En Twitter me preguntaron por los mejores libros de la ciencia ficción latinoamericana.
Alberto regalanos tu top 10 de libros de scifi latinoamericana ??????
— playing with invisible beings and shadows (@herrozzy) August 6, 2019
«Ciencia ficción» es categoría problemática, la verdad, y más en América Latina, donde se vuelve aún más difusa. (De eso escribí en este sitio hace algunos años.) De cualquier manera, hice una lista con diez títulos, que ahora reproduzco aquí. Son libros escritos en solitario, de contenido homogéneo: no incluyo, por ejemplo, libros de cuentos en los que sólo hay una o dos narraciones que contengan elementos de ficción especulativa.
Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet
Kentukis de Samanta Schweblin
Bajo las jubeas en flor de Angélica Gorodischer
Ojos de lagarto de Bernardo Fernández Bef
El gusano de Luis Carlos Barragán
Las visiones de Edmundo Paz Soldán
La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares
Frecuencia Júpiter de Martha Riva Palacio
Los pecios y los náufragos de Yoss
Las constelaciones oscuras de Pola Oloixarac
Faltan muchos otros libros (y muchos cuentos sueltos y textos híbridos/experimentales). Pero la CF latinoamericana es un campo fértil y actualmente en crecimiento. Escribí de eso en este artículo publicado en el suplemento Confabulario:
Este libro contiene nueve cuentos de Alberto Chimal traducidos al italiano. Fueron publicados por Edizioni Arcoiris en su colección Gli Eccentrici (Los Excéntricos), dedicada a autores hispanoamericanos y en la que ya han aparecido traducciones de Horacio Quiroga, Alberto Laiseca y varios autores más, entre clásicos y modernos. Los traductores fueron Violetta Colonnelli, Sara Princivalle y Raul Schenardi.
De la contraportada:
Secondo lo scrittore messicano Alberto Chimal: «La base di tutto è l’immaginazione […]. L’immaginazione è l’insolenza dell’anima». Nei nove racconti contenuti in questa raccolta, di immaginazione ce n’è tanta, e anche di insolenza. Il lettore se ne accorgerà quando leggerà di Leonardo Di Caprio, sopravvissuto all’affondamento del Titanic ma finito in uno strano labirinto con altri personaggi più o meno noti del cinema e della letteratura; oppure quando conoscerà le gesta di Rata e Pargo, due truffatori inghiottiti da un mostro marino il cui principale sollazzo è collezionare prigionieri nel ventre; o ancora quando, seguendo le quotidiane avventure di un bimbetto dalla fantasia ardente, scoprirà il terrore che c’è dall’altra parte. Il mondo di Chimal è un mondo di margine, un margine mutevole e frastagliato che si fa beffe delle regole del tempo e dello spazio e che, mentre ci trascina nello sgomento, ci lascia anche sorridere divertiti.
De acuerdo con el escritor mexicano Alberto Chimal, «La base de todo es la imaginación […]. La imaginación es la insolencia del alma». En los nueve cuentos que figuran en esta colección, hay una gran cantidad de imaginación, y también de insolencia. El lector se dará cuenta cuando lea sobre Leonardo DiCaprio, que sobrevivió al hundimiento del Titanic, pero terminó en un extraño laberinto con otros personajes del cine y la literatura más o menos conocidos; o cuando sepan de las hazañas de Rata y Pargo, estafadores tragados por un monstruo marino cuyo mayor consuelo consiste en coleccionar prisioneros en su vientre; o cuando, siguiendo las aventuras diarias de un niño pequeño de gran imaginación, descubran el terror que está en el otro lado. El de Chimal es un mundo en el margen, un margen cambiante y de bordes afilados que se burla de las reglas de tiempo y espacio y que, si bien nos arrastra a la consternación, nos permite sonreír, divertidos.
El índice:
È stata smarrita una bambina («Se ha perdido una niña»)
Album («Álbum»)
Manuel e Lorenzo («Manuel y Lorenzo»)
Corridoi («Corredores»)
La donna che cammina all’indietro («La mujer que camina para atrás»)
El lunes pasado hice una breve lista: 10 libros útiles para quienes desean escribir. Son manuales, tratados, alguno que otro instructivo. No son los únicos que hay, ni mucho menos, pero todos se pueden encontrar (tanto impresos como en línea) y pueden ser útiles. Reproduzco aquí las recomendaciones –aparecieron por primera vez en Twitter– y les agrego sugerencias adicionales hechas en el momento por otras personas.
