Después de cierto tiempo he publicado un cuento nuevo: «El señor de los perros», que está en el número 39 de la revista virtual Carátula, hecha en Nicaragua y dirigida por Sergio Ramírez.
El cuento refiere una serie de hechos brutales en la voz de varias mujeres. Viene como parte de una entrega de narrativa que también contiene textos de Mario Bellatin, Marina Porcelli, Yordis Monteserín y Luis Báez. Agradezco la invitación a Ulises Juárez Polanco.
Aparte, mi amigo Carlos Ramón Morales (cuya bitácora Las opiniones del Rufián Melancólico ha salido a relucir aquí algunas veces) me hizo hace tiempo una entrevista que ahora publica en dos partes (primera y segunda) la revista virtual Distintas Latitudes. Hablamos de literatura, de imaginación y hasta de actualidad. Las ilustraciones del texto –aquí se reproduce una, al comienzo de la nota– son de Juan M. Tavella.
Para completar esta serie de avisos: otra revista virtual, Hermanocerdo, está publicando un especial, «Las lecturas de 2010», en el que varias personas hemos sido invitadas a escribir sobre los mejores libros que leímos en el año. Mi propia lista (muy breve por razones que allí se explican) acompaña a las de Antonio Jiménez Morato, René López Villamar, David Miklos, Pablo Muñoz, Martín Cristal, Javier Avilés, Walter Duer y los que se acumulen esta semana.
(Extrañísimamente, esa propuesta de escribir llegó al mismo tiempo que dos invitaciones a recomendar libros, con diferentes fines, para el diario Reforma y la revista Emeequis. La primera de estas dos aparecerá pasado mañana, viernes 10, en el suplemento Primera fila, y la segunda en el siguiente número de la revista. Creo que logré no repetirme.)
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Para terminar, aparte todo de lo anterior, ¿no debería llamar más la atención la salud de publicaciones virtuales hispanoamericanas como las que he mencionado en esta nota? Funcionan sin ser apéndices de revistas impresas, logran varias cosas imposibles para esas revistas y las de buena calidad son más abundantes de lo que parece… Su existencia es otra buena razón, creo, para preocuparse por que la información en internet circule con libertad y haya contrapesos que impidan que una o varias empresas –como se ha visto que puede pasar– tengan la posibilidad de negar arbitrariamente el acceso a lo que les desagrada o los asusta.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Hace casi veinte años (es decir, varios antes de la popularización del uso de Internet) aparecieron las primeras revistas virtuales mexicanas. La más interesante fue una dedicada a la ciencia ficción en español: La Langosta se ha Posado, que comenzó a publicarse en 1992 y fue fundada por Gerardo Porcayo, introductor del cyberpunk en México y uno de los varios autores que se dieron a conocer durante el breve florecimiento de la ciencia ficción nacional en los ochenta y noventa. El nombre de la revista proviene, por supuesto, de la novela El hombre en el castillo de Philip K. Dick, donde es el título de otra novela, en la que el mundo que conocemos se describe como una ficción.
La revista se creaba en Iris, uno de los primeros programas de creación de hipertexto y texto electrónico; como no existía otra forma posible de distribución, cada número de la revista –en la forma de un programa que se podía ejecutar en una PC– se copiaba en diskettes (esos antepasados de las pastillas USB en los que cabía poco más de un megabyte de información) y éstos se repartían a amigos y conocidos para que pasaran de mano en mano.
Que el medio más avanzado y audaz del momento tuviera que abrirse paso como las hojas volantes del siglo XVII no dejaba de ser irónico. Nueve números de la revista se publicaron en este formato, que de hecho era todavía más atrevido, y más desconcertante, en un país como éste (según se cuenta, cuando sus editores intentaron buscar apoyos para la edición de La Langosta en uno de tantos programas gubernamentales de financiamiento, nadie en la dependencia correspondiente fue capaz de entender que una revista no se publicara en papel). Más tarde, cuando comenzaron a utilizarse los navegadores de Internet y aparecieron los primeros servicios gratuitos de alojamiento en Internet, La Langosta tuvo una segunda época en la red, pero su proveedor (Xoom.com, una de numerosas compañías que surgieron durante la fiebre de las empresas .com a fines de los noventa) dejó de operar y esa etapa de la revista se perdió.
Actualmente, la revista ha vuelto una vez más: ahora es una serie de blogs enlazados con un nuevo nombre: La Langosta se ha Posteado, y contiene no sólo textos nuevos entre cuentos, ensayos, comentarios y reseñas, sino también un archivo en constante crecimiento con lo mejor de todas sus encarnaciones anteriores. Quienes la hayan leído antes reconocerán la continuidad y la dignidad de su propuesta editorial, que no se coloca en un gueto para volverse mediocre y autocomplaciente; quienes no la conozcan tal vez se sorprendan por sus textos y más aún por su diseño, que ahora juega de muchas maneras a la nostalgia; en todo caso, la continuidad de la revista y de su apuesta me parecen tan importantes como su intención de mantener la memoria de su trabajo. La mayor parte de las publicaciones contraculturales mexicanas (que por lo general duran pocos números, mal distribuidos, creados siempre en circunstancias apremiantes e inciertas) se olvida a los pocos meses de su desaparición. La Langosta propone en sus archivos la recuperación de un movimiento y una serie de ideas cuya vida, y evolución, se demuestra en las nuevas entregas de la revista.
