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Ranas y escorpiones

Cuando este sitio comenzó, hace casi veinte años, la escritura en blogs parecía ser la vanguardia de la literatura en medios digitales. Luego vinieron las redes sociales, y luego se fueron (es decir, siguen ahí, pero ya no se puede creer que sirvan de sustrato para la literatura). Y este sitio sigue aquí, igual que la literatura digital: lo nuevo que se inventa hoy sólo está un poco más en la sombra, en sitios más recónditos.
      He aquí un ejemplo. Este es un relato experimental que se formó en la plataforma Tumblr. No fue planeado de antemano y es obra de dos personas distintas que no sé si se conocen entre sí, y cuyas identidades ignoro: los usuarios @sadoeuphemist y @ospreyonthemoon. Lo que hicieron parte de una fábula que se ha vuelto meme –la antigua historia de la rana y el escorpión– y que se repite con variaciones y mutaciones cada vez más extrañas. Al final, su tema acaba siendo muy distinto de lo que parecía. Yo hice la traducción y me siento muy contento de descubrir algo tan distinto de las formas de escritura convencional, de los «productos» comunes de esta era y de otras. Ojalá les interese a ustedes.

Ranas y escorpiones

RANAS Y ESCORPIONES
@sadoeuphemist y @ospreyonthemoon, de Tumblr


[la parte de @sadoeuphemist]

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una rana que lo llevara a través del río. “¿Parezco tonta?”, dijo la rana. “¡Me vas a picar si dejo que te subas a mi lomo!”
      “Sé lógica”, dijo el escorpión. “Si te picara, de seguro me ahogaría.”
      “Eso es verdad”, reconoció la rana. “Bueno, súbete.” Pero tan pronto llegaron a la mitad del río, el escorpión picó a la rana, y ambos empezaron a retorcerse y ahogarse. “¿Por qué demonios hiciste eso?”, dijo la rana con voz lúgubre. “Ahora los dos vamos a morir.”
      “No lo puedo evitar”, dijo el escorpión. “Es mi naturaleza”.

*

… Pero tan pronto llegaron a la mitad del río, la rana sintió un movimiento sutil en su lomo, sintió pánico y se sumergió en lo profundo de la corriente, haciendo que el escorpión se ahogara.
      “Iba a picarme de cualquier manera”, murmuró la rana, emergiendo del otro lado del río. “Era inevitable. Todos ustedes lo sabían. Todo el mundo sabe cómo son los escorpiones. Fue en defensa propia.”

*

… Pero tan pronto se separaron de la orilla, la rana sintió la punta de un aguijón apoyada suavemente contra su cuello. “¿Qué crees que estás haciendo?”, dijo la rana.
      “Sólo una precaución”, dijo el escorpión. “No te puedo picar porque me ahogaría. Y ahora, tú no me puedes ahogar sin que te pique. Es lo justo, ¿no?”
      Cruzaron en silencio hasta el otro lado del río, donde el escorpión se bajó, dejando a la rana furiosa.
      “¡Después de que lo buena que fui contigo!”, dijo la rana. “¿Y a cambio me amenazas con matarme?”
      “¿Buena?”, dijo el escorpión. “¿Fue una bondad invitarme a tu lomo sólo después de saber que yo estaba indefenso, incapaz de usar mi cola sin matarme? Mi querida rana, sólo te traté como fui tratado. Tu bondad estaba tan envenenada como el aguijón de un escorpión.”

*

… “Sólo una precaución”, dijo el escorpión. “No te puedo picar porque me ahogaría. Y ahora, tú no me puedes ahogar sin que te pique. Es lo justo, ¿no?”
      “Tienes razón en eso”, reconoció la rana. “Pero una vez que lleguemos a tierra firme, ¿no podrías picarme sin sufrir las consecuencias?”
      “Todo lo que quiero es cruzar el río de forma segura”, dijo el escorpión. “Una vez que esté del otro lado, con gusto te dejaré en paz.”
      “Pero tendría que confiar en tu palabra”, dijo la rana, “mientras tú tienes el aguijón puesto sobre mi cuello. Llevarte a tierra me haría abandonar la única forma de disuasión que tengo contra ti.”
      “Siguiendo esa misma lógica, no es posible que quite mi aguijón mientras aún estamos en el agua”, protestó el escorpión.
      La rana se detuvo a mitad del río, manoteando. “Entonces, supongo que estamos empatados.”
      El río seguía corriendo alrededor. El aguijón del escorpión tembló sobre la piel aún ilesa de la rana. “Supongo que sí”, dijo el escorpión.

*

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una rana que lo llevara a través del río. “¡Por supuesto que no!”, dijo la rana, y se sumergió en las aguas, y así ninguno de los dos aprendió nada.

*

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una tortuga (como en la versión original, persa, de la fábula) que lo llevara a través del río. La tortuga estuvo de acuerdo de inmediato, y le permitió al escorpión subir a su caparazón. A la mitad del camino, el escorpión cedió a su naturaleza y picó, pero no logró penetrar la dura concha de la tortuga. Ésta, que nadaba plácidamente, ni cuenta se dio.
Llegaron al otro lado del río y se separaron como amigos.

*

… A la mitad del camino, el escorpión cedió a su naturaleza y picó, pero no logró penetrar la dura concha de la tortuga.
      Ésta, al escuchar el golpe del aguijón, se ofendió por la ingratitud del escorpión. Venturosamente, como disponía de poderes para defenderse y para castigar el mal, la tortuga se hundió en las aguas y ahogó al escorpión por principio.

*

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una rana que lo llevara a través del río. “¿Parezco tonta?”, se burló la rana. “¡Me vas a picar si dejo que te subas a mi lomo.”
      El escorpión le rogó con sinceridad. “¿Tan mal piensas de mí? Por favor, necesito cruzar el río. ¿Qué ganaría con picarte? ¡Sólo conseguiría ahogarme!”
      “Eso es verdad”, reconoció la rana. “Hasta un escorpión sabe que debe cuidar su propia vida. ¡Súbete!”
      Pero mientras avanzaban por la corriente, el escorpión empezó a preocuparse. Esta rana cree que soy un asesino despiadado, pensó. ¿No sentiría justificado el arrojarme ahora al agua y librar al mundo de mí? ¿Por qué otra razón habría accedido a hacer esto? Cada balanceo de la rana ponía más y más ansioso al escorpión, hasta que la rana se echó hacia adelante, salpicando de modo muy abundante, y el escorpión aterrado la picó con su aguijón.
      “Lo sabía”, gritó la rana, mientras ambos se retorcían y se ahogaban. “¡Un escorpión no puede cambiar su naturaleza!”

*

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una rana que lo llevara a través del río. La rana aceptó, pero en cuanto estuvieron a la mitad del río el escorpión picó a la rana, y ambos empezaron a retorcerse y ahogarse.
      “La culpa es sólo mía”, suspiró la rana, mientras ambos se hundían bajo las aguas. “Tú eres un escorpión. No podía haber esperado nada mejor de ti. Pero yo sí soy más inteligente, ¡y sin embargo actué contra mi propio buen juicio! ¡Y ahora nos he condenado a los dos!”
      “No lo podías evitar”, dijo el escorpión, mansamente. “Es tu naturaleza.”

*

… “¿Por qué demonios hiciste eso?”, dijo la rana con voz lúgubre. “Ahora los dos vamos a morir.”
      “Por desgracia, mi naturaleza es conflictiva”, dijo el escorpión. “Parte de mí quería seguir sobre tu lomo, agradecida, a través del río, y la otra me pedía picarte de inmediato. Así que las dos pelearon y ninguna ganó”. Sonrió con añoranza. “Ah, ¿no sería hermoso ser únicamente una cosa? Ser simple y puro de naturaleza. Sin la capacidad para el conflicto ni el arrepentimiento.”

  • “Por cierto”, dijo la rana mientras nadaba, “te quería preguntar. ¿Qué hay del otro lado del río?”
    “Lo que importa es el viaje”, dijo el escorpión. “No el destino.”

*

… “¿Qué hay del otro lado de cualquier cosa?”, dijo el escorpión. “Un nuevo comienzo.”

*

… “Otro escorpión con el que aparearme”, dijo el escorpión. “Y más presas que matar, y más cuerpos vivos que envenenar, y un linaje de crueldades por venir del que tú serás en parte culpable.”

