Notas surtidas para redondear este año, que fue nefasto de muchas maneras pero que tuvo –al menos para mí– un poco más de vida que 2016.
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Me enteré tarde de un par de mensajes donde se me pedía hacer mi lista de los mejores libros del año. Es un ejercicio incómodo: por un lado es muy halagador, porque da a pensar que la opinión de uno tiene valor, y por el otro obliga a dudar. ¿Cómo se puede pretender –saber siquiera– que real e indudablemente se ha leído «lo mejor»? Es un problema que tienen hasta los críticos más reputados, y yo ni siquiera soy crítico.
Una tercera invitación, que sí pude aceptar, fue para esta encuesta de la revista Nexos, en la que los libros ganadores lo fueron por mayoría de votos, así que mis preferencias no se ven (y probablemente así sea mejor). Sí puedo decir, por otro lado, que los libros que propuse fueron escritos exclusivamente por mujeres. No fue difícil hacer la selección. Había mucha neblina o humo o no sé qué de Cristina Rivera Garza; Temporada de huracanes de Fernanda Melchor; Orfeo de Martha Riva Palacio Obón y bastantes más libros estupendos, y aparecidos en 2017, estaban en la lista. (Casi con seguridad habría estado también un libro que apareció en 2017 pero no he conseguido todavía: The Mountain With Teeth: historias de piedra de Alejandra Gámez.)
Desde luego, lectoras, activistas y escritoras no necesitan que ningún hombre se sume a las muchas iniciativas que ellas mismas están haciendo ya para reclamar más visibilidad y justicia para las mujeres en un mundo con enorme desigualdad y, concretamente, en un país en el que miles de mujeres son muertas cada año sin que sus asesinos sean castigados. Pero no sólo es necesario contribuir a compensar la desigualdad, y hacerlo no disminuye el mérito de los libros no escritos por mujeres: además, en mi caso el acto es (por supuesto) ajeno a cualquier identificación tribal, y en el futuro que viene nos van a hacer mucha falta muchos actos así: más formas de encontrar puntos de contacto con otros seres humanos que no estén ya en nuestras burbujas informativas. Los medios no estarán de nuestra parte.
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Hablando de medios, hace un año terminé las publicaciones de 2016 con un artículo en Medium, que titulé «El año nefasto». Fue la última vez que me asomé a aquella plataforma: durante 2017 (pienso) se ha vuelto mucho más visible la forma en que nuestra publicación incesante en redes sociales es trabajo no remunerado que hacemos para ellas. No sé si haré más al respecto, pero entretanto este sitio seguirá abierto al menos un año más. También he agregado textos nuevos para leer en línea, y habrá algunos más en las semanas por venir.
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En la FIL Guadalajara de este año, me tocó escribir una columna diaria para el suplemento FILIAS, del diario Milenio. Hacía mucho que no tenía un encargo así, que contribuyó al agotamiento general que suele producir la Feria pero que agradezco a José Luis Martínez. La columna se llamó «El buscador»; como me gustan los libros raros, recomiendo uno o más en cada entrega además de comentar aspectos de la Feria. Aquí está la lista de las entregas:
«Encuentro Internacional de Cuentistas» (que vino en dos partes: la primera y la segunda), acerca del Encuentro y también de la persistencia del cuento, que es una forma de escritura antigua a la que dan por muerta con frecuencia pero no se muere.
«Elogio de la Feria», acerca del valor que tiene, pese a lo que crean algunas personas, algo tan humilde como un espacio físico lleno de libros.
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Siempre deseo, al final del año, que el que viene sea mejor de lo que esperamos. Es una despedida laica y de buenas intenciones. Los años recientes –o eso parece desde mi perspectiva, con no poca influencia de redes y medios masivos– nos han quedado muy mal, y el que viene será particularmente duro en México. De cualquier forma, espero que podamos encontrarnos en su otro extremo, igual que ahora, y esperar nuevamente una sorpresa en el futuro.
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Esta música nos puede acompañar en el paso de un año al siguiente, o en cualquiera de los días aún por venir. Es una versión en vivo, y muy bella, del Canto Ostinato de Simeon Ten Holt, grabada en Holanda. ¡Feliz 2018!
¿Y si la imaginación fantástica mexicana tuviera su futuro en la narrativa gráfica?
Es posible que dos de las obras más populares dentro de la narrativa de imaginación en este país, en la actualidad, hayan sido no escritas (o no solamente escritas), sino dibujadas.
El día de hoy, al menos, dos narradores gráficos mexicanos tienen semejanzas muy interesantes:
Ambos se abren paso exitosamente en el medio editorial y a la vez tienen muchos lectores y partidarios fuera de él.
Ambos están en sintonía con varios aspectos del pensamiento y las relaciones sociales contemporáneas.
Ambos utilizan la imaginación fantástica como parte notable de toda su obra, y lo hacen de forma muy constante y peculiar.
Son el también novelista Bernardo Fernández “Bef” y Alejandra Gámez, autores respectivamente de dos obras que podrían llegar a ser clásicas en su especialidad: la novela gráfica El instante amarillo –segunda de su autor después de la muy celebrada Uncle Bill– y la serie The Mountain with Teeth, aparecida primero en línea y luego en libros; tres de ellos han sido editados de forma independiente –una campaña reciente en Kickstarter realizada por Gámez tuvo un éxito espectacular– y se ha anunciado la contratación de uno más por la editorial Océano.
