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Los museos de Metaxiphos

Un relato extraño, fascinante, de Salvador Elizondo (1932-2006), de quien acaba de publicarse en México una selección de sus Diarios. El texto se deriva de otro del escritor francés Paul Valéry: es una ficción (o muchas) sobre la base de otra, y se puede leer más un catálogo de ideas e imágenes extrañas que como una narración convencional. Cada momento del texto apunta hacia algo más (el texto se prolonga en otro, de hecho, titulado «La luz que regresa»;  ambos están en el libro Camera lucida, de 1983).

Salvador Elizondo

LOS MUSEOS DE METAXIPHOS

Salvador Elizondo

Es bien sabido –y el testimonio de Paul Valéry lo confirma en la más elaborada de sus Histoires brisées– que nadie se ha aventurado más de unas cuantas leguas a lo largo de ese brazo de arena finísimo que se extiende hacia el sur desde la isla de Xiphos y que se supone o bien que no termina nunca o que se ensancha y se convierte en otra isla o casi isla que la conseja o la leyenda nombran Metaxiphos. De hecho la existencia conjetural de esta península remotísima ha dado lugar al más desaforado tráfico de leyendas que los xipheños, astutos comerciantes, tratan de capitalizar. Las agencias de viajes ofrecen visitas guiadas a Metaxiphos, pero los propios turistas deciden o imploran, después de algunas horas de viaje, volver a Xiphos. Abundan los testimonios falsos que bajo todas las formas literarias conocidas se contradicen radicalmente entre ellos y por lo tanto no son dignos de confianza, así que escojo entre las que han llegado a mis manos la única que tiene la descarada pretensión de ser una publicación oficial, printed and made in Metaxiphos; su distribución, dice, es gratuita. Se trata de una Guía de los museos de Metaxiphos. En una breve introducción firmada por el Cuidador General de los Museos se nos informa que en Metaxiphos no hay nada, solamente museos. Luego vienen sumariamente descritas las colecciones, ahorrando al visitante o al lector las enervantes enumeraciones o las referencias eruditas incomprensibles al turista sensuel moyen. Resumo y compendio a continuación la descripción de las principales colecciones.

El folleto comienza con la descripción del Museo Analógico. No dice cuándo fue fundado ni por quién. En él se exhibe una rica colección de cosas ficticias, objetos artificiales, obras apócrifas, documentos falsos, imitaciones tan perfectas que es imposible distinguirlas de sus modelos más que por la discriminación y la diferenciación minuciosa de su materia, su forma y su función que entre ellas están trastocadas y confundidas. El diorama llamado “Guillermo Tell” nos muestra una flecha y una manzana; la flecha es de la materia frutal de la manzana y ésta es de hierro, madera y plumas. Asimismo se conservan allí algunos objetos –no muchos– que a pesar de ser ficticios no difieren de los originales no en la forma ni en la función ni en la materia y algunos –pocos pero muy interesantes– en que estas cualidades son sometidas a sutilísimas combinaciones. Hay también muestras de objetos idénticos de forma y función pero de materia diferente: un par de hachas, una de hierro y otra de corcho que no difieren una de la otra ni siquiera por el peso.

En el Museo Poético-Filosófico se guardan las concreciones sensibles de las imágenes, nociones o figuras abstractas. El bibelot abolido, el binomio de Newton y la estatua de Condillac, son según la Guía, las piezas más notables que guarda este museo. Esta última es la materialización animada de todas las operaciones de los sentidos, lo que da por resultado una figura constantemente cambiante y movediza que al mismo tiempo que se transforma y se agita va describiendo en la lengua de los mathematikoi la realidad del mundo según los estímulos que se generan en un teclado como el de un piano. La estatua de Condillac interpreta, por así decirlo, la danza de las sensaciones puras, sin sujeto que las experimente.

El más grande de los museos de Metaxiphos es el Museo de la Realidad. Sus vastísimas colecciones están compuestas únicamente de objetos que no tienen ningún interés, objetos sin importancia y sin sentido, cosas cualesquiera. Los objetos que allí se exhiben no carecen de cualidades sensibles y hay una gran variedad de ellos, pero ni sus cualidades ni sus cantidades son suficientes para despertar el interés del visitante. Si ocurriera que algunos de esos objetos inanes despertara el interés de alguien cualquiera, entonces sería inmediatamente trasladado al museo que le corresponde. Supongamos que una manzana cualquiera sugiere al visitante la idea de que los cuerpos se atraen en razón directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente al cuadrado de la distancia que los separa, entonces esa manzana es exhibida en el Museo Poético-Filosófico con el nombre de “La manzana de Newton”.

