Muchas, muchas noticias
O: 20 robots, 2 entrevistas, una antología, libro y medio, radio a deshoras…
O: 20 robots, 2 entrevistas, una antología, libro y medio, radio a deshoras…
La siguiente es una convocatoria para todas las personas interesadas en leer buenas historias:
Renato Guillén, muy joven escritor mexicano, ha comenzado un proyecto de escritura en Internet. Llamado NanoFicción, tiene como objetivo completar un libro de minificciones de aquí a un año con la ayuda de sus posibles lectores. Durante el año, como lo explica él mismo, Renato publicará narraciones de manera constante en la cuenta de Twitter @nanoficcion. Como los mensajes de Twitter no pueden tener más de 140 caracteres, una obligación de los textos será (desde luego) ser brevísimos: concretos y rápidos. La propuesta es que los lectores que lo deseen comenten los textos, seleccionen sus favoritos, critiquen los que no lo sean…, ayuden, en fin, a seleccionar los que pasarán a formar parte del libro al término del año. Esto puede hacerse contactando al autor en su blog o, aún mejor, por medio del propio Twitter, comentando los textos, redifundiéndolos (retuiteándolos) o bien señalando aquellos que más gusten como «favoritos». Esto último será especialmente útil porque es posible contar cuántas personas eligen como favorito un texto dado: en el servicio Favstar.fm puede verse ya una lista de los textos más «favoriteados» del proyecto hasta el día de hoy y también de los más recientemente señalados.
Este proyecto tiene precedentes en otros países y también en México. Aquí, por ejemplo, José Luis Zárate utiliza su cuenta de Twitter desde hace años exclusivamente para escribir minificción y ya ha creado varios libros con los textos de su autoría; desde aquí también, Cristina Rivera Garza inventó en su propia cuenta la etiqueta #cuentuitos, que ahora es utilizada por muchas personas para identificar sus propuestas de narrativa brevísima. Pero NanoFicción es el primer proyecto de este tipo que recibe una beca del FONCA (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) para su realización. También, hasta donde sé, es el primer proyecto de minificción, escrita o no por medio de Internet, que recibe apoyo. Este año me tocó ser parte de la comisión de selección de proyectos de escritores jóvenes y el de Renato nos entusiasmó.
El proyecto está en línea ahora, aunque el periodo de vigencia de la beca comenzará hasta diciembre, no sólo por el interés de su creador: además, es necesario acumular tantos textos como se pueda: ir mucho más allá de la cantidad propuesta en el planteamiento del proyecto. ¿Por qué? Como decía arriba, no todos los textos escritos hasta ahora pasarán a formar parte del libro terminado, y no sólo por razones de espacio, sino porque la creación de minificciones –como lo saben muchos escritores excelentes que se dedican a ella de manera constante– implica un proceso de refinamiento y sobre todo de descarte: se crean variaciones y series, se acumulan ideas, pero hay que eliminar las que no resulten logradas, los chistes fáciles, los juegos de ingenio que no lleguen más allá, las repeticiones. No más de una de cada cien minificciones publicadas en Internet (o fuera de Internet) vale la pena. Con suerte, 10% de los textos de NanoFicción podrán llegar a formar parte del libro terminado…
(Quienes critican la escritura en Twitter –y también quienes la intentan, por desgracia– se olvidan muchas veces de esta necesidad de rigor.)
En cualquier caso, como también decía al principio, el proyecto necesita la ayuda de todos sus posibles lectores: sus opiniones, sus preferencias y sus críticas. Ojalá se animen a visitar el proyecto y ayudar a su creador; cuando menos, tendrán un rato de lectura muy interesante.
Se dice que los escritores escuchan con frecuencia esa pregunta. Es verdad que sucede, aunque quizá no tanto como podría parecer.
