Platicando con una amistad, llegué a la anécdota de un publicista que comentaba la belleza de una campaña publicitaria. Mi amigo se indignó porque, dijo, nadie podía creer realmente que hubiera belleza en algo como la publicidad. Y se indignó más cuando le dije que yo sí lo creía. Nabokov, le dije, veía la belleza de un problema de ajedrez en la secuencia de jugadas que representan su solución. Hay millones de personas capaces de hablar de la belleza de un gol o de una jugada de futbol, como el famoso «Gol del siglo» de Diego Maradona:
Yo no puedo ver lo que ellos ven porque no sé de ajedrez ni me gusta el futbol, dije también. No llegamos a nada entonces, porque la discusión se fue a Diego Maradona y a temas aún más remotos. Pero lo que cuenta aquí es lo siguiente:
Un ejercicio interesante de escritura puede ser inventar un personaje y ponerlo a describir algo, cualquier cosa, en lo que él o ella encuentre la belleza. La belleza es una experiencia subjetiva: depende del conocimiento, la experiencia, los intereses y la percepción de cada persona. Más ejemplos: J. G. Ballard escribió de la belleza de los choques de automóviles en su novela Crash; «Olaf oye a Rachmaninoff» de Cary Kerner (un autor ¿noruego? a quien se recuerda exclusivamente por ese cuento) describe la belleza de un concierto de piano sin referirse casi nada a la música…
Los comentarios de esta nota quedan abiertos para quien desee intentar y publicar aquí su ejercicio.
Un día, hace mucho tiempo, me tocó escuchar a una persona corrupta (que no sólo lo era, sino que se llamaba a sí misma corrupta: que lo aceptaba con cinismo y hasta con alegría) criticar a las personas honestas. Decía que un «virtuoso» lo es por vanidad, por querer creerse mejor que los demás. Esta persona, en cambio, era mejor que ellos, según decía: virtuosa de veras, porque no negaba su naturaleza.
Esto sugiere al menos un ejercicio de escritura: inventar parlamentos en los que un personaje intente justificar alguna cualidad negativa o defecto de carácter «convirtiéndola» en una virtud.
Los interesados en intentar el ejercicio pueden dejarlo en la sección de comentarios de esta nota.
He aquí el primer juego literario del año. En El resplandor, una novela de Stephen King, se dice de un personaje que
En Stovington había sido una pequeña luminaria, un escritor norteamericano en gradual florecimiento, quizá, y sin duda un hombre con condiciones para enseñar ese gran misterio de la creación literaria. Había publicado dos docenas de cuentos. Estaba trabajando en una obra de teatro y pensaba que en alguna trastienda mental debía estar incubándose una novela.
Este personaje es, por supuesto, Jack Torrance, que en la novela (y en versión fílmica de Stanley Kubrick) es un personaje sumamente problemático: un protagonista que se convierte en un monstruo y termina intentando asesinar a su propia familia. Las razones y el proceso por los que esto sucede son diferentes para King y para Kubrick, y dan para una discusión de lo más interesante sobre las diferencias entre literatura y cine… que podemos dejar para otra ocasión.
De Torrance se dice también (esto sucede mucho antes de que comiencen sus tribulaciones y los sucesos verdaderamente terroríficos de la historia) que
Cuando finalmente se graduó, consiguió el trabajo en Stovington, sobre todo gracias a la fuerza de sus relatos, de los cuales por entonces llevaba ya publicados cuatro, uno de ellos en Esquire. Ése era un día que Wendy recordaba con mucha claridad; le harían falta más de tres años para olvidarlo. Ella estuvo a punto de tirar el sobre, pensando que era un ofrecimiento de suscripción, pero al abrirlo se encontró con que Esquire quería publicar a comienzos del año siguiente el cuento de Jack «Los agujeros negros».
Dos docenas de cuentos dan para un libro. Y Esquire, en la época en que está escrita la novela, no era solamente una revista de actualidad (como la que circula ahora) sino también un espacio de prestigio literario en el que se publicaban cuentos de gran calidad. Es decir, Jack Torrance no carecía de talento.
¿Cómo hubiera sido la colección de los Cuentos completos de Jack Torrance? La propuesta: escriban el índice del libro y una breve sinopsis de cada cuento. Sólo se tiene para empezar el título de uno de los textos: «Los agujeros negros»; el resto puede decidirlo quien desee participar.
