Dos avisos relacionados con Edgar Allan Poe; el primero, una actualización de la página del proyecto Poe 2009 (cuya convocatoria sigue abierta) para poner al día un par de enlaces y agregar la noticia de una lectura dramatizada de Poe y Cortázar.
El segundo, la invitación: del 5 al 9 de octubre, en el Museo de la Ciudad de Guadalajara, Jalisco (Independencia #684, colonia Centro) tendrá lugar el II Foro de Novela Negra, Literatura de Horror y Suspenso, una serie de conferencias y un taller dedicados a la difusión y el análisis de la obra de Poe y de su impacto en la actualidad.
El programa:
CONFERENCIAS
Todos los días en el Museo de la Ciudad
Miércoles 7 de octubre
a partir de las 17:00 horas
Alberto Chimal: «Edgar Allan Poe y el velo del alma»
Sergio Figueroa: «Poe y Cortázar. El motivo del doble»
Jueves 8 de octubre
a partir de las 17:00 horas
José Reyes: «La forma del silencio en la poesía de Edgar Allan Poe»
Erika Mergruen: «Un sueño dentro de un sueño. La poética de Edgar Allan Poe»
Viernes 9 de octubre
a partir de las 16:00 horas
Ricardo Bernal: «La escuela de Edgar Allan Poe. Narrativa terrorífica y policiaca»
José María Rodríguez: «Poe en el cine»
Proyección de la película Historias extraordinarias (Federico Fellini/Louis Malle/Roger Vadim, 1968)
TALLER
«Edgar Allan Poe, creador del cuento contemporáneo»
Dirigido por Alberto Chimal
Del 5 al 9 de octubre, de 10:00 a 14:00 horas
Informes adicionales en el teléfono (33) 30444320 y la dirección de correo electrónico vanessa.garcia@redudg.udg.mx.
EL ASESINO SERIAL EN LA LITERATURA Y EL CINE
El objetivo de este curso es analizar la figura del asesino serial y su repercusión en la cultura contemporánea. Está dirigido a público de amplio criterio interesado en el tema.
CONTENIDO TEMÁTICO
I) Introducción. Aspectos históricos, sociales y familiares. Perfil psicopatológico y criminológico del asesino serial.
II) El asesino serial como mito. Vampiros y otros hijos de Caín. La leyenda del Coco. El Hombre del costal y demás consejas.
III) Los precursores. El marqués de Sade. Thomas de Quincy. Edgar Allan Poe.
IV) Algunos casos legendarios: Vlad el empalador. Giles de Rais. Erzébet Bathory.
V) Suyo afectísimo, Jack el Destripador.
VI) Asesinos de culto. Landrú. La viuda negra. Bela Kiss. El Vampiro de Düsseldorf. El estrangulador de Boston. El carnicero de Plainfield. Henry Lee Lucas. Jeffrey Dahmer El caníbal de Milwawkee. El hijo de Sam. John Wayne Gacy. Ted Bunndy. Gary Heidnik. Andrei Chikatilo. El monstruo de los Andes. Otros.
VII) Asesinos seriales y literatura. Truman Capote y la crónica periodística novelada. Robert Bloch. Los asesinos fantásticos de Clive Barker y Richard Laymon. Peter Straub. James Elroy. Brett Easton Ellis. Gordon Burn. Los autores de bestsellers: Shane Stevens, James Paterson, Patricia Cornwell, etc.
VIII) El caso de Hannibal Lecter.
IX) El asesino serial en el cine. La era dorada del Cine Negro. Psicosis y Frenesí de Alfred Hitchcock. Algunas películas basadas en casos reales: M el maldito, A sangre fría, Ed Gein, etc. Leatherface, Jason, Freddy Kruegger y otros antiheroes. Seven de David Fincher. La últimas tendencias.
X) Conclusiones.
DURACIÓN: 36 horas (12 sesiones).
HORARIO: Jueves de 17:00 a 20:00 hrs.
INICIA: 2 de julio
IMPARTIDO POR DORIS CAMARENA Y RICARDO BERNAL.
Informes e Inscripciones:
Universidad del Claustro de Sor Juana
Izazaga # 92, Centro Histórico. Metro Isabel la Católica.
Teléfonos: 51-30-33-31, 51-30-33-32 y 51-30-33-33.
Como cada año, se abre la convocatoria para el Diplomado de literatura fantástica y ciencia ficción en la Universidad del Claustro de Sor Juana, organizado y dirigido por Ricardo Bernal desde hace más de diez años. El objetivo de este diplomado es dar a conocer los orígenes, evolución y principales corrientes de la literatura fantástica así como sus obras y autores más importantes. Está dirigido a escritores, estudiantes, maestros de literatura y cualquier lector interesado en estos géneros.
MÓDULOS TEMÁTICOS
Introducción
LECCIONES DE TEORÍA LITERARIA.
COSMOGONÍAS MITOLÓGICAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE.
LA LITERATURA FANTÁSTICA: DEFINICIONES Y CRITERIOS DE CLASIFICACIÓN.