*

… “Nada que vayamos a vivir para ver, me temo”, dijo el escorpión. “La corriente ya se vuelve más fuerte, y parece que el río va a tragarnos. Mientras más avanzamos, más retrocede la orilla. Pero ¿eso significa que nuestro esfuerzo ha sido en vano?”

*

“Te amo”, dijo el escorpión.
      La rana miró hacia arriba de reojo. “¿Me amas?”
      “Por completo. ¿Puedes imaginar el miedo de ahogarte? Por supuesto que no. Eres una rana. Sería como tener miedo de respirar aire. Y sin embargo aquí estoy, agarrado de tu lomo, mientras las aguas rugen a nuestro alrededor. ¿No es eso amor? ¿No es confianza? ¿No es necesidad? No podría matarte sin matarme a mí mismo. ¿No somos inseparables?”
      Ambos callaron y la rana siguió nadando.

*

“Estoy muy cansada”, murmuró la rana finalmente. “¿Cuánto falta para el otro lado? No sé cuánto hemos estado nadando. He estado tragando agua. Y todo está muy oscuro.”
      “Shhh”, dijo el escorpión. “No tengas miedo”.
      La rana pataleó débilmente. “¿Cuánto tiempo ha pasado? Estamos perdidos. ¡Estamos perdidos! Estamos condenados a seguir en estas aguas para siempre. No hay tierra. ¡No hay nada del otro lado! ¿No lo ves?
      “Shhh, shhh”, dijo el escorpión. “Mi veneno es alucinógeno. Bajo la superficie, el río es infinitamente profundo, y sus corrientes traen muchas cosas.”
      “Tú… Nos has matado a ambos”, dijo la rana, y empezó a reír en su delirio. “¿Así…, así se siente ahogarse?”
      “Nos hemos matado el uno a la otra”, dijo el escorpión para serenarla. “El veneno de mis glándulas que ahora surca tus venas, las aguas de tu charca natal que ahora están en mis pulmones. Nos estamos absorbiendo, ahogando el uno en la otra. No puedo respirar. ¿Lo sientes? ¿Sientes mi aguijón atravesando tu corazón?”
      “Qué cosa tan estúpida”, murmuró la rana. “Para qué hacerlo. No tiene lógica. No tiene nada de lógica.”
      “No lo podíamos evitar”, murmuró el escorpión. “Son nuestras naturalezas. ¿Por qué más pasa cualquier cosa en el mundo? Porque fuimos hechos para ello desde el nacimiento, cariño, cada momento inexplicable e inevitable. Qué cosa tan absurda es enamorarse, y sin embargo… ¡Es nuestra culpa! Y somos inocentes. Estamos juntos ahora, cariño. Y no podría haber sucedido de ninguna otra manera.”

*

“Es curioso”, dijo la rana. “Realmente no puedo decir que confíe en ti. Ni siquiera que me gustes mucho tú, y no digamos ese aguijón horrible que tienes. Pero igual estoy haciendo esto por ti. ¿No es extraño? ¿Por qué haría esto? Quiero ayudarte, quiero esforzarme para ayudarte. ¡Te dejé subirte en mi lomo! ¿Por qué razón fui e hice una cosa tan tonta?”

*

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una rana que lo llevara a través del río. “¿Parezco tonta?”, dijo la rana. “¡Me vas a picar si dejo que te subas a mi lomo!”
      “Sé lógica”, dijo el escorpión. “Si te picara, de seguro me ahogaría.”
      “Eso es verdad”, reconoció la rana. “Bueno, súbete”. Pero tan pronto el escorpión montó a lomos de la rana, empezó a picarla repetidas veces, todavía en la seguridad de la orilla del río.
      La rana gimió, retorciéndose débilmente mientras el veneno recorría sus venas y empezaba a licuar su carne. “Ah”, murmuró. “Por alguna razón, nunca consideré esta posibilidad.”
      “Porque nunca me tuviste miedo”, murmuró el escorpión en su oído. “Nunca tuviste miedo de morir. En una vida anterior, tenías un caparazón y tu labor era juzgar. Y luego renaciste: suave de piel, rápida, libre de todo peso, tan nueva y vulnerable como un niño, de nuevo en movimiento por un mundo de niños. ¿Cómo podía nadie ser cruel, pensabas, viendo lo precario que es todo?” El escorpión inclinó su cabeza y bebió. “¿Cómo podría alguien matarte sin matarse a sí mismo?”

[la parte de @ospreyonthemoon]

Un escorpión, como no sabía nadar, le pidió a una rana que lo llevara a través del río. “Para ser honesta”, dijo la rana del desierto, “soy de la especie incorrecta de rana para hacer eso.”
      “Oh”, dijo el escorpión.
      “Yo misma estaba esperando encontrar a alguien que me ayudara a cruzar”, admitió la rana.
      “Ah”, dijo el escorpión. “Bueno, podemos esperar juntos.”
      Se sentaron, esperaron, y cuando pasó por allí una tortuga, ambos se aventuraron juntos, y el escorpión estaba demasiado ocupado platicando para pensar en picar a nadie.

*

“De hecho”, dijo el escorpión, mientras trepaba al lomo de la rana, “mi aguijón es inofensivo”.
      “¿De verdad?”, dijo la rana mientras empezaba a nadar.
      “Sí”. El escorpión agitó su pequeña cola. “El veneno no hace daño a nada mayor que un escarabajo. No puedo amenazarte con él, ¿entiendes? Así que no necesitas preocuparte de él en absoluto.”
      La rana, libre del miedo de la muerte, empezó a prepararse para sumergirse.
      “Aunque”, continuó el escorpión mientras sentía que la rana se iba deteniendo, “no debes creer que estoy del todo indefenso.”
      “¿Por qué no?”, dijo la rana. “Todo lo que tienes son tus pinzas, y no son tan afiladas para perforar mi piel.”
      “No, no lo son”, asintió el escorpión, agarrándose bien de los hombros de la rana. “Pero son fuertes. Deben serlo, para agarrar a mi presa mientras mi pobre veneno tiene tiempo de actuar.”
      “Pero no me matarían.”
      “No. Pero hay otras maneras de lastimar.” El escorpión apretó sus pinzas, dejando que sus dientes se hundieran en la piel. “Harás que me ahogue, por supuesto. Pero mis pinzas seguirán cerradas. Mi cadáver ahogado quedará fijo sobre tus hombros, aquí mismo, con las pinzas enterradas en ti. Y todo el que te vea lo verá. Y verán mi frágil cuerpo y mi endeble aguijoncito. Y me habrás ahogado, sí, pero por el resto de tu vida todos sabrán que le quitaste la suya a una criatura que no era un peligro para ti, por una ofensa tan pequeña como querer que le ayudaras a cruzar. Nunca escaparás de mi peso en tu lomo, esperando a ser llevado al más allá al que tú quisiste entregarme.”
      La rana se quedó callada por un rato antes de seguir nadando.
      “Creo que te hubiera preferido con un aguijón que sirviera.”
      El escorpión relajó sus pinzas. “Y yo hubiera preferido no tener que usarlo.”

*

“¿Sabes cuántas veces hemos hecho esto?”, preguntó la rana, con los ojos vueltos hacia su pasajero. “No puedo recordar qué tanto ha pasado.”
      “Un millón de vidas”, murmuró el escorpión, con las pinzas asentadas en el cuello de la rana. “Con esta son un millón de vidas. Y solamente importa hasta que estamos aquí.”
      “Me alegra que seamos nosotros”, dijo la rana, dejando que la corriente la arrastrara. “Me alegra que incluso después de un millón de vidas, siempre acabemos por encontrarnos.”
      El escorpión se agarró con fuerza mientras el agua se metía en su carapacho.
      “Nunca moriría con nadie más, mi amor.”
      Enredados sin esperanza, los dos desaparecieron en el olvido.

*

Un pollo estaba al borde de una carretera, mirando pasar los autos.
      “¿Esto es todo lo que hay?”, preguntó.
      “No sé”, dijo el zorro que estaba al otro lado, quitándose algo de pasto de la pata. “Pero sería bueno averiguarlo.”

*

… Pero tan pronto llegó la rana a la mitad del río, un enorme bagre salió del agua, y su boca era tan grande que no pudieron escapar.
      “Oh, rana tonta y bicho tonto”, dijo, con la voz llena de piedad mientras se los tragaba. “Tenían los ojos pegados a la amenaza más obvia. ¿Nunca se les ocurrió pensar que había cosas más grandes a las que temer en un río tan ancho y profundo como este?”
      Y el bagre se alejó nadando, en busca de más ranas que devorar.

