Esta bitácora convoca a su nuevo concurso de minificción (o microrrelato). Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 30 de marzo. Quedan invitados.
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BALADA
Se cuenta en los libros que un día los exploradores de Vat´lavia zarparon de sus costas para emprender una travesía hacia el extremo sur del mundo, con la única esperanza y propósito de colonizar nuevas tierras. Para registrar los hechos de posibles contactos con algún pueblo llevaron consigo a sus escribanos, y para cantar las gestas heroicas, habidas y por haber, a los rapsodas. Jamás imaginaron que se encontrarían con el remanente de una tribu perdida eones atrás, única sobreviviente de una raíz protolinguistica muy antigua de la cual la lengua de Vat´lavia era una rama, los Juoiggants.
Para entablar el diálogo y como muestra de buena fe para con la tribu, los rapsodas Vat´lavos les cantaron la historia de cómo, a través de palabras llenas de fuertes encantamientos, los padres de Vat´lavia erigieron un imperio incólume en tan solo tres generaciones, convirtiéndose así en una potencia naval, comercial y militar que duraría siglos; cantaron aquellas palabras que antaño les otorgaron el poderío sobre la faz del mundo, sobre las bestias del campo, los monstruos del mar y las aves del cielo; palabras llenas de autoridad, que sin embargo presumían de ser superfluas, ásperas y llenas de ambigüedad. Cuando hubieron terminado, orgullosos y extasiados, el único rapsoda Juoiggant que se había presentado en compañía de los ancianos se puso en pie, y comenzó a cantar; cantó en sentido inverso todo el legendario de los visitantes, y desde los últimos instantes de este encuentro hasta el origen del mundo (Los Vat´lavos se sorprendieron al ver que los rapsodas de la tribu anfitriona habían perfeccionado el arte de la Gran Memoria en la oratoria, la recitación y el canto de cualquier cosa, exhaustiva o breve, en sentido inverso, con escuchar sólo una vez) Cuando la música de su canción dejó de hacer eco en los oídos de los oyentes, del otro lado del mundo, un cataclismo sacudió Vat´lavia.
La infancia.
La infancia es una de aquellas cosas que uno aprecia, jugar en la tierra, correr por el barrio, hacer la tarea con gusto para poder así ir a la cuadra.
En aquella época, ir a la tiendita de la esquina significaba toda una fascinación, era una sorpresa continua.
Ir a comprar unas papas por obtener un tazo distinto, no importaban las papas, al final a veces ni te las comías. Sentir la emoción cuando te salían dos tazos en un empaque.
Ir a comprar un jugo o unas galletas, sólo para tener un tatuaje de agua, que son lo únicos que quizá mamá te pondría con total acuerdo en toda tu vida.
Comprar un albúm de estampitas para el cual no habías comprado dulces en la escuela para poder llegar a casa a comprar unos sobres y legar a la escuela a intercambiar las repetidas.
Esa emoción de ir a la tienda a comprar un cereal cuando estaba de moda una película para poder tener un monito según tu gratis.
Cuando ibas a comprar varios refrescos para en su momento dado intercambiar las corcholatas por un regalito.
Si bien, eramos muy víctimas de la mercadotecnia. Pero que buena infancia tuvimos.
Se nos murió el humor, amor. ¡No lo entierres!
Ahí estaba, parada en medio de lo que en aquel momento me pareció la nada, mirándome.
Siempre ame la forma en que me miraba, esos ojos que tenían el poder de hacerme sentir seguro.
Sabía que cuando ella me miraba, tranquila, el mundo, la gente o mi padre no podían lastimarme.
Pero esta vez era distinto, sus ojos decían otra cosa.
No esperaba encontrarla ahí y seguramente ella no esperaba encontrarme ahí.
Inmóvil, a medio pasillo, vi como su mirada horrorizaba, al ver que su hijo, aquel que tanto protegía del mundo, de la gente, de su padre, ya no era su hijo. No era el chico que salía estudiar la carrera por las mañanas, ni aquel que llegaba muy noche por que trabajaba para pagar sus estudios mientras ella lo esperaba siempre con la cena.
Ella sólo veía horrorizada como su hijo era sólo una vestida más, entaconada y maquillada.
Yo, parado al otro lado del pasillo, sólo veía con horror como ella moría por dentro.
¡Mi corazoncito!
Carlos y Laura observan sentados al fondo de un puesto en el que venden desayunos, a doña Ofelia que camina cansada directo a atender su puesto de verduras… Todas las mañanas sigue el mismo ritual, despertarse a las siete de la mañana a preparar el desayuno para su nieta Cristina que tiene 4 años quien fue abandonada después de nacer. Su madre es adicta a la heroína y al saber que no podría educarla ni alimentarla huyó, robando los pocos ahorros de Ofelia.
Carlos y Laura son hermanos y amantes (secreto a voces) porque una vez cuando un pretendiente de Laura le llevó serenata, Carlos regresando de una borrachera enojado le hizo una escena de celos, la sujetó por la cintura y la forcejeó diciendo: -Dile que se vaya antes de que pierda la paciencia, !tu sabes que eres sólo mía!, segundos después de qué ella no contestó, la abofeteo y gritando exclamó: -!puta, puta, si lo que quieres es revolcarte con él como lo haces conmigo, lárgate ¿qué estás esperando?! minutos después, la muchacha comenzó a caminar sollozando y sujetando la bolsa que apenas alcanzó a tomar del sillón de la sala…
Ofelia que observaba desde la ventana (como toda señora curiosa, por no escribir chismosa) tocó el vidrio tres veces para que Laura volteara…y apagando las luces entreabrió la puerta para que se pasara. Así fue como Ofelia conoció el gran secreto de los hermanos, aunque prometió no decirle a nadie el tipo de relación que tienen, cada mañana como la de hoy, sin mucho que agregar a cada cliente le pregunta: -Oiga ¿no le parece raro como se llevan el Carlos y la Laurita?, siempre muy juntos y amorosos, pa´mi que eso no es normal…
La señora gritona de siempre, el perro bombón, la gente platicando… los dulces y el mercado… Cómo llegue aquí es lo de menos, lo importante son estos espejos que deslumbran, y, esta suave voz: descarga venidera de oreo trémulo; ondulación que retorna en un caracol incorpóreo de runrún… Hoy al despacharme la mercancía de siempre ella me dijo: «eres muy lindo, te gustaría… » Ya me llegó el tiempo de acercarme a ella, de hablarle. Quizás mañana la busque, en el mercado o donde sea… Ya con más confianza… Ya sin esta angustia…
Una tarde esa mujer caminaba en uno de los pasillos del mercado sin que ninguna de las dos o tres personas presentes notara que ella estaba ahí y esto último no le preocupaba, todos lo notarían cuando vieran que las cosas empezaban a moverse solas.
El perro abrió los ojos, y la señora seguía ahí.
