Antología de cuento (selección de Alberto Chimal, prólogo de Javier Perucho). UNAM, 2015
Sólo Cuento VII es parte de la serie Sólo Cuento: anuarios de narrativa breve hispanoamericana publicados por la UNAM. Cada año se selecciona un antologador diferente, que selecciona de acuerdo con sus criterios una colección de cuentos de autores hispanoamericanos vivos en el momento de la selección. Para el volumen de 2015, Alberto Chimal hizo una reunión de autores de seis países que fue prologada por el académico Javier Perucho y contiene, además de varias apuestas por nuevos autores, en especial mexicanos, varios rescates de autores ya consagrados y –por primera vez en la serie– un número elevado de textos escritos por mujeres.
Los autores antologados: Angélica Gorodischer («Jacoba, viento y escoba»), Bernardo Atxaga («Esteban Werfell»), Antonio Ramos Revillas («Las puertas del reino»), Ulises Juárez Polanco («Dolor profundo»), Askari Mateos («Fauna»), Isaí Moreno («La taza de té»), Carlos Velázquez («El alien agropecuario»), Socorro Venegas («La gestación»), Solange Rodríguez Pappe («Pequeñas mujercitas»), Édgar Omar Avilés («Playa Azul»), Antonio Malpica («De dragones y electrones»), David Miklos («Aspiradora»), Cecilia Eudave («Eva entró por la ventana»), Bernardo Esquinca («El dios de la piscina»), Erika Mergruen («El último espejo»), Mauricio Montiel Figueiras («El arpista»), José Luis Zárate («Ofelia entre las aguas»), José de la Colina («Las metamorfosis»), Beatriz Espejo («El cantar del pecador»), Marina Perezagua («Little Boy»), Marian Womack («Perros naranja»), Claudia Salazar Jiménez («En paz»), Orfa Alarcón («Episodio 0»), Iris García Cuevas («Gatos pardos») y Naief Yehya («Zulu»).
Del prólogo de Javier Perucho:
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][En este libro] Alberto Chimal […] estimula a su generación —deber de todo editor—, anima talentos y escudriña en las tradiciones al incluir a las promociones que coinciden en las regiones donde domina el español —Argentina, Ecuador, España, Nicaragua, Perú y los dos Méxicos, el de los arraigados y los migrantes—; por estos rasgos la presente selección aspira a ser trasatlántica y a la vez continental. Un ejercicio de criterio compartido tanto con [Edmundo] Valadés como por los hermanos González Casanova. Por estas figuras asumidas y sus cristalizaciones, considero desde hace algún tiempo al autor de La torre y el jardín como uno de los herederos legítimos de don Edmundo por su condición de editor generoso, promotor de novísimos, auspiciador de espacios de difusión, líder en opiniones culturales, gestor de proyectos y realizador incansable, además de cuentólogo, distinción que lo emparenta aún más con el legado de don Edmundo, en cuya biblioteca del escritor se conserva un tesoro cuentístico.
Tengo una cuenta en Ask.fm y ayer me llegó esta pregunta:
La pregunta se refiere a dos textos: uno mío, «Generación Z», publicado en el libro del mismo título en 2012, y otro de Manuel Barroso, «La generación Schrödinger», publicado al año siguiente en la revista Penumbria. Empecé a responder en aquella red pero el texto se fue alargando. Vale la pena dejar aquí mi respuesta. Aquí va.
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La verdad es que mi texto trata una cuestión diferente de la que trata el de Manuel. Además me preguntaba el porqué de una situación que estaba cambiando y escribía desde una posición muy personal.
