En los comentarios de una nota reciente comenzó una conversación interesante entre dos lectores acerca del aprendizaje de la escritura. La cito a continuación y, como ambos me preguntaban mi opinión, la escribo también. La base de la cuestión: para estos asuntos ¿sirve de algo estudiar, aprender las reglas?
(…) tengo la duda de saber si existe la diferencia entre el escritor autodidacta al escritor que asiste a la universidad para formarse dentro de una licenciatura en letras . Tú crees que se pueda ser un buen escritor solo asistiendo a talleres ó el no estar en alguna institución te crea una cierta desventaja.
(…) según cómo lo veo, el escritor es antes que nada un creador, y un creador se nutre de su intuición. Claro, se trata del lenguaje, y el lenguaje tiene sus reglas, pero estas son en verdad simples. No creo que debas tomar un año entero de gramática y lexicología para saber que las palabras resultan más claras si las pones de un modo, y no de otro. Es algo que sientes. SENTIR, no como algo cursi y metafísico, sino como un ejercicio de honestidad, algo que va más allá de la inteligencia y del conjunto de reglas que te han enseñado. CLARO, las reglas ayudan, pero al mismo tiempo limitan.
Hay tipos que han pasado su vida en la academia, estudiando, analizando, pensando, y sólo son buenos para eso, para pensar y analizar, tal vez identifiquen lo que es en verdad bueno, pero resultan incapaces de crear por su propia cuenta, y es que a fin de cuentas nadie te enseña a crear, crear es un riesgo mortal, lo tomas sin necesidad de haber asistido a cursos especiales sobre “cómo arriesgarte mortalmente”.
Por mi parte creo que hay dos cuestiones distintas aquí que deben separarse. Por un lado, para responder a lo que plantea Sol hay que decir que las licenciaturas en letras no están, al menos en México, pensadas para que quienes las estudian se dediquen a la creación literaria. No perjudican, por supuesto (en realidad yo diría que ningún aprendizaje perjudica cuando se quiere escribir), pero su énfasis está en el análisis, la investigación y la crítica, al contrario de lo que sucede con los talleres literarios y los cursos de lo que unas veces se llama creación literaria y otras (si se traduce literalmente del inglés) «escritura creativa».
En cuanto a lo que dice el Vato, por otro lado, debo usar una expresión antigua: estoy de acuerdo con el espíritu de lo que dice pero no con la letra. Hay restricciones que deben evitarse pero creo que no son las que él menciona.
Por ejemplo, la gramática no es el enemigo. Las convenciones que realmente perjudican, las que entorpecen la obra de muchos autores (y a muchos críticos también, como observa este texto del escritor David Miklos), son las que buscan restringir y fijar lo que «se debe» decir y el «modo apropiado» de decirlo más allá del nivel gramatical. Conocer el modo de crear una frase, darle sentido y enlazarla con otras en un idioma dado (en el español, por ejemplo) no es una obligación arbitraria ni una restricción: es una base, a partir de la cual se puede comunicar lo que se desee, incluyendo el cuestionamiento y la subversión de la gramática, que no son imposibles: llevan al menos un siglo como parte de la historia literaria de occidente.
Ahora bien, es verdad que con un poco de esfuerzo y la atención adecuada es fácil aprender esas bases de la escritura sin ir a ninguna escuela (basta saber leer y leer bien textos que estén gramaticalmente bien escritos). Pero por muy honesta que pueda ser una persona, por profundos que sean sus sentimientos, ni éstos ni aquél se van a comprender en absoluto si no consiguen comunicarse. La sinceridad, la intuición, la fuerza expresiva se apoyan en esa base.
Por último…, sí, crear debe ser, en cierto sentido, un riesgo mortal, si es que la creación va a valer la pena. Pero hay que tener cuidado con las metáforas. El riesgo puede ser físico pero en general no lo es: actualmente se le equipara con el de un combate cuerpo a cuerpo (o una competencia de atributos masculinos), pero hacerlo sólo es repetir un lugar común: una forma de pretenciosidad que funciona bien en un país como éste, sacudido por la violencia y en el que la mayoría no lee: en el que aprendemos a venerar la notoriedad pero no la inteligencia. En cambio, en la literatura todo entra: todos los aspectos de la vida del cuerpo, de la vida de afuera, de la vida interior…
Esto es lo que creo. Aquí está por si puede servir.
