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Anotación al 6 de junio de 2013

La tarde del 4 de junio me dieron el primer aviso: mi novela La torre y el jardín estaba en la lista de las 11 finalistas del Premio Rómulo Gallegos, cuya historia lo hace uno de los más importantes del idioma español. (Lo han ganado La casa verde de Mario Vargas Llosa, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, por ejemplo.) Al día siguiente la noticia comenzó a difundirse por todas partes: dos novelas mexicanas (Arrecife de Juan Villoro y La torre) habían sido seleccionadas por el jurado junto con Bioy, del peruano Diego Trelles Paz; Los sordos del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa; Formas de volver a casa de Alejandro Zambra, chileno; Desde la penumbra de Silvia Lago, uruguaya; Humo rojo de Perla Suez, argentina; Las puertas ocultas de José Napoleón Oropeza, venezolano; Pájaro sin vuelo del español Luis Mateo Díaz;  Vagabunda Bogotá del colombiano Luis Carlos Barragán Castro y Simone del puertorriqueño Eduardo Lalo. Una de ellas obtendría el premio, cuyo fallo se daría a conocer desde Caracas, Venezuela, el día 6. Lo anunciarían los mismos jueces del concurso: Ricardo Piglia, Juan R. Duchesne Winter y Luis Duno-Gottberg.

La parte más emocionante de esperar, para mí, fue leer los mensajes que me enviaban muchas personas, en redes sociales y por otros medios. Venían de amigos y colegas pero también de lectores de los que nunca había sabido antes: todos eran de apoyo, expectación, elogios del libro por personas que lo habían disfrutado; también, aquí y allá, un poco de indignación solidaria (v. el pie de esta nota). Honestamente, no pensaba que nada de eso fuera a llegar, al igual que no creía que algo tan importante como lo que le pasaba a la novela pudiera suceder.

Ya se sabe que el premio lo ganó Simone de Eduardo Lalo (un libro y un autor a los que desconocía y que ahora buscaré, por supuesto), pero de todas formas quiero dejar constancia del aviso, del día vertiginoso que siguió y de esto:

a) Un amigo comentó que, al margen de cualquier otra consideración, era algo grande ser leído por un escritor como Ricardo Piglia, y creo que tiene razón. Además, agrego, lo mejor es haber sido leído sin presentaciones ni conocimiento previo de por medio, sin los lubricantes sociales que algunas personas (cínica o amargamente) consideran más importantes que el talento o el mérito de lo que se escribe: que mi nombre haya sido estrictamente un nombre en la cubierta de un libro.

b) Por otra parte, una persona me preguntó en Facebook cómo hubiera cambiado mi vida de haber obtenido el premio. No le respondí entonces pero creo que, desde luego, además de la recompensa en dinero, el premio hubiese dado mucho más impulso a La torre y el jardín y le hubiera allegado más lectores más rápidamente. Sin embargo, algo más que me dejan los días del 4 al 6 de junio es la idea de que el libro ya tiene lectores…, y que un buen número de ellos son personas que no conozco, que no tienen opinión sobre mi persona, que tampoco pertenecen a la «República de las Letras», al «gremio literario». Eso no es poco, y menos aún en un país como México, con una cultura elitista a la que por décadas le ha parecido bien distanciarse de los lectores (y con el desastre educativo que vivimos cotidianamente).

No me he muerto –como le decía a una tercera persona–y deseo poder escribir más libros. Tal vez alguno pudiera tener la misma fortuna que éste, o incluso mejor. O tal vez no. Pero de momento me conformo con lo que hay. Y regreso al proyecto que viene.

La torre y el jardín

(Sobre la indignación solidaria: en febrero, una reseña desfavorable de la novela, que no citaré aquí, disgustó a muchas personas –amigos cercanos sobre todo– porque les dio la impresión de que el reseñista no había leído el libro completo y se limitaba a ventilar su odio por la imaginación fantástica o hasta por mí; aunque la nota está prácticamente sola en sus opiniones –véase esta lista parcial de otros comentarios sobre el libro– varias personas se tomaron el tiempo de reírse de ella durante el día 5.)

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Verónica Murguía

Escribo esto al calor de una gran alegría: se acaba de anunciar que Verónica Murguía es la primera mexicana en ganar la edición española del Premio Gran Angular con su novela Loba, que comienza ahora mismo a circular en España y pronto, espero, llegará a México. (Un adelanto se puede leer en esta página.)

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Verónica Murguía
Verónica Murguía y su Premio Gran Angular (clic para ampliar)

Tuve la oportunidad de leer el manuscrito de Loba, que fue escrita a lo largo de diez años (Verónica, lo digo de una vez, es una amiga muy querida y de mucho tiempo). Es una novela que refleja mucho de la crueldad y la violencia actuales en este país, pero también de la voluntad de resistencia de algunas personas: la intención de oponerse a la violencia en lugar de someterse a ella. Y es, además, «una novela de caballería en la que hay combates, cetrería, muchísimos caballos, armaduras, un dragón, un unicornio… Ese mundo medieval que me llama mucho la atención y que es parte de la tradición literaria de la lengua española», como dijo la escritora en entrevista con Carmen Aristegui.

Ambos aspectos del libro se complementan: su reflexión sobre la condición humana (y su propuesta: su alejamiento deliberado del cinismo y el desinterés que defienden muchas personas y, de hecho, muchos colegas) necesitaba el vehículo de la imaginación fantástica, del mundo inventado que crea a partir de la historia y la tradición. Y esa imaginación se finca en un conocimiento exhaustivo de muchos temas, desde la cetrería hasta la medicina, pero sobre todo de la naturaleza humana y sus dificultades. Es un libro que puede encantar a quien le guste lo que habitualmente se etiqueta como «literatura fantástica» y a quienes ignoren todo sobre las obras así etiquetadas: puede hablar, como sería lo deseable de toda obra literaria, más allá de su contexto y de sus condiciones de venta: decir algo a cualquier persona.

El otro día, en Facebook, encontré al paso una nota de alguien que decía, más o menos, esta afirmación categórica: que quien no deseara escribir de lo profundo humano, de lo más entrañable y trascendente, podía «quedarse con la literatura fantástica». No escribí ninguna respuesta: era otra variación sobre un mismo prejuicio que he visto muchas veces, y que proviene, como siempre, de la mera ignorancia (y de la negativa, arrogante, a reconocer esa ignorancia). Ahora me gustaría encontrar esa nota otra vez para recomendar a quien la escribió que lea Loba; que la lea sin ideas preconcebidas, sin esperar otra cosa que lo que el libro va a ofrecerle. Sin duda se sorprenderá; incluso, tal vez llegue a deleitarse, como lo harán muchos lectores que están a punto de conocer la obra mayor de una gran escritora mexicana.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

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No me había enterado…

… de que el sitio Libro de notas, un blog colectivo que se propone comentar «los mejores contenidos de la red en español», seleccionó a Las historias como su bitácora de la semana. (Tan no lo vi, que el hecho ocurrió la semana pasada.) Como sea, me alegro y agradezco, y no sólo a ellos sino también a los amigos de Blogueratura, que han publicado una nota muy amable sobre esta bitácora y su predecesora, Ánima dispersa.

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