Módulo I
EL MONSTRUO EN LA LITERATURA.
LA NOVELA GÓTICA: de Horace Walpole a Charles Maturin. La figura de Caín durante el romanticismo. Frankenstein a través de los tiempos.
EDGAR ALLAN POE.
EVOLUCIÓN DEL GÉNERO NEGRO: Conan Doyle, Agatha Christie, Raymond Chandler, Jim Thompson, Thomas Harris. El asesino serial como antihéroe.
VAMPIROS: ANTES Y DESPUÉS DE DRÁCULA.
EL HORROR EN LA INGLATERRA VICTORIANA: Robert L. Stevenson, Henry James, Oscar Wilde. M. R. James.
MAESTROS DEL HORROR CÓSMICO: William Hope Hogdson, Arthur Machen, Algernon Blackwood, Lord Dunsany.
H. P. LOVECRAFT Y LOS MITOS DE CTHULHU.
LOS DISCÍPULOS: Robert Bloch, Brian Lumley, Richard Matheson.
EL HORROR A PARTIR DE LOS 70’S: Stephen King, William Peter Blatty, Peter Straub, Ramsey Campbell, Richard Laymon.
CLIVE BARKER Y LA FANTASÍA SINIESTRA.
LA ESTÉTICA GORE EN LA LITERATURA Y EL CINE.
UN REPASO AL CINE DE HORROR.
Módulo II
UTOPÍAS Y MUNDOS IMAGINARIOS.
LEWIS CARROL: FANTASÍA Y MATEMÁTICAS.
LA LITERATURA DEL MAL: del Marqués de Sade a Los cantos de Maldoror.
LAS NOVELAS DE HECHICERÍA Y ESPADA: Los Mitos Artúricos y otros antecedentes legendarios.
LA ESCUELA DE TOLKIEN: Fritz Leiber, Terry Pratchet, Robert Holdstock. Las historias de Dragonlance.
LA MITOLOGÍA MONSTRUOSA DE JEAN RAY.
HISTORIA DE LA LITERATURA PARA NIÑOS.
BORGES Y SUS PRECURSORES: Franz Kafka. Nathaniel Hawthorne. G. K. Chesterton.
CREADORES DE UNIVERSOS: Boris Vian, Italo Calvino, Stanislaw Lem, Michael Ende, John Crowley.
LA LITERATURA FANTÁSTICA EN MÉXICO: Bernardo Couto, Francisco Tario, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Emiliano González, Lorenzo León, etc.
LOS CUENTOS DE JULIO CORTÁZAR.
CARLOS CASTANEDA: Una fantasía aparte.
Módulo III
CIENCIA Y LITERATURA.
EL INICIO: JULIO VERNE Y H. G. WELLS.
LOS GRANDES TEMAS DE LA CIENCIA FICCIÓN: viajes por el tiempo y el espacio. Las civilizaciones extraterrestres. Universos paralelos. Dioses, máquinas y robots. El futuro de la raza humana.
LA VIEJA ESCUELA: Olaf Stapledon. Jack Williamson, Robert Heinlein, Clifford Simac, Alfred Bester Theodore Sturgeon, Fredric Brown, Frederick Pohl.
EL UNIVERSO POÉTICO DE RAY BRADBURY.
MAESTROS DE LA SPACE OPERA: Jack Vance, Poul Anderson, Iain Banks.
LA CIENCIA FICCIÓN DURA: Arthur Clarke, Isaac Asimov, Larry Niven
LOS PREMIOS HUGO, LA NUEVA OLA Y EL CIBERPUNK: Robert Silverberg, Ursula Le Guin, Philip Farmer, J.G. Ballard, Frank Herbert, Orson Scott Card, Charles Sheffield, John Varley, William Gibson.
LAS PESADILLAS DE PHILIP K. DICK.
LA CIENCIA FICCIÓN EN MÉXICO.
EL CINE DE CIENCIA FICCIÓN.
CIENCIA FICCIÓN Y VIDEOJUEGOS.
Coordina: Ricardo Bernal
Claustro de profesores: Doris Camarena, Libia Brenda Castro, Roberto Coria, Ricardo Chávez Castañeda, Alberto Chimal, Víctor Grovas Hajj, Jorge Llaguno, Mario Abraham Mancilla, Erika Mergruen, Carlos Rodríguez de Alba, José Manuel Ruiz Regil y Celso Santajuliana.
Horario: sábados, de 10:00 a 14:00 horas
Inicio: 21 de febrero
Duración: 128 horas (8 meses)
Informes e inscripciones: Universidad del Claustro de Sor Juana. Izazaga 92, Centro Histórico. Ciudad de México. Teléfonos: 51 30 33 30 al 32
La Mandrágora y Tierra Mestiza invitan a su Lectura de cuentos fantásticos. Participan: Mónica Sánchez Escuer, Sandra Huerta, Roberto Carrancá, Libia Brenda Castro, Manuel Avantes, Leonardo Teja, Doris Camarena y Ricardo Bernal.
