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#Escritura2017: Consejos y talleres, en video

Con frecuencia se recomienda a las personas que quieren escribir que lo hagan acerca de «lo que saben», y esto se suele interpretar como que la gente debe escribir exclusivamente acerca de su propia vida y su entorno inmediato. Sin embargo, el escritor islandés Sjón (Sigurjón Birgir Sigurosson, 1962) ofrece una interpretación diferente de este consejo en un video para la serie Louisiana Channel, del Museo de Arte Moderno de Louisiana, en Dinamarca. Dice:

Mi consejo a un joven escritor o escritora sería que él –o ella– trabajara con aquello que lo forma. Con esto quiero decir que no deberíamos tener miedo de trabajar con las cosas que nos fascinaron en el momento en que éramos más impresionables. Puede haber sido la música, o los cómics, o una novela juvenil de detectives, o una Barbie con vestido de princesa, o cualquier otra cosa. Creo que a todos nos dan forma aquellas cosas que nos fascinan y nos emocionan cuando somos muy jóvenes. Yo, por ejemplo, estoy seguro de haber sido más o menos formado entre los 8 y los 12 años de edad; me parece que lo que leía entonces, la música y el cine que disfrutaba entonces, regresa constantemente, y siempre que vuelve mi escritura mejora. Así que recordar lo que nos emociona, y llevarlo más allá, a un nuevo escucha o un nuevo lector, es lo que debemos hacer. (…) No estoy hablando exactamente de eventos de la propia vida, sino de las «cosas culturales» que nos emocionan, y en esto incluyo todo lo que se produzca en los campos de la música, teatro, literatura, cualquier cosa. En mi caso, la impresión que me causaron los cuentos populares islandeses, al mismo tiempo que me impresionaban las novelas belgas juveniles de detectives de Bob Morane (…) Yo sé que estos dos elementos me formaron, me emocionaron como lector.

Aquí se puede ver el video completo.

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Adicionalmente, en el canal de videos de YouTube en el que estamos publicando material sobre el proyecto #Escritura2017 tenemos dos nuevas listas rápidas de consejos.

Cinco consejos para escribir cuento:

Y cinco consejos para escribir minificción, con la colaboración de José Luis Zárate:

Por último, en esta charla en video Raquel Castro habla sobre los talleres literarios:

Tanto aquí como en el canal, en Ask.fm o en el sitio de Raquel estamos atentos para conversar y recibimos peticiones sobre temas a tratar en futuras entregas de #Escritura2017.

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1993-2013

La tarde del jueves pasado, el 21 de marzo, fui al local donde daba la sesión semanal de mi taller de narrativa: un grupo abierto que fluctuaba entre los ocho y los quince integrantes. Al llegar, los dueños me confirmaron una noticia que ya me habían anticipado días antes: por causas ajenas, como suele decirse, a su voluntad, el local cerrará por tiempo indefinido. Mi taller, al menos de momento, se acababa también.
      Entonces me pareció significativo porque el jueves pasado, si no me equivoco, cumplí veinte años de dar talleres.

Una anotación de taller

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Los talleres literarios son una actividad extraña en México. El oficio pertenece a la porción más enrarecida del sector servicios, ese que tiene que ver con las mercancías intangibles, y dentro del sector está en algún punto impreciso que no se deja situar: según quien mire, puede quedar en el terreno del ocio, en el de la educación o tal vez en el de la cultura, que como categoría (ya se sabe) da dolores de cabeza a muchas personas por su inutilidad aparente y su dificultad clarísima: porque no les parece más que un símbolo de estatus, y de hecho uno rancio y equívoco.
      Para colmo, la tradición de los talleres, que es larga y diversa, está muy mal documentada en este país: la figura de Juan José Arreola, a cuyo taller acudieron muchos autores que después fueron famosos, se percibe como la de un gran iniciador, pero no hay mucha conciencia ni aprecio de sus continuadores. Los más célebres (y son invisibles más allá del pequeñísimo grupo de los aspirantes a escritor, igual que el mismo Arreola) son escritores de mucho prestigio, como Daniel Sada o Rafael Ramírez Heredia, que apartaban un poco del tiempo que podrían haber empleado en escribir para leer y comentar los trabajos de otros. Nunca se habla de los centenares o tal vez miles de personas que se dedican principalmente a enseñar a escribir, una disciplina que exige una serie amplia de conocimientos y habilidades pedagógicas pero no necesariamente grandes logros literarios. Por pura estadística debe haber en México un John Gardner: alguien sin mucho lustre como autor pero capaz de enseñar la “escritura creativa” de modo magistral, pero no sabemos quién es.
      Y del mismo modo, tampoco sabemos todos los usos, ni las consecuencias, que puede tener semejante enseñanza. Los escritores profesionales (o los que, por lo menos, llegan a tener cierto prestigio como tales, sea por altas ventas o por tener el aprecio de las élites literarias) suelen desdeñar los talleres incluso si se formaron en alguno de ellos, pues de este modo su talento individual se destaca más. A la vez, otros colegas –casi siempre menos afortunados, dedicados a subsistir en estratos más bajos de la rarísima “República de las Letras” mexicana– desprecian la idea misma del taller por considerar castrante cualquier juicio sobre su trabajo, inadecuada o indigna cualquier opinión ajena, o más deseable el aura romántica –bohemia del siglo pasado, o del antepasado– que todavía tiene la escritura en solitario (“Aprende de la vida”, “Escribe con el corazón”, “¿Te imaginas a Bukowski en un taller?” y otros lugares comunes).

