Cuaderno

El escritor y el silencio

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En el blog de Neil Gaiman, encontré hace pocos días una cita de About Writing, un libro de Samuel R. Delany. A continuación el texto en inglés (Gaiman primero, luego Delany); más abajo, una traducción mía al español:

Un libro

I was just struck by this paragraph from one of the letters — to someone who wishes he or she was a writer, but probably isn’t. And I thought, I should put it up here for all the people who write to me convinced that they would be happy if only they were writers.

Writers are people who write. By and large, they are not happy people. They’re not good at relationships. Often they’re drunks. And writing — good writing — does not get easier and easier with practice. It gets harder and harder — so eventually the writer must stall out into silence.The silence that waits for every writer and that, inevitably, if only with death (if we’re lucky the two may happen at the same time: but they are still two, and their coincidence is rare), the writer must fall into is angst-ridden and terrifying – and often drives us mad. (In a letter to Allen Tate, the poet Hart Crane once described writing as «dancing on dynamite.») So if you’re not a writer, consider yourself fortunate.

He aquí la traducción:

Me impresionó un párrafo de una de las cartas, dirigida a alguien que desearía ser escritor pero probablemente no lo es. Y pensé que debía ponerlo aquí para todas las personas que me escriben convencidas de que serían felices si tan sólo fueran escritores.

Los escritores son personas que escriben. En general no son personas felices. No son buenos para las relaciones. Con frecuencia son borrachos. Y la escritura –la buena escritura– no se vuelve más y más fácil con la práctica. Se vuelve más y más difícil…, de manera que con el tiempo el escritor debe detenerse en el silencio. El silencio que espera a todo escritor y en el que inevitablemente, aunque sea con la muerte, debe caer (si tenemos suerte, una y otro pueden llegar al mismo tiempo; pero siguen siendo dos hechos distintos y es raro que coincidan), es un silencio aterrador y lleno de angustia… y en ocasiones nos vuelve locos. (En una carta a Allen Tate, el poeta Hart Crane describió una vez el acto de escribir como «bailar sobre dinamita»). Así que si no eres un escritor, considérate afortunado.

No hay que distraerse con el fatalismo de las palabras de Delany, y tampoco debemos leer el texto como una declaración del carácter «extraordinario» del escritor como lo entendemos tantas veces (por ejemplo) en México. No se trata de perdonar la arrogancia y la venalidad –y el escaso talento y el nulo esfuerzo– de tantos, porque Delany tiene razón: la vida de cualquier artista, si dura lo suficiente, llega siempre a un declive en cuyo extremo está el silencio.

Muchas veces, claro, los escritores que se enfrentan a esa posibilidad –que es estrictamente la extinción del poder escribir— deciden ignorarla y continuar, y se nota en la calidad decreciente, y a veces abismal, de lo que publican después de cierto punto. Pero el aceptar el silencio es aceptar la muerte de al menos parte la persona…, y justamente de la parte que se ha procurado embellecer y fortalecer –si el escritor tiene aunque sea un poco de respeto por sí mismo– durante toda la vida. Yo espero que llegue mi propia hora de silencio (aunque espero también que se encuentre todavía lejos), pero se los digo desde ahora: no sé si podré con él.

En todo caso, si ese silencio tiene tiempo de anunciarse, y si ustedes están allí y la ven llegar más claramente que yo, sean indulgentes: «el tiempo lo borra todo», como dicen, pero a veces incluso es justo y actúa más deprisa contra lo que merece desaparecer.

