Etiqueta: polémica

Y si con otro pasas el rato… 

Ayer, la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes publicó este tuit:

El tuit de la CNL (@literaturainba)

Maluma apenas necesita presentación en esta región del mundo y este momento de la Historia. Albert Camus, probablemente, la necesita mucho más. La imagen y su pie son una broma, por supuesto, pensada como muchas otras que se publican todo el tiempo en forma de memes. Personal de la CNL ha declarado que la intención de la publicación era promover la lectura recurriendo a una figura muy conocida y no hay razón para dudarlo. El tono del texto es simplemente inusual: es una declaración vagamente agresiva, con el aire de superioridad de tantas publicaciones en redes sociales. El tuit está, pues, en el nivel más suave y común del troleo, que millones de personas hemos visto e incluso practicado –es facilísimo– en más de una ocasión. Este tipo de incordio ha salido incluso de la red y ha llegado, por ejemplo, a la publicidad:

Anuncio espectacular de Librerías Gandhi

 

Otro anuncio

La broma de Maluma no funciona del todo, en realidad, porque se burla al mismo tiempo de los lectores posibles y del cantante y porque no habla de lectura sino de escritura. Un subgénero pequeñito de la memética actual, que sólo crean, difunden y consumen los estudiantes universitarios, es el de las quejas por no poder terminar una tesis. El tuit acaba por burlarse más bien del tesista estereotípico, que no termina nunca su trabajo por la desidia, la distracción, las obstrucciones de asesores y otras autoridades, etcétera. Hasta Maluma –que según el estereotipo del cantante famoso, no leería– acabaría más rápido un libro. La foto podría haber funcionado mejor con un pie menos agresivo y más directamente relacionado con la lectura. Algo, tal vez, como esto:

«¿Y si pasas el rato con un libro?»

Es importante considerar que la CNL no hizo la imagen, a la que sólo agregó texto. Más todavía: la imagen –tomada por el fotógrafo Mateo Londoño Quijano (se puede ver en su cuenta de Instagram, donde se publicó el 28 de junio)– podría tener que ver con una publicación aún más anterior, del propio Maluma, quien publicó una imagen de un ejemplar de La caída, de Camus, en su propio Instagram el año pasado, en el mes de noviembre. La imagen apareció en la sección de «Stories» de esa red social: publicaciones efímeras que se borran luego de 24 horas, pero no era la primera vez que el cantante ponía imágenes de libros y pude encontrar esta captura de pantalla:

Maluma y Camus en Instagram (fuente)

Todas las evidencias apuntan, pues, a que la imagen era auténtica. (Muchas personas sospecharon lo contrario porque en la foto falta el título del libro. La escritora Alejandra Inclán sugiere que el título se habría borrado para que ningún periodista hiciera a Maluma una pregunta puntual.)

Si se hacen a un lado los prejuicios, no hay razones para sorprenderse. No sería la primera vez que una estrella muy famosa y considerada poco inteligente (o de plano incapaz de leer) resulta tener por lo menos interés en los libros:

Marilyn Monroe fotografiada en un parque de Long Island en 1955. Foto de Eve Arnold

Lo interesante, lo desolador,  son las reacciones que provocó la broma. Algunas personas –incluso desde antes de que la CNL difundiera la foto en México– se indignaron por la idea de que Maluma leyera a Camus (o leyera, siquiera), o bien se burlaron de las personas a las que gusta la música del cantante:

(fuente)

 

(fuente)

Otras, por el contrario, se burlaron de los que se burlaban: los «intelectuales», los «exquisitos», los «esnobs».

(fuente)

 

(fuente)

Y la virulencia de la mayoría de los comentarios era mucho mayor que la de los que he reproducido. En general –como sucede con el futbol, con la religión, con la política, con la salud reproductiva o la perspectiva de género– apenas hubo puntos de vista conciliadores y lo que destacó fue la enorme división entre los campos en favor y en contra de Maluma, del reggaetón y de los famosos en general. Ya sabíamos que estas divisiones existen, que las redes sociales las vuelven más profundas y que el nuevo tribalismo de internet se está convirtiendo en algo cada vez más peligroso; fue triste constatar una vez más que cualquier desacuerdo (incluyendo los verdaderamente triviales, como éste) puede despertarlo.