Celebración

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Y sin embargo la gente sigue buscando talleres y sigue habiendo quienes, bien o mal, intentan (intentamos) darles lo que buscan. En 1993 yo comencé, en realidad, sin saber lo que hacía, sólo por llenar el hueco que había quedado al renunciar el tallerista con quien yo mismo trabajaba. Ese primer taller era pequeño y existía en condiciones desventajosas (se llevaba a cabo en instalaciones del Tecnológico de Monterrey en Toluca, que entonces no era un sitio propicio para nada que oliera a literatura), y quién sabe qué cosas recomendé, qué caminos sugerí. Luego, cuando me mudé a la ciudad de México, seguí trabajando en esto meramente para sobrevivir: querer escribir a pesar de todo, sin deber nada a nadie, y además desde la posición de un advenedizo a quien nadie conocía, era estar estancado en una situación laboral sin muchas otras salidas, y por años el dar talleres fue mi modo de llevar una existencia literaria, azarosa, aunque más humilde que la del cliché: pegaba carteles hechos a mano en casetas de teléfono o en tableros del Metro (cuando nadie me veía, porque no tenía permiso); daba clases donde se podía; abría el taller a los textos que hubiera disponibles; pasé por sitios hospitalarios y por conflictos graves o ridículos. Creo que aprendí: que aprendí, de hecho, a leer desde abajo, de otro modo, y también a meterme en el terreno peligroso de las relaciones humanas donde chocan el ego y la inseguridad de quien escribe. Y hasta he podido escribir sobre esos hallazgos. Así que, al menos en ese aspecto, no han sido veinte años tan malos.

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El jueves pasado, luego del aviso y de la última sesión normal de mi taller, mi esposa me recogió en su auto. Fuimos a casa y en el camino discutimos qué hacer. Hablamos primero de cerrar el taller, por un tiempo o definitivamente. Ella pensaba en los muchos años y yo, con algo de amargura, en una curiosa sensación (descubrimientos aparte) de inmovilidad. Dar talleres no es la mejor manera de “progresar” en una cultura literaria microscópica, clasista, obsesionada con las apariencias.
      Y al final decidimos que buscaríamos otra sede, como en ocasiones anteriores. Ya la encontramos. Y hoy, última sesión proyectada del taller en el espacio que teníamos, leímos y luego celebramos. La terquedad es también algo que se aprende.

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Taller de cuento 2010

[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Nota del 7 de octubre: las sesiones del mes de octubre del taller comenzarán el sábado 9 de octubre.]

En 2010, el Taller Integral de Cuento reanuda sus actividades a partir del sábado 9 de enero. Como el taller es permanente, las inscripciones estarán abiertas el primer sábado de cada mes.
      Las sesiones se llevarán a cabo los sábados de 10:00 a 12:00 horas en nueva sede a partir de octubre: el Centro Internacional de Guionismo de Cine y Televisión (Cigcite), localizado en José Vasconcelos #86, colonia Condesa, casi en la esquina con Juan Escutia, a medio camino entre las estaciones Chapultepec y Juanacatlán de la línea 1 del Metro.

El taller se abre para cualquier persona interesada; no hay requisitos previos que cumplir y tampoco una duración preestablecida: los asistentes pueden quedarse tanto o tan poco tiempo como lo deseen. Las sesiones se centran en la lectura de los textos que los asistentes deseen llevar, que se comentan con miras a discutir sus fortalezas y debilidades, reforzar su técnica, etcétera. Al término de la discusión se ofrecen lecturas y, ocasionalmente, ejercicios adicionales pensados con base en los textos que se van presentando. En una lista de correo del taller es posible que los asistentes entablen comunicación entre ellos o bien que utilicen gratuitamente una serie de textos teóricos y de apoyo almacenados allí.

El costo por mes del taller no se eleva y sigue en $500 por persona. Los interesados pueden solicitar más información en esta página de contacto.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

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Varias respuestas (1)

En una nota previa (aquella en la que escribí de cómo se ven las cosas en el medio literario canadiense), Rafael Tiburcio dejó unas preguntas que reproduzco a continuación:

La pregunta para los que se nos va el tren, ya no para vivir de las letras (si cómo no) sino al menos para publicar en este país:

¿Debo seguir participando en los concursos y buscando becas para amafiarme, buscar talleres, seguir esos “consejos” que Bolaño da en Los detectives salvajes… o sigo mis “convicciones literarias” (cualquier cosa que eso signifique) y espero un milagro?

o bien:

¿Esas “pretenciones artísticas” con las que crecemos [fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][…] son poco menos que nada? ¿las quito? ¿las pulo? ¿o simplemente me presento en una editorial con un thriller, una novela histórica o un libro de chistes y cruzo los dedos?

