Cómo cambian los tiempos. Acaba de aparecer este artículo de Fernando Iwasaki sobre la relación entre la humanidad y la tecnología, y el texto, que pasa por varias obras importantes de la ciencia ficción, incluye este pasaje:
[…] abundan sofisticadas ficciones distópicas que fantasean que el futuro será de las máquinas porque los hombres se convertirán en cyborgs, androides o en torrentes de energía que fluirán de un cuerpo a otro como en el universo de Matrix. No espero otra cosa de un europeo, un japonés o un gringo, pues hasta las vidas artificiales que crean para sus novelas y películas son perfectas, infalibles y desarrolladas. […] Por el contrario, cuando el escritor o director de cine es hondureño, paraguayo o argentino, el peligro de sus robots consiste en que se pudran, se malogren o que exploten cuando sus cables mal empalmados entren en contacto. Los robots no tienen identidad, pero tienen made in, que es peor. Pienso en las literarias criaturas mecánicas de mi paisano Carlos Yushimito, del boliviano Edmundo Paz Soldán o de los mexicanos Alberto Chimal y Ricardo Guzmán Wolffer, todos a años luz de Ultrón o de los secuaces de Megatrón […] porque en lugar de sobrepasar las cualidades humanas representan el límite las capacidades humanas. Es decir, que son “discontinuados” como mi Windows XP, mi vieja Blackberry, mi Word 2003 y mi Eudora 5.1, el programa de correo que utilizo desde 1995. Como cualquier usuario digital deseo velocidad, multifunción y wifi permanente; pero esa agónica expectativa ya no es “humana” sino “robótica”, y por eso —en cierta forma— debo tener algo de robot, como todo el mundo. El problema es que ese “algo” [debe] la íntima certeza de ser anticuado, obsoleto y discontinuado, como los robots de Chimal y Yushimito.
Creo que Iwasaki tiene razón, y por supuesto me da gusto que mencione mi trabajo. Lo que me quisiera subrayar es esto: hace veinte años una mención así habría sido impensable.
Acá en México, y en el resto de América Latina, todavía se aprende en muchos lugares el desprecio contra cualquier forma de escritura que se aparte de ciertas normas tradicionales (la ficción especulativa es sólo una de esas corrientes «inapropiadas»). Todavía es popular el cliché de afirmar la calidad de ciertas obras diciendo que «trascienden», «superan», «dejan atrás» –o cualquier otra frase por el estilo– a tal o cual «género». La literatura de verdad no tiene género, parecen decir, y esto suena muy extraño hasta que se comprende que, en esos contextos, «género» es en realidad una marca de clase, definida arbitrariamente y en la que no se profundiza porque no se cree necesario: basta verla en alguien, o imponérsela, para discriminarlo, como sucedía con las estrellitas de tela amarilla en el gueto de Varsovia. «Tengo amistades que escriben de género», dicen algunos para sentirse incluyentes.
Y sin embargo, las piedras de la pirámide ancestral del canon literario sí se han desgastado un poco. No sólo Iwasaki puede publicar su artículo sin que nadie se enoje con él; algunos colegas incluso más interesados en la ficción especulativa que yo o que Ricardo publican su trabajo y tienen lectores (véase, por ejemplo, la buena acogida que ha tenido la obra de otro amigo querido: Bernardo Fernández Bef), e incluso empieza a haber discusiones, más allá de autores y aficionados, sobre la ciencia ficción como una herramienta para pensar en las transformaciones tecnológicas y sociales del presente.
Estas discusiones llegan aquí varias décadas (o siglos) después de que comenzaran en otros lugares, pero no importa. Lo mejor es que, cuando se entablan de forma seria, no tienen nada que ver con la otra acepción perversa de la palabra «género», que se refiere al conjunto de características reconocibles de un producto hecho para el consumo acrítico de tal o cual grupo de aficionados. Aunque esta época es de un consumismo todavía más feroz que el de hace diez o veinte años –y una cultura del fandom más cerrada e infantilizada que nunca–, probablemente no se repetirá lo que me pasó, también en los años noventa, en una «convención» de literatura «de género» después de haber participado con otras personas en una lectura de textos propios.
Terminado el evento, y como en un chiste, llego hasta donde están tres autores, o fans, de diferentes «géneros.» Y entonces:
YO: ¿Qué les pareció?
AUTOR O FAN DEL «GÉNERO» DE CIENCIA FICCIÓN: Bien, pero tu cuento no es de ciencia ficción, ¿no? No das datos duros. Es más bien de fantasía.
YO: Pues…
AUTOR O FAN DEL «GÉNERO» DE FANTASÍA (al otro autor o fan): No, porque era de época actual. Habría tenido que ser algo más medieval. (A mí.) Era más bien de horror, ¿no?
YO: Bueno…
AUTOR O FAN DEL «GÉNERO» DE HORROR (que había estado distraído): Estuvo bien, pero a mí no me gusta la ciencia ficción. Tú escribes ciencia ficción. ¿No? ¿O el personaje era vampiro?
YO: …
Ninguno de ellos, claro, me dejó con el menor deseo de ajustar mi trabajo a sus expectativas. Pero por mucho tiempo dio la impresión de que nunca habría nada más que las lecturas estrechas de uno u otro lado para los que teníamos la mala fortuna de haber recibido la etiqueta de «raros» en este país conservador y subdesarrollado. Me alegra ver que, al menos en parte, me equivoqué.
Además, véase la sincronicidad: mientras Iwasaki escribía su artículo, a mí me invitaron a publicar un cuento expresamente de ciencia ficción, sin restricciones y con plena confianza. Fue la primera vez en treinta años que me planteé escribir algo desde cierta idea de «género». Cómo cambian los tiempos.