En el fondo, por supuesto, el ejercicio es crear la personalidad de escritor de Torrance por medio de sus cuentos y de lo poco o mucho que se sabe de él. Y el truco es evitar la salida obvia, e inverosímil, de hacer referencia en los textos a los sucesos de El resplandor. Torrance no podía saber, cuando escribía, que era personaje de una novela (o una película) de terror. ¿De qué otra cosa podrían haber tratado sus historias?
Los comentarios de esta nota quedan abiertos para quien desee imaginar cómo eran los cuentos de este autor malogrado.
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Un paréntesis. Pensando en la palabra sinopsis, una recomendación para quienes hacen ejercicios o presentan proyectos narrativos: cuando se les pide sinopsis o argumento en vez de una historia completamente desarrollada, lo más probable es que la persona (el profesor, el productor, el editor) desee el resumen completo de la trama, de principio a fin, y no una «sinopsis» como las que se encuentran en la contraportada de un libro o la parte de atrás de la caja de un DVD, que sólo esbozan el comienzo de la historia y terminan en generalidades. De nada sirve decir que una historia todavía por escribir será «apasionante», que tendrá «acción» ni nada parecido, y la confusión es común en la actualidad.
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Ahora, aunque no sirve de nada para el ejercicio, el avance de cine de El resplandor:
Además de todo lo demás (un par de libros; textos por obligación y placer; anotaciones para esta bitácora y para la sufrida cuenta de Tuiter), estoy preparando un par de cursos: ambos serán de novela y se repartirán entre revisar textos de los asistentes y hablar de la teoría (si es que es posible: si hay una sola, o varias ideas que pudieran ensamblarse para parecer una sola) de la novela.
Entre otras referencias, está la del pasaje siguiente, que proviene de Pietr el letón (1931), la primera de la larga serie de novelas del inspector Maigret escritas por Georges Simenon. Maigret está vigilando desde afuera, y en tiempo tormentoso y desagradable, la casa del sospechoso, y sus pensamientos vagan hacia estas ideas sobre el descubrimiento y la detección:
Era más bien una teoría propia y, aunque jamás la había desarrollado, permanecía imprecisa en su mente […]
En cualquier malhechor, en cualquier delincuente, hay un hombre. Pero también hay, y sobre todo, un jugador: un adversario que generalmente ataca, y éste es el que la policía intenta ver.
¿Se ha cometido un crimen o un delito cualquiera? La lucha se enzarza en torno a unos datos más o menos objetivos. Una o varias incógnitas, que la razón intenta resolver.
Maigret actuaba como los demás. Como ellos, también utilizaba los extraordinarios instrumentos que los Bertillon, los Reiss, los Locard han puesto en manos de la policía y que constituyen una verdadera ciencia.
Pero buscaba, esperaba, acechaba sobre todo la «fisura». En otras palabras, el momento en que, detrás del jugador, aparece el hombre.
En el Majestic, había tenido ante sí al jugador.
Aquí presentía otra cosa. La casa apacible y ordenada no formaba parte de los accesorios de la lucha entablada por Pietr el Letón. La mujer, sobre todo, y los niños entrevistos u oídos pertenecían a otro orden material y moral.
Y por ese motivo esperaba, aunque de mal humor, pues le gustaba demasiado su gran estufa de hierro colado y su despacho, con las cervezas espumeantes sobre la mesa, como para no sentirse desdichado bajo esta pegajosa tormenta.
Puede que la «teoría» no suene muy interesante tal como está planteada, pero su práctica, a lo largo de muchos episodios de la serie de Maigret, es extraordinaria: Simenon nos muestra cómo su personaje descubre, una y otra vez, la fisura en el comportamiento de sus adversarios que le permite no atraparlos (no necesariamente) pero sí comprenderlos: encontrar lo que faltaba por ver de su carácter y sus motivaciones, de modo que su imagen se complete y revele profundidades imprevistas, sorpresas, a veces detalles conmovedores o terribles.
¿No es éste el modo en el que se explora, también, la creación de un personaje novelesco? Por muchos planes previos que se hagan, por copiosas que sean las biografías y escaletas que se redacten (y que pueden ser muy útiles, sí), en los personajes siempre hay un fondo secreto, un último reducto de ideas y motivos y pasiones que jamás se revela a la primera. Uno es también explorador en lo que escribe y en quienes escribe: preguntarse por lo que hacen es lícito porque su creación nunca está completamente bajo nuestro control; cuando menos, algo pasa invariablemente –algo se pierde o se gana– en el proceso por el que las ideas se verbalizan, se ordenan y luego se traspasan a signos escritos.