Lo curioso es que, a la hora de ponerse a trabajar, el escritor no necesariamente se plantea la cuestión de «buscar» una idea para poder comenzar a escribir; de hecho es muy probable que la idea, el germen de lo que quiere hace, ya esté allí: que ya tenga la intención de comenzar y algo de lo que asirse. He aquí otra frase hecha, pero verdadera: las ideas están por todas partes y lo más inesperado, lo más trivial, puede inspirar un proyecto de escritura que se emprenda con entusiasmo y se concluya satisfactoriamente.
Hay que considerar que «idea» no significa necesariamente «resumen de una historia» ni mucho menos storyline (que es el término que se emplea en el guionismo, y que implica además la intención de resumir clara y sucintamente para hacer que el proyecto se entienda y, de hecho, que el productor se interese en financiarlo). Hay textos que no pueden plantearse como historias, desde luego, pero incluso los que sí son historias pueden, a veces, empezar a crearse sin conocer del todo cuál va a ser su planteamiento, desarrollo y desenlace. Una imagen, unas pocas palabras, un episodio aislado o un vistazo del carácter o el aspecto de un personaje pueden llegar antes que un resumen. Julio Cortázar, por dar un solo ejemplo, (más…)
El sábado pasado fui a una lectura de la que no escribiré. Fue desangelada pese a las buenas intenciones de sus organizadores: estaba metida entre varias otras y como preludio a una tocada, y los asistentes, evidentemente, sólo deseaban la tocada: bailar y escuchar la música y no soportar pláticas sobre libros y muestras de historias que no les interesan. No dejaré de ir a actividades semejantes, siempre que me inviten: todos los implicados compartimos el mismo gusto por arar en el mar y otras metáforas por el estilo.
De regreso, como de ida, tomé el Metro. Llovía y los vagones estaban bastante llenos. Y me tocó un asiento cercano al que ocupaba una chica punk con el mejor atuendo que he visto en mucho tiempo: (más…)
Aviso 1:
Ha aparecido la nueva entrega de mi columna «La materia no existe» en la revista Los noveles. Es acerca de la identidad, la poesía (buena y de la otra) y los problemas de mi cuerpo y yo y mi otro cuerpo.
Como siempre, agradezco a Salvador Luis, editor (y escritor sumamente interesante; pronto aparecerá aquí algo sobre su trabajo).
Aviso 2:
Del jueves 22 de julio al viernes 20 de agosto, la estación por internet Radio Efímera transmitirá una serie de programas e intervenciones sonoras desde el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. Junto con Rodolfo J. M. (a quien, si no conocen, deberían leer pronto), tendré el gusto de cerrar un ciclo de maratones radiofónicos nocturnos. Si están despiertos entre las 4:00 y las 6:00 de la mañana –hora de la ciudad de México– el viernes 20 de agosto, ojalá se animen a escuchar.
(Agregado del 3 de agosto: se invita a un homenaje a Juan Hernández Luna para el día 19.)
Apenas en el último par de horas he sabido la noticia: hoy en la mañana, en el Hospital General de la ciudad de México, murió Juan Hernández Luna, escritor.
Nacido en 1962, Juan se crió en Nezahualcóyotl, en la interminable zona conurbada de la ciudad de México; como muchos de su generación se abrió paso con esfuerzo, intentando compaginar la búsqueda de un trabajo rentable con la ambición de dedicarse a la literatura, y aunque escribió de todo se dio a conocer como autor de narraciones «de género» y en especial de novelas policiacas. (más…)
Etiquetas: Amistades, Cadáver de ciudad, ciencia ficción, Cuaderno, Cuento, Don Quijote, Escritores, escritores "raros", escritores en español, escritores mexicanos, General, Historia y testimonio, Juan Hernández Luna, la herencia de Cervantes, Literatura, literatura alternativa, literatura policial, Miguel de Cervantes, Novela, Opiniones, Pablo Soler Frost, Pepe Rojo, Premio Hammett, Soralia, Tabaco para el puma, Trabajos de Persiles y SigismundaAdemás de todo lo demás (un par de libros; textos por obligación y placer; anotaciones para esta bitácora y para la sufrida cuenta de Tuiter), estoy preparando un par de cursos: ambos serán de novela y se repartirán entre revisar textos de los asistentes y hablar de la teoría (si es que es posible: si hay una sola, o varias ideas que pudieran ensamblarse para parecer una sola) de la novela.