«¿Pero, qué está haciendo?…Ha de mirar, como siempre, la creación humana, no le basta admirar la destrucción que se provocan, sino que ahora ansía también el consumo de sus alimentos. El cariño de su especie, a nosotros dos como a otros tantos, nos ha sido relegado por nacimiento, lo sabe. Bueno, yo lo espero cuidando sus espaldas, me gusta cuando aprende mas no cuando sufre el pobre. Igual una pausa en el andar ahorrará energía para seguir buscando comida…»
Pero «Peluche» desapareció lentamente tras el objeto y dentro de la morada humana.
No sabía que volvería sonriente y mascando un trozo de algo…
-Rogelio Sotelo-
Doña Enriqueta era la encargada de organizar ese mercado y también la dueña de uno de los puestos más visitados «la tienda» que estaba ubicada al final de un pasillo largo. Todo era paz y tranquilidad en esa tienda hasta que al señor de los jugos que estaban casi a un lado, decidió irse a vivir a otro estado, cerrar definitivamente su puesto y dejar una de las bancas grandes en las que se sentaba su clientela justo afuera de su local.
Don Eleuterio, el señor de los jugos se fue sin decir ni adiós y desde que él no estaba algunos de sus clientes iban y preguntaban por él, otros como aquellos dos jóvenes recién casados que eran clientes frecuentes del local llamado: «Los jugos de don Ele» y que tenían un extraño y escandaloso perro que siempre los acompañaba al mercado, se quedaban ahí a esperarlo a pesar de que doña Enriqueta varias veces les dijo que ya se había ido.
A doña Enriqueta le daba igual que ellos estuvieran o no esperando al señor de los jugos pues nunca impedían el paso a su tienda, no le estorbaban en lo absoluto, lo único que ella no soportaba eran los ladridos del perro, esos ya la habían hartado y lo peor era que ahora que don Eleuterio no estaba, ya no había quien pudiera controlar a ese can que siempre fue así, pero don Eleuterio lo metía a su puesto y hacia que se calmara.
Todos los vendedores estaban cansados de él, ya habían hecho de todo para que se fuera o para que dejara de ladrar, primero hablaron con los dueños y ellos le dijeron que desde que adoptaron a su mascota era lo mismo y que si iban tanto al mercado era porque el perro los seguía a todos lados y una vez que fueron a comprar jugos, don Eleuterio cargó al can, le cantó una muy peculiar canción y logró que no hiciera ya más ruido, pero por más que intentaron que los dueños se acordaran cuál era esa dichosa canción, no lo lograron.
También quisieron convencer a los dueños de que ya no llevaran a «Peludo» (que así se llamaba el perro) al mercado y tampoco lo lograron porque ellos insistían en que el único que podía ayudarlos con su mascota era el señor de los jugos y en que lo esperarían ahí. A los vendedores solo les quedaba hacer por su propia cuenta que el perro dejara de ladrar y
para eso le cantaron todo tipo de canciones y nada e intentaron hasta darle algo de comer y el perro nada más olfateaba lo que le daban, lo dejaba en el suelo e iba por todo el mercado ladre y ladre, se detenía a ladrar en todos los puestos, pero más al de doña Enriqueta..
Una tarde, ella cansada de lo mismo, decidió asustar a Peludo cuando fue a ladrar a su puesto para ver si se iba, salió a llenar una cubeta que estaba al otro extremo del pasillo y mojó al can, fue entonces cuando sucedió lo inesperado, aquel perro, le habló.
-«Tú no me agradas»- le dijo Peludo y ella sorprendida empezó a gritar que el perro le había hablado.
-¡No…no es posible que un perro hable, no es posible!-gritaba ella.
-Eluterio hablaba conmigo, por eso se fue-le dijo el can-también pensó que estaba loco y huyó.
-¿Don Eleuterio?, ¡ay no, pobre hombre!
-No te preocupes, yo no soy un perro que habla, más bien ustedes dos son personas que ladran a veces.
-¡¿Qué?!
– Si no me crees, solo mira como todos te ven.
Doña Enriqueta obedeció, Peludo le decía la verdad, todos la veían y hasta le preguntaban por qué estaba ladrando y si se sentía bien y ella respondía que no ladraba.
-Más vale que no les digas nada, ellos escuchan otra cosa.
-¿Pero por qué ellos no me entienden?, ¿por qué estás tú hablando conmigo?, ¿por qué don Eleuterio también te entendía?
-Son muchas preguntas al mismo tiempo, sólo puedo decirte que cuando me vaya, todo volverá a la normalidad.
-¿Cuándo te vas a ir?
-De tu vida no muy pronto, tal vez, nunca- le respondió mientras se burlaba y lo que le dijo se lo cumplió aquel perro, no se fue jamás de su vida.
Fechas
A los quince años me lancé a lo de la construcción. Apenas era el chalán del mero chalán. Me tocó trabajar en los cimientos del mercado nuevo y me llevé la buena chinga, haciendo la revoltura y acarreando los botes de mezcla. Nomás miré de lejitos cuando pusieron algo que tenía las trazas de un fulano en una de las esquinas. Un escalofrío me recorrió el espinazo. A punto de acabar con la chamba, me llamó el maestro de la obra y me preguntó: “¿Tienes buena letra?”. “Le…ve”, contesté todo tembeleque. Me dio una varilla y me señaló en el aplanado fresco donde tenía que escribir. Con letra bailarina puse: “Está obra se terminó en…” Tartamudeando, le pregunté: “¿En qué fecha estamos?” El chalán que era mi jefe se carcajeó. El mai lo calló con un trancazo y después me dio una fecha pasada en la que espantado reconocí el año de mi nacimiento.
Me gustó bastante.
-¡Vuelve! -le alcanzó a gritar.
Y ahí iba, por esa calle estriada como su alma, esperando que Nachito el tendero, se apiade y vuelva a surtir su despensa
Sentía que se moría de la pena, de la vergüenza por volver a pedir fiado y qué podía hacer ella? sus hijos tenían hambre y su borracho marido se había vuelto a gastar el dinero de su quincena en otra borrachera mas…
Sentía sus pasos cansados, mas pesados que de costumbre, harta ya de esa repetitiva vida sin final…
Entra en la tienda qué; como siempre está abarrotada de gente, espera haciéndose la tonta mirando aquí y allá; hasta que quede un poco vacía para así atreverse a pedir a Nachito
Pero que bien le va a Nachito, en todo el tiempo que le conocía (de toda su vida) él siempre va con una sonrisa franca, amplia; amable con todo mundo y siempre directo al hablar, él dice que las personas que son sinceras, que nada tienen que ocultar van siempre de frente
que la pobreza no es impedimento para ser feliz, que no hay nada como el trabajo exhausto para dejar de pensar tonterías y que un buen taco pagado con el sudor de tu labor se disfruta harto…
-Petra; Petraaa en que te puedo atender? ¡despierta mujer!
-Ay Nachito, pensaba en lo bien que te va, lo mucho que progresas..