Tengo una cuenta en Ask.fm y ayer me llegó esta pregunta:
La pregunta se refiere a dos textos: uno mío, «Generación Z», publicado en el libro del mismo título en 2012, y otro de Manuel Barroso, «La generación Schrödinger», publicado al año siguiente en la revista Penumbria. Empecé a responder en aquella red pero el texto se fue alargando. Vale la pena dejar aquí mi respuesta. Aquí va.
* * *
La verdad es que mi texto trata una cuestión diferente de la que trata el de Manuel. Además me preguntaba el porqué de una situación que estaba cambiando y escribía desde una posición muy personal.
La década pasada había muchas quejas (dentro del gremio de los narradores, al menos, y por parte de algunos críticos) respecto de los autores más o menos de mi edad. Se decía que ninguno podría medirse con Carlos Fuentes u otros consagrados porque ninguno había publicado una obra maestra alrededor de los 30 años. Y de ahí venían especulaciones sobre la decadencia general de las nuevas generaciones de autores mexicanos y otras profecías apocalípticas por el estilo. Mi ensayo especula que las condiciones en que autores de mi edad tuvieron que desarrollarse frenaron a muchos de ellos y por eso tardaron un poco más en crear obras «importantes», y ahora creo que sí hay algo de verdad en eso: al menos, está claro ahora que narradores ya internacionalizados hoy como Yuri Herrera, Guadalupe Nettel o Bef (nacidos todos a partir de 1970) empezaron a serlo después de los 30, y en cambio entre quienes llegan ahora a esa edad –la siguiente «generación», digamos– sí hay consagrados más tempranos, como Valeria Luiselli, Daniel Saldaña París o Laia Jufresa, celebrados por las autoridades de la cultura nacional y promovidos en el exterior desde la primera novela. Quedan en medio narradores como Carlos Velázquez, Antonio Ortuño, Emiliano Monge o Juan Pablo Villalobos, nacidos en la segunda mitad de los años setenta, pero se les asocia y ellos mismos se asocian con los más jóvenes y no con los nacidos a comienzos de esa década.
Si escribiera aquel ensayo ahora mencionaría más de estos nombres y me centraría menos en autores de temas e intereses cercanos a los míos. También mencionaría a Jorge Volpi y Álvaro Enrigue, que quedaban fuera de los recuentos de aquella época por haber nacido en 1968 y 1969 respectivamente cuando el límite de la «generación» (muy arbitrario, visto ya en retrospectiva) era 1970. Y hablaría también de la mercantilización de la figura del escritor y de la juventud entendida como «valor».
En aquel momento me sentía personalmente indignado por lo que me parecían (y eran, en verdad, casi invariablemente) declaraciones muy frívolas: genera(liza)ciones injustas. Yo nací en 1970; por tanto estaba dentro del grupo de los «fracasados por no haber publicado nada como La región más transparente a la edad en que Fuentes lo hizo». No podía ser «objetivo» y no intenté serlo. Con «La generación Z» estaba reclamando un poco de espacio que no se nos quería conceder y me alegra ver hoy que algunos, al menos, ya demostraron que sí lo merecían.
(Ah, y algo más que haría distinto ahora es el título del texto: debió ser «La generación R» por reviniente, o por resucitada, y no «Z» por zombi. La letra sigue demasiado asociada con el narcotráfico y la frase se ha usado en otros contextos y con otros sentidos en demasiadas ocasiones.)
A Manuel, en cambio, le interesan expresamente autores «raros», ajenos a las normas convencionales del «canon» de la narrativa nacional. En su texto sí es crucial qué escriben (escribimos) los autores que considera, y cómo se encuentran espacio y lectores no a pesar de la edad sino a pesar de la incomprensión o el desdén de un estamento cultural. Es una discusión distinta, aunque, claro es una que también me importa.
* * *
Algo más sobre La generación Z: un artículo reciente y muy amable de Gabriel Castillo Domínguez, publicado en Milenio, resalta algo que escribí en otro ensayo del libro. Escribe Castillo que el texto
(…) Nos plantea como hecho innegable que la cultura mexicana «ya está conquistada: la imaginación de millones de nosotros está colonizada por las ideas de la violencia, por las fantasías y mitos que le son propios» (el dramático caso del asesinato de un niño en Chihuahua por adolescentes que ‘jugaban’ al secuestro es una muestra, entre muchas).
No pensaba en un caso así cuando escribí esas frases, pero desde luego (y por desgracia) tengo que estar de acuerdo con él. Ya no se puede negar que lo que va del siglo ha visto el ascenso incontenible de la violencia como principio de la relación con el mundo de millones de personas en México. Nadie ha estado inmune. Alguien tendría que escribir un tercer ensayo, de hecho, sobre cómo ha penetrado la violencia a la literatura más allá de los temas obvios del narco y la política; por ejemplo, en las metáforas de la crítica (¿cuánta gente ha escrito ya que hay que escribir «con huevos» sin reconocer el machismo de la frase?) o en las formas de relación entre los escritores.
Los historietistas británicos Alan Moore (guión) y Kevin O’Neill (dibujo) publican desde fines de los años noventa una serie titulada The League of Extraordinary Gentlemen (conocida en español como La liga de los Hombres Extraordinarios o La Liga Extraordinaria). En ella, personajes de diferentes obras de ficción “popular” del siglo XIX, desde el explorador Allan Quatermain hasta el Capitán Nemo, se unen para formar un grupo, como parodia de «equipos» de superhéroes como los que aparecen en Los Vengadores o la Liga de la Justicia, pero también incorporando toda clase de referencias de la literatura, el cine la televisión y la cultura popular en general para ambientar las aventuras del grupo en un mundo alterno: un universo de la imaginación que replica y a la vez expande el de sus lectores.