Entre otras referencias, está la del pasaje siguiente, que proviene de Pietr el letón (1931), la primera de la larga serie de novelas del inspector Maigret escritas por Georges Simenon. Maigret está vigilando desde afuera, y en tiempo tormentoso y desagradable, la casa del sospechoso, y sus pensamientos vagan hacia estas ideas sobre el descubrimiento y la detección:
Era más bien una teoría propia y, aunque jamás la había desarrollado, permanecía imprecisa en su mente […]
En cualquier malhechor, en cualquier delincuente, hay un hombre. Pero también hay, y sobre todo, un jugador: un adversario que generalmente ataca, y éste es el que la policía intenta ver.
¿Se ha cometido un crimen o un delito cualquiera? La lucha se enzarza en torno a unos datos más o menos objetivos. Una o varias incógnitas, que la razón intenta resolver.
Maigret actuaba como los demás. Como ellos, también utilizaba los extraordinarios instrumentos que los Bertillon, los Reiss, los Locard han puesto en manos de la policía y que constituyen una verdadera ciencia.
Pero buscaba, esperaba, acechaba sobre todo la «fisura». En otras palabras, el momento en que, detrás del jugador, aparece el hombre.
En el Majestic, había tenido ante sí al jugador.
Aquí presentía otra cosa. La casa apacible y ordenada no formaba parte de los accesorios de la lucha entablada por Pietr el Letón. La mujer, sobre todo, y los niños entrevistos u oídos pertenecían a otro orden material y moral.
Y por ese motivo esperaba, aunque de mal humor, pues le gustaba demasiado su gran estufa de hierro colado y su despacho, con las cervezas espumeantes sobre la mesa, como para no sentirse desdichado bajo esta pegajosa tormenta.
Puede que la «teoría» no suene muy interesante tal como está planteada, pero su práctica, a lo largo de muchos episodios de la serie de Maigret, es extraordinaria: Simenon nos muestra cómo su personaje descubre, una y otra vez, la fisura en el comportamiento de sus adversarios que le permite no atraparlos (no necesariamente) pero sí comprenderlos: encontrar lo que faltaba por ver de su carácter y sus motivaciones, de modo que su imagen se complete y revele profundidades imprevistas, sorpresas, a veces detalles conmovedores o terribles.
¿No es éste el modo en el que se explora, también, la creación de un personaje novelesco? Por muchos planes previos que se hagan, por copiosas que sean las biografías y escaletas que se redacten (y que pueden ser muy útiles, sí), en los personajes siempre hay un fondo secreto, un último reducto de ideas y motivos y pasiones que jamás se revela a la primera. Uno es también explorador en lo que escribe y en quienes escribe: preguntarse por lo que hacen es lícito porque su creación nunca está completamente bajo nuestro control; cuando menos, algo pasa invariablemente –algo se pierde o se gana– en el proceso por el que las ideas se verbalizan, se ordenan y luego se traspasan a signos escritos.
Los críticos de Simenon le cuestionan las tosquedades de acción y de estilo, la falta de pulimento. Pero en las reflexiones de Maigret y su búsqueda de fisuras, por descuidadas que puedan parecer, con mucha frecuencia me parece entrever esto: tal vez el escritor no trabajaba con un plan previo, tal vez improvisaba sobre la marcha, pero siempre acertaba. Siempre: sus personajes son invariablemente creíbles, humanos, complejos. Esto bien puede ser parte del famoso «oficio» del escritor: conocer a la humanidad y a la gramática lo bastante como para que aquélla se manifieste sin esfuerzo por medio de ésta.
