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La Distante

Cuento para niños. El Naranjo, 2018

La Distante es una historia de amor en los márgenes de una saga épica. La cuenta un narrador oral en un tiempo remoto. En vez de relatar las grandes aventuras de héroes que todos conocen, habla del encuentro –literalmente mágico– de dos jóvenes, del amor que surge entre ellos, y de su destino trágico. La narración –cuya primera versión apareció en el libro El país de los hablistas (2001)– está ilustrada por la colombiana Elizabeth Builes.

De la contraportada:

¿Conocen la Gesta del Corazón Incansable? Claro que la conocen. Es una historia que se cuenta por todas partes. Empieza con el guerrero perdido en el desierto, a punto de morir, y luego pasa a muchos lugares y hazañas. ¿Verdad que sí?
Pues bien, esta no es esa historia: esta es la historia de otro héroe. Uno que no tiene fama, que igual se extravió en la arena, que encontró el amor…

Notas sobre La Distante

  • Ficha en el sitio de la editorial.
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Últimos cortes de 2017

Notas surtidas para redondear este año, que fue nefasto de muchas maneras pero que tuvo –al menos para mí– un poco más de vida que 2016.

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Me enteré tarde de un par de mensajes donde se me pedía hacer mi lista de los mejores libros del año. Es un ejercicio incómodo: por un lado es muy halagador, porque da a pensar que la opinión de uno tiene valor, y por el otro obliga a dudar. ¿Cómo se puede pretender –saber siquiera– que real e indudablemente se ha leído «lo mejor»? Es un problema que tienen hasta los críticos más reputados, y yo ni siquiera soy crítico.

Una tercera invitación,  que sí pude aceptar, fue para esta encuesta de la revista Nexos, en la que los libros ganadores lo fueron por mayoría de votos, así que mis preferencias no se ven (y probablemente así sea mejor). Sí puedo decir, por otro lado, que los libros que propuse fueron escritos exclusivamente por mujeres. No fue difícil hacer la selección. Había mucha neblina o humo o no sé qué de Cristina Rivera Garza; Temporada de huracanes de Fernanda Melchor; Orfeo de Martha Riva Palacio Obón y bastantes más libros estupendos, y aparecidos en 2017, estaban en la lista. (Casi con seguridad habría estado también un libro que apareció en 2017 pero no he conseguido todavía: The Mountain With Teeth: historias de piedra de Alejandra Gámez.)

Desde luego, lectoras, activistas y escritoras no necesitan que ningún hombre se sume a las muchas iniciativas que ellas mismas están haciendo ya para reclamar más visibilidad y justicia para las mujeres en un mundo con enorme desigualdad y, concretamente, en un país en el que miles de mujeres son muertas cada año sin que sus asesinos sean castigados. Pero no sólo es necesario contribuir a compensar la desigualdad, y hacerlo no disminuye el mérito de los libros no escritos por mujeres: además, en mi caso el acto es (por supuesto) ajeno a cualquier identificación tribal, y en el futuro que viene nos van a hacer mucha falta muchos actos así: más formas de encontrar puntos de contacto con otros seres humanos que no estén ya en nuestras burbujas informativas. Los medios no estarán de nuestra parte. 

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Hablando de medios, hace un año terminé las publicaciones de 2016 con un artículo en Medium, que titulé «El año nefasto». Fue la última vez que me asomé a aquella plataforma: durante 2017 (pienso) se ha vuelto mucho más visible la forma en que nuestra publicación incesante en redes sociales es trabajo no remunerado que hacemos para ellas. No sé si haré más al respecto, pero entretanto este sitio seguirá abierto al menos un año más. También he agregado textos nuevos para leer en línea, y habrá algunos más en las semanas por venir. 

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En la FIL Guadalajara de este año,  me tocó escribir una columna diaria para el suplemento FILIAS, del diario Milenio. Hacía mucho que no tenía un encargo así, que contribuyó al agotamiento general que suele producir la Feria pero que agradezco a José Luis Martínez. La columna se llamó «El buscador»; como me gustan los libros raros, recomiendo uno o más en cada entrega además de comentar aspectos de la Feria. Aquí está la lista de las entregas:

  1. «Elogio del adversario», sobre Emmanuel Carrère, ganador del Premio FIL 2017.
  2. «Alias Juan Perro», sobre el poeta y cantautor español Santiago Auserón. 
  3. «¿Qué está pasando con la literatura infantil y juvenil en México?», con énfasis en el caso de Martha Riva Palacio y Orfeo. 
  4. «¿Qué significa ser una editorial indie
  5. «De todos modos Juan te llamas», sobre la obra y la persistencia de Juan Rulfo. 
  6. «Encuentro Internacional de Cuentistas» (que vino en dos partes: la primera y la segunda), acerca del Encuentro y también de la persistencia del cuento, que es una forma de escritura antigua a la que dan por muerta con frecuencia pero no se muere.
  7. «Elogio de la Feria», acerca del valor que tiene, pese a lo que crean algunas personas, algo tan humilde como un espacio físico lleno de libros. 

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Siempre deseo, al final del año, que el que viene sea mejor de lo que esperamos. Es una despedida laica y de buenas intenciones. Los años recientes –o eso parece desde mi perspectiva, con no poca influencia de redes y medios masivos– nos han quedado muy mal, y el que viene será particularmente duro en México. De cualquier forma, espero que podamos encontrarnos en su otro extremo, igual que ahora, y esperar nuevamente una sorpresa en el futuro. 

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Esta música nos puede acompañar en el paso de un año al siguiente, o en cualquiera de los días aún por venir. Es una versión en vivo, y muy bella, del Canto Ostinato de Simeon Ten Holt, grabada en Holanda. ¡Feliz 2018!

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El juego más antiguo

Cuento para niños. Loqueleo, 2017

El juego más antiguo es un cuento sobre la tolerancia, el odio y la imaginación, que se ponen en juego en un entorno fantástico y dan lugar a una imagen de la empatía: esa cualidad tan necesaria de ponernos en el lugar de otras personas. La narración –cuya primera versión apareció en el libro El país de los hablistas (2001)– está ilustrada por el mexicano Isidro Esquivel.

De la contraportada:

Expertas en el arte de la transformación, Bondur y Antazil, dos brujas que han sido enemigas desde tiempos inmemoriales, deciden por fin enfrentarse en un duelo que decidirá quién es la más poderosa. De águila a tierra, de ave a lombriz, de tiempo a enfermedad, ambas mutan una y otra vez durante años, décadas quizá. Hasta que, a punto de darse por vencida, como golpe de gracia, Antazil se convierte en Bondur y Bondur, en Antazil… ¿Quién ganará esta batalla en el juego más antiguo?

Notas sobre El juego más antiguo

  • Ficha en el sitio de la editorial.
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Siete cuentos para leer a niñas y niños

Con el terremoto del pasado 19 de septiembre (justamente en el aniversario del sismo devastador de 1985), muchas personas nos dedicamos a difundir información sobre labores de ayuda y rescate en México. Por esta razón no había aparecido nada en este sitio ni en el canal de videos que tenemos Raquel Castro, mi esposa, y yo.
      Sin embargo, una persona me preguntó en Facebook por cuentos que se pudieran leer a niños y niñas en albergues para damnificados por el terremoto. Obviamente, la labor de atender a las personas que han sufrido pérdidas a causa del desastre es importantísima, y puede ayudar a mitigar las consecuencias de lo sucedido. Por esto, aquí están siete cuentos, seleccionados entre materiales disponibles en línea, que pueden ser leídos en albergues. Después de la lista vienen algunas sugerencias y enlaces adicionales.

  1. «La rana zarevna», cuento popular ruso.
  2. «Romper el cerdito» de Etgar Keret.
  3. «Urashima Taro», cuento popular japonés.
  4. «El hombre que contaba historias» de Oscar Wilde.
  5. «El árbol que hablaba», cuento popular africano.
  6. «El traje nuevo del emperador» de Hans Christian Andersen.
  7. «Tajín y los siete Truenos», cuento popular totonaca.

Estos cuentos, desde luego, no son todos los que pueden usarse: hay incontables textos disponibles en línea y en librerías y bibliotecas. La selección es de clásicos porque éstos siguen siendo un buen punto de partida para explorar algunas de las muchas opciones disponibles, y está hecha únicamente pensando en que se trate de historias interesantes y que permitan la discusión.
      Es necesario recordar que la actividad de leer para los niños no equivale a darles una lección –por eso no hay en esta lista cuentos con «moraleja»–, y que a la par de ser una distracción y un entretenimiento, puede y debe involucrar a quienes escuchan como algo más que receptores pasivos. Lo mejor que puede suceder después de cada lectura es que se comenten las incidencias de los textos, qué personajes y hechos gustan y cuáles no, de qué formas se puede relacionar lo contado con la vida de cada quién.
      ¿Se puede usar estos cuentos si no se dispone de un cuentacuentos profesional? Sí. Hemos hecho un video sobre tema [agregado el 26 de septiembre], y junto con él dejo aquí algunas sugerencias:

 

  • Leer el cuento al menos una vez antes de presentarlo a los pequeños, para familiarizarse con el texto.
  • Ensayar, también, para asegurarse de leer con la mayor claridad posible.
  • No hablar con demasiada rapidez y pronunciar bien las sílabas.
  • Prestar atención a los escuchas, para involucrarlos en el desarrollo de la historia. Se puede hacer preguntas, por ejemplo, aunque no acerca de lo que ya han escuchado –no se trata de un examen– sino acerca de lo que no se ha relatado todavía (qué creen que va a pasar, etcétera).
  • Considerar que se pueden cambiar algunas palabras –para acercar más el sentido del cuento a quienes escuchan, por ejemplo–, pero sin desvirtuar su sentido ni su anécdota.
  • Al terminar, conversar con niñas y niños acerca de la historia que escucharon.
    Y dar oportunidad de que ellos hablen, incluso si la conversación se separa del tema del cuento. Parte importante de esta actividad es que las personas involucradas puedan, también, llegar a hablar de sus propias experiencias.

Aunque no es lo habitual, también personas de mayor edad (desde adolescentes en adelante) pueden beneficiarse de leer o escuchar cuentos. Aquí mismo en Las Historias hay un archivo de buen tamaño con cuentos de todo tipo. Uno de los mejores archivos de cuentos en castellano se encuentra aquí (de él provienen varios de los cuentos propuestos arriba). Obviamente, habrá comunidades que requieran cuentos en otras lenguas.

Por cierto: si ustedes disponen de enlaces a otros cuentos que pudieran parecerles útiles en las presentes circunstancias, les agradeceré si los comparten en la sección de comentarios de esta nota.

Finalmente, este manual realizado por el UNICEF Chile: Para reconstruir la vida de los niños y niñas. Guía para apoyar intervenciones psicosociales en emergencias y desastres, puede ser útil para ayudar en el trabajo con niñas y niños que hayan pasado por la experiencia del terremoto. El libro puede descargarse gratuitamente y se encuentra en formato PDF.

Ojalá que todo esto pueda ser útil. Este es uno entre muchos esfuerzos que se están realizando para ayudar a la población afectada por el terremoto, y en redes sociales se pueden encontrar muchas otras fuentes de ayuda.

Niñas y niños en una función de cuentacuentos (fuente)
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Cartas para Lluvia

Novela para niños. Uranito, 2017

Cartas para Lluvia es la primera novela para niños publicada por Alberto Chimal. Es una historia breve y rápida: sus temas centrales son la amistad, el cariño, la necesidad de la tolerancia y la forma en que la vida puede ser afectada por el conocimiento del pasado y a la vez por la imaginación y la fantasía: las promesas de algo todavía por ocurrir.

De la contraportada:

Lluvia es una niña con una vida que podría parecer normal: va a la escuela, se enfrenta con compañeras que la molestan, tiene una amiga fiel y también una mamá que la quiere, aunque no siempre estén de acuerdo en todo.

Sin embargo, cada cierto tiempo le ocurre algo extraordinario: sin que sepa cómo, le llegan cartas. Mensajes escritos por su padre, al que nunca ha visto.

¿De dónde vienen estas cartas? ¿Son ciertas las historias que cuentan? ¿Podrá Lluvia descubrir la verdad sobre su origen, y el de ella misma?

Ilustraciones de Anabel López Cabrera.

Notas sobre Cartas para Lluvia

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Fragmentos de Hans Christian Andersen

Escribí este ensayo para la revista Biblioteca de México, a propósito del bicentenario de Andersen en 2005:

La estatua de HCA en el Parque Central de Nueva York

El impulso (primera versión)
Se cuenta que Hans Andersen, zapatero, lloró en una ocasión al conocer a un estudiante joven y vivaz. A Hans Christian, su hijo, le explicó que él “debía haber sido” como aquel muchacho, en vez de un artesano humilde y mísero en Odense, el pueblo donde vivía la familia. Pero Dinamarca entera estaba en crisis –eran los últimos años de las Guerras Napoleónicas– y Andersen padre terminó, en 1815, por dejar hasta su oficio y enrolarse en el ejército: el hijo de un granjero le pagó para que tomara su sitio y lo librara así del servicio militar.
      La compañía de Andersen padre no tuvo tiempo de pelear de veras, pues Napoleón fue derrotado ese mismo año, pero el hombre volvió a Odense quebrantado por las privaciones de la vida en campaña y murió luego de una enfermedad prolongada. La madre –Anne Marie Andersdatter, iletrada y carente de recursos– se esforzó por mantenerse junto con su hijo: se dedicó a lavar ajeno, volvió a casarse y, decepcionada por las pobres calificaciones de Hans en la escuela, lo puso a trabajar. Él, por su parte, intentó una fuga como la que nunca logró su padre.
      Era, en cierto modo, su herencia: el zapatero, autodidacta, había procurado instruirlo mediante la lectura de la Biblia, de Las mil y una noches, de las comedias de Ludvig Holberg; también le había ayudado a construir un teatrino, para jugar con marionetas (Anne Marie pensó por un tiempo en volverlo aprendiz de sastre, por su habilidad para hacer los vestidos de sus muñecos), y lo había llevado a ver actores de verdad: nada menos que el Teatro Real de Dinamarca, llegado al escenario de Odense, el único en todo el país fuera de la capital.
      Todo esto había fascinado al pequeño Hans, cuyo talante era imaginativo y muy impresionable, y quien se decidió por las artes y por el camino que le conocemos: su partida a Copenhague, las intentonas sobre el escenario, las privaciones y las humillaciones sufridas por su fealdad y su afeminamiento, el modo milagroso en el que logró abrirse paso en la burguesía de la ciudad y obtener patrocinios para su educación, la busca constante de favores y conocencias que le permitieran continuar su trabajo literario. Pero a esa historia sabida –al ascenso social y la incomodidad del descastado, que también son las de la Sirenita y el Patito Feo y muchos otros personajes del escritor– debe agregársele este matiz:
      El primer libro publicado de Andersen, Intentos juveniles (1822), fue un arranque en falso como los de muchos otros autores. Era una serie de textos que homenajeaban –o plagiaban– a B. S. Ingemann y otros escritores de la naciente “Edad de Oro” de las letras danesas, pero estaba firmado con el seudónimo William Christian Walter, que era nombre de pretensiones elevadísimas. William en honor de Shakespeare y Walter por Walter Scott: dos descubrimientos literarios que Andersen no habría podido hacer nunca sin el impulso, rencoroso y frustrado, de su padre, quien por el contrario había desaparecido por entero del “nombre artístico” de su hijo. Una posible interpretación es que éste debía (re) descubrirse por medio del muerto, como le ocurre a la protagonista de El niño en la tumba, una de sus ficciones más sentidas y perturbadoras. El origen no podía separarse del destino y Hans Christian Andersen sería siempre, aun en sus momentos de mayor vanidad, aun en los salones de los reyes y los notables, el habitante de Odense.

Un retrato de los muchos que Andersen se hizo tomar

La vida literaria
En El cuento de mi vida (1855), Andersen recuerda su proyecto de ir a buscar fortuna en Copenhague y relata:

—¿Qué será de ti allá? —preguntó mi madre.
—Me volveré famoso —respondí, y le dije lo que había leído sobre hombres notables venidos de hogares pobres—. Primero, tienes que pasar por una cantidad terrible de adversidades —le dije— y entonces te vuelves famoso.
El que me conducía era un impulso inexplicable. Lloré, supliqué, y finalmente mi madre cedió, pero primero mandó a buscar a (…) una supuesta “mujer sabia” (…) y la puso a leerme el futuro en un mazo de cartas y en restos de café.
—Tu hijo será un gran hombre —dijo la vieja gitana—, y en su honor todo Odense quedará iluminado algún día.
Mi madre lloró al oír esto, y ya no tuvo nada en contra de que yo me fuera de la casa.

La estampa podría ser el otro lado de la historia, tan fértil para el psicoanálisis, del niño pobre que triunfa en el mundo de la riqueza y los adultos. ¿Qué habría pasado si la gitana hubiese desaconsejado la partida? ¿Lo habrían dejado ir su madre y lo que quedaba de su familia? ¿Hasta dónde será éste, como la llegada del Teatro Real a Odense, un aviso providencial para la vida de Andersen y para la literatura de occidente?
      Por otro lado, lo más razonable es dudar de la historia entera y atribuirla al narcisismo del escritor, quien dependió casi toda su vida del favor de otros y no perdía ocasión de promover su trabajo, su figura de literato y lo extraordinario de ambas. Pero esta cualidad agradará también a los psicoanalistas, porque es un atisbo de una personalidad más compleja que la del mero entertainer (Harold Bloom, en un ensayo, da a esta imagen falsa la cara de Danny Kaye, quien interpretó a Andersen en una blanda película de Hollywood) dedicado a distraer a los niños y contar mentiras inocuas.
      Por ejemplo, un rasgo de los estudios andersenianos del que aún se habla poco –y menos entre nosotros– tiene que ver con el trajinar del escritor en la vida literaria de Dinamarca, no menos cosmopolita, díscola ni maldiciente que la de cualquier otro lugar de Europa. En ella hay, como es de suponer, no sólo sinsabores de melodrama, sino también otros conflictos. Obsérvese, digamos, el fragmento que sigue: proviene de “Reseña”, un poema que Andersen escribió en 1830, cuando tenía 25 años y debía, como el resto de su generación, “romper lanzas” contra autores y comentaristas adversos:

El sol de la tarde colorea tierra y mar con tonos de rosa,
pero ¡ah!, la monotonía llega de inmediato, al igual que mi cólera.
Sea lo que sea, el sol no es muy original:
todo el tiempo sale por el este, se pone en el oeste, ¡por favor!
Entonces aparecen las estrellas de la noche, pero ¡demonios!,
brillan pero son frías, no dan calor ni tienen vienen coloreadas.
Canta un ruiseñor, diestramente (…)
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Las olas crecen pero demasiado: necesitan moderación;
la escena tiene un toque de genio pero le falta mi aprobación.

Andersen no vio, no podía ver, que aquellos comentarios que tanto le disgustaban serían los más interesantes de cuantos se han escrito sobre él. A partir de 1840 (como ha dicho el andersenista Johan de Mylius) “los críticos hacen fila para alabar el trabajo del poeta, quien ya ha establecido su nombre y probado su habilidad” con textos muy superiores a “Reseña”, pero Andersen persistió en su obsesión por el reconocimiento hasta el final de su vida. Hay muchas anécdotas sobre su búsqueda de los famosos y su contagio: Andersen escribió sobre su encuentro de iguales con Dickens, pero no sobre las cinco semanas que pasó en la casa del escritor inglés, interpretando muy libremente un ofrecimiento de hospitalidad.

Recorte de papel hecho por Andersen

El impulso (segunda versión)
El romanticismo, que en el resto de Europa marcó de forma incontestable la literatura al comienzo del siglo XIX, está disminuido en Dinamarca –al menos, desde el punto de vista de nosotros, lectores abúlicos del siglo XXI– por el mismo Andersen y por Søren Kierkegaard, tal vez los dos daneses más eminentes; gracias al trabajo de ambos, la “Edad de Oro” es más un signo de sus propias originalidades que de acuerdo con cualquier otra de las grandes figuras y escuelas de su tiempo. Pero hay, como en el episodio que antecede, una raíz común y más antigua de Andersen y los románticos: su mundo no es cristiano (al contrario del de Kierkegaard), y no está subordinado a las pretensiones y apetencias del racionalismo.
      Sus imágenes centrales –sus mitos– son paganas y animistas; sobre todo, de una forma de animismo popular entre los hombres y mujeres de la Europa del medievo y de épocas aún más tempranas. Para Andersen, al contrario de lo que creyeron los escritores y filósofos de la Ilustración, el universo y la naturaleza no pueden ser patrimonio de lo humano; no le pertenecen, no pueden controlarse ni domarse, porque la especie humana es sólo una más en un cosmos donde todas las cosas están provistas de conciencia, de voluntad y de instinto. Por esto, en los cuentos, hablan los animales y también los objetos de uso diario, conspiran los adornos de porcelana, aguantan y mueren los imperturbables soldaditos de plomo.
      Hay ángeles, hay devoción por el Niño Jesús, hay un cielo en ocasiones, pero los juicios de las potencias celestiales son tan contundentes y terribles como los de los antiguos dioses del rayo y de las aguas, y no siempre tienen justificación desde el punto de vista de la moral de su tiempo (ni del nuestro), que les queda chica o que no los alcanza cuando sus personajes y sus tramas se hunden en lo desconocido. Así, en Las zapatillas rojas la redención sólo puede llegar después de que la niña, condenada por su trato con el mal, paga dejándose cortar ambos pies, que se quedan bailando dentro de los zapatos mágicos. Así, El corazón de una madre plantea un dilema ético que no puede resolverse sin pérdida ni sufrimiento (¿puede el hijo muerto regresar, si el único modo de hacerlo es que la madre se sacrifique en su lugar, dejándolo vivo pero huérfano y desamparado?), y aun en las historias más famosamente amables se asoma lo siniestro: la cara de los poderes que aguardan más allá del círculo de luz de las hogueras.
      En esto podría verse, tal vez, la otra parte de la experiencia formativa de Andersen, quien conoció textos clásicos pero también las consejas populares, y muchas veces terroríficas, de los habitantes más humildes de Odense, y quien tuvo incluso su propio contacto, directo, con la locura en su abuelo paterno, un alelado que vagaba por las calles del pueblo y era, para los suyos, una fuente de pena y de vergüenza. Para el escritor, todos los hombres son como ese loco, o tal vez como niños, atados al vaivén de fuerzas que no comprenden y a las que tampoco importan demasiado; en eso, tal vez, está lo mejor y lo más perdurable de su recuperación del mundo de la infancia, que sólo cuando somos adultos podemos imaginar como un sitio de ignorancia y de pureza. Andersen no es, por supuesto, un escritor para niños en el sentido estrecho que damos hoy al término: está más cerca de Gogol que de Edward Lear y de Víctor Hugo que de J. K. Rowling.
      Por otra parte, también hay bondad en el misterio: una dulzura extraña, a veces de un esplendor intolerable por deslumbrante, que Andersen descubre en quienes sufren y que los dioses ven también, aquí y allá. El hada del saúco entra y sale del cuento que el viejo escritor refiere al niño, y en el que se ve el transcurrir sereno, gustoso, levemente aburrido, de la vida del pequeño, o de los dos, o de millones. En El compañero de viaje, el joven Juan, pobre como tantos otros héroes andersenianos, entrega sus últimas monedas para que dos ladrones no profanen una tumba, y la recompensa por su generosidad es el afecto de un amigo casi omnipotente, que actúa sin que Juan lo sepa y le procura el bien enfrentándose contra fuerzas tremendas que nada tienen que ver con el Antiguo ni con el Nuevo Testamento. ¿Quiénes son estos seres que Andersen jamás justifica? ¿Por qué otorgan protección y conocimiento aquí y no en otros cuentos? Quién sabe. Éstas son las dos palabras que Andersen parece pronunciar con más variadas entonaciones, desde alivio hasta horror, mientras sus personajes avanzan por un universo vivo, eterno como lo humano nunca podrá serlo.

Ilustración de Axel Mathiesen

Los cuentos (enumeración)

  1. Un total de 212 cuentos, de los que 156 se publicaron durante su vida, son la obra conocida de Hans Christian Andersen.
  2. De ellos, un puñado ha trascendido la propia autoría de quien los escribió, y se recuerdan como parte de la cultura de occidente (o del inconsciente colectivo) y aun como frases hechas, verdades de forma ya inapelable:
    1. a todos nos satisface que el emperador esté desnudo, y
    2. nadie ignora que el patito puede ser, en verdad, un cisne.
  3. El resto se encuentra en antologías de acceso más o menos difícil, en las que casi nunca se encontrarán las cartas, los poemas, los libros de viaje y teatro: el trabajo olvidado de uno de los escritores más prolíficos de su tiempo, y uno que siempre deseó ser conocido como novelista y dramaturgo “serio”.
  4. A esta ironía primera (Andersen dedicó mucho más tiempo a la escritura de esos textos menores que a sus cuentos) debe agregarse la del azar de su difusión por el mundo: el danés es una lengua de pocos hablantes, reconocida precisamente por Andersen y muy pocos más, y así resulta que las traducciones de El ruiseñor, Nicolasín y Nicolasón o La reina de las nieves son la única posibilidad de su conocimiento para la mayoría de sus lectores.
  5. Y un examen siquiera superficial de esas traducciones es pasmoso: aún más numerosas que las discrepancias entre los manuscritos del Rey Lear, o que los errores en las primeras ediciones del Paradiso de Lezama Lima, las adiciones, supresiones, interpolaciones, malas lecturas, transposiciones de sentido y hasta de palabras y párrafos son el único rasgo constante de los Andersen en todas las lenguas y formatos.
  6. Unas veces los personajes o el narrador hablan de más para satisfacer apetencias de un momento o de una cultura (o de un estudio de mercado), o cambian los matices o pasan sobre ellos; otras, las más, hablan menos de lo que su autor original pretendía que hablaran.
  7. Si algún día se pierden los archivos y las bibliotecas de la propia Dinamarca, los paleógrafos del futuro tendrán mil versiones diferentes de donde escoger, y
    1. se pasarán la vida en la busca de una sola voluntad entre todas ellas o, por el contrario,
    2. llegarán a la conclusión de que nunca hubo ningún Andersen: que, como Homero o como Vyasa, fue tan sólo el nombre que un momento de la historia eligió para su tradición oral, informe y mutable.
  8. Evidentemente, la belleza del texto en danés, que quienes lo leen consideran signo de una maestría sin igual, se perderá tras semejante catástrofe.
  9. Es un peligro que corren todos los escritores (o una certeza que deben aceptar): los resúmenes y las adaptaciones tardan siempre más en llegar al olvido.

Niños y adultos
En este año, que se cumplió el bicentenario de su nacimiento, Andersen llega hasta nosotros en un estado triste. Por un lado, sus cuentos nunca han sido más recortados, adaptados, endulzados para subordinarlos a un gusto ñoño, según la cual los niños son criaturas incapaces de comprender sino una fracción de lo que está al alcance de un ser humano “normal”, adulto y productivo. El problema es, en el fondo, insoluble: la popularidad de Andersen en el pasado es signo de que algo decía para lectores de todas las edades, y la popularidad actual de textos mucho más simples, mucho menos profundos –incluyendo las versiones innumerables de Andersen “para niños”, con viñetas y bisílabos en 18 puntos–, es signo de que la situación es distinta ahora y aun los seres más productivos tienen dificultades con El trompo y la pelota, o La sirenita.
      Hay otro hábito aún peor: las “conclusiones espeluznantes” que se extraen sobre la vida de cualquiera, siempre que sea célebre, y que en el caso de Andersen ha llevado a muchos de sus comentaristas –en el fondo, menos interesados en el escritor que en su aniversario cerrado, y en aprovecharlo– a las mismas estaciones: la madre acaso prostituta, el padre acaso putativo, el niño acaso homosexual, el adulto también: miles de palabras sobre las decepciones amorosas y ninguna sobre los textos, salvo como fuente de pistas sobre la sordidez habitual, que nos permita reducir al creador a nuestra propia condición miserable, para mejor negar la existencia de sus dones.
      El que éstos puedan advertirse incluso así: incluso en resúmenes morosos e interesados, aun a pesar de las lecturas ineptas y morbosas, es una prueba más del milagro constante y casi siempre ignorado. Hans Christian Andersen bien podría trascendernos y encontrar, en otro momento, lectores más dignos.

Hans Christian Andersen retratado por Constantin Hansen (1836).
Hans Christian Andersen retratado por Constantin Hansen (1836).
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