Xavier Velasco, El materialismo histérico. Fábulas cutrefactas de avidez & revancha. México, Alfaguara, 2004
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Para este mes recupero y reviso una nota publicada en 2004 en el suplemento Hoja por hoja.]
El materialismo histérico —la frase conlleva una opinión sobre el estado del mundo, como se ve— es una colección de veinticuatro cuentos, relatos y viñetas escritos para su difusión por radio entre 2001 y 2004. Su autor, Xavier Velasco, los podó y revisó antes de publicarlos —algunas de las versiones originales pueden escucharse todavía hoy, aunque con alguna dificultad, en el sitio www.fullmoontonic.com— y los vistió con títulos juguetones: variaciones pícaras sobre frases hechas o títulos de libros y películas, a medio camino entre Hinojosa y Cabrera Infante. El conjunto es, según el escritor, una serie de “fábulas cutrefactas de avidez & revancha”; el subtítulo podría sonar a «realismo sucio» pero el juego de palabras que une cutre y putrefactas le sienta bien: es llamativo y superficial, al igual que los textos que reúne. Ésta es una virtud del conjunto, disparejo como la mayoría de los libros de narraciones breves; aun las peores de ellas tienen la ventaja de no pretender ser imágenes serias de los horrores actuales. Son farsas, versiones crispadas e irónicas de esas mismas tramas.
En especial abundan las descripciones de idioteces, abusos y desquites puestos en escena por hombres, mujeres y otras criaturas empeñadas en la persecución o el disfrute de sus deseos más ruines; no hay un ánimo experimental en la forma en la que se refieren esas historias, pero en todas hay la exageración, que para Alfonso Reyes servía como una “balanza de precisión” de lo existente. “Por unos pagarés más”, digamos, permite que su héroe lleve el fraude con tarjetas de crédito hasta extremos imposibles para mostrar cómo se desdibuja la frontera entre los muy criminales y los muy poderosos; “La filantropía en el comedor” es un elogio al individualismo y al egoísmo en boga, pero tan políticamente incorrecto que nadie lo diría nunca; “La cutrefacción rosada”, con su pretendiente absurdo y homicida, apunta a la violencia subyacente en todos los discursos amorosos…
La intención moral de los textos es evidente, por supuesto, pero no los vuelve mojigatos: la postura del autor no se revela en sus personajes, quienes cuando mucho pueden parecer ridículos mientras deliran sobre su poder o su influencia. Por otra parte, el libro es irregular: varias de las historias no son, en verdad, más que el esbozo de una imagen tremenda; otras, en el extremo opuesto, caen por el peso de vueltas de tuerca inútiles (uno de los cuentos más tradicionales, impecable hasta los últimos párrafos, termina con su personaje despertando: todo fue un sueño).
Este descuido influirá en la percepción futura del libro. En 2004 escribí: «muchas personas querrán leerlo hoy como si fuera una continuación de Diablo guardián (2003), la novela con la que Velasco ganó el Premio Alfaguara; no lo es en ningún sentido de los que importan a un lector ingenuo, pero como tampoco supone una ruptura radical con los temas ni, mucho menos, con la técnica ni la atmósfera de aquella novela, podría terminar reducido al estado de ‘libro de transición’: una pausa de su autor entre dos proyectos de más envergadura». Ahora resulta, creo, que la transición no ha terminado: no hay nada en la obra posterior de Velasco (ni siquiera Éste que ves, su novela más reciente) que haya podido salvarse de la comparación con Diablo guardián. Y, más que a ésta, El materialismo histérico alude de muchas formas a la otra obra de Velasco, la que escribió antes del Alfaguara, desde la novela Cecilia (Doble A, 1994) y las crónicas de Luna llena en las rocas (Cal y Arena, 2000, reeditada por Alfaguara en 2005) hasta los artículos periodísticos o los escritos experimentales que Velasco programa en su sitio web. Todos estos textos secretos —a pesar de su calidad y sus alcances diversos— sirven para percibir mejor los fines y los medios de quien los escribió, su deseo de juguetear con el lenguaje, su imaginación a la vez mordiente y genuinamente conocedora de sus asuntos. (He aquí otro elogio que puedo hacerle a Velasco: su interés es auténtico y, si se aprovecha de una moda ya existente, lo hace escribiendo lo mismo que ya escribía antes de ser famoso.)
Además, el destino de un libro de cuentos no tendría que ser el de todos los textos que lo componen. Vuelto a leer en 2008, «Por unos pagarés más» –uno de los cuentos que mencioné arriba– no es sólo la mejor historia del conjunto sino probablemente lo mejor que ha escrito Xavier Velasco; otros cuentos de El materialismo histérico son, ya lo dije, francamente malos, y el promedio mediocre, pero el desarrollo, las sorpresas y el cinismo de éste son magistrales: aun si nada más llegara a recordarse de la obra de su creador, ese texto merece aparecer en las antologías de 2050 o un poco después, esas que serán las primeras que lleguen a contar para entender y hacer balance de lo que se escribe ahora.