(Nota: con ésta, Las historias llega a sus 500 notas publicadas. No es tanto, pero ha costado y ha valido la pena. Gracias como siempre a todos los que vienen a leer y comentar.)
Estas notas sobre publicar y escribir en México se podrán complementar con las que están aquí y con algunas más que no he escrito todavía. Como una fea gripe retrasó esta entrega, seré breve y conciso.
Y antes que nada, dos convocatorias completas para personas interesadas en publicar libros: un concurso organizado por la editorial Ficticia y otra con los lineamientos para proponer originales a la editorial Jus.
Y cuatro revistas y sitios electrónicos que reciben propuestas: la propia Ficticia, Palabras malditas, Hermanocerdo y Narrativas. (Todos estos se inclinan más hacia la prosa, pero desde ellos se podrán encontrar más referencias, por ejemplo, para los interesados en la poesía.)
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La pregunta más simple y directa de las que fueron causa de esta serie es «cómo se hace para publicar en este país». Sin meterme en ninguna otra cuestión aledaña (para qué escribir, por ejemplo, como pregunta que todo aquel que desea publicar debería hacerse en algún momento; dejé esa idea en suspenso y la retomaré, pero no ahora), creo que publicar no es imposible incluso en un tiempo de crisis como éste. Para empezar…
¿Se desea publicar ya, como sea, a toda costa?
Si se desea optar por alguna de las tres alternativas más directas y rápidas de publicación, la más simple de todas es el que se emplea aquí: un blog, que se puede obtener gratuitamente de varios servicios en la red. Hasta sacar fotocopias de una o varias páginas para regalarlas o venderlas (como hacen muchas personas) es más lento y costoso. Aunque lo más probable es que una bitácora cualquiera en Internet tenga sólo un lector –es decir, quien la escribe–, crearle un público fiel a un blog está dentro de lo posible; para lograrlo hace falta mucho trabajo y mucho tiempo («labor de hormiga»: promoción individual en todos los foros y páginas que se pueda, constancia en la publicación y en la naturaleza y calidad de lo publicado, etcétera), pero es una opción que prácticamente no exige nada más que el tiempo que su autor o autora esté dispuesto a dedicar a la creación y promoción de su página.
La segunda alternativa puede interesar por el lustre que tiene todavía la idea del libro como objeto: recurrir a las editoriales más accesibles, que son las que cobran por publicar (o en muchos casos, meramente por maquilar) los libros de los autores interesados. No recomiendo esta opción porque tiene todas las desventajas del trabajo con editores al modo tradicional y ninguna de sus ventajas; las empresas que se dedican a esto no promueven lo que publican y en muchos casos actúan de manera deshonesta, cobrando precios ridículamente altos o haciendo toda suerte de trampas con el tamaño y la calidad de sus tirajes. (El péndulo de Foucault de Umberto Eco tiene un capítulo muy entretenido sobre los engaños y trampas de una editorial de las «que en los países anglosajones se denominan ‘vanity press'».) La única manera de hacer funcionar un proyecto de publicación así es que el autor sea su propio editor, pagando los costos y encargándose de todo (hasta de la distribución), con lo que al menos estará seguro de que nadie se aprovecha de él. Es agotador, pero algunas personas pueden hacerlo y lo prefieren.
La tercera alternativa es la de las revistas virtuales. Las revistas impresas eran, tradicionalmente, el primer paso de muchos escritores principiantes, que se iban dando a conocer con textos breves. Las revistas electrónicas de ahora hacen básicamente lo mismo, aunque sus lectores acostumbran ser menos que los de las revistas de otras épocas; por otro lado, son lectores están más dispersos geográficamente, lo que a la larga tiene sus ventajas, y (si el texto se acepta) hay la posibilidad de ayudar a la promoción que haga de él la propia revista de muchas formas. Las revistas más accesibles son las que no se crean como contraparte de una revista impresa; en un medio como la red (y sobre todo como la red en América Latina), este tipo de publicaciones tiende no privilegiar lo comercial por encima de todo, lo que en la práctica implica muchas cosas pero, entre ellas, más disposición a examinar textos que se propongan espontáneamente, sin antecedentes ni contactos de por medio. En estos casos siempre habrá algún tipo de filtro; por ejemplo, un editor o comité editorial que lea los textos y decida qué se publica y qué no, pero además de que se puede aprender de esos editores (o al menos de aquellos que se molestan en decir por qué rechazan un texto; en el peor de los casos, los más cerrados pueden servir de ejemplo de lo que no se debe hacer), la autopublicación siempre queda como alternativa.
La siguiente nota de esta serie tendrá que ver con géneros literarios y revistas impresas.