Además de esta conclusión, en realidad bastante previsible, lo que nos dejará el incidente es un nuevo meme, eso sí. A partir de ahora, Maluma podrá ser visto leyendo absolutamente cualquier cosa.

Cualquier cosa: libros de ayer… (fuente)

 

…y libros de hoy. (fuente)

 

¡Cualquier cosa, les digo! 😛

Gracias a Alejandra Arévalo por su ayuda con varios detalles de esta nota.

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Poesía, debate y una nota

Aurelio Asiain ha traducido y publicado en internet Un puñado de poemas de Ikkyu Sojun, poeta japonés del siglo XV; «una de las figuras más interesantes del budismo zen», escribe Asiain. «Célebre por sus excentricidades, sus excesos y sus escándalos (…) calígrafo mayor del Japón, legendario flautista itinerante, artífice de la ceremonia del té y poeta originalísimo». Los textos fueron publicados originalmente en su blog Margen del Yodo, y no cito aquí ninguno, aunque muchos me parecen excelentes, para que vayan a leerlos; por supuesto es gratis.

(Una dirección alterna, donde pueden leerse más fácilmente, es ésta, del Internet Archive.)

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Ikkyu Sojun (fuente: Un puñado de poemas)
Ikkyu Sojun (fuente: Un puñado de poemas)

* * *

Los poemas de Ikkyu Sojun han llamado la atención en días recientes, pero ha resultado más comentada aún la nota de Asiain –publicada en su bitácora de Tumblr Nada que ver— en la que parte de una nota de Twitter en la cuenta del programa Final de Partida, del recién nacido canal Foro TV: «Con ediciones de mil ejemplares en el mejor de los casos y un público cada vez más reducido, ¿puede sobrevivir la poesía?».
      Asiain dice que la pregunta es «un lugar común y una tontería» y escribe en Twitter catorce notas sobre la cuestión que aquí reproduzco:

      1. La poesía siempre se ha editado en tirajes mínimos y su público no es cada vez más reducido, todo lo contrario. Paren de decir memeces.
      2. Pero hoy, además, se imprimen más ejemplares que nunca antes. Tiraje de Sarada Kinenbi de Tawara Machi: 2,600,000 ejemplares.
      3. Un poema publicado en internet tiene en pocas horas muchos más lectores que impreso en papel. También un libro de poemas.
      4. El librito de Ikkyu que puse en Internet tuvo en siete días más de mil lectores. Ninguno de mis libros de poesía impresos los tuvo en años.
      5. Las publicaciones impresas se leen menos, pero reducir al papel el mundo editorial y la vida literaria es ciego. La creación está hoy aquí.
      6. El prestigio de la letra impresa intimida a muchos buenos escritores, que no se reconocen como tales porque sólo publican en sus blogs.
      7. La literatura que se escribe, publica y lee en los blogs tiene más lectores que los medios impresos, y sólo el prejuicio la juzga inferior.
      8. Sólo por prejuicio, también, consideramos alta literatura un haiku de Basho o una copla de Lorca y no tantos tuits que no lo son menos.
      9. En Japón las novelas de mayor venta en los últimos años se han escrito y publicado primero en teléfonos celulares en millones de ejemplares.
      10. Hace dos días un memo ironizaba porque escribí que a mí, en Twitter, me interesa descubrir escritores. Pero los encuentro todos los días.
      11. En unas horas de lectura atenta en Twitter, siguiendo a la gente adecuada, se encuentra más y mejor poesía que en cualquier revista impresa.
      12. “La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre” dijo Cardoza y Aragón. Dicho de otro modo: no hay humanidad sin poesía.
      13. La poesía no es un género literario. Es un fenómeno lingüístico y no sólo lingüístico. Es una forma particular de la producción de sentido.
      14. La poesía existe desde mucho antes que los libros, el papel y la escritura. Sobrevivirá a los libros impresos, la televisión y la internet.

Esto es una invitación a debatir. ¿Qué opinan ustedes?