Para terminar, una nota curiosa. Con el fin (tal vez) de atraer a los lectores que no compran libros de cuentos, la contraportada de la primera edición (quién sabe las de ahora) miente: la impresión tras leerla es que El materialismo histérico es una novela o por lo menos un texto de largo aliento, dividido en “capítulos”.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Me invitaron a presentar, el pasado 4 de noviembre, el libro A bocajarro, novela de ciencia ficción de Adrián Curiel Rivera. Llegué tardísimo: la presentación fue en la Casa del Lago, dentro del bosque de Chapultepec, y el viaje tomó mucho tiempo más del previsto porque el Periférico y el Paseo de la Reforma estaban bloqueados; no supe por qué.
Entrando en la Casa me dijeron que la causa del caos vial en la zona era un accidente: un avión se había estrellado cerca de la Fuente de Petróleos, donde confluyen las dos avenidas que mencioné. Pero apenas puede prestar atención porque debía subir a la mesa de presentadores, que ya estaban allí: eran el doctor Fernando Curiel, académico de la UNAM, y Pablo Soler Frost, quien de hecho ya había comenzado su comentario y hablaba de Blade Runner, de las visiones del futuro que ponen en él lo peor del presente, de la facultad visionaria de la ciencia ficción.
Luego me tocó a mí y dije… algo distinto de lo que aparecerá en esta nota, por razones que explicaré. Pero estuve de acuerdo en que el libro mostraba una visión terrible de un futuro oprimido por la desinformación y la estupidez, y agregué que la mejor cualidad de la literatura fantástica (en la que se puede incluir, por supuesto, a la ciencia ficción, como una rama particular y riquísima) es obligarnos a ver más allá de las ideas sobre la realidad con las que intentamos reducirla a nuestra estatura humana.
Entonces el doctor Curiel empezó a leer su propio comentario, escrito en forma de carta: como es el padre del autor (creo que fue la primera vez que he estado en una presentación donde padre e hijo compartieran la mesa), el tono era cálido y el texto saltaba de un tema a otro como sugiriendo una gran familiaridad. A la mitad de la carta empezó a sonar un celular; resultó que era el del propio doctor Curiel, quien no sólo contestó sino que se embarcó en un diálogo rápido con quien lo llamaba; «Estoy en una presentación», dijo, y entre otras cosas, también, lo siguiente:
Dijo algo más, se despidió, colgó y yo pude ver, en el público, una colección de rostros asombrados que no olvidaré. Al término de la presentación, las conversaciones eran nerviosas: por supuesto, la noticia (que llamadas de otras personas confirmaban rápidamente) tenía algo de irreal. Alguien dijo:
–Como siempre, esto demuestra que la realidad supera a la ficción.
Como siempre, me pareció que la frase no tiene sentido, y pensé en responder, pero en el momento no pude hacerlo: me estorbaban recuerdos como el de los primeros días de 1994 (cuando el EZLN hizo su espectacular aparición pública) o el de julio de 2006 (cuando se separaron las aguas). Pero ahora que las cosas se han calmado un tanto: que se ha nombrado a un nuevo secretario de gobernación, que al muerto famoso se le ha perdonado todo, que las teorías conspiratorias agonizan en la abulia y la resignación, que ya hemos olvidado a los otros que murieron alrededor de Juan Camilo Mouriño y en realidad ni siquiera llegamos a enterarnos de quiénes fueron, y que (como siempre) llegan otras noticias a los titulares y las dudas se diluyen en imprecisiones y aplazamientos (11 meses para conocer análisis del avionazo; innumerables artículos-basura que dicen tantas cosas distintas que nos quedamos peor que antes), ahora es el momento de responder a esa afirmación, y también de hacerlo modificando un poco, sólo un poco, lo que leí en la presentación.
2. Lo que hubiera dicho si lo hubiera sabido en aquel momento lo que estaba pasando en Reforma y Periférico y que sucedería más tarde en relación con dicho asunto
Adrián Curiel Rivera, A bocajarro. México, Conaculta, 2008
Las palabras ciencia ficción conjuran numerosas imágenes, sugieren numerosas ideas, inspiran numerosas opiniones. Y son una mala traducción del inglés science fiction, que en castellano, con toda propiedad, debería ser “ficción científica” o, mejor aún, “narrativa científica”, o todavía más (atendiendo al espíritu más que a la letra): literatura especulativa, como proponía en el siglo XX el escritor Harlan Ellison; literatura dedicada a imaginar otras posibilidades de la vida humana a partir de lo que existe hoy. Esta categoría de historias es una rama, pequeña si se quiere, pero a la vez influyente y poderosa, de la literatura fantástica, que a su vez es parte –incomprendida a veces, pero siempre presente: desde el comienzo mismo del lenguaje– de la literatura a secas.
El nombre incorrecto se ha quedado, como sabemos, y algunos han llegado a contraerlo hasta “ficción”, solamente, como si el resto de la literatura fuera “realidad” o como si la realidad fuera tan inmediatamente asible: como si el avionazo de aquí junto –por ejemplo– no estuviera a punto de ser tema de innumerables teorías conspiratorias, sospechas paranoicas y versiones contradictorias que destruirán cualquier seguridad de que algún día sabremos qué pasó.
