Memín y el Golliwog (1/2)
La última entrega de la columna de Heriberto Yépez en el suplemento Laberinto se refiere al racismo de la cultura mexicana (la idea de que no existe es tan extendida como hipócrita), a propósito del retiro de una edición de Memín Pinguín de varias tiendas Wal-Mart de Texas y recordando la polémica levantada en 2005, cuando el gobierno mexicano lanzó una serie de sellos postales en la que se incluía uno con la imagen del personaje creado por Yolanda Vargas Dulché en 1945. Revisando la cuestión, descubrí un texto que escribí sobre el mismo tema y que se había perdido al cerrar Ánima dispersa, la bitácora que tenía entonces. En esta nueva nota viene otra vez aquel texto y algún comentario tres años después de los hechos. (Y mañana, en la segunda parte, algo sobre otra figura, menos conocida aquí pero igualmente problemática.)
1. El texto de entonces
Hace pocas semanas, el presidente Vicente Fox hizo una de las peores en su larga ristra de declaraciones desatinadas: un comentario racista acerca de los migrantes mexicanos. Se quejó de que en Estados Unidos los ponen en trabajos que “ni los negros” quieren hacer, lo que desde luego provocó una avalancha de críticas. El vocero de la presidencia, Rubén Aguilar, dijo con tibieza que Fox había sido “malinterpretado”, y el gobierno apostó, como es su costumbre en los últimos tiempos, a que el hecho se olvidaría, sepultado entre los absurdos de la política mexicana, que se van acumulando de forma natural e incesante.
(Hace años conocí a uno de los encargados de hacer los discursos de Fox; me dijo que el trabajo era una pesadilla, porque Fox se deja llevar por sus impulsos, dice lo primero que se le viene a la cabeza y el trabajo de “reparación” de cada desatino en discursos posteriores era largo, complejo y muy frustrante. Ahora, desde luego, el estilo de las “aclaraciones” parece ser distinto: sólo parar los golpes y esperar que el público, ya acostumbrado a la secuencia de absurdos y desmentidos, ponga un poco de indiferencia de su parte.)
Y ahora, el Servicio Postal Mexicano acaba de lanzar una serie de estampillas conmemorativas (dentro de una serie dedicada a la historieta mexicana) de Memín Pinguín, un personaje creado en los años cuarenta del siglo pasado y muy popular en México entre los cincuenta y los setenta; junto con otras revistas como Rarotonga y Kalimán, Memín Pinguín fue la piedra angular de Vid, en su día la más poderosa editorial mexicana de historietas, y el personaje era querido hasta un grado que ya no podemos comprender, porque su altura es la que tienen ahora las estrellas del cine y la televisión. Travieso y no muy listo, siempre en peligro de que su “Ma linda” (el personaje que se parece a la tía Jemima) le diera de nalgadas [corrijo por buen consejo de Luis Vicente de Aguinaga: son «furiosas tundas con una tabla repugnante de la que sobresale un clavo probablemente oxidado»], Memín tenía diversas aventuras con sus amigos, todos alumnos de una escuela pública en un barrio pobre. Las historias eran del mismo tipo que las de muchos clásicos de aquella época del cine nacional: melodramas sobre la dureza de la vida urbana y la solidaridad entre “compañeros del mismo dolor”.
El asunto no debería ser motivo de noticias internacionales, pero (por la cercanía de la declaración de Fox que ya mencioné) los sellos postales han provocado una controversia todavía mayor que las declaraciones de Fox, con numerosos cuestionamientos del racismo de las imágenes (en especial en los Estados Unidos), las dos o tres defensas tibias que cabría esperar del gobierno y también (por lo que leo) una cantidad creciente de quejas aquí en México.
Es cierto que la historieta muestra estereotipos racistas; seamos sinceros. En nuestro país la discriminación es fuerte y constante, como puede verse por nuestros modelos de belleza y de poder. Pero algo que no se ve en la estampilla es que la historieta tenía “buen corazón”. Memín es víctima de discriminación casi en cada episodio, pero también lo son todos sus amigos, por razones diversas; de hecho, el grupo hace alusión precisa a muchos males del país en ese tiempo y en éste.