(Un manual de escritura no debe tomarse como un conjunto de recetas infalibles. Es más bien la descripción de las ideas y procedimientos que le sirven a una persona –quien lo escribe– y a partir de los cuales podemos hacer nuestros propios descubrimientos.)
Ayer, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, presentamos el libro de cuentos Las visiones de Edmundo Paz Soldán, recién publicado por Páginas de Espuma. En la presentación leí este texto y puse, para acompañar, la primera de las dos piezas que vienen en video al final de la nota. Después, Edmundo Paz Soldán mencionó la segunda como influencia de su libro y la puse también. Así que fue presentación con música.
Tengo que empezar por contar una historia sin relación aparente con este libro. En un momento les diré por qué.
En 2000, la Exposición Universal de Hannover, en la Alemania recién reunificada, quiso representar una promesa de futuro. Semejante promesa, entresacada de los acontecimientos políticos de la década anterior a partir de la caída del muro de Berlín y de las últimas reservas de optimismo del siglo XX, estaba a un año de quedar invalidada por los atentados terroristas de 2001. Tal vez en unas décadas se podrá argumentar, además, que el concepto de la Historia al que todavía apuntaba ese ánimo noventero, y que va también del triunfalismo de Francis Fukuyama hasta el mesianismo chic de Matrix, quedó definitivamente enterrado en esteaño, 2016, con la confirmación de que el orden neoliberal se cae a pedazos y de que sus convulsiones políticas recientes han destapado, además de la pobreza y la desigualdad que muchos no querían ver, un remanente que se creía eliminado de tribalismo, superstición y odio en casi todas partes.
El lema de la exposición de Hannover: “Mensch, Natur, Technik” (Hombre, naturaleza, tecnología), ya no puede leerse para invocar asociaciones reconfortantes. Por el contrario, las amenazas que sugiere ahora pueden llevar a pensar en mucho del fatalismo de la actualidad: que estamos yendo velozmente para atrás, que el péndulo de Vico está oscilando en dirección del caos, o incluso que éstas y otras metáforas para describir los vaivenes de la especie humana no sirven más y nos estamos adentrando, simplemente, en una etapa de oscuridad que no tiene precedentes.
En este contexto, es posible preguntarse por la ciencia ficción: esa vertiente de la narrativa de occidente que comenzó como promotora de las nociones de progreso de la Ilustración, se convirtió luego en crítica de esas mismas ideas y por fin, justamente con el cambio de siglo, ha sobrevivido incluso a su crisis como subgénero comercial y ha terminado como como un repertorio de conceptos, personajes y anécdotas que se pueden encontrar por todas partes de la cultura occidental, asimiladas a veces en imágenes irónicas, utopías del futuro que ahora se entienden como parte del pasado, o bien en las promesas de violencia y destrucción del nihilismo apocalíptico.
¿Tiene sentido todavía escribir una literatura que piense en lo que aún puede suceder, que especule sobre lo que todavía es posible a partir de la realidad del presente?
La respuesta es sí, por supuesto, pero se necesita hacerlo de otra forma. Las etiquetas llamadas géneros y subgéneros pierden su sentido con el tiempo aunque las obras que agrupan puedan sobrevivir, ser releídas y reinterpretadas. No se puede volver a creer ingenuamente en lo inevitable y benéfico del progreso tecnológico, pero tampoco hace falta encerrar la imaginación en los dos o tres moldes autorizados por la falta de imaginación de las grandes corporaciones de medios. Como ocurre en otras porciones de la literatura globalizada, algo de lo más interesante que todavía se escribe con esas herramientas de los géneros populares, desarrolladas y exportadas desde los países del primer mundo, ocurre fuera de ellos: de los países y hasta de la misma “literatura de género”. Por ejemplo, ocurre en la obra del narrador boliviano Edmundo Paz Soldán, que en pleno 2016 ha publicado un libro de cuentos habilitado por la ficción especulativa: que la emplea y la subvierte para adaptarla al mundo de ahora, titulado Las visiones.
