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Bip

Esta es una bella rareza: un cuento filosófico de ciencia ficción del escritor estadounidense James Blish (1921-1975).
      Publicado, con el título original de «Beep», en el número de febrero de 1954 de la revista Galaxy Science Fiction, se trata de una historia de su tiempo en muchos aspectos, es decir, un tanto envejecida. Por ejemplo, los aparatos reales en los que basa su tecnología «futurista» (grabadoras de cinta de carrete abierto) quedaron obsoletos hace mucho tiempo, y sucede lo mismo con sus visiones de la política y las cuestiones de género. Pero lo más perdurable y trascendental de su argumento es, además, muy brillante. La larga descripción de un aparato, típica de la ficción especulativa de entonces, desemboca en cuestiones filosóficas discutidas por siglos, como la predestinación y el libre albedrío; otros pasajes resaltan –para quienes vivimos en siglo XXI– la manera en que los seres humanos empleamos el lenguaje, y las historias que éste nos permite contar acerca de nosotros mismos, para tratar de justificar nuestras acciones y nuestras propias vidas.
      Blish no ha sido muy reconocido aún dentro del «canon» literario, al contrario de algunos autores a los que prefigura, como Ursula K. LeGuin o Philip K. Dick, pero sus mejores obras sí merecen reconsiderarse, incluyendo este cuento o la novela Un caso de conciencia (1958).
      «Bip» fue traducido al castellano para una antología: Imperios galácticos 3 (Bruguera, 1978, a partir de una compilación de Brian W. Aldiss), de la que también provienen otro par de narraciones ya aparecidas en este sitio, de Mack Reynolds y Fredric Brown. Por desgracia, la traducción del cuento de Blish en aquel libro es (francamente) pésima; aquí la he revisado a fondo para corregir numerosos errores y omisiones.


Ilustración de Ed Emshwiller

BIP
James Blish

I

Josef Faber bajó un poco su periódico. Al ver que la chica sentada en la banca del parque miraba hacia él, sonrió con la agónica, avergonzada sonrisa de un don nadie concienzudamente casado cogido en falta, y se zambulló nuevamente en el periódico.
      Estaba razonablemente seguro de tener el aspecto debido: el de un inofensivo ciudadano de mediana edad, con empleo fijo, disfrutando una escapada dominguera de la rutina de la familia y la contabilidad. También estaba bastante seguro, a despecho de sus instrucciones oficiales, de que en caso de no tener el aspecto no habría ninguna diferencia. Las asignaciones de “chico conoce a chica” siempre salían bien. Jo nunca había llevado a cabo ninguna que hubiera requerido su intervención.
      De hecho, el periódico, que supuestamente estaba usando sólo como pantalla, le interesaba mucho más que el trabajo que estaba haciendo. Había comenzado a sospechar lo obvio apenas diez años antes, cuando el Servicio lo reclutó; ahora, tras una década como agente, aún se fascinaba al ver cómo los problemas realmente importantes siempre se resolvían bien. Las situaciones peligrosas: no las “chico conoce a chica”.
      Por ejemplo, el asunto de la Nebulosa del Caballo Negro. Hacía algunos días, los diarios y los comentaristas habían comenzado a mencionar informes de disturbios en el área, y el ojo entrenado de Jo había captado la mención. Algo grande se estaba cocinando.
      Y hoy había hervido: la Nebulosa del Caballo Negro, repentinamente, había lanzado cientos de naves, una armada compacta que debía haber exigido más de un siglo de esfuerzos por parte de un cúmulo estelar entero, una iniciativa de producción llevada a cabo en el secreto más estricto y fanático…
      Y, por supuesto, el Servicio había llegado al sitio con tiempo de sobra. Con tres veces la cantidad de naves, dispuestas con precisión matemática para enfilar a la armada entera en el momento en que salió de la Nebulosa. La batalla había sido una masacre, el ataque aplastado antes de que el ciudadano medio pudiera siquiera comenzar a hacerse la idea de contra qué había apuntado, y el bien había triunfado, una vez más, sobre el mal.
      Por supuesto.
      Un arrastrar de pies sobre la grava llamó su atención brevemente. Miró su reloj, que marcaba las 14:58:03. Era el momento en el que, de acuerdo con sus instrucciones, chica debía conocer a chico.
      Se le habían dado las órdenes más estrictas de no dejar que nada interfiriera con el encuentro: las órdenes habituales en las asignaciones de “chico conoce a chica”. Pero, como de costumbre, no tuvo nada que hacer sino observar. El encuentro estaba saliendo perfectamente sin ningún estímulo por parte de Jo. Siempre pasaba así.
      Por supuesto.
 
      Con un suspiro, Jo dobló el periódico, sonriendo otra vez a la pareja –sí, también era el hombre correcto– y se alejó, como a regañadientes. Se preguntó qué sucedería si se quitara el falso bigote, arrojara el diario al césped y se alejara a saltos y dando chillidos de alegría. Sospechaba que el curso de la historia no se desviaría ni un segundo de arco, pero no tenía ganas de hacer el experimento.
      El parque era agradable. Los soles gemelos calentaban el sendero y los prados sin el ardiente calor que traerían más tarde en el verano, Randolph era, de todo a todo, el planeta más confortable que había visitado en años. Un poco atrasado, quizá, pero también relajante.
      Y estaba, también, ligeramente más allá de los cien años luz de la Tierra. Sería interesante saber cómo los cuarteles generales del Servicio, allá en la Tierra, habían sabido con anterioridad que el chico encontraría a la chica, en un cierto lugar de Randolph, precisamente a las 14:58:03.
      O cómo los cuarteles generales del Servicio podían haber tendido una emboscada con precisión micrométrica a una flota interestelar de gran tamaño, sin más anticipación que unos cuantos días, que era lo que se evidenciaba en los diarios y en el video.
      La prensa era libre en Randolph, como en todas partes. Informaba de todas las noticias que recibía. Cualquier concentración de emergencia de naves del Servicio en el área del Caballo Negro, o en cualquier otro lugar, debería haber sido descubierta y reportada. El Servicio no prohibía esos reportes por razones de «seguridad» ni por ninguna otra. Y sin embargo, no había habido nada que informar, excepto que a) una flota de dimensiones impresionantes había irrumpido sin ninguna advertencia previa, procedente de la Nebulosa del Caballo Negro, y que b) el Servicio había estado listo.
      Para aquel tiempo, era un lugar común que el Servicio siempre estaba listo. No había tenido un desperfecto ni un fallo en más de dos siglos. Ni siquiera había tenido un fiasco, el tecnicismo alarmante que se refería a la posibilidad de que una asignación de “chico conoce a chica” no se llevara a cabo.
      Jo detuvo un aerotaxi. Una vez dentro, se quitó el bigote, la calva, las arrugas de la parte superior de la cabeza: el maquillaje que le había dado toda su apariencia de amistosa inocuidad.
      El conductor observó todo el proceso a través del espejo delantero. Jo levantó la vista y se encontró con su mirada.
      —Disculpe, señor, pero pensé que no le molestaría que lo viera. Usted es de los del Servicio, ¿no?
      —Así es. ¿Me lleva al Cuartel General?
      —Claro que sí —el conductor aceleró el motor y el taxi se elevó suavemente hasta la altura exprés—. Es la primera vez que estoy tan cerca de alguien del Servicio. No lo podía creer al principio, cuando usted se quitó la otra cara. Se veía totalmente distinto.
      —A veces hay que hacerlo —dijo Jo, preocupado.
      —Me imagino. Con razón lo saben todo antes de que pase. Has de tener mil caras cada uno, ¿no? Su propia madre no los reconocería. ¿No le molesta que yo sepa que anda por ahí disfrazado?
 
      Jo sonrió. La sonrisa creó una pequeña sensación de tirantez a lo largo de una curva de su mejilla, al lado de la nariz. Jo retiró el trozo faltante de falsa piel y se quedó mirándolo.
      —Claro que no. El disfraz es una parte muy básica del trabajo del Servicio. Cualquiera podría descubrirlo. De hecho, no los usamos a menudo; sólo en tareas muy simples.
      —Ah —el conductor pareció un poco decepcionado de que el melodrama no fuera tal. Condujo en silencio cerca de un minuto. Entonces, como para sí mismo, dijo: —Algunas veces pienso que el Servicio debe tener una máquina del tiempo; la de cosas que hacen… Bueno, llegamos. Buena suerte, jefe.
      —Gracias.
      Jo fue directamente a la oficina de Krasna. Krasna era un randolfino entrenado en la Tierra, y respondía a la oficina de la Tierra, aunque por lo demás estaba librado a sus propios recursos Su cara, pesada y robusta, tenía la misma expresión de serena confianza que era típica de los oficiales del Servicio en cualquier lugar…, incluyendo a algunos que, técnicamente hablando, no tenían cara con la que expresar nada.
      —»Chico conoce a chica» —dijo Jo, brevemente—. Exacto y a la hora.
      —Buen trabajo, Jo. ¿Un cigarro? —Krasna empujó la caja al otro extremo de su escritorio.
      —Ahora no. Me gustaría hablar con usted, si tiene tiempo.
      Krasna apretó un botón, y una silla en forma de hongo apareció en el piso justo detrás de Jo.
      —¿Qué me cuenta?
      —Bueno —dijo Jo, cuidadosamente—, me pregunto por qué recibo palmaditas por no haber hecho ningún trabajo.
      —Ha hecho un trabajo.
      —No —dijo Jo, secamente—. El chico hubiera conocido a la chica, sin importar que yo estuviera ahí o de regreso en la Tierra. El curso del amor verdadero siempre corre suavemente. Ha sido así en todos mis casos de «chico conoce a chica», y ha sido así en todos los casos de «chico conoce a chica» de todos los otros agentes con los que he comparado notas.
      —Pues…, qué bueno… —dijo Krasna, sonriendo—. Esa es la forma en que nos gusta que ocurra. Y en la que esperamos que ocurra. Pero, ¿sabe, Jo?, nos gusta tener a alguien en el lugar, alguien con reputación de tener buenos recursos, sólo por si hubiera algún problema. Casi nunca lo hay, como usted ha observado. Pero ¿y si lo hubiera?
      Jo resopló.
      —Si lo que están tratando de hacer es establecer precondiciones para el futuro, cualquier interferencia de un agente del Servicio desviaría mucho más los resultados. Hasta ahí sí llega mi conocimiento de la probabilidad.
      —¿Y qué le hace pensar que estamos intentando manipular el futuro?
      —Es obvio hasta para los taxistas de este planeta; el que me trajo piensa que el Servicio puede viajar por el tiempo. Es especialmente obvio para todos los individuos y gobiernos y poblaciones que el Servicio ha salido de líos muy serios, durante siglos, sin un solo fallo —Jo se encogió de hombros—. Sólo nos pueden pedir que vigilemos un pequeño número de casos de «chico conoce a chica» antes de darnos cuenta, como agentes, de que lo que el Servicio está salvaguardando son los niños futuros de esos encuentros. Por lo tanto, el Servicio sabe qué llegarán a ser esos niños, y tiene razones para querer que su existencia futura esté garantizada. ¿Qué otra conclusión puede haber?
 
