Diego Trelles Paz, El círculo de los escritores asesinos.
Barcelona, Candaya, 2005.
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][ Este texto apareció primero en la revista Replicante, en febrero de este año. ]
Aunque su novela tiene de escenario el Perú de comienzos de este siglo, Diego Trelles Paz consigue que el texto aluda al mundo entero de las artes en occidente de este momento: lo que describe es un territorio hostil poblado de mediocres con poder, mediocres inermes y santones inalcanzables, cuyas largas noches están repletas de amores contrariados, alcohol y sexo, cine y poesía pero también de sueños: esperanzas de amor, de belleza sublime, de la eternidad o la fortuna que el Canon promete pero en realidad no otorga a nadie.
Por esto, no faltará entre nosotros quien quiera leer esta novela como un relato de la vida bohemia de los artistas, repleta de excesos, transgresiones y experiencias tremendas “vedadas al resto de los mortales”: esa fantasía que algunas personas creen verdad y algunas otras ponen en escena desde poco más de un siglo, que tan poco tiene que ver con el arte o la verdadera transgresión y que aquí, como en otros lugares, se practica sólo por la fama volátil que da el escándalo.
Pero quienes juegan este juego merecen el desprecio de Ganivet, poeta inestable y narrador de la mayor parte del libro: “artistas mediocres”, dice, “queriendo hacer pasar por arte cualquier cosa por la sola condición de su marginalidad”. Sospecho que Trelles Paz, en su carácter de creador de Ganivet y del resto del Círculo –cinco aspirantes a artistas, enemigos de la cultura oficial de Lima y de todas partes, amantes díscolos y apasionados, lectores informadísimos, conspiradores tremebundos, pésimos sicarios–, le atribuye a su personaje esas palabras para apartarse de una compañía que no desea: ésta no es una historia más de autores “malditos”, de femmes fatales y vértigos por encargo sino algo distinto, más extraño y más inquietante.
La trama está dividida en cuatro partes desiguales: los presuntos testimonios de otros tantos involucrados en el homicidio del crítico trepador García Ordóñez, reunidos por el quinto miembro del grupo, el equívoco Alejandro Sawa. Éste agrega largas notas a los relatos del crimen y de sus consecuencias, discute los hechos, contradice los testimonios cuando no le convienen; sus compañeros, como los real visceralistas de Roberto Bolaño, se han dispersado y escriben sus historias desde un aislamiento casi igual a la nada: Ganivet, preso por el crimen, describe la vida nocturna de los “llamados” a la fama mientras su conciencia se desintegra; el Chato, refugiado en Texas, intenta contar su versión de la historia y de su propia vida a un aburrido profesor de literatura; Larrita, el más loco de todos, hace en compañía de un asesino mexicano su propio camino de Santiago, pero hacia Harar, tras la pista de Rimbaud; Casandra, la proverbial muchacha bellísima nacida del tedio y la opulencia, pone todo en perspectiva en una larga carta al cineasta Eric Rohmer (!)…
La raíz del trabajo de Trelles no está en la tradición de los falsos bohemios que ya mencioné, provocadores que en el fondo se limitan a reafirmar el papel central de cuanto dicen criticar; su clave no está en los delitos ni en el crimen que tal vez comete alguno los cinco, y que si bien se nos ofrece en varias versiones, desde puntos de vista diferentes y con distintos intereses, siempre da la impresión de ser menos una tragedia que un episodio bufo, una pequeño apocalipsis dirigido por Wes Anderson o Terry Gilliam. Ya he mencionado a Bolaño: El círculo de los escritores asesinos está dedicado a su memoria, y es en parte un homenaje afectuoso a su trabajo, pero es sobre todo el campo de cultivo de un tema curioso, elusivo, del escritor chileno: la indagación en el misterio del mundo.
