Georges Simenon, Maigret. Barcelona, Tusquets, 2004. 170 pp.
Este año se cumplirán veinte de la muerte del narrador belga Georges Simenon (1903-1989), autor de más de doscientas novelas publicadas con su nombre o con uno de 27 seudónimos. Gran maestro de la novela negra, desdeñado por algún tiempo debido a su popularidad (y hasta que no sólo le llegó el reconocimiento de escritores consagrados, sino que demostró su talento en una gran cantidad de novelas alejadas de lo policial: los llamados libros duros que escribió para la editorial Gallimard), resulta un escritor muy capaz de atraer todavía hoy, cuando tantos de sus contemporáneos –y varios muy ilustres entre ellos– han sido olvidados.
Sus libros centrales son los del inspector Maigret, uno de los grandes detectives de la literatura de occidente, que comenzaron a publicarse en 1931. Maigret, de 1934, es de los libros más notables de la serie no sólo porque, en su momento, fue escrito por Simenon para cerrarla, pues el creador estaba harto de la creatura y deseaba probar suerte con otros proyectos literarios (al final, luego de unos pocos años Simenon regresó a Maigret y siguió escribiendo sus aventuras hasta 1972). Además, la situación inicial elegida por Simenon en esta historia particular da para algunas variaciones interesantísimas de las convenciones de la narración policiaca.
Éste es un detective que, al contrario de la mayoría, está casi inerme: con ya un par de años de retiro, y separado de sus antiguos subordinados en la policía de París, el ex-inspector Maigret se entera de que un sobrino suyo, más bien inexperto y estúpido, está acusado de un asesinato. Para peor, el sobrino es policía y obtuvo el puesto gracias a Maigret. Éste viaja a París y busca el modo de limpiar el nombre del sobrino, y encontrar al verdadero culpable, sin más ayudas que su inteligencia, su conocimiento del mundo criminal y la poca influencia y buena voluntad que le quedan en el departamento de policía. Éste no es el agente del orden de las series de televisión, con presupuesto ilimitado, la gallardía de la juventud y todos los recursos existentes a su disposición. Tampoco es un hombre absolutamente seguro de sí mismo: duda de su capacidad, por momentos se desespera, está a punto de llorar cuando un testigo se le escapa después de que él le ha salvado la vida…
Las fantasías de poder que estamos acostumbrados a mamar de los medios masivos intentan hacernos olvidar las debilidades y hasta la misma materialidad de nuestros cuerpos: este Maigret, en cambio, no sólo es un héroe de catadura dudosa, y bastante lejos de su plenitud, sino además un hombre que necesita esforzarse: resopla, se cansa, tiene dificultades para recorrer una porción de su ciudad que en otra época habría podido atravesar corriendo. Allá quienes crean que éstas son limitaciones o defectos del personaje; sin que Simenon intente acercar su escritura a la de los grandes realistas del siglo XIX (no le hace ninguna falta), sus personajes y ambientes logran, y en un espacio relativamente muy breve, la misma «ilusión de verdad», la misma impresión de verosimilitud, y además una impresión centrada no en los objetos o los ambientes sino en los personajes, en sus sensaciones, sus pensamientos, su aspecto y (si se puede decir de este modo) el lugar que ocupan en el espacio: el papel que cada uno juega en la intriga de la novela y en el mundo que Simenon construye. Esto significa que el libro puede «atraparnos» (ese efecto tan sobrevaluado), pero lo hace de un modo distinto, con una seguridad y una audacia pasmosas. Por ejemplo, en la mayoría de los «manuales modernos» de escritura leeremos que está «mal» saltar bruscamente de un punto de vista a otro, y que aún un narrador omnisciente en tercera persona debe reducir al mínimo el número de puntos de vista que elige, a riesgo de caer en el cliché de los bestsellers de Arthur Hailey y otros por el estilo, siempre repletos de subtramas inútiles pero sensacionales; en cambio, Simenon, cuyo talento es anterior además de superior, no sólo introduce muchísimos saltos de un personaje a otro, y a veces tan breves como uno o dos renglones de texto, sino que se mete en cualquier personaje, sin importar lo pequeño o insignificante que sea, cuando juzga necesario comunicar una impresión particular que sólo ese personaje puede tener.