Obsérvese: Carlangas, antisocial y agresivo, lo es porque su madre es una cabaretera, lo que le acarrea el desprecio de las buenas conciencias; Ernesto, el niño más aplicado de la escuela, tiene por padre a un alcohólico que le pega con frecuencia, y es tan pobre que a veces va a la escuela sin zapatos, por lo que es víctima de burlas crueles; Ricardo es un niño rico metido a la escuela pública para que deje de ser soberbio, pero se le desprecia precisamente por tener pinta de junior (hijo de rico, con actitudes prepotentes; éste es el personaje más desgastado por el tiempo, pues la actitud general hacia las diferencias de clase ha cambiado: el servilismo se ha vuelto más hipócrita, y más fuerte el desprecio por la pobreza)… Un maestro, personaje de control, se ocupa constantemente de señalar los males de la discriminación: busca orientar a los niños (y, por extensión, a los lectores), y en efecto logra que algunos de ellos (de los niños) aprendan y se vuelvan un poco más tolerantes.
Por otro lado, ni es posible enviar a todos los críticos un compendio de Lo mejor de Memín Pinguín para que maticen sus opiniones, si es que les da la gana matizarlas, ni lo que está en discusión es, en realidad, el contenido de la revista (que, por cierto, se sigue publicando, aunque sus lectores no son los millones de sus tiempos de gloria). Lo que ha provocado indignación es simplemente la imagen, y la imagen es, lo digo de nuevo, racista: una caricatura que exagera los rasgos negroides del personaje.
Las hay peores: el que sigue es el cartel que anunciaba una exposición de “Música degenerada” (al modo de la más célebre de “Arte degenerado”), organizada por el régimen nazi en Düsseldorf en 1938:
Pero si se ven portadas u otros cuadros de Memín Pinguín (por desgracia no tengo imágenes a la mano en este momento) se verá que sólo él y su mamá son caricaturas; los demás personajes están hechos en un estilo mucho más realista. Por entrañables que puedan ser sus aventuras, y lo son, la imagen de Memín no enfatiza lo que lo acerca a los otros mexicanos que lo rodean, sino lo que lo separa.
Y ahora debo formular la cuestión de otro modo: ¿Memín tiene un discurso, un mensaje que condice con su estilo de representación, digamos, al estilo de la imagen que sigue?
Para aclarar esto puede servir que nos hagamos un pregunta rara: ¿cómo verían a Memín sus amigos allí, dentro de su mundo ficcional? Si esta pregunta tiene algún sentido, yo sospecho (o quiero pensar) que no lo veían como lo veían sus lectores, para quienes el estereotipo era tan normal que resultaba invisible.
Desde luego, tendríamos que poder entender la contradicción, comprenderla y superarla; criticar lo criticable de Memín Pinguín sin dejar de reconocer sus aciertos ni su importancia en la cultura de un momento de la historia mexicana; entender que el arte (o el conjunto los “productos culturales”, si quieren, aunque el término me parece horrible) puede contener todas las ambigüedades y contradicciones de los seres humanos que lo crean, y dejar de darnos baños de pureza como los que tantos se dan en este momento. Por desgracia, no parece que podamos. (Este caso es semejante al de las caricaturas de Paco Calderón [NOTA DE 2008: también escribí en aquel tiempo sobre ellas]: el que muchos estemos en profundo desacuerdo ideológico con él no impide que sea un dibujante extraordinario, y nada puede hacerse salvo reconocer que una cosa puede ir acompañada de la otra.)
2. Tres años después
Tres años después de publicar lo que antecede, el racismo mexicano que salió a la superficie durante la campaña presidencial de 2006 no da señales de querer ocultarse nuevamente. Vean la frecuencia con la que aparecen insultos raciales en los «debates» de Internet, por ejemplo, por no hablar de nuestros medios masivos: como otras, esa forma precisa de la estupidez y la inhumanidad ya ni siquiera es políticamente incorrecta.
Por lo mismo, temo que la conclusión de mi texto pueda parecer ilusa. Parece que aquí, por lo menos, estamos cada vez más lejos de poder rechazar nuestros prejuicios y, a la vez, reconocerlos y juzgarlos objetivamente en nuestra historia y nuestra cultura. Pero sigo pensando lo mismo: Memín Pinguín existe y más de una generación de mexicanos se leyó en sus historietas, que (para bien o mal) dicen mucho más de nosotros que sólo la profundidad o la represión de nuestros prejuicios. Negar ese hecho no es peor que negar la existencia del racismo (y sólo es más ruin el abrazar el racismo, el cultivarlo y celebrarlo como tantos lo celebran ahora).
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