¿Quién mató a García Ordóñez, un pobre diablo afianzado en el poder diminuto del crítico golpeador? Hay una respuesta, o algo parecido a una respuesta, y acompañada de las traiciones y las revelaciones que se exigen en un relato policial; pero el secreto, una vez descubierto, es tal que nos coloca –en una de esas vueltas de tuerca que ya parece imposible lograr– de nuevo comienzo de la acción y en un nuevo enigma: es el de la naturaleza verdadera de los hechos contados, y su verdadera profundidad, y es un enigma insoluble. Entre nombres falsos, razones que no terminan de enunciarse, fugas por el mundo y hacia la locura y un narrador o dos en los que no se puede confiar, la importancia del crimen y de su entorno –que Trelles fija con detalles numerosos de costumbres, literaturas y política– disminuye, y da paso a una impresión semejante a la que provoca en 2666 (para volver una vez más a Bolaño) el abismo insondable que aparece muy al comienzo y luego se multiplica, a lo largo de muchas tramas, hasta rodear cada acto de los personajes y simbolizar la imposibilidad de comprender el universo, el vacío en el que se mueven los actos humanos. Aquí, los miembros del Círculo, encerrados literal o metafóricamente, son representantes no sólo de una sociedad o de un momento sino de la conciencia humana cuando se enfrenta a la realidad de su verdadera estatura y sus verdaderos alcances. Todos se demoran en la vida a pesar de que la vida los sobrepasa; todos escriben signos en las paredes de su prisión y no se descifran en ellos.
Un matiz: este libro mira la desolación de la existencia, y de las vidas aventadas a ella, con la misma perplejidad activa, juguetona, hiperinformada que Vladimir Nabokov, quien debe ser su segundo gran precursor. El comentarista Sawa, por supuesto, desciende de Charles Kinbote, el erudito delirante que se entromete en las páginas de Pálido fuego y termina por poner en duda no sólo la sustancia de su propia historia sino la totalidad de su mundo inventado. Pero los libros que valen la pena no son los que ofrecen grandes respuestas, sino los que plantean las mejores preguntas. Y varias de las que lanza El círculo de los escritores asesinos se quedarán con quien las lea.
(Publicada hace tres años, El círculo de los escritores asesinos comienza ahora a distribuirse en México. Si se considera que el libro no fue publicado por una de las grandes casas editoras españolas, y debe sobreponerse a nuestra ignorancia general de cuanto se escribe en el resto de América Latina, el retraso no es grande.)[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
12 comentarios. Dejar nuevo
Pregunta quizás no políticamente correcta:
¿Te gustó?
Hola, Soma. De hecho, sí me gustó. (Parte del rollo con Bolaño y demás es porque el libro me gustó tanto como para discutir esos detalles.) Un saludo.
Querido Alberto, te agradezco haber subido tu reseña a «Las historias» (cuyo enfoque me parece muy acertado y que, además, me gusta mucho). Acabo de anunciarla en la sección de NOTICIAS de mi página con una cita del mismo texto (http://www.diegotrellespaz.com/noticias.htm). Un abrazo fuerte desde Austin. Espero volver este año a México. D.
Hazle honor a Bolano y deja de copiarlo por favor. Se nota que la universidad de literatura te hizo muy, pero muy mal. Voy en la página 40 de este libro y no puedo más.
Por favor sigue leyendo, porque parece que lo haces bien …. al escribir sólo haces lo que Roberto atacó toda su vida.
Muchas gracias
El tema suena interesante, Alberto. Lo que pasa es que a mí las piezas de literatura que no son obras sino laberintos me producen desconfianza.
Es cierto que muchos de los grandes libros son en sí muchos libros: Las mil y una noches, la biblia, diccionario jázaro, el ulíses de joyce, la maraña evocativa de proust, por mencionar algunos. 2666 es, me parece, de la misma tesitura.