      Krasna tomó un cigarro y lo encendió despacio; era obvio que se trataba de una maniobra para encubrir su respuesta.
      —Ninguna —admitió al fin—. Tenemos algún conocimiento anticipado, por supuesto. No podríamos haber creado nuestra reputación tan sólo con el espionaje. Pero también tenemos otros recursos: genética, por ejemplo, investigación de operaciones, teoría de juegos, el comunicador Dirac… Es un arsenal bastante grande, y por supuesto hay mucha predicción envuelta en todas esas cosas.
      —Lo entiendo —dijo Jo. Se movió en su silla, mientras formulaba todo lo que quería decir. Cambió de opinión respecto del cigarro y tomó uno—. Pero nada de eso equivale a la infalibilidad y ésa es una diferencia cualitativa, Kras. Por ejemplo, este asunto de la armada del Caballo Negro. Digamos que en el momento en que apareció, la Tierra se enteró mediante el transmisor Dirac, y empezó a reunir una flota contraria. Pero juntar cierto número de naves y tripulantes, aunque el sistema de comunicación sea instantáneo, toma un tiempo finito.
      »La armada contraria del Servicio ya estaba lista. Se había estado construyendo durante tanto tiempo, y con tan poco ruido, que nadie se dio cuenta de que se concentraba hasta un día o dos antes de la batalla. Entonces los planetas del área se pusieron nerviosos, porque empezaron a ver lo que estaba ocurriendo y a preocuparse por lo que iba a suceder. Pero no estaban demasiado preocupados; el Servicio siempre gana. Esto ha sido un dato estadístico durante siglos. Siglos, Kras. ¡Caray, llevar a cabo algunos de los trucos que hemos hecho tarda casi ese mismo tiempo! El Dirac nos da una ventaja de diez a veinticinco años en casos realmente extremos en el borde de la Galaxia, pero no más que eso.
      Se dio cuenta de que había estado echando humo con el cigarro cuando se quemó la boca, y entonces lo apagó con enojo en el cenicero.
      —Esto es muy distinto —continuó— que saber de una forma general cómo se comportará el enemigo, o qué clase de niños dicen las leyes de Mendel que una pareja habrá de tener. Quiere decir que tenemos algún modo de leer el futuro con todo detalle. Eso contradice totalmente todo lo que me han enseñado acerca de la probabilidad, pero tengo que creer en lo que veo.
      Krasna se rió.
      —Esa fue una muy buena exposición —dijo. Parecía genuinamente complacido—. Creo que se acordará de que fue reclutado en el Servicio cuando empezó a preguntarse por qué las noticias eran siempre buenas. Cada vez hay menos gente que se lo pregunta; se ha convertido en parte de su ambiente —se levantó y pasó una mano por sus cabellos—. Ahora usted acaba de pasar a un nuevo nivel. Felicidades, Jo. ¡Tiene un ascenso!
      —¿En serio? —dijo Jo, incrédulo—. Yo llegué con la impresión de que iba a hacer que me despidieran.
      —No. Venga a este lado del escritorio y le contaré una historia —Krasna abrió la parte superior de su escritorio para desplegar una pequeña pantalla. Jo obedeció: se levantó y dio la vuelta al escritorio hasta llegar a un sitio desde el que podía ver la superficie en blanco—. Me mandaron una cinta estándar de adoctrinamiento la semana pasada, con la idea de que usted pronto estaría listo para verla. Mire.
      Krasna tocó el tablero. Un puntito de luz apareció en el centro de la pantalla y se apagó. Al mismo tiempo se escuchó un leve pitido: bip. Luego la cinta comenzó a reproducirse y una imagen apareció .
      —Como usted sospechaba, el Servicio es infalible —dijo Krasna en tono informal—. Cómo llegó a serlo es una historia que comenzó hace varios siglos. Esta cinta trae toda la información. Usted casi se podrá imaginar cómo pasó…
 

II

Dana Lje –su padre era holandés y su madre había nacido en Indonesia, en la isla de Sulawesi– se sentó en la silla que el capitán Robin Weinbaum le había indicado, cruzó las piernas y esperó. Su cabello negro-azulado brillaba bajo las luces.
      Weinbaum la miró intrigado. Desde luego, el hijo de conquistadores que había dado a la chica su nombre enteramente europeo había recibido su merecido, pues la belleza de la joven no tenía nada de rubio ni de holandés. Para el ojo del observador, Dana Lje parecía una especialmente delicada virgen de Bali, a despecho de su nombre occidental, su ropa y su seguridad. La combinación ya había probado ser algo picante para los millones de personas que seguían su columna televisiva, y Weinbaum, de primera impresión, no la encontraba menos encantadora.
      —Como una de sus más recientes víctimas —dijo él—, no estoy seguro de sentirme honrado, señorita Lje. Algunas de mis heridas aún sangran. Pero me desconcierta un poco que me visite ahora. ¿No le da miedo que intente desquitarme?
      —Yo no tenía intención de atacarlo a usted personalmente, y no creo haberlo hecho —dijo con seriedad la columnista de video—. Simplemente era bastante claro que nuestro Servicio de Inteligencia había tenido un tropezón con el asunto de Erskine. Era mi trabajo decirlo. Obviamente, usted iba a salir perjudicado, ya que es el jefe de la oficina, pero no había malicia en ello.
      —Triste consuelo —dijo Weinbaum, secamente—. Pero gracias de todos modos.
      La joven eurasiática se encogió de hombros.
      —En todo caso, ése no es el motivo por el que he venido. Dígame, capitán Weinbaum, ¿ha oído hablar alguna vez de una empresa que se hace llamar Información Interestelar?
 
      Weinbaum sacudió la cabeza.
      —Suena como una agencia de rastreo de personas. No es un negocio fácil hoy en día.
      —Eso fue justo lo que pensé cuando vi su membrete —dijo Dana—. Pero el texto de la carta que seguía no era algo que pudiera haber escrito una empresa de detectives privados. Permítame leerle una parte.
      Sus dedos delgados buscaron en el bolsillo interior de su chaqueta, y volvieron a salir con una hoja. Era papel sencillo de mecanografía, notó Weinbaum automáticamente: ella había traído consigo solamente una copia, y había dejado en casa la carta original. Era probable que la copia estuviera incompleta.
      —Dice lo siguiente: «Estimada señorita Lje: Como columnista de video de gran audiencia y muchas responsabilidades, usted necesita la mejor fuente de información disponible. Nos gustaría que probara nuestro servicio, libre de todo cargo, en el deseo de demostrarle que es superior a cualquier otra fuente de noticias en la Tierra. Por lo tanto, le ofrecemos a continuación diversas predicciones concernientes a eventos por suceder en Hércules y la llamada área de los Tres Fantasmas. Si estas predicciones se cumplen en un cien por ciento, no menos, le pedimos que nos tome como sus corresponsales en dichas regiones, con comisiones a convenir más adelante. Si las predicciones son erróneas en cualquier aspecto, no necesita tomarnos en consideración.»
      —Mmm —dijo Weinbaum, despacio—. Son tipos muy confiados… Y la combinación es extraña. Los Tres Fantasmas es sólo un pequeño sistema solar, mientras que el área de Hércules podría incluir el cúmulo entero de estrellas…, o quizá incluso la constelación entera, lo cual significa un montón de espacio. La empresa parecería estarle diciendo que tiene miles de corresponsales de campo, quizá tantos como el mismo gobierno. Si es así, le garantizo que están fanfarroneando.
      —Podría ser. Pero antes de que usted acabe de formarse una opinión, déjeme que le lea alguna de las predicciones —la carta sonó en las manos de Dana Lje—: «A las 03:16:10, en el Día del Año, 2090, el crucero interestelar de línea Brindisi, de tipo Hess, será atacado en las cercanías del sistema Tres Fantasmas por cuatro…»
      Weinbaum se enderezó instantáneamente en su silla giratoria.
      —¡Déjeme ver esa carta! —dijo él, con un tono áspero de alarma reprimida.
      —En un momento —dijo la joven, arreglándose la falda con toda compostura—. Evidentemente estaba en lo correcto al seguir mi corazonada. Permítame seguir leyendo: «… por cuatro naves fuertemente armadas, identificadas con las luces de la flota de Hammersmith II. La posición del crucero en ese momento será la de las coordenadas codificadas 88-A-theta-88-aleph-D&. Será…»
      —Señorita Lje —dijo Weinbaum—, lamento interrumpirla otra vez, pero lo que ha dicho hasta el momento justifica que la encierre en prisión ahora mismo, sin importar lo mucho que griten sus patrocinadores. No sé nada acerca de esta empresa de Información Interestelar, o si usted ha recibido o no la carta que pretende estar citando. Pero le puedo decir que ha demostrado estar en posesión de información que sólo su servidor y otros cuatro hombres se supone que poseen. Es demasiado tarde para decirle que todo lo que diga puede ser tomado en su contra. Todo lo que puedo agregar ahora es que ya es tiempo de que se calle.
 
      —Tal como suponía —dijo ella, al parecer sin alarma alguna—. Entonces ese crucero está programado para llegar a esas coordenadas, y el código de éstas se corresponde con la Hora Universal predicha. ¿Es cierto también que el Brindisi llevará un aparato ultrasecreto de comunicaciones?
      —¿Está buscando deliberadamente que la detenga? —dijo Weinbaum, rechinando los dientes— ¿O es esto un montaje, hecho para demostrarme que mi oficina está llena de filtraciones?
      —Puede que resulte ser algo así —admitió Dana—. Pero todavía no. Robin, he sido tan honesta con usted como puedo serlo. Usted no ha recibido sino un trato justo de mi parte hasta este momento. Yo no voy a utilizarlo en su contra, y usted lo sabe. Si esta empresa desconocida tiene esta información, podría haberla obtenido del lugar que insinúa: del terreno.
      —Imposible.
      —¿Por qué?
      —Porque la información en cuestión no ha llegado siquiera a mis propios agentes de campo… No hay ninguna posibilidad de que se haya filtrado tan lejos como hasta Hammersmith II o ningún otro lugar. ¡Y no digamos hasta los Tres Fantasmas! Las cartas deben ser llevadas en naves, usted lo sabe. Si tuviese que enviar órdenes por ultraonda a mi agente de los Tres Fantasmas, él tendría que esperar trescientos veinticuatro años para recibirlas. En una nave, las podrá tener en poco más de dos meses. Estas órdenes en específico están en camino desde hace sólo cinco días. Incluso si alguien las ha leído a bordo de la nave que las está llevando, no podrían haber sido enviadas a los Tres Fantasmas más rápido de lo que están viajando en este momento.
      Dana sacudió su cabeza morena.
      —Muy bien. Entonces, ¿qué nos queda, excepto un espía, aquí en su cuartel general?
      —Buena pregunta —dijo Weinbaum en tono lúgubre—. Será mejor que me diga quién firma su carta.
      —La firma J. Shelby Stevens.
      Weinbaum encendió su intercomunicador.
      —Margaret, busque en el registro de negocios una empresa llamada Información Interestelar y encuentre a quién pertenece.
      —¿No le interesa el resto de la predicción? —dijo Dana Lje.
      —Por supuesto que sí. ¿Le dice el nombre del aparato de comunicación?
      —Sí —dijo Dana.
      —¿Cuál es?
      —“Comunicador Dirac”.
      Weinbaum gruñó y se volvió de nuevo al intercomunicador.
      —Margaret, pida al doctor Wald que pase conmigo. Dígale que deje todo y venga al instante. ¿Algún resultado con lo anterior?
      —Sí, señor —dijo el intercomunicador—. La empresa es unipersonal; pertenece a un tal J. Shelby Stevens, de Rico City. Fue registrada este año.
      —Que lo arresten bajo sospecha de espionaje.
 