Pero con todo esto quiero decir que la ciencia ficción, pese a que algunos sostengan lo contrario, no es una sucursal de la divulgación científica, una herramienta didáctica, un conjunto de tramas simplistas para uso exclusivo de la industria del entretenimiento ni, mucho menos, un conjunto de posibilidades indignas de la imaginación. Muchas veces, casi siempre, se le ha reducido a eso. Pero la ciencia ficción (la mejor) ha sido la literatura visionaria de nuestro tiempo. No se trata de lo que va a pasar sino de lo que está pasando: de lo que entendemos o no podemos entender del mismo presente.
Aquí en México, sospecho, el que provengamos de la fusión violenta de dos culturas autoritarias y la dominante –es decir la española– haya continuado aquí el proceso largo y represivo de afirmación de la ortodoxia católica y castellana que había comenzado en el siglo XV, ha causado cierta atrofia de la imaginación. Pero aquí, como en el resto de occidente, la relación de la cultura con la literatura especulativa ha sido de amor y odio a la vez. Por un lado, como todo el mundo, hemos deseado creer en las visiones de un futuro sorprendente, de las maravillas que todavía podrían estar, gracias a la ciencia, disponibles para todos en un mundo cada vez mejor cartografiado, más despojado de misterios (ésta es, todavía, la base casi invisible del discurso triunfal y simplista de la mayoría de los políticos). Por el otro lado, ninguna maravilla en el papel ha podido con los horrores de la historia, que en los últimos cien años se han acumulado hasta el punto de hacernos descreer de toda idea de progreso y modificar nuestras especulaciones para convertirlas en pesadillas (ésta es una de las raíces del discurso de la abulia y la resignación actuales, de los millones que han visto cualquier posibilidad de futuro –y de participación en el futuro– retiradas de su alcance, luego de décadas de promesas).
Además: ahora se dice que la ciencia ficción, como el resto de la literatura, está de capa caída, en retirada y decadencia, a punto de ser suplantada por el reportaje, la autobiografía, todos los posibles relatos de la simple realidad. Sin embargo, basta que los medios se dediquen sistemáticamente a destruir la comprensión de un hecho cualquiera, como sin duda sucede ya mismo entre los despojos y los muertos al oeste de aquí: cuando ocurre, nos damos cuenta de que nuestra idea de lo que es real es fabricada –maquillada y rehecha, falsificada, censurada, regida por los poderes fácticos de la política, los medios y el crimen– y nos damos cuenta de lo que sucede en verdad: occidente, aturdido aún por los sucesos traumáticos y las desilusiones acumuladas durante décadas, ha preferido retraerse: ha perdido la confianza en su poder sobre lo real y se encierra en lo virtual para librar una lucha que sí cree, todavía, poder ganar, aunque sea a costa de todas las promesas de bienestar y enaltecimiento en las que había creído desde la época de la Ilustración. México es uno de los grandes laboratorio de falsificación (o de simulacro, para usar esa palabra famosa) que existen en el mundo: aquí todos los días se comprueba que si la existencia es terca, la percepción es dócil.
Todo esto se muestra en A bocajarro, que en cierto sentido es una novela fuertemente afincada en la vida tal cual es; como además es una novela especulativa, pura ciencia ficción en la estela de varios de sus autores emblemáticos, puede llevar «lo que es» todavía más lejos y colocarlo en un entorno que parece ajeno hasta que se observan todas sus semejanzas con nuestros miedos y preocupaciones. Basta decir que, en la novela, la nación ficticia de Urbarat vive a merced de una casta de comunicadores que nublan la comprensión de todo y mantienen embrutecida a una vasta población, que de pronto parece atrapada en un delirio circular más allá de toda memoria. ¿Se debe repetir el cliché de que «cualquier semejanza con la realidad…»?
El nombre del más destacado de los precursores de esta novela aparece en ella: Philip K. Dick, el gran autor estadounidense, cuyas novelas –Tiempo de Marte, Ubiky ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?– sufren, como casi todos los libros en la nación totalitaria donde se desarrolla la acción, la purga de todo el conocimiento, la inteligencia, la reflexión y hasta las fechas precisas que lleva a cabo el Animador, la última versión del dictador absoluto. Para acentuar la ironía, en este mundo donde la imaginación está prohibida y la verdad es imposible de descubrir el protagonista es un detective: Vicente Diamante, encargado de resolver un crimen desconcertante. Desde luego, no todo saldrá bien, pero aunque no diré qué sale mal, y qué vueltas reserva su creador a sus criaturas, sí puedo adelantar que la investigación del detective tiene tanto que ver con el muerto como con su propia naturaleza humana, y la de su propio mundo, consagrado no sólo a la opresión y la frivolidad sino también al simulacro: la destrucción de todo asidero con lo que llamamos la realidad es una metáfora de todas las formas en las que elegimos no ver cuanto está a su alrededor. En una época en la que toda la literatura parece, en ocasiones, condenada a ser sólo un producto de consumo, a sólo repetir las ideas confortables, una novela como ésta es una sorpresa estremecedora.
3. El fin
Tras salir de la Casa del Lago tomé un taxi. El conductor y yo hablamos del avionazo, y de pronto él sacó su celular y me contó que un pasajero le había transmitido, mediante Bluetooth, un video que había tomado muy cerca del sitio del ¿accidente? Luego transmitió a mi propio celular el mismo video, en el que no se ve ni se oye mucho: gritos, bocinas y motores acompañan a una mancha negra salpicada de luces amarillas y anaranjadas.