La cita es en Café Tierra Mestiza (Diagonal San Antonio 915, Colonia del Valle) el miércoles 17 de diciembre a las 20:00 horas.
Por un azar extraño, hoy y mañana me toca compartir mesa de presentación con Ricardo Bernal. Me alegra que ambos libros, a pesar de ser muy diferentes, tengan que ver con temas que nos interesan y sean de una hechura excelente.
Dejo las invitaciones: hoy a las 19:00 horas, en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes (Juárez y Eje Central, en el Centro Histórico), presentaremos Todo esto sucede bajo el agua de Rodolfo J. M., ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri. Mañana jueves, también a las 19:00 horas, estaremos en la Casa del Poeta (Álvaro Obregón 73, colonia Roma), presentando el poemario Funeraria de Carlos Manuel Cruz Meza.
Fuera de una presentación más, de la que avisaré más adelante, éstas serán las últimas del año. A ver si nos vemos por allá.
Ricardo Bernal me ha dejado la invitación a la nueva edición del Laboratorio de Cuento Fantástico que él imparte junto con Doris Camarena. Serán ocho sesiones a partir del 7 de octubre, en el Centro de Lectura Condesa de la ciudad de México. Todos los datos vienen a continuación.
Otro aviso especial: como cada año, pronto comenzará el Diplomado de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción en la Universidad del Claustro de Sor Juana, coordinado por Ricardo Bernal y en el que varios otros impartimos algunas clases. Por si les interesa, el programa viene a continuación:
A la hora de leer la discusión sobre autores visionarios que se dio hace algún tiempo en relación con Tolkien, me di cuenta de que un texto mío al que se enlazaba desde esta bitácora no está más en la red. Trata del extraño caso de Achilles G. Rizzoli y tiene relación, también, con este otro artículo. Lo reproduzco a continuación.
En 1896, Achilles G. Rizzoli nació en Port Reyes, California, al norte de San Francisco. Era hijo de inmigrantes suizos (de Ticino, la región italoparlante al sur de Suiza). No carecía de talento, pero durante años debió conformarse con trabajos miserables, que aceptaba para ayudar a la manutención de la familia: su padre, Innocente, se separó de ella en 1913, cuando una de las hijas quedó embarazada sin haberse casado.
Como para incrementar el dramatismo de la ruptura, y nuestra morbosa animación, dos años después de que Achilles –junto con su madre, Emma, y sus hermanos– abandonara en Port Reyes a Innocente, éste robó una pistola y desapareció, como dicen, sin dejar rastro: su cadáver tardó veinte años en ser encontrado, y mientras tanto los Rizzoli terminaron por dispersarse (un hermano siguió los pasos del padre y jamás volvió a saberse de él). Cuando se acercaba a los cuarenta años, Achilles vivía solo con Emma en una casa en San Francisco, seguía virgen y apenas había logrado dar con un trabajo más o menos estable, como trazador de planos, en un despacho de arquitectos; entre sus estudios estaban diversas materias de ingeniería y dibujo en una escuela politécnica. También había fracasado en el proyecto de dedicarse a la literatura: escribió varios cuentos y una novela, La columnata, cuyo tiraje pagó entero en 1933, pero nadie se avino a leerlos (todos los textos, o casi todos –según se cuenta– tenían por héroes a arquitectos empeñados en realizar proyectos utópicos).
Achilles, por supuesto, era un excéntrico: nunca se casó ni siquiera se halló una pareja, dormía en un catre a los pies de la cama de su madre, era tímido y dado a extrañas manías. Pero en 1937, tras la muerte de Emma (obligado detalle sensacionalista: durante el funeral, se aproximó al ataúd y se empeñó en abrir los ojos del cadáver), llevaba dos años de dedicar sus ratos libres a un nuevo proyecto: los dibujos de sus arquitectos ficticios, que eran edificios monumentales y no menos inexistentes, como las pirámides y las esferas de Étienne-Louis Boullée –el arquitecto de lo imposible a quien Peter Greenaway hace homenaje en La panza de un arquitecto— pero más cercanos a las formas fálicas y angulares del arte gótico, o de los maestros de la edificación imponente y siniestra como Nicholas Hawksmoor. Cada uno de los dibujos era, además, la representación simbólica de una persona, querida o por lo menos conocida de Rizzoli, y en cierto sentido eran las formas que esas personas (quienes rara vez se enteraron del homenaje que recibían) iban a tomar después de la muerte de sus cuerpos.
En agosto de 1935, Rizzoli abrió una exposición pública de sus dibujos en uno de los cuartos de su casa: la tituló A. T. E. P. (Achilles’ Tectonic Exhibit Portfolio, su Muestrario de Exhibición Tectónica), pero casi nadie hizo caso de sus invitaciones; con todo –obsérvese el impulso incesante, la voluntad con resortes secretos y fortísimos–, Rizzoli no dejó de organizar el evento una vez al año, aunque a partir de 1940 renunció a convocar a otros y lo hizo sólo para él. La pieza central de esas exposiciones era, siempre, Emma, transformada en una catedral.