*

“Disculpa”, dijo el escorpión, confundido. “¿Picarte? ¿Por qué haría yo una cosa así?”
      “Bueno”, dijo la rana, “hacerlo es parte de tu naturaleza, ¿no?”
      “¡No, para nada!”, dijo el escorpión, con voz muy ofendida. “No vamos por ahí picoteando todo lo que vemos. Esa es la mejor forma de empezar una pelea que no se puede ganar. En realidad, un aguijón es sólo para conseguir comida y para mantener a raya a los depredadores. Picar a todo mundo no está en mi naturaleza, del mismo modo que ahogar a todo mundo no está en la tuya. ¡Tú no haces eso! ¿O sí?”
      La rana hizo una mueca, ofendida por el tono. “Mira, el escorpión que usualmente veo aquí casi siempre me pica…”
      “A mí me parece que estás proyectando problemas que tienes con un escorpión a cada escorpión que conoces”, dijo el escorpión. “No estoy muy seguro de poder confiar en que me lleves a la otra orilla, francamente. ¿Sabes si hay alguna otra rana que me pueda ayudar?”
      La rana gruñó y se sumergió en el agua.

*

El pollo estaba en la orilla del río con sus hijos. Un zorro estaba en la otra orilla con una bolsa de maíz.
      “Hey, pollo”, gritó el zorro. “¿Alguna vez has pensado que podrías estar atorado?”
      “¿Y eso qué te importa?, respondió el pollo, agitando un ala con fastidio. “Mi vida me concierne a mí, zorro.”
      El zorro encogió los hombros, metiendo una pata en el maíz. “Es sólo que siento que hay un ciclo del que no puedo salir”, dijo con un suspiro. “Como si mi vida estuviera puesta en un riel.”

*

“¿En un riel?”, preguntó el escorpión.
      “¿Qué quieres decir?”
      “Mi vida entera no es más que este río…”

*

“… esta carretera…”

*

“… este bote…”

*

“Y da la impresión de que nunca cambia. Siento que siempre estoy aquí. Nada más. En el río, contigo.”

*

“¿Y es un lugar tan malo en el que estar?”, preguntó el zorro. “¿Conmigo?”

*

“¿Cuánto tiempo crees que el río haya estado aquí?”, preguntó el escorpión.
      La rana lo pensó hasta que el veneno se metió en sus mismos huesos.
      “Tanto como nosotros”, murmuró, mientras sus pulmones dejaban de funcionar. “Tanto como nos haya hecho falta.”

*

“No estás nadando bien”, dijo el escorpión, pinchando la pata de la rana. “Necesitas patalear haciendo una curva con las patas traseras, y empujar con las delanteras, así.”
      Gentilmente, empujó los miembros de la rana a sus posiciones correctas.
      “Ay, gracias”, dijo la rana. “No soy buena en esto. Nunca antes he sido una rana.”
      “Lo estás haciendo muy bien, querida”, dijo el escorpión tratando de animarla. “Te habría enseñado antes de haber podido.”
      “Y yo te podría haber enseñado a caminar”, se rió la rana, pataleando con más fuerza. “¡De haber sabido que no sabías! Te vi tropezándote en la arena.”
      “¡Nunca había tenido tantas patas!”, se quejó el escorpión. “¿Cómo se manejan tantas? ¡Y los ojos!”
      No estaban avanzando muy rápido a través del río.
      “No me molesta tener sólo dos ojos”, admitió la rana. “Creo que podría acostumbrarme.”
      A pesar de las lecciones, la rana se estaba agotando. Sus músculos débiles no podían con la fuerte corriente.
      El escorpión trató de patalear en el agua, pero su frágil carapacho era arrastrado por la corriente y los arrastró a los dos aún más hacia abajo.
      “Ay, esta vez fuimos unos inútiles”, dijo el escorpión agitando la cola, clavando tan fuerte las pinzas en la piel suave de la rana que la abrió, haciendo que sus entrañas se dispersaran como listones color rubí en lo profundo.
      La rana se rió, ahogándose en el agua que no sabía cómo respirar. “¡Yo no sé nadar y tú no picas! Ay, cómo nos fallaron nuestras naturalezas.”
      Y el río los reclamó una vez más.

*

“¿Recuerdas algo antes de la orilla del río?”, preguntó el zorro.
      “¿Tú recuerdas algo después?”, replicó el pollo, con el pico en la bolsa de maíz, mientras comía. “¿Hay algo más que la búsqueda de lo que nunca vamos a alcanzar?”
      “A lo mejor llegaremos a alcanzarlo”. La voz del zorro estaba llena de esperanza, y su cola apretaba sus patas. “Tal vez algún día seremos que más nuestras naturalezas, y nunca tendremos que volver a cruzar el río.”
      “Me gusta la emoción”, dijo el pollo. “Extrañaría esa emoción.”
      El zorro suspiró, e inclinó su cabeza hacia el pollo, condenado a morder. “Pero igual sería lindo, ¿no crees?”

*

Pero, por desgracia, había llovido mucho, y el río se había ensanchado.
      La rana pataleó durante lo que le pareció una eternidad, con el escorpión bien agarrado a su lomo.
      Al final ya no pudo seguir nadando, sus patas se acalambraron y se detuvo, jadeante.
      “Lo siento, mi amor”, chirrió la rana. “No creo que lo logre.”
      “Está bien”. La tristeza suavizaba la voz del escorpión, pues ahora sabía que estaba condenado a morir. “No sabía que fuera a ser tan duro. Lamento haberte hecho esto. Lamento no haber podido ayudar.”
      “No es tu culpa”, dijo la rana, mientras la corriente empezaba a arrastrarlos río abajo. “Quería ayudar… Realmente, realmente pensé que podría llevarte hasta allá…, estábamos tan cerca…”
      “Sí lo estábamos, ¿verdad?” El escorpión estaba soltando a la rana, aturdido por la falta de oxígeno. “Casi lo logramos, realmente faltaba poco…”
      La rana gritó de dolor cuando el escorpión fue arrebatado y tragado por las aguas tumultuosas.

*

Un escorpión caminaba por el antiguo lecho de un río. Los suaves guijarros llevaban expuestos mucho tiempo. El río se había secado miles de años antes.
      A la mitad se detuvo, abrumado por un extraño dolor en su pecho, y decidió dar media vuelta.
      No era correcto que cruzara aquel río a solas.

*

“¿A dónde crees que vayan los autos?”, preguntó el zorro.
      El pollo miró pasar a un auto, y a las sombras que se movían en su interior. “Trato de no pensar en eso. Quiero ser feliz con lo que me tocó en la vida.”

*

… Pero tan pronto llegó la rana a la mitad del río, el escorpión tocó a la rana con su aguijón para llamar su atención.
      “Oye”, dijo el escorpión, “realmente no tengo mucha prisa y el día está muy bonito. ¿Por qué no vamos simplemente río arriba? Siempre he querido tratar de pararme en un lirio acuático.”
      “Claro, si tú quieres”, dijo la rana. “No tengo ningún plan para hoy.”
      Y aunque el río no fue cruzado, ninguno de los dos se quedó descontento.

*

“¿Cuándo supiste que me amabas?”, preguntó la tortuga, mientras el escorpión se agarraba de su caparazón, protegiéndose de las profundas corrientes del río.
      El escorpión hizo una mueca cuando una ola los sacudió. “Ah, desde el principio”, dijo, sacudiendo su cola para quitarse algo agua. “O casi. Nunca antes había conocido a una rana. Y aunque tú no me conocías, pusiste en riesgo tu vida por mí. Por la esperanza de que lo imposible fuera posible.”
      La tortuga pensó en esto, recordando sus muchas vidas anteriores.
“Creo que yo no te amaba sino hasta hace poco”, admitió la tortuga, levantando la cabeza del agua para suavizar su voz. “Me tardé en saberlo, creo. Pero, dicho lo anterior, ¿por qué otra razón volvería, una y otra vez, al mismo punto del mismo río?”
      “Tienes un mundo de ríos en los que podrías estar, mi amor”, asintió el escorpión. “Y sin embargo siempre te espero aquí. Y siempre llegas.”
      “Nunca he sido tan vulnerable como lo he sido contigo”. Mientras el agua lamía su concha, la tortuga seguía nadando. “Nunca le confiaría mi vida a nadie más.”
      “Brindo por nosotros”, dijo el escorpión, alzando su aguijón. “Y por el río.”
      “Por nosotros”, dijo la tortuga, alzando una aleta para tocar el aguijón. “Espero que siempre nos encontremos el uno a la otra.”