* * *

Posdata. Falta el otro extremo: el caso de los escritores que efectivamente callan, que dejan de escribir –o por lo menos de publicar– y simplemente continúan con su vida, apartados de lo cuanto los definía a los ojos de casi todos. Así ocurrió con Rimbaud, por supuesto, y también con Juan Rulfo (y en México hay varios otros ejemplos ilustres, de José Gorostiza a Alí Chumacero). La imagen que dejan estos escritores silenciados no es de declinación sino de misterio, porque los lectores no percibimos, en los textos disponibles, ningún signo de agotamiento, ninguna dificultad. A veces la obra se detiene por razones ajenas a su posible deterioro, como pasó con Robert Walser (quien, incluso, resultó no haber callado del todo, o no de modo tan súbito como quería la primera versión de su leyenda). A veces recordamos con más insistencia esas obras detenidas en seco, cortadas bruscamente cuando parecían cerca de la cumbre o en cumbre misma. A veces somos nosotros quienes creamos la cumbre: instruidos por el melodrama, tendemos a exaltar el final abrupto por sí mismo, como si el mérito de la escritura pudiera ser, sola y exclusivamente, su interrupción.

Borges, en 1936, publicó un artículo hermoso y breve sobre un silencio «verdadero», el de una obra que consideraba meritoria. Enrique Vila-Matas, en 1999, publicó Bartleby y compañía, un libro entero sobre muchos silencios de la misma especie.

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17 comentarios. Dejar nuevo

  • Del silencio se comienza, se conoce, y se armar para mostrar; después, cuando ya se ha dicho suficiente se calla; como un ciclo (que a diferencia de otros, como bien dicen, tiene forzoso final). Aunque como todo, siempre hay quienes no saben callar a tiempo.
    Por otro lado la voz pública puede desaparecer, pero jamás la voz personal; aquella que acosa al que escribe por necesidad (por libertad), y no por status, etc. No imagino a escritores de “escaso talento y el nulo esfuerzo” conviviendo con demonios.
    Para la posdata recordaría casos (Virgilio, Kafka) “misteriosos” como los de Vladimir Nabokov, ahora con lo de su última novela “The original of laura”, y que supongo ya muchos conocen.
    Hay algunos que quisieran callar (en este caso también desde el silencio definitivo), pero no los dejan.
    No sé. Llevo tiempo pensando en si de verdad importa ya no el silencio, sino la voz.
    Un abrazo Alberto. Gran tema.

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  • Para salir un poco de los lugares comunes del escritor ‘maldito’, prefiero comparar el fenómeno de la escritura y las artes con el de la invención.

    La edad promedio del inventor ha aumentado. Ya no es fácil hayar soluciones creativas a los problemas de siempre: manufactura, movimiento, energía, espacio. Las invenciones que cambian el mundo se hacen desde la punta de la tecnología, y pocas son las que toman las herramientas de antaño y logran revitalizarlas o darles un giro inesperado. Ya no basta una vida para aprender el conocimiento de toda la especie, y aun así no es garantía que ésto permita añadir algo nuevo al final.

    Creo que pasa algo similar con la escritura. El autor joven comienza pensando en que ha inventado el hilo negro, para luego -a punta de lecturas, qué más- descubrir el reflejo de su pensamiento en otros que dicen lo mismo pero mejor. Se intenta sacarle la vuelta al problema leyendo únicamente a los contemporáneos, o únicamente a los clásicos, o únicamente a tal o cual grupo. Como si especializándose en engranes pudiera uno diseñar por sí solo un cohete.

    La técnica que considero (bajo un punto de vista muy propio) efectiva para cualquier creador en potencia es tener un conocimiento base sólido y actualizado. Como los jazzistas que religiosamente practicaban los modos de cada escala en cada clave antes de liberar la energía de improvisación, así debería leer uno a Chejov, Cervantes o Dostoievksy. Y entonces sí… liberar lo que sea que se traiga por dentro.

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  • Un abrazo, Jonathan. Lo último que dices me inquieta; no sé si entiendo, pero si creemos que la voz (en un sentido vago y general) no importa, ¿qué estamos haciendo tratando de escribir? Mejor dedicarnos exclusivamente a alimentar la economía y resignarnos a todo…
    (Mejor será que nos cuentes más de esta idea.)

