Oskar y compañía
Mayra Inzunza, Índigo. México, Praxis, 2008. 138 pp
El tema aparente de Índigo, la primera novela de Mayra Inzunza, es muy antiguo y aparece en mitos de muchas culturas: la memoria no natural, la posesión de conocimientos que es imposible haber aprendido. La idea casi siempre se invoca en las historias sobre la reencarnación: las almas humanas, se dice, van al limbo con todos los recuerdos de sus vidas previas, los saberes y las amarguras de sus vidas previas, y lo único que les impide renacer con esa carga encima es la misericordia de los dioses, que ocultan los recuerdos. Kipling escribió que lo hacían para que la Tierra no quedase despoblada en una generación, cuando nadie pudiese encontrar un amor capaz de medirse con los de su pasado, pero también está la mera inquietud o el mero horror de contemplar a los niños sabios, que dicen palabras de adulto con medias lenguas y desmienten el aspecto desvalido de sus cuerpos con sagacidad o malicia que otros adquieren sólo después de muchos años.
Y también, por supuesto, está la imagen contraria: la contemplación de los horrores o las incertidumbres del mundo desde el desvalimiento: el niño sabio como metáfora de cualquiera de los habitantes del presente, capaz de mirar pero convencido de la imposibilidad de la acción en un universo hostil y enorme.
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