El libro comenzó, según ha dicho su autor, a partir del trabajo de su novela Iris, que también se apropia de la ciencia ficción al inventarse un mundo entero para colocar en él una versión hipertrofiada de nuestro presente: una sociedad en guerra, en la que la violencia brutal es cotidiana y la religión pesa tanto o más que el saber científico, presentada además en un idioma de transición, que se aleja de los que conocemos en direcciones inesperadas igual que el nadsat de Anthony Burgess pero también del papiamento de Curaçao. Más que continuar la historia de Iris, sin embargo, Paz Soldán opta en Las visiones por hacer a un lado la trama y los personajes principales de la novela y construir en cambio cuentos independientes, ambientados en Iris pero que no requieren la lectura previa de la novela para ser comprendidos. Así evita caer en la trampa del llamado worldbuilding: la construcción de vastos entramados ficcionales, de listas de nombres y detalles que intentan rellenar todos los espacios de los mundos narrados en series populares y que vuelven a los lectores de éstas consumidores de minucias, receptores pasivos de más y más información trivial alrededor de una o dos historias que les gustaron hace mucho tiempo.
El efecto más notable que produce la lectura de Las visiones, de hecho, no es de familiaridad, como el que se produce al revisitar un mundo narrado que ya se conocía, sino el de extrañamiento. Más concretamente, extrañamiento no a causa de la rareza del entorno en el que ocurren las historias, sino al revés: extrañamiento por la cercanía que tienen todas ellas con nuestras experiencias cotidianas en este siglo XXI.
En el cuento que da título al libro, por ejemplo, un juez empieza a tener visiones, precisamente, de aquellos a quienes condenó de forma injusta, pero lo que queda de relieve es, sobre todo, la naturaleza y los pormenores de sus actos de corrupción. Sus actos no son diferentes de los de incontables figuras de autoridad entre nosotros, pero el verlos en un escenario parcialmente fantástico, ajeno, nos damos cuenta con más facilidad de lo monstruosos que son y de que, al contrario de lo que quisiéramos creer, no van necesariamente acompañados de introspección ni mucho menos de arrepentimiento:
Esa noche el Juez vio en un sueño a Enoichi, un irisino que un día fue a un mercado con un riflarpón y no descansó hasta matar a diecisiete pieloscuras. Enoichi asumió con orgullo la matanza y el Juez no tuvo reparos en condenarlo a muerte. En el sueño Enoichi se hallaba en un ataúd de cristal en un claro en el bosque y le pedía que lo rescatara. El Juez buscaba un hacha para romper el cristal cuando abrió los ojos y descubrió a Enoichi parado al lado de la cama como si estuviera velando su sueño. El Juez se sentó en la cama cubriéndose con una sábana y le preguntó vacilante qué quería.
Que vayas a lo más profundo del bosque y me entregues allá tu corazón.
Enoichi desapareció y el Juez se quedó en cama restregándose las palmas de las manos sin descanso, como si le escocieran. Ahora que le había tocado un asesino sin vueltas, descubría que las visiones no eran el recurso fácil de una conciencia culposa. Fokin creepshow. Ya lo sospechaba, porque en ningún momento se había sentido culpable, ni siquiera de los inocentes que encaminó a la prisión o a la muerte.
Nuestra época parece estar marcada por la llamada normalización de discursos oscurantistas: el debilitamiento de la indignación pública ante ideas que en otro tiempo nos hubieran parecido reprobables, como el racismo o las supersticiones anticientíficas, simplemente por verlas o escuchar sobre ellas de manera repetida en los medios. Estos cuentos van en contra de esta tendencia al asumir una postura moral –no moralizante– al presentar la venalidad, la tontería, la deshonestidad o la violencia. Los propios personajes dudan sobre sus acciones, o enfrentan sus consecuencias sin que el texto les dé tregua ni les permita minimizar lo que les sucede con salidas irónicas.
