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De la madurez

Uno de mis propósitos para este año es dejar de buscar disculpas para el cuento. No las necesita, y si hay lectores que no se le acercan, peor para ellos. Que se vayan a leer la novela de moda y que nos dejen en paz. Que la forma del cuento es más antigua que la de la novela, dicen: muy bien. Que es más extraña: quién sabe cómo definen “extraño”, pero de acuerdo. Que es más exigente, menos reconfortante, más arriesgada y peligrosa: sí, lo es, cuando se trata de cuentos que valen la pena. Son pocos, pero el encontrarlos es el encontrar una parte de lo verdaderamente valioso de la literatura, que no depende de su género –de hecho, incluso lo podemos encontrar en alguna que otra novela– y que rara vez podemos ver cuando está demasiado cerca: cuando acaba de aparecer o lo ha escrito alguien de nuestros contemporáneos.

Sospecho que Edificio de Ana García Bergua será reconocido, cuando podamos leerlo bien y con calma, como uno de esos libros escasos: de los que compensan meses y años de búsqueda entre novedades huecas y mal hechas. De momento, para celebrar su aparición, quedémonos con lo que se ve más inmediatamente: las quince historias que componen este volumen –fragmentos de las vidas de otros tantos personajes que son vecinos en un conjunto imaginario de departamentos– son apasionantes.
      Ahora que nos encontramos con los cuentos más bien en colecciones que en revistas o periódicos, los mejores cuentistas buscan formas nuevas de justificar la existencia de sus libros. La intención, en general, es que las historias sugieran una unidad que les dé otro sentido más allá del que pudieran tener individualmente: que los textos se hablen, como ha escrito el crítico Gabriel Wolfson, a la vez que nos hablan a nosotros. Edificio se propone este objetivo de un modo claro e ingenioso: algunos personajes aparecen en más de un texto, de manera que todos parecen suceder en el mismo mundo inventado. No es un artificio muy distinto del entrelacement: la técnica por la cual los precursores de la novela en la edad media comenzaron a reunir tradiciones dispersas y a convertirlas en largos ciclos narrativos, aunque aquí los personajes reunidos poco a poco, por medio de referencias sueltas que el lector va reuniendo aun sin darse cuenta, no son caballeros y reyes sino hombres y mujeres de clase media y de mediana edad, que se enfrentan con sus propias vidas huecas y con el extrañamiento que les inspira el hecho de que el tiempo los va dejando atrás: que el destino del ser humano es la irrelevancia y el olvido y casi todos llegamos a esa meta mucho antes de la muerte. Las semillas de esta visión se plantan en el primer cuento, “La carta”, y dan fruto en el último, “Los tormentos de Aristarco”; este último incluso se las arregla para reinterpretar, sutilmente, varias de las narraciones precedentes.
      Por otra parte, lo que apasiona de los cuentos de Edificio –o lo que a mí me apasiona– no es el dibujo de su realidad general y desoladora, por elegante que pueda ser, sino las historias individuales: los sucesos concretos de cada vida imaginada. En esto Edificio tiene raíces más antiguas: al contrario del grueso de nuestra tradición realista, que lleva cincuenta años escribiendo los mismos tedios de las mismas formas tediosas, Ana García Bergua toma lo mejor de la más antigua tradición de la narrativa –el impulso de la trama, la curiosidad por “lo que va a pasar después”– y en muchas ocasiones nos fuerza, efectivamente, a preguntarnos qué puede pasar luego con sus personajes. Esto no es poca cosa: sin aspavientos, cada texto sorprende con vueltas impredecibles, con sucesos que tienen perfecto sentido cuando ocurren pero no se ven venir y no necesitan ser imposibles ni estrambóticos. La contención no se tiene por una virtud entre nosotros y en verdad lo es muy raramente, pero aquí se le emplea para producir muchas veces un efecto devastador: incluso las vidas más anodinas, las más alejadas de lo que ofrecen los sueños y hasta los hechos improbables, de pronto pueden dar a quienes las viven una sorpresa. Nuestras formas de pensar, por sólidas y tercas que puedan parecer, pueden llevarnos a acciones y encuentros inusitados; nuestra rutina puede desembocar en transformaciones radicales; todo lo anterior puede trastocarnos, y hasta destruirnos.
      Si somos como los personajes de este libro, todo esto significa que ni siquiera la desolación puede ofrecernos una estabilidad verdadera, el consuelo de lo que no cambia. Y, sin embargo, tal vez sea para bien que nuestras certidumbres sean tan engañosas y nuestras existencias tan frágiles. Nunca hay en Edificio el gusto por la superficie del sufrimiento que está de moda en tantos de esos libros malos que mencioné al comienzo: al contrario, hay una perplejidad que me cuesta describir porque no es resignada pero tampoco frívola. Tal vez, parece decir, incluso quienes estamos encerrados en nuestras vidas estamos más expuestos de lo que deseamos. Y tal vez sea para bien aunque no sea para nuestro bien, como dicen que dijo Kafka.
      Para acabar, permítanme una cita rara: es de Santiago Auserón, cantautor y rocanrolero español, quien habló en una de tantas entrevistas de los problemas de la música popular de su país. “Cada vez que está a punto de madurar una generación”, dijo, “la industria y los medios la abandonan a su suerte: los chavales se mueren de estrellato antes de tiempo. (…) No se produce con naturalidad el paso del estado de adolescente alucinado a humilde artesano con capacidad de aguante”. Ahora se podría usar lo dicho por Auserón para declarar muchas obviedades. Mejor hacer una analogía a partir de la cuestión del aguante: aquí no hay industria ni medios que se desentiendan de los escritores (porque tampoco dan el paso inicial de interesarse por ellos), pero de todas formas son muy pocos quienes apuestan por el refinamiento complicado, doloroso, incierto del trabajo propio más allá de los primeros pasos, del primer golpe que casi nadie consigue dar y que tantos viven buscando mucho más allá de toda medida. Ana García Bergua es una de esas escasas afortunadas que ha sido consecuente con su evolución como escritora, que ha aceptado la madurez de su vida y la ha convertido en madurez de su trabajo.