El hombre estaba feliz y pensaba que tal vez el video podría venderse a alguna televisora. Yo pensé que apenas había relación entre aquellas imágenes y lo que había pasado, lo que estaría pasando todavía por algún tiempo, y de lo que él y yo y todos ya estábamos infinitamente separados.
Pero brevemente me sentí, adoctrinado que estoy, en una de esas escenas que sí abundan en las películas y los libros futuristas: emocionado por el aparatito y sus humildes poderes.
[Posdata: además del enlace al texto de Edgar Clement sobre el avionazo, que se pierde un poco en un párrafo anterior, agrego otro más: este texto de Sergio J. Monreal es excelente porque se refiere lúcidamente a lo importante que no vemos, que tan alegremente elegimos no ver.][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Jorge Harmodio, Musofobia. México, Mondadori, 2008. 216 pp.
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En México, que tiene a TV Azteca y a Televisa, no ha aparecido aún una blogonovela. Pero la palabra se usa en diversos contextos para nombrar a los libros impresos que transcriben historias publicada inicialmente en bitácoras virtuales, con el fin de explotar comercialmente la popularidad que éstas hayan logrado en Internet. En otros países ya hay muchos ejemplos de libros semejantes, que utilizan la publicación en red como medio para imitar la publicación por entregas al modo de los folletines del siglo XIX y luego siguen el mismo camino hacia el papel. Los ejemplos en español van de Apocalipsis Z de Manel Loureiro, una encantadora novela de catástrofes, a la muy sobrevaluada Más respeto que soy tu madre de Hernán Casciari; hasta el momento, todas coinciden en ser de lo más convencional en su forma y sus temas: la única novedad es el “canal” que emplean para su distribución, y ninguna lo aprovecha para lograr algo más de lo que se podía lograr ya, aunque con menos eficiencia, en los tiempos de Dickens o Víctor Hugo.
Justamente lo contario pasa con Musofobia, que para seguir con el juego tendría que llamarse no blogonovela, sino novela blog: la primera que consigue, al menos en castellano, traer realmente a la página impresa el mundo de la escritura virtual.
La historia es la de Jorge, ingeniero mexicano y aspirante a cuentista radicado en París, sujeto a los vaivenes de su trabajo y al desastre de su vida amorosa (un ratón entra en su departamento –de ahí el título– cuando su pareja lo abandona por un novelista y su mundo entero se trastrueca). Y todo se presenta en efecto como blog, diario en línea con enlaces a otros sitios, comentarios y hasta basura electrónica, pero aparece primero como un libro, paralelo a la verdadera bitácora de Harmodio (malversando.wordpress.com) y sin repetir nada de lo publicado en ella. Además, entre los hechos de la trama novelesca, fechada y fragmentada como un diario, se atraviesan cuentos atribuidos al Jorge personaje, que aparecen sin fechas, no siempre son anunciados por el propio diario y en ocasiones, incluso, pueden leerse como un comentario humorístico o terrible de los hechos de su presunto autor. ¿Quién decide la colocación de estos materiales adicionales? No la criatura ficticia, desde luego, sino el escritor que le da su nombre y algunos hechos de su propia vida, deformados según conviene a las necesidades de la historia. No faltará quien crea, ingenuamente, que esto es un diario de verdad, una autobiografía a la que juzgar de acuerdo con las reglas del culto moderno a las celebridades, pero diré más sobre este problema en la sección 3 de la presente nota.
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Sin mencionar aún a cierto gran precursor de Musofobia (véase para esto la sección 4), que prefigura varias de sus propuestas para alivio de los lectores más calmosos, baste decir que este libro se vale de la estructura discontinua del blog para aludir a la fragmentación de nuestra propia conciencia, de nuestros modos de estar en el mundo y comprenderlo, en el temprano siglo XXI, cuando ya la idea de los Grandes Relatos está definitivamente muerta y, al menos mientras llegan las primeras grandes conmociones tras del “Fin de la Historia”, sólo podemos terminar de lidiar con el trauma: limpiar lo que quedó tras los derrumbes que todos conocemos y explorar un mundo que se ha vuelto distinto. Como también muestra la comunicación por Internet, señas de identidad que eran cruciales hace unas décadas han perdido todo sentido para muy grandes poblaciones, y los deseos de éstas –por sumisión o por impotencia o por mero desconocimiento– tampoco tienen que ver con las aspiraciones y los valores de antes, que se mantienen por inercia salvo entre sectas y fanáticos. La experiencia parisina del Jorge personaje no tiene que ver con las que aparecen en Rayuela de Julio Cortázar y otros libros escritos por latinoamericanos “exiliados” en Europa durante los años sesenta, pero tampoco con la descrita en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, que hace una década puso en crisis a aquellas otras novelas. No hay en Musofobia la angustia por un origen perdido ni el deseo de correr hacia el futuro, de agotar sus posibilidades, que viene del descubrimiento de que ningún retorno es posible. Los personajes viven, aman, odian, se enferman y se alivian, se acercan y se alejan aislados en su propio mundo virtual, que existe suspendido, aislado del otro pero sujeto a sus vaivenes y siempre en peligro de desaparecer, como desaparece el “nidito.de.amor” que es el primer escenario de la novela (Harmodio juega todo el tiempo con la sintaxis mecánica de las direcciones de Internet y la traslada al mundo tangible).