Por último, las dos escenas más llamativas del libro son episodios apasionantes y a la vez grandes lecciones de escritura. En el primero, Maigret va y se sienta en un rincón de un café durante un día entero, y desde su mesa, con su sola presencia y un par de trucos simplísimos, consigue inquietar, enervar y al fin poner en seria crisis a los criminales a quienes persigue. En el segundo, cuando ha logrado meterse en el departamento del autor intelectual del crimen, no tiene idea de cuál fue su papel en el asesinato y por un tiempo se dedica sólo a incordiarlo, haciendo vagas acusaciones que son como palos de ciego…, pero de pronto, en el intercambio de frases, Maigret comprende a su adversario: descubre cómo piensa, quién es, qué pudo haber hecho y qué no el día del crimen, y en ese momento el esclarecimiento del asesinato (nos dice la voz de Simenon, que preside los hechos) se vuelve menos importante que el descubrimiento del hombre: del ser humano, o por lo menos de la representación de lo humano que es un personaje.
Crear un personaje novelesco es exactamente ese proceso de descubrimiento: exactamente esa averguación azarosa, descontrolada, incierta, que de pronto (si se tienen la suerte y el empeño de Maigret y de Simenon) lleva a la revelación. De modo que la metáfora es perfecta. Pocas veces se puede decir eso de la obra de nadie: sin exageración, es una de las marcas del genio.
12 comentarios. Dejar nuevo
Crear un personaje novelesco es tan difícil como salir en busca de Moby Dick y atraparla. Tal vez ocurra como en lo científico. Dado que lo literario maneja diferentes planos de la conciencia es posible que por azar, trabajo, sudor y genialidad -vaya uno a saber en qué proporción – un día surge un Aureliano Buendía, un Phillip Marlowe o un Inspector Maigret de Simenon. Y esos personajes cobran vida y nos acompañan. La novela Las LLuvias del MetSat de Marcelo Zamboni -Finalista del Premio Clarín 2009 de Argentina -tiene un personaje de esas características.
Creo que vale la pena echarle un vistazo a alguno de sus capítulos.
Está en http://www.barderlute.blogspot.com.
Los invito.
Información Bitacoras.com…
Si lo deseas, puedes hacer click para valorar este post en Bitacoras.com. Gracias….
LuTe, ya me asomo a leer. Gracias por la referencia. Un saludo.
Amo a Maigret.
Hasta lo soñé una vez…
saludos de una lectora fiel
¿De verdad, Lorena? Debe haber sido algo loquísimo… 🙂 Un saludo.
¡Albertos, Maigret es de mis personajes favoritos! He leído seis que siete novelas suyas y siempre quedo de lo más contento. Si se vale extender comentario, algo que al principio decepciona y después atrapa de él, es que no tiene la brillantez de deducción de Sherlock Holmes o Hercules Poirot, quienes son sus verdaderos antecedentes directos, pues la novela policiaca que practica Simenon tiene que ver más con la novela enigma europea que con la novela negra gringa; el esquema de Maigret también es el del asesinato, la averiguata con todos los posibles involucrados y la solución «sorpresiva», medio aritmética, al final (lo mismo que Conan Doyle y Agatha Christie, pues). Sin embargo, la lucidez tramposa de los otros, en Maigret es desolado conocimiento de la condición humana. Maigret, más que revisar pisadas o estar atento a giros de tuerca, suele sentarse en los lugares de los crímenes y embotarse imaginando cómo podía ser de miserable la vida de quienes habitaron ese lugar, y a partir de esa imaginación empieza a comprender los mecanismos del crimen y, por extensión, a reconocer al posible asesino. De ahí que Maigret enlace fácilmente con las novelas existencialistas de los cincuenta, que también estaban averiguando «la inutilidad, el absurdo, el vacío de la existencia», o como le quieras llamar. Entonces se convirtió en un autor más emocional que cerebral, por decirlo de algún modo. Influyó mucho a la Santa María de Onetti; los personajes de él vienen un poco del universo Maigret. Incluso, hay una novela de Simenon, «El loco de Bergerac», que tiene muchas coincidencias con la recreación de Santa María de Brausen. En «El loco…», Maigret va a un pequeño pueblo a resolver un crimen, pero en la ruta del tren alguien lo ataca y lo deja malherido. Después, desde la cama del hospital del pueblo y ayudado por su esposa (que es una señora común que hace chocolate y galletas), Maigret resuelve el crimen solamente imaginando el pueblo, sin verlo jamás. Le pide a la esposa que le ayude a imaginar la iglesia, la cárcel, el cementerio, el putero… y claro, los posibles asesinos van a verlo al hospital para confundirlo, pero con verlos se va dando idea de cómo es la vida en el pueblo y a partir de ahí deduce móviles y descubre al asesino. En la cúspide del fanatismo hubiera querido creer que Onetti tomó de ahí la idea de imaginar Santa María, pero no, «La vida breve» es anterior a «El loco de Bergerac». Aún así, me parece buena la coincidencia. Y pues habría que leer más a Simenon para encontrarle más gracias, tiene varias. Un cafecito pronto, ¿no?