-Si Petra, a veces me da por pensar que mas que tienda, esto parece un hospicio, pero no puedo cerrar mis ojos-
Petra que capta el mensaje se pone de un rojo muy intenso y desvía su mirada
-¿Otra vez petra? pero bueno mujer, que no razonas lo que te digo cada vez que vienes?
manda a la calle a esos zánganos que tienes por hijos, que aprendan a partirse la madre para tragar, ya están grandecitos!
-Son mis hijos Nacho, no puede dejarlos ir, todo es culpa de su padre, que se gasta el dinero en esa mierda.
-No, petra, no, entiende que Chencho también ya está harto de mantener a esa bola de huevones que tienes por hijos, enséñales a trabajar mujer, o van a ser tu perdición, un día de estos te van a matar de tanto que les trabajas.
Se le llenan los ojos de agua a la débil Petra, cosa que hace que Nachito se doblegue
-Anda Petra, escoge las cosas que quieres llevar.
-Gracias Nachito, muchas gracias, Diosito te va a pagar con creces.
-Diosito madres Petra, ya no hay Diosito que valga, me mandas a lo vagos de tus hijos, que vengan a empaquetar unos kilos de harina y azúcar, y ya veré en que mas los pongo a jalar, faltaba más… Y dónde no vengan, olvídate de volver a pedirme fiado.
-Sí Nachito, si, yo te los mando, no los trates tan mal Nachito, son buenos mis hijos.
Si, buenos para nada – Anda, vete y aquí los espero…
Se va la Petra un poco mas contenta de como venía, cargada de tanta buena voluntad del Nacho.
Y Nachito moviendo negativamaente la cabeza la observaba alejarse con su regordeta figura, pensando. -la vida tan diferente que llevara la Petra, si hubiera aceptado mi propuesta de amor muchos años atrás…
Llevo días buscando una cura para mi mal, por lo que deambulo a través de los corredores de este mercado. Busco un local donde se hagan “limpias”. No es para encontrar trabajo, ni por estar pasando una mala racha, ni tampoco porque quiera encontrar un nuevo amor o algo por el estilo. Requiero los servicios del brujo para quitarme un “mal de ojo”. Éste me encontró a la vuelta de la esquina. Ahí cerca del Metro Allende me topé de frente con una indigente, quien al sentirse agredida me soltó una retahíla de leperadas.
— ¡Maldito idiota!, no sabes con quien te metes. Soy la licenciada Mireles y te puedo meter al bote con mis influencias —me dijo con furia criminal y tufo alcohólico.
— La ven a una muy buena y se quieren aprovechar, ¡malditos degenerados!, no se conforman con mirar, ¡a fuerzas me quieren tocar las nalgas! — gritó a los a cuatro vientos.
No pude decir nada, me quedé petrificado viendo como seguía su camino y, como continuó maldiciendo a cuanto cristiano se le pusiera enfrente.
Por eso estoy aquí —siento que me echo una maldición—. ¿Por qué digo esto? Por una sencilla razón; porque a partir de ese día me perdí en la locura… cada que vez que la he encontrado: ¡la persigo para tocarle lascivamente el trasero!
Ponchito camina lentamente por los fríos y desolados pasillos del mercado, uno de los últimos refugios de su especie. Olfatea intensamente, una y otra vez, creando una imagen en su mente de lo que se encontraba frente a él. Sangre, lodo, restos de otros cuadrúpedos menos afortunados. Son los mismos pasillos que recorre todos los días, pero desde aquel altercado con el Carnicero su visión ya no era la misma y depende por completo de su olfato para escabullirse y evitar a todos los bípedos que le buscaban como alimento.
No le gusta tener que robar comida de sus depredadores, pero ya tiene más de tres días sin ingerir alimento y Rufis no había regresado de su ronda a la que salió un par de días antes.
El único puesto en el que encontraría comida era el de la bípeda conocida como «Chayo», a quien anteriormente había logrado esquivar en alguna ocasión, perdiendo la cola aquella vez que tuvo que regresar por Rufis. Pequeña cuadrúpeda ambiciosa, siempre buscaba engullir más de lo que merecía.
Llega a la esquina y se detiene por completo, su olfato le indica que ha calculado todo a la perfección. Chayo se aleja lentamente detrás de su hijo, quien vino a avisarle que ya han llegado las provisiones de la semana. Si hay algo que los bípedos han perfeccionado ahora en el fin de los tiempos es la organización y puntualidad. Para lo que les servirá.
La pareja lo ve, pero lo ignoran, mientras tengan comida frente a ellos los bípedos se desentienden de sus alrededores. Ponchito está a punto de lanzarse hacia la canasta de jitomates cuando detecta ese sutil olor, aquel del cual le habían contado los pocos sobrevivientes: el metal y la pólvora, mezcladas con las secreciones de adrenalina del bípedo que portaba aquel instrumento aniquilador. Quedó petrificado, sabía que en su desesperación por encontrar comida había cometido un error de novatos, se dejó llevar.
El Carnicero ríe triunfante, sabe que hoy cenará mejor que en todo el último mes.
Todas las tardes, Mariano asistía a jugar a la cancha de su colonia. Cogía su balón, se despedía de su abuela y se iba caminando. Algunas cuadras antes de la unidad deportiva, estaba el mercado.
Un buen día, de una alcantarilla, vio salir un chorizo. Cuando vio aquella escena, parpadeo varias veces, miro a su alrededor, y se percato que efectivamente, no estaba soñando. Decidió ignorar la escena y siguió su camino.
Al día siguiente, volvió a pasar por el mismo lugar, y de la alcantarilla salia una pata de puerco. Corrió, con su balón en las manos, se acerco; y en ese momento, aquella pata se metió rápidamente.
Mariano durante todo el día, no hacia mas que pensar en aquellos extraños sucesos.
Al tercer día, una vez mas la misma ruta, y Mariano no podía creer lo que estaba viendo…
Había un gran charco de sangre saliendo de la alcantarilla, al acercarse mas, vio unas pequeñas bolitas de carne molida que iban como señalando un camino y terminaban justo a la entrada del mercado. En ese momento Mariano decidió entrar rápidamente donde se encontraba la carnicería.
Ahí estaba don Fausto, el carnicero; Mariano lo miro fijamente, sin decir nada. Volteo a ver todas las carnes colgadas, chorizos, patas de puerco y cuerpos desmembrados de res. Don Fausto le pregunto: ¿Sucede algo niño? ¿que quieres? Mariano respondió: No nada señor, adiós.
Al día siguiente, ya no le interesaba ir a la cancha, y fue al mismo lugar. Para cuando llego a la alcantarilla, miro y miro, desde varios ángulos, la gente lo observaba de manera extraña, pero el seguía buscando, algo que pudiera aparecer. En un instante, al bajarse de la banqueta, un microbús lo arrollo y lo mato.