*

“Pues bien, aquí estamos”, dijo la rana al escorpión. “El otro lado.”
      “Aquí estamos”, asintió el escorpión, bajando despacio de su lomo. “Muchas gracias por todo esto.”
      “Gracias por elegirme a mí”, dijo la rana. “Gracias por unir mis vidas. Por ayudarme a recordar la infinidad de Nosotros.”
      El escorpión no respondió. Miraba hacia arriba, dejando que el sol le calentara el carapacho.
      “En realidad nunca he dejado el río”. La rana dio un paso en la rivera. “Esto es… lindo.”
      El escorpión se dio vuelta. Por un momento, la rana sintió una descarga de miedo al notar un piquete en su piel, pero era sólo que el escorpión le agarraba la pata con una de sus pinzas. “Ven conmigo”, le rogó, con voz suave y urgente. “Ven conmigo. No digas que no. No me iré de este río sin ti. Podemos ver juntos este otro lado.”
      Esas pinzas podían rebanarla, pero sólo estaban cerradas con firmeza. El río era solamente el río. Pero desde la rivera, la rana pudo ver una jungla de ricos tonos verdes, llena de vida más allá de su conocimiento. La rana rió.
      “Siempre me he preguntado cómo será allá.”

*

Y el río se quedó solo, libre de la carga de cualquier dilema moral.

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Dos criaturas fantásticas

Aquí va la primera de cuatro novedades para el final de 2023. Aurora Piñeiro es una escritora y académica mexicana, autora de la colección de microrrelatos En el fuego y la miel (2004) y del libro para lectores jóvenes Cenicienta, la verdadera historia (2011). En el ámbito de los estudios literarios, es autora de El gótico y su legado en el terror: una introducción a la estética de la oscuridad (2017), y editora de Rewriting Traditions: Contemporary Irish Fiction (2021). En México, ha publicado cuentos en las antologías Cuentos de amor y desamor y Apocalipsis: antología de narradores jóvenes, lo mismo que en revistas como Casa del Tiempo y Etcétera. Acaba de concluir el manuscrito de una nueva colección de microrrelatos, un bestiario al que pertenecen “Mico de noche” y “Quirquincho”. Se verá que los textos siguen a la tradición centenaria del bestiario (que existe al menos desde la Edad Media), pero le dan una vuelta brusca y bella al mismo tiempo.


DOS CRIATURAS FANTÁSTICAS
Aurora Piñeiro

I. Mico de noche
Algunos machos aúllan durante las noches, pero no el que la sigue desde ayer. Hoy habrá luna llena, así que tendrá que dejarse alcanzar y, como en la ocasión anterior, se verá preñada sin ningún cortejo. Ciento veinte días de gestación, unos cuantos de crianza, y después la soledad. Por un tiempo. Conoce el ciclo, y también sabe que no se repite a menudo, al menos no con la frecuencia que observa en otras especies de su selva. No es tan malo, se dice. No es peor que frotarse con un ciempiés o con hierbas olorosas para combatir los parásitos que ahora se le enganchan en la piel. No sabe de dónde salieron. La comezón es insoportable. El astro brilla redondo y redondo está su vientre noventa y ocho días después. Esta vez la cría llega pronto. Esta vez la cría no se aferra a su pelaje con la precisión acostumbrada. Esta vez la cría cae al suelo. Desde su rama, la hembra emite chasquidos y aguza el oído, por si la cría responde. Siente el escozor por toda la piel. Le arden los pezones. La cría no responde. Nunca ha abandonado el dosel. Siente la picazón alrededor de los ojos. Por qué no responde. Podría emitir un chillido fuerte. Pero eso no es astuto. Podría montar guardia desde arriba. Sus ojos distinguen los colores. Su olfato es excepcional. Pero no tiene idea de si será rápida para el descenso y, luego, para trepar. No sabe cómo escalar con una cría a cuestas que no usa las garras. Por qué no responde. Por qué ella no puso pata en tierra antes. Por qué, como Novecento, creyó que podría navegar por siempre en este alto océano verde. Por qué. Por qué crujen unas ramas en el piso. Por qué, ahora, huele a otro macho de la especie. Por qué, justo ahora, la cría responde. Por qué no guarda silencio mientras ella desciende, cautelosa, por el tronco. Por qué brillan, como fuego, otro par de ojos entre la maleza. Por qué.

II. Quirquincho
Atento, esta noche será un grillo. Tiene hambre, pero bajo esta luna comerá sólo un grillo. No el festín pasado, que fue carne donde hincar los dientes. Carne que le supo a infancia, a matatenas inconclusas, a pelota de goma que continuó rebotando junto a la mano del niño que no pudo más, que no la sostuvo, que no siguió jugando. Dura carne de infante rígido que sació su necrófago apetito. Esta noche, sólo un grillo, porque hay ruido de pasos, alboroto cercano.
      Salir de los matorrales, atravesar el camino. Alcanzar el filo de la barranca. Contraer las nueve bandas de sus placas óseas y acoplar el engranaje de su armadura redonda. Rodar. Hacia el resguardo. Abrir las rodajas del melón, deslizarse, estar a salvo.
      Bullicio, voces y humo. Grisura que extingue el aire en la madriguera. Sofoco que abruma la noche, la vuelve espesa, enchocolatada. Pánico en las córneas, dilatadas. Pequeña sístole en mínimo corazón, aterrado. Busca la salida y se torna bala de cañón: todo él cubierto de escudos córneos, afilados. Rueda hacia el aire, hacia la bocanada que es boca de costal que han puesto a la salida de su casa, antes tan disimulada. Dentro del apretado tejido de rafia, chirría el armadillo, rechina los dientes, furioso, y no le sirve de nada. Llora la noche entera, colgado de un palo de dura, durísima madera. Árbol donde se seca su coraza, de antigua talla, acorazada.
      Y rueda, lunar, el calendario, hasta que el astro hinchado ilumina el rostro de otro infante pálido y, esta vez, ahogado. Las llamas de dos cirios titilan a sus costados. Se acerca un músico para entonar, triste, el canto. Sobre su pecho apoya el charango, con su caja de resonancia hecha de quirquincho embalsamado. Música del cuerpo, canto necrosado. Así se extingue su especie, en la elegía del campo peruano.

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Cordón colorado

Esta muestra de minificciones proviene del libro Cordón colorado (2020), de la escritora Paola Tena (México, 1980): una serie de narraciones brevísimas con gran variedad de tonos y argumentos. Pediatra e ilustradora además de narradora, ella imparte talleres de escritura creativa y elaboración de fanzines, y ha publicado en antologías y revistas dedicadas a la minificción. Entre sus otros libros están las colecciones de minificción Las pequeñas cosas (2017), Cuentos incómodos (2019), MiniBestiario (2020), Versión no autorizada (2021), Kit de emergencia (2022) y Fumadores (2023), y el libro de cuentos Rosa mexicano (2020).

Paola Tena

CORDÓN COLORADO
(selección)
Paola Tena

Tierra removida
Pase si quiere esperarlo, pero no sé a qué horas vuelve. Siéntese, estoy haciendo café. Aunque quién sabe si él podrá ayudarle, seguro vendrá borracho. En eso se parece a mi primer marido, ¿sabe usted?, el que se mataba trabajando todo el día y luego se iba a beber en cuanto bajaba el sol, como queriendo compensar. Hoy estuvo cavando toda la mañana en el jardín, quería plantar un árbol, me dijo. Pero el alcohol le ha afectado la cabeza. Se pone violento, se imagina cosas. Que la sopa está muy fría o muy caliente, pero siempre tiene la misma temperatura, se lo aseguro. Mi primer marido era igual. Muy salada la sopa, muy sosa la sopa. ¿Y qué puede hacer una para defenderse, qué puede contestar cuando no la dejan ni hablar?
      ¿Quiere un trozo de pan? Lo hice yo misma. Alcánceme el cuchillo, haga favor. Sí, ese sobre la mesa. Como le dije antes, no sé a qué hora vuelve. Todos los hombres son iguales. Mi primer marido me dijo una noche que no se tardaba y desde entonces ya no está. Pero no lo lamenté. No era bueno, ¿sabe usted? Ah, pero estoy divagando. Mi esposo no ha estado bien, piensa cosas que no son. Por ejemplo hoy, que cuando estaba cavando me dijo que había desenterrado unos huesos largos, como de animal grande. Se le salían los ojos de la cara de puro miedo. ¿Se va usted tan pronto? No pise la tierra recién removida, por favor. Hoy tengo que plantar un árbol.