Hace algunos días, una persona me dejó este mensaje por medio del servicio ask.fm:
Si hicieran una “liga de hombres extraordinarios” de México, a quien meterias tu ? Obviamente de ley estaría kustos
Yo lo pensé un poco (desde luego me halagó la referencia a mi personaje Horacio Kustos; qué puedo decir) y respondí lo siguiente:
Estaría buenísimo. 🙂 Veamos… Una alineación que se me ocurre en el momento:
Horacio Kustos, explorador
El Conde de Saint-Germain, inmortal (viene en un cuento muy divertido de Fernando de León)
Xanto, luchador y superhéroe (de José Luis Zárate)
Andrea Mijangos, detective ruda (de Bef)
Gaspar Dódolo, cartógrafo enciclopédico (de Hugo Hiriart)
Fulvio, vampiro dark (de Andrés Acosta)
Nina Complot, anarquista (de Karen Chacek)
Fue una lista hecha deprisa pero con la idea de cumplir con algunos criterios generales: son personajes a) de autores mexicanos vivos, b) cercanos a la aspiración imaginativa y aventurera de los personajes reciclados por Moore y que c) pueden, al modo de la Liga Extraordinaria, imaginarse juntos en una narración de aventuras. Al parecer, éste es un juego que lectores y aficionados de habla inglesa han jugado en muchas ocasiones, con personajes de diferentes épocas de la literatura, el cine y la televisión. ¿Por qué no hacerlo aquí también?
Para expandir las referencias, agrego ahora que la versión de Saint-Germain de Fernando de León proviene del cuento «La noche de los inmortales»; Xanto es, por supuesto, derivado y parodia de El Santo, como lo imagina Zárate en la novela Xanto. Novelucha libre; Andrea Mijangos ha aparecido en las novelas policiacas Hielo negro y Cuello blanco de Bef; Gaspar Dódolo aparece en la novela Cuadernos de Gofa de Hiriart; Fulvio es el protagonista de Olfato y Subterráneos, novelas de Andrés Acosta, y Nina Complot aparece en la novela del mismo título de Karen Chacek.
Alan Moore elabora, a lo largo de las entregas de la serie, una historia milenaria de su Liga, con diferentes integrantes en diferentes épocas, todos tomados de los periodos correspondientes de la ficción en la que el escritor se concentra (y que básicamente es de origen europeo y estadounidense). Para mi versión del juego, no pensé demasiado de los «antecedentes» de mi liga, pero sí escribí:
La liga habría sido instituida por Soledad, princesa y heroína [/fusion_builder_column][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][de la extraordinaria novela Loba de Verónica Murguía] en la Edad Media, y trasladada a México por el Gran Reformador, viajero del tiempo [del cuento «Crónica del Gran Reformador» de Héctor Chavarría, clásico de la ciencia ficción mexicana].
El villano sería el hombre de los 50 Libros [la única excepción a la regla de los autores vivos: el personaje más extraño y perverso del libro La noche, de Francisco Tario], acompañado por Moisés y Gaspar [del cuento del mismo título de Amparo Dávila], invasores misteriosos y sin forma.
Puse en Twitter un enlace a la lista porque me divirtió. La vio el escritor y crítico Luis Reséndiz y propuso la lista de otra liga posible, con personajes más «clásicos» de la cultura mexicana:
Filiberto García (el detective de Complot mongol de Rafael Bernal)
El Santo (la base del Xanto de Zárate, por supuesto, y popularísimo en películas, cómics y la lucha libre durante el siglo XX)
Héctor Belascoarán Shayne (el detective de las novelas de Paco Ignacio Taibo II)
Kalimán (de la radio y los cómics, que en su día fueron los más populares de la historia de, cuando menos, América Latina)
Aura (de la novela corta de Carlos Fuentes)
Y el juego puede seguir (de hecho, se podrían muchos personajes simplemente considerando lo que se escribe y se publica en la actualidad). Lo que quisiera subrayar aquí es lo siguiente: el juego puede jugarse con personajes mexicanos, lo que da a pensar que la ficción producida en este país no es tan pobre, ni tan uniforme, como algunos quisieran creer. Hay un depósito al que no siempre recurrimos en nuestra propia imaginación (o en las muchas posibilidades de la imaginación que se han dado en el territorio y las culturas que llamamos mexicanos) y que podría servir para contar(nos) muchas historias, para darle sentido a lo que necesitemos decirnos.
Para terminar, agradezco que Bernardo Fernández Bef, dibujante e historietista además de escritor, se animara a dibujar la «liga mexicana» que inventé:
La semana pasada se anunció que Three Messages and a Warning (Small Beer Press, 2012), primera reunión de cuentos mexicanos de imaginación traducida al inglés, está nominada al World Fantasy Award 2013 en la categoría de mejor antología. Estos premios suelen ser otorgados a autores anglosajones como Neil Gaiman, Ursula K. LeGuin o George R. R. Martin; sólo de vez en vez aparecen escritores de otros países y otras lenguas, y sólo una vez en toda la historia del premio lo ha ganado una escritora latinoamericana (la gran Angélica Gorodischer). Así que ésta es una gran noticia: al menos, resulta que la literatura mexicana se empieza a abrir paso en otro de muchos lugares que tradicionalmente le habían estado vedados. Por lo demás, Three Messages and a Warning tiene tres virtudes innegables:
contiene una apreciable cantidad de textos de gran calidad,
incluye a autores muy diversos sin discriminarlos según su prestigio en México (es decir, no hace caso alguno a los prejuicios locales), y
trae una cantidad superior a la habitual de trabajos de escritoras mexicanas.