La década pasada había muchas quejas (dentro del gremio de los narradores, al menos, y por parte de algunos críticos) respecto de los autores más o menos de mi edad. Se decía que ninguno podría medirse con Carlos Fuentes u otros consagrados porque ninguno había publicado una obra maestra alrededor de los 30 años. Y de ahí venían especulaciones sobre la decadencia general de las nuevas generaciones de autores mexicanos y otras profecías apocalípticas por el estilo. Mi ensayo especula que las condiciones en que autores de mi edad tuvieron que desarrollarse frenaron a muchos de ellos y por eso tardaron un poco más en crear obras «importantes», y ahora creo que sí hay algo de verdad en eso: al menos, está claro ahora que narradores ya internacionalizados hoy como Yuri Herrera, Guadalupe Nettel o Bef (nacidos todos a partir de 1970) empezaron a serlo después de los 30, y en cambio entre quienes llegan ahora a esa edad –la siguiente «generación», digamos– sí hay consagrados más tempranos, como Valeria Luiselli, Daniel Saldaña París o Laia Jufresa, celebrados por las autoridades de la cultura nacional y promovidos en el exterior desde la primera novela. Quedan en medio narradores como Carlos Velázquez, Antonio Ortuño, Emiliano Monge o Juan Pablo Villalobos, nacidos en la segunda mitad de los años setenta, pero se les asocia y ellos mismos se asocian con los más jóvenes y no con los nacidos a comienzos de esa década.
Si escribiera aquel ensayo ahora mencionaría más de estos nombres y me centraría menos en autores de temas e intereses cercanos a los míos. También mencionaría a Jorge Volpi y Álvaro Enrigue, que quedaban fuera de los recuentos de aquella época por haber nacido en 1968 y 1969 respectivamente cuando el límite de la «generación» (muy arbitrario, visto ya en retrospectiva) era 1970. Y hablaría también de la mercantilización de la figura del escritor y de la juventud entendida como «valor».
En aquel momento me sentía personalmente indignado por lo que me parecían (y eran, en verdad, casi invariablemente) declaraciones muy frívolas: genera(liza)ciones injustas. Yo nací en 1970; por tanto estaba dentro del grupo de los «fracasados por no haber publicado nada como La región más transparente a la edad en que Fuentes lo hizo». No podía ser «objetivo» y no intenté serlo. Con «La generación Z» estaba reclamando un poco de espacio que no se nos quería conceder y me alegra ver hoy que algunos, al menos, ya demostraron que sí lo merecían.
(Ah, y algo más que haría distinto ahora es el título del texto: debió ser «La generación R» por reviniente, o por resucitada, y no «Z» por zombi. La letra sigue demasiado asociada con el narcotráfico y la frase se ha usado en otros contextos y con otros sentidos en demasiadas ocasiones.)
A Manuel, en cambio, le interesan expresamente autores «raros», ajenos a las normas convencionales del «canon» de la narrativa nacional. En su texto sí es crucial qué escriben (escribimos) los autores que considera, y cómo se encuentran espacio y lectores no a pesar de la edad sino a pesar de la incomprensión o el desdén de un estamento cultural. Es una discusión distinta, aunque, claro es una que también me importa.
* * *
Algo más sobre La generación Z: un artículo reciente y muy amable de Gabriel Castillo Domínguez, publicado en Milenio, resalta algo que escribí en otro ensayo del libro. Escribe Castillo que el texto
(…) Nos plantea como hecho innegable que la cultura mexicana «ya está conquistada: la imaginación de millones de nosotros está colonizada por las ideas de la violencia, por las fantasías y mitos que le son propios» (el dramático caso del asesinato de un niño en Chihuahua por adolescentes que ‘jugaban’ al secuestro es una muestra, entre muchas).
No pensaba en un caso así cuando escribí esas frases, pero desde luego (y por desgracia) tengo que estar de acuerdo con él. Ya no se puede negar que lo que va del siglo ha visto el ascenso incontenible de la violencia como principio de la relación con el mundo de millones de personas en México. Nadie ha estado inmune. Alguien tendría que escribir un tercer ensayo, de hecho, sobre cómo ha penetrado la violencia a la literatura más allá de los temas obvios del narco y la política; por ejemplo, en las metáforas de la crítica (¿cuánta gente ha escrito ya que hay que escribir «con huevos» sin reconocer el machismo de la frase?) o en las formas de relación entre los escritores.