Durante las décadas siguientes, sus dibujos, casi siempre alzados de fachadas aunque también hay algunos planos, fueron dando forma al proyecto de una ciudad entera: Y. T. T. E., «Yield To Total Elation», «Rendíos A La Total Exaltación», en la que el sistema de símbolos de Rizzoli, siempre lleno de acrónimos y abreviaturas, incorporaba numerosos símbolos. Desde los textos en los márgenes de cada dibujo hasta las esculturas en «sitios públicos» que representaban la Poesía, la Felicidad o la Paz, todo en Y. T. T. E. respondía a necesidades inaplazables y no siempre relacionadas con lo trascendente: un edificio, equivalente al excusado, era el «A. S. S.» ( «Acme Sitting Station»), y varios más querían referirse a los muy escasos vislumbres de la sexualidad humana que Rizzoli tuvo en su vida. Sin embargo, Rizzoli modificó su proyecto a partir de 1945, cuando empezó a tener visiones; éstas lo convencieron de que podían formar una suerte de Tercer Testamento de la Biblia, y de que lo inspiraba, directamente, la señorita A. M. T. E. («Architecture Made To Entertain», «Arquitectura Hecha Para Entretener»), quien se le reveló como esposa virginal de Jesucristo.
Pero la apoteosis de semejante revelación no tuvo lugar. Aunque la habilidad de Rizzoli no disminuía, su A. C. E. («Estravaganza Celestial de A. M. T. E», su último proyecto) no quedaba a la altura de lo que percibía, y en 1977 no pudo continuar dibujando: un ataque lo dejó incapacitado, y todas sus pertenencias debieron venderse para pagar su estadía en un asilo. Rizzoli murió en 1981, y fue enterrado junto a su madre en San Francisco.
b)
Luego de su vida de recluso y su muerte en la pobreza –y sin haber logrado interesar a nadie en su trabajo «secreto» de cuarenta años–, A. G. Rizzoli fue «descubierto» en 1990 por Bonnie Grossman, una galerista de Berkeley. Grossman supo de planos, alzados y otras ilustraciones almacenados en una cochera, «al cuidado» de los parientes vivos de Rizzoli (quienes habían rematado el resto de sus pertenencias para pagarle el asilo); al ver las imágenes, entendió que el desconocido autor de todo aquello había sido un genio: un artista de gran estatura pero marginado de todos los circuitos y conventículos. Poco después se organizó una exhibición «retrospectiva», que se presentó en varios museos de los Estados Unidos, con imágenes de todos los proyectos y cosmogonías de Rizzoli; luego se editaron libros sobre su vida y su obra y hasta se filmó un documental. Luego, el conocimiento de estos asuntos comenzó a propagarse por el mundo, llegó a países subdesarrollados y fue tema de columnistas en los suplementos culturales (o de notas en bitácoras).
Como puede verse, la historia tiene la cantidad apropiada de altibajos melodramáticos para ser reconfortante: después de todo, está hecha para nosotros (consumidores del mito de Rizzoli, tan semejante al de Van Gogh, Munch y otros héroes trágicos de las artes de occidente), que nos beneficiamos de la «justicia poética» hecha al artista como celebridad –es decir, como mera imagen– y no debemos tratarlo con justicia de ningún otro tipo, remediar las carencias de su existencia cotidiana ni siquiera lidiar con la persona viva. Más aún, basta con que lo vindiquemos apreciando su «calidad», y a partir de ese reconocimiento podemos comenzar a malinterpretarlo, como a Kafka, de acuerdo con nuestro sentimentalismo o con los clichés más cercanos a nuestra idea de su arte. No importa que las visiones de Y. T. T. E. o de A. M. T. E., los hombres y mujeres renacidos como edificios, el plan por el que todos los planos juntos formaban la imagen de un mundo distinto e inalcanzable, sean, en efecto, atisbos de una realidad que trasciende nuestra propia idea del mundo: fragmentos de una experiencia intransferible, reflejada sólo de modo imperfecto en los dibujos.
Tampoco importa que las categorías más accesibles (como «arte naïf«) sean realmente incapaces de asimilar del todo lo que Rizzoli creó, pues había tenido cierta formación como dibujante. En realidad, podemos reducirlo todavía más: cualquier día veremos su biografía al estilo Hollywood, con una plantilla de guión parecida a la de Mente brillante (Ron Howard, 2001), con Russell Crowe u otro semejante en el papel de Rizzoli y con el guionista haciendo grandes esfuerzos para callar su celibato (tal vez Jennifer Connelly interprete a la Señorita Arquitectura, apropiadamente despojada de atributos religiosos, y haya besos con música estilo Titanic), así como el amor obsesivo que Rizzoli sentía por su madre.