Hay también el Museo de las Cosas Pías. No encontraría el visitante en el de la Realidad ninguna de las cosas que se guardan en éste, aunque la mayor parte proviene directamente de la naturaleza. Ellas se distinguen en la realidad por la propiedad que tienen de no ser fácilmente distinguibles: las cosas de forma y accidentes difusos e imprecisos las cosas moteadas, jaspeadas y pintas; guijarros, plumajes, conchas, huevos, pelambres, así como pinturas de Seurat y de Vuillard. Hay una espléndida colección taxidérmica con todos los animales de pelambre tabí, desde el rocín de don Quijote hasta el gato de Cheshire.

Sin duda uno de los museos más interesantes de Metaxiphos sería el Museo Idumeo. Se conservan allí vestigios y huellas de seres y cosas anteriores a nuestro mundo: instrumentos inexplicables, ostraka decorados con grecas rojas, pequeños fósiles incunables. La antigüedad de estos objetos es tanta que su puro contacto directo es letal. Se exhiben, no sin provocar una sensación dolorosa e inquietante al espectador, en vitrinas selladas.

Otro, el Museo Técnico, guarda especímenes mecánicos y gestuales de técnicas puras. Se exhiben allí complicadísimas máquinas y aparatos que no sirven para nada o cuya función nadie conoce. Algunas de ellas son puestas en marcha en días fijos. (Consultar en la administración el programa mensual). Otra sección contiene los dioramas que ilustran diversas técnicas manuales y corporales que no tienen sentido ni utilidad alguna: la tauromaquia sin toro, la cirugía sin paciente, el shadow-boxing, el ajedrez contra sí mismo y una vasta colección de técnicas antiguas para la resucitación de los muertos, algunas de ellas a cual más pintorescas.

El Museo en Sí viene a ser como el arquetipo último de todos los museos. De hecho es un museo de sí mismo o un museo que tiene por objeto mostrarse tal cual. Todos los muros, el plafón y el piso son de espejo. Por lo demás, está vacío. El visitante se convierte en el objeto expuesto, un objeto que se muestra y se contempla a sí mismo en calidad de pieza e museo.

El recinto llamado Mnemothreptos alberga tres colecciones: una, muy extensa y heterogénea, de cosas olvidadas; otra pequeña, pero muy selecta de cosas inolvidables. Los ejemplares de estas dos colecciones no tienen materia y parecen estas apenas como sugeridos. No se manifiestan sensiblemente con toda precisión más que cuando recordamos las primeras o cuando olvidamos las segundas. La tercera sección –muy interesante– contiene el Diorama Sinóptico que exhibe una exquisita colección de cosas inolvidables ya olvidadas.

Saliendo del Mnemothreptos a mano derecha se extiende el pequeño Arborium en el que se conservan algunos ejemplares particularmente notables por la propiedad que tienen de producir en quien se pone a su sombra la sensación de estar en otra parte, de estar en el lugar de origen de cada árbol. Así, hay una higuera en cuya fronda el visitante se siente estar en la India y puede oír, en el frotamiento de sus hojas, correr las aguas del Ganges.

En seguida del Arborium hay otro museo, no muy grande. Es el Museo de lo Imposible. En él se conserva la realización o la demostración de cosas y operaciones imposibles: la trisección del ángulo por procedimientos geométricos, la acción a distancia, la creación ex nihilo, la escritura inmediata, el mind reading y la fórmula para determinar los números primos. En todos los casos se trata de simulacros y conjuros que hacen que esas operaciones sean posibles, pero sólo aparentemente. Fuera del museo es imposible aplicar los procedimientos que se demuestran en su interior, como si las leyes que los determinan y los rigen no tuvieran ninguna validez fuera de él. Un reloj dotado de movimiento perpetuo da puntualmente la hora.

El Museo Heteróclito exhibe las piezas excedentes de los demás museos de Metaxiphos menos el de la Historia, pero sin orden alguno. La ausencia de clasificación y rotulación de los objetos hace que se nos revelen sorpresivamente por sus cualidades esenciales más que por su ordenamiento dentro de un conjunto discreto o por su mero nombre. Este museo debe visitarse al final con objeto de poder re-conocer los objetos más característicos. Las muestras ilustran el principio de desclasificación de las cosas que aquí se exhiben tal que en sí mismas la eternidad al fin las transforma.