Tamaduste
¿Te acuerdas, Marisa, que cuando éramos niños bajábamos a escondidas a Tamaduste para lanzarnos al agua fría? Del fondo del mar recogías piedras lisas que no tenías dónde guardar, y me las hacías meter en el calzoncillo rojo que usaba para nadar porque no tenía traje de baño. Volvíamos escurriendo agua salada y las piedras hacían rac rac rac cuando se me movían dentro. Tú te reías sin parar. ¿Y ese día que casi me ahogué? Pensaste que estaba fingiendo para asustarte, pero cuando empecé a manotear angustiado te lanzaste al agua y me diste respiración boca a boca como habías visto en Guardianes de la bahía, y casi te ahogas tú también por el esfuerzo. Luego te fuiste a la universidad y yo me quedé en el pueblo, trabajando, en el taller de mi padre. Y mira cómo es la vida, hoy volví a verte después de años, pero sin reconocerte del todo y cuando te dije «hola» tú no recordabas ni siquiera mi nombre. Nunca te confesé que aquel día, hace años, fingí lo desmayado otro rato para sentirte la boca un poco más. Hay veces, Marisa, en que creo que sí nos morimos ese día y desde entonces andamos difuntos por la vida sin darnos cuenta, y los únicos que siguen vivos son ese par de niños lanzándose al agua fría de Tamaduste, cogidos de la mano.

Aleteo de una mariposa
A la tía Ana le dio por estornudar todos los días a las cinco de la tarde. Al principio, sus estornudos eran cuando mucho estridentes, lo justo para despertar a la abuela y asustar a Sansón, nuestro gato. Luego fueron subiendo en intensidad, como una vez que sacudieron el aire del salón y el retrato de boda de mis padres cayó al suelo. Otro día cimbraron los muros con tal magnitud que la casa entera se llenó de grietas. Pero una tarde la tía Ana estornudó quedito y nosotros, que ya temíamos lo peor a las cinco de cada día, nos miramos perplejos y aliviados hasta que entró el vecino: «¿Ya se enteraron del sismo en Japón?»

Belén
Cuando nos desviamos de la ruta espacial fijada siguiendo un cometa, un desperfecto en el mando central hizo caer una de las naves cerca del meridiano de un planeta inexplorado; afortunadamente, nuestro cosmonauta fue rescatado por dos nativos. Sin embargo, todo lo que sucedió después aún no sabemos cómo interpretarlo.

Se alquila habitación
En el 1B habita un viejo chapado a la antigua que disfruta arrastrando cadenas toda la noche, cosa que desquicia, y con razón, a la vecina del 1A, que se colgó de una viga a causa del mal de amores y deambula por el salón con el rostro violáceo. La del 2B era una actriz de teatro, o eso creemos, porque se asoma a la ventana con cara de pena y le pregunta a los escasos transeúntes en el más rancio inglés británico si han visto a sus pupilos, justo como la institutriz de James. El del 2A es un fulano alemán de mucho cuidado, que ha destrozado todo lo que ha podido; lo apodamos Poltergeist y nos asusta incluso a nosotros, imagínese. Nos queda libre el sótano pero no por mucho, así que decídase pronto y coja por fin ese revólver, que la vida no dura para siempre.

Semillas de limón
Jamas creí que lo que decía mi abuela fuera cierto, eso de que a quien se traga las semillas de limón le brota un limonero en la barriga. Nos reíamos, pero ella no se enfadaba porque siempre nos ha querido. Prueba de ello es que cada mañana sale sin falta al jardín para regarnos las raíces.

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Minificciones de Abdulrazak Gurnah

Del sitio e-Kuóreo –que es una estupenda antología de minificción en línea– recojo esta colección de minicuentos. Fueron entresacados de la novela Paraíso (1994) de Abdulrazak Gurnah (1948), narrador tanzano que en 2021 ganó el Premio Nobel de Literatura. Los textos –que sin duda tendrán otro sentido dentro de la novela– se dejan leer como historias en las que los mitos y la vida real de las naciones africanas del siglo XX se enfrentan con la influencia del colonialismo europeo.

Hombres-lobo

Hay lobos y chacales que roban bebés y los crían como bestias, alimentándolos con pecho de perro y carne regurgitada. Les enseñan a hablar su lenguaje y a cazar. Cuando son mayores, hacen que se apareen con ellos para engendrar hombres-lobo que viven en lo más profundo de la selva y sólo comen carne podrida. También comen carne humana, pero sólo de aquellos por quienes no se había rezado tras su muerte.

Bajo llave

En las enormes casas silenciosas de lisas fachadas, las ricas familias omaníes casan a sus hijos con los hijos de sus hermanos. En estas fortalezas enormes hay hijos enfermos, encerrados bajo llave, y de quienes no vuelve a hablarse nunca más. A veces se pueden ver los rostros de las pobres criaturas pegados a los barrotes de las ventanas en lo alto de las casas. Sólo Dios sabe con qué confusión observan nuestro miserable mundo. O tal vez comprenden que se trata del castigo de Dios por los pecados de sus padres.

El europeo legendario

En las polvorientas y fantasmagóricas tierras de la montaña cubierta de nieve, donde moraban los guerreros y la lluvia no era frecuente, vivía un europeo legendario. Se decía que era tan rico que su fortuna no podía calcularse. Había aprendido el lenguaje de los animales y no sólo podía conversar con ellos, sino también darles órdenes. Su reino abarcaba grandes extensiones de tierra, y vivía en un palacio de hierro sobre un acantilado. El palacio era también un imán poderoso, de modo que cuando los enemigos se acercaban a sus fortificaciones, las armas les eran arrebatadas de sus vainas y sus puños, siendo así desarmados y capturados. El europeo tenía poder sobre los jefes de las tribus salvajes, a quienes, sin embargo, admiraba por su crueldad y su implacabilidad. Para él, eran personas nobles, audaces y agraciadas, incluso guapas. Se decía que poseía un anillo con el cual podía llamar a los espíritus de la tierra para que lo sirviesen. Al norte de sus dominios merodeaban grupos de leones que tenían una ansia voraz por la carne humana pero, aun así, jamás se acercaban al europeo, a menos que éste los llamase.

Los europeos

Se apoderaban de la mejor tierra, sin pagar un solo abalorio; obligaban a la gente a trabajar para ellos con engaños; comían lo que fuese, aunque estuviera duro o podrido. Como si de una plaga de langostas se tratase, su voracidad no tenía límite ni decencia. Imponían tributos para esto, tributos para aquello, prisión para el infractor y, en ocasiones, el látigo y hasta la horca. Lo primero que construyen es un almacén, luego una iglesia, a continuación un cobertizo para el mercado, a fin de controlar el comercio y grabarlo con un impuesto. Y todo esto aún antes de construir un lugar donde vivir. Llevan ropa hecha de metal, pero que no irrita sus cuerpos; pueden pasarse días sin dormir o beber. Su saliva es venenosa: si te salpica, te quema la carne. La única forma de matar a uno de ellos es apuñalarlo bajo la axila izquierda; pero resulta casi imposible hacerlo, porque llevan ese punto fuertemente protegido.
      Mientras el cuerpo de un europeo no estuviese destruido, estropeado o hubiera empezado a pudrirse, otro europeo podía devolverlo a la vida, insuflarle vida de nuevo. Las serpientes también lo hacían y su saliva es igualmente venenosa. Si algún día te tocara ver a un europeo muerto, no le pongas la mano encima ni le saques nada, pues si volvía a levantarse, te acusaría.

Así creció la ciudad

Cuando los árabes empezaron a venir a la ciudad de Tayari, comprar esclavos era como coger fruta de un árbol. Ni siquiera tenían que capturar a sus víctimas, si bien algunos lo hacían porque disfrutaban con ello. Había mucha gente deseosa de vender a sus primos y a sus vecinos por unas cuantas baratijas. Y los mercados estaban abiertos en todas partes, abajo, en el sur, y en las islas del océano donde los europeos se dedicaban al cultivo del azúcar; en Arabia y Persia, en las nuevas plantaciones de claveros del sultán de Zanzíbar. Se podía ganar mucho dinero. Los mercaderes indios, mientras sacasen provecho, prestaban dinero para cualquier cosa. Les prestaron a esos árabes para que comerciasen con marfil y esclavos… tal como hacían los otros extranjeros, pero los indios actuaban por ellos. En cualquier caso, los árabes compraron esclavos a uno de los sultanes salvajes de las inmediaciones e hicieron que trabajasen en los campos y les construyeran casas cómodas. Así fue como fue creciendo esta ciudad.