Por lo demás las existencias de estos seres artificiales también se parecen a las nuestras en que están hechas de trozos desiguales, reunidos y ensamblados con grandes esfuerzos para “personalizar”, como se dice ahora, la superficie de una vida en que la libertad de acción cuenta muy poco. Las alternativas de ahora, parecen decir estas aventuras, son ilusorias, tan profundas como el cristal de una pantalla.
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Hay algo más que decir sobre la idea de la autobiografía. Este año se ha puesto de moda condenar (de plano) la ficción, juzgarla agotada e impropia para estos tiempos y abogar por la crónica, el reportaje y la autobiografía: “la directa, precisa y temeraria escritura del yo”, escribió el español Vicente Verdú en uno de tantos textos sobre el asunto. Extraña un poco que se pase por alto el hecho de que ya vivimos saturados de imágenes de la realidad, debidamente editadas (o fabricadas) y empacadas para el consumo pero vendidas como verdad…, pero Musofobia, en todo caso, propone un juego distinto: el yo del autor se transforma y se convierte en parte de una figura literaria, independiente de los vaivenes “reales” de quien la creó. Peor para nosotros si esta intención precisa del texto nos parece una novedad.
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La novedad está aquí: entre los grandes precursores de Musofobia –es decir: entre los libros que mejor se transforman y se matizan tras leer Musofobia–, no hay ningún autor mexicano ni tampoco, al contrario de lo que exige otra de nuestras modas, ninguno de habla inglesa. El más visible de quienes sí están es Enrique Vila-Matas, cuyas autoficciones no necesitan ninguna justificación y quien sólo en una novela: El mal de Montano, engaña y desengaña para la eternidad tanto a quienes buscan a “los seres reales y la historia real” como a los enemigos de la imaginación y del lenguaje. En el fondo, la tradición a la que pertenece y con la que se mide Jorge Harmodio es larga y venerable: su gran santo es Honoré de Balzac, a quien Harmodio lee devotamente y con quien se atreve a jugar tanto en Musofobia como en otros textos (véase su “BalSac”, publicado en la antología Grandes hits vol. 1 de Tryno Maldonado).
No es tarde para admirar a las más prodigiosas máquinas de contar –las imaginaciones verdaderamente capaces de meter la realidad en la escritura y no al contrario– y Jorge Harmodio nos lo recuerda con una novela legible ahora, digna de aprecio ahora.
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Esta nota apareció hace poco en la revista Siempre! Es la segunda de este mes para compensar la ausencia de «libro del mes» en octubre. Gracias.][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Luis Jorge Boone, La noche caníbal. México, FCE, 2008
Sin ironía ni doblez, es verdad lo que muchas personas dicen al comentar primeros libros: siempre es una alegría llegar a ellos, observar el camino que un escritor empieza a trazarse y especular sobre lo que vendrá a partir de lo que ya existe.
Ahora bien, este de Luis Jorge Boone no sólo está lejos de ser de verdad su primer libro, porque viene precedido por varias (y premiadas) colecciones de poesía. Además, es rarísimo: no se conforma con prometer —con sugerir, por ejemplo, que sus textos posteriores estarán mejor trabajados, que es como termina la mayor parte de los autores primerizos— y tampoco es una mera declaración de su poética como narrador, de unos principios que se suponen inamovibles y que por lo general acaban por cambiar, por desecharse o perfeccionarse. Sin permiso ni validación del autor, creo que La noche caníbal puede leerse incluso como la representación de un proceso: el de un escritor mexicano que busca su sitio dentro de lo que se escribe a su alrededor, no termina de encontrarlo y decide por fin que eso es lo mejor que podría pasarle. Ya sé que jugar a que un libro de cuentos es una novela es un truco de los más sucios de la posmodernidad, pero lo haré de todos modos. Aquí va:
El primero de los cuentos reunidos, “Siempre habrá alguien detrás de ti”, sugiere en principio el horror rancio de incontables textos de la llamada generación X, aquellos por los que sabemos incesantemente nuestra evisceración y nuestro tedio. “Llevas un cuchillo en la mano izquierda, en la otra el control remoto de la televisión”, dice el narrador a su protagonista, y el resto es truenos que conocemos bien aunque están representados con gran habilidad.
Sin embargo, en la siguiente historia, “El invierno en Devonshire”, la voz del personaje se apropia de la narración como para anticipar que todos los seres inventados del libro se volverán más complejos y extraños a medida que la colección avance…, y al mismo tiempo la trama deja muy atrás todo discurso encorajinado y falsamente nihilista, llega más lejos que el personaje del primer cuento en la locura, cae más bajo… y encuentra, en el fondo, algo muy extraño: “Un día me negué a salir: me encontré hastiado, sin ánimo de perdición (…) Reconocí aquella vida sin límite, en la euforia de la autodestrucción, como otro engaño, otra apariencia que se derrumbaba al primer torpe intento de justificarla, de encontrar sus anclas.”