Una de esas autoras es Gabriela Damián Miravete (1979), de quien aparece aquí, en su versión original en español, el cuento incluido en Three Messages and a Warning: «Futura Nereida», que también apareció en Los viajeros (2011), colección publicada por ediciones SM y compilada por Bernardo Fernández Bef. Gabriela Damián ganó el Premio FILIJ de cuento para niños 2007, conduce programas de radio y prepara un nuevo libro de cuentos.
Ahora mismo no puedes precisar la hora en que comenzaste a buscarlo; cuándo repetiste su nombre en voz queda o dónde estabas la primera vez que el roce preocupado de tu mano bajo el pelo, en la nuca, te advirtió que le amabas.
Puedes, sin embargo, recordar cuándo supiste que habitaba el mundo -como tú- y la imagen acude a ti luminosa y larga, una cuerda de oro que alguien te extiende en el abismo. Recuerdas que llamarás a la puerta y Ricardo te dejará entrar, todos beberán cerveza pero a ti no te apeteció. Bebiste un vaso de agua fresca con menta machacada mientras escuchabas el redoble risueño de la fiesta. Alguien lanzará una pregunta (quizá la genealogía perdida de un héroe griego) y otro solicitó que la respondieras, trámite que resolviste veraz y humilde. ¿Cómo es que sabes tanto, Nerissa? Es que esta chica lee hasta la caja de cereal, Pregúntenle cualquier cosa, y cada frase dicha por esa horda de majaderos involuntarios te hará añorar más la compañía sosegada de los libros. Ricardo lo advirtió, so pretexto de que le ayudaras te sacará del corro, llevándote hasta una alacena llena de papeles, libros y antiguallas. En ese minúsculo cuarto te sentiste cómoda por fin. Observarás las extranjeras manos de tu amigo acomodar, desempolvar, catalogar piezas y páginas en una de sus pantallitas portables. Pensaste en todas esas personas que viven mudanza tras mudanza hasta que en algún remoto lugar, sin trazos de su vida pasada, encuentran la paz. Pero tú no naciste en el lugar equivocado, sino en la época equivocada, ¿cómo podrías hallar tu sitio sin posibilidad alguna de mudarte? Tú escoge qué te llevas para la semana, te concederá la voz amable de Ricardo, a fin de compensar la vergüenza pasada. Pediste aquel libro de canto verde y letras plateadas. Lo cuidarás en el trajín de bolsos y vagones del metro, escrutaste el índice con las pestañas trenzadas por el astigmatismo, elegirás la página 23: Umbrario es el nombre del cuento. Quedaste muy conmovida. Advertiste las siglas que escondían el nombre del autor: P.M. Bajaste del vagón, irás a tu casa sintiendo al universo del cuento habitarte, el aire transformado por las páginas en un peso doloroso, gentil, sobre tu pecho.
(Umbrario, página 26.)
No es que yo, en el sencillo tránsito de mi vida, no haya encontrado nunca una mujer virtuosa. Por el contrario, he admirado la fortaleza de amigas y la hermosura de las paseantes; he contemplado largamente gestos, reído al lado de voces llenas de ingenio; incluso el pudor no me impedirá recordar que he amado el tacto de formas y tibiezas. Sin embargo, nadie antes me sumergió en la profundidad del ágape como lo hizo ella, La Nereida…
Te encantará lo de Nereida, no sólo por la cercanía con tu nombre, sino por el agua que transportan palabra y criatura. Leerás más de una vez ciertos pasajes sumergida en la tina, caminando por la parte más baja de la piscina donde ejercitabas, en la mesa junto esa fuente a la que escapas durante la comida. Devolverás el libro con recelo, pensaste si no debía ser uno de ésos que por la fuerza se hurtan, consideraste decirle a Ricardo Dámelo, Ya no es tuyo, Por favor; pero la sensatez te regresará a la cabeza, y como la buena chica que serás lo devolviste, y como la buena chica que eres preguntarás con voz tímida en cada librería de aquella calle -que aquí mismo se llama Montealegre- si tendrán en algún lado el cuento del umbrario, describirás con ojos enormes el canto verde, las letras plateadas… nada.
Cuántas madrugadas pensaste sus palabras enhiladas como cristales, o campanas, o flores de seda.
(Umbrario, página 28).
Desgastado igual que la piedra del risco a la que acuden siempre las olas más crueles, puse fin al duro tránsito entre un amor y otro. Estaba ahíto de sentirme fuera de sitio; menospreciado por manifestar hacia las mujeres (criadas, viudas o niñas) un respeto nada corriente en los hombres de mi tiempo. Mientras se pensaba que, cual yeguas o muebles formaban parte del índice patrimonial, yo anhelaba una compañera con la que pudiera hablar de todo esto en el tono de mayor indignación, con la que dialogar entre pares, dolernos juntos del presente, esperanzarnos en algún escenario venidero…
Luego te levantarás en la mitad del insomnio sintiéndote estúpida por no haber tecleado antes sus iniciales en ese buscador de datos. En un primer vistazo pensarás que sólo obtuviste portadas de libros anodinos, descontinuados. Al sumergirte un poco más, encontraste un rastro de informantes entendidos, tu aliento acercándose más y más a la pantalla. Recibirás el nombre y una breve biografía: Pascal Marsias, personaje peculiar de la vida cultural del país durante el siglo XIX, nacido en la misma ciudad que tú. Autor de producción escasa, tardía, cuyos ejes principales son el amor y la fantasía: los viajes en el tiempo y el espacio. Su obra consiste en un par de cuentos publicados por periódicos, revistas de la época, algunas antologías (la que tú leíste destacaba como la más reciente) y un libro de poemas: Cantos para futura Nereida. Desaparecido, no se sabe ni cómo ni cuándo.
