Dos escritores chilenos (y la realidad)
Leí parte del texto que sigue ayer, en la presentación de Nona Fernández y Marcelo Mellado, escritores chilenos, en la última mesa del Encuentro Regeneración, dedicado a promover en México a autores y editoriales de ese país. Terminé de escribir a las tres y media del viernes, mientras se abrían paso –estrictamente al margen de los grandes medios– las noticias de la balacera de Monterrey. Para mal, los hechos no dejan de atravesársenos.
El texto incluye algunos enlaces al trabajo de Fernández y de Mellado, que les recomiendo. Ambos merecen más lectores fuera de su país y, mientras sus libros se reeditan acá, estas muestras pueden resultar interesantes. Ambos, como el resto de sus compañeros en el encuentro, son representantes de una literatura de lo más vivo.
Etiquetas: Cuento, Escritores, escritores chilenos, escritores latinoamericanos, escritura y vida, Literatura, Marcelo Mellado, Nona Fernández, Novela, Opiniones, PresentacionesSegún se nos dice, “lo real” es una categoría cada vez más elusiva. Ya estaría para siempre un poco más allá de todo lo que intentamos para aprehenderla. En cuanto a la ficción, la simple narrativa, sería un arte burgués en franca decadencia, ya habría demostrado que no puede más y estaría condenada a ceder terreno a la escritura hacia adentro: la indagación en el yo, y en la lectura desde el yo, como maneras de aceptar esta derrota del lenguaje: de repensar o acotar lo real y dejarlo como la percepción de esos pocos fragmentos.
Por desgracia, todavía se nos atraviesan los hechos: hoy, por ejemplo, podremos escuchar aquí algo del trabajo de dos narradores chilenos que siguen hablando de la realidad, tal cual, sin tantos asegunes y vacilaciones. No es para indignarse: algo que convencionalmente llamábamos lo real sigue tocándonos, sacudiéndonos, cayéndonos encima, disparándonos. Eso real sigue pesando. Por otra parte nosotros podemos seguir pesándolo: pensándolo. Tal vez hasta es inútil el esfuerzo general de contagiarlo de nuestra esquizofrenia y dividirlo en compartimientos: el yo por un lado, el otro por otro, lo artificial aquí, lo tangible y lo intangible en ninguna parte. Todas esas otras etiquetas son invenciones que mantienen a raya algo todavía más enorme y más tremendo. Eso más tremendo se entrevé en la obra de estos dos escritores.
Las ciudades –donde se tocan las ideas universales y los fluidos corporales, la arquitectura y el caos, etcétera– son un territorio en el que se puede aún bastante bien la que Marcelo Mellado ha llamado, en algún texto, “la medición de los otros pulsos de la vida despierta”: la de todo lo que el otro extremo de la discusión, que es el del circo de los medios y de los políticos, nos hace pasar por alto. Mellado y Nona Fernández abordan la ciudad de diferentes formas.
La ciudad de Nona Fernández es Santiago, transfigurada en un territorio que linda con el horror inexpresable de lo que se vive de veras pero también con lo fantástico. Por ejemplo, en su novela Av. 10 de julio Huamachuco, Fernández muestra algo del presente y de la historia de Chile en las últimas décadas mediante un puñado de personajes, sus recuerdos comunes y privados y sus actos nimios: ninguno es providencial, ninguno influye en casi nada y, si alguno llega a verse envuelto en los “grandes acontecimientos”, siempre termina dejándolos atrás. La trama del libro no parece muy distinta, al comienzo, de la de muchas novelas de melancolía y desencanto que se han escrito durante los últimos veinte años, pero poco a poco se convierte en otra cosa. Sus claves no son la decepción y el tedio sino la violencia y la memoria: la forma en la que los recuerdos de lo más terrible nos hacen gestos desde todas partes y son los que impulsan nuestros esfuerzos por comprender el mundo y continuar en él. En el Santiago de esta novela resulta haber un limbo, un lugar donde habitan los muertos antes de tiempo pero también los vivos que no saben que lo están; luego de leer, tal vez, nos damos cuenta de que al menos pertenecemos a uno de esos dos grupos.
Por su parte, Marcelo Mellado parece haber escrito toda su obra como para describirla con el título de su libro Armas arrojadizas: sus textos son siempre proyectiles, hechos para perforar la realidad más que para describirla, y más aún para perforarnos a nosotros. Casi todos apuntan a los absurdos cotidianos de la vida urbana, a la tontería de los que mandan y de los que no, y destruyen toda seguridad y toda complacencia. Agresivo, crítico, incapaz de creerse los rituales de la cultura oficial y muy capaz de denunciarlos con humor, Mellado es uno de esos autores incómodos que siempre hacen falta, y además uno que sigue proponiendo una resistencia total: no sólo una mirada sino una acción sobre el mundo, que en sus escritos está bien cerca y no deja nunca de tocar, de sacudir, de disparar, de caernos encima.
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