Su abuela, días después de la muerte de Mariano, asistió al lugar donde murió su nieto, para dejar una veladora y unas flores, pero se detuvo a ver una niña, que miraba curiosamente aquella alcantarilla. Fin
¡Carajo cada día estamos peor! Ahora ya ni para limones alcanza. Ah no ni te pares frente a la tienda, ni me ladres. Otra vez no hay para tú comida. ¿Qué no te dije del impuesto en alimentos para mascotas?
Nunca nadie se dio cuenta, excepto yo. Lo había robado, él lo había robado y ahí va, se va, con dinero y un chocolate en mano. ¿Por qué no me hacen caso? ¡Les digo que se va! Si alguien pudiera entenderme ya hubieran ido tras él, habrían recuperado su dinero, su chocolate y yo habría sido un héroe, no sólo un simple perro. Nunca nadie se dio cuenta, excepto yo.
El duelo otra vez. Nos enfrentamos de nuevo. Ella quiere que regrese a la casa. Yo le dije que no. Sin embargo, me espera ahí, todos los días, afuera del trabajo, fingiendo que pasa simplemente, y que no me vigila, que no conoce mi hora de salida. La miro con ternura, Ni siquiera disimula; no carga una bolsa para las compras, no lo intenta. Sólo pretende que yo pretenda que no lo sé. A veces, la dejo creer que le creo. Pero hoy no. Hoy, salí a batirme en duelo con ella. No volveré nunca. No dejaré que mi padre me ponga una mano encima jamás. Crecí con pesadillas por lo que me hacía, porque ella no me defendió una sola vez. Se acerca. Quiero gritar, odiar, llorar, huir, ignorar, abofetear, sonreír, perdonar. Pero sólo me quedo allí, a medio camino, mientras pasa, en silencio, a mi lado. Otra vez se ha ido, y yo no dije nada. No se vuelve, no se inmuta. Sólo me ve. Con eso se conforma. Me retiro del lugar. Otra vez, a esperar el duelo. Mañana, quizá sí le diga algo. Mañana, quizá sí me diga algo.
Una no muy grata tarde todo cambio. Mateo me enseño una verdad que se ocultaba y no queria ver.
Mateo mi lanudo amigo me habia hecho seguirlo hasta el mercado y ya sea por conviccion o por rabia lo segui.
Ella estaba enamorada a otro niño. Los mire desde lejos solo para comprobar que asi era.
La imagen nublo mis ojos y mas de una lagrima estubo a pundo de resbalar por mi mejilla. Ellos conversaban alegremente y rebosaban de un sentimiento de afecto que hubiera deseado estar en sus zapatos.
Pero es acaso el amor no correspondido ¿en realidad amor?, el amor esta mas cerca de lo que imaginamos, y nos abraza cuando menos lo buscamos.
Entré a la tienda y compre lo que necesitaba. Salude a Matilde la señora del comercio de enfrente. Y regrese a casa con Mateo. En el camino de regreso Mateo agitaba alegremente el rabo a una astuta cachorrita que habia salido a pasear en compañia de su sonriente dueña. Desde entonces los paseos fueron cada vez mas frecuentes, hasta que descubri el sentido de aquel momento que como una fotografia me habia mostrado una nueva forma de ver. Esa niña que conoci gracias a Mateo se convertiria en mi esposa y mi fiel amigo lanudo en mi mejor compañero.
Callejón
Los montones de chatarra, niños revoloteando, parejas enamoradas, era lo que se vivía en el callejón de doña Aurora.
Se alimentaba de lo que encontraba en la búsqueda diaria del pan para sus hijos.
Cuentan las malas lenguas que doña Aurora nunca existió y que por lo tanto el callejón tampoco.
Isabel Rodríguez Moreno
Callejón
Era un bártulo de objetos que tenía la Señora Aurora. Ella siempre vigilante de las parejas escondidas en un rincón. De los niños que revoloteaban a su alrededor.
Cuentan aquellos que los bártulos nunca existieron y que la Señora Aurora menos aún.
COMBUSTIBLE
Al saltar la bardilla con agilidad impresionante el extraño ser espacial se encontró rodeado de un extraño escenario nuevo para él.
Para cualquier humano sería fácil explicar esa área de locales con sus muros seccionados en los que se visualizaba una tienda de abarrotes y apenas algunas personas de cemento de formas irregulares a con la que se había encontrado el extraño ser.
Minutos antes viajaban por el espacio un grupo de seres alienígenas que mientras viajaban por el sistema solar se les había agotado el combustible para producir energía de movimiento.
Por lo que aterrizaron de emergencia cerca de un área poblada de la ciudad de Monterrey
De regreso a la callecilla de los locales. El ser espacial poseía una figura diminuta de aproximado metro y centímetros de alto.
Apenas tuvo tiempo de camuflarse en pos del combustible de la extraña nave ovoidal y observar una escena terrícola con extraños personajes (señoras, señores, jóvenes)…
Su primer encuentro con terrícolas.
Fin.
AL PARECER FUE MUY DIFICIL LA CONCLUSIÓN. LES VOY A DAR LA RESPUESTA. A LOS ESTUDIOSOS DE LA HISTORIA UNIVERSAL FALLARON…
LA RESPUESTA ES FIN: SERES HUMANOS. SI EL COMBUSTIBLE SON LOS SERES HUMANOS. COMO EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
El concreto soporta las especias. El cilantro, el café, embutidos, cereales, alpiste, granos viejos, verdura vuelta a mojar; además de pasos, piernas, cuerpos, pesos. ¿A quién pertenece ése concreto, impregnado de tan múltiples y fatigantes aromas? Lozas de acabados descuidados, siempre con el borde la grava recortada, cemento que viene con el tedio y la extrañeza del diseño de las décadas pasadas, vaciados sobre vaciados. Fugas de agua que potencian la fusión de olores. Pasillos estrechos, voces que hacen pensar que tienes facultad de leer los pensamientos, ¿quién nutre a quién? Los años a las familias o las familias al concreto, ¿de quién es el ritual? El tiempo por fin se vuelve sólido. Porque los años son los puestos, generaciones enteras que continúan instruidas e instruyendo la recolección de viandas de la manera más antigua, compacta, concreta. Gente instruida en olvidado género de la retórica: El regateo. Un arma que hace amigos, por lo menos clientela. El encuentro de los seres en un laberinto como éste desaparece el piso, en un laberinto el suelo es prescindible, el concreto siempre se olvida, y eso es bueno. Los muros alimentan, no privan porque son verduras coloridas. En el mercado no hay duelo simplemente olvido de uno mismo, no hay otro duelo más que el de la palabra, se trueca palabra por comida. Una abuela y un jóven con audífonos se encuentran.
Agencia de viajes
Preguntó por el mejor camino para llegar a China. Varias personas recomendaron líneas aéreas, itinerarios de navíos y un despistado una ruta de autobuses en Toluca. Una niña que comía jícama con chile, señaló el pasillo de las frutas y legumbres en el mercado La placita, en la calle Topantiagua.
—Fui la semana pasada —dijo con orgullo.