Un paso en la dirección correcta (o por lo menos en una dirección distinta) sería recordar la idea del art brut que propusieron André Breton, Jean Dubuffet y Antoni Tapiès en 1948: el término ha sido explotado con exceso y muy poco rigor, pero en su mejor definición apunta a la base misma de la división entre «el arte» y «el resto», y al hecho de que, aun sin discutir su justicia, no es posible negar su arbitrariedad y su carácter excluyente. Aunque Rizzoli es un artista marginal, sabemos de él cuando se le saca del margen porque sus trabajos tienen la suerte de ser conocidos por alguien con autoridad en el mundo del arte.
(Miles de otros jamás verán su trabajo en una galería. He aquí un caso relativamente reciente: Carlos Coffeen-Serpas, mexicano, autor de numerosos dibujos con pluma sobre cartulina que muestran variaciones sobre el dolor, el sol y la luna, las deformidades y los monstruos. La madre del artista, para obtener algo de dinero tras la muerte de éste, subía a los autobuses con dibujos bajo el brazo, para venderlos por unos pesos. Muy pocos deben haberse dado cuenta del valor de lo que estaban comprando; uno de ellos fue el dramaturgo Hugo Argüelles, quien adquirió varios, y otro el narrador Ricardo Bernal, quien me contó esta historia.)
A. G. Rizzoli se pasea por el mismo jardín (está en el manicomio de la imaginación) que frecuentan William Blake, quien conversaba con los ángeles y compiló los proverbios del infierno; que Daniel Paul Schreber, quien iba a convertirse en mujer y engendrar una nueva especie humana, y cuya cosmogonía fue malentendida, con gran prestigio, por Sigmund Freud; que Philip K. Dick, quien oía voces y escribía novelas costumbristas en mundos puestos cabeza abajo. También están otros muchos, sin nombres. Todos señalan, a cierta hora del día, un mismo umbral; del otro lado estamos nosotros, que sólo entendemos a medias sus gestos y los llamamos con nombres de belleza.
Dos relatos extraños de Ricardo Bernal (1962), excelente y elusivo narrador mexicano –uno de nuestros auténticos «raros»–, que aparecieron publicados en Lady Clic (2002).
MADRE AMOROSA
Ricardo Bernal
I)
Ella tiene una vela en las manos, se cree un barco de vela. Ella es un triángulo isósceles y recorre la alcoba de un lado a otro al compás de la música de las esferas. Ella se acerca a una cuna estilo gótico y alumbra con la vela a su bebé: un pequeño rombo anaranjado que duerme apaciblemente balbuceando dulces sueños de química inorgánica. Ella es verde. Ella es piscis y su astrólogo de cabecera es capricornio. Ella está despeinada y ojerosa. Ella no tiene nombre.
Ella deja la vela en una mesa y toma entre sus brazos al bebito. El bebito es una espina en el corazón metálico de la madre y el corazón metálico de la madre es el villano en las historias que sueña el bebito. Un pterodáctilo de cuerda vuela alrededor, por lo que Ella abre la boca y guarda en sus adentros al pequeño rombo anaranjado. De pronto aparecen en este cuento las siguientes expresiones: “bebito-espina”, “bebito-rombo anaranjado”, “bebito-pez que da vueltas en la pecera de mi vientre”.
II)
Ella toma un pincel de la mesa y con el óleo fermentado que brota de los sueños de su hijo pinta una ventana en el muro. Ella abre la ventana y mira hacia afuera: en el jardín el otoño busca su sombrero y el martes juega a las damas chinas con el miércoles. En el jardín se aburren las estatuas y arriba de todo se pudre un enorme sol idiota. Desde el interior de su madre, el pequeño rombo anaranjado dice algo (nadie sabe qué, y quien esto escribe no pone mucha atención en lo que dicen los bebitos). Afuera el sol idiota se infla y se infla y se infla y se infla. Ella es un triángulo isósceles y le guiña un ojo al sol idiota quien sonríe como un idiota y peina sus relamidos rayos con un torpe movimiento idiota. Desde la ventana, Ella inclina la cabeza al sol idiota, quien también inclina la cabeza mostrando las siete marcas de sus siete trepanaciones. Ella sonríe. De pronto el sol idiota revienta, salpicando de luz roja las mejillas de todos los planetas.
Llega la señora Noche bostezando y sacudiendo las telarañas de sus hombros; hace gestos, abre su bolso y les reparte estrellas a todos los personajes de este cuento. El bebito rombo anaranjado se asoma por la boca de su madre y toma una estrella violeta de filos resplandecientes… Ella, además de ser un triángulo isósceles, es una madre feliz de ser madre.
III)
El padre del pequeño rombo anaranjado es un calamar gigante de los mares del Polo Sur quien en sus ratos libres se dedica a escribir ocho novelas policiales al mismo tiempo. Pocas semanas antes de que naciera su hijo, se fue de juerga con sus amigotes los delfines y desde entonces no ha regresado (nadie sabe dónde está, y quien esto escribe no tiene ganas de ponerse a buscarlo).