En estos meses me tocó repasar la obra de varios autores «raros», habitualmente ignorados o bien leídos de manera condescendiente: esos que terminan siempre etiquetados como excéntricos, discapacitados, enfermos. El trabajo se completó, al menos por ahora, con una conferencia que di en Torreón, hace unos días, sobre Leopoldo María Panero, quien es literalmente un loco visionario: un poeta que, entre otras cosas, reflexiona sobre los padecimientos mentales y ataca de frente las definiciones convencionales de lo normal y lo anormal, la salud y la enfermedad.
Al término de la conferencia hubo preguntas. Una de ellas fue por qué no mencionaba al Panero político, que ha escrito sobre la ETA, por ejemplo, y otros temas de actualidad. (más…)
Después de cierto tiempo he publicado un cuento nuevo: «El señor de los perros», que está en el número 39 de la revista virtual Carátula, hecha en Nicaragua y dirigida por Sergio Ramírez.
El cuento refiere una serie de hechos brutales en la voz de varias mujeres. Viene como parte de una entrega de narrativa que también contiene textos de Mario Bellatin, Marina Porcelli, Yordis Monteserín y Luis Báez. Agradezco la invitación a Ulises Juárez Polanco.
Aparte, mi amigo Carlos Ramón Morales (cuya bitácora Las opiniones del Rufián Melancólico ha salido a relucir aquí algunas veces) me hizo hace tiempo una entrevista que ahora publica en dos partes (primera y segunda) la revista virtual Distintas Latitudes. Hablamos de literatura, de imaginación y hasta de actualidad. Las ilustraciones del texto –aquí se reproduce una, al comienzo de la nota– son de Juan M. Tavella.
Para completar esta serie de avisos: otra revista virtual, Hermanocerdo, está publicando un especial, «Las lecturas de 2010», en el que varias personas hemos sido invitadas a escribir sobre los mejores libros que leímos en el año. Mi propia lista (muy breve por razones que allí se explican) acompaña a las de Antonio Jiménez Morato, René López Villamar, David Miklos, Pablo Muñoz, Martín Cristal, Javier Avilés, Walter Duer y los que se acumulen esta semana.
(Extrañísimamente, esa propuesta de escribir llegó al mismo tiempo que dos invitaciones a recomendar libros, con diferentes fines, para el diario Reforma y la revista Emeequis. La primera de estas dos aparecerá pasado mañana, viernes 10, en el suplemento Primera fila, y la segunda en el siguiente número de la revista. Creo que logré no repetirme.)
* * *
Para terminar, aparte todo de lo anterior, ¿no debería llamar más la atención la salud de publicaciones virtuales hispanoamericanas como las que he mencionado en esta nota? Funcionan sin ser apéndices de revistas impresas, logran varias cosas imposibles para esas revistas y las de buena calidad son más abundantes de lo que parece… Su existencia es otra buena razón, creo, para preocuparse por que la información en internet circule con libertad y haya contrapesos que impidan que una o varias empresas –como se ha visto que puede pasar– tengan la posibilidad de negar arbitrariamente el acceso a lo que les desagrada o los asusta.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Agregado del 4 de diciembre: encontré esta nota excelente, de José Luis Orihuela, sobre Wikileaks]
El caso de Wikileaks, de los secretos que ha revelado de diversos gobiernos y en particular de los Estados Unidos, y de los ataques en su contra (y en contra de su fundador, Julian Assange), tiene muchas consecuencias e implicaciones que se discuten ahora mismo en el mundo. Por lo menos, es claros que la acción de Wikileaks documenta numerosos abusos de los que ya se sospechaba y que se habían mantenido ocultos.
