Diez años
Mi esposa, Raquel, y yo cumplimos diez años de casados hoy. Fue el 2 de octubre de 2004, y el relato de la boda en sí misma sería largo y complicado, así que lo mejor será hacerlo en nota aparte, otro día. (Aunque, ah, la historia de la botarga; ah, la historia de quién pagó la fiesta; ah, la historia del esquinazo de mi papá. Etcétera.)
Lo que deseo hacer constar aquí, ahora, es una felicidad que se ha mantenido intacta durante este tiempo y que ha podido con todo: altibajos y tropiezos, enfermedades, peleas, depresiones (ah, la Pena Negra: cosa horrible).
Raquel y yo seguimos juntos y seguimos deseando estar juntos.
Cuando la conocí, ella me sacó de uno de los peores periodos de mi vida, simplemente por interés y por afecto: porque lo que conocía de mí le parecía digno de rescatarse. Posteriormente yo he podido empezar a corresponderle: ayudarla a ella, acompañarla mientras pasan malas rachas, llevarla a ver médicos, insistir en el valor de su trabajo; verla florecer como escritora de un modo que –lo digo sin doblez alguno–me parece más puro, más luminoso y vital que el de casi cualquier otro autor que he conocido, incluyéndome a mí. La experiencia ha sido rica y profunda.
Y también ha sido, para decirlo con una palabra sola y simple, buena. Puedo pensar en muchas formas peores de transitar por el comienzo del siglo XXI, tan desolador en general. Hemos tenido suerte y hemos tenido felicidad: ésta es por definición breve, pasajera, irregular y frágil, pero sé que al menos un par de veces la hemos visto cuando está entre nosotros, y no sólo después.
Últimamente he encontrado varios textos muy cínicos, muy en el tono de nuestra época, alrededor de “ilusiones” de la conducta humana que sus autores consideran despreciables y de las que se burlan. La empatía, por ejemplo. O el amor, que sería el eufemismo con el que los seres humanos nos ocultaríamos lo que en realidad esperamos de las otras personas en nuestras vidas, y que siempre sería otra cosa: dinero, seguridad, placer sexual, compañía. Además de cínicos, los autores de esos textos son arrogantes, sarcásticos, así que al menos creen tener la razón. Pero si bien casi todo ser humano es, en efecto, muy hábil para inventarse historias que justifiquen su existencia y lo libren de malestares –pretextos, consuelos, resúmenes interesados para uso de nuestra memoria, engañifas de todo tipo–, también es verdad que, si tenemos suerte, podemos elegir las historias que nos inventamos, y volverlas el marco de actos reales, el punto de partida de una acción en el mundo. Podemos crearnos una imagen de nosotros mismos que justifique cualquier delito, cualquier corrupción y violencia, o podemos no hacerlo. Podemos intentar, al menos, fastidiar un poco menos al prójimo, y creo que Raquel y yo nos hemos ayudado en ese propósito: en tratar de hacer un poco menos desdichado, y no al contrario, el territorio pequeñito al que tenemos acceso.
Yo tenía 34 años en 2004, y Raquel 28. De vez en cuando nos preguntan todavía cuándo tendremos hijos, pero no son tan pocas las personas en nuestra situación —económica, social, vital— que eligen no tenerlos. Así que nuestras dificultades tienen otras causas: somos una familia de dos seres humanos y dos gatos, y también (aunque de otro modo) de algunos amigos cercanos a los que amamos. A veces no se ve ese afecto que va hacia afuera, sobre todo en lo que a mí concierne: siempre he sido tímido, siempre he tenido dificultades para el trato cercano, y Raquel ha sido mi interfaz social, mi red de protección, quizá en demasía.
Pero ahora habrá ocasión de probarlo. En unos días Raquel se va de viaje por cerca de dos meses, a una residencia artística en Canadá: escribirá cuentos para un libro, lo cual me alegra enormemente. Será también el primer periodo, desde nuestra boda, en el que no nos veremos por más de siete u ocho días. Así que si de pronto, en el mundo más allá de esta pantalla, se les aparece un individuo al que no habían visto en años y apenas reconocen, y quiere conversar, no lo tomen tan a mal. No es mala gente. Y, si quieren, les podrá contar historias de una persona maravillosa con la que ha vivido de todo, y con la que espera pasar todavía mucho tiempo.
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