* * *

Nota: leí primero los textos de Asiain en la cuenta de Facebook de Guillemo Vega Zaragoza, quien también tiene blog y cuenta de Twitter.
      Se verá que blogs, Twitter, Tumblr, Facebook (e Internet Archive, que preserva tantos sitios activos y tantos más desaparecidos) son realmente lugares nuevos, como se viene diciendo desde hace tanto. Lo que no se ve con tanta frecuencia es que la red, además de un espacio vastísimo en el que es posible perderse (cliché horrible), es uno en el que podemos no saber: perdernos de mucho, pasar de largo, ignorar. La erudición de internet (por la que, supuestamente, «todos sabemos todo») no es más que una metáfora o una posibilidad irrealizable: la información que nos satura es irrelevante, por lo general, pero incompleta siempre.
      Hay que dejar la pasividad para intentarlo pero la red sí devuelve –aunque sea sólo de manera relativa, individual: la propia de la época– la posibilidad de descubrir.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

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Cinco versiones de Tolstoi

¿Por qué siempre me entero tarde de estas cosas? Gracias a la bitácora Teoría del caos de René López Villamar acabo de saber de un artículo del escritor español Andrés Ibáñez, publicado el 22 de marzo de este año en el sitio del diario ABC, contra la minificción: una invectiva (la palabra la empleó René y es justo la justa, de modo que la repito) que desarrolla el viejo tema de que el microrrelato –así lo llama Ibáñez– es sólo un chiste sin mayor mérito, una ocurrencia que prefieren quienes no quieren o no pueden esforzarse en escribir algo más extenso (una novela, claro). El texto estaba escrito para indignar y lo consiguió, a juzgar por la respuesta en un buen número de bitácoras españolas. Aquí, con su permiso (de ustedes), reproduzco sus dos párrafos iniciales:

¿Conocen ustedes la anécdota de Tolstoi y los microrrelatos? Después de escribir varias novelas de inmensa longitud (Guerra y paz, Anna Karenina, Resurrección), un periodista le preguntó al anciano escritor que por qué no intentaba el género del microrrelato. Y Tolstoi, que nunca tuvo pelos en la lengua, contestó: «Porque son muy aburridos».

Me parece una excelente respuesta. Los microrrelatos, en efecto, son muy aburridos. Y no es ese, probablemente, el peor de sus defectos. Me atrevería a decir que los microrrelatos son a la literatura lo que un sobrecito de ketchup es a la alimentación humana. En otras palabras, que los microrrelatos no son en realidad literatura porque no son, en realidad, nada. No son un género literario. No son un relato muy breve. No son «el resultado de una enorme depuración expresiva». En el 99,99 por ciento de los casos no son más que chorradas. Y chorradas llenas de clichés, además. Microrrelato: la mínima extensión que puede alcanzar una obra literaria de calidad pésima.

Como se ve, la argumentación del artículo resulta menos original que dogmática; no reproduzco el resto porque sigue más o menos la misma línea hasta el final del texto y no se sostiene: baste enlazar aquí al blog La nave de los locos de Fernando Valls, quien ya hizo la mejor refutación de Ibáñez (o al menos la más divertida) partiendo de cambiar la palabra «minificción» por la palabra «novela». La burla demuestra lo insustancial del escrito original, que en el fondo no es más que una bravata: la manifestación de una pose más o menos estudiada, como tantos que se publican en todas partes.

(NOTA IMPERTINENTE. Me recordó, por ejemplo, varios que se publicaron el año pasado acá en México sobre la «generación de los setenta» –de los escritores nacidos en los setenta– y se podían resumir del mismo modo: «yo que nací en los setenta desprecio a los otros de los setenta y así demuestro que soy mejor que ellos y merezco más que todos ellos». Los más arrojados entre esos textos agregaban rancheramente la idea de que sus autores tenían derecho a decir lo que decían por tener más huevos, es decir –supongo–, testículos más grandes que sus adversarios, lo que en realidad no decía nada sobre su talento literario pero era un modo más bien barato, y por lo tanto eficaz en un país mojigato y atrasado como México, de llamar la atención: Diego Luna logró el mismo efecto –las mismas risitas nerviosas, la misma impresión de machismo patibulario, y además sin escribir una letra– poniéndose una mano en el «paquete» en el cartel de la película Rudo y cursi, estrenada en aquel tiempo.)

Me interesa más notar el hecho de que el arranque del texto de Ibáñez, la anécdota de Tolstoi, es una mala minificción: un chiste conservador. Parte de un lugar común–reducir a Tolstoi a la caricatura de «el tipo que escribía libros gordos»– y entonces, sin ninguna ironía, agrega la sugerencia de que le divertía escribirlos y, tal vez, también leerlos: poco más podemos inferir de que el microrrelato –que en el contexto es un anacronismo: el concepto se formuló después de la muerte de Tolstoi– lo aburra. Redoble de tambores y platillazo.