      La puerta se abrió y el doctor Wald entró con su metro noventa de estatura. Era extremadamente rubio y se veía torpe, amable y no muy inteligente.
      —Thor, la señorita es nuestra némesis de la prensa, Dana Lje. Dana, el doctor Wald es el inventor del comunicador Dirac, acerca del cual usted, por desgracia, tiene ya tanta información.
      —¿Ya lo hicieron público? —dijo el doctor Wald, observando a la joven con grave deliberación.
      —Ya lo es, y mucho más que eso, mucho más. Dana, en el fondo usted es una buena chica, y por alguna razón confío en usted, aunque es estúpido confiar en alguien en este trabajo. Tendría que detenerla hasta el Día del Año, tenga o no programas que hacer. En cambio, le voy a pedir que no revele la información que tiene, y le voy a explicar por qué.
      —Adelante.
      —Ya le dicho cuán lenta es la comunicación de un sistema estelar a otro. Tenemos que llevar nuestras cartas en naves, tal como hacíamos localmente antes de la invención del telégrafo. Los motores de sobrepropulsión nos permiten superar la velocidad de la luz, pero no por mucho margen en distancias realmente grandes. ¿Entiende esto?
      —Ciertamente —dijo Dana. Ella parecía estar un poco irritada, y Weinbaum decidió darle toda la información más rápidamente. Después de todo, se podía suponer que ella estaba mejor informada que el promedio de los legos.
      —Lo que hemos necesitado durante mucho tiempo, por lo tanto —dijo él—, es un método prácticamente instantáneo para llevar un mensaje de un lugar a otro. Cualquier retraso, no importa lo pequeño que sea al principio, se vuelve enorme a medida que las distancias se hacen más y más largas. Tarde o temprano tendremos que tener un método instantáneo, o no seremos capaces de enviar mensajes de un sistema a otro lo bastante aprisa como para mantener nuestra jurisdicción en las regiones más alejadas del espacio.
      —Un momento —dijo Dana—. Siempre había pensado que la ultraonda es más rápida que la luz.
      —En efecto, lo es; físicamente, no. ¿Entiende esto?
      Ella volvió a sacudir la cabeza.
      —En pocas palabras —dijo Weinbaum—, las ultraondas son radiación, y toda la radiación en el espacio está limitada a la velocidad de la luz. La forma en que aumentamos la velocidad de las ultraondas es usando una vieja aplicación de la teoría de ondas, según la cual la transmisión real de energía es a la velocidad de la luz, pero existe una cosa imaginaria llamada velocidad de fase que va más rápido. Pero lo que ganamos en la velocidad de la transmisión no es mucho; por ejemplo, podemos hacer llegar un mensaje de ultraonda a Alfa Centauro en un año, en lugar de que tarde casi cuatro. Pero en distancias realmente largas, ese no es ni por mucho un incremento suficiente.
      —¿No se puede elevar más la velocidad? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

 
      —No. Piense en el rayo de ultraonda entre aquí y Centauro como una oruga. La oruga por sí misma se mueve muy lentamente, justo a la velocidad de la luz. Pero las pulsaciones que pasan a lo largo de su cuerpo van más aprisa de lo que ella se mueve…, y si alguna vez ha observado una oruga, sabrá que es verdad. Sin embargo, hay un límite físico para el número de pulsaciones que pueden viajar a través de la oruga, y nosotros ya hemos llegado a ese límite. Hemos llevado la velocidad de fase a lo máximo que puede dar. Ese es el motivo por que necesitamos algo más rápido. Durante un largo tiempo, nuestras teorías de la relatividad nos quitaron toda esperanza de algo más rápido. Incluso la alta velocidad de fase de una onda guiada no contradice esas teorías; sólo encuentra en ellas la posibilidad de un truco, una salida limitada, matemáticamente imaginaria. Pero cuando Thor, aquí presente, comenzó a estudiar la cuestión de la velocidad de propagación de un pulso Dirac, encontró la respuesta. El comunicador que él ha desarrollado parece actuar sobre largas distancias, cualquier distancia, instantáneamente…, y puede ser que acabe dejando la relatividad muy atrás.
      La cara de la joven era ahora un estudio de conciencia súbita, asombrada.
      —No estoy segura de haber entendido los aspectos técnicos —dijo ella—. Pero de haber tenido alguna idea de la dinamita política que esto representa…
      —… se hubiera mantenido lejos de mi oficina —concluyó Weinbaum, sombríamente—. Mejor que no lo haya hecho. El Brindisi transporta un modelo del comunicador Dirac hacia la periferia para una prueba final; se supone que la nave se pondrá en contacto conmigo desde allá a una hora terrestre dada, la cual hemos calculado muy elaboradamente para tomar en cuenta las transformaciones residuales de Lorentz y Milne implicadas en un vuelo sobrepropulsado, más una buena cantidad de fenómenos del tiempo que no significarían nada para usted. Si esa señal llega aquí a la Tierra en el tiempo convenido, entonces…, dejando de lado los estragos que causará entre los físicos teóricos a los que decidamos avisar del asunto…, tendremos realmente nuestro comunicador instantáneo, y podremos incluir todo el espacio poblado en una misma zona temporal. Y tendremos una ventaja espectacular sobre cualquier persona que esté fuera de la ley, y que tendrá que recurrir localmente a la ultraonda y a cartas llevadas por naves en distancias más grandes.
      —No —dijo el doctor Wald, acremente— si la información ya se ha filtrado.
      —Falta por saber cuánto se ha filtrado —dijo Weinbaum—. El principio es bastante esotérico, Thor, y por sí solo, el nombre de la cosa no significará mucho incluso para un científico entrenado. Supongo que el misterioso informante de Dana no habrá entrado en detalles técnicos… ¿O sí?
      —No —dijo Dana.
      —Diga la verdad, Dana. Sé que está suprimiendo algo de esa carta.
      La chica se sobresaltó un poco.
      —Muy bien, sí. Es cierto. Pero nada técnico. Hay otra parte de la predicción que cita el número y clase de las naves que ustedes enviarán para proteger al Brindisi. La predicción dice que serán suficientes, por cierto. Me guardo este dato para ver si se convierte en realidad o no junto con el resto. De ser así, creo que habré conseguido un corresponsal.
      —De ser así —dijo Weinbaum—, habrá conseguido un pájaro de celda. Veremos qué tanto puede leer la mente J. Comosellame Stevens desde el subsótano del Fuerte Yaphank.
      Abruptamente, puso fin a la conversación y acompañó a Dana hasta la puerta, con una controlada cortesía.
 

III

      Weinbaum entró en la celda de Stevens, cerró la puerta tras él y le pasó las llaves al guardia. Se sentó pesadamente en el más taburete más cercano.
      Stevens le sonrió con la débil y benevolente sonrisa de los muy ancianos y dejó su libro sobre la litera. Weinbaum sabía (dado que su oficina lo había revisado) que el libro era sólo un volumen de poemas agradables e inofensivos de un escritor llamado Nims, de la Nueva Dinastía.
      —¿Fueron correctas nuestras predicciones, capitán? —dijo Stevens. Su voz era aguda y musical, muy parecida a la de un niño soprano.
       Weinbaum asintió.
      —¿Aún no quiere decirnos cómo lo ha logrado?
      —Pero ya lo he hecho —protestó Stevens—. Nuestra red de inteligencia es la mejor del Universo, capitán. Es superior incluso a su excelente organización, como muestran los hechos.
      —Le concedo que sus resultados son superiores —dijo Weinbaum con hosquedad—. Si Dana Lje hubiese echado su carta al tubo de los desperdicios, habríamos perdido el Brindisi y además nuestro comunicador Dirac. Por cierto, ¿su carta original predecía con exactitud el número de naves que enviaríamos?
      Stevens asintió con placer. Cuando sonreía, su barba blanca, limpia y bien arreglada, se balanceaba hacia delante, levemente.
      —Me lo temía —Weinbaum se inclinó hacia adelante—. Stevens, ¿tiene usted un comunicador Dirac?
      —Por supuesto, capitán. ¿De qué otra forma me podrían informar mis corresponsales con la eficiencia que ha observado?
      —Entonces, ¿por qué nuestros receptores no pueden captar las transmisiones de sus agentes? El doctor Wald dice que es inherente al principio del Dirac que sus transmisiones sean captadas por todos los instrumentos ajustados para recibirlas, sin excepción. Y en esta etapa del juego, se hacen tan pocas transmisiones que casi estaríamos seguros de poder detectar cualquiera que no proviniera de nuestros propios operadores.
      —Declino contestar esa pregunta, si me perdona la descortesía —dijo Stevens, la voz temblándole levemente—. Soy un anciano, capitán, y esta agencia de inteligencia es mi única fuente de ingresos. Si le contara cómo operamos, ya no tendríamos ninguna ventaja sobre su propio Servicio, exceptuando la limitada libertad de secreto que tenemos. Abogados competentes me han asegurado que tengo todo el derecho de operar una oficina privada de investigación, con la licencia debida, a cualquier escala que yo elija; y que tengo también el derecho de mantener mis métodos en secreto, en su calidad de «capitales intelectuales» de mi empresa. Si usted desea usar nuestros servicios, está muy bien. Se los proporcionaremos, con garantía absoluta de toda la información que le demos, por una tarifa apropiada. Pero nuestros métodos son de nuestra propiedad.
 
      Robin Weinbaum mostró una sonrisa torcida.
      —No soy un hombre ingenuo, señor Stevens —dijo—. Mi Servicio es duro con la ingenuidad. Usted sabe tan bien como yo que el gobierno no puede permitirle que opere como trabajador independiente, suministrando información de alto secreto a cualquiera que pueda pagar el precio…, o libre de cargo a una columnista de video como una especie de prueba…, incluso si usted llega a cada fragmento de esa información sin recurrir al espionaje. El cual no he descartado todavía, por cierto. Si usted puede repetir ese número del Brindisi a voluntad, tendremos que pedir la exclusiva de sus servicios. En resumen, usted se convertiría en un brazo civil de mi propia oficina.
      —Ciertamente —dijo Stevens, devolviéndole la sonrisa con actitud paternal—. Ya lo habíamos anticipado, por supuesto. De todas formas, tenemos contratos con otros gobiernos que considerar: en particular, con Erskine. Si vamos a trabajar en exclusiva para la Tierra, nuestro precio incluirá necesariamente una compensación por nuestra renuncia a otras cuentas.
      —¿Y por qué? Los patrióticos servidores públicos trabajan para sus gobiernos con pérdidas, si no pueden trabajar para él de otra forma.
      —Lo sé. Estoy dispuesto a renunciar a mis otros intereses. Pero sí requiero que se me pague.
      —¿Cuánto? —preguntó Weinbaum, súbitamente consciente de que sus puños estaban tan fuertemente apretados que le dolían.
      Stevens pareció pensarlo, moviendo su abundante cabellera blanca con senil deliberación.
      —Tendría que consultar a mis socios. Sin embargo, y de forma tentativa…, una suma igual al presupuesto actual de su oficina sería apropiada, pendiente de posteriores negociaciones.
      Weinbaum se puso en pie de un salto, los ojos muy abiertos.
      —¡Viejo pirata! Usted sabe bien que no puedo gastar todo mi maldito presupuesto en un único servicio civil. ¿Alguna vez se le ocurrió que las empresas civiles que trabajan para nosotros lo hacen con contratos de margen sobre el coste, y que nuestros ejecutivos civiles sólo reciben de paga un crédito al año, por su propia elección? Usted está exigiendo cerca de los dos mil créditos por hora a su propio gobierno, y al mismo tiempo pidiendo la protección legal que ese mismo gobierno le da, ¡y todo para dejar que esos fanáticos de Erskine le ofrezcan un precio más alto!
      —El precio no es desproporcionado —dijo Stevens—. El servicio lo vale.
      —¡Ahí es donde se equivoca! Tenemos al descubridor de la máquina trabajando para nosotros. Por menos de la mitad de la suma que usted está pidiendo, podemos encontrar la maldita aplicación del aparato que usted está queriendo vender. ¡De eso puede estar seguro!
      —Un juego peligroso, capitán.
 
