En este momento, Las Historias se encuentra en reparaciones. Mientras se resuelven problemas del alojamiento en red que habían reducido enormemente la velocidad del sitio, le hemos puesto una plantilla simple y no todas las páginas se desplegarán adecuadamente. Sin embargo, todo el contenido ya publicado sigue en línea.
Aprovecho para dejar una noticia: tal vez algunas personas recordarán que, el año pasado, el sitio Culturamas.es plagió una nota aparecida aquí e intentó hacerla pasar como contenido original suyo. Sorprendentemente, ¡lo han vuelto a hacer! La misma lista, fechada ahora en marzo de 2018, aparece en aquel sitio, de nueva cuenta sin crédito. Comenzaré a reclamar, por supuesto, y agradeceré cualquier apoyo.
[Actualización del 1/4/2018: el sitio me envió disculpa por mensaje privado y borró la nota.]
Reproduzco un mensaje que me envió mi amigo Irving Gatell:
Este domingo ha sido publicado un anuncio por parte de Editorial Argenta, convocando a escritores mexicanos a que se presenten con su material los días 1 y 2 de mayo en el Hotel Sheraton Centro Histórico, donde serán atendidos por el representante de negocios de la Editorial. El objetivo, dicen, es establecer contacto con escritores de narrativa, poesía y ensayo, y seguramente ofrecer los servicios editoriales. Sin embargo, la editorial Argenta cuenta con un incómodo antecedente de estafas y plagios, y se pueden revisar algunos casos en www.denunciasabusosplagios.blogspot.com en las entradas de septiembre de 2008. Conociendo que tu sitio web de Las Historias es frecuentado por mucha gente que tiene el objetivo de hacer carrera en la Literatura, creo que sería recomendable que hicieras una advertencia pertinente.
Hecho está: yo desconocía la existencia de esta editorial (y las acusaciones que se le han hecho) pero no está de más dejar constancia de todo esto. Tengan cuidado quienes decidan ir (por no hablar de las precauciones de costumbre y las adicionales en este tiempo de emergencia sanitaria).
Aprovecho para lo siguiente: Argenta parece ser una de esas editoriales que cobran a sus autores por publicar sus textos, en el esquema que (como escribí en una nota previa) se llama a veces «vanity press». Nombre despectivo y todo, ésta puede ser una opción útil en algunas circunstancias…, cuando la editorial es honesta. He aquí una breve lista de signos que pueden indicar que una editorial de este tipo no es honesta:
1. El precio de impresión es ridículamente alto. Imprimir un libro tiene un costo bastante menor, por unidad, que el precio de venta que el libro tendría de ser publicado por una editorial comercial, pues éste debe incluir no sólo la ganancia de la editorial (con el porcentaje que se destinará al autor), sino también la del librero, el distribuidor… Si el precio unitario del libro que usted va a mandar hacer en México es el que tendría si fuese publicado por Anagrama e importado desde España, cuidado: quien fija el precio lo infla para sacar más de lo que con justicia le correspondería por el trabajo que va a hacer.
2. Las cláusulas del contrato son confusas o tramposas. Si no hay contrato de por medio es peor todavía, pero un contrato con una editorial de este tipo debe incluir al menos el compromiso de entregar los libros encargados a más tardar en una fecha precisa, no tirar de menos ni de más (es decir, no imprimir menos ejemplares de los estipulados, ni tampoco más) y dar un reembolso parcial o total del dinero que se vaya a invertir en caso de que se decida rescindir el contrato. Siempre será mejor contar con algún tipo de asesoría legal en estos casos, pero, como mínimo, las condiciones básicas del trato deben quedar asentadas por escrito y sin ambigüedades.
3. Se cobra por «dictaminar». Se supone que las editoriales que se discuten aquí son, más bien, imprentas, cuando mucho con algunos servicios adicionales. En principio, tendrían que aceptar cualquier cosa, porque quien va a pagar por su impresión es el autor. En algunos casos, estas editoriales pueden intentar hacerse de cierto prestigio como algo más (quizá como una editorial auténtica e independiente de los criterios del mercado), por lo que podrían tener algunos criterios para discriminar lo que publican. Pero en ningún caso tendrían que cobrar por decidir si publican algo o no. Lo que sucede en la mayoría de los casos en que ocurre algo así es que el dictamen es negativo o sólo el primero de muchos líos y trabas que tienen como fin exprimir a los autores inéditos tanto dinero como sea posible.
(Esto de los dictámenes, por cierto, es un signo de deshonestidad que también dejan ver muchos «concursos literarios» que hay por ahí. Y en éstos, de hecho, la estafa es muchas veces doble: se paga por concursar, después de algún tiempo se recibe una notificación –«no ganaste pero sacaste mención» es la típica– y al final se pide una cantidad enorme de dinero a cada concursante para enviarle un ejemplar de la «antología de ganadores». De más está decir que de ese libro sólo se imprimen los ejemplares que se llegan a enviar.)