La pregunta, finalmente, es ¿Cómo se publica en este país?: ¿Con currículum (premio nacional de los juegos florales de Tangamandapio)? ¿o con palancas (como en todo lo demás)?

Lo que sigue (en esta nota y al menos en una más, que publicaré pronto) es mi respuesta a estas preguntas. Es una serie de opiniones que sostengo y defenderé en caso necesario, pero se basa en mi propia experiencia. Digo esto porque cuando quise empezar a escribir tuve suerte (literalmente suerte) muy pronto, y tal vez eso me ayudó a no darme por vencido cuando la suerte desapareció; por otra parte, la suerte nunca se queda con uno por demasiado tiempo, y en general no está allí, y de lo que se trata el escribir –en especial si se quiere publicar y tal vez hacer una «carrera»– es de trabajar, haya suerte o no.

Aquí va, pues.

Incunable conservado en la Biblioteca Nacional del Perú
Incunable conservado en la Biblioteca Nacional del Perú

«¿Debo seguir participando en los concursos y buscando becas para amafiarme, buscar talleres, seguir esos ‘consejos’ que Bolaño da en Los detectives salvajes… o sigo mis ‘convicciones literarias’ (cualquier cosa que eso signifique) y espero un milagro?»

Solicitar una beca o participar en un concurso no es sinónimo de «amafiarse». Siempre hay convocatorias que se ganan mediante maniobras arteras y dictámenes injustos, pero lo opuesto no es imposible por definición: también hay personas que merecen las becas que tienen y los premios que se les han dado. Si se quiere concursar limpiamente, hay que evitar los certámenes de los que se desconfíe y probar en otros. En cualquier caso, no todos los libros se publican por haber ganado un concurso ni se escriben gracias a una beca. Y si una persona quiere escribir solamente para intentar ganar un premio, debería preguntarse si no habrá otras formas de ganar más dinero (o prestigio, o lo que quiera ganar) más fácilmente: la escritura es una labor ingrata y –dirían quienes hablan así– con una pésima relación «costo-beneficio».

Sí, hay grupos de interés que a veces llamamos «mafias» y en los que se puede ingresar en algunas circunstancias. Pero hacerlo no es imprescindible para realizar la tarea de escribir; muchas veces, también me consta, ni siquiera lo es para publicar.

Los talleres pueden servir a algunas personas. No a todas, ni todos los talleres. Los que son sesiones de terapia de grupo (ya sea de abrazos o de golpes) pueden ser útiles para encontrar amistades o experimentar emociones fuertes pero no sirven para la escritura. Los mejores son aquellos en los que se puede aprender del grupo entero, de la interacción de todos los individuos involucrados, y esto puede ocurrir incluso a despecho del tallerista, quien funciona mejor cuando hace de orientador y facilitador de la actividad del grupo. Y, repito, los talleres no sirven a todos: hay quienes necesitan trabajar solos. Basta asistir a un par de talleres para empezar a darse cuenta de si el proponer textos propios a un grupo de lectores estimula o no el proceso de trabajo.

Los consejos de Bolaño, o de cualquier otro, sólo pueden ser una influencia para llegar a formular las propias convicciones literarias, que no son (al menos como entiendo el término) algo muy complicado: son simplemente qué se quiere decir y cómo. Si uno quiere escribir de veras (y no sólo salir en las fotos, acumular poder, tener un pretexto para emborracharse, etcétera), llega a tener convicciones incluso si no se lo propone, porque realmente tiene algo que decir, quiere decirlo y cree tener el derecho de decirlo. Es necesario atreverse: quienes creen que es pretencioso que alguien se considere «escritor» olvidan que esto es simplemente un oficio: no es una garantía de belleza física, un pase automático a la sabiduría o la divinidad ni nada de lo que nos enseña a buscar en los famosos nuestra cultura de adoración de las celebridades. La posibilidad de la fama, la prosperidad o el poder no existe para todo el mundo, pero la posibilidad de crear sí existe. Esto es lo que nos impulsa a seguir escribiendo, incluso cuando no parece que vaya a haber ningún milagro y el trabajo fracasará o quedará en el olvido.

Con esto quiero decir que es necesario persistir: no hay garantía de nada a la hora de emprender esta carrera…, pero tampoco la hay en ninguna otra. Y si la suerte no se puede convocar, sí se puede trabajar con constancia y hacer, al menos una vez, la pregunta crucial: ¿para qué se escribe?

[continuará][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

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