Como decía Lenin, ¿qué hacer? Si quisiéramos, en plan estrictamente experimental, depurar la minificción escondida en ese párrafo, tendríamos que empezar por considerar el remate. Como no se trata de mostrar fidelidad a la realidad histórica ni a ningún dogma literario, sino de crear un texto interesante, podemos quedarnos con el anacronismo de oír a Tolstoi opinando sobre la minificción, pero también podemos buscar una paradoja de verdad en su opinión (la paradoja, en una buena minificción, acostumbra ser un modo de confrontar las ideas preconcebidas del lector, y no de reforzarlas). Digamos, sólo por seguir con el juego, que a Tolstoi no le disgustaban las minificciones sino que le encantaban, pero no las escribía porque era capaz. Una nueva versión de la anécdota con este cambio paradójico podría ser:

¿Conocen ustedes la anécdota de Tolstoi y los microrrelatos? Después de escribir varias novelas de inmensa longitud (Guerra y paz, Anna Karenina, Resurrección), un periodista le preguntó al anciano escritor que por qué no intentaba el género del microrrelato. Y Tolstoi, que nunca tuvo pelos en la lengua, contestó: «Porque son muy difíciles».

Está un poco mejor, tal vez, pero ahora hace falta eliminar la palabrería: nada de presentaciones del autor («Conocen ustedes», etcétera) y nada de explicaciones: si alguien no sabe quién fue Tolstoi lo aprenderá mejor de de Guerra y paz o Ana Karenina, de un libro sobre el escritor o, en el peor de los casos, de la Wikipedia, y precisamente el sentido de una buena minificción (no hay muchas, no: sólo hay dos cosas en las que Ibáñez acierta, y ésta es una de ellas) es jugar con lo que su lector ya sabe. Así que la siguiente revisión podría ser:

Un periodista le preguntó a Tolstoi que por qué no intentaba el género del microrrelato. Y Tolstoi, que nunca tuvo pelos en la lengua, contestó: «Porque son muy difíciles».

Pero todavía no es suficiente. La acotación «que nunca tuvo pelos en la lengua» podría haber servido en la «denuncia» de la minificción que está en el fondo del texto de Ibáñez, pero a esta altura ya no tiene mucha utilidad porque la declaración de Tolstoi no es un «atrevimiento» en el sentido que pretendía tener en aquel texto. La podemos quitar, y junto con ella la mención explícita del periodista, que tampoco sirve de nada (la pregunta podría hacerla Turguéniev, Dostoievsky, el Dalai Lama, Milan Kundera…) Una nueva iteración podría ser, por tanto:

–Señor Tolstoi, ¿por qué no intenta el género del microrrelato?
      –Porque es muy difícil.

O más enfáticamente:

–Señor Tolstoi, ¿por qué no escribe microrrelatos?
      –¡Porque son muy difíciles!

Tal vez el resultado tampoco es tan bueno. Tal vez todo lo que queda, luego de tantas podas y modificaciones, es tirar la minificción a la basura. Tampoco se trata de lograr la brevedad por la brevedad misma; quienes buscan el cuento más corto del mundo (típicamente se plantea así: el que supere en brevedad a «El dinosaurio» de Monterroso) corren el riesgo de caer en una suerte de machismo al revés («a ver quién la tiene más chica») y producir meros juegos derivativos, gestos imposibles de leer sin una larga glosa… y en efecto, aburridísimos; esto es lo segundo en lo que Ibáñez tiene razón.