Incrédulo, buscó el mercado en un mapa, indagó la ubicación exacta del pasaje referido y lo atravesó entre aromas a perejil y cebolla. Al llegar al otro extremo, se dirigió a la salida y dio de bruces contra La plaza de Tian’anmen.
MonoGuau
Los mercados públicos están desapareciendo. Antes la gente aquí compraba todo su mandado. Venía a almorzar gorditas, tortas y tacos sin faltar el delicioso café de olla. Todo ha cambiado. Ahora mira, muchos puestos están cerrados. Hay poca gente. No hay barullo. Todo está lleno de piratería. Dicen que el municipio quiere demoler el mercado para construir un Soriana. A mí no me gusta ir a los supermercados. Son demasiado blancos, demasiado plásticos. Y el aire, el aire tiene ese olor a torbellino. Huele a dinero caliente. La gente no platica, sólo recorre los pasillos y llena su carrito. En cambio aquí, aquí no hay carrito. No hay máquinas registradoras, ni facturas electrónicas. Todo es chaz-chaz. En un mercado te puedes enamorar, conocer a alguien. Tortear. Arrimarte, cómo dicen, el camarón. Allá todos son precios, ofertas, y números. Sobre todo números. Por eso a mí me gusta venir aquí, siento que venden cosas de verdad. Espera. Espera. En este local venden shampoo anti-pulgas y tijeras para que me cortes el pelo, Eulalia.
Ayuda:
La señora que aparece en la foto, doña Obdulia, se robo mi perro. No es la primera vez que lo hace. Los conquista con la magia de la rebanadora. Cada que prende el aparato para despachar a un cliente, el ruido vuelve loco al Rufles, que corre para recoger del suelo pedacitos de jamón cocido y queso de puerco.
Rufles ahora se llama Mechas y no hace caso.
Sentía la humedad aumentando en el piso. Algunas personas a mi alrededor observaban extrañas, algunas otras aterradas, un grupo más pequeño, pero no menos importante para acrecentar el espectáculo, curioso. Mi cuerpo pesaba cada vez más; parecía que la primavera había llegado fría; mis ojos se fijaron en Kyla, esa perra que llegaba diario, de manera indigente, a pedir con miradas tristes y llenas de dolor algo de comer. Yo siempre tenía algo para ella; Ahora, cuando llegara con la seguridad de siempre a mi puesto, no habrá quien le de algún trozo de carne. La sensación de humedad en el pavimento y en mi cabeza seguían creciendo, el frío se hacía insoportable. Ya no pensaba en todo lo que me habían traído a mi vida el dinero, un machete y la desesperación de vender un kilo más de bistec, ni cómo se la iria llevando en veloces recuerdos de mi pasado que me acompañarian por la eternidad. Mis labios se hacian más dificiles de abrir; trataba de guardar energías para que Doña Lupe, que yacía congelada, se animara a llegar hasta mi, y yo pudiera decirle unas últimas palabras: «Un cigarro por favor».
TOLOACHE
Un embrujo, ese efecto provocó en mí la nueva diseñadora editorial de la revista. Inalcanzable, este era el adjetivo correcto para señalar la distancia que me separaba de ella, tan bonita, carismática y con un aroma exquisito. Sus feromonas eran absolutamente compatibles con las mías y yo lo sabía, pero ella no. Mi relación con ella era prácticamente nula, salvo en la junta semanal, no cruzábamos miradas, ni palabras. El pequeño mal congénito que arrastraba, estrabismo, me impedía “hacer mi luchita” con ella, me sentía como un Quasimodo y a ella la veía como una Esmeralda o Blanca Nieves. Después de un mes de pensamientos, delirios, sueños y deseos, enmarcados por su belleza, me decidí a hacerle caso a Miguel y le pregunté si era muy costoso el remedio, él dijo que no y que era bien efectivo, que a él le había funcionado con la que ahora es su mujer. Ya la hice, pensé, solo deseo su amistad, pero si el Toloache funciona igual y podemos llegar a más.
Hoy le pedí a Miguel que fuéramos a aquel mercado donde me dijo que lo venden, aprovechamos la hora de comida y en menos de 15 minutos llegamos. Entramos al lugar por una de las tres entradas que tiene, los locales se enfilaban uno tras otro y parecía que nos perderíamos en medio de tantos callejones que me hacían sentir en medio de un laberinto. Llegamos al pasillo “de los milagros”, como estaba escrito en un letrero, pero no había casi nadie, algo inusual para un lugar de estos y a estas horas. Le pregunté a Miguel si hoy jugaba la selección, pero respondió que no, entonces les cayó La Familia ¿no?, bromeé. Miguel dijo que tal vez hoy era el día en que descansaba la mayoría de comerciantes.
Justo afuera de nosotros, hasta el fondo del pasillo, se encontraba nuestro destino, pero tenía la cortina cerrada. Manuel preguntó a una señora, que venía hacia la dirección donde estábamos, si sabía a qué hora abrían. Ella dijo que ese lugar y otros más que estaban en los alrededores ya no iban a abrir más, que desde hace una semana los habían cerrado autoridades del gobierno, porque ya muchos se habían quejado que era un fraude, que incluso hubo algunos muertos por tomarse las chingaderas que ahí vendían, que, por ejemplo, en el mercado había un diablero que se le ocurrió ir ahí por un remedio y fue la última víctima. Regresé al trabajo con las manos vacías y lo único que pensé fue en mi mala suerte y en que la utopía del amor me era negada.
El teporocho del mercado
Cuando despierto, después de varios días de andar en el viaje, me parece ver a mi madre con la cara seria y los puños apretados, igual al día que me corrió de la casa. Ya no se si tomo para olvidarla o para volverla a ver.
Lo importante -dije, con aire de autosuficiencia- es estudiar cómo unas cosas se relacionan con otras, los signos ocultos entre el mundo y las personas. Usted, por ejemplo, mírese el tobillo -levanté el pantalón del hombre que tenía al lado-, ¿no le parece que la cicatriz que tiene aquí tiene una similitud fundamental, ¡fundamental!, con las líneas que cruzan el cemento?
Saqué la Polaroid de la mochila y les dije a todos: Tomen sus posiciones. Usted, acomode bien al perro -dije señalando a la mujer que venía de frente.
¿De qué habla? -me preguntó uno.
Como les dije -contesté-, no se ha estudiado con atención cómo unas cosas colaboran con otras. En otras palabras, todo esto estaba previsto, y a partir de ahora uno de tantos empezará un cuento con la siguiente frase: «A los quince años me lancé a lo de la construcción».
Arrastraba los pies, tan pesados, resquebrajados y hundidos, como el concreto. El cuerpo adolorido, el rostro ardiendo. El día lo había aplastado, la noche se había encargado de recordarle cuan fría y desolada podía ser.
Pero la humanidad se abrió de nuevo paso. Las persianas se enrollaron, salieron a exhibición las mercancías. Nada parecía haberse detenido.
Temblaba. Sentía crujir sus huesos y el incesante dolor lo iba constriñendo. Unos pasos más, una cuadra, una calle, la distancia que parecía insalvable.