(Un elogio típico que se da a los grandes dibujantes es decir que pueden hacer una figura sin bosquejarla primero: que su dominio del trazo les ha costado tanto que parece que no les cuesta nada.)
Nota del 23/6/2010: he modificado un poco el texto para aclarar algunos pasajes.
1
Con un día de diferencia, la semana pasada, murieron José Saramago y Carlos Monsiváis.
2
Saramago tenía, tiene, fama mundial desde que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1998: es el único escritor de Portugal que lo ha ganado hasta ahora. Monsiváis, por su parte, era –como se dice de otros con excesiva ligereza– una institución en México: sin exagerar, el intelectual más influyente y admirado tanto en las élites (que en este país son el campo natural de los intelectuales) como fuera de ellas; una hazaña que no logró ni Octavio Paz.
3
Muchas personas se han dedicado a dar testimonios personales sobre su contacto con uno u otro de estos escritores. De hecho, por un par de días abundaron en periódicos, medios masivos y redes sociales como si se tratara de una competencia: perdía quien no pudiera afirmar que estuvo cerca de ellos, que los tocó, les dirigió la palabra, les pidió un autógrafo. Mi propio caso es el siguiente: (más…)
Una persona me preguntó acerca de cómo elegir un seudónimo; tomando de la experiencia de otros y de la mía (sobre la que escribiré un poco más adelante), puedo decir lo siguiente:
Hay muchas circunstancias en las que se llega a adoptar un nombre supuesto, diferente de aquel que se utiliza «normalmente»: una máscara hecha de palabras. Los seudónimos de artistas (y los literarios entre ellos) sólo son más famosos: objeto de más anécdotas.
Ejemplos: el escritor a quien conocemos como Yukio Mishima, y cuyo nombre verdadero era Kimitake Hiraoka, buscaba en principio desligarse de esas dos palabras, que (se dice) no suenan bien en japonés y para él representaban, además, una infancia infeliz; Stendhal se llamaba Marie-Henri Beyle y usó, además del que se recuerda, muchos otros seudónimos, acaso para mantenerse oculto por una especie de temor paranoico, como creía Prosper Mérimée; Flannery O’Connor omitía su nombre propio –Mary– para publicar más fácilmente en un medio literario machista, como tuvieron que hacer también Carson McCullers, Harper Lee, George Eliot, J. H. Riddell, James Tiptree y muchas otras escritoras. (El caso de Elena Ferrante, seudónimo de una escritora muy famosa de la actualidad, es diferente y, desde luego, posterior.)
En todos los casos, por otra parte, el adoptar un seudónimo implica crear un matiz, una influencia que cae sobre los textos. A veces esta influencia es pequeña, otras no es deliberada, pero está presente siempre. El nombre de quien escribe siempre termina siendo parte del proyecto de escritura, y no necesariamente porque sirva de «marca», como dirían algunos ahora; más aún –y más importante–, tiene la posibilidad de otorgarle una identidad deliberada a lo escrito: de contribuir al sentido de la «obra», por grande o pequeña que pueda ser, desde la firma.
Esto puede ser importante para algunos escritores a la hora de comenzar a buscar la publicación. Si su propio nombre no les parece suficiente por cualquier razón, pueden inventarse otro más de su agrado.
1. El seudónimo debe aspirar a ser memorable. Si se va a hacer el esfuerzo de inventarlo, hay que procurar que suene bien, sea contundente y, de preferencia, no resulte difícil de recordar. En los países de habla inglesa se prefieren y hasta se obligan, en ocasiones, seudónimos muy breves y claramente ingleses: Salvatore Albert Lombino, un conocido novelista policial, comenzó a destacarse cuando utilizó sus dos seudónimos más conocidos: Ed McBain y Evan Hunter (de hecho, se hizo cambiar el nombre legalmente para llamarse Evan Hunter)…, pero esto no es, evidentemente, una regla de aplicación universal.