IV)
Ella cierra la ventana, toma una brocha de la mesa y pinta el muro de blanco: la ventana desaparece. Ella saca al bebito de su boca y lo acomoda en la cuna, la estrella violeta de filos resplandecientes también desaparece. A lo lejos, el Gato Jazz toca su saxofón de piedra y Ella canta canciones tristes para acompañar los sueños de su pequeño rombo anaranjado. La indecisa llama de la vela alumbra la escena: es tanta la ternura que ésta se escurre por los renglones de todo el cuento, haciendo suspirar a sus lectores… Ella es un triángulo isósceles que llora de melancolía.
V)
Todo lo anterior es mentira. Ella no tiene una vela en las manos, ni es un triángulo isósceles y su bebé no es ningún rombo anaranjado. Ella no es verde. Ningún pterodáctilo de cuerda vuela alrededor y no hay ningún sol idiota que se infle y se reviente. El calamar gigante de los mares del Polo Sur no existe, y en sus ratos libres no se dedica a escribir ocho novelas policiacas al mismo tiempo.
Quien esto escribe se ha quedado pensativo. Yo lo miro desde el otro lado de la mesa: bebe café, se rasca su enorme nariz, tacha, arroja al piso cuartillas arrugadas… pero no se le ocurre nada. Aburrida de tanto contemplarlo sin que me haga caso, decido irme a dormir y dejarlo a solas con su cuento. Quizá más tarde, o mañana temprano, el golpetear de su máquina de escribir se confunda con el dulce aguacero de mis sueños… ¡Pobre! Nunca sabrá lo que sueña su musa.
Buenas noches.
Imagino al Demonio de Tasmania echándole talco a sus zapatos nuevos. Se lava los dientes, anuda su corbata color perla y se pone el reglamentario saco azul. Luego se mira en el espejo: tendré éxito, alcanzaré todas mis metas, seré un triunfador. El departamento donde vive es muy pequeño. En los muebles hay carpetas tejidas debajo de los animalitos de cristal y encima del viejo televisor hay un aparato recién comprado y una videocasetera. También hay un servibar lleno de botellas y en las paredes cuelgan retratos de abuelos tiesos y engominados. El Demonio de Tasmania sólo tiene dos libros: El Vendedor más Grande del Mundo y el Manual del Perfecto Hombre Cuadrado. No cree en el destino, no le gusta la poesía, no le gusta la música y ni siquiera sabe cuál es su signo del zodiaco. El Demonio de Tasmania usa calcetines de rombos, sus uñas son cortas y se está quedando calvo. Lo imagino cerrando con llave su departamento. Toma tres camiones para llegar a Coyoacán y camina hacia el Sanborns, donde gracias a su don de mando e impecable apariencia, consiguió el codiciado puesto de capitán de meseros; empleado del mes desde hace diez meses y quizá, es su sueño dorado, próximo subgerente del restaurante.
No hubo clases de piano pues a la maestra le amputaron las manos, pobrecita, así que salimos como pollos huérfanos a la calle. Las campanas de las iglesias sonaban para despertar a nuestros ángeles, tarde libre, mira las nubes, al rato va a llover. Éramos los de siempre: Venus, Victoria, Celso y yo. Salimos despacio, con nuestros morrales repletos de sueños inmaculados y las alas limpias; con libros de Girondo, Simic y Philip K. Dick en las enormes bolsas de nuestras gabardinas. Yo llevaba además al animal: así le decíamos a ese pequeño tarot, obsequio de Mamá Lila, que se había ido gastando de tanto recibir influencias planetarias y visitas de emisarios celestes. Por eso la pregunta de Venus ¿Me tiras el tarot?, hizo que el animal abriera sus inexistentes ojos; voy a convocar a los astros, voy a descifrar las indescifrables leyes kármicas que rigen a esta niñita. Claro que sí, le contesté a Venus contemplando la quietud oceánica de su mirada y la aureola que iluminaba su rapado cráneo. Pero primero vámonos de aquí, propuso el jefe Celso quien acababa de regresar de la alta selva y estaba acostumbrado a recorrer las veredas en compañía de ángeles encapuchados y armados hasta los dientes para derrocar al mal gobierno. ¿A dónde vamos? ¿Al cine? A excepción de Victoria, todos éramos pobres, así que decidimos enfilar nuestros pasos rumbo a Coyoacán: perder el tiempo, matar las horas, cuatro sombras largas toreando camiones en División del Norte, ocho tenis rebotando en las piedras, cuatro personajes de Plaza Sésamo rumbo a un incierto destino cósmico… En aquellos tiempos, Venus quería ser astronauta, volar al planeta que le daba nombre y derretir ahí los ácidos sueños que tuvo cuando niña. Victoria, por su parte, quería ser escritora sin saber que ya lo era. A veces buceábamos en sus cuentos y descubríamos peces, palabras de luz nadando en los laberínticos y fosforescentes párrafos. Porque Victoria se extravió en un bosque