Yo sólo quiero mencionar una ocurrencia. Assange es perseguido desde hace tiempo y se encuentra oculto: a salto de mata, o su equivalente en una época como la presente. A la vez, el dominio de Wikileaks, wikileaks.org, ha sido atacado también y el sitio fue expulsado por su proveedor de servicios de internet original y por al menos otro más. En este momento se encuentra en línea pero, sin duda, tendrá más dificultades posteriores. Y en el punto donde se encuentran esas dos situaciones hay un tema que ya ha pasado al cine, y probablemente a la literatura también, pero no ha inspirado todavía una gran obra:
La frase «a salto de mata» sirve todavía y de hecho no sólo puede describir lo que describía hasta fines del siglo XX. Ahora también se puede perder la vida virtual. Para casi todas las personas con acceso a internet, las cuentas de correo electrónico, de redes sociales y demás son objetos gratuitos, desechables; renunciar a una es una molestia y no una tragedia. Aunque casi la totalidad de esas cuentas –en las que descansa nuestra presencia en la red– es mantenida por una gran empresa multinacional, no sólo no se nos cobra sino que, en general, no se nos molesta. No somos Assange: no llamamos la atención, no hacemos circular información importante, no somos un peligro para nadie. Pero ¿y si no fuera así? ¿Qué pasaría si, a causa de un error, un capricho de alguien con poder o cualquier otra razón, una persona común se viera privada definitivamente de su parte virtual?
El asunto no tendría que ser necesariamente (como ha sido hasta ahora) materia de thrillers. En realidad su centro podría no ser la tecnología ni el poder sino la identidad. Borges esbozó un argumento sobre el tema hace casi ochenta años: una conjura que convenciera exitosamente al mundo de que alguien no existe, lo que sería justo la acción contraria de la creación (habitual hoy) de sucesos y personajes apócrifos. Alguien tendría que escribir (bien) sobre esto.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
En cursos que doy sale cada tanto una pregunta típica: cómo escribir un libro que venda. La intención de la pregunta, también es típico, es que se digan las reglas: el procedimiento seguro y de eficacia comprobada para escribir un libro que interese a un editor y a muchos lectores. El tono de la pregunta, habitualmente, me hace pensar que quien la formula cree que se trata de un secreto: un conocimiento arcano que el maestro no pasa tan fácil al aprendiz…
Y, la verdad, esto no es verdad. Es muy fácil ver qué rasgos tienen, en general, los bestsellers: basta leer cierto número de ellos. En una sesión reciente de un curso empezamos a discutir la cuestión y formulamos, bastante rápido, diez reglas. Van a continuación.
No son reglas, aviso, que recomiende seguir a toda costa y en todos los proyectos de escritura: más todavía, creo que pueden distraer a muchos aspirantes a escritor de la posibilidad de buscar lo que realmente quieren, necesitan o pueden decir. Creo que debo hacer esta salvedad porque también creo que el dinero fácil y rápido no es, necesariamente, todo en la vida.
(Otra salvedad: el tipo de libro que recomiendan estas reglas no está cerca de lo más interesante –ni siquiera lo más moderno– que se escribe ahora. Véase lo que sugiere, por ejemplo, esta reseña de Providence de Juan Francisco Ferré, que es una interesante novela contemporánea.)
Por otra parte, si usted no piensa como yo, tampoco está penado por la ley el seguir estas reglas e intentar escribir un bestseller con ellas. Incluso son posibles el éxito y las ventas millonarias. No hay ninguna garantía, desde luego, como puede comprobarse fácilmente yendo a cualquier librería y viendo la enorme cantidad de obras que no se venden a pesar de sus mejores intenciones. Son siempre la mayoría.
Entretanto, aquí en México, mientras la RAE propone reformas ortográficas (incluyendo una «condena» a ciertos usos de la tilde que ha causado mucha risa, pero que muchas personas no notarán debido al desastre de nuestro sistema educativo) y el ser lúgubre se consolida como el nuevo ser cínico, esto:
Una amiga escritora, Gabriela Damián, me contó hace algunas semanas de su disgusto con un profesor que insistía en repetir que «la escritura es masculina». La frase fue dicha ante personas de ambos sexos, con plena convicción, y además en una sesión de taller literario. Las mujeres presentes se indignaron pero el profesor no cedió. Había cosas, decía (resumiendo), que le salían mejor a los hombres. (más…)
Erika Mergruen escribió este texto en su blog, Criptas.
La colección «La Guillotina» de libros gratuitos tiene en línea la Danza macabra del cementerio de los Santos Inocentes de París: un texto esencial sobre la que siempre llega.
Está en línea, también, 72migrantes.com, un proyecto de Alma Guillermoprieto: un altar virtual a los migrantes asesinados recientemente en Tamaulipas, con textos, música e imágenes.
Y yo, hace rato, salí a la calle, me detuve con Raquel en un restaurante y escuché la conversación de dos personas.