El rapto de la princesa

Un genio raptó a una hermosa princesa la noche de sus esponsales y la ocultó en un escondite subterráneo, en medio de la selva. Lo llenó de oro, joyas y toda clase de alimentos exquisitos y comodidades. Cada diez días, el genio iba a visitar a la princesa y se pasaba la noche con ella; luego se marchaba para ocuparse de los asuntos propios de un genio.
      Un día, un leñador se enganchó un dedo del pie en la manija de la trampa que daba al escondite. Abrió la puerta, bajó las escaleras y encontró a la princesa. Se enamoraron al instante. Ella le contó que llevaba muchos años encerrada y le mostró el hermoso jarrón que tenía que frotar si necesitaba que el genio acudiera urgentemente. Después de cuatro días, el leñador trató de convencer a la princesa de que se fuera con él, pero ella le dijo que no había forma de escapar, que el genio sabría encontrarla allí donde estuviera. El leñador, ardiendo de amor y consumido por los celos, arrojó el jarrón contra la pared. En un instante, apareció el genio, con la espada desenvainada en la mano. Entendiendo que su princesa había estado complaciendo a otro hombre, de un tajo, le cercenó la cabeza. En medio de la confusión, el leñador escapó, pero se le quedaron las sandalias y el hacha. Entonces, el genio se las enseñó a la gente del pueblo cercano, diciendo que eran de un amigo, y lo acompañaron hasta la casa del leñador. El genio lo llevó a la cima de una montaña árida y enorme y lo convirtió en un mono.
      ¿Por qué no podía limitarse a visitar a la princesa durante los nueve días en que el genio no estaba?

Los amuletos

—Yo tenía un amuleto —dijo ella—. Me habían dicho que me protegería del mal y no fue así, de manera que me deshice de él.
      —¿Será éste que encontré? —dijo él, palpándolo a través de la camisa, pues lo llevaba colgado con una cuerda.
      —No, si contiene un genio bueno. ¿Lo probaste?
      —Todavía estoy elaborando mis planes —contestó él—. No tiene sentido sacar al genio de su vida atareada para pedirle una tontería. Si le pido algo trivial, podría ofenderse y no volver nunca más.

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Las flores

En un viaje reciente, dentro de la Biblioteca Pública de Los Ángeles, encontré una antología de minificción en inglés: Sudden Fiction (Continued), compilada en 1996 por Robert Shapard y James Thomas. No todos los textos tienen la brevedad de lo que se considera un microrrelato en lengua castellana, pero muchos son muy interesantes, y en las semanas por venir publicaré aquí mis traducciones de algunos de ellos.
      El primero es este, de la escritora estadounidense Alice Walker (1944), famosa mundialmente por su novela El color púrpura (1982). “The Flowers” es un cuento sutil pero tremendo: narra la inocencia de una infancia y su encuentro con la violencia. No es posible precisar con exactitud la fecha de la acción –¿la época del esclavismo del siglo XIX, de la segregación racial en el XX?–, pero esto vuelve a la historia más potente y angustiosa. También podría estar pasando ahora.

Alice Walker

LAS FLORES
Alice Walker

Mientras iba saltando, ligera, del gallinero a la pocilga al ahumadero, a Myop le pareció que los días nunca habían sido tan hermosos como aquellos. En el aire se sentía una frescura tal que la hacía arrugar la nariz. La cosecha del maíz y el algodón, el cacahuate y la calabaza, hacía de cada día una sorpresa dorada que ocasionaba pequeños temblores de emoción que subían por sus mandíbulas.
      Myop llevaba una rama corta y nudosa. La usaba para espantar a los pollos que le llamaban la atención, y para componer el ritmo de una canción en la cerca alrededor del chiquero. Se sentía ligera y bien bajo el cálido sol. Tenía diez años, y nada existía para ella sino su canción, la rama que aferraba con su mano de color café oscuro, y su acompañamiento: la-di-la-la-la.
      Dando la espalda a las paredes oxidadas de la casa de su familia de cosechadores, Myop caminó al lado de la cerca hasta su extremo, en la corriente que venía del manantial. Alrededor del manantial, del que la familia sacaba el agua para beber, crecían helechos plateados y flores silvestres. Unos cerdos hozaban en la ribera poco profunda. Myop observó las pequeñas burbujas blancas que interrumpían la delgada superficie del suelo y el agua que, en silencio, subía y se deslizaba corriente abajo.
      Ella había explorado los bosques detrás de la casa en muchas ocasiones. Con frecuencia, a fines del otoño, su madre la llevaba a recoger nueces entre las hojas caídas. Hoy, ella siguió su propio camino, zigzagueando de aquí para allá, vagamente atenta a no encontrarse con serpientes. Encontró, además de varios helechos y hojas comunes pero bonitos, una buena cantidad de extrañas flores azules con bordes aterciopelados y un arbusto de calicantos, lleno de capullos pardos y fragantes.
      Para las doce del día, con los brazos llenos de ramitas de sus hallazgos, estaba a una milla o más de casa. Con frecuencia había llegado así de lejos, pero lo extraño de los alrededores los hacía menos agradables que los sitios que más frecuentaba. La pequeña cala a la que había llegado le parecía lúgubre. El aire estaba húmedo. El silencio era apretado y profundo.
      Myop empezó a tomar camino de vuelta a casa, de regreso a la paz de la mañana. Fue entonces cuando lo pisó directamente en los ojos. Su talón se atoró en la cresta rota entre el ceño y la nariz, y ella se inclinó deprisa, sin miedo, para soltarse. Sólo cuando vio su sonrisa desnuda dio un pequeño grito de sorpresa.
      Había sido un hombre alto. De los pies al cuello cubría un buen espacio. Su cabeza estaba a un lado. Cuando Myop apartó las hojas y las capas de tierra y restos, vio que había tenido grandes dientes blancos, todos ellos agrietados o rotos, dedos largos y huesos muy grandes. Todas sus ropas se habían podrido salvo algunos harapos de mezclilla azul de su overol. Las hebillas del overol se habían puesto verdes.
      Myop revisó los alrededores del sitio con interés. Muy cerca del lugar donde había pisado la cabeza había una rosa salvaje. Mientras la recogía para agregarla a su ramo, notó un montículo, un anillo alrededor de la raíz de la rosa. Eran los restos podridos de un nudo de horca: un trozo de cuerda de un arado, que ahora se mezclaba benignamente con la tierra. Otro trozo colgaba de la rama de un roble grande y amplio. Podrido también, roto, desteñido y desgastado –apenas allí–, pero girando sin descanso, movido por la brisa. Myop depositó sus flores en el suelo.
      Y el verano terminó.

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Diez ejercicios para escribir minificción

Este año, la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO) me invitó a hacer un taller brevísimo de minificción. Como complemento del trabajo de ese taller, he aquí estos 10 ejercicios, útiles para cualquier persona interesada en escribir narraciones extremadamente breves (de las que también se llaman microrrelatos y de varias otras maneras). Ojalá les sean útiles.

¿Qué hace Tolstoi en una lista de ejercicios de minificción? Véase el ensayo enlazado en el último de ellos.
¿Quién será en un futuro el (o la) Tolstói de la minificción?

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  1. Describe con todo detalle un objeto: usa todos los adjetivos que se te ocurran. Luego elimina todos los adjetivos menos uno: el que sea más apropiado que cualquiera de los otros para describir el objeto que elegiste.
  2. Recuerda lo que te ha sucedido en el día de hoy. Redacta una lista de tantos como recuerdes. Ahora selecciona únicamente dos: aquellos que sea más probable que recuerdes mañana.
  3. Recuerda los treinta sucesos más relevantes de tu vida. Luego reduce la lista a cinco sucesos, de cada uno de los siguientes modos:
    1. Selecciona los más importantes para tu vida sentimental.
    2. Selecciona los más importantes para tu trabajo, tus estudios o tu pasatiempo preferido.
    3. Selecciona los más importantes para una persona que no seas tú (tu mamá, por ejemplo, o una amistad).

    Si te sale bien, habrás hecho tres «minibiografías» diferentes entre sí.

