantes pero no tenía ningún uso para ellos. Imaginé a una familia que había gustado del terror y lo noir hasta que les sucedió una tragedia y no quisieron saber más de esas cosas.

    Muy buen hallazgo éste. ¿Lo de la moda de la autoficción lo dices por Knausgaard? ¿Cómo te ha parecido? Yo sólo le he leído una fantasía que reimagina los primeros libros de la Biblia (A Time for Everything) y me gustó mucho. Todavía no he leído nada de My Struggle.

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  • Es impresionante. Muy interesante y lleno de vitalidad lo que nos muestras, Alberto. Mi abuelo decía: «las bibliotecas personales, tarde o temprano, terminan por ser desechos o estorbo para los demás…»…
    Gracias, Alberto por compartir estas personales vivencias tan librescas…

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  • Tu historia me ha recordado los sentimientos que Ricardo y yo tenemos al pasar las páginas de libros que encontramos en la basura, en las librerías de viejo, en alguna caja que alguien deja en la esquina. Las marcas que dejó su dueño, las dedicatorias, algún boleto viejo de cine o autobús dentro. El nombre del dueño y la fecha que muchas veces traen escritos, son como susurros de quien los poseyó, nos hablan de su cariño o maltrato, de su atención o indiferencia lectora. Por eso, a veces me parecen como pequeñas mascotas abandonadas y medio muerta, hasta que cobran vida cuando alguien de nuevo se los lleva y vuelve a abrir sus páginas. Me gustó mucho, Alberto. Te dejo un abrazo norteño.

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  • En casa de mis padres se quedó la biblioteca del que yo llamo «El tío Esteban». Nunca lo conocí, murió mucho antes de que yo naciera o fuera adoptada, nos obstante tengo la impresión de conocerlo por todos los libros que dejó y yo leí. Él me heredó, indirectamente a Sartre, a Camus, a Simone de Beauvoir, Mary Shelley, Bradbury, Duras y muchos, muchos otros. La primera edición de «El principito» que leí fue una que él le regaló a mi mamá, dedicada y todo. Me cuentan que migró de Paraguay a México, que fue el mejor amigo de mi madre, maestro del IPN (mi papá fue también su alumno), y que él gastaba al menos la mitad de su quincena en libros, los cuales ya casi no cabían en su departamento y luego iban a parar a casa de mis papás. También se quedaron en la casa sus discos de Led Zeppelin y Black Sabbath. A ese hombre sólo lo conocí por las cajas que mis padres heredaron de él y por algunas anécdotas. Extrañamente siento que lo quiero con la fuerza con la que lo habría querido de haberlo conocido en persona.

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  • Ultimamente he estado visitando las librerías de viejo en Donceles, y no hay que ser un sabio para saber que todos esos libros alguna vez pertenecieron a alguien, que fueron invaluables para personas que dejaron sus ojos en ellos. Imagino los libreros donde antes reposaron, hayan sido en casonas o departamentos, hayan sido solo un orgulloso adorno con sus lomos de letras doradas o manuales de vida, pero estoy seguro que eran el tesoro de sus propietarios. Quiero creer que otros ojos los leeremos en un arte de reciclamiento, y sí, también lo sé, que mis libros tendrán un destino parecido, pero que tardarán en llegar al gran colector del olvido, porque siempre habrá quien pueda rescatarlos, por quién sabe que azares y propósitos cósmicos, inclusive, de un bote de basura. Saludos

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  • Alí Rendón
    16/08/2014 4:40 pm

    Sería padre que alguno de estos libros se convirtiera en el premio del concurso de minificción del mes entrante.

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