Por si el sobresalto no fuera suficiente, tu dedo advierte el botón que despliega imágenes, lo tocará con apuro. De pronto, una fotografía. Sentiste un golpeteo en las venas de tu muñeca cuando el cristal se llenó de él: una miniatura en carboncillo mostraba a un hombre como cualquier otro, pero en la frente que viste reverberaban sus palabras, en los labios que por mero impulso tocaste hallarás delirio, pues te resultaron tremendamente familiares. Te preguntarás si eso que percibes es un eco de algo que aún no se dice; si el futuro no podrá, a veces, ser impaciente, mostrarse con imprudencia en el ahora. Rechazaste la idea de inmediato y te juzgarás estúpida. Dentro de tu vientre algo se encogerá al pensar en la desafortunada distancia que a veces nos separa de almas tan afines a la nuestra.
(Umbrario, página 31)
La sensación se hizo más urgente cuando revisé los diarios de viaje. Paradójicamente, no era ya capaz de controlar mi voluntad, pues ésta sólo deseaba acudir a ella. Entonces me dediqué a completarla, a dibujarla sobre el papel como personaje de uno de mis cuentos: qué le agradaría, cómo serían sus movimientos, qué clase de amigos la cercarían. Bajo qué horizonte. Resultaba lejano, remotísimo, como mis viajes al ulterior, y sin embargo, esa noche, en el umbrario, por un momento atisbé su rostro…
Adoraste la escritura de Pascal Marsias por varias razones. Pero sobre todo, dirás, amaste esa mirada compasiva, el discurso sobre lo humano que descansaba en el cuento. Aquello que parecía el relato de un hombre soberbio, tan desesperado por no encontrar esposa digna que -cual Pigmalión- decide construirse la suya, en realidad era una grata apología del amor, reforzada por sus últimas líneas:
Pensé que de nada servía crear a La Nereida. Si algo había que forjar era el mundo que la hiciera posible. Desde entonces cumplo con mi parte, tratando de ser un buen hombre que entregue a los otros la virtud que en él se aloja.
El buen amor, un bien que se merecen los mundos justos, pensaste. Te habría gustado subrayar ese libro, en sustitución de un conjunto de caricias.
Al día siguiente llamarás, dijiste No iré, No pasa nada, Es que me va a dar gripa y no quiero contagiarlos. El metro será la cuna de tu deseo, el vaivén de un anhelo que transformó en adorables tus gestos más ordinarios. El aire de la ventana abierta te llevará los hilos negros del pelo hasta la boca, los mojará con tu saliva, seña cercana a un beso; también el viento, o esa ráfaga extraña, tirará los papeles de la señora aferrada al tubo. Tú los recogiste, porque eres amable.
El centro hervía bajo tus pasos porque tendrás la manía de cubrirte los pies aunque la primavera ya se anunciaba con violetas y amarillos. Te percataste del cielo limpio, inspirarás la frior del aire de marzo, sintiendo sobre ti el sereno abrazo del presente. Recorrerás todos los estantes, entrando, saliendo despeinada y enrojecida de la calle -cuyo nombre ha cambiado-, una doncella de qué Donceles, un volumen, otro, otro, humedad, polvo, aserrín, tinta, cuero, papel mantequilla, tus dedos tenues tirarán del labio inferior y dirás ¿No podría buscar algo más de este autor? y tu boca de coral bocetó duraznos en el aire cuando pronunciaste su nombre. Pero nadie lo halló. Te abatiste. Hasta que, doblando por una esquina caliente y blanca, viste esa librería pequeña quitar los candados, abrir su cortina oxidada. Caminarás hacia ella sin vacilaciones, darás una bocanada de asombro al descubrir que la minúscula puerta conduce a paredes altísimas clausuradas por libreros descomunales, los libros como una plaga afortunada. Buscarás en los rótulos pegados con cinta transparente, sentirás el pulso de las palabras treparte por el brazo. No quisiste pedir ayuda, hallarlo tú era el regalo. Y lo hiciste: dos estantes arriba vivía tu libro su vida de solitaria espera, Cantos para futura nereida. Temblaste. Pagarás con un billete traslúcido, tardarán en darte el vuelto, pero no abriste la tapa de tela. Querrás esperar ¿a qué? No podrías decirlo, pero así lo preferiste. Sentirás una oleada de gratitud porque supiste que ese momento tenía una marca, como si alguien hubiera puesto un separador de plata entre dos páginas. Sabrás que esa hora te trajo hasta aquí.
¡Nerissa! Escuchaste el aleteo de tu nombre en la calle, la voz querida y conocida, te girarás… Ricardo, que te gritó varias veces, y tú que nada, no hiciste caso. ¿Conoces a Pascal Marsias?, le dices con desespero, Pues no. Lo miraste con tristeza. Y omitiste lo que habías de omitir, pero le hablarás de él.
La rueca del cordel dorado (página 10)
El hilo de las fate no gasta metal alguno lo descubrí anoche, en el umbrario hecho de aroma, camisas vueltas al revés Generoso hilo del cron, viajero es la Vida su destino, futura o pretérita Vi en aquel sueño de láudano falso aquello que jamás deliró Dante pues no era el vasto infierno sino mis secretos anhelos con las entrañas expuestas La soledad de aquella casa familiar -a mitad de la noche la vela y yo- mi sexo niño en la laguna, los árboles Vi a mi padre…
Descubrirás el propósito del poemario. Leíste alguna vez que se trataba de ficción especulativa en verso; pero frente a él, a las costuras deshiladas, al olor -siempre ese olor a cal y perfume polvoriento- supiste de inmediato que era un estuche, una oferta de métodos. Por alguna razón recordaste esos viejos libros de brujería (“patas de araña, cola de dragón”), notarás que se apuntaban instrucciones precisas, aunque de resultados inciertos.