Una invitación: del 15 al 17 de este mes (es decir, desde pasado mañana) se celebrará el Segundo Coloquio Internacional «Nuevas Narrativas Mexicanas: desde la Diversidad» en el Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, que lo organiza en colaboración con la Université de Lausanne (Suiza). En este coloquio, especialistas de diversas universidades del mundo discutirán tendencias como la literatura de la violencia y obras de autores como Mario Bellatin, Guadalupe Nettel o Carlos Velázquez. Además, habrá una charla con dos autores (Armando Vega Gil y Gerardo Piña) y yo tendré el gusto de dar (el viernes a las 16:00 horas) la conferencia de clausura. Su título será La música de lo que pasa y tendrá que ver con escritura, internet y varias otras cuestiones.
En este archivo PDF está el programa completo del Coloquio, que se celebrará, dentro del campus, en la Sala de Prácticas Judiciales, situada en el edificio de Aulas III, primer piso. Agradezco enormemente a Cristina Mondragón por la invitación a participar.
Estoy terminando de llenar siete informes sobre otros tantos libros de jóvenes escritores mexicanos: me tocó trabajar con ellos durante el último año, como tutor del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Cada uno de los siete recibió una beca del programa de Jóvenes Creadores del FONCA para escribir una colección de cuentos.
El término «tutor» puede resultar engañoso: el trabajo se llevó a cabo, sobre todo, durante tres encuentros de varios días de duración, separados por meses. No fue de ningún modo un curso intensivo. Pero la experiencia fue, de todas formas, muy estimulante: todos leímos los textos de los siete y los comentamos con tanta exactitud y profundidad como fue posible, y todo lo que yo mismo pude descubrir en ellos (y sugerir con miras a que los proyectos siguieran avanzando) se complementó, por lo tanto, con lo dicho por los demás. Los siete proyectos culminaron en libros terminados al menos en su primer borrador, listos para una revisión posterior y definitiva.
Este último periodo de trabajo tuvo lugar en el Centro de las Artes de San Luis Potosí. En este edificio reconvertido (originalmente era una cárcel) yo también he aprendido más que un poco: he visto una muestra de lo que escritores más jóvenes quieren hacer con la forma del cuento, y he visto, también, cómo trabajan y qué interesa a siete colegas muy diferentes entre sí.
Para mí, por lo tanto, esta experiencia ha sido muy afortunada. Ahora agradezco y felicito a los siete: Valeria Gascón, Renato Guillén, Edgar Adrián Mora, Mariana Rergis, Carlos Velázquez, Rafael Villegas y Federico Vite. Varios ya publican pero deseo que todos lo hagan, para ver las versiones definitivas de esos siete libros nuevos –y muy interesantes– que he leído a lo largo del año.
Este jueves 13 de agosto, a las 19:00 horas, Los esclavos se presentará en la librería Profética de la ciudad de Puebla. La librería se encuentra en la calle 3 Sur #701 y pueden obtenerse datos más precisos en el sitio web de Profética. Jaime Mesa, Sheng-li Chilián y yo presentaremos la novela. La entrada será libre y al finalizar la presentación se anuncia un brindis con mezcal, así que ya saben.
Muchas gracias a Alfredo Godínez y José Luis Escalera.
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Mi querido amigo Edilberto Aldán anuncia la aparición de Guardagujas, un nuevo suplemento cultural que aparecerá cada mes en el diario La Jornada Aguascalientes. En esta época en que todo se contrae, y como sabemos lo primero que se contrae son los proyectos culturales, la aparición de Guardagujas es para celebrar.
El primer número se puede leer completo descargando esta versión PDF; contiene en la portada a José Gordon y una fotografía de David Fernández Rodríguez; con motivo del centenario del nacimiento de Malcolm Lowry, un ensayo de Carlos Antonio de la Sierra, y además textos de Santiago Roncagliolo, Óscar Luviano, Ana María Shua, Armando González Torres, Adán Brand, Rod JM, Marcial Fernández, Minerva Reynosa, Adriana Sing, José Ricardo Pérez Ávila y Óscar de la Borbolla.
Por último, agradezco enormemente a Carlos Velázquez esta reseña de Los esclavos (¿quién iba a pensar que Leonel Godoy saldría a relucir?) y a Gabriel Bernal Granados el siguiente aviso: ya está prácticamente listo el nuevo libro de cuentos. Más noticias, pronto.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]