prohibido y regresó cabalgando un pegaso, convertida en duende y con la piel completamente verde, aunque ella nos aseguraba que el culpable había sido el sol de Bacalar. Yo, en cambio, vivía en el desierto. Era amigo de cactus y coyotes, y un fantasma tolteca me había enseñado a descifrar las formas de la arena. El tarot era mi aliado, ronroneaba vivo entre mis manos y cuando extendía las cartas para formar un mandala o la cruz celta, juro que la música de las esferas se convertía en el dulce aullido de la eternidad. Llegamos a Coyoacán. Cruzamos lagunas de palomas y saludamos a Moy, el mimo parlante. En el Parnaso, los señordones leían a Bufalino, leían a Kundera o comentaban películas de Tarkovski mientras bebían litros de café carísimo y requemado. ¿Ya vieron Batman Forever?, les preguntamos, y ellos se nos quedaron viendo como si fuéramos retrasados mentales. Entonces entramos al reino multicolor de las carcajadas. Compartimos nuestra tarde con perros flacos y vagabundos milenarios mientras arriba, en el cielo, los ejércitos de la lluvia pasaban lista. De pronto comenzó la guerra: primero fueron unas pocas gotas que sucumbieron a la sed del pavimento, peones sacrificados por el rencoroso dios que inventó el agua. Poco después los alfiles y las torres; el chubasco, el aguacero, la tormenta a cubetadas sobre el paraguas violeta de Saint Germain que no podía cubrirnos a los cuatro. Varios personajes de David Lynch danzaban en trance bajo la lluvia. Sus bocas emitían graznidos y sus afiladas manos de faquir lanzaban piedras hacia el cielo: que llueva, que llueva, la virgen de la cueva. Corrimos a la librería sacudiéndonos el agua y la mala suerte. Ahí vimos postales, libros de magia blanca y magia negra. Ahí hojeamos algunos cómics: Las aventuras eróticas de Wozzek, el perro individual, El Senador Dupont visita Sarajevo, Psiquiatramán contra el Mono Gramático y los Hijos del Limo. El agua se encharcaba dentro de nuestros tenis para luego evaporarse en tufos agridulces. ¿Por qué en el Parnaso no venden libros de Clive Barker?, preguntó Victoria, y los señordones, alarmados, ocultaron su asco enfocando sus redondas gafas en las páginas culturales de La Jornada. Murió Ciorán. ¿Y ese quién es?, pregunté yo; fue entonces cuando los señordones nos echaron a patadas de la librería. Muy mojados llegamos a Sanborns. El Demonio de Tasmania recorría sus dominios con pasos firmes y mirada de halcón. Un menú estilo colonial con precios de tres o cuatro cifras aguardaba debajo de su brazo. El restaurante estaba a reventar: refugiados de la guerra que sacudían sus destartalados paraguas junto a las mesas. ¿Cuántas personas?, nos preguntó cordial el Demonio de Tasmania. Uno, dos, tres, cuatro; somos cuatro, dijo Celso. ¿Fumar o no fumar? Es igual. Por aquí, y lo seguimos a través de las conversaciones y las risas de los distinguidos comensales. Una mesa bien iluminada, pinturas del siglo XVIII en las paredes, ruido moderado y el movimiento eficaz de las meseras, preocupadas por ganarse una buena propina, pero más preocupadas aún por cumplir correctamente con el deber ante los ojos de su estricto capataz el Demonio de Tasmania. Y vimos el menú concienzudamente, aunque de entrada sabíamos que sólo íbamos a tomar café. Cuando sea rico voy a pedir un cóctel grande de camarones, dije yo; cuando consiga trabajo voy a pedir una carne a la tampiqueña, repuso Venus. Y llegaron los cafés y los probamos en silencio. Las cucharitas estaban quietas encima de la mesa, el calor evaporaba el agua de nuestros cuerpos, mientras allá afuera la lluvia seguía trastornando el sopor de las flores. ¿Entonces qué?, preguntó Venus, y todos se me quedaron viendo como si estuviera a punto de contarles un chisme de los gordos, de esos que se paladean a solas mientras el gato Chester nos presta su sonrisa de Gioconda… ¿Entonces qué de qué?, le dije fingiendo no saber, fingiendo estar pensando en otra cosa, como si el ansioso animal no estuviera a punto de salirse de la negra bolsa de cuero donde lo guardaba; como si ninguno de los presentes supiéramos que la Hora de la Verdad había llegado, puntual como la hoja de una guillotina. ¿Entonces qué con el tarot? ¡Ah claro… el tarot! Y así comenzó el rito: sacar al animal de su bolsa, extender el minúsculo tapete donde se irán colocando las cartas. Hacer la sopa cósmica, el caos primordial donde se mezclan los arcanos mayores y los arcanos menores. A ver Venus, corta en tres con tu mano izquierda. Dedos temblorosos, ojos de animal acuático. La tirada más ortodoxa es la cruz celta, sobre todo si es la primera lectura. Coloca una carta aquí, y Venus