Cabe mencionar por último el que seguramente es el más interesante de Metaxiphos: el Museo de la Historia, un pequeño edificio dispuesto en forma de anfiteatro cubierto en el que sólo se conserva el cronostatoscopio o “cámara de Moriarty” que sirve para condensar la luz que regresa…

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¿De veras?

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1. El mundo de ocho espacios, novela de Jaime Romero Robledo, obtuvo en 2010 el Premio Colima, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, al mejor libro de narrativa publicado durante el año previo. Lo más probable es que usted no haya escuchado del libro ni pueda encontrarlo: su autor lo publicó en su ciudad, Chihuahua, y en su propia editorial: Averinto, creada expresamente con ese fin tras de que Romero se cansó de tocar puertas en casas editoras “grandes”, tanto mexicanas como trasnacionales.

2. El premio no es un error del jurado. (más…)

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Oskar y compañía

Mayra Inzunza, Índigo. México, Praxis, 2008. 138 pp

El tema aparente de Índigo, la primera novela de Mayra Inzunza, es muy antiguo y aparece en mitos de muchas culturas: la memoria no natural, la posesión de conocimientos que es imposible haber aprendido. La idea casi siempre se invoca en las historias sobre la reencarnación: las almas humanas, se dice, van al limbo con todos los recuerdos de sus vidas previas, los saberes y las amarguras de sus vidas previas, y lo único que les impide renacer con esa carga encima es la misericordia de los dioses, que ocultan los recuerdos. Kipling escribió que lo hacían para que la Tierra no quedase despoblada en una generación, cuando nadie pudiese encontrar un amor capaz de medirse con los de su pasado, pero también está la mera inquietud o el mero horror de contemplar a los niños sabios, que dicen palabras de adulto con medias lenguas y desmienten el aspecto desvalido de sus cuerpos con sagacidad o malicia que otros adquieren sólo después de muchos años.

Y también, por supuesto, está la imagen contraria: la contemplación de los horrores o las incertidumbres del mundo desde el desvalimiento: el niño sabio como metáfora de cualquiera de los habitantes del presente, capaz de mirar pero convencido de la imposibilidad de la acción en un universo hostil y enorme.

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Primera lista de libros de cuentos

Roberto Bolaño
El más popular (hasta hoy): Roberto Bolaño

Hola a todos… Como prometí hace poco, he aquí los primeros resultados preliminares de la encuesta que se abrió hace algún tiempo en esta bitácora para buscar los mejores libros de cuentos latinoamericanos de los últimos treinta años (1978-2007). Agradezco a todos los interesados que han dejado sus propuestas hasta el momento y los invito a seguir recomendando sus títulos y autores predilectos aquí mismo, o bien en la sección de comentarios de la nota original. Por supuesto, esta lista que estamos armando es arbitraria y subjetiva…, pero de eso se trata. Y estoy seguro de que muchos de nosotros hemos encontrado sugerencias muy interesantes y que no conocíamos.

Les recuerdo una vez más: la idea es proponer libros de los últimos treinta años, hechos por escritores de nuestros países. Cuando se mencione más de una vez el mismo libro, se consignará cada propuesta como un «voto» (lo que no implica que el libro más votado sea necesariamente «el mejor»).

Y los resultados, hasta el momento, son:

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Taller literario: el logólogo

He aquí un placer culpable mío: un libro de Frank Herbert, el autor de la serie de Dune, titulado El experimento Dosadi (1978). Es una novela de Sci-Fi, como casi toda la obra del escritor, y tiene, previsiblemente, todo lo malo de su «saga» más conocida –sus coqueteos con el fascismo, su tendencia a eludir al mismo tiempo la acción y la caracterización, etcétera–, pero tiene también mucho de lo bueno: su imaginación es tan activa y extraña como la que recordarán los fanáticos de Paul Atreides y sus intrigas galácticas. (En el mundo de El experimento Dosadi, por ejemplo, los personajes duermen en camaperros [fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][bedogs], animales gigantescos que, por su piel suave y su carne blanda, se crían y entrenan para quedarse inmóviles mientras sus dueños se tienden sobre ellos.)

El experimento Dosadi

Un hábito de Herbert que algunos consideran una gran aportación, y otros una manía insufrible, (más…)

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