A la vez, Las visiones nunca olvida la mera humanidad de los sucesos que cuenta: la cercanía de lo terrible con nuestro propio ser, porque compartimos la humanidad con los villanos y los seres éticamente ambiguos igual que con los héroes. Así se puede ver en “Doctor An”, cuyo protagonista es un científico sin escrúpulos que experimenta en seres humanos y crea armas químicas y biológicas aterradoras. Aunque el texto menciona pormenores de su trabajo, se centra no en ellos sino en un colapso del personaje, que lo lleva a un último ataque destructor contra quienes lo rodean pero también a un recuerdo de extraña belleza: la vez que se enamoró de una colega y en mitad de un experimento con drogas ilegales:
Todos se quedaban cortos al hablar de ella, la doctora Miel, ése era su apodo, miel miel miel, tan guapa con ese cráneo brillante, un óvalo perfecto. Si le hubieran preguntado qué había en ella que no era suficiente para las palabras, él habría respondido, asumiendo los límites de cualquier historia que se contara sobre ella, recordando la vez en que ella apareció en una reunión con su equipo, una reunión en la que participaba el doctor An, y se metió a la boca un compuesto que acababan de procesar, tan poderoso que no había voluntarios para probarlo. Un compuesto que debía abducir el cerebro de quienes lo probaban y convertirlos en planta. El doctor An vio cómo se transformaba el rostro de la doctora Held, como si los músculos se hubieran soltado y los ojos se derramaran sobre sí mismos, y se enamoró de ella. Quiso seguirla, y probó el compuesto. Ver el mundo con los ojos de las plantas le había cambiado la vida. A veces charlaba con los arbustos en los jardines del lab. Se molestaba con los que pisaban el césped. Esa primera vez también había podido dialogar con la doctora Held, perdida ella como él en el nebuloso mundo de las plantas. Eran plantas de río, raíces subterráneas en las musgosas Aguas del Fin en el valle de Malhado, y se comunicaban su soledad. El doctor An se acostó poco después con la doctora Held. Fue un día después de que la amenazaran con suspenderla por los riesgos innecesarios que tomaba. Todas las veces que se acostó con ella, los dos eran plantas acuáticas. Se sentía bien estar ahí, meciéndose en la placidez del agua, aunque a veces, cuando no la encontraba, la angustia lo mordía y él pensaba que era el único habitante de un planeta desierto. Doctora Held, doctorita, docdocdoc, susurraba, y no había respuesta. Doctora Held, nos vemos nel otro mundo, decía, pero luego ella aparecía y le tocaba las manos frías, era una planta carnívora decía, eres mío mío, y luego insistía en que no había otro mundo, todo todo es neste. (…)
Y ahora, ¿por qué empecé hablando de la Expo de Hannover? Hay que recordar la canción promocional de la Expo, que fue encargada a Kraftwerk, el más influyente entre los grupos pioneros de la música electrónica de la segunda mitad del siglo XX. Debía ser un jingle de pocos segundos, pero la banda encabezada por Ralf Hütter eligió hacer una composición más larga. El resultado suena exactamente a su tiempo: la canción tiene las texturas clásicas de la música de Kraftwerk, sin grandes variaciones pese a haber sido compuesta décadas después de los álbumes más influyentes del grupo; su fascinación con las posibilidades de la técnica es encantadora y anacrónica. Más aún, una de las frases en la letra: “Planet der Visionen” (Planeta de visiones), va de hecho más atrás en el pasado, hacia la poesía de comienzos del siglo XX y su obsesión con el movimiento –que entonces se consideraba vertiginoso, avasallador– de la modernidad. Entonces no nos dimos cuenta, pero aquellas últimas apariciones de la idea añeja del progreso ni siquiera estaban mirando realmente hacia delante, sino a un futuro que ya era viejo.
Lo que estaba delante entonces –y que nadie vio con claridad– es, de hecho, el día de hoy. Este momento. Inesperado, complejo, turbador, fascinante como los cuentos de Edmundo Paz Soldán. Pero con él, al igual que con otros, podríamos tener aún la oportunidad de comprenderlo y no sólo de dejarnos aplastar por su embestida. Esta posibilidad es el verdadero planeta de Las visiones.
En algún sitio de la imaginación, dos viajeros del tiempo llegan hoy –justamente hoy: 21 de octubre de 2015– desde el año 1985. Vienen con una chica, un plan, un perro y un auto volador, y se encuentran con un mundo mercantilizado, frío y despiadado bajo una apariencia de cordialidad y confort, de brechas generacionales más grandes y problemáticas que nunca antes y en el que el pasado inmediato se ha convertido en mercancía: en antigüedades (más bien basura costosa) que se vende y revende. Sus compradores son hombres y mujeres con ideales destruidos por la vida real que se aferran a la idea de un pasado feliz y desprovisto de responsabilidades; así intentan persuadirse de que todavía son jóvenes, de que aún tienen la oportunidad de algo. Ese 2015 no me parece tan distinto del nuestro; es, claro, el futuro imaginado por la serie fílmica Volver al futuro, del director Robert Zemeckis y el guionista Bob Gale, entre 1985 y 1990: cuando el siglo XXI estaba aún por llegar.