Mirando a estos autores se suele dar paso a imitaciones que se sirven de recursos trasnochados, que parecen aprendidos en los panfletos de redacción gringa: la diarrea verbal y el acomplamiento forzado de sustantivos con adjetivos, enumeraciones de instructivo para armar que pretenden ser narrativa, ritmo fácil de oraciones cortas para hacer un remedo de velocidad, capítulos inconexos, historias a botepronto, formato y estructura fanagosos, el disfraz de lo abundante, que sólo esconde el cliché o la fórmula reciclada en fardos de supuestos sucesos (error recurrente en Bolaño)… No sé… Pienso que lo peor de Cortázar son sus novelas, incluyendo a Rayuela, por ejemplo.
Soy partidario de la exactitud, que no de la brevedad. Creo que la literatura del siglo veintiuno debe tratar a las palabras como si fueran vírgenes… aunque sepamos bien que son promiscuas.
De hecho, es ese tratamiento de las palabras lo que más admiro de ti. Tienes ensayos que no piden nada a Zaid, y micros que se pueden poner junto a Wilde.
Pero, bueno… Habrá que callar y comprar el libro.
Un saludo a ambos autores.
Gracias, Soma, por explicar (y por el cebollazo, je).
Por lo demás, estoy de acuerdo contigo en lo terrible de los clichés y los fingimientos…, y también, me temo, en lo que dices sobre Cortázar, quien (creo) sobrevivirá como cuentista y cuyas novelas (estoy seguro) tienen el aprecio de muchos por razones ajenas a la literatura.
Pasando a otro tema, lo digo otra vez: creo que El círculo merece la oportunidad de ser leído. Si lo hallas, no dejes de decirnos qué te parece.
+ + +
Un abrazo, Diego, y muchos saludos para todos.
Algo me incomodó inmediatamente al leer el comentario de Soma. En la relectura comprendí que se trataba de su increíble exactitud. Recordé entonces a Deleuze, un fragmento de Diálogos:
“Las palabras limpias no existen, tampoco las metáforas (todas las metáforas son palabras son palabras sucias, o las crean) Lo único que existe son palabras inexactas para designar algo exactamente. Creemos palabras extraordinarias, pero a condición de usarlas de la manera más ordinaria, de hacer que la entidad que designan exista al mismo título que el objeto más común”
Estimado Soma, gracias por tu comentario. Me parece que sugieres y dices muchas cosas interesantes. Sin embargo, creo también que hay cierta generalización en tus afirmaciones. Es estupendo, como lector, desconfiar de los laberintos retóricos, sin embargo, ni todos los laberintos son meros artificios verbales que pretenden ocultar carencias de estilo, ni la exactitud como arte narrativa deviene por inercia en luminosidad o genio. La narrativa del siglo veintiuno no debería seguir o negar las fórmulas previas que, finalmente, son sólo maneras de contar que pueden ser buenas o malas pero sólo por la pericia o por la escasez del que escribe. No me queda claro cuál es el error que le achacas a Bolaño. No veo en su escritura nada parecido a fórmulas recicladas ni a estructuras «fanagosas» (me imagino que quisiste decir «farragosas»). Cortázar es un gran cuentista, cierto, pero por lo menos «Rayuela» es una novela estupenda, adelantada para su tiempo y para lo que había producido el boom hasta ese momento. Con «Rayuela», Cortázar ve muy claramente que la labor del lector ya no es estática y lo invita lúdicamente a jugar dentro de una novela que es muchas al mismo tiempo. Te agradezco el hecho de que te aventures a leer mi novela. No hay noticia más reconfortante para el que escribe que saber que hay alguien del otro lado y que, muy probablemente, tenga el poder suficiente para ponerlo todo de cabeza.
Va un abrazo,
D.
[…] Reseña de Alberto Chimal (publicada originalmente en Replicante en febrero de 2008). […]
[…] Reseña del escritor Alberto Chimal (publicada originalmente en Replicante en febrero de 2008). […]
[…] juguetona, hiperinformada de Vladimir Nabokov, quien debe ser su segundo gran precursor.” (Alberto Chimal, Revista Replicante, […]
[…] juguetona, hiperinformada de Vladimir Nabokov, quien debe ser su segundo gran precursor.” (Alberto Chimal, Revista Replicante, […]