  4. Trata de resumir una historia que conozcas (libro, película, videojuego, la que sea) en únicamente tres frases y sin omitir los hechos esenciales de su comienzo, su desarrollo y su conclusión. Por ejemplo, Romeo y Julieta: «Dos familias se odian. La más joven de una familia y el más joven de la otra se enamoran. El conflicto los separa y los lleva a perder la vida.»
  5. Inventa tu propio horóscopo, es decir, inventa una clasificación de las personalidades humanas que, según tú, abarque todas las posibilidades. El truco es que no debe tener menos de 4 ni más de 20 categorías (o «signos»). Puntos extra si, además, no tiene 12 como el horóscopo occidental.*
  6. Busca el nombre de un color cuyo tono lo ponga «en el límite» entre dos colores muy conocidos (por ejemplo, el color turquesa es verde azuloso, o bien azul verdoso). Observa que será una palabra diferente de las que nombran a los dos colores pero que puede hacer referencia a un objeto de la vida real (las turquesas son piedras semipreciosas). Ahora inventa, o encuentra, nombres para las siguientes combinaciones similares:
    1. Una emoción entre la risa y el llanto.
    2. Una personalidad entre malévola y cobarde.
    3. Una complexión física entre obesa y musculosa.

     

  7. Elige una historia muy conocida y escríbele un final alternativo en no más de cinco frases. Dáselo a leer a alguna persona de confianza que no conozca la historia original y pregúntale qué cosas no se entienden en tu final alterno. Esa información será la que hace falta para convertir tus frases en una narración autónoma.
  8. Haz lo mismo que en el ejercicio anterior, pero ahora con una precuela: una narración que explique lo sucedido «antes del comienzo» de la historia original.
  9. Aprovechando lo que has aprendido en los dos ejercicios anteriores, escribe tres variaciones a partir de una historia muy conocida como las que se hacen aquí acerca del cuento de Caperucita Roja.
  10. Busca un cuento corto (de no más de dos páginas) que no te guste, y prueba a ver si lo puedes mejorar haciendo una versión más breve. Para esto puedes aplicar el procedimiento de recorte descrito en este ensayo.

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* Nota: ¿Para qué sirve hacer un horóscopo? Para practicar el pensar en el carácter de una persona (o de un personaje) de manera sintética.

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Pan

Hoy, 18 de noviembre de 2019, cumple ochenta años Margaret Atwood, la escritora canadiense que en la actualidad es mundialmente famosa, sobre todo, por su novela El cuento de la criada (1985), la serie televisiva basada en ella y su continuación, Los testamentos (2019). Atwood, sin embargo, es una narradora, poeta, crítica, guionista y dramaturga de larga y prestigiosa carrera, mencionada frecuentemente como candidata al Premio Nobel y autora de otros grandes libros, como El asesino ciego (2000, Premio Booker) u Oryx y Crake (2003). También ha sido una de las escritoras que ha conseguido abrirse paso dentro del canon literario con obras de imaginación fantástica, de las que El cuento de la criada –con su visión de un totalitarismo misógino que en su día se consideró «exagerada»– es sólo un ejemplo.
      «Pan» es una muestra de otro de sus intereses: el tipo de minificción llamado a veces ficción súbita (sudden fiction) que se practica más en países de habla inglesa y es muy diferente de nuestros propios cuentos brevísimos. El cuento fue tomado de aquí y se publicó inicialmente en la antología Sudden Fiction. American Short-Short Stories (1986).

Margaret Atwood (fuente)

PAN
Margaret Atwood

Imagina un pedazo de pan. No hace falta imaginarlo, está aquí en la cocina, sobre la tabla del pan, en su bolsa de plástico, junto al cuchillo del pan. Ese cuchillo es uno muy viejo que conseguiste en una subasta, la palabra PAN está tallada en el mango de madera. Abres la bolsa, pliegas el envoltorio hacia atrás, cortas una rebanada. La untas con mantequilla, con mantequilla de cacahuete, después miel, y lo doblas hacia adentro. Un poco de miel se te escurre entre los dedos y la lames con la lengua. Te lleva cerca de un minuto comer el pan. Este pan es negro, pero también hay pan blanco, en el frigorífico, y un poco de pan de centeno de la semana pasada, antes redondo como un estómago lleno, ahora a punto de echarse a perder. De vez en cuando haces pan. Lo ves como algo relajante que puedes elaborar con las manos.
      Imagina una hambruna. Ahora imagina un pedazo de pan. Ambas cosas son reales, pero tú estás en el mismo cuarto con sólo una de ellas. Ponte en otro cuarto, para eso sirve la mente. Ahora te encuentras sobre un colchón delgado en un cuarto caluroso. Las paredes están hechas de tierra seca, y tu hermana, más joven que tú, está contigo en el cuarto. Tiene mucha hambre, su vientre está hinchado, las moscas se le posan en los ojos, tú las espantas con las manos. Tienes un trapo, sucio pero húmedo, y se lo pones en los labios y en la frente. El pedazo de pan es el mismo pan que has estado guardando desde hace días. Sientes la misma hambre que ella, pero todavía no te sientes tan débil. ¿Cuánto va durar esto? ¿Cuándo vendrá alguien con más pan? Piensas en salir a ver si encuentras algo para comer, pero afuera las calles están infestadas de carroñeros y el hedor de los cuerpos lo llena todo. ¿Deberías compartir el pan o dárselo todo a tu hermana? ¿Deberías comer tú el pedazo de pan? Después de todo, tú tienes una mejor oportunidad de sobrevivir, eres más fuerte. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirlo?
      Imagina una prisión. Hay algo que tú conoces, pero que todavía no se lo has contado a nadie. Los controladores de la prisión saben que tú lo sabes y todos los demás también lo saben. Si hablas, treinta o cuarenta o cien de tus amigos, tus compañeros, serán detenidos y morirán. Si te niegas a hablar, esta noche sucederá lo mismo que la noche anterior. Siempre eligen la noche. Sin embargo, no piensas en la noche, sino en el pedazo de pan que te ofrecieron. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirte? El pedazo de pan era negro y fresco y te recordó un rayo de sol que cae sobre un pedazo de madera. Te recordó un bol, un bol amarillo que había en tu casa. Contenía manzanas y peras, y estaba sobre una mesa de madera que también recuerdas. No es el hambre o el dolor lo que te está matando sino la ausencia de aquel bol amarillo. Si tan solo pudieras sostener el bol en tus manos, aquí mismo, podrías aguantar lo que sea, te dices a ti mismo. El pan que te ofrecieron es peligroso y traicionero, significa la muerte.
      Hubo una vez dos hermanas. Una era rica y no tenía hijos, la otra tenía cinco hijos y era viuda, tan pobre que ya no le quedaba nada de comer. Fue a ver a su hermana y le pidió un pedazo de pan. ‘Mis hijos se están muriendo’, dijo. La hermana rica respondió, ‘No tengo suficiente para mí’, y la echó de su casa. Luego el marido de la hermana rica llegó a su casa y quiso cortar un trozo de pan, pero al hacer el primer corte, brotó sangre roja. Todos sabían lo que eso significaba. Es un cuento maravilloso, un cuento tradicional alemán.
      La hogaza de pan que he creado para ti flota unos centímetros por encima de la mesa de la cocina. La mesa es normal, no tiene ninguna trampa. Un paño azul de cocina flota bajo el pan y no hay hilos que sujeten al techo el paño o el pan ni la mesa al paño; ya lo has comprobado al pasar la mano por debajo y por arriba, y no has tocado el pan. ¿Qué te detuvo? No quieres saber si el pan es real o si es sólo una alucinación que te hice ver. No existen dudas de que puedes ver el pan, hasta puedes olerlo, huele a levadura, y parece lo bastante sólido, tan sólido como tu propio brazo. ¿Pero puedes confiar en él? ¿Puedes comerlo? No quieres saberlo, imagínalo.

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Las metamorfosis

Hoy se ha anunciado la muerte de José de la Colina, escritor mexicano. Nacido en España en 1934 y emigrado en 1940 –parte de los exiliados que huyeron de la dictadura de Francisco Franco–, de la Colina tuvo una larga carrera en la literatura y el periodismo, donde fue conocido como articulista y crítico de cine. Colaborador de numerosas publicaciones, ganador de varios de los premios nacionales más importantes, fue uno de los maestros del cuento y de la minificción. Los textos que aquí se reúnen aparecieron en Portarrelatos (2007), uno de sus libros tardíos, y son al mismo tiempo narraciones cómicas y ejercicios de estilo: cada uno es una versión distinta de La metamorfosis de Franz Kafka, contada en un estilo diferente, incluyendo los de varios autores famosos. El conjunto está también en Sólo Cuento VII, la antología que reuní para aquella serie de anuarios del cuento en español, publicada por la UNAM.
      Ojalá sirvan como invitación a conocer el resto de su obra.