Un lugar común que hoy hemos repetido obedientemente en las redes sociales es ponderar cuánto falló Volver al futuro al predecir nuestro presente: esto se vuelve a decir cada vez que “llega la fecha” de una obra popular que de algún modo se refería a un tiempo posterior al de su publicación, como 2001 de Stanley Kubrick o 1984 de George Orwell. Pero la falta de patinetas voladoras y otros productos que aparecen en aquellas películas y todavía no tenemos es trivial. La ciencia ficción no está obligada a quedarse en algo tan nimio como la profecía. De hecho, ni siquiera necesita seguir siendo ciencia ficción: los iconos de las historias que nos marcaron pueden ir mucho más allá de su origen y decirnos cosas que no sólo no sospechábamos, sino que en realidad no deseábamos escuchar. Así ocurre en una serie de cuentos que me parece bastante más apropiada para el día de hoy que las películas entrañables de Gale y Zemeckis: Metástasis McFly, el primer libro de Pedro J. Acuña.
Se debe recalcar que sólo el primero de los cuentos, el que da título al libro, se refiere a algo cercano a la narrativa de anticipación, y convierte justamente a los personajes de Volver al futuro –de forma absolutamente transgresora y desautorizada– en víctimas de una trama de horror. Sin embargo, ese texto se acerca a los otros a la hora de mostrar un retrato feroz de las debilidades, las indecisiones y los fracasos de sus personajes, que son todos como aquel modelo del adulto contemporáneo que sí se anticipaba en las películas: aspiraciones malogradas y vidas que siguen adelante a pesar de sus fracasos, distorsionadas por ellos pero sólo lo suficiente para revelar su patetismo y su banalidad.
Zemeckis y Gale usan su visión descarnada del futuro sólo de paso, como telón de fondo escasamente visible, y su historia completa puede leerse más bien como la realización de un sueño imposible de superación: las vidas de sus personajes se nos muestran mediocres en la primera película, pero a lo largo de las tres se perfeccionan, acercándose a versiones ideales de sí mismas, aunque esto se logra haciendo trampa: la máquina del tiempo del doctor Brown no existe en la realidad, pero en la ficción permite cambiar el pasado para que el adolescente sin futuro se vuelva finalmente un músico exitoso, el padre mediocre y más bien repulsivo se convierta en escritor y “hombre de verdad”, la madre adelgace y se vuelva más sexy, todos los buenos reciban su recompensa, en fin, y todos los malos su castigo. En los cuentos de Pedro Acuña, al contrario, los malos lo son por omisión o por misteriosos actos fallidos, los buenos no son constantes ni perfectamente fuertes, la consumación de la felicidad le llega al de al lado y tampoco es tan buena como parecía, y sobre todo el fracaso ni siquiera destruye: ni siquiera hay la opción de un final trágico o realmente estremecedor.
Y como fondo, lo que hay aquí es una serie de referencias sutiles, insidiosas y muy inteligentes, a historia, filosofía, literatura y, desde luego, cultura pop, que atan las tramas entre sí y sugieren en todos los casos una idea inquietante: el error que se esconde en la acción misma de contarnos historias, porque ellas nos explican, nos dan sentido en el tiempo, nos perfeccionan y en más de una ocasión nos falsean. Nos convierten en figuras que después de cierto tiempo ya no se nos parecen.
Así, por esta ruta muy curiosa, Pedro J. Acuña se muestra como un narrador interesado no en el futuro sino más bien en el presente, y en uno de sus temas cruciales, que es cómo controlamos, embellecemos, falsificamos la percepción de lo que nos rodea y de nosotros mismos. Cualquier noción reconfortante de identidad –nuestra o de otros– se pierde en estas historias. El vagabundo Sócrates, apestoso y banal; el alcalde antisemita que se llama Adolfito; el cantante Luis Miguel Archundia, atragantado y feo, son reflejos deformados, desde luego, pero en cierto momento ya no queda claro de qué son reflejos. Así que se parecen a nosotros, buscándonos en películas en las que nunca estaremos y fingiendo que nos encontramos. La conclusión de estos esfuerzos suele ser desoladora, porque en realidad tampoco hay muchas otras opciones a nuestro alcance. Pero estas historias se preocupan en especial por los riesgos en la búsqueda de la realidad. Lo demás quedará para el futuro.
Mañana, 9 de octubre, salgo a España: estaré en Madrid para promover Los atacantes, mi nuevo libro de cuentos, recién aparecido en la estupenda editorial española Páginas de Espuma. Además, voy a las II Jornadas «Figuraciones de lo insólito en las Literaturas Española e Hispanoamericana», organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León, y también a Sevilla, al X Recital Chilango Andaluz. Los programas completos de estos eventos, y los detalles de por dónde andaré, a continuación:
SEVILLA (programa completo) Lunes 12 de octubre
Casa Ensamblá (Clavellinas 14)
20:30 horas
Darío Villasís – Exposición ‘Oda a la Vida’.