Querido Carlos, me alegra enormemente que hayas venido y hayas escrito. Apenas me estoy adentrando en la obra de Simenon, después del primer deslumbramiento, y (je) me voy a aprovechar de los nortes que trae tu comentario. Gracias.
¡Y sí, veámonos pronto!
Un abrazo.
Alberto, me desconcierta mucho lo que comentas sobre los detectives de la tele que son fantasías de poder. Te lo digo porque salvo algunos detectives todo-lo-puedo como los que mencionas (hubo muchos en los años ochenta, cuando los Estados Unidos quería resarcirse de Vietnam y todo lo resolvían con súper hombres violentos y, of course, aburridísimos) y varios ejemplos de inverstigadores impecables (y nuevamente, de flojera para el lector/espectador) , el género tiene sus bases en esa dualidad del detective que es inteligente y agudo, y a la vez absolutamente vulnerable. Desde Sherlock Holmes, que intercalaba su lucidez con una drogadicción que buscaba aplacar su frenético intelecto hasta los dectactives actuales que cargan con la culpa o la misantropía, la base del género radica en que el investigador, por más inteligente que sea, no es una persona infalibre. Al contrario, el chiste de estos personajes es que su brillantez radica en su vulnearabilidad: son brillantes en lo que hacen porque están obligados (condenados) a ser brillantes, a descubrir al asesino o el misterio porque si no lo logran están irremediablemente enfrentados a encarar sin atenuantes su fracaso, e incluso el éxito en esa área no les garantiza sentirse fracasados o asumir que su vida es un desastre.
Yo aún no leo nada de Simenon (¡Chale, ya se me está haciendo fea costumbre asumir las ausencias en mi bibliografía!), pero por lo que comentan, su maestría, además de su técnica de escritura, radica en haber creado un personaje más vulnerable que el promedio, el cuál no sólo era brillante, sino también profundamente humano, y por tanto más incisivo y comprensivo con la gente con la que convivía (o sea, los criminales, las víctimas y demás gente que les rodea). Eso fue (y seguirá siendo, porque un personaje con esas dimensiones no es muy común de encontrar) su gran aportación y lo que hace de sus novelas algo valioso de leer, hasta donde entiendo.
Creo que el detective perfecto, super chingón de la pradera, no es sino un cliché que existe tan sólo como el contraste referencial para entender´lo que no es el género. Y por supuesto, para crear su parodia, o sea, o el detective absolutamente idiota (el inspector Cluseau de «La Pantera Rosa») o el que es tan violento y fascista que todo lo hace mal y triunfa de puritita suerte (había una serie en los años 80, el detective Hammer, que era así, una cruza entre Harry el Sucio y Schwarzenegger que se la pasaba cometiendo estupideces y que resultaba hilarante porque era la crítica de lo anterior).
Lo que han comentad no sólo me hace pensar en la necesidad de leer a Simenon, sino de revisar a otros detectives. En particular, a Sherlock Holmes, aprovechando
Alberto, me gustó omo siempre tu texto, pero me desconcierta mucho lo que comentas sobre los detectives de la tele que son fantasías de poder. Te lo digo porque salvo algunos detectives todo-lo-puedo como los que mencionas (hubo muchos en los años ochenta, cuando los Estados Unidos quería resarcirse de Vietnam y todo lo resolvían con súper hombres violentos y, of course, aburridísimos) y varios ejemplos de inverstigadores impecables (y nuevamente, de flojera para el lector/espectador), el género tiene sus bases no en las ventajas del hére, sino en sus fallas y la manera en que se sobrepone a ellas, en esa dualidad del detective que es inteligente y agudo, y a la vez absolutamente vulnerable y complicado en sí mismo.