¿Qué hay más allá del agotamiento terminal? En este caso, la búsqueda del mal más allá de los límites del mundo, en un guiño que tiene más que ver con Lovecraft que con cualquier influencia de nuestra maltrecha literatura local. Pero al dejar atrás los escenarios y modos habituales, al colocarnos en un cuento que contradice y refina lo dicho por el anterior, el autor, oculto en la voluntad de orden de los textos, abre el libro a varios otros lados a la vez y sugiere —al menos a mí— que los cuentos son etapas de una búsqueda, pruebas que deben cumplirse para encontrar una voz propia: la vertiente fantástica del tercer cuento, “Laberintos circulares”, se deja ver en su personaje descolocado, sus imágenes y sus ilustraciones —como tomadas de una enciclopedia de minucias borgesianas…— pero precede a “Oblivion”, cuyo protagonista es una mujer a la que se mira desde muy cerca, en una intimidad dolorosa que no se había visto antes en el libro y que nada tiene de sobrenatural a pesar de su relación, cercanísima, con la muerte. Lo que está a la vista es el contacto con lo que la narración llama las “paredes” de la memoria: el extravío en la simple realidad después de una pérdida tremenda, y la conclusión de la historia, al no apuntar a ninguna resolución, la vuelve más urgente, más entrañable.
Y luego, los tres cuentos que cierran el libro resultan ser los más logrados porque todos los temas de los anteriores se suman en ellos, se encuentran y se combinan en variaciones inusitadas. Éstos no son los tanteos de un principiante porque hay varias coordenadas fundamentales: la muerte, el recuerdo, la agitación de la conciencia que puede llevar a la locura, la curiosidad o el horror que puede inspirar la profusión del mundo están presentes siempre. Pero la caída aparentemente verosímil que se cuenta en “Telarañas” es eficaz porque no es realista, el catálogo fantástico de “Mandrágula” se perfecciona al no sugerir de modo enfático la ruptura de lo real y en el último cuento, que da título al libro entero, hay una ilusión de verdad tan fuerte que vuelve más convincentes, incluso, los momentos en los que la historia se acerca al naturalismo tradicional de la literatura mexicana. Sutilmente, estos tres cuentos cumplen la promesa que todos los primeros libros quisieran al menos hacer: apuntan a nuevas formas de decir.
Dado que el esoterismo está más de moda que Hegel, ahora tendría que hablar no de un proceso dialéctico sino, por ejemplo, del tarot como representación de un camino iniciático universal; ahora tendría que decir que el auténtico protagonista de La noche caníbal debe ser Luis Jorge Boone, quien muestra sus descubrimientos narrativos de manera análoga a las transformaciones de la figura del Loco, el primer arcano mayor, que crece y se eleva a medida avanza por el mazo y se metamorfosea en todos los otros personajes representados en las cartas.
Pero no creo en el tarot, o al menos no de ese modo, y en cambio pienso en las cartas como en los libros: depósitos de símbolos, articulados entre sí pero siempre dependientes de la percepción humana, capaces de ser leídos de infinitas formas…, y eso, por lo demás, sólo si valen algo: si contienen las semillas de esas formas. La noche caníbal es un libro extraño y notable como un instigador de lecturas múltiples e inusitadas; además de contar, lo repito: describe su propio alejamiento gradual de las rutinas de lo peor de nuestra narrativa hasta llegar a algo distinto, un espacio mágico donde la imaginación del autor encuentra compañías más propicias y sugiere, como otro puñado de libros recientes, que no todo es el excremento y la vanidad que fascina a varios.
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][la revista Siempre! publicó esta reseña hace algunas semanas][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Ya de vuelta de Canadá, y en lo que redacto un texto más extenso sobre ciertos hechos, ciertos libros, ciertas ideas y también ciertas personas que encontré en el viaje (y por todos los cuales los últimos 11 días fueron una gran experiencia), dejo el siguiente aviso: está por comenzar la edición 2008 del Festival Radio Macabro, y el programa completo se encuentra a continuación. A ver si pueden ir y así coincidimos; la cita es en el Centro Cultural de España en la ciudad de México, y en especial recomiendo que todos los interesados vayan a ver al maestro Vicente Morales, el gran creador mexicano de efectos sonoros, y a Lorenzo León, uno de los escritores más interesantes y menos conocidos de nuestro país.
Cartelera de actividades IV FESTIVAL RADIO MACABRO
¿Tú, sientes miedo?
Inauguración:
Viernes 31 de octubre
20:00 horas
Terraza del Centro Cultural de España
HOMENAJE AL MAESTRO VICENTE MORALES, musicalizador y efectista de la radio en México (Kalimán, El monje loco, Apague la luz y escuche, Ahí viene Martín Corona, etc.), con un recorrido lleno de recuerdos, sonidos y efectos especiales en: “LO SONADO DE ULTRATUMBA.” Del más allá radiofónico regresa Lo Sonado para jugar con la palabra SENTIDO. Tanya Huntington, Arturo Delgado y Tania Negrete, acompañados de la escritora Rose Mary Espinosa y la sonora presencia de Vicente Morales, hablarán con renegrido sentido del humor de acontecimientos sin sentido, de la razón y de aquellos trágicos momentos cuando la vida pierde todo sentido. Se dramatizará un cuento con música y efectos físicos a cargo del Maestro Morales.