Entre las sombras, alcanzó a distinguir una figura, que se adelantaba. Le parecía demasiado familiar, pero los oídos zumbaban, la sangre que nublaba su vista, el olor acre en la boca, la hinchazón en el vientre.
Alcanzó a escuchar apenas el ladrido. Motas siempre exigía las sobras. Rosa y Chayo estarían sacando las mesas, tal vez preparando la salsa. Pero Lola, alcanzó a verlo, como si fuera un monstruo, como si no lo viera, como si el grito se le hubiera pegado en la garganta.
Entonces, dentro de él, un último crujido, el estertor y el frío, siempre frío concreto.
Según mi experiencia (poca) en lo paranormal:
algo no anda bien.
Una mañana cualquiera
Eran las 8 de la noche y Carmela ya estaba cansada. No es que el día estuviera ajetreado, es que el peso de los años se iba acumulando sobre sus hombros.
Carmela vendía gelatinas en el mercado; había empezado hacía 20 años cuando murió su esposo y necesitaba ganarse unos centavos para mantener a sus 4 hijos.
Con el paso del tiempo los hijos se fueron y poco a poco la olvidaron, pero los vendedores del mercado ya la apreciaban y hasta la llamaban Mamá Carmela.
Una mañana de diciembre no hubo gelatinas; y como Mamá Carmela siempre había estado en aquel pasillo todos se extrañaron por su ausencia. Su comadre Lupe fue a buscarla a su casa y se encontró con la noticia de que Carmela había muerto.
Carmela estaba tendida en su cama; se podía ver la caja de gelatinas lista sobre la mesa. Ella estaba toda vestida, se veía que estaba lista para salir, solo le faltó ponerse sus zapatos viejos.
Ejercicio de poesía
Jorge es un niño aplicado y sigue atento las explicaciones de la maestra en clase. En silencio también está enamorado de ella. No quiere defraudarla en el ejercicio de poesía de mañana: ha seleccionado ya las palabras que usará en su composición, los adjetivos, las rimas y los versos. Pero aún le falta la inspiración y para ello, escondido y muerto de vergüenza, espera contemplarla de nuevo cuando regrese a su casa esta tarde.
Corri y corri, y corri y segui corriendo. Que atrocidad a cometido esta vez, seguro pensaban los demás, al verme pasar con esa cara de angustia, y jadeando por el cansancio, por aquellos angostos caminos de aquel interminable laberinto. No era ningún crimen, solo era un desesperado acto de mmmm, como lo llaman amor, amistad. Aquella señora de quien tome tan codiciado frasco corría detrás de mi, jamas en la vida pensé que ella pudiera correr… -¡Vuelve aquí! – gritaba, pero yo decidí ignorarla y continuar mi camino atravesando aquel enorme mercado del cual me sentía esclavo.
– Tráelo, y podrás estar con nosotros- recordaba esas palabras cada minuto en mi cabeza. Las palabras que me habían metido en este embrollo.
Corrí y corrí y segui corriendo, cada vez mas cerca, podía sentir la libertad, solo una esquina mas. En un ningún momento mire para atrás y por eso no me di cuenta, como pude ser tan tonto, la señora ya me había alcanzado, en cuanto levante la mirada, la vi ahí parada frente a mi. Una combinación de enojo y cansancio podía notar en su mirada.
Le gustaba aquella tiempo, antes de que abriera el mercado. Antes de que llegaran las multituded, con sus gritos y sus demandas y sus risas estirdentes. Estos minutos tranquilos en los cuales ella podía abrir su propia tienda, su propio palomar en el revoltijo de escaparates. El sol, como ella, todavía no estaba completamente despertado, y lanzaba una luz gris en los pasillos angostos del mercado. Después de preparar la tienda, siempre fumaba un cigarillo para espabilarse. Inhalba por la boca, y dejó escapar el humo por su nariz, enrollándose perezosamente. Enventualmente, llegaría el primer cliente del día, y ella lo consideraría, no cruelmente, pero no estusiastamente tampoco, agarrándose por un nuevo día de trabajo.
(JR)
Si tropezaras con una medusa
Algunos sospechan que existo, pero no pueden probarlo. Pasan junto a mí sin saberlo, atravesándome con su cuerpo incluso; cuando por casualidad estoy en reposo. Sienten entonces una masa fría que les cristaliza las piernas: una sensación igual a la de la meterse dentro del mar cuando está helado y es cuando gritan… pero se trata únicamente de lo que soy ahora, de mi nueva condición, de mi novísimo estado… y después de encontrarse conmigo no vuelven a ser los mismos.
La enfermedad los invade al poco, como a mí y a otros tantos nos sucedió hace tiempo. A quien elijo o me toca por accidente, le afecta un mal horrible. No tardan mucho en manifestarse los síntomas: comienza con una extraña sensación de paranoia que invariablemente afecta las facultades mentales del enfermo. Sigue una furia incontrolable, similar a la de la rabia. Poco a poco va cediendo hasta que el infectado pasa a un verdadero estado vegetativo; luego viene una terrible y lenta degradación física que no puede explicarse por ninguna ciencia. Los afectados se van pudriendo hasta que nada queda. La muerte no llega sino hasta el último instante. Siempre están conscientes.
Naturalmente es un mal que no tiene cura. La han llamado simplemente La plaga. Los médicos creen que el ciclo concluye con el deceso, pero ellos no saben nada: el paciente termina volviéndose una forma indefinida de energía, -sin cuerpo ni aparente peso-, absolutamente gélida e invisible, pero pensante; con los recuerdos y las capacidades intactas, y que están todas contenidas en un ovoide aéreo de no más de dos palmos de altura y que mira al mundo flotando apenas un poco arriba del suelo. Pero por lo menos así estamos en paz. No hay dolor. Tampoco tenemos conflictos.
No estoy solo, ya lo he dicho. Cada vez somos más. Nos reunimos en los puentes, en los pasillos oscuros, en aquellos lugares que las ciudades van olvidando. Son nuestro refugio. Allí nos contamos lo que hemos aprendido. Si los hombres pudieran vernos sabrían que somos muchos, una cantidad increíble, y nos tendrían miedo porque somos reales y no fantasmas.
Y seguimos un plan. Nuestro líder lo tiene. Ahora mismo espero a que llegue la noche para reunirme con otros pioneros. Abordaremos un avión secretamente y por fin, cruzaremos el mar.
Mañana Perdida
Sorprendida, incrédula en realidad a su piadoso gesto de pagarle la cuenta a un pordiosero.
-¿La mía no la pagas?, Yo soy mas bonita.
Como en otros rostros su sonrisa me devolvía esa emoción de una rareza conocida, de una espera que había quedado suspendida y ahora reanudaba.