Así, sabrás que hubo sastres que al abrochar botones al revés merendaron en la casa de su infancia y muchachas que doblando calcetines atestiguaron el resurgimiento de un imperio. Igual que siempre, temiste confundir la vida con un libro, y la sola posibilidad de que todas aquellas cosas fuesen ciertas te estrujó el pecho. ¿Es eso cierto?, te preguntarás con la ingenuidad del que nunca leyó mentiras, la mano apoyada en la frente. Mezclarás en el aire su nombre y un suspiro hueco. Te miraste al espejo, anhelando que fuera él quien te viera de regreso. Reíste ante tales ocurrencias sólo para no sentirte por completo loca.
Llegaste al último conjunto de versos. La pelusa delicada de tu nuca se erizará en gesto felino, pues un escalofrío puntual llegó unas líneas adelante. Eso que buscabas lo hallarás en el último poema:
Canto para futura nereida (página 42)
Dolorosa ocurrencia, quise ver el porvenir, fe ciega mía por el porvenir Vi el futuro ceniciento de mi casa porcelana manchada por banquetes de fango, Vi la calle Montealegre llena de trenes chicos luces incomprensibles todas. Y te vi a ti. nereida reviniente, cercana y apolínea Te vi moverte habitar el aire con bondad y gracia Algo que perdí llevabas en tu cuerpo lucía tan claro como joya prendida de tu pelo Alguien te llamó Nerissa
(Nerissa, como tú, esa tarde, y la calle, y Ricardo)
y a la simple consonancia de tu nombre comprendí que eras tú misma lo extraviado y recobrado. Vuelve, futura nereida encuentra nuestra trama invisible rastro de aroma o relojes de sombra
Anda sin miedo pues una cosa es cierta: el umbrario ya aguarda la hora de volver a cobijarnos.
Pensaste quemar el libro igual que antaño se quemaron los de brujería, y revuelta entre pánico y maravilla te esquinarás en la cama. No hay confusión posible: eres tú.
O el libro te habló a ti, o estabas desquiciada.
¿Qué ceguera bendita te decantará por lo primero?
A medio vestir acudirás a Ricardo, que dirá Me da gusto que vengas, aunque la hora es un poco rara. Tomaste el libro inventando tonterías, Una reseña por escribir, Debes entregarla mañana, Necesitas ese libro para terminarla.
¿A dónde ir? ¿Cuál es la estación de la que parten todos esos trenes imposibles? Tan acostumbrada estabas a los cuentos donde hay una gran máquina con calendarios y palancas y botones que no atinarás el juicio. Pero serás astuta: te percataste de que en ello había menos ciencia y más hechicería. Resolverás que el lugar donde las brujas están a salvo es su propia casa, acudiste al refugio solicitándole compañía a un gato callejero, por si las dudas.
Repasarás una y otra vez las páginas de los volúmenes escritos por Pascal Marsias, la pantalla táctil se manchará con la marca sedosa de tus huellas dactilares, pues buscarás una y otra vez toda clase de fórmulas (botánicas, matemáticas, mecánicas) para retroceder en el tiempo: ninguna manera útil se acercará a ti. Tocarás el dibujo sensible de tus labios, te supiste amada a través de alguna clase de intervalo. Lloraste la cruel condición de tu amor, tu humana insignificancia. Y a la vez cierta gratitud, cierta simpatía con todas las versiones de la vida que tomaron forma en tu huesos, tu carne, tu olor. Fue entonces cuando te sucederá la victoria de todos los amantes: te levantaste, sorbiste las lágrimas caminando hacia el escritorio donde reposan libreta y plumilla, comenzarás a anotar:
Los bailarines tienen la clave en el movimiento de su cuerpo; los pájaros, magnetizando el aire con su pico. ¿Yo? No es sólo una cuestión de saber el método. Para descubrirlo una tiene que saber quién es. ¿Quién eres tú, Nerissa?
A tu mente acuden en tropel las respuestas dadas por siglos de páginas y páginas, pero te costará dar una por ti misma.
¿Quién soy yo?
En el papel empezó a deslizarse la tinta como espesa sangre negra, brillante y definitiva escribirás:
Soy Nerissa. Nado y leo. Creo en los mundos imposibles imaginados por la gente, en la verdad tácita de los libros, la vida de las historias. Con más fuerza lo creo ahora que yo misma me siento parte de una. Soy Nerissa, soy la futura nereida. Y Pascal Marsias hizo posible el mundo necesario para que yo viviera. Escribo estas líneas para que las palabras y mi cuerpo conformen la máquina precisa…
Aquí te detendrás, pues con el rabillo del ojo percibiste un desplazarse de algo. No notaste que todas las sombras del mundo viraron hacia el lado opuesto, pero el cosquilleo en las entrañas te hará continuar.
deseo acudir hasta él, hacia el momento único en que me espera. Sé que es posible porque ya ha sucedido, en alguna trama del tiempo el viaje se ha hecho,
Tu espejo reflejará otras paredes, otra luz, atisbas folias inmensas y la techumbre tejida con enredaderas que desprende olores dulces, terrosos; evitaste moverte por temor a deshacer lo que fuese…
porque él, Pascal Marsias, me ha visto aparecer en el umbrario.
