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El viaje del cuentista

Luis Jorge Boone, La noche caníbal. México, FCE, 2008

Sin ironía ni doblez, es verdad lo que muchas personas dicen al comentar primeros libros: siempre es una alegría llegar a ellos, observar el camino que un escritor empieza a trazarse y especular sobre lo que vendrá a partir de lo que ya existe.

Ahora bien, este de Luis Jorge Boone no sólo está lejos de ser de verdad su primer libro, porque viene precedido por varias (y premiadas) colecciones de poesía. Además, es rarísimo: no se conforma con prometer —con sugerir, por ejemplo, que sus textos posteriores estarán mejor trabajados, que es como termina la mayor parte de los autores primerizos— y tampoco es una mera declaración de su poética como narrador, de unos principios que se suponen inamovibles y que por lo general acaban por cambiar, por desecharse o perfeccionarse. Sin permiso ni validación del autor, creo que La noche caníbal puede leerse incluso como la representación de un proceso: el de un escritor mexicano que busca su sitio dentro de lo que se escribe a su alrededor, no termina de encontrarlo y decide por fin que eso es lo mejor que podría pasarle. Ya sé que jugar a que un libro de cuentos es una novela es un truco de los más sucios de la posmodernidad, pero lo haré de todos modos. Aquí va:

El primero de los cuentos reunidos, “Siempre habrá alguien detrás de ti”, sugiere en principio el horror rancio de incontables textos de la llamada generación X, aquellos por los que sabemos incesantemente nuestra evisceración y nuestro tedio. “Llevas un cuchillo en la mano izquierda, en la otra el control remoto de la televisión”, dice el narrador a su protagonista, y el resto es truenos que conocemos bien aunque están representados con gran habilidad.

Sin embargo, en la siguiente historia, “El invierno en Devonshire”, la voz del personaje se apropia de la narración como para anticipar que todos los seres inventados del libro se volverán más complejos y extraños a medida que la colección avance…, y al mismo tiempo la trama deja muy atrás todo discurso encorajinado y falsamente nihilista, llega más lejos que el personaje del primer cuento en la locura, cae más bajo… y encuentra, en el fondo, algo muy extraño: “Un día me negué a salir: me encontré hastiado, sin ánimo de perdición (…) Reconocí aquella vida sin límite, en la euforia de la autodestrucción, como otro engaño, otra apariencia que se derrumbaba al primer torpe intento de justificarla, de encontrar sus anclas.”

¿Qué hay más allá del agotamiento terminal? En este caso, la búsqueda del mal más allá de los límites del mundo, en un guiño que tiene más que ver con Lovecraft que con cualquier influencia de nuestra maltrecha literatura local. Pero al dejar atrás los escenarios y modos habituales, al colocarnos en un cuento que contradice y refina lo dicho por el anterior, el autor, oculto en la voluntad de orden de los textos, abre el libro a varios otros lados a la vez y sugiere —al menos a mí— que los cuentos son etapas de una búsqueda, pruebas que deben cumplirse para encontrar una voz propia: la vertiente fantástica del tercer cuento, “Laberintos circulares”, se deja ver en su personaje descolocado, sus imágenes y sus ilustraciones —como tomadas de una enciclopedia de minucias borgesianas…— pero precede a “Oblivion”, cuyo protagonista es una mujer a la que se mira desde muy cerca, en una intimidad dolorosa que no se había visto antes en el libro y que nada tiene de sobrenatural a pesar de su relación, cercanísima, con la muerte. Lo que está a la vista es el contacto con lo que la narración llama las “paredes” de la memoria: el extravío en la simple realidad después de una pérdida tremenda, y la conclusión de la historia, al no apuntar a ninguna resolución, la vuelve más urgente, más entrañable.

Y luego, los tres cuentos que cierran el libro resultan ser los más logrados porque todos los temas de los anteriores se suman en ellos, se encuentran y se combinan en variaciones inusitadas. Éstos no son los tanteos de un principiante porque hay varias coordenadas fundamentales: la muerte, el recuerdo, la agitación de la conciencia que puede llevar a la locura, la curiosidad o el horror que puede inspirar la profusión del mundo están presentes siempre. Pero la caída aparentemente verosímil que se cuenta en “Telarañas” es eficaz porque no es realista, el catálogo fantástico de “Mandrágula” se perfecciona al no sugerir de modo enfático la ruptura de lo real y en el último cuento, que da título al libro entero, hay una ilusión de verdad tan fuerte que vuelve más convincentes, incluso, los momentos en los que la historia se acerca al naturalismo tradicional de la literatura mexicana. Sutilmente, estos tres cuentos cumplen la promesa que todos los primeros libros quisieran al menos hacer: apuntan a nuevas formas de decir.

Dado que el esoterismo está más de moda que Hegel, ahora tendría que hablar no de un proceso dialéctico sino, por ejemplo, del tarot como representación de un camino iniciático universal; ahora tendría que decir que el auténtico protagonista de La noche caníbal debe ser Luis Jorge Boone, quien muestra sus descubrimientos narrativos de manera análoga a las transformaciones de la figura del Loco, el primer arcano mayor, que crece y se eleva a medida avanza por el mazo y se metamorfosea en todos los otros personajes representados en las cartas.

Pero no creo en el tarot, o al menos no de ese modo, y en cambio pienso en las cartas como en los libros: depósitos de símbolos, articulados entre sí pero siempre dependientes de la percepción humana, capaces de ser leídos de infinitas formas…, y eso, por lo demás, sólo si valen algo: si contienen las semillas de esas formas. La noche caníbal es un libro extraño y notable como un instigador de lecturas múltiples e inusitadas; además de contar, lo repito: describe su propio alejamiento gradual de las rutinas de lo peor de nuestra narrativa hasta llegar a algo distinto, un espacio mágico donde la imaginación del autor encuentra compañías más propicias y sugiere, como otro puñado de libros recientes, que no todo es el excremento y la vanidad que fascina a varios.

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