Me senté sin mas en su mesa, hablamos por espacio de dos horas, del dinero primero, del valor después, de ética, de estética, de la voluntad de Schopenhauer,de la cosa en sí; mientras tú rayando el dintel de lo surreal, seguramente madre recorrías los pasillos de ese sucio mercado que era tu universo, de esa constelación de cotidianidad y sentido, mirando con morbo a los jóvenes apuestos, lazando un silbido al lanudo perro de socorro, esperando que horas antes yo hubiese abierto el ruinoso local.
Santitos
I.
En lodos los noticieros han transmitido las imágenes del ganado mutilado. La gente está aterrada por el nocturno demonio de rapiña.
II.
Mis migrañas no parecían ser más que eso. Medicarme aspirinas en lugar de ir al médico ha sido un error fatal.
III.
Para no perder, los ganaderos vendieron esos cadáveres al rastro, aunque tan solo recibieran la mitad del dinero.
IV.
De nada valieron todos los estudios que coincidieron que ya no había otra cosa por hacer más que esperar. Tengo mucho miedo de ese momento.
V.
Después del festín se quedó dormido en el hígado de una res. El día llegó y su inmovilidad también. Lo llevaron a la carnicería del mercado.
VI.
Cuando los dolores se hicieron insoportables me tuvieron que internar. La morfina me ha ayudado a aguantar mientras ocurre un milagro.
VII.
Tuvo suerte que nadie comprara hígado ese día. Por la noche y con el mercado cerrado, el depredador devoró el surtido de la carnicería.
VIII.
Mi madre me dice que es cuestión de fé aunque sé que también ella la ha perdido. Desde el pasillo antes la oía rezar ahora solo llorar.
IX.
Escapó, pero la mañana lo sorprendió en el puesto de la curandera. Quedó inmóvil entre las figuras de yeso y los collares de caracoles.
X.
Al volver del mercado mi madre me ha traído un amuleto cuya fealdad se supone es capaz de asustar hasta mi enfermedad. Ya veré si es verdad.
Cambio de empleo
Ella encontró muy extraño que Batman la citara a ese tétrico callejón, tan lejos de Ciudad Gótica. Sin duda el anonimato de aquella entrevista, en una mísera callejuela de un depauperado paisito del Caribe tendría un significado especial. Al entrar a la casa 175, de techos y paredes de zinc, la desconcertó la escena llena de botellas de ron bacías tiradas por el piso, incontables colillas de cigarrillos regadas por todas parte, un radio con sonido latoso en el que sonaba una canción de Javier Solís, y en el fondo, sobre la cama, Batman… un Batman que ya no era Batman, que se negaba a que le llamaran Batman, a que le trataran como Batman y que para que no le cupiera ninguna duda a nadie de que él no era Batman, había tomado medidas severas.
— Pasa querida, no temas, ya no me volveré a vestir como un murciélago. Se puso de pies y procedió a dar una vuelta para que la roja capa que pendía de sus hombros se desplegara sobre su espalda y se pudiera apreciar sobre su pecho una gran «S», letra que no dejaba dudas de que ahora su esposo era Superman.
Vista animal
Ella era gorda, fea y vieja. Él peludo, gordo y feo. La oveja no quería, pero tampoco podía evitar escuchar los gritos que la pareja pegaba en medio del callejón. Cuando finalmente él se quedó sin aire y ella tenía los rulos deshechos, bastó una simple mirada para que se entregaran a un repulsivo beso. Mientras masticaba los restos del pañal sucio, pensaba en cuán asquerosos eran los seres humanos.
Vecinos malvivientes.
Ana vivía en un barrio muy tenebroso por los constantes atracos que se cometen allí. Las bombillas que se encienden al caer la noche no son suficientes para alumbrar cada rincón de la calle. La zona está rodeada de frondosos árboles por lo que las personas que caminan por ahí están más expuestas al peligro. Ana tenía dos hermanos y ambos eran sus vecinos.
Entre la tarde y noche, Ana salió de su casa para hacer unos mandados en el mercado, porque su esposo se lo había encargado. Al terminar de hacer sus compras, fue rápidamente de regreso a su hogar, cuando de repente dos sujetos encapuchados la rodearon, se acercaron a ella y la tumbaron al suelo, llevándose su mandado y doscientos pesos en efectivo que traía en sus bolsillos.
Ana se encontraba asustada, gritando auxilio y pidiendo que no la lastimaran hasta que un señor escuchó sus ruidos, la vio, se acercó corriendo para ayudarla y los malvivientes rápidamente se dieron a la fuga en una motocicleta.
El señor la ayudó a levantarse y llamó a la policía. La señora, ya más calmada, se sentó en una banca y suspiró tras el susto. Cuando pasó el mal momento la invadió la bronca, impotencia, tristeza, desazón, ganas de llorar y maldecir a esas personas que roban objetos personales y dinero que con tanto esfuerzo fueron sumando con el trabajo familiar.
Cuando llegó la policía, empezaron a pedirles información de los ladrones. Al día siguiente las autoridades atraparon a dos malvivientes en la misma zona y resultaron ser los hermanos de Ana.
«La traición supone una cobardía y una depravación detestable.»
Historia: robó una fruta y huyó. Una señora salió corriendo tras ella pero no logró alcanzarla, quería advertirle que esa fruta era la prohibida.
Mi mala costumbre de escoger cada día el mismo camino al infierno.
Cuando el jóven volvió ya no era el mismo… cadenas rotas olvidó en el camino de regreso al hogar, húmedo y asfixiante, sin palabras.
-La quincena es hasta el lunes Jefa, sígame juntando cartón.
Guardia baja.
El menso no dejaba de verme con coraje, chillando mientras su jefa lo cintareaba y le decia de cosas enfrente de todos en el mercado.Ora si que el pobre pendejo no la vio venir por estar clavadote con la merca en la mano. Ojete, me decia con la mirada por no darle el pitazo y yo a risa y risa burlandome del dolor ajeno como buen mexicano. Ni chance tuve de sentir el filerazo. De veras que como hay raza culera.
¿O usted cómo ve Don Pedro?
Nudo visual argumentativo
Doña Pepa fue al mercado, como todos los días. La acompañaba Greñitas, uno de sus perros. Al pasar junto a los abarrotes de don José se dio cuenta, con sorpresa, que a unos metros más allá por el pasillo había una mujer idéntica a ella, quien la miraba con la misma sorpresa.
A la vez, doña Pepa notó que junto a la mujer había un perro, idéntico a Greñitas, el cual miraba con sorpresa a Greñitas, el cual miraba con la misma sorpresa a la otra doña Pepa.
A la vez, doña Pepa notó que junto a la mujer estabas tú, mirando con expectativa a Greñitas, el cual miraba con sorpresa al otro Greñitas, el cual miraba con la misma sorpresa a doña Pepa.
A la vez, la otra doña Pepa notó que junto a la mujer que la miraba estaba tu otro yo, quien miraba con expectativa al otro Greñitas, el cual miraba con sorpresa a otro otro Greñitas, el cual te miraba con la misma sorpresa, mientras mirabas con expectativa a doña Pepa.