2. El seudónimo debe ser realmente una mejor alternativa que el nombre propio. No siempre es el caso. Dos arrepentimientos famosos: Julio Cortázar publicó su primer libro (un poemario casi olvidado titulado Presencia) con el seudónimo de Julio Denis; César Vallejo consideró, por un tiempo, la posibilidad de hacerse llamar César Perú, como un homenaje a Anatole France.
3. El seudónimo debe ser significativo, primero, para quien lo elige. No es necesario buscar algo que sugiera lo que se pretende escribir; el seudónimo es un recipiente de lo que se escribirá y no al revés.
4. El seudónimo debe pensarse con cuidado. Esto puede parecer una obviedad pero, al contrario de lo que sucede en algunos géneros musicales, un escritor casi nunca tiene la oportunidad de sacar adelante más de un «nombre»: más de un proyecto de escritura. De vez en cuando se sabe del caso de autores muy vendidos o reconocidos –como Stephen King, John Banville, J. K. Rowling o Anne Rice– que se dan «paseos» fuera de su nombre para escribir textos diferentes de los que acostumbran publicar, pero no sólo es raro sino que los textos se conocen más cuando se revela a quién pertenecía el seudónimo. Y el caso de los heterónimos de Fernando Pessoa es, en realidad, único: no se dio por un proceso racional (o racional como podemos entenderlo) y no se puede replicar.
En cuanto a mí, «Alberto Chimal» es un seudónimo muy simple, que elegí de adolescente: lo forman mi segundo nombre, el de mi padre (sobre todo, el que no se usaba para hablarme en la casa familiar), y mi apellido materno (que no se usaba a la hora de pasar lista en las escuelas). Es un intento tímido de independencia. Comencé a publicar pronto (fui escritor joven antes de los veinte y no a los treinta y tantos, como es la norma ahora) y la escasa carrera que pude hacer entonces fijó muy pronto el nombre, cuando menos, en la idea que yo mismo tenía de mi trabajo. Ya no me animé a buscar otro. A veces creo que fue un error y debí haber elegido algo más breve, más alejado del original.
(Otras veces, de más desánimo, pienso que mi país es terriblemente racista y que me hubiera ido mejor con mi apellido paterno, Martínez, que no proviene –como Chimal– de la lengua náhuatl. Pero ese es un asunto aparte.)
En todo caso, por supuesto, hace falta considerar que
5. El mejor seudónimo no suple el escribir bien (interesante, bello, atrayente, como se quiera definir). Se dirá que en esta época, que es la de Kim Kardashian, puede importar más la marca que el producto, la superficie que el interior, la forma que el contenido. Pero el camino de cultivar la propia celebridad, si bien no es ilegal, tampoco es el de la escritura, y requiere otras habilidades y esfuerzos que no vienen al caso en esta nota.
Espero que esto pueda ser útil.
[Esta nota fue ligeramente revisada en agosto de 2017.]
Etiquetas: 5 sugerencias para elegir seudónimos, Anatole France, Carson McCullers, César Perú, César Vallejo, Ed McBain, Elena Ferrante, escritoras, Escritores, escritura y vida, Evan Hunter, Fernando Pessoa, Flannery O'Connor, George Eliot, Harper Lee, J. H. Riddell, James Tiptree, John Banville, Julio Cortázar, listas, Literatura, Opiniones, personalidad, poéticas, Salvatore Albert Lombino, seudónimos, Stendhal, sugerencias, Taller literario, Yukio MishimaRecuerdo una nota que leí en el blog de una exprofesora de secundaria: «Nadie puede enseñar ni aprender nada», escribió, y daba la impresión (por las muchas frases impostadas y graves que rodeaban a la que he citado) de que creía haber hallado una Gran Verdad: una de esas frases citables que tanto abundan en la radio mañanera y las malas novelas.
No era para tanto, desde luego: (más…)