Jaime Sánchez Susarrey, La victoria.
México, Planeta, 2006.
Como en muchos otros lugares, en México se publican constantemente libros de ocasión alrededor de la política: reportajes, crónicas, especulaciones –hechas de prisa, pensadas para causar grandes impresiones y no grandes debates– sobre los vaivenes del poder y sus «protagonistas». Y siempre sucede: lo que más rápido se olvida de esos libros son los nombres célebres y los grandiosos pormenores. Como todos piden, en el fondo, lo mismo («¡Lea, imagine, indígnese con todos los detalles!»), la devoción por lo momentáneo es al mismo tiempo su fortaleza y su debilidad. (más…)
Thomas Malory, La muerte de Arturo.
Traducción de Francisco Torres Oliver. Madrid, Siruela, 1999.
1. El rey Arturo no ha sido olvidado, a 1,500 años de que uno o muchos contadores de cuentos empezaran a hablar de él por las islas británicas y el resto de Europa.
2. Desde luego, nunca existió: la Historia de los Reyes de Bretaña de Geoffrey de Monmouth afirma que Arturo fue un dux bellorum, un jefe militar bretón que habría enfrentado una invasión sajona hacia el siglo VII, pero el libro fue escrito 500 años más tarde y es, a pesar del título, una ficción: ese Arturo conquista casi toda Europa. (Monmouth fue también el inventor de la palabra «Merlín». El mago se llamaba Myrddin en las leyendas más antiguas, pero el escritor le cambió el nombre, se dice, para evitar que sonara a la palabra francesa merde.) (más…)
Bernardo Fernández, Tiempo de alacranes.
México, Joaquín Mortiz, 2005.
(Nota: esta reseña fue publicada en La Jornada Semanal. Mientras continúo peleando a brazo partido contra T. H. White, Thomas Malory y Monty Python, va este texto, con un abrazo al amigo Bef.)
He leído en algunos lugares que Tiempo de alacranes, primera novela del narrador y monero Bef (Bernardo Fernández) es un texto político: un análisis del narcotráfico, su violencia, sus colusiones con el poder; una imagen del ahora.
Me alegra que Bef, un viejo practicante y defensor de “subgéneros” desdeñados por su escaso realismo, desde la ciencia ficción hasta los cuentos para niños, comience a ser apreciado por lectores fuera de esos círculos. Pero el riesgo que corre ahora es el de ser leído mal: (más…)
(Nota: esta reseña fue publicada anteayer en La Jornada Semanal. La reproduzco aquí con pequeñas modificaciones, pero no me he olvidado de otros textos prometidos, que aparecerán en los meses por venir. Esperen, entre otros, comentarios sobre Flannery O’Connor y su relación con el mal, Robert Walser y las reglas de la mediocridad, y el gran Goran Petrovic.)
En los años noventa, daba la impresión de que iba a producirse un cambio interesante en la literatura local. Por primera vez desde principios de siglo, la narrativa mexicana no parecía obsesionada con la «realidad nacional» como valor supremo y algunas novedades (La mano derecha de Pablo Soler Frost, Auliya de Verónica Murguía, La catedral de los ahogados de Ignacio Padilla, La ruta del hielo y la sal de José Luis Zárate, entre muchos otros) lograban ser apreciadas a pesar de tener preocupaciones distintas a las del realismo más rutinario. (más…)