Por otra parte, hay algo que Ibáñez, y algunas de las (pocas) personas que lo han defendido razonablemente, no tienen en cuenta en ningún momento: la mayoría de las minificciones que valen la pena existen acompañadas, pero no de un aparato de lectura a modo, sino de otras minificciones: se escriben y se publican en series y su propósito no es que tengan la contundencia de un cuento tradicional sino que logren, por acumulación, una impresión de vastedad distinta a la que logra una novela: la de las variaciones que se pueden crear sobre un concepto, una idea, una referencia intertextual, un tema. Quienes atacan la minificción declarando que no conocen buenos libros completos de la especialidad deberían asomarse, por dar sólo unos pocos ejemplos, a la obra de Ana María Shua, de José de la Colina, de José Luis Zárate…, todos llenos de este tipo de series. Es muy difícil escribir, desde luego, buenas colecciones así, porque cada «término» de la serie debe proponer efectivamente alguna novedad y no quedarse en el refrito o el chiste fácil. Pero puede hacerse. A lo mejor algún microcuentista de talento podría, incluso, crear una sexta versión de Tolstoi y colocarla en un conjunto que ironizara sobre ideas recibidas, que hablara de las especialidades literarias…

Todo esto tiene el propósito de sugerir que la «depuración» en la que Ibáñez no cree sí es posible. Una vez más lo digo: hay quienes la llevan a cabo y han producido, luego de muchos trabajos, textos extraordinarios. Es cierto que la mayor parte de las personas que escribe minificciones no se toma nada de este trabajo y produce (y publica, dios nos asista) pura porquería. Pero también es una porquería la mayor parte de los grandes y gordos novelones, las esbeltas nouvelles, los discursos de los políticos, los planos arquitectónicos, las composiciones musicales, los peinados en el salón de belleza, los planes de gobierno… Cualquier producto del esfuerzo humano, en fin, tiene más probabilidades de ser una porquería que de no serlo. La mediocridad es un baldón de la especie humana y lo ha sido siempre.

(NOTA ABSOLUTAMENTE PERTINENTE. De hecho, años antes del artículo de Ibáñez ya existía una afirmación más general y eficaz para describir la cuestión en la forma de la «Revelación» de Sturgeon; Theodore Sturgeon, escritor estadounidense, usó un aforismo para defender el subgénero que practicaba (la ciencia ficción) declarando que en efecto, es verdad que el 90% de lo que se publica en ese campo es mierda, pero de hecho «el noventa por ciento de todo es mierda». El porcentaje exacto es lo de menos. También es mierda el 90%, o el 99.9%, de los artículos periodísticos, y nadie dice nada porque no lo percibe o porque –más raro– sabe que para encontrar las muy escasas obras que valen la pena también hay que esforzarse.)

Una última observación: si a usted le interesa leer y no le gusta la minificción, no la lea. Así de fácil. Déjenos leer en paz a los demás y no habrá ningún problema. Pero si le interesa escribir y no le gusta la minificción, entonces léala de todos modos: busque buenos ejemplos, aunque le cueste (aunque haya tantos textos malos por ahí, aunque no se sienta cómodo en historias de menos de 500 páginas) porque de lo que se trata en su caso es de enterarse de todo lo que hay, de ir un poco más allá de lo que ya conoce. Vea los desfiguros de quienes lo rodean y se dará cuenta de que usted está, aunque sea por poco, en el grupo de los más amenazados por los prejuicios y los clichés.

(NOTA NO MENOS PERTINENTE. Un artículo de Guillermo Barquero sobre este mismo tema, aunque elogia al de Ibáñez, me parece muy superior al de éste. Y de rebote, leyendo a Barquero encontré este otro texto de Juan Murillo, sobre ciertos rasgos de la escritura de varias novelas recientes, que se emparenta con la parte mejor de la crítica de lo breve. Por último, supe de Valls gracias a Héctor Julián Coronado.)

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Plagios

Nota preliminar: esta nota apareció inicialmente en el blog refugio, a raíz de que un par de visitantes el sitio publicaron en esta nota de Las historias acusaciones de plagio contra una escritora mexicana. Las acusaciones (respaldadas aquí y aquí) y la defensa de la persona acusada siguieron su curso; quién sabe si llegará más allá de los blogs y pasará de ser una polémica sin consecuencias a algo más. Una persona quiso influir en la discusión que siguió en el blog refugio publicando comentarios con varios nombres diferentes, lo que no es plagio pero sí impostura; decidí cerrar la conversación.

Para que quede claro: yo no estoy acusando a nadie de nada ni tampoco defendiendo a nadie; los interesados deben llevar a cabo por su cuenta los pasos necesarios para comprobar que sus afirmaciones son ciertas, si el asunto les interesa más allá del chisme. La nota que sigue, y que habla del plagio en general, no tiene que ver con el caso concreto que menciono arriba y parte de una idea que leí al paso en uno de los sitios involucrados: para minimizar la importancia de las acusaciones, alguno de los defensores de la parte acusada arguyó que «lo que se publica en la red es de todos».