sacó el dos de pentáculos al revés. Eres géminis ¿verdad? ¿Cómo lo sabes? Porque tú me lo dijiste el otro día. ¡Qué tarado eres! Ahora pon una carta que cruce a la primera: la Sacerdotisa, el diez de bastos en la base, la Luna en el pasado reciente. El asombro y la sorpresa se instalaron con nosotros tomados de la mano. El tres de espadas en el destino, esto se está poniendo bueno. Victoria y Celso miraban las cartas respetuosamente. Celso pensaba en el siete de copas, su carta favorita: el hombre pasmado que ve castillos en el aire. Yo oí cuchicheos en la mesa de junto, las meseras pasaban y nos miraban de reojo. Venus sacó otra carta: el as de copas, el Espíritu Santo montado en su paloma, el desenfrenado amor de Dios por todas y cada una de sus criaturas. Entonces ocurrió… Fue como un eclipse total, como la funesta noticia que arruina sin remedio un noche de bodas. Fue la voz del Demonio de Tasmania a doscientos metros de altura: recojan esas cartas inmediatamente. Nos quedamos inmóviles, nuestras cuatro miradas formaban un enorme signo de interrogación. ¿Pero por qué? Porque aquí no es salón de juegos. Pero esto no es un juego. No me importa, el reglamento lo prohibe. La discusión duró diez eternos minutos y de nada sirvieron amenazas ni súplicas. Es que usted no entiende. Los que no entienden son ustedes, guarden esas cartas, guarden esas cartas, guarden esas cartas, repetía el Demonio d
e Tasmania como un incorruptible robocop de pilas. Oiga señor Capitán, ¿no quiere que le tire el tarot?, aventuré a decir como último recurso. El Demonio de Tasmania peló los ojos y me miró como si le estuviera proponiendo matrimonio. ¡Yo no creo en esas cosas! ¿Y si no cree entonces por qué le da tanto miedo?, preguntó Victoria. ¡No tengo miedo! Si no guardan las cartas, llamaré a seguridad para que los echen y punto. ¿Qué podíamos hacer? El café se había enfriado, los comensales de las mesas vecinas nos miraban como si fuéramos los últimos habitantes de un zoológico inconcebible. Guardé el tarot silenciosamente. Pedimos la cuenta. Venus, Victoria, Celso y yo caminamos con pies de plomo rumbo a la salida, rumbo a la lluvia, rumbo a la nada metafísica. Buenas noches Universo, que sueñes con los angelitos.
Jamás volvimos a vernos. Luego me enteré que Venus se había casado con un vendedor de seguros y que era madre de dos sonrosados querubines. Victoria recibió el premio Nobel de literatura, desde entonces se dedica a firmar autógrafos y a dar conferencias. Celso desapareció en el triángulo de las Bermudas, aunque ahora su estatua adorna casi todas las avenidas y parques de la ciudad. Yo, en cambio, me dedico a recorrer el mundo en una bicicleta sin ruedas. No he vuelto a tocar el tarot.
Imagino al Demonio de Tasmania regresando a su departamento después de una ardua jornada de trabajo. Se quita los zapatos, afloja su corbata color perla y se echa un pedo. ¡Vaya día! Hoy humilló a tres meseras, hizo llorar de rabia a un cocinero y despidió a un lavaplatos analfabeta. El Demonio de Tasmania se prepara un whisky, enciende el televisor y coloca en la video su película porno favorita: El Enano y las siete Blancanieves. Luego se prepara otro whisky y otro whisky y otro whisky hasta quedarse dormido. De pronto se desgajan los muros y por las grietas aparecen los arcanos mayores. Afuera, la Luna recorre el cielo en una silla de ruedas. El Mago arranca un rayo de las nubes y lo clava en medio de los ojos dormidos del Demonio de Tasmania: ¡toma pequeñín, pesadillas para el resto de tus noches! La Rueda de la Fortuna tritura los animalitos de cristal, y ahora te aplastaré los callos. El león escapa de las manos de la Fuerza y destroza los sillones con sus zarpas. El Diablo le llena de plastilina las cavidades del corazón mientras el Loco, armado con un popote, le sorbe el cerebro al Demonio de Tasmania quien no puede despertar, pues el ángel de la Templanza le ha cosido los párpados con los hilos del arcoiris. La Justicia pesa el vacío con su balanza: nada igual a nada; vámonos de aquí muchachos, este pobre individuo no tiene remedio. Los arcanos mayores salen en fila india del departamento. Antes de alejarse, la Muerte coloca una cucaracha viva debajo de la lengua del demonio de Tasmania: éste es tu postre, polluelo, ojalá lo disfrutes mucho.
Imagino a los bomberos rompiendo la puerta dos semanas después y encontrando el cadáver podrido del Demonio de Tasmania. Pero sé que la realidad será otra y no necesito ningún tarot para adivinarla: mañana temprano, el Demonio de Tasmania llegará al Sanborns, puntual como siempre. Será capitán de meseros por el resto de su vida.