Y mientras el vértigo del Tiempo te arroja en su corriente abismal, yo, Pascal Marsias, dejo a un lado la plumilla y el manuscrito de tu cuento, pues te veo aparecer delante mío, querida Nerissa, aquí, en el umbrario.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Este año, me da gusto invitar a muchas actividades distintas en las que estaré durante la Feria del Libro del Palacio de Minería. La dirección es la de siempre: todo ocurrirá dentro del Palacio de Minería, que está en Tacuba 5, Centro Histórico, en la ciudad de México enfrente del Museo Nacional de Arte.
1. El sábado 23 de febrero se presentará La generación Z y otros ensayos, un libro mío que apareció en el borde del año, publicado por Conaculta, y que será comentado por tres escritores estupendos: Armando González Torres, Verónica Murguía y Eduardo Huchín. La cita será a las 12:00 del día en el Salón de la Academia de Ingeniería.
(Este libro es una colección de textos sobre algunos autores que me importan, varias cuestiones de literatura y temas parecidos, y tiene también el único texto autobiográfico que he escrito: «El señor Perdurabo».)
2. También el sábado 23, pero a las 18:00 horas, participaré en una charla sobre «Novela gráfica y no gráfica» con Ricardo García Micro, Francisco Haghenbeck y Bernardo Fernández Bef. Esto será parte de la Jornada de Comics en Minería, una serie de charlas y presentaciones que llega a su cuarto año.
3. Al día siguiente, el domingo 24, presentaré con Ana García Bergua la antología El doble, el otro, el mismo: una serie de cuentos clásicos sobre (justamente) el tema del doble, reunidos por Bruno Estañol, y publicada por Cal y Arena. Esta presentación será a las 3:00 de la tarde en el Auditorio Sotero Prieto.
4. El 28 de febrero, a las 16:00 horas, estaré en una mesa de autores de la editorial Almadía con Bernardo Esquinca y, de nuevo, Bernardo Fernández Bef: «Entre esclavos, ladrones y niños de paja», en el auditorio Sotero Prieto.
5. El siguiente sábado, 2 de marzo, habrá otra presentación: la de Los reflejos y la escarcha, libro de cuentos de Ignacio Padilla publicado por Páginas de Espuma, a las 16:00 horas. La cita será en el Auditorio La Capilla.
6. Por último, el domingo 3 de marzo, a las 11:00 de la mañana, se presentará Plasma, una breve antología con textos míos editada por Praxis y Casas del Poeta. Carlos López y Francisco Javier Estrada comentarán el libro en el Pabellón Estado de México…
7. …y ese mismo día, a las 18:00, en el Salón El Caballito, presentaré Los libros de la fatalidad de Julio César Toledo, publicado por la UNAM. Estaremos el autor, Carmina Estrada y yo.
Si van, allá nos vemos… [/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Mañana, martes 3, el miércoles 4 y el viernes 6, tres libros eléctricos se presentan en la ciudad de México. Todos son historias que tienen que ver de algún modo con internet, pero no del más obvio; y a las tres los invito. La entrada será libre en todos los casos.
1. El martes 3, a las 19:00, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (Juárez y Eje Central, Centro Histórico), Verónica Murguía, Bernardo Fernández Bef, Marina Taibo y yo presentaremos la novela El tamaño del crimen, de José Luis Zárate. El libro es especial porque se distribuye desde ya de manera electrónica, como un ebook que se puede comprar en el sitio de la editorial española SigueLeyendo.es y descargar inmediatamente, y también porque es una novela híbrida: una historia policiaca con personajes de cuentos de hadas, lo que la hace la respuesta en español a series televisivas como Grimm y Once Upon a Time, o bien a comics como Fables.
2. El miércoles 4, a las 20:00 horas, la Feria del Libro Independiente que se lleva a cabo en la Librería Rosario Castellanos (Tamaulipas y Benjamín Hill, colonia Condesa) recibirá, para su segunda presentación en la ciudad, a mi libro El Viajero del Tiempo. Publicado en 2011 por Ediciones Posdata, el libro es (como recordarán algunos lectores de esta bitácora) una colección de historias creadas originalmente en la red social Twitter y convertidas en estampas rapidísimas –o en una novela de capítulos realmente cortos– alrededor del personaje que H. G. Wells presentó en su novela La máquina del Tiempo. Me acompañarán en la presentación Karen Chacek y Arturo Vallejo.
3. Finalmente, el viernes 6, a las 17:00, de nuevo en la Feria del Libro Independiente, presentaremos un libro muy especial: Historias de Las Historias. Esta es la colección de los ganadores y menciones honoríficas de los primeros cinco años del concurso de minificción que se convoca aquí, en este mismo sitio, desde 2005, e incluye por lo tanto más de un centenar de textos de autores de media docena de países, con nuevas ilustraciones de jovencísimos artistas mexicanos. El libro está publicado por Ediciones del Ermitaño y lo comentaremos tres de sus autores: Áurea Rojano, Marcela Vargas Reynoso y Pepe Sánchez Cetina, y yo, que lo observo con perplejidad y con alegría.
En estos días empiezan a abrirse paso dos libros con los que tengo que ver: ambos son viajes, o por lo menos viajan a lugares muy raros: a otra lengua y otro continente.
El primero de estos libros es Three Messages and a Warning es una antología de literatura fantástica mexicana traducida al inglés: historias de una treintena de autores seleccionadas por Chris Brown y Eduardo Jiménez Mayo. Publicada por Small Beer Press, incluye textos de autores que nos hemos interesado de manera constante en las ramas de lo «fantástico» (como Bernardo Fernández Bef, Karen Chacek, Gabriela Damián, José Luis Zárate, Pepe Rojo, Gerardo Sifuentes y la gran Amparo Dávila) y también de «incursores», colegas conocidos por su trabajo en otras especialidades (como Agustín Cadena, Claudia Guillén, Yussel Dardón, Bruno Estañol, Liliana Blum, Beatriz Escalante y Óscar de la Borbolla, entre otros).