Los críticos de Simenon le cuestionan las tosquedades de acción y de estilo, la falta de pulimento. Pero en las reflexiones de Maigret y su búsqueda de fisuras, por descuidadas que puedan parecer, con mucha frecuencia me parece entrever esto: tal vez el escritor no trabajaba con un plan previo, tal vez improvisaba sobre la marcha, pero siempre acertaba. Siempre: sus personajes son invariablemente creíbles, humanos, complejos. Esto bien puede ser parte del famoso «oficio» del escritor: conocer a la humanidad y a la gramática lo bastante como para que aquélla se manifieste sin esfuerzo por medio de ésta.
(Un elogio típico que se da a los grandes dibujantes es decir que pueden hacer una figura sin bosquejarla primero: que su dominio del trazo les ha costado tanto que parece que no les cuesta nada.)
En «Tesis sobre el cuento», un ensayo famoso de Ricardo Piglia, se resume así un argumento que Antón Chéjov anotó pero jamás llegó a desarrollar:
Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida.
La propuesta es simple: escribir el cuento (o al menos el resumen del cuento) que Chéjov no escribió y en el que, desde luego, el desafío está en inventar un personaje y unas circunstancias que vuelvan creíble el comportamiento del personaje. El ensayo de Piglia contiene pistas útiles para intentar el ejercicio. Los comentarios de esta nota están, como siempre, abiertos para quienes quieran compartir sus textos.
En 1964, el cineasta francés Henri-Georges Clouzot intentó realizar la que iba a ser su película más ambiciosa: L’enfer (El infierno). El filme trataría de los celos enfermizos de un hombre (Serge Reggiani) por su esposa (Romy Schneider); a tal punto llegaría el trastorno del personaje que su percepción de la realidad comenzaría a cambiar y esto se reflejaría en imágenes extrañas como éstas:
La película nunca se realizó por numerosos problemas durante el rodaje, incluyendo la renuncia del actor principal y un infarto sufrido por el propio Clouzot. Hasta este año, 45 después de que el proyecto fuese abortado, se estrenó un documental sobre lo que L’enfer podría haber sido, dirigido por Serge Bromberg y Ruxandra Medea, que incluye el pietaje que coloqué arriba y mucho más. Pero todo esto viene a cuento aquí por lo siguiente.
Se puede sospechar que lo que se ve en las imágenes es lo que el marido percibe: por medio de las luces cambiantes se sugiere, tal vez, o la desesperación, o la paranoia, o la incapacidad del hombre para asir a su esposa, para comprenderla o hacerse una idea precisa o firme de ella. La propuesta del ejercicio: ¿cómo lograr esta misma impresión delirante exclusivamente por escrito? ¿Cómo sugerir este trastorno, profundo, de un hombre celoso?
El espacio de comentarios queda abierto, como siempre, para quien quiera dejar alguna propuesta.
(Nota: el video utilizado en esta ocasión y los datos sobre L’enfer los encontré en la bitácora de Stuart Heath.)
He aquí un ejercicio de caracterización con detalles interesantes (es decir, cierta complicación adicional).
1. Imaginar tan claramente como sea posible a dos personajes: A y B, muy diferentes entre sí; su edad, carácter, forma de hablar deben ser notablemente distintas.
2. Escribir, en forma de diálogo, una conversación telefónica en la que A, hablando con un personaje secundario C, intente hacerse pasar por B.
Como lo más probable es que A cometa algún error, sus equivocaciones deben reflejar detalles adicionales de su carácter (y mejor todavía si dejan ver algo de cómo percibe a B con base en su propia forma de pensar).
La sección de comentarios queda abierta, como siempre, para quienes deseen realizar el ejercicio.
La siguiente es la propuesta de un juego creativo. Tiene su origen en una anécdota real: un día, en una tienda de baratijas y objetos de adorno encontré tantos que me parecieron horribles que comencé a tomarles fotos. He aquí al primero de los peores:
La parte más interesante de la creación de personajes es imaginar a individuos que no se nos parecen: no sólo de aspecto diferente, sino que piensan distinto, que tienen diferentes convicciones y diferentes gustos. La propuesta es imaginar y escribir tres biografías brevísimas: cada una debe ser la de un personaje para quien uno de los objetos mostrados arriba sea la más preciada posesión (es decir, un personaje por objeto, y cada personaje debe preferir un solo objeto). Los interesados pueden (como siempre) dejar sus biografías imaginadas en la sección de comentarios de esta nota.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]