(Esta nota se leyó el mes pasado en la presentación de Edificio, libro de cuentos de Ana García Bergua publicado por la editorial Páginas de Espuma.)

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Presentación de Edificio: cuentos de Ana García Bergua

Editorial Páginas de Espuma y Colofón invitan a la presentación del libro Edificio de Ana García Bergua, publicado por la editorial Páginas de Espuma. La cita es el jueves 4 de febrero a las 19:00 horas en el Centro Cultural España (Guatemala 18, Centro Histórico, atrás de la Catedral Metropolitana). Participarán José de la Colina, Fabio Morábito y la autora. Yo iba a estar en la mesa y no podré (contra lo que deseaba), pero escribí un texto para la presentación. De él adelanto solamente que el libro me parece extraordinario.

Edificio, de Ana García Bergua

Edificio es un conjunto de relatos sobre los habitantes de un edificio de departamentos, donde la historia de cada uno se entrevera con las de todos los otros y (de pronto, sorpresivamente) adquiere más de un sentido. Dice el boletín: «Estos cuentos (…) son un edificio mental, literario, armado con historias que siempre salen un poco de sí mismas para desembocar en otra parte, como ocurriría si uno espiara por las ventanas e intentara descifrar qué mundo esconden los gestos de sus habitantes. Como muchos edificios, este puede estar en muchas partes, y sospechosamente sus espacios pueden variar de tamaño, o bien expandirse y contraerse en latidos, como sucede con las vidas de quienes pasan sus horas en ellos. Como le podría pasar a cualquiera. Como quizás te pase a ti.»

Ana García Bergua (1960) estudió Letras Francesas y Escenografía Teatral en la UNAM. Ha publicado las novelas El umbral (1993), Púrpura (1999), Rosas Negras (2004) e Isla de bobos (2007); los libros de relatos El imaginador (1996), La confianza en los extraños (2002) y Otra oportunidad para el señor Balmand (2004), así como los libros de crónica Postales desde el puerto (1997) y Pie de página (1997). Muchos de sus cuentos figuran en antologías. En 1992 recibió la beca para Jóvenes Creadores del FONCA y en 2001 entró al Sistema Nacional de Creadores de la misma institución. Desde 1987 hasta la fecha ha publicado cuentos y crónicas literarias en diversas publicaciones; su columna «Paso a retirarme» aparece desde hace varios años en La Jornada Semanal.

(Gracias a Paola Tinoco.)

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