No es así: lo que se publica no es «de todos». No de esa manera.

Me explico:

(más…)

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Detalles de una polémica

En los comentarios de otra nota, Estragón preguntaba mi opinión sobre el Diccionario crítico de la literatura mexicana de Christopher Domínguez Michael, que se ha vuelto asunto de polémica en la prensa mexicana. Mientras lo leo, dejo aquí tres enlaces: el primero lleva a un ensayo muy lúcido de Armando González Torres sobre el estado de la crítica literaria en México. Los otros dos son notas contrapuestas sobre el libro de C. D. M. que sugiero leer después del texto de González Torres: una es la reseña (elogiosa) de Rafael Lemus y la otra el comentario (en absoluto elogioso) de Heriberto Yépez.

El libro de Christopher Dominguez Michael

Nota de horas después de redactar lo que antecede: Agrego también el artículo de Víctor Manuel Mendiola y la carta de Guillermo Samperio que comenzaron la polémica, más una entrevista con C. D. M. en la que él defiende su trabajo y una nota de Eve Gil. Provisionalmente, me quedo con la siguiente idea, que de algún modo se deriva de haber leído todos estos textos: la discusión no habría comenzado siquiera si el libro se anunciara y se percibiera como lo que parece ser, es decir, una selección personal de notas críticas (al modo de, digamos, el Arbitrario de la literatura mexicana de Adolfo Castañón, un libro de lo más estimable) que no puede ni debe entenderse como la nueva definición del «canon» de la literatura mexicana.

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Los endemoniados (I)

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Ayer, aunque con más una hora de retraso, tuvo lugar la mesa redonda sobre narrativa e internet en la Feria del Libro del Zócalo. No estuvo mal (y me dio mucho gusto ver, entre otros amigos, a Fernanda Melchor, Oliver Davidson y Dora Márquez, a quienes conocí virtualmente durante el concurso Caza de Letras) pero se dijeron varias cosas con las que no estoy de acuerdo. Sobre todo, lugares comunes de nuestra época en relación con la escritura. Por ejemplo:

  • Que si es pretencioso, de poco gusto, afirmar que se es escritor, y son mejores los escritos de personas no especializadas que «ofrecen algo de su propia vida».
  • Que si toda escritura es narcisista y la publicación en la red revela (más claramente que la otra, se entiende) cómo todos tienen algo que decir pero no ningún deseo de escuchar (leer) a otros.
  • Que si todas estas actividades (escribir, leer) son impropias, «alejadas» de la gente «normal», porque son «muy difíciles».

Yo iba a responder a algo de esto, pero al acercarse el final de la mesa, cuando había la oportunidad de dar «opiniones finales y conclusiones», la tercera de las ideas ya mencionadas se nos apareció en la forma una señora del público, que se lanzó a una diatriba de varios minutos sobre cómo los libros de ahora tienen cada vez más difíciles las palabras, y qué feo leerlas y no entenderlas, y qué feo también el saber que se tendría que ir a un diccionario para saber qué dicen. «¡Y esas palabras», remató, «son diabólicas! ¡Del demonio!» El moderador, asustado, le dijo que se tomaría en cuenta su comentario. Ella volvió a empezar. Alguien comenzó a aplaudirle, no sé por qué, y así se terminó la conversación.
(La puntilla: cuando me iba, una persona me abordó para saludarme, pero también para decirme que un libro mío le había parecido con muchas palabras «demasiado complicadas» para ella.)
No pude responder a nada de esto en su momento, como ya dije. Lo haré aquí, pronto. Entretanto, ¿qué opinan ustedes?[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

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La fuga/crítica de N.K.

Memorias de una madame americana
Nell Kimball, Memorias de una madame americana.
México, Sexto Piso, 2006. 412 pp.

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Es posible que la mujer tras el seudónimo de “Nell Kimball” –habría trabajado con el nombre de batalla de Goldie y habría pasado de prostituta primeriza en 1867 a dueña de su propia “casa de trato” en 1917; habría escrito su autobiografía hacia 1932, y habría muerto mucho antes de la publicación de ésta, en 1970– no haya existido. (más…)

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