En esta entrevista, Brown (quien junto con Bef y Pepe Rojo fue un gran animador de incluir en la antología un conjunto tan diverso de autores como fuera posible) dice: (más…)
Hace un par de semanas, circuló en Twitter este juego: mencionar 30 libros significativos a partir de una lista propuesta en el blog llamado, apropiadamente, 30 libros. El juego me gustó porque no se trataba de hacer una lista de «los mejores libros del mundo» ni nada semejante, sino de encontrar relaciones entre la lectura y la vida, lo que siempre es enriquecedor y, cuando es difícil, lo es de formas interesantes. Varios amigos hicieron sus propias listas (está por ejemplo la de mi querido Bernardo Fernández «Bef») y me han permitido atisbar en sus propias vidas por medio de ellas.
Hice el juego en Twitter y luego los amigos de Ultramarina Cartonera publicaron una versión ampliada de mis respuestas. Ahora, amplío la lista un poco más aquí, de modo que cada título tenga una breve explicación de por qué lo elegí, y pongo de encabezado la ilustración que ellos crearon, con gracias y disculpas a partes iguales.
1. Uno que leí de una sentada: La historia interminable de Michael Ende
Fue en 1995; comencé a las 4 de la tarde de un jueves y terminé a las 3 de la mañana del siguiente día, estremecido. Estaba cansado pero no hubiera podido dormir. Mi mente parecía correr, a toda velocidad, por otra parte, muy diferente del cuarto en el que estaba, y del mundo.
2. La revista Cuadrivio publicó siete minificciones mías con el título «Siete sirenas»: son textos sobre esas criaturas que o no existen o se extinguieron hace mucho, como decía el profesor Mencio Ferdinández, pero a la vez no dejan de invadir cerebros desprevenidos y organizar fugas espectaculares ante las cámaras de televisión del mundo entero, como se verá. Por lo demás, la revista, jovencísima (va en su segundo número), es estupenda y se deja leer larga y muy sabrosamente. Por mi parte, además de la buena compañía de muchos textos agradezco esta ilustración que hizo Valeria Hernández:
3. Ya aparecen los primeros lectores y comentarios de Los viajeros, la antología de ciencia ficción mexicana en la que Bernardo Fernández (Bef) reunió 18 textos mexicanos de ficción especulativa incluyendo uno mío, «Se ha perdido una niña», y otros de Mauricio-José Schwarz, Gabriel Trujillo Muñoz, Gerardo Horacio Procayo, José Luis Zárate, Francisco Haghenbeck, Antonio Malpica, Ignacio Padilla, Pepe Rojo, Cecilia Eudave, Karen Chacek, Gerardo Sifuentes, Rodolfo JM, Edgar Omar Avilés, Gabriela Damián, Rafael Villegas, Orlando Guzmán y el mismo BEF. Las primeras notas han aparecido en sitios interesados en la ciencia ficción como la revista argentina Axxón y el blog de la Tertulia Literaria Fantástica de Bilbao. Mientras me pregunto cuándo (o si) aparecerán comentarios en México más allá de los anuncios de la publicación, me preocupa la constancia de los prejuicios contra la ciencia ficción entre nosotros; aunque creo que se puede hacer cierta crítica de la CF a estas alturas de su historia, no deja de ser absurdo que se le llame «naturalmente menor», «poco mexicana» (juro que he oído decir eso a varias personas) y otras cosas semejantes. Espero que los lectores del libro no hagan caso de nada salvo lo que los textos dicen y se formen su propia opinión.
4. Finalmente, me alegra reportar la buena recepción que ha tenido en España la antología La banda de los corazones sucios, en la que Salvador Luis convocó a un grupo de autores de diversos países de hispanoamérica a escribir de villanos de la ficción y de la vida real. En este libro mi texto se titula «Acerca del alma», trata del caso Fritzl (es decir, tiene algunos puntos de contacto con mi novela Los esclavos) y saldrá (tengo esperanzas) en una edición mexicana posteriormente.
(Los otros autores reunidos aquí: Jon Bilbao, Sergi Bellver, Lara Moreno, Vicente Luis Mora, Marian Womack, Matías Candeira, Juan Carlos Márquez, Antonio Ortuño, Mariana Enriquez, Juan Terranova, Javier Payeras, Leonardo Cabrera y Rocío Silva Santisteban.)[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
Bernardo Fernández, quien firma como Bef y es escritor, monero, ilustrador y amigo querido de mucho tiempo atrás, celebra 20 años como artista visual con dos novedades. Una es Espiral, su primera novela gráfica, publicada por Alfaguara y que no sólo tiene un planteamiento muy interesante (una historia muda, sin diálogos, y que de hecho es una trama dentro de otra trama dentro de otra trama) sino que además es la punta de lanza, como Bef comenta en su blog, de una nueva oleada de comics mexicanos de autor:
La otra es una exposición: Historias de robots, que Bef describe como
compuesta por 20 imágenes digitales de 20 x 20 cm cada una, en edición limitada y numerada por un servidor. Cada una de ellas va acompañada por un minicuento de mi admirado colega y amigo, Alberto Chimal.
Podremos celebrar el honor y el gusto correspondientes en la inauguración de la exposición, que será este viernes 5 de noviembre a las 20:00 en Vértigo Galería, situada en Colima 23 local A, a media cuadra de avenida Cuauhtémoc, en la ciudad de México. Allá nos vemos.