21:30 horas
Terraza del Centro Cultural de España
Mención de los trabajos ganadores dentro de la Convocatoria del 4º Festival Radio Macabro: Guión Radiofónico, Composición Musical y Postal Sonora.
22:00 horas
Terraza del Centro Cultural de España
Fiesta de máscaras con mucho humor macabro. ¡Ven con tu máscara del personaje más macabro que conozcas!
Sábado 1 de noviembre
17:00 a 18:20 horas
Terraza del Centro Cultural de España
“EL FIN JUSTIFICA A LOS MIEDOS”. Fernando Rivera Calderón, músico, escritor y conductor de radio (Monocordio y El Palomazo Informativo. La Noche W y El Weso, ambos por W Radio 96.9 de F.M.), acompañado de su guitarra, dará muestra de su creatividad e ingenio instantáneo para tratar el miedo con un sentido musical y alegre.
www.myspace.com/fernandoriveracalderon
18:30 a 19:45 horas
Terraza del Centro Cultural de España
“BOLAVSKY TOCA DISCOS”. Juan Carlos García Álvarez, mejor conocido como EL DR. BOLAVSKY, es un personaje de Radio y Televisión que asegura ser Consejero Sentimental, Licenciado en Letras Tropicales, y Astrólogo Corrupto. Escritor, poeta y critico de arte (Radio UNAM, Radio Educación, W Radio 96.9, Tele Hit, TV Azteca y Televisa) Mostrara como se produce un programa de radio partiendo de un catálogo musical ca(r)gado de humor.
www.myspace.com/bolavsky
20:00 a 21:30 horas
Terraza del Centro Cultural de España
LOS 5 SENTIDOS EN UNO SOLO: EL SENTIDO DEL MIEDO. El reconocido escritor Alberto Chimal moderará una mesa con una selección de los más destacados escritores mexicanos del género de la fantasía, el horror y la ciencia ficción: Omar Nieto, Édgar Avilés, Lorenzo León, Bernardo Fernández (Bef) y Roberto Coria. Cada uno representará un sentido y hablaran de como estos se vinculan para generar miedo en los medios de comunicación.
22:00 a 22:30 horas
Terraza del Centro Cultural de España
CABARET GUTENBERG. Ricardo Nicolayevsky, Arturo Delgado y Adriana Moles, presentarán un espectáculo macabro que transita de la sátira musical al teatro experimental.
22:30 horas
Continúa la Fiesta en la Terraza
Sábado 1 y domingo 2 de noviembre
A partir de las 12:00 de la tarde del sábado y hasta las 15:00 horas del domingo.
Centro Cultural de España
Ciclo de Cine presentado por MÓRBIDO, Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror. www.myspace.com/morbidofest
Del 15 de octubre al 7 de noviembre REACCIÓN el programa de investigación de Reactor en el 105.7 de F.M. Lunes a viernes a las 11:30 A.M. Y en repetición 15:30 de la tarde. Presentará una selección de temas semanales dedicados al Festival Radio Macabro. www.myspace.com/areaccion y www.myspace.com/festivalradiomacabro
Mantente pendiente de la programación de las estaciones de IMER donde habrá transmisiones especiales con los trabajos ganadores de la Convocatoria de Composición Musical, Guión Radiofónico y Postal Sonora. www.imer.gob.mx
Gabriel Trujillo Muñoz, Transfiguraciones: un misterio venerable. México, Jus, 2008. 164 pp.
Que un escritor como Gabriel Trujillo (Mexicali, 1958) no sea más conocido sólo puede entenderse en un país como el nuestro, con una cultura literaria siempre en desventaja ante los rituales de la celebridad. Incluso al margen de su obra, la figura de Trujillo merecería encontrarse en cualquier anecdotario sin que importara el hecho de que el escritor reside en Mexicali, lejos de los consabidos centros y barullos: autor de más de cien libros; interesado en todos los géneros; ganador de premios numerosos; precursor, protagonista y sobreviviente del breve florecimiento de la ciencia ficción mexicana en los años ochenta y noventa, estudioso de la literatura fronteriza, sus experiencias podrían repartirse entre dos o tres autores distintos y seguirían siendo notables.
Por otra parte, aun sin ese reconocimiento, la parte de su trabajo que ha conseguido abrirse paso hacia el resto del país incluye títulos muy interesantes. Uno de ellos es Transfiguraciones.
El subtítulo de la novela: «un misterio venerable», tiene varios significados en el propio contexto de la historia, pero el más llamativo tiene que ver con la estructura general del propio libro. Cada capítulo se centra en un personaje y un momento distintos, de tal manera que la trama –que abarca décadas de la época colonial y una coda en el siglo XXI–se forma de varios hilos que Trujillo mantiene separados tanto tiempo como le es posible, con el fin de retardar la revelación del secreto que los unirá a todos. El confesor de un convento madrileño, dividido entre el deber y la sensualidad; la monja de la que se enamora y que tiene el poder de levitar; el misionero perdido en el desierto del norte mexicano, atormentado por hechos inexplicables que ponen a prueba su fe; el grupo de guerreros que, por el mismo desierto, persiguen al ladrón de un objeto de poder… Así resumidos, los hechos parecen veleidades de una novela de realismo mágico, pero todos desembocan en una misma conclusión insólita que deja atrás todo folklorismo: cada personaje, a su manera, se despoja completamente de la identidad que le fue impuesta durante su vida en la Tierra y, literalmente, escapa de ésta: trasciende la mera carne en lo que resulta una serie de viajes iniciáticos absolutamente personales, unas veces cercanos a las experiencias místicas que nos sugieren las diversas tradiciones implicadas en la narración pero otras ajenos a cualquier modelo previo. Todo viene de la imaginación del escritor, por supuesto, pero la impresión es la de una plenitud espiritual que nuestras religiones apenas pueden entrever: un universo más vasto que nuestras creencias.
Por décadas, uno de los más auténticos movimientos underground de la literatura mexicana ha girado alrededor de premisas semejantes: sus textos, invariablemente escritos por aficionados, rechazados en los círculos literarios, difundidos en ediciones pobres, toman elementos de la tradición prehispánica, los libros proféticos de la Biblia y el esoterismo new age y los mezclan en historias en las que las deidades antiguas vuelven y lo transforman todo en medio de cataclismos, revoluciones y la sola presencia de lo indescriptible, ante lo que nada resiste. Ahora, lo mejor de esa corriente suprimida y oscura –por las circunstancias extraliterarias, por los desprecios de siempre– parece estar saliendo de la clandestinidad y entrando en el mundo de la mera literatura; ocurre en esta novela desconcertante como en Paramnesia de Jesús Ramírez Bermúdez y La sombra del sol de Mario González Suárez, entre otros libros en los que la indagación de lo trascendente, desdeñada durante la mayor parte del siglo pasado, reaparece sin ceder a la prédica ni el dogmatismo.
Si esto no señala el nacimiento de una nueva tendencia literaria, sí es, por lo menos, el testimonio de una libertad de la novela que parecía enterrada entre nosotros: la (re)apertura de una parcela de la imaginación.
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Esta reseña se publicó inicialmente en el suplemento Hoja por hoja.][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
El tema aparente de Índigo, la primera novela de Mayra Inzunza, es muy antiguo y aparece en mitos de muchas culturas: la memoria no natural, la posesión de conocimientos que es imposible haber aprendido. La idea casi siempre se invoca en las historias sobre la reencarnación: las almas humanas, se dice, van al limbo con todos los recuerdos de sus vidas previas, los saberes y las amarguras de sus vidas previas, y lo único que les impide renacer con esa carga encima es la misericordia de los dioses, que ocultan los recuerdos. Kipling escribió que lo hacían para que la Tierra no quedase despoblada en una generación, cuando nadie pudiese encontrar un amor capaz de medirse con los de su pasado, pero también está la mera inquietud o el mero horror de contemplar a los niños sabios, que dicen palabras de adulto con medias lenguas y desmienten el aspecto desvalido de sus cuerpos con sagacidad o malicia que otros adquieren sólo después de muchos años.
Y también, por supuesto, está la imagen contraria: la contemplación de los horrores o las incertidumbres del mundo desde el desvalimiento: el niño sabio como metáfora de cualquiera de los habitantes del presente, capaz de mirar pero convencido de la imposibilidad de la acción en un universo hostil y enorme.
Una ilusión del presente es la de que todo puede ser inmediato: se insiste en que podemos “vivir” acontecimientos remotos, gozarlos o padecerlos como si nos ocurrieran directamente, por medio de las diferentes alternativas de la comunicación o el entretenimiento. La publicidad, que disfraza de acto supremo del espíritu humano a la compra más insignificante, se emparenta en esto con el grueso del cine y la televisión pero también, para el caso, con esa literatura que todo lo sacrifica a ser presuntamente visceral al referir acontecimientos presuntamente verídicos: el cuento o la novela como sucursales de los programas de videos “auténticos”, e igual de artificiosos y falsos. (más…)
Diego Trelles Paz, El círculo de los escritores asesinos.
Barcelona, Candaya, 2005.
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][ Este texto apareció primero en la revista Replicante, en febrero de este año. ]
Aunque su novela tiene de escenario el Perú de comienzos de este siglo, Diego Trelles Paz consigue que el texto aluda al mundo entero de las artes en occidente de este momento: lo que describe es un territorio hostil poblado de mediocres con poder, mediocres inermes y santones inalcanzables, cuyas largas noches están repletas de amores contrariados, alcohol y sexo, cine y poesía pero también de sueños: esperanzas de amor, de belleza sublime, de la eternidad o la fortuna que el Canon promete pero en realidad no otorga a nadie. (más…)
Leopoldo María Panero, Visión de la literatura de terror anglo-americana.
Madrid, Felmar, 1977.
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Para este mes, recupero un texto que había perdido y que se publicó en 2005 en Ánima dispersa, el blog que antecedió a éste.]
Esta nota debe comenzar con el siguiente fragmento de Leopoldo María Panero (1948), poeta español:
¿Qué sucede con las palabras que no llegan a ser pronunciadas, con los pensamientos que se olvidan, con las inteligencias destruidas? Cuando creemos hablar, ellas nos hablan: los muertos guían nuestros pasos.