    R. H. G., gracias por visitar. Yo tampoco creo en el escritor «maldito» (o al menos sé que todos esos que dicen serlo no lo son). Tu comparación me gusta mucho: en estos días no se piensa demasiado en el «hacer», en que escribir no es pararse bajo un reflector sino embarcarse en mucho tiempo (hasta en una vida) de disciplina y práctica. Muchos saludos.

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  • Y se me olvidaba: sólo he leído un libro de Vila-Matas, «París no se acaba nunca», el cual me pareció bastante gracioso. Tiene momentos geniales, por ejemplo:

    «Creía que era muy elegante vivir en la desesperación. Lo creí a lo largo de esos dos años que pasé en París, y en realidad lo he creído casi toda mi vida, he vivido en ese error hasta agosto de este año, que es cuando se tambaleó y derrumbó definitivamente esa íntima creencia en la elegancia de la desesperación.

    Cuando ésta se derrumbó, fueron cayendo poco después, como un castillo de naipes, otras creencias no menos pintorescas. Como, por ejemplo, la de pensar que la flacura es esencial para ser intelectual y que los gordos -a medida que yo engordaba, con gran complejo de culpa, o iba pensando cada día más- no son poéticos ni pueden ser inteligentes.»

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  • Claro, Alberto; intentaré explicarme. Me refiero a aquella voz pública, no a la voz que nos lleva a escribir. Porque esto último, pienso, es el acto, el hecho (esa disciplina y práctica, etc).
    A lo que voy es, si de verdad importa «publicar», o por decirlo de algún dar a conocer ese enfrentamiento que es escribir, o para qué. Posiblemente sueno algo apático, pero siempre he tenido esa pregunta rondándome. Pienso que tal vez es para compartir esa libertad que deja encontrarse con uno mismo, esa lucha contra precisamente eso «la acumulación y la resignación», y muchas otras (bastas) sombras. No obstante, ¿por qué aquellos que han abierto puertas que muy pocos han logrado, como dices, se han detenido de pronto? ¿Hay angustia por no poder lograr los objetivos? ¿Qué es lo que pasa, que de pronto quedan así, en silencio (cuando no es la muerte quien los calla)? Pues dudo mucho que sea por que no tienen nada más qué decir. ¿Será que el medio literario está bastante prostituido, donde se ha perdido de pronto el objetivo, y se navega más entre intereses personales, económicos, de popularidad, etc, que ellos desde luego no comparten? Más en México ¿O simplemente dejan de verle motivo?
    No sé si logro darme a entender. Pero puedo preguntarte: ¿qué te motiva a ti ya no a escribir, sino a seguir con esta labor, a publicar, a luchar por dar a conocer ese enfrentamiento tuyo en un medio tan, a veces, terrible? Es sólo una pregunta.
    Siento si sueno negativo; no es esa toda mi intención. 🙂

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  • R. H. G., te va a encantar el de Bartleby, y de una vez te recomiendo otro: Historia abreviada de la literatura portátil. Muchos saludos.

    Jonathan, recibí tu otro mensaje y te estoy escribiendo una respuesta. Un gran abrazo.

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  • Qué tal Alberto.

    Primero sobre tu sitio electrónico ‘provisional’: Sé que la intención de albertochimal.wordpress era mantener el tono de lashistorias.com.mx , pero por alguna razón (el nombre quizás, ese forjador de destinos) suenas mucho más personal acá. Es posible que nomás sea mi imaginación, pero en todo caso me da para pensar que a veces, esas cosas que uno sólo hace «de manera temporal» acaban haciendo tu vida más interesante.

    Luego, sobre los escritores: A mí también me quedaron en la memoria esas palabras de Delany. Coincido contigo: creo que es fatalista. Abunda sobre una vieja idea del escritor como alguien especial, atormentado; y esa idea nos hace perder muchos (potencialmente) buenos escritores en la eternización de la adolescencia. Para acabarla de joder, la adolescencia es la edad de moda: así se comportan países enteros en busca de la modernidad.

    Delany habla de ser infeliz, de la incapacidad para relacionarse, la frecuencia en la bebida (o cualquier otra droga recreativa).