A la vez…
Calle de Las Madrinas
Entre calles pulidas por las suelas de pasos viejos que me aconsejan, las ofertas desechables proliferan los abarrotes que se encuentran en la calle de Las Madrinas. Los perros me lloran sus canciones deambulantes junto con los chismes insignificantes de las señoras, una atmósfera tan distanciada e irreal que me quedo como turista perdido, guiado solamente por las ofertas persistentes en cada girada que doy. Queremos dólares, me gritan los letreros hasta la profundidad de mis sueños, ahogándome en una fuente de mensajes subliminales. La incertidumbre de mi camino me subyuga bajo el control de los pasos predestinados que dieron rumbo por esta banqueta, la banqueta elíptica que se repite, la banqueta continua, la banqueta con ofertas desechables, guiando cada pasajero hacia un fin predestinado. Me llaman los pasos viejos, me gritan que los libere del castigo infernal del silencio del olvido. Las ofertas me convierten en papel desechable y mi cuerpo erosiona con cada soplada del viento. Solamente quedan los ecos de mis pasos en la calle de Las Madrinas.
(JR)
Sábado
Sábado. Fue el gran día de la semana, como las turistas siempre tienen que comprar unos recuerdos para sus queridos en los EEUU o Brasil o, a veces, si estoy afortunada—en Japón. Van de compras los sábados porque los domingos ya son reservados para las tareas más importantes, ej. arreglar las billetes y las maletas, sobornar el político local para vuelta segura, etc., etc.
En todos estos años he aprendido sólo que los japoneses son los corredores más lentos del mundo. A las uno y media ya recibí confirmación desde arriba que si, era sábado, y aquella japonesa tenía una bolsa brillante; y que si, todavía me estaba escuchando el Dios.
Toqué a su hombro.
Ella dio la vuelta.
Tomé la bolsa.
La bolsa sonó con monedas, canción de los sábados.
Ignoré las gritas, salté el niño de la vendedora de manzanas, imaginaba que era Aladino (no la mujer de Aladino, aquella niña estúpida), casi caí en una caja de naranjas.
Corrí.
Corrí más.
De pronto, mis pies pararon sin mi permisión. Estaba en un callejón, y, frente de yo al pie ví a una mujer, cara morena, silenciosa, expresión sin palabras. Sin palabras yo vi en mi cabeza lo que ella vio: al pie, una mujer, cara morena, cansada, sin palabras por causa de falta de respiración.
La mano derecha todavía estaba agarrando la bolsa de charol; la mano izquierda estaba sudando.
Si yo no tomo el dinero, voy a ser como ella.
La mujer me miró, y sin palabras confirmó: si tú no tomas el dinero, vas a ser como yo.
Oí las voces en la distancia y continúe corriendo hasta el futuro.
(JR)
EL PUNTO MUERTO
El aire se espesaba hasta hacerse sofocante. Esta calle, este tiempo era su dominio.
Aspiró una bocanada de aire; sabía tan grueso como se sentía, cargado de años de rencor. El sudor perlaba su frente. Podría ser su último aliento. Podría ser su último momento de dignidad.
Los jóvenes charlaban en el fondo, sin darse cuenta de nada. El perrito desvió la mirada por respeto.
El hombre dio un paso adelante. «Hola, Mamá.»
(JR)
[El banquete]
Caminó buscando la comida de hoy. Era temprano y el mercado estaba vacío, aún no llegaban los productos del día. Hizo una mueca de molestia, tendría poco tiempo para preparar la comida con sus suegros. Habrían de conformarse con lo que fuera que encontrara. Pensar que había planeado todo un banquete con carne suave, bañada en leche.
Giró en el siguiente pasillo y vio al vendedor aproximarse. Empujaba un carro lleno de carne fresca. Los acababan de matar. Eligió dos cabezas grandes, rubias y con ojos azules, eran algo desabridas, pero nada que una salsa no arreglara. Observó la sangre que comenzó a correr por el piso y pagó por ambas cabezas.
—Esos pinches guëros sangran reteharto. Sangran y sangran y ensucian todo. Y luego yo soy el que tiene que limpiar —se quejó el vendedor—. Nada como los chinos, ésos coagulan bien rápido y tienen más sabor.
Los días, los meses y los años se acumulan sobre mi espalda y aún mi madre me sigue cuando voy de compras al mercado. Necesita estar completamente segura de que cumplo con su encargo al pie de la letra. Ella siempre fue quisquillosa con respecto a los heliotropos, pues ninguna otra flor le pareció jamás apropiada para honrar su tumba.
Siempre era martes el día en que se veían en un negocio del centro de la ciudad, dos almas puras llenas de amor. Siempre era martes, porque era el día que se le permitía a Carlos salir de viaje.
Y es triste pensar que Carlos y Lupita solo se ven menos de 24 horas a la semana, pero el precio que se debe pagar por quien amas siempre es muy caro, o eso dice la gente.
En fin, cada martes se veían, desde hace 4 años que lo hacen. Pero fue entonces que, repentinamente, Lupita dejó de verlo. No quisiera yo empezar un rumor, pero mucha gente dice que Carlos murió camino acá. Yo creí que seguía vivo y solo se “hacía menso” con alguien más.
Nadie nunca supo por que Carlos dejó de ir. Pasó un año desde que desapareció, sin embargo, Lupita seguía esperándolo. La pobre envejecía, pero su esperanza e ilusiones la seguían manteniendo joven. Como si fuera magia. Sin embargo, comenzaba a sentir decepción.
Un día, el ultimo día; Lupita vio al fin a su ser amado. Ese último martes en que Carlos fue a disculparse con el amor de su vida después de un año de ausencia.
Las lágrimas de Lupita corrían por sus mejillas. Carlos había fallecido hace exactamente hace un año debido a un problema de diabetes. Pero por el amor infinito que le tenía, su alma fue por Lupita para, por fin, conseguir su perdón.
Más allá del cuerpo y alma. -Titulo.
-Nos encontramos de nuevo doña pancha- exclamo con un aire intimidante doña cuca
-Lo mismo digo digo, Doña Cuca- Respondió doña pancha
-ha pasado ya mucho tiempo desde que nos vimos aquella vez, tu tenias el control de la tienda pero desde que llegué con mi juguera he puesto a temblar tu negocio- Doña cuca despues de decir esto se hecha a reir descaradamente, sin inmutarse, Doña pancha responde -pues eso se acaba hoy, ¡DESENFUNDA TU ARMA!-
Y después de tanto tiempo, de tantas lagrimas y de tanto sufrimiento… Lo vi ahí, como si nada hubiera pasado, como si nada nos hubiera atormentado. Su mirada aun no se encontraba con la mía, y en cada paso que daba para acercarme a el, la tensión y la felicidad crecía. Lo toqué, y al voltearse, su mirada se destruyó, me abrazó y todo de nuevo comenzó.
[…] “Ejercicio de poesía” de paupes, por la sutileza de la historia que cuenta, bella sin aspavientos ni ironía, y “Nudo […]