4. Hay retrasos y problemas constantes. Los libros no aparecen a tiempo, el tiraje se pierde (dicen) o se estropea, súbitamente la empresa entra en crisis… Si esto le ocurre a usted, desde luego, probablemente ocurrirá cuando ya sea tarde para recuperar su dinero: podrá estar seguro de que lo ha perdido si de pronto le empiezan a decir que sólo podrán darle una parte mínima del tiraje a menos que pague más o cualquier cosa por el estilo…
5. Se utilizan estrategias de manipulación. No sólo me refiero a las que se pueden suponer más habituales para «justificar» los precios inflados (la crisis, la competencia feroz, la presión de las editoriales grandes (?) o cualquier otra por el estilo), sino también a varias otras. Los editores deshonestos intentan halagar el ego de los autores inéditos (ellos sí los aprecian, dicen) pero a la vez darles una sensación de dependencia o desvalimiento («nadie más te va a hacer caso», «ya invertiste todo este dinero y ya no se puede volver atrás aunque falte mucho más por gastar», etcétera). Si a la hora de hablar con un editor o impresor se le pide que hable claro y asiente todas las condiciones del trato legalmente, y éste no lo hace (si se indigna, si trata de envolvernos, si amenaza) hay que cancelar el acuerdo inmediatamente.
Una buena idea para comprobar la fiabilidad y honestidad de una editorial de autores autofinanciados (éste es otro nombre habitual) es buscar referencias independientes sobre ella: ni su sitio web, ni su publicidad, ni nada que dependa directamente de ellos.
Espero que esto sirva a alguna persona. Saludos y suerte en estos días aciagos.
José Luis Zárate me avisa de un hecho curioso: sin que lo supiera, fue víctima de un plagio, que ha provocado las mismas reacciones que otros casos semejantes y está muy razonablemente documentado, al menos ahora que escribo, en esta nota de esta bitácora.
No parece haber mucha posibilidad de controversia: una persona tomó uno de los textos brevísimos que Zárate escribe en su página de Twitter y lo publicó en su propia página sin mencionar la fuente; dado que todo sucedió en microblogs, en el que tan fácil y socorrido es enlazar y señalar textos interesantes directamente donde fueron publicados, resulta difícil creer que (como dijo la persona acusada) simplemente no mencionó a Zárate, y a otro autor de una frase que reprodujo, en aras de la brevedad.
Digamos, aunque sea para que no se me acuse de parcialidad (Zárate es mi amigo, para quienes no lo sepan), que quisiéramos atender a la idea de que una frase de 140 caracteres es poca cosa y quejarse por que alguien se la atribuya es ridículo.
Yo, por principio, no lo creo; no es sólo que en los microblogs todo el espacio disponible se reduce a 140 caracteres, de modo que los textos necesariamente se aprecian de otra manera, no como fragmentos sino como totalidades, aunque sea diminutas. Además, si empezamos a despreciar por ahí el argumento podemos llegar a toda suerte de falacias desagradables, y no sólo del estilo de «para que sea plagio el texto robado debe ser lo suficientemente largo», sino también de «para que sea plagio el texto robado debe ser lo suficientemente conocido», o pero aún: «para que sea plagio el texto robado debe ser de una persona lo suficientemente poderosa».
Digamos también que el acusado podría haberse equivocado, simplemente; podría haber copiado y pegado el texto sin pensar, sin tener claramente presente que su acto podría interpretarse como que estaba atribuyéndose una obra de otro (pequeña, sí, pero evidentemente no desprovista de interés ni de valor, porque en caso contrario no se le habría reproducido).
Aun si creyera algo de esto, o si ustedes lo creen, lo que no tiene desperdicio es la reacción del acusado: se parece muchísimo al modo de comportarse de plagiarios descubiertos con robos mucho más copiosos y mucho más difundidos. Su actitud (lean su comentario) es arrogante y agresiva pero delata, me parece, un miedo soterrado y muy particular: no trata de negar lo hecho sino de negar su importancia y de atacar (falazmente) a las personas que lo atacan, en vez de a sus argumentos; a la vez que elude todo razonamiento, trata de ofrecer una especie de compensación desplazada de las iras de sus oponentes al afirmar que no publicará más en Twitter, como si alguien se lo hubiese pedido o como si borrar la huella del hecho anulara por completo el hecho mismo. Es una actitud tan típica que debería tener nombre.
(Por cierto: enterado de todo, Zárate se involucró en la discusión y, al poner los puntos sobre las íes en el intercambio –en el que, como siempre, el cinismo y la tontería amenazaban con enterrar a las razones–, amablemente citó un texto publicado aquí mismo sobre el tema del plagio, al que remito a los posibles interesados.)
Nada de esto sacudirá al mundo: por supuesto, más preocupante en México será el aumento de la violencia y la parálisis del estado, y en el mundo la amenaza de otros cuatro años de tontería, venalidad y fundamentalismo con McCain y Palin en el gobierno de los Estados Unidos (por ejemplo). Pero la pequeñez y la mezquindad particulares del plagiario, cuando menos, son un tema literario infinitamente fascinante.