    Quizás la expresión en inglés sea más precisa: «getting wasted» quiere decir al mismo tiempo «embriagarse» y, de forma literal «desperdiciarse».

    No se trata de darse golpes de pecho. Tampoco es como si yo no tomara o no hubiera tenido mi periodo eternizador. Lo que digo es que esa idea de Delany justifica los azotes contra uno mismo y lo azotes te hacen perder el tiempo. Está uno muy ocupado azotándose como para leer y escribir con cierta regularidad…a menos que seas Faulkner o Bukowski y además de la capacidad de auto-azote seas poseedor de una disciplina casi contra natura. Nosotros los normales, nomás perdemos el tiempo.

    Me encanta tu reflexión sobre el silencio. Particularmente éste:

    «La imagen que dejan estos escritores silenciados no es de declinación sino de misterio, porque los lectores no percibimos, en los textos disponibles, ningún signo de agotamiento, ninguna dificultad.»

    Me preguntaba dónde estaba la línea entre la abulia y el silencio. Y creo que me contestaste: la respuesta se lee en el último texto que SI escribiste.

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  • Querida Ira, gracias por llegar hasta acá. Yo también tengo la impresión de que el tono acá no es exactamente el mismo…, lo que me alegra, porque quiere decir que mi persona virtual sigue viva (es decir, cambiante). Esperemos que, como bien dices, todo resulte en algo de interés.

    Me parece que algo que aún podría agregarse sobre las palabras de Delany (lo de «getting wasted» es una maravilla, por cierto) es que esa decadencia de la que habla sólo puede llegar después de haber escrito de veras. Si uno va a «descender» necesita primero haber llegado «arriba», es decir, haber conseguido (incluso al margen de famas y honores) la certeza de haber hecho todo el esfuerzo posible, de haber apuntado siempre alto, de haber aprendido, de haberse –en fin– partido el lomo durante años peleando con las palabras (que son, ya sabemos, un material de lo más terco y veleidoso).

    Lo demás (esas poses adolescentes) son payasadas.

    Ah, y aquello de lo último que escribimos, y de la línea entre la abulia y el silencio… ¿No te parece que es una idea de lo más inquietante? Al menos, es de las que deberían impulsarnos a persistir. ¿Cómo saber que ese maquinazo horrible y descuidado no se leerá como nuestro testamento…?

    Un abrazo.

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  • es horrible llevar casi tres años calladita. si tan sólo tuviera pesadillas…

    y como ya ni siquiera puedo dejar un comentario decente, mejor saludo.

    hola, pues, desde este más allá.

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  • Alberto, es un gustazo haberlo encontrado de nuevo.

    Me ha intrigado el párrafo que expone, pero también me ha fascinado porque creo que va más por el sentido de la dignidad.

    Un abrazo.

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  • Cé, ya platicamos y sabe usted mi opinión. Recuerde: el camino es lo importante (suena un gong)… 😉

    Mercedes, un gusto por mi parte también. Estoy de acuerdo; tiene mucho que ver con la dignidad. Muchos saludos.

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  • Alberto, un gustazo.

    Y con este gong inspirador de fondo, toca prender el incienso, sentir-se y, como dice Raquel: imaginar, imaginar…

    Para que el aparato resucitador me descubra intentando respirar.

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  • Un gusto, Cé… Y ánimo y suerte.

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  • Bonito,bueno.plis mejorar toda la umagen es todo gracias.

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  • […] “El escritor y el silencio”: ideas muy breves sobre la escritura, y en especial sobre la posibilidad o la necesidad de […]

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  • Hola, estimado Alberto
    Resolver el misterio de por qué algunos dejan de escribir deja intacto el misterio de por qué eligieron, en algún momento, escribir, y lo hicieron tan bien que nada parecía impedir que lo siguieran haciendo para siempre.
    Me imagino que ambos casos, el de escribir y el de dejar de hacerlo, son misterios alimentados por la devoción de los lectores. O sea, otro misterio.
    Recibe un muy cordial abrazo.

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