Desde Sherlock Holmes, que intercalaba su lucidez con una drogadicción que buscaba aplacar su frenético intelecto hasta los dectactives actuales que cargan con la culpa o la misantropía, la base del género radica en que el investigador, por más inteligente que sea, no es una persona infalibre. Al contrario, el chiste de estos personajes es que su brillantez radica en su vulnearabilidad: son brillantes en lo que hacen porque están obligados (condenados) a serlo, a descubrir al asesino o el misterio porque si no lo logran están irremediablemente enfrentados a encarar sin atenuantes su fracaso, e incluso el éxito en esa área no les garantiza sentirse fracasados o asumir que su vida es un desastre.
Yo aún no leo nada de Simenon (¡Chale, ya se me está haciendo fea costumbre esto de asumir las ausencias en mi bibliografía!), pero por lo que comentan, su maestría, además de su técnica de escritura, radica en haber creado un personaje más vulnerable que el promedio, el cuál no sólo era brillante, sino también profundamente humano, y por tanto más incisivo y comprensivo con la gente con la que convivía (o sea, los criminales, las víctimas y demás gente que les rodea). Eso fue (y seguirá siendo, porque un personaje con esas dimensiones no es muy común de encontrar) su gran aportación y lo que hace de sus novelas algo valioso de leer, hasta donde entiendo.
Creo que el detective perfecto, super chingón de la pradera, no es sino un cliché que existe tan sólo como el contraste referencial para entender´lo que no es» el género. Y por supuesto, para crear su parodia, o sea, el detective absolutamente idiota (el inspector Clouseau de «La Pantera Rosa») o el que es tan violento y fascista que todo lo hace mal y triunfa de puritita suerte y con una pequeña (o enorme) ayuda de sus cuates.
Al respecto, había una serie en los años 80, el detective Hammer, que era así, una cruza entre Harry el Sucio y Schwarzenegger que se la pasaba cometiendo estupideces y que resultaba hilarante porque era la crítica perfecta al chiras pelas que describes. Habría que buscarla en DVD porque era divertidísima.
Creo que todo lo que comentas sobre las némesis de Maigret es real: hay detectives jamesbonescos e infalibles, pero por fortuna esos personajetes jamás progresaron dentro del género porque no eran personajes interesantes, sino caricaturas sin alma de lo que es el verdadero género detectivesco: la lucha de un tipo o tipa más o menos inteligrentes no sólo contra los malvados, sino contra un mundo que favorece la maldad, pero que a la vez exige que se resuelvan los misterios y se encuentre a los chivos expiatorios de sus tejemanejes.
Desde esa perspectiva, todos los seres somos protagonistas y los guapitos infalibles sobran.
Gracias Alberto, por el artículo y disculpa el comentario.
Por cierto, lo que han comentado no sólo me hace pensar en la necesidad de leer a Simenon, sino en revisar a otros detectives, ya leídos o por descubrir. En particular, habría que releer a Sherlock Holmes, aprovechando que muy pronto van a estrenar su nueva franquicia filmica con Robert Downey Jr. (¿Tiene un personaje drogo y borracho? ¡Llamen al Beto, que tiene la vivencia necesaria!) como Holmes y Jude Law como Watson (demasiada guapura para un personaje tan mesurado, creo yo) dirigidos por el alegre divorciado Guy Ritchie. Digo, para que no nos vendan gato por liebre y podamos luego alabar o deshacer las películas.
De cualquier modo, la intención es clara. ¡Debemos leer a Simenon!
OK, tomo nota.
Nuevamente gracias
José, me parece muy pertinente tu comentario pero creo que viene de una imprecisión en mi texto. Los detectives del comienzo del párrafo no son los agentes del orden de la mitad, no pensaba en los mismos personajes.
En todo caso, se agradece. Saludos…
[…] que proviene de Pietr el letón (1931), la primera de la larga serie de novelas del inspector Maigret escritas por Georges Simenon. Maigret está vigilando desde afuera, y en tiempo tormentoso y […]