      —Quizá. ¡Ya veremos! —Weinbaum miró con rabia el rostro plácido del viejo— Estoy obligado a decirle que es usted un hombre libre, señor Stevens. No hemos podido demostrar que haya obtenido su información por métodos ilegales. Usted estaba en posesión de hechos clasificados, pero no de documentos clasificados, y como ciudadano tiene el privilegio de intentar adivinar datos ultrasecretos, por improbable que sea el que tenga éxito. Pero tarde o temprano lo atraparemos. Si hubiese sido razonable, se hubiera encontrado en muy buena posición con nosotros, con sus ingresos tan asegurados como puede serlo cualquier ingreso político, y su persona respetada al máximo. Ahora, por el contrario, usted está sujeto a censura; no tiene usted idea de cuán humillante puede ser, pero me voy a encargar de que se entere. No habrá más noticias para Dana Lje ni para nadie más. Quiero ver cada palabra de texto que usted envíe a cualquier cliente que no sea esta oficina. Cada palabra que me sea de utilidad será empleada, y a usted se le pagará la tasa establecida de un centavo por palabra: el mismo precio que el FBI paga por chismes de fuentes anónimas. Cualquier cosa que me parezca inútil será puesta en archivo muerto sin previo aviso. A su debido tiempo hallaremos la modificación del Dirac que usted está usando, y cuando eso ocurra, quedará tan quebrado que todas las ruinas del mundo se verán más nuevas que usted.
      Weinbaum se detuvo un momento, asombrado de su propia furia.
      La voz de clarinete de Stevens comenzó a sonar en la cavidad desprovista de ventanas.
      —Capitán, no tengo ninguna duda de que podrá hacerme eso, al menos parcialmente. Pero será infructuoso. Le daré una predicción sin cargo alguno. Está garantizada, como todas nuestras predicciones. Es la siguiente: Usted nunca encontrará esa modificación. En su momento, yo se la daré, en mis propios términos, pero nunca la encontrará por su propia cuenta ni me forzará a dársela. Entretanto, no le enviaré una sola palabra de texto; no niego el hecho de que usted es un brazo del gobierno, pero puedo permitirme esperar a que deje de serlo.
      —No presuma —dijo Weinbaum.
      —Son hechos. Usted es el que presume: puras bravatas, basadas en nada más que una esperanza. Yo, por el contrario, de qué hablo… Pero concluyamos esta discusión; no tiene ningún sentido. Usted tendrá que convencerse de mis argumentos por las malas. Gracias por darme mi libertad. Hablaremos nuevamente, en diferentes circunstancias, el…, déjeme ver… Ah, sí, el 9 de junio del año 2091. Me parece que ese año está muy cerca.
      Stevens volvió a levantar su libro; inclinó la cabeza hacia Weinbaum, con expresión inofensiva y amable, mientras sus manos mostraban el marcado temblor de la paralysis agitans. Weinbaum fue hasta la puerta, desolado, e hizo una señal al carcelero. Cuando las barras se cerraban detrás de él, oyó la voz de Stevens:
      —Ah, sí: Feliz Año Nuevo, capitán.
 
      A su vuelta, Weinbaum entró echando truenos en su despacho, al menos el doble de enfurecido que el proverbial panal de avispones y, al mismo tiempo, ominosamente enterado de su propio y probable futuro. Si la segunda predicción de Stevens resultaba tan fenomenalmente cierta como había sido la primera, el capitán Robin Weinbaum estaría muy pronto obligado a vender un elegante conjunto de uniformes usados.
      Miró, echando chispas por los ojos, a Margaret Soames, su recepcionista. Ella le devolvió la mirada; lo conocía de demasiado tiempo como para intimidarse.
      —¿Alguna cosa? —preguntó él.
      —El doctor Wald lo espera en su oficina. Hay algunos informes de campo, y un par de Diracs en su cinta privada. ¿Algo de suerte con el viejo?
      —Eso es ultrasecreto —dijo él, con desánimo.
      —Ufff… Eso significa que nadie sabe aún la respuesta, excepto J. Shelby Stevens.
      Él se dobló repentinamente.
      —Pues sí. Es justamente lo que significa. Pero le vamos a ganar tarde o temprano. Tenemos que ganarle.
      —Lo harán —dijo Margaret—. ¿Algo más para mí?
      —No. Avise al resto de los empleados que hoy hay medio día libre; luego váyase a ver una estéreo, o a cenar, o a donde quiera. El doctor Wald y yo tenemos que tirar de algunos hilos…, y, salvo que esté tristemente equivocado, vaciar una botella de aquavit.
      —Bueno —dijo la recepcionista—. Tómese un trago a mi salud. Entiendo que la cerveza es el mejor chaser para el aquavit; haré que les traigan algunas.
      —Si regresa después de que yo haya quedado convenientemente ebrio —dijo Weinbaum, sintiéndose ya un poco mejor—, le daré un beso por su atención. Espero que con eso usted decida quedarse en el estéreo al menos tres funciones seguidas.
      —Supongo que lo haré —dijo ella, tímidamente, mientras él entraba por la puerta de su oficina.
      Tan pronto como cerró la puerta, su humor se volvió abruptamente casi tan negro como antes. A pesar de su relativa juventud –tenía sólo cincuenta y cinco años–, llevaba mucho tiempo en el servicio, y no necesitaba que nadie le dijera las posibles consecuencias de que el comunicador Dirac quedara en posesión de un solo individuo. Si alguna vez iba a haber una Federación Humana en la Galaxia, J. Shelby Stevens tenía el poder de arruinarla antes de haber siquiera comenzado. Y parecía que no había nada que hacer al respecto.
      —Hola, Thor —dijo él sombríamente—. Pásame la botella.
      —Hola, Robin. Por lo visto, las cosas han ido mal… Cuéntame.
 
      Weinbaum le contó todo brevemente.
      —Y lo peor —finalizó— es que Stevens mismo predice que nosotros no seremos capaces de encontrar la aplicación del Dirac que él está usando, y que se la tendremos que comprar a su precio. De alguna manera le creo…, pero no veo cómo puede ser posible algo así. Si tuviera que decirle al Congreso que voy a gastar mi presupuesto entero en un solo servicio civil, acabaría de patitas en la calle en las tres sesiones siguientes.
      —Tal vez ése no sea su precio verdadero —sugirió el científico—. Si quiere regatear, comenzará naturalmente con una cifra a kilómetros por encima de lo que realmente desea.
      —Sí, seguro… Pero, francamente, Thor, odio tener que darle a ese maldito viejo un solo crédito si puedo evitarlo —Weinbaum suspiró—. Bueno, veamos qué es lo que nos mandan del campo.
      Thor Wald se alejó lenta y silenciosamente del escritorio de Weinbaum mientras el oficial lo abría y preparaba la pantalla del Dirac. Apiladas limpiamente cerca del ultráfono —un aparato que a Weinbaum, apenas unos días antes, le había parecido completamente pasado de moda— estaban las cintas que Margaret había mencionado. Introdujo la primera en el Dirac e hizo girar el control principal hasta la posición marcada como COMIENZO.
      De inmediato, la pantalla entera se volvió de un blanco puro y las bocinas emitieron un estallido casi instantáneo de sonido: un bip que, como Weinbaum ya sabía, abarcaba un espectro continuo desde cerca de los 30 ciclos por segundo hasta por encima de los 18,000. Luego ambos –la luz y el sonido– se fueron como si nunca hubiesen existido, y fueron reemplazados por el rostro y la voz familiares del jefe local de operaciones de Weinbaum en Rico City.
      —No hay nada inusual —dijo el agente, sin preámbulos— en los transmisores de la oficina de Stevens de aquí. Y no hay ningún empleado local de Información Interestelar salvo una secretaria, y ella es tonta como una mampara, la verdad. Todo lo que hemos podido sacarle es que Stevens es «un anciano muy dulce». No hay ninguna posibilidad de que esté actuando; es literalmente estúpida, de los que creen que Betelgeuse es algo que los indios usaban para oscurecerse la piel. Hemos buscado algún tipo de lista o tabla de códigos que nos pudiera dar una idea acerca del equipo de campo de Stevens, pero ha sido otro callejón sin salida. Ahora estamos manteniendo una vigilancia de veinticuatro horas en el lugar desde un sitio que está cruzando la calle. ¿Órdenes?
      Weinbaum le dictó al trozo de cinta en blanco que venía a continuación:
      —Margaret, la próxima vez que envíe una cinta a mi despacho, córtele primero el maldito bip del comienzo. Diga a los muchachos de Rico City que Stevens ha sido liberado, y que estoy pidiendo una orden de seguridad para intervenir su ultráfono y sus líneas locales; éste es un caso en el que estoy seguro de persuadir a la corte de que la interferencia es necesaria. Además –y asegúrese que esto va en código–, dígales que procedan a intervenir inmediatamente y que lo mantengan aunque la corte niegue su permiso. Yo pondré mi huella digital en una Confesión de Plena Responsabilidad para ellos. No nos podemos permitir el jugar limpio con Stevens; el potencial de daño es demasiado grande. Y, ah, sí, Margaret, envié el mensaje por mensajero, y envíe una orden general a todos los implicados de no usar el Dirac, salvo en los casos en que la distancia y el tiempo impidan usar otros medios. Stevens ya ha admitido que puede recibir transmisiones de Dirac.
      Desconectó el micrófono y, por un momento, miró fija y morosamente el hermoso trabajo de artesanía eridaniana, a base de espirales en madera, de su escritorio. Wald tosió con inquietud y recobró el aquavit.
      —Discúlpame, Robin —dijo—, pero creo que deberíamos trabajar en ambos sentidos.
      —También lo pienso yo. Y sin embargo el hecho es que no hemos podido captar ni un susurro acerca de Stevens o sus agentes. No sé de qué manera lo hace, pero evidentemente debe de haber alguna.
      —Bueno, vamos a repensar el problema, y veamos qué obtenemos —dijo Wald—. No deseaba decir esto en presencia de la señorita, por razones obvias…, me refiero a la señorita Lje, por supuesto, no a Margaret…, pero la verdad es que el Dirac, esencialmente, es un mecanismo basado en un principio sencillo. Yo dudo muy seriamente que haya algún medio de hacer que transmita un mensaje que no pueda ser detectado…, pero un examen de la teoría con esta premisa en mente nos podría dar algo nuevo.
      —¿Qué premisa? —preguntó Weinbaum. Thor Wald lo dejaba atrás demasiado a menudo últimamente.
      —La de que una transmisión Dirac no va necesariamente a todos los comunicadores capaces de recibirla. Si fuera cierto, las razones de por qué es cierto deberían emerger de la propia teoría.
      —Ya veo. De acuerdo, sigue por esa línea. Yo he estado mirando la carpeta de Stevens mientras hablabas y es un desierto. Antes de la apertura de la oficina en Rico City, no hay absolutamente nada acerca de J. Shelby Stevens. La primera vez que hablé con él, el tipo casi me frotó la cara con la insinuación de que usaba un seudónimo. Le pregunté qué significaba la J de su nombre, y me dijo: «Oh, que sea Jerónimo.» Pero quién es el hombre detrás del seudónimo…
      —¿Es posible que esté usando sus propias iniciales?
      —No —dijo Weinbaum—. Sólo los más tontos lo hacen, o trasponen sílabas, o retienen alguna conexión con sus nombres verdaderos. Esas son personas con serios problemas emocionales, que se sumergen a sí mismas en el anonimato pero dejan huellas por todas partes. Esas huellas son en realidad un grito de ayuda, una petición de que les descubran. Por supuesto que estamos trabajando en eso también, no podemos descuidar nada, pero J. Shelby Stevens no es ese tipo de caso, estoy seguro —Weinbaum se levantó bruscamente—. Bueno, Thor, ¿qué es lo primero en tu programa técnico de trabajo?
      —Pues…, supongo que debemos comenzar revisando las frecuencias que usamos. Nos basamos en la suposición de Dirac –que funciona muy bien y siempre lo ha hecho– de que un positrón en movimiento a través de una retícula cristalina es acompañado por ondas de de Broglie, que son la transformación de las ondas de un electrón en movimiento en algún otro lugar del Universo. Por lo tanto, si nosotros controlamos la frecuencia y ruta del positrón, controlamos el emplazamiento del electrón: hacemos que aparezca, por así decir, en los circuitos de un comunicador en algún otro lugar. Después de esto, la recepción es sólo cuestión de amplificar los impulsos y leer la señal.
 
      Wald frunció el ceño y sacudió su cabeza rubia.
      —Si Stevens está captando mensajes que nosotros no podemos captar, mi primera hipótesis sería que él ha creado un circuito sintonizador más delicado que el nuestro, lo que es más o menos como deslizar sus mensajes por debajo de los nuestros. La única forma en que algo así podría hacerse, por lo menos hasta donde puedo ver de momento, es utilizando un control realmente fantástico de la frecuencia de su emisor positrónico. De ser así, el paso lógico para nosotros es volver al comienzo de nuestras pruebas y volver a hacer nuestras difracciones, para ver si podemos refinar nuestras mediciones de las frecuencias positrónicas.
      El científico parecía tan sombrío e inexpresivo mientras ofrecía esta conclusión que, por pura simpatía, una capa de desesperanza cayó sobre Weinbaum.
      —No pareces esperar que eso revele algo nuevo.
      —No lo espero. Mira, Robin, en física las cosas son diferentes de como eran en el siglo veinte. En ese tiempo, siempre se presuponía que la física no tenía límites: la declaración clásica la hizo Weyl, quien dijo que «la naturaleza de algo real es ser inagotable en su contenido». Nosotros sabemos ahora que las cosas no son así, excepto de un modo remoto y asociativo. Hoy en día, la física es una ciencia definida y bien delimitada; su extensión es aún prodigiosa, pero ya no podemos seguir pensando que no tiene límites. Esto está mejor establecido en la física de partículas que en cualquier otra rama de la ciencia. La mitad de los problemas que tenían los físicos del siglo pasado con la geometría euclidiana –y aquí está la razón de por qué ellos desarrollaban tantas teorías complicadas acerca de la relatividad– es que se trata de una geometría de líneas y, por lo tanto, puede ser subdividida infinitamente. Cuando Cantor probó que realmente hay un infinito, al menos matemáticamente hablando, pareció confirmar la posibilidad de un universo físico realmente infinito.
      Los ojos de Wald se nublaron, y se detuvo para echarse un trago del aquavit con sabor a orozuz que hubiera hecho erizar todos los pelos de Weinbaum.
      —Recuerdo —dijo Wald— al hombre que me enseñó teoría de conjuntos en Princeton, hace muchos años. El solía decir: «Cantor nos enseña que hay muchas clases de infinitos.» ¡Qué tipo loco!
      Weinbaum rescató deprisa la botella.
      —Me decías, Thor.
      —Oh —Wald parpadeó—. Sí. Bueno, lo que sabemos ahora es que la geometría que se aplica a las partículas últimas, como el positrón, no es la euclidiana. Es pitagórica: una geometría de puntos y no de líneas. Una vez que has medido uno de esos puntos –y no tiene importancia qué tipo de cantidad estás midiendo– ya has llegado lo más lejos que puedes llegar. En ese punto, el Universo se vuelve discontinuo, y no es posible ningún otro refinamiento posterior. Y yo diría que nuestras mediciones de la frecuencia de los positrones ya han llegado a ese límite. No hay elemento en el Universo más denso que el plutonio, y sin embargo obtenemos los mismos valores de frecuencia de la difracción a través de cristales de plutonio que a través de cristales de osmio; no hay la más mínima diferencia. Si J. Shelby Stevens está operando con fracciones de esos valores, entonces está haciendo lo que un organista llamaría «tocar entre las teclas»…, lo que ciertamente es algo que puedes pensar en hacer, pero de hecho es imposible. Jup.
      —¿Jup? —repitió Weinbaum.
      —Perdón. Fue un hipo nada más.
      —Ah, bueno… ¿Y si Stevens ha reconstruido el órgano?
      —Si él ha reconstruido el marco métrico universal para beneficio de una empresa privada de rastreo de personas —dijo Wald, firmemente—, yo, por lo menos, no veo razón por la que no podamos hacerle al menos una auditoría… jup… por declarar el cosmos entero nulo y abolido.
      —Está bien, está bien —dijo Weinbaum, sonriente—. No quería llevar tu analogía hasta las últimas consecuencias; sólo estaba preguntando. Pero comencemos a trabajar en eso de todas formas. No podemos quedarnos aquí sentados y dejar que Stevens se salga con la suya. Si el enfoque de la frecuencia se vuelve tan desesperanzador como parece, intentaremos otra cosa.
      Wald miró la botella de aquavit con ojos de lechuza.
      —Es un problema muy bonito —dijo—. ¿Alguna vez te he cantado una canción que tenemos en Suecia que se llama “Nat-og-Dag”?
      —Jup —dijo Weinbaum, para su propia sorpresa, en un alto falsete—. Disculpa. No. Oigámosla.
 
      La computadora ocupaba un piso entero del edificio de Seguridad. Sus unidades, aparentemente idénticas, estaban puestas una tras otra sobre el piso, siguiendo una versión algo enfermiza de la “curva que llena el espacio” de Peano. En el extremo de la línea había un tablero maestro de control con una gran pantalla de televisión en su centro. Ante ella se hallaba el doctor Wald, con Weinbaum mirando, silenciosa y ansiosamente, por encima de su hombro.
      La pantalla mostraba un patrón que, exceptuando el hecho de que estaba dibujado con luz verde sobre un fondo gris oscuro, se parecía mucho a un grano en un trozo de caoba muy pulido. A la derecha del doctor Wald, había una pila de fotos de un modelo similar puestas sobre una mesa pequeña; algunas se habían desparramado por el suelo.
      —Pues bien, aquí está —Wald suspiró profundamente—. Y no me esforzaré en evitar decir: «Te lo dije.» Lo que me has hecho hacer aquí, Robin, es reconfirmar cerca de la mitad de los postulados de la física de partículas; por eso ha tardado tanto, a pesar de que fue el primer proyecto que comenzamos —apagó la pantalla—. No hay rendijas entre las teclas para que las toque el señor J. Shelby Stevens. Es definitivo.
      —Eso suena casi a chiste vulgar —dijo Weinbaum, lúgubremente—. Mira, ¿no queda ninguna posibilidad de error? Si no de tu parte, Thor, ¿tal vez en la computadora? Después de todo, está preparada para trabajar solamente con las cargas unitarias de la física moderna; ¿no deberíamos haber desconectado las unidades que contienen esa tendencia antes de que la máquina siguiera las instrucciones con cargas fraccionales que le dimos?
      —Desconectar, dice —gruñó Wald, secándose la frente, pensativo—. Mi amigo, esa “tendencia” están por todas partes de la máquina, porque ésta funciona en todas sus partes a partir de las mismas cargas unitarias. No era cuestión de ir desconectando unidades; hemos tenido que añadir una, con una contratendencia propia, para contracorregir las correcciones que, de otra forma, la computadora hubiese aplicado a las instrucciones. Los técnicos pensaron que yo estaba loco. Ahora, cinco meses después, les he comprobado que sí lo estaba.
      A su pesar, Weinbaum sonrió.
      —¿Qué hay de los otros proyectos?
      —Todos listos, y desde hace ya tiempo, de hecho. El personal y yo hemos comprobado todas y cada una de las cintas de Dirac que hemos recibido desde que liberaron a J. Shelby de Yaphank, en busca de algún rastro de intermodulación, señales marginales, o cualquier otra cosa de ese tipo. No hay nada, Robin, nada en absoluto. Ese es nuestro resultado.
      —Lo cual nos deja justo donde empezamos —dijo Weinbaum—. Todos los proyectos de monitoreo llegaron al mismo callejón sin salida; sospecho firmemente que Stevens no se ha arriesgado a hacer más llamadas desde su oficina central a su equipo de campo, aun si se mostró seguro de nunca interceptaríamos sus llamadas…, como de hecho ha sucedido. Ni siquiera la intervención que hicimos de sus líneas ha dado nada, fuera de llamadas hechas por la secretaria de Stevens para hacer citas con diversos clientes, actuales o potenciales. Cualquier información que esté vendiendo en estos días, la está pasando en persona; y tampoco en su oficina, porque hemos puesto micrófonos por todos lados y tampoco han oído nada.
      —Eso debe de limitar su radio de acción enormemente —comentó Wald.
 
      Weinbaum asintió.
      —Sin duda, pero él no da señal alguna de que le moleste. No puede haber enviado ningún dato a Erskine recientemente, por ejemplo, porque en nuestra última pelea con esa gente nos fue muy bien incluso aunque tuvimos que mandar órdenes a nuestro escuadrón usando el Dirac. Si él nos oyó, no trató siquiera de dar aviso. Justo como dijo, nos está presionando —Weinbaum se detuvo—. Espera un momento, aquí viene Margaret. Y por la longitud de sus pasos, diría que trae en mente algo especialmente desagradable.
      —Y vaya que sí —dijo Margaret Soames, vengativamente—. Y si no me equivoco, va a acabar destapando muchas cosas. El escuadrón de identificación finalmente atrapó a J. Shelby Stevens. Y lo hicieron simplemente con el comparador de voces.
      —¿Cómo funciona? —dijo Wald, con interés.
      —Micrófono de intermitencias —dijo Weinbaum con impaciencia—. Aísla las inflexiones en sílabas aisladas y normalmente acentuadas, y las compara. Es una técnica estándar de búsqueda de identidad en este tipo de casos, pero lleva tanto tiempo que usualmente atrapamos a la presa por otros medios antes de recibir resultados. Bueno, Margaret, no se quede ahí parada como tonta. ¿Quién es él?
      —Él —dijo Margaret— es su amiguita de las ondas de video, la señorita Dana Lje.
      —¡No puede ser! —exclamó Wald, mirándola fijamente.
      Weinbaum volvió en sí, lentamente, de su primera conmoción de incredulidad.
      —No, Thor, no —dijo al fin—. Sí es posible. Si una mujer va a disfrazarse, siempre hay dos papeles que puede asumir fuera de su propio sexo: el de un chico joven, y el de un hombre muy anciano. Y Dana es una actriz, eso no es noticia.
      —Pero, Robin…, ¿por qué lo hizo?
      —Eso es lo que vamos a averiguar ahora mismo. Conque no podríamos encontrar la modificación del Dirac por nuestra cuenta, ¿eh? Bueno, hay otros medios de conseguir respuestas aparte de la física de partículas. Margaret, ¿ya se mandó una orden de captura para la chica?
      —No —dijo la secretaria—. Esa es una castaña que quería verlo sacar a usted por sí mismo. Usted me autoriza y yo mando la orden. No antes.
      —Mujer rencorosa. Mándela, pues, y goce viendo mis dientes apretados. Ven, Thor, pongamos la castaña en el cascanueces.
      Mientras iban saliendo del piso de la computadora, Weinbaum se detuvo repentinamente y empezó a murmurar en voz casi inaudible. Wald dijo:
      —¿Qué pasa, Robin?
      —Nada. Otra vez esas predicciones… ¿Qué día es hoy?
      —Mmm… 9 de junio. ¿Por qué?
      —¡Es la fecha exacta en que “Stevens” predijo que nos volveríamos a ver! ¡Maldita sea! Algo me dice que esto no va a ser tan fácil como parece.
 
      Si Dana Lje tenía alguna idea de aquello en lo que se estaba metiendo –y considerando que ella era “J. Shelby Stevens”, se podía suponer que sí– parecía que ese conocimiento no la asustaba. Estaba sentada, con la compostura de siempre, ante el escritorio de Weinbaum, fumando su eterno cigarro. Una de sus rodillas, que tenía un hoyuelo, apuntaba directamente al puente de la nariz del oficial.
      —Dana —dijo Weinbaum—, esta vez vamos a conseguir todas las respuestas y no lo haremos amablemente. Sólo en caso de que no esté consciente de esto, hay ciertas leyes relativas al acto de dar información falsa a un oficial de seguridad según las cuales podemos encarcelarla por un mínimo de quince años. Aplicando los estatutos relativos al uso de las comunicaciones para defraudar, más varias leyes locales contra el travestismo, el uso de nombres falsos y así sucesivamente, probablemente podríamos acumular las suficientes sentencias cortas adicionales como para mantenerla en Yaphank hasta que realmente le crezca una barba. Por lo tanto, le recomiendo que confiese.
      —Tengo toda la intención de confesar —dijo Dana—. Sé, prácticamente palabra por palabra, cómo procederá esta entrevista, qué información le voy a dar, en qué momento se la daré… y lo que usted me va a pagar por ella. Supe todo eso hace muchos meses. Por lo tanto, no tendría sentido que no lo hiciera.
      —Lo que usted está diciendo, señorita Lje —dijo Thor Wald, con voz resignada—, es que el futuro está fijado de antemano, y que usted puede leerlo en sus detalles esenciales.
      —Correcto, doctor Wald. Las dos cosas son ciertas.
      Hubo un breve silencio.
      —Muy bien —dijo Weinbaum, sombríamente—. Hable.
      —Muy bien, capitán Weinbaum, págueme —dijo Dana, calmadamente.
      Weinbaum reprimió una risa.
      —Pero lo digo en serio —dijo ella—. Usted aún no sabe lo que yo sé acerca del comunicador Dirac. Yo no seré obligada a decírselo, bajo amenaza de prisión o de cualquier otra cosa. Mire, yo sé de cierto que usted no va a mandarme a prisión, a drogarme, ni nada parecido. En cambio, sé de cierto que usted me va a pagar…, por lo que sería tonto decir una sola palabra antes de que usted lo hiciera. Después de todo, lo que usted está comprando es todo un secreto. Una vez que le diga cuál es, usted y el Servicio entero serán capaces de leer el futuro como yo lo hago, y entonces la información no tendrá valor alguno para mí.
      Weinbaum se quedó totalmente sin habla durante un momento. Finalmente, dijo:
      —Dana, usted tiene un corazón de puro bronce, al igual que una rodilla con una mira telescópica invisible. Yo digo que no le voy a dar mi presupuesto entero, sin importar lo que el futuro diga o deje de decir al respecto. No se lo voy a dar porque la forma en que mi gobierno, que es el suyo también, maneja las cosas, hace que ése sea un precio imposible. ¿O no es ése su precio realmente?
      —Ese es mi precio real…, pero es una alternativa. Digamos que es mi segunda opción. Mi primera opción, es decir, que es el precio con el que me conformaría, viene en dos partes: a) ser admitida en su Servicio como oficial responsable, y b) casarme con el capitán Robin Weinbaum.
 
      Weinbaum saltó de su silla. Sintió como si llamas del color del cobre y de treinta centímetros de largo estuvieran saliendo por sus oídos.
      —Con un… —comenzó. Y ahí la voz le falló por completo.
      Desde detrás de él, donde Wald estaba de pie, vino algo parecido a una enorme risotada de modelo escandinavo, reprimida con enorme esfuerzo.
      Dana misma parecía estar sonriendo un poco.
      —Como ve —dijo ella—, yo no apunto mi mejor y más exacta rodilla a cada hombre que conozco.
      Weinbaum se sentó nuevamente, lenta y cuidadosamente.
      —Camine, no corra, hacia la salida más cercana —dijo—. Mujeres e infantiles oficiales de seguridad primero. Señorita Lje, ¿está usted tratando de venderme la idea de que pasó por todo este absurdo, incluyendo la barba, debido a una pasión abrasadora por mi corpulenta y mal pagada persona?
      —No enteramente —dijo Dana Lje—. También quiero estar en su oficina, como ya dije. Pero déjeme enfrentarlo, capitán, con un hecho de la vida que parece que no se le ha ocurrido en absoluto. ¿Acepta como cierto que se pueda leer el futuro en detalle, y que eso, de ser siquiera posible, implica que el futuro está predeterminado?
      —Dado que Thor parece capaz de aceptarlo, supongo que yo puedo también…, provisionalmente.
      —Esto no tiene nada de provisional —dijo Dana con firmeza—. Escuche, cuando me encontré por primera vez con este…, con este aparato, hace ya bastante tiempo, entre las primeras cosas que descubrí estaban que iba a pasar por la mascarada de “J. Shelby Stevens”, que me iba a meter a la fuerza en el equipo de su oficina, y que me iba a casar con usted, Robin. En ese momento quedé atónita y me rebelé por completo. Yo no quería estar en el equipo de su oficina; me gustaba mi vida trabajando por mi cuenta como comentarista de video. Y no me quería casar con usted, aunque no me hubiese opuesto a vivir con usted durante un tiempo…, digamos un mes o algo así. Y, sobre todo, la mascarada parecía ridícula.
      »Pero los hechos siguieron mirándome a la cara. Yo iba a hacer todas esas cosas. No había alternativas, ninguna fantástica “rama temporal”, ningún punto de decisión que pudiera ser alterado para hacer que el futuro cambiara. Mi futuro, como el suyo, el del doctor Wald y el de todos los demás, estaba fijado. No importaba en lo más mínimo si había o no un motivo decente para lo que iba a hacer; lo iba a hacer de todas formas. Como yo misma pude ver, causas y efectos simplemente no existen. Un acontecimiento sigue a otro porque los acontecimientos son tan indestructibles en el espacio-tiempo como la materia y la energía.
      »Fue la píldora más amarga. Me llevará muchos años tragarla por completo, y a usted también. Creo que el doctor Wald lo aceptará un poco antes. En todo caso, una vez que estuve intelectualmente convencida de que todo era así, tenía que proteger mi propia cordura. Sabía que no podía alterar lo que iba a hacer, pero lo menos que podía intentar para protegerme era abastecerme de motivos. O, en otras palabras, de simples racionalizaciones. Parece que, al menos, eso sí somos libres de hacer: la conciencia del observador es únicamente una pasajera en el viaje a través del tiempo, y no puede alterar los hechos…, pero puede comentar, explicar, inventar. Eso es afortunado, porque ninguno de nosotros podría soportar el llevar a cabo acciones que estuvieran realmente desprovistas de lo que nosotros entendemos como significaciones personales.
      »Por lo tanto me conseguí los motivos obvios. Dado que me iba a casar con usted y no podía evitarlo, me propuse convencerme de que lo amaba. Ahora lo amo. Dado que iba a unirme al personal de su oficina, pensé en todas las ventajas que ese trabajo podía tener sobre el ser comentarista, y pude hacer una lista bastante respetable. Esos son mis motivos.
      »Pero yo no tenía esos motivos al principio. De hecho, nunca hay motivos detrás de las acciones. Todas las acciones están prefijadas. Lo que llamamos motivos son, evidentemente, racionalizaciones de una conciencia observadora, impotente, que por otro lado es lo bastante astuta como para oler un acontecimiento que se acerca…, y ya que no puede evitarlo, en cambio se inventa razones para desear que ocurra.
      —Wow —dijo el doctor Wald, sin elegancia pero con fuerza considerable.
 
      —O “wow” o “tonterías” parece ser lo adecuado…, aún no decido cuál —asintió Weinbaum—. Sabemos que Dana es una actriz, Thor, así que no nos caigamos del árbol tan rápido. Dana, he estado dejando la pregunta realmente ardua para el final. Esa pregunta es ¿cómo? ¿Cómo llegó a su modificación del transmisor Dirac? Recuerde que conocemos sus antecedentes, al contrario de los de “J. Shelby Stevens”. Usted no es una científica. Entre sus familiares remotos hubo algunos intelectos de alto poder, pero nada más.
      —Le daré varias respuestas a esa pregunta —dijo Dana Lje—. Elija la que más le guste. Todas son verdaderas, pero tienden a contradecirse unas a otras aquí y allá.
      «Para empezar, tiene razón acerca de mi parentela, por supuesto. Si revisa nuevamente su archivo, descubrirá que esos familiares “remotos” eran los últimos sobrevivientes de mi familia excepto yo misma. Cuando ellos murieron, aunque eran primos segundos, cuartos y novenos, sus posesiones fueron a dar conmigo, y entre sus efectos personales encontré un esquema de un posible comunicador instantáneo basado en la inversión de la onda de de Broglie. El material tenía una forma muy rudimentaria, y en su mayor parte estaba más allá de mi comprensión, porque, como usted ha dicho, yo no soy una científica. Pero estaba interesada; muy vagamente, podía ver el valor que algo así podía tener…, y no sólo en dinero.
      »Mi interés fue estimulado por dos coincidencias: el tipo de coincidencias que la “causa y efecto” simplemente no permiten, pero que parecen ocurrir de cualquier manera en un universo de acontecimientos imposibles de modificar. Durante la mayor parte de mi vida adulta, he estado en medios de comunicación de un tipo u otro, principalmente en ramas del video. Siempre tuve equipos de comunicación a mi alrededor, y todos los días tomaba café y donas con ingenieros de comunicaciones. Primero aprendí la jerga; luego, algunos de los procedimientos, y con el tiempo un poco de conocimiento real. Algunas de las cosas que aprendí no se pueden obtener de ninguna otra forma. Algunas otras, que por lo general sólo están disponibles para gente altamente especializada, como el doctor Wald aquí presente, llegaron a mí por accidente, entre bromas, entre besos, y de cien otras maneras distintas…, todas connaturales al ambiente de una cadena de video.
      Weinbaum se dio cuenta, para su propia consternación, de que la frase «entre besos» no le agradaba nada. Con brusquedad inintencionada, dijo:
      —¿Cuál es la otra coincidencia?
      —Una filtración en su propio personal.
      —Dana, eso no se lo puedo creer.
      —No lo crea si no quiere.
      —No se trata de lo que yo quiera —replicó Weinbaum con petulancia—. Trabajo para el gobierno. ¿Este espía le enviaba información directamente a usted?
      —Al principio, no. Por esa razón le insistía a usted que podía haber una filtración, y por eso empecé a sugerirlo públicamente en mi programa. Tenía la esperanza de que usted pudiera cerrar la filtración y mantenerla dentro de su oficina antes de que se perdiera mi primer y bastante tenue contacto con ella. Cuando fracasé en obligarlo a protegerse, corrí el riesgo e hice contacto directamente…, y el primer fragmento de información secreta que llegó a mí fue el punto final que necesitaba para acabar de armar mi comunicador Dirac. En cuanto estuvo totalmente ensamblado, hacía más que sólo comunicar. Predecía. Y le puedo decir por qué.

 
      Weinbaum dijo pensativamente:
      —Hasta aquí, no encuentro esto tan difícil de aceptar. Quitándole la filosofía, incluso le da algún sentido al asunto de “J. Shelby Stevens”. Supongo que al hacer que el anciano caballero fuera conocido como alguien que sabía más que yo acerca del transmisor Dirac, y que no se oponía a negociar con nadie que tuviera dinero, usted mantuvo al espía trabajando a través de usted…, en vez de transmitir información directamente a gobiernos enemigos.
      —Al final resultó así —dijo Dana—. Pero ésa no fue la génesis o el propósito de la mascarada de Stevens. Ya le he dado la explicación completa de cómo ocurrió aquello.
      —Bueno, será mejor que me diga el nombre del espía antes de que se escape.
      —Cuando se haya pagado el precio, no antes. De cualquier manera, ya es demasiado tarde como para prevenir una huida. Mientras tanto, Robin, quiero continuar y darle la otra respuesta a su pregunta acerca de cómo pude encontrar este secreto particular del Dirac, mientras que ustedes no. Las respuestas que le he dado hasta ahora han sido respuestas de “causa y efecto”, con las que todos nos sentimos más cómodos. Pero quiero recalcar que todas las relaciones aparentes de “causa y efecto” son accidentes. Las causas no existen y los efectos tampoco. Encontré el secreto porque lo encontré; ese acontecimiento estaba predeterminado. El que algunas circunstancias parezcan explicar el porqué lo encontré, en los antiguos términos de “causa y efecto”, es irrelevante. De forma similar, ustedes, con todo su equipo y cerebros superiores, no encontraron el secreto por una razón, y sólo por una: porque no lo encontraron. La historia del futuro dice que lo encontraron.
      —¿“Agua y ajo”, entonces? —dijo Weinbaum tristemente.
      —Me temo que sí…, y a mí tampoco me gusta.
      —Thor, ¿cuál es tu opinión acerca de todo esto?
      —Todo es un tanto pasmoso —dijo Wald con sobriedad—. Pero de algún modo se sostiene. El universo determinista que la señorita Lje describe era una característica común de las viejas teorías de la relatividad, y como mera especulación tiene una historia aún más larga. Yo diría que, en última instancia, cuánto podamos creer en su historia como un todo depende de su método para, como ella dice, leer el futuro. Si es demostrable más allá de cualquier duda, lo demás se vuelve perfectamente creíble, incluyendo la filosofía. Si no lo es, entonces lo que queda es un admirable trabajo de actuación, más algo de metafísica que, aunque es en sí mismo consistente, no es original de la señorita Lje.
      —Eso resume tan bien caso como si yo lo hubiera dirigido a usted, doctor Wald —dijo Dana—. Me gustaría señalar otra cosa más. Si yo puedo leer el futuro, “J. Shelby Stevens” nunca tuvo necesidad de un equipo de operadores de campo, y tampoco de mandar un solo mensaje Dirac que ustedes pudieran haber interceptado. Todo lo que le hacía falta era hacer predicciones de sus propias lecturas, las cuales sabían que eran infalibles; tampoco hizo falta ninguna red privada de espionaje.
      —Eso lo entiendo —dijo Weinbaum secamente—. Muy bien, Dana, digámoslo esta forma: yo no la creo. Mucho de lo que usted dice probablemente sea verdadero, pero creo que el todo es falso. Por otra parte, si está diciendo la verdad, ciertamente merece un puesto en el personal de esta oficina –sería terriblemente peligroso no tenerla con nosotros– y el casamiento es más o menos algo menor, excepto para usted y para mí. Usted puede tener contrato sin letra pequeña; yo no quiero ser comprado, igual que usted no lo querría.
      »Por lo tanto, si me dice quién es el espía, consideraremos cerrada esa parte del asunto. Pongo esa condición no como un precio, sino porque no quiero verme comprometido con alguien que en un mes pudiera ser fusilado por espionaje.
      —Me parece justo —dijo Dana—. Robin, su espía es Margaret Soames. Ella es una agente de Erskine, y nada tonta. Es una técnica altamente entrenada.
      —Bueno, maldita sea —dijo Weinbaum atónito—. Entonces ya se fue… Fue la primera en decirme que ya la habíamos identificado a usted. Debe de haber escogido esa tarea para tener el tiempo suficiente para preparar su huida.
      —Eso es correcto. Pero la atraparán pasado mañana. Y ahora tú estás atrapado, Robin.
      Hubo otra carcajada reprimida de Thor Wald.
      —Acepto felizmente ese destino —dijo Weinbaum, mirando la rodilla telescópica—. Ahora, si usted me cuenta cómo hace su truco de magia, y si lo que me dice respalda todo lo que ha dicho hasta la última letra, como usted afirma, me encargaré de que entre en la oficina y todos los cargos que hay en contra suya desaparezcan. De otra forma, probablemente tendría que besar a la novia a través de las rejas de la celda.
      Dana sonrió.
      —El secreto es muy simple. Está en el bip.

 
      Weinbaum se quedó boquiabierto.
      —¿El bip? ¿El sonido que emite el Dirac?
      —Así es. Ustedes no lo han encontrado porque consideraron al bip sólo una molestia, y tú ordenaste a la señorita Soames que lo cortara de todas las cintas antes de enviártelas. La señorita Soames, que tenía alguna idea de lo que significaba el bip, estaba más que contenta de hacerlo, para dejar la lectura del bip exclusivamente a “J. Shelby Stevens”…, quien, según ella, iba a tomar a Erskine como cliente.
      —Explíquese —dijo Thor Wald, mirándola intensamente.
      —Tal como usted suponía, todo mensaje que es enviado a través del Dirac llega a todo receptor que es capaz de detectarlo. Cada receptor…, incluyendo el primero que fue construido, que es el suyo, doctor Wald, pasando por los cientos de miles que habrá en la galaxia en el siglo XXIV, los incontables millones que existirán en el siglo XXX, etcétera. El bip del Dirac es la recepción simultánea de cada uno de los mensajes Dirac que han sido enviados, o que serán enviados alguna vez. Por cierto, el número cardinal de la totalidad de esos mensajes es relativamente pequeño y por supuesto finito; está muy por debajo de los números finitos realmente grandes, como por ejemplo el número de electrones que tiene el universo, incluso aunque cada mensaje se fragmente en bits y se cuenten los bits.
      —Por supuesto —dijo el doctor Wald suavemente—. ¡Por supuesto! Pero, señorita Lje…, ¿cómo sintoniza un mensaje determinado? Nosotros intentamos usar las frecuencias fracciónales de los positrones, y no llegamos a nada.
      —Yo ni siquiera sabía que existen frecuencias fraccionales de los positrones —confesó Dana—. No, es algo simple…, tan simple que un lego con suerte, como yo, lo puede descubrir. Los mensajes individuales se sacan del bip usando retardación del tiempo, nada más. Todos los mensajes llegan en el mismo instante, en la más pequeña fracción de tiempo que existe, que es algo llamado «cronón».
      —Sí —dijo Wald—. El tiempo que tarda un electrón en moverse de un nivel cuántico a otro. Es el punto pitagórico de la medición del tiempo.
      —Gracias. Obviamente, ningún receptor hecho de materia podría reaccionar a un mensaje tan breve, o al menos es lo que yo pensaba al principio. Pero como en el aparato mismo hay relevadores, retrasos debidos a interruptores, varias formas de retroalimentación y demás, el bip llega a los circuito de salida como un pulso complejo que ha sido «desparramado» a lo largo del eje temporal durante un segundo completo, o incluso más. Ese efecto se puede exagerar grabando el bip «desparramado» en una cinta de alta velocidad, del mismo modo en que se puede grabar cualquier acontecimiento que se desea estudiar en cámara lenta. Luego se ajustan los varios puntos de fallo existentes en el receptor, con el fin de exagerar un fallo y minimizar los otros, y se usan técnicas de supresión de ruidos para eliminar el fondo.

 
      Thor Wald frunció el ceño.
      —Al terminar, aún tendría que hacer un trabajo considerable de selección. Tendría que hacer un muestreo de los mensajes…
      —Es justo lo que he hecho; la pequeña clase que me dio Robin acerca de las ultraondas me dio una pista. Me puse a investigar cómo se pueden mandar varios mensajes a la vez por un canal de ultraonda, y descubrí que se toma una muestra de los pulsos entrantes cada milésima de segundo, y se deja pasar sólo cuando la onda se desvía de la media en una cierta forma. Yo realmente no creía que algo así fuera a servir con el bip del Dirac, pero si funcionó: llegó a tener el 90% dela fidelidad de la transmisión original luego de pasar por el dispositivo filtrador. Desde luego, yo ya tenía suficiente información del bip como para poner en marcha mi plan, pero ahora cada mensaje de voz en él estaba disponible, y claro como el cristal. Si se seleccionan ciertos tres puntos cada milésima de segundo, se capta incluso una transmisión inteligible de música: un poco confusa, pero lo bastante buena como para identificar los instrumentos que están tocando…, y ésa es una prueba muy bueno cualquier dispositivo de comunicación.
      —Aquí hay una cuestión de detalles que no estoy comprendiendo —dijo Weinbaum, para quien el lenguaje técnica se estaba convirtiendo en algo demasiado espeso como para abrirse paso—. Dana, dijo usted que sabía el curso que iba a tomar esta conversación, pero no está grabada en ninguna cinta de Dirac, ni tampoco veo ninguna razón por la que un resumen tuviera que ser enviado luego por Dirac.
      —Eso es cierto, Robin. Sin embargo, cuando me vaya de aquí, yo misma haré una transmisión en mi propio Dirac. Es obvio que lo haré…, porque ya la encontré en el bip.
      —En otras palabras, se va a llamar a sí misma… hace meses.
      —Así es —dijo Dana—. No es una técnica tan útil como se podría creer en un principio, porque es peligroso hacer una transmisión así mientras una situación está aún en desarrollo. Sólo se pueden “enviar al pasado” detalles de forma segura después de que la situación se haya completado, como diría un químico. De todas maneras, una vez que se sabe que al usar el Dirac se está lidiando con el tiempo, se pueden sacar cosas muy extrañas del instrumento.
      Se detuvo y sonrió.
      —He oído —dijo ella en tono coloquial— la voz del Presidente de nuestra Galaxia, en el año 3480, anunciando la federación de la Vía Láctea y de las Nubes Magallánicas. He oído al comandante de un crucero de línea mundial, viajando entre los años 8873 y 8704 sobre la línea mundial de un planeta llamado Hathshepa, que circunda una estrella en el borde exterior de la galaxia NGC 4725, pidiendo ayuda a través de once millones de años luz…, pero qué clase de ayuda estaba pidiendo, o pedirá, está más allá de mi comprensión. Y muchas otras cosas. Cuando ustedes hagan sus pruebas, oirán estas cosas también. Y se preguntarán qué significan muchas de ellas.
      »Y las escucharán incluso con más atención que yo, con la esperanza de averiguar si alguien fue capaz o no de entender a tiempo para ir a ayudar.
      Weinbaum y Wald parecían aturdidos.

 
      La voz de ella se volvió un poco más sombría:
      —La mayor parte de las voces en el bip del Dirac son eso: gritos pidiendo ayuda, que podemos oír décadas o siglos antes de que quienes los enviaran se metieran en problemas. Ustedes se sentirán obligados a responder a cada mensaje, a dar la ayuda que hace falta. Y escucharán los mensajes subsecuentes y dirán: “¿Logramos, o lograremos, llegar ahí a tiempo? ¿Los entendimos a tiempo?
      »Y en la mayor parte de los casos no estarán seguros. Sabrán el futuro, pero no qué significa la mayor parte de él. Mientras más lejos viajen hacia el futuro con la máquina, más incomprensibles serán los mensajes, y por lo tanto quedarán reducidos a decirse que, después de todo, el tiempo tendrá que pasar a su propio ritmo, antes de que los acontecimientos circundantes puedan emerger y aclarar aquellos mensajes remotos.
      »Hasta donde yo puedo verlo, el efecto a la larga no será el de la omnisciencia: nuestra conciencia enteramente extraída del flujo del tiempo y capaz de ver toda su extensión desde un costado. En cambio, el Dirac simplemente desplaza el punto de mira de la conciencia hacia delante, desde el presente, hasta una cierta distancia. Queda por ver es si esa distancia es de quinientos años o de cinco mil. Será en el punto en que empiece a cumplirse la ley de los rendimientos decrecientes, o si lo prefieren, aquel en el que el factor ruido comience a oscurecer la información. En todo caso, el observador queda reducido a viajar en el tiempo a velocidad de siempre. Sólo queda un poco por delante los demás.
      —Usted ha pensado mucho acerca de esto —dijo Wald, lentamente—. Me desagrada pensar lo que podría haber sucedido si una persona con menos consciencia se hubiese topado con el bip.
      —No era nuestro destino —dijo Dana.
      En el silencio que siguió, Weinbaum notó una sensación vaga, irracional, de abatimiento: de que algo había prometido más de lo que en realidad había dado. Era como al sabor del pan fresco comparado con su olor, o el descubrimiento de que la “canción popular sueca” de Thor Wald, “Nat-og-Dag”, era tan sólo “Noche y Día” de Cole Porter en otro idioma. Reconoció el sentimiento: es la emoción habitual del cazador cuando la caza ha terminado, el post coitum triste en su versión para detectives profesionales. Sin embargo, después de mirar por un momento a la sonriente y bella Dana, se sintió casi contento.
      —Hay algo más —dijo—. No quiero parecer insufriblemente escéptico respecto de esto…, pero quiero verlo funcionar. Thor, ¿podemos preparar un dispositivo de filtrado y muestreo como el que Dana describe y hacer una prueba?
      —En quince minutos —dijo el doctor Wald—. Tenemos ya casi toda la unidad ensamblada en nuestro receptor grande de ultraonda, y agregarle una unidad de cinta de alta velocidad no tendría que ser un problema. Lo haré ahora mismo.
       Se fue. Weinbaum y Dana se miraron el uno al otro por un momento, muy al modo de dos gatos que no se conocen. Entonces el oficial de seguridad se levantó, con lo que él sabía que era un aire de determinación más o menos implacable, y tomó las manos de su prometida, anticipando una lucha.
      El primer beso fue, al menos en su intención, básicamente pro forma. Pero para cuando Wald regresó a la oficina, la teoría había sido ampliamente superada por la práctica.

 
      El científico carraspeó y dejó su paquete en el escritorio.
      —Aquí está todo lo que hace falta —dijo—. Pero tuve que buscar por todo el archivo para encontrar una cinta de Dirac que aún tuviera el bip. Sólo un momento más, mientras hago las conexiones…
      Weinbaum usó el tiempo para llevar su mente otra vez al asunto que tenían entre manos, aunque no del todo. Entonces, dos carretes de cinta comenzaron a zumbar como abejas, y luego sonido de la cinta Dirac al llegar a su comienzo llenó el cuarto. Wald detuvo el aparato, lo reinicializó y empezó a reproducir la cinta filtrada, muy despacio, en la dirección opuesta.

 
      Una distante cacofonía de voces salió de la bocina. Mientras Weinbaum se inclinaba, tenso, hacia delante, una voz dijo, alta y claramente, sobre el resto:
      —Hola, oficina de la Tierra. Teniente T. L, Matthews en la Estación Hércules NGC 6341, fecha de transmisión 13-22-2091. Ya hemos calculado el último punto en la curva orbital de los traficantes. La curva misma apunta a un pequeño sistema estelar a unos veinticinco años luz de nuestra base; el lugar ni siquiera tiene nombre en nuestros mapas. Los exploradores dicen que el planeta hogar está al menos dos veces más fortificado de lo que anticipábamos, por que necesitaremos otro crucero. Tenemos una autorización de ustedes en el bip, pero estamos esperando, como se ordenó, a recibirla en el presente. NGC 6341 Matthews fuera.
      Después del primer momento de conmoción y autrdimiento (porque ninguna disposición intelectual a aceptar los hechos lo podía haber preparado para su realidad abrumadora), Weinbaum había tomado un lápiz y empezado a escribir a toda prisa. Cuando la voz terminó su mensaje, Weinbaum arrojó el lápiz a un lado y miró con emoción al doctor Wald.
      —Siete meses de adelanto —dijo, consciente que estaba sonriendo como un idiota—. Thor, ¡tú sabes cuánto problema hemos tenido con esa aguja en el pajar en Hércules! El truco de la curva orbital debe de ser algo que a Matthews aún no se le ha ocurrido. Al menos aún no me ha dicho nada, y no hay nada en la situación, tal como está, que indique un tiempo de seis meses para cerrar el caso. Las computadoras calculaban que tomaría otros tres años.
      —Nuevos datos —asintió el doctor Wald, solemnemente.
      —Bueno, ¡no nos detengamos aquí, por Dios! ¡Oigamos algo más!
       El doctor Wald inició nuevamente el ritual, esta vez mucho más rápido. El altavoz dijo:
      —Nausentampen. Eddettompic. Berobsilom. Aimkaksetchoc. Sanbetogmuw. Datdectamset. Domatrosmin. Fuera.
      —Válgame —dijo Wald—. ¿Qué fue eso?
      —A eso me refería —dijo Dana Lje—. Por lo menos la mitad de lo que sale del bip es así de incomprensible. Supongo que será lo que sea que le vaya a pasar al idioma inglés dentro de miles de años.
      —No, no es eso —dijo Weinbaum. Había vuelto a escribir, y no paraba, a pesar de lo breve de la transmisión—. Al menos no este ejemplo. Eso, señoras y caballeros, era código. Les aseguro que no hay idioma que consista exclusivamente de palabras de cuatro sílabas. Más aún, era una versión de nuestro código. No puedo descifrarlo del todo ahora: haría falta un experto trabajando de tiempo completo, pero tengo la fecha y un poco del sentido. Es el 12 de marzo de 3022, y se está llevando a cabo una especie de evacuación en masa. El mensaje parece ser una orden de ruta.
      —Pero ¿por qué hablan en clave? —quiso saber el doctor Wald—. Hacerlo implica que pensamos que alguien nos podría estar oyendo…, alguien más con un transmisor Dirac. La cosa podría ponerse muy complicada.
       —Podría —convino Weinbaum—. Pero supongo que lo resolveremos. Dale otra vez, Thor.
      —¿Intento con imagen esta vez?
      Weinbaum asintió. Un momento después estaba mirando directamente la cara verde de algo que parecía un semáforo animado con casco. Aunque la criatura no tenía boca, la bocina del Dirac dijo bastante claramente:
      —Hola, jefe. Este es Thammos NGC 2287, fecha de transmisión Gor 60, 302 según mi calendario, según el de ustedes 2 de julio de 2973. Este es un sucio planetita. Todo apesta a oxígeno, igual que en la Tierra. Pero los nativos nos aceptan, y eso es lo importante. Logramos que el genio de ustedes naciera bien. El informe detallado saldrá después por garra. NGC 2287 Thammos fuera.
      —Ojalá me supiera mejor el Nuevo Catálogo General —dijo Weinbaum—. ¿No es esa M 41 en el Can Mayor, la que tiene la estrella roja en el centro? ¡Y vamos a usar personas no humanoides allí! ¿Qué era esa criatura, en todo caso? Bueno, no importa, pásala otra vez.
      El doctor Wald la pasó nuevamente. Weinbaum, sintiéndose ya un poco mareado, había renunciado a tomar notas. Podría hacerse después. Todo podría hacerse después. Ahora, él sólo quería escenas y voces, más y más escenas y voces del futuro. Eran mejor que el aquavit, incluso con un chaser de cerveza.
 

IV

La cinta de adoctrinamiento terminó, y Krasna pulsó un botón. La pantalla Dirac se
oscureció y se retrajo de nuevo al interior del escritorio.
      —Ellos no vieron cómo iban a llegar hasta nosotros, ni de lejos —dijo él—. No vieron, por ejemplo, que cuando una sección del gobierno se vuelve casi omnisciente, sin importar lo pequeña que sea en principio, necesariamente se convierte en todo el gobierno existente. Así fue que el Servicio que hoy conocemos hizo a un lado todo lo demás. Por otra parte, aquellas personas realmente temían que un gobierno con un brazo que lo sabía todo se convirtiera en una rígida dictadura. Eso no podía pasar y no pasó, porque mientras más se sabe, más se ensancha el campo de posibles operaciones, y más dinámica y fluida necesita ser la sociedad. ¿Cómo podría una sociedad rígida expandirse a otros sistemas estelares, y no digamos a otras galaxias? No se puede.
      —Yo diría que sí puede suceder —objetó Jo, despacio—. Después de todo, si se sabe de antemano lo que todo el mundo va a hacer…
      —Pero no lo sabemos, Jo. Eso es sólo una invención popular, o si lo prefiere, un distractor. Después de todo, no todos los negocios del cosmos pasan a través del Dirac. Los únicos acontecimientos que nosotros podemos oír son los que se transmiten como mensajes. ¿Usted encarga el almuerzo mediante un Dirac? Por supuesto que no. Hasta ahora, usted no ha dicho una sola palabra a través del Dirac en toda su vida. Y hay más todavía. Las dictaduras se basan en la proposición de que el gobierno, de alguna manera, puede controlar las mentes humanas. Nosotros sabemos ahora que lo único realmente libre en todo el Universo son las conciencias de quienes lo observan. ¿No haríamos el ridículo tratando de controlarlas, cuando la física entera nos muestra que es imposible? Esa es la razón por la que el Servicio no es, en ningún sentido, una Policía del Pensamiento. Sólo nos interesan los actos. Somos una Policía de los Acontecimientos.
      —Pero ¿por qué? —dijo Jo—. Si toda la historia está predeterminada, ¿por qué nos molestamos con esas tareas de «chico conoce a chica», por ejemplo? Se van a conocer de cualquier manera.
      —Por supuesto que sí —asintió Krasna de inmediato—. Pero mire, Jo. Nuestros intereses como gobierno dependen del futuro. Operamos como si el futuro fuera tan real como el pasado, y hasta ahora no hemos sido decepcionados: el Servicio tiene un porcentaje de éxito de 100. Pero ese éxito conlleva sus propias advertencias. ¿Qué pasaría si dejáramos de supervisar los acontecimientos? No sabemos, y no nos atrevemos a correr el riesgo. A pesar de la evidencia de que el futuro es fijo, tenemos que asumir el papel de cuidadores de lo inevitable. Creemos que nada puede salir mal, pero tenernos que actuar según la filosofía de que la historia sólo ayuda a quienes se ayudan a sí mismos.
      »Ese es el motivo por el que salvaguardamos un gran número de noviazgos hasta la firma del contrato, e incluso más allá. Tenemos que asegurarnos de que cada persona que es mencionada en una transmisión del Dirac nazca. Nuestra obligación como Policía de los Acontecimiento es hacer posibles los sucesos del futuro, porque tales sucesos son cruciales para nuestra sociedad, incluso los más pequeños. Es una tarea enorme, créame, y se vuelve más grande cada día. Aparentemente, nunca dejará de crecer.
      —¿Nunca? —dijo Jo—. ¿Qué hay del público? ¿No se va a dar cuenta tarde o temprano? La evidencia está creciendo a una enorme velocidad.
      —Sí y no —dijo Krasna—. Muchas personas se están dando cuenta en este mismo momento, tal como usted lo hizo. Pero el número de gente nueva que necesitamos en el Servicio crece más rápido. Siempre está por delante del número de legos que siguen las pistas hasta llegar a la verdad.

 
      Jo respiró profundamente.
      —Usted piensa en esto como si fuera tan simple como hervir un huevo, Kras —dijo—. ¿Nunca se ha preguntado acerca de algunas de las cosas que salen del bip? Por ejemplo, la transmisión de Canes Venatici que encontró Dana Lje, la que trataba acerca de una nave que viajaba hacia atrás en el tiempo. ¿Cómo es eso posible? ¿Cuál es su propósito? ¿Es…?
      —Chi va piano va sano —dijo Krasna—. No lo sé, y no me importa. A usted tampoco debería importarle. Ese suceso está demasiado lejos en el futuro como para que nos preocupemos por él. No podemos conocer su contexto de ninguna manera, así que no tiene sentido tratar de entenderlo. Si un inglés de cerca del 1600 hubiese podido enterarse de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, la hubiera considerado una tragedia; un inglés de 1950 tendría una opinión muy diferente. Lo mismo pasa con nosotros. Los mensajes que recibimos del futuro realmente lejano aún no tienen contexto.
      —Creo que lo entiendo —dijo Jo—. Supongo que me acostumbraré con el tiempo, después de que me acostumbre a usar el Dirac. ¿Mi nuevo rango me autoriza a usarlo?
      —Sí, así es. Pero, Jo, primero tengo que decirle una regla de la etiqueta del Dirac que nunca debe romperse. No se le permitirá ni acercarse al micrófono de un Dirac hasta que se la haya grabado en la memoria más allá de cualquier olvido.
      —Lo escucho, Kras, créame.
      —Bueno. La regla es esta: la fecha de muerte de una persona del Servicio jamás debe ser mencionada en una transmisión del Dirac.
      Jo parpadeó. Sintió un poco de frío. La razón detrás de la regla era decididamente dura, pero su bondad, al final, era inmensa. Dijo:
      —No se me va a olvidar. Yo mismo quiero esa protección. Muchas gracias, Kras. ¿Cuál es mi nueva tarea?
      —Para empezar —dijo Krasna, sonriendo—, un trabajo más simple que cualquier otro que yo le haya dado, y aquí mismo, en Randolph. Dese una vuelta por aquí y encuéntreme a ese taxista, el que habló de viajes en el tiempo. Está incómodamente cerca de la verdad; mucho más cerca de lo que estaba usted en el nivel uno. Encuéntrelo, y tráigamelo. ¡El Servicio está a punto de tomar un nuevo recluta!


Portada de la revista Galaxy Science Fiction, febrero de 1954
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