Fausto Esparza – Exposición (México)
Lectura de textos:
Alberto Chimal (México)
Javier Sánchez Menéndez
Israel Pintor (México)
Carlos Wamba
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12:00 horas
Conferencia «La imaginación en México»
con Alberto Chimal
17:00 horas
Mesa redonda «Escritores de la imaginación»
Alberto Chimal, Patricia Esteban Erlés y Juan Jacinto Muñoz Rengel
19:00 horas
Velada fantástica y homenaje a la editorial Páginas de Espuma
Lectura de textos con Alberto Chimal, Patricia Esteban Erlés y Juan Jacinto Muñoz Rengel
Si gustan, nos vemos por allá. No se sorprendan, si me encuentran, de verme sonreír: este es un viaje largamente esperado por varias razones, que incluyen ver un libro nuevo puesto a disposición de lectores de ambos lados del Atlántico…, y de la mano de Páginas de Espuma, una editorial que le ha apostado siempre al cuento como género y como posibilidad de apasionar y sorprender. (Y además, en la Universidad de León prepararon este dossier estupendo alrededor de Los atacantes…)
En cuanto los tenga, aquí estarán los datos de las cosas por hacer que también habrá en Madrid.
Muchas gracias a Juan Casamayor, Pablo Raphael, Eloy Barajas, Natalia Álvarez Méndez e Iván Vergara.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
En la unidad habitacional en la que vivimos tenemos un lugar de estacionamiento cerca de los contenedores de basura. Fue el único que pudimos conseguir. Los vecinos usan toda la zona como tiradero: cada día, para poder mover el coche, hay que hacer a un lado bolsas de desechos, comida en descomposición, trozos de muebles, carcasas de aparatos quebrados. También, ocasionalmente, cascajo, y entre enero y marzo gran cantidad de árboles de navidad: llegar por la mañana en esos meses es ver un bosque en miniatura, todavía oloroso y salpicado de nieve artificial y restos de esferas rotas.
La otra noche llegamos y, entre los desechos habituales, había una caja de cartón. Nos llamó la atención que estuviera llena de libros y que, hasta arriba de todos, tuviera ejemplares de El rehilete, una añeja revista mexicana famosa, entre otras razones, por haber estado dirigida exclusivamente por escritoras.
Aunque tal vez no tuvieran gran valor monetario, los ejemplares no eran de ningún modo fáciles de hallar en la actualidad.
Luego vimos con más detenimiento el resto de los libros, entre los cuales había uno de André Malraux, las Novelas ejemplares de Cervantes, un tratado titulado Para comprender la historia y una antología muy maltratada de poemas de Juan de Dios Peza.
Se nos ocurrió que la caja podía ser la colección de alguien: probablemente, de alguien que había muerto. Los objetos preciados de una persona se convierten en basura para quien los hereda y no les encuentra valor.
¿Quién era esta persona?
No tenemos manera de saberlo, pero otros de los libros en la caja eran un manual muy viejo para maestros sindicalizados y una Guía del docente; además, entre los libros había también una botella de perfume de mujer, en su propia caja, guardada con esmero.
Pensando en estos objetos no nos costó mucho imaginar a una profesora, ya anciana, más «leída» que el promedio y también, posiblemente, más interesada en el feminismo o las cuestiones de género, cuyos objetos preciados fueron desechados a toda prisa por sus deudos. ¿Será lo que pasó? Lo único seguro es la eliminación de lo que se consideraba basura.
El hallazgo en el tiradero que es parte de nuestra vida cotidiana no llega a más que esto. No quedaba nada más que hacer después de especular sobre la identidad de la posible muerta. Nos llevamos las revistas y buena parte de los libros: los donaremos a alguna biblioteca y allí se acabará su relación con nosotros y con quien los atesoró y los guardó, quizá, por mucho tiempo.
Ahora que está de moda la autoficción –la escritura desde el yo, la autobiografía hiperrealista–, pienso en restos como éstos, residuos de la vida de alguien cuyo nombre no conoceremos. Dice con entusiasmo Cristina Rivera Garza que la escritura desde el yo, que deja de lado las convenciones de la ficción, es para lectores
(…) que buscan la experiencia radical de la otredad, para los que los libros no son una serie de puntadas humorísticas ni mucho menos un divertimento pasajero, los que quieren tocar con las manos abiertas el aquí y el ahora de su lenguaje y de su experiencia, esos lectores arrebatados e iracundos, esos lectores anhelantes y alertas, generosos, melancólicos (…)
Me pregunto si podría haber lectores así, o de cualquier otro tipo, para la vida que vislumbramos apenas en esos objetos viejos y despreciados: esa que por sí misma no pudo ni podrá escribirse jamás.