José de la Colina (fuente)

LAS METAMORFOSIS
José de la Colina

La metamorfosis, según la otra Biblia

En uno de los momentos del principio, Dios inventó al hombre. Y vio Dios que eso no era bueno. Y dijo Dios: “Hágase la metamorfosis”. Y despertó el hombre convertido en escarabajo. Y se dijo Dios: “Tal vez esto tampoco sea bueno, pero es más divertido.”

La metamorfosis, según Chuang Zu

Gregorio Samsa soñó que era un escarabajo y no sabía al despertar si era Gregorio Samsa que había soñado ser un escarabajo o un escarabajo que había soñado ser Gregorio Samsa.

La metamorfosis, según Hamlet, según Shakespeare

Ser o no ser. Ser escarabajo feliz o ser Gregorio Samsa infeliz: he ahí el dilema.

La metamorfosis, según Miguel de Cervantes

En un barrio de Praga de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un joven viajante de comercio de los de camisa semanaria, corbata manchada de sopa y zapatos polvorientos. Es pues de saberse que este sobredicho viajante, en los ratos en que no andaba vendiendo, que eran los más del año, se daba a leer libros de entomología, ciencia que trata de los insectos, con tanta afición y gusto que olvidó de todo punto su trabajo y leyendo se le pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio. Y, rematado ya su juicio con tales lecturas, vino a dar en el más extraño pensamiento en que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, para escapar al fisco y a los acreedores, convertirse en un escarabajo…

La metamorfosis, según Samuel Butler

Nunca Gregorio Samsa se sintió con mejor salud y más entonado como la mañana en que despertó convertido en un monstruoso escarabajo. Se dice que la señora Samsa, la madre, comentó la circunstancia con una señora vecina: Gregorio se había acostado tranquilo, con muy buen ánimo, etcétera. Cuando le conté esto a Borges, lamentó que ese rasgo no figurase en Kafka. Lo miré y le dije: “Yo también soy Kafka”.

La metamorfosis, según Pascal

El hombre es sólo un escarabajo, pero (aunque para su desgracia) un escarabajo pensante.

La metamorfosis, según Lewis Carroll

Entonces Alicia llegó a una habitación donde el señor K, que había despertado convertido en escarabajo, movía incesante y alegremente las patas.
      —Oh, es terrible —dijo Alicia—. ¿No te sientes mal, acaso?
      El insecto se atusó el bigote, que era lo único que le quedaba del señor K, y dijo:
      —Me alegra que hayas venido, niña. Así podremos celebrar juntos mis 29 o 30 o 31 o quién sabe cuántos nocumpleaños de este mes.
      —No es de personas bien educadas cambiar de conversación —replicó Alicia—. Eres un grosero.
      —Niña tonta —contrarreplicó el escarabajo—, lo importante no es cambiar de conversación sino cambiar de interlocutor.

La metamorfosis, según Lautréamont

No es un hombre, ni una piedra, ni una planta, sino un insecto coleóptero, quien inicia este canto. Lector de ojos puros y frente aún no surcada por las uñas de la crueldad, esto te digo: no será sin peligro de tu alma, que supones inmortal (yo reiría si no tuviera los labios partidos), que te adentrarás en estas líneas impregnadas de execración, escritas sobre la piel tierna de un incauto infante por el joven de mirada azufrosa y frente estrecha, proscrito de todas las familias por él envenenadas con la literatura, pero puesto que osas avanzar en estas páginas pantanosas, no abandones a la almohada tu cabeza inflada por los vapores del tedio, no sea que despiertes, como yo, transformado en rampante escarabajo cuyas patas, difíciles de contar como los granos de sal del insomne océano, se agitan inconsistentemente, como las yerbas malignas en las noches de viento ululante. ¿No has oído la atroz carcajada del viajante de infame comercio al recorrerte la columna verterbal hueso a hueso?
      Y así finalizó Gregorio Samsa su enésimo canto.

La metamorfosis, contada en el diván del psicoanalista

Gracias, doctor, por ofrecerme el diván, que es bien acogedor y además con su exquisita blandura incita a que uno afloje al subconsciente, tiene usted razón, para un psicótico como yo no hay nada como regalarse con una buena sesión de psicoanálisis, ah, perdone usted la excesiva agitación de mis muchas patas, es que estoy nervioso, y bueno, creo que lo mejor es que ya de una vez le diga cuál es el problema, resulta doctor que yo que soy un escarabajo muy racional y decente a cada rato tengo la pesadilla de que, horror, me he convertido en un monstruoso señor que es viajante de comercio y dice llamarse Gregorio Samsa y ¡ay doctor!, ¿no será que sufro de complejo de inferioridad?

La metamorfosis, según una declarante ante la ley

La de la voz desea hacer constar ante el señor juez y el señor secretario y el señor mecanógrafo y el señor abogado defensor de oficio y los señores licenciados y los señores periodistas aquí presentes, a quienes agradece de todo corazón el interés que manifiestan por su humilde persona, que efectivamente reconoce que ella pisotéo hasta matarlo a su esposo Gregorio Samsa, por mal apodo Goyo el Salsa, pero no lo hizo por tener instintos asesinos ni sucios intereses, sino porque la de la voz ya francamente estaba cansada de los malos tratos que él le daba, puros jaloneos y moquetes y hasta patadas a todas horas del día, y encima se burlaba de una, es decir la de la voz, y todos los fines de semana el tal Goyo llegaba muy tarde en la noche y bien tomado y nomás como por continuar la diversión, así como por puro gusto del relajo, le volvía a dar una paliza a la de la voz que aquí habla, que es mujer que, la mera verdad aunque otra cosa digan estos moretones, no nació para ser mujer sufrida, y que ya el colmo fue cuando una noche el tal Goyo, o séase el hoy occiso, llegó ebrio hasta las manitas y se tumbó en la cama y se notaba que estaba sufriendo de eso que llaman el delirium tremens, o algo así, y empezó a gritar todo espantado diciendo que se estaba volviendo escarabajo, y que entonces una, perdón, la de la voz, aprovechó la ocasión que la pintan calva y agarró un periódico y lo enrolló y entonces ¡zas!, que Dios perdone a la de la voz, pero sí, eso hizo: de una vez aplastó al escarabajo del tal goyo para que el canijo hijo de su escarabaja madre no sea desconsiderado ni abusivo y de una vez aprenda a respetar a una, ¡ay, este!, quiero decir a la de la voz.

La metamorfosis, según la sección de avisos de un periódico

Hombre de 28 años, mediocre, con mediano sueldo de viajante de comercio, con aspecto y hábitos de escarabajo, busca escarabaja joven, bonita y hacendosa pero sin grandes ambiciones. Escribir a Gregorio Samsa, calle Kafka número 19, apartamento 301, Praga.

La metamorfosis, según Samuel Beckett

puf puf puf no llegando puf arrastrándome puf quién soy agh puf tantas patas puf lo terrible es haber despertado oh yo no Gregorio agh yo escarabajo puf maldito Godot que me hizo puf mierda agh

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Ganadora del concurso #140

Después de un retraso considerable, aquí está la ganadora del concurso #140 de este sitio. Es el cuento sin título de Pau, que enlaza con agilidad una premisa fantástica (o de horror) y un comentario social.

Muchas felicidades a la ganadora, y muchas gracias a todas las personas que han participado en este concurso a lo largo de los años. La comunidad que se creó alrededor de estas convocatorias es de lo mejor de estos años en que Las Historias ha existido.

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Concurso #140

Las Historias convoca a su concurso #140 de minificción o microrrelato. Las personas interesadas en participar pueden comenzar observando esta imagen:

Instrucciones:

1) Suponer que la imagen representa un instante de una historia.

2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes (o no), qué están haciendo. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.

3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota. Aunque no hay una regla estricta sobre la extensión de la minificción, se recomienda que los textos no rebasen las 200 palabras.

Quienes ganen el concurso recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.

La fecha límite para participar es el 28 de febrero de 2019. La invitación queda abierta.

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