Sin saberlo, muchísimas personas en México están interesadas en la imaginación fantástica. En su gran mayoría, han aprendido a buscarla exclusivamente como una distracción, una forma de escape, y no se les reconoce como un público porque no la buscan en los libros (ni siquiera en los que podrían ofrecerles lo que desean), sino en otras formas de consumo de mayor popularidad, como el futbol, YouTube, la televisión o las canciones de amor o violencia. Décadas de insistencia por parte de autores y aficionados de la narrativa de imaginación le han dado al menos una cierta cantidad de reconocimiento crítico, pero no la han vuelto un fenómeno de masas (como tampoco lo ha sido, por lo demás, casi ninguna obra ni corriente literaria hecha en México).
La narrativa gráfica, que se mueve por canales nuevos y tradicionales que no están asociados con los del reconocimiento de las élites o el público literarios, tiene sus propias dificultades, pero también, de entrada, la posibilidad de un alcance mayor, que no está limitado por la incomprensión o el menosprecio de la literatura que se puede encontrar en buena parte de la población de este país. Se puede ver en las redes sociales: la página de The Mountain with Teeth en Facebook tiene el día de hoy cerca de 210,000 seguidores, por ejemplo, y si bien este número no se acerca a las cifras comunes para cualquier músico o deportista realmente popular, es ocho veces más grande que el de los seguidores de Francisco Martín Moreno o Benito Taibo, dos autores con fans constantes y numerosos dentro de su especialidad y publicaciones habituales en línea.
De forma análoga, aunque con menos énfasis en la actividad en internet, Bef se convirtió en una figura popular –debe ser uno de los autores más queridos de México– con trabajos destacados en “géneros” como la narrativa policiaca, que actualmente es central en la literatura nacional por su facilidad para representar la violencia de nuestro estado en descomposición, pero que durante décadas fue menospreciada por la “crítica seria”.
Realizada en ambos casos con gran belleza y solvencia técnica, la narrativa de imaginación de El instante amarillo y The Mountain with Teeth tiene varias características que la vuelven muy actual. Esto no significa que ninguna represente literalmente situaciones de las que se consideran “de actualidad”, sino que parte de sus temas, sus influencias y estrategias narrativas y su visión del mundo están muy en consonancia con los de grandes públicos, especialmente jóvenes.
Donde más fácilmente puede verse es en cómo Bef y Gámez utilizan numerosas referencias de cultura pop en su trabajo: música, literatura, cine, televisión y (desde luego) cómics se citan constantemente, a veces como parte directa de sus tramas, a veces de formas subversiva o paródica y también, ocasionalmente, como telón de fondo de narraciones con otros propósitos. En ningún caso se trata de ejercicios dentro de los confines de un “género” masificado y bien reglamentado (como sí suelen serlo prácticas de apropiación como la fan fiction). Por ejemplo, la trama central de El instante amarillo es una historia de maduración y crecimiento, que podría haber sido tratada como un melodrama realista pero está constantemente marcada por escenas donde la imaginación de su protagonista se manifiesta, sobre la página, de manera objetivamente cierta. De la misma forma, detalles cotidianos de las tiras, páginas y viñetas de Gámez parecen tomados del natural pero se transfiguran en algo diferente –una realidad magnificada, hipertrofiada, y también más bella y compleja– al recurrir a lo fantástico.
Otro elemento central es el uso la autobiografía: los autores se asoman, sin ningún pudor, en sus páginas, a veces como personajes secundarios y a veces como protagonistas, pero siempre de manera reconocible. Tanto Gámez como Bef se representan seleccionando algunos de sus rasgos físicos más característicos –su peinado, su estatura, su vestimenta preferida– para crear imágenes icónicas de ellos mismos. Ninguno de los dos hace autoficción en el sentido estricto, pero sus lectores pueden hacerse la ilusión de conocerlos (o reconocerlos) incluso en sus historias más caprichosas.
Finalmente, aunque la personalidad que ambos proyectan en sus obras da una impresión de ternura y melancolía –subrayada por su estilo de líneas claras y sus paletas de colores–, también tiene un reverso: igual que las poses rituales de las selfies, que mezclan actitudes amistosas y agresivas, las obras gráficas de Gámez y Bef dejan entrever posturas ásperas, sarcásticas, que en Bef se resumen en una adopción consciente del carácter punk –como se entendía en sus años de formación, a fines del siglo XX– y en ambos resultan sumamente atrayentes porque resuenan con el modo en que muchísimas personas, jóvenes sobre todo, aprenden a manifestarse en línea y fuera de ella. Una seguidora elogia así a Gámez en Facebook: “me encanta la manera como nos muestra otra perspectiva de la cosas [que] para nosotros pueden ser tan comunes, ella nos enseña [que] todo tiene otro punto de vista”. Pero esas “cosas comunes”, en estos dos narradores, incluyen también numerosas relaciones sociales que suelen entablarse de modo calculadamente belicoso, sin demasiadas muestras de empatía, como para sobrecompensar una inseguridad profunda o con el deseo –parte de los valores de la actualidad– de superar a todos los demás en la tarea de mostrar una apariencia llamativa, que se entiende como fuente de gratificación personal e idealmente de fama verdadera.
Las obras de Bef y Gámez están documentando una contradicción importante en el pensamiento de las sociedades invididualistas, divididas, del occidente contemporáneo y por supuesto de México. Y lo logran con una sutileza y una claridad que sólo pueden conseguirse mediante la imaginación fantástica, que es una herramienta sumamente útil para explorar nuestra vida interior. Lástima de quienes solamente escriben (escribimos) alrededor de estos asuntos; por otra parte, si estos dos narradores estén marcando un camino que otros puedan seguir, la literatura de imaginación podría terminar ganando los públicos enormes que rara vez se ha atrevido siquiera a imaginar.