En otros años me daba por poner «cajas»: colecciones de enlaces, videos y otras curiosidades, en ciertas fechas. Ahora será para terminar el año 2013, que fue muy agotador y muy intenso y que no apunta (por lo menos en México) a casi nada bueno. Ojalá que nos vaya mejor de lo que parece.
I. 12 libros
No es una lista de los mejores libros del año (cosa imposible de hacer, aunque esté tan de moda hacer listas de eso y de todo) sino simplemente una serie de novedades que hallé durante el año y que merecen recomendarse.
1. La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera (Periférica). Una nueva entrega de uno de los mejores escritores vivos de México.
2. Los muertos indóciles. Neoescrituras y desapropiación de Cristina Rivera Garza (Tusquets). Una serie de ensayos muy audaces, a la vez comprometidos con la realidad política y con la experimentación literaria.
3. Esto no es una novela de David Markson (La Bestia Equilátera). Un libro transgresor y a la vez (muy raro) entrañable, parte de una serie de anti-novelas de su autor, fallecido en 2010.
4. La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (Alpha Decay). Una de las mejores novelas de los últimos veinte años (un experimento tremendo y una historia de horror) traducida al fin al español.
5. Ciudad fantasma, antología de Vicente Quirarte y Bernardo Esquinca (Almadía). Una antología que documenta la tradición del cuento mexicano de imaginación fantástica y cómo ésta transforma y recrea (para volverla pesadilla) a la ciudad moderna.
6. Loba de Verónica Murguía (SM). Una novela que enfrenta la realidad de la violencia desde la fantasía heroica (con lo que abre un nuevo camino en esa tradición), y un logro grandioso de estilo y recreación histórica.
7. 25 minutos en el futuro. Nueva ciencia ficción norteamericana, antología de Bernardo Fernández Bef y Pepe Rojo (Almadía). Una compilación que hacía falta de la más nueva ficción especulativa del mundo de habla inglesa.
8. La fila india de Antonio Ortuño (Océano). Un libro estremecedor sobre los migrantes centroamericanos que cruzan México: uno de muchos aspectos de la actualidad nacional que apenas se mencionan.
9. Los predilectos de Jaime Mesa (Alfaguara). Una mirada al vacío de la actualidad y, sobre todo, de quienes están en la cúspide de la pirámide social.
10. Poemas de terror y misterio de Luis Felipe Fabre (Almadía). Una colección juguetona y sumamente original, que se apropia de los monstruos del horror clásico y contemporáneo.
11. Entre la luz de José Luis Zárate (Arlequín). Una serie de ensayos sobre cultura pop, cine, literatura e internet de uno de los auténticos autores mexicanos «de culto».
12. Pequeño diccionario de cinema para mitómanos amateurs de Miguel Cane (Impedimenta). Un libro hermoso y personalísimo que comenté aquí mismo.
II. Tres del Viajero del Tiempo
Una felicidad para cerrar un año que tuvo de todo: ya está en preparación El gato del Viajero del Tiempo, una nueva entrega de aventuras mínimas de este personaje que apareció primero en la red Twitter y luego en un libro (El Viajero del Tiempo) publicado en 2011. La editorial Posdata, en su colección de minificción Hormiga Iracunda, publicará esta segunda parte, igual que publicó la primera. Puedo decir desde ahora que el libro es distinto del anterior. Para empezar, no todos los textos se escribieron en la red y la forma del conjunto quiere ser más extraña, más juguetona y atrevida.
Para que cualquier interesado pueda darse una idea de qué contiene el libro, un fragmento de éste ha aparecido, con el título de «Tríptico del Viajero del Tiempo», en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica, que se puede leer en este archivo PDF (véase la página 10).
III. Cine
Sólo porque sí, una película completa y subtitulada que encontré en internet: una copia de Oldboy (2003) de Park Chan-wook. Acaba de ser objeto de una remake, así que esta puede ser la oportunidad de que alguien la redescubra.
IV. Música
Tres listas:
1. Una que me pidió el portal SinEmbargo: se titula «Música para soñar» y contiene piezas y canciones asociadas con sueños y pesadillas. Cada una se explica con una pequeña historia. Todo se puede leer y escuchar desde aquí.