–Antes –dijo una, mientras se comía una gringa: tacos de carne al pastor y queso– no estaba cerca la muerte. Y ahora aquí está, rondando.
Las palabras me parecieron una mentira vil: el signo de una hipocresía y una ceguera terribles. La violencia de estos días es la que es, pero la muerte siempre ha estado entre nosotros. Simplemente algunos, los más afortunados, nos las habíamos arreglado para ignorar el sufrimiento de los otros, el miedo y el dolor. Ahora, que el grupo de los afortunados se ha reducido, muchos nos sentimos desprotegidos y vulnerables.
Pero esta conciencia debería servirnos de algo. Después de todo, aún estamos vivos.
He aquí una historia:
En una clase, hace muchos años, un profesor nos explicó que la literatura fantástica “no cuadra con lo mexicano” pero, a pesar de ello, Carlos Fuentes era su solitario y muy digno representante en México. Esto se debía a que, en sus libros, esa narrativa ligera y escapista era elevada: dignificada por reflexiones agudas sobre la realidad política, que son a fin de cuentas el producto obligado, el único válido, de la buena literatura.
Inmediatamente después, y muy indignado, un compañero se empeñó en tratar de convencerlo de que no sólo había muchos escritores mexicanos especializados en fantasía aparte de Fuentes, sino que los dragones, los magos y los elfos (que son elementos esenciales del “género”, dijo) pueden no tener ninguna relación con México pero sí sirven para una literatura válida, como la de (y aquí mencionó varios autores, juegos de rol y franquicias).
La pelea se prolongó durante toda la clase y, por supuesto, no llegó a nada.
Fin.
«La idea de México», el breve ensayo que publiqué en el blog del proyecto Nuestra aparente rendición, ya está aquí en Las historias. Contiene algunas ideas sobre las celebraciones de este año y lo repelente que se ha vuelto, para muchos mexicanos, la idea de la patria. Se puede leer en esta página.
* * *
En los próximos días estaré en el Encuentro Internacional de Escritores de Monterrey, Nuevo León. Su tema es «Poéticas de la muerte» y se hablará del tema desde muchos ángulos, incluyendo los más cercanos a la actualidad y la violencia de ahora. Habrá lecturas, ponencias y hasta un par de talleres.
Y tampoco sé si lo que escribo tiene, también, su origen aquí, aunque debo reconocer que me interesan mucho las cosas que no se ven, los ángulos extraños para mirar lo de costumbre, la imaginación como una herramienta para lograr estas cosas: para descubrir, como querían los románticos, y no necesariamente para acumular otras cosas sobre el mundo.
«La ciudad invisible»
(¿Será éste el momento de empezar ver que algunas cosas están ya dichas, bien o mal, haya o no alguien allí para escucharlas?)
* * *
Buscando justificar la propia vida se recorren largos caminos. Algunos de ellos pasan por la belleza.
(El poeta danés de Torill Kove)
* * *
—Siento que alguna vez, por alguna causa imprevista, la vida de alguien sobre la tierra no se extinguirá nunca; que sus pasos serán cada día más firmes y que su voz se escuchará siempre con la continuidad y vigor de los ríos. Siento que hay una música que no concluirá jamás en el tiempo y que un mismo soplo de aire agitará hasta la eternidad el mismo árbol. Antójaseme, por no sé qué razones, que en el momento menos pensado se abrirá la tierra por todas partes como una misteriosa granada madura y que germinarán hasta en los riscos menos propicios, flores y frutos desconocidos, aromas que nadie ha aspirado y formas nuevas en qué deleitarse. Para estupor del que sobreviva estallarán los viejos astros y surgirán otros nuevos y, a cada alumbramiento de éstos, el mar rebasará sus limites, arrullará las ciudades y el perfume de sus algas será tan intenso que se marchitarán los retoños en sus tiestos, aunque la juventud infinita les será otorgada a los hombres. Nadie hablará más de la hiedra en el muro, ni de la puerta en el muro, sino de la nueva montaña; nadie cultivará la hiedra, ni el enebro, ni las madreselvas, porque la tierra producirá unas flores azules de cristal que, trepando por la corteza de los árboles, derramarán su contenido sobre el que camina…
Francisco Tario, La puerta en el muro
* * *
(Ensemble Accentus, «Avrix Mi Galanica»; música antigua sefardí)