2. Una que me pidió el sitio La Oficina Live: ésta es de personajes extraños, que pueden asomarse (tal vez) en las piezas que elegí. Hay más detalles sobre el asunto en esta otra nota.
3. Una que no pidió nadie, pero qué más da: música para La torre y el jardín. Quien haya leído la novela podrá ver qué corresponde a qué con sólo echar un vistazo al índice. Hay piezas que usé mientras escribía y hay otras que hallé para acompañar ciertos momentos. Quien no conozca la novela –incluso, quien no esté interesado en conocerla– tendrá una selección muy rara, muy diversa, que podría no disgustarle. Hela aquí.
(Nota: las listas 1 y 3 utilizan el servicio Spotify.)
Ojalá que actuemos y no sólo esperemos que las cosas cambien solas. Nos vemos, espero, en 2014.
Anteayer me preguntaban por el libro más divertido que hubiera leído. Me quedé pensando más tiempo del que había previsto: más del que me hubiera parecido sensato. Me di cuenta de un hecho en el que, sinceramente, no había reparado: cuando elijo un libro no pienso casi nunca en cuánto espero divertirme al leerlo. Siempre disfruto un libro divertido pero, además de que puedo apreciar aquellos libros que no intentan serlo (que ofrecen algo distinto), me comporto como la mayoría de mis colegas: la capacidad de un libro para divertir no está entre mis prioridades. Al menos, al leer.
En parte es una deformación profesional, supongo. Aprender a escribir implica, en cierto modo, perder la inocencia de la que puede gozar un lector que no escribe, pues exige descubrir cómo se logran los efectos que el lector simplemente percibe (y, en su caso, disfruta). También puede deberse a las muchas lecturas por obligación que se deben hacer cuando, además de escribir, se intenta trabajar en otras actividades relacionadas con la escritura. Y en México, por lo menos, puede haber también una tercera causa: cierto reflejo condicionado contra el entretenimiento como fin en sí mismo.
(Muchas personas creen que esto proviene de un deseo, por parte de los escritores, de estar siempre en una pose solemne, como si sólo los libros aburridos y pretenciosos valieran la pena, o como si los «grandes temas» de la literatura fueran incompatibles con el humor, las peripecias novelescas o el juego. No niego que muchos colegas tienen esa actitud, pero otros intentamos, simplemente, sostener un punto de vista opuesto al de las personas que juzgan que la intención de entretener es suficiente –o la única válida– para una obra artística: aquellos que, por ejemplo, se quejan cuando ven cualquier crítica de una obra pues la literatura, dicen –o el cine, o cualquier otra–, sólo existen para «escaparse» un rato, para «desconectar el cerebro».)
En cualquier caso, como la cuestión me pareció interesante, hice la pregunta en Twitter: «¿Cuál es el libro más divertido que usted haya leído?» Muchas personas respondieron; si bien el resultado no se podría sostener muy bien como estudio estadístico riguroso, sí fue posible hacer varias observaciones interesantes:
Muchos libros y autores considerados clásicos, imprescindibles de la literatura, de culto, etcétera, no aparecieron en absoluto. Tampoco todos los lectores tienen el entretenimiento como única prioridad.
Aparecieron varios autores considerados «divertidos» (John Kennedy Toole, P. G. Wodehouse o Jorge Ibargüengoitia, por ejemplo) pero también otros más raros, más inesperados, como Vicente Leñero o Marilyn Manson (!). Lo que entretiene –esto es menos obvio de lo que podría parecer– no es lo mismo para todos los lectores: no es un sector definido ni mucho menos un gueto de la literatura.
Una sorpresa particular fue Don Quijote, de Cervantes, que fue el libro más antiguo de los mencionados y uno de los más populares. En realidad quienes lo propusieron tienen razón: es un libro muy divertido aunque acostumbremos considerar, antes que ese rasgo, su influencia y prestigio enormes.
Otra sorpresa fue que muy pocos colegas se animaron a opinar.
Cuando menos, me queda claro que los escritores no pensamos mucho en la cuestión del entretenimiento. Que lo abordamos en general sólo como una frivolidad, o como un asunto polémico, y rara vez nos planteamos –al menos en el país que habito– que también puede ser una posibilidad de contacto con el lector.
El acopio entero de los tuits está en esta dirección, y a continuación se ve un retrato de Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, otro de los libros más populares de la encuesta: