Esta bitácora convoca a su nuevo concurso de minificción (o microrrelato). Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 27 de febrero. Quedan invitados.
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El envio nuevo
Desde su oficina improvisada que consistía de una mesa, un ordenador, y una impresora en un almacén abandonado, el jefe dio los ordenes nuevos a sus vendedores sin levantar la cabeza de su maquina. «Tenemos un método nuevo de distribución. El envío llegó así.» El jefe sacó una caja de cartón desde debajo de la mesa y la abrió con un lápiz. Dentro había tres peluches, uno para cada vendedor. «Tómenlos,» dijo el jefe. Eran pesados, dos kilos cada uno. «Váyanse. Tienen hasta domingo para vender todo.» Los tres vendedores salieron del almacén cada uno con un perro sobre el hombro.
Al oír la campana que indicó el final del recreo, Panchito dejó caer el animal llena de canicas para correr a la sala de matemáticas.
(JR)
Bestia peluda.
Jethro vivió siempre en la vecindad de la cuadra. Cuando éramos niños, acostumbraba asomarse por la ventana que daba a la calle, y mientras nosotros jugabamos la cascarita, él abrazaba a su perro de peluche. Alguna vez mi mamá le preguntó a la abuela de Jethro (quien lo cuidó desde que su papá se fue de mojado y la mamá se fue presa al penal de Belém), si el «escuincle le había salido malito». Nunca entendí ese término, pues me imaginaba que malito era como defectuoso, ya que creía que los niños salíamos de fábricas, al estilo de como nos contaban que los Reyes Magos hacían los juguetes que nos traían a los que nos portabamos bien, cada año. Y Jethro, mas que defectos, mostraba una paz y tranquilidad profunda en su mirada. No hablaba, ni emitía sonido alguno. Siempre estaba mudo y observando. Confieso que a veces me daba miedo. Pero inclusive cuando mi papá se ponía pesado en casa y yo salía huyendo al patio, siempre estaba Jethro con su perro, esperando a que me refugiara en su mirada. El tiempo pasó, crecí y me fuí lejos. Un día pasé por la calle de mi niñez y vi a Jethro parado en donde era la vecindad. Todo estaba cambiado, menos él y su perro, quien al parecer, había crecido igual que su dueño y había pasado de ser un cachorro, a un guardían con canas y reumas. Los dos me miraron y recordé lo que era sentir el amor en la mirada de Jethro y su perro.
PEDIGREE
No se acuerda ni de su propio nombre, o dónde nació, o si tiene pedigree; pero supone que debe de ser especial, porque ha visto muchas generaciones de hombres nacer y morir. De no haber sido porque su hermano mayor Yihad lo reconoció desde muy lejos y lo saludó con un ladrido, se habría perdido en Medio Oriente vagando en busca de recuerdos sobre sí mismo y su familia. Ni siquiera sabía que tenía un hermano mayor. Después de olfatearse mutuamente, gustosos, Yihad miró el desastre de la situación de su hermano y le preguntó por qué estaba tan lejos de su casa al otro lado del mundo donde se oculta el sol, que si estaba huérfano tendría que regresar a su antigua tierra y buscar que otros dueños lo adoptaran, o si no moriría de olvido. Luego, en su cueva, le contó la historia de su familia, la cual pertenece a un gran linaje que asciende hasta una pareja de perros tan antigua como el Hombre mismo: los Perros de la Guerra, un matrimonio de criaturas tan magníficas, robustas y joviales que aumentan sus atributos con el paso de los siglos, que caminaron junto a Caín y comieron de su mano, hasta el día en que ellos se convirtieron en él, y él en ellos. Le hizo recordar a su hermano aquella infancia extraviada en su memoria, ese día en que, siendo aún cachorro, fue llevado a Norte América y adoptado por vaqueros, bandidos, forajidos, proscritos, alguaciles, federales, Siux y quién sabe cuántos otros más, quienes lo cuidaron, lo alimentaron y jugaron con él. Le habló de ese gusto desmedido de andar correteando por ahí, persiguiendo caravanas y trenes, soltando el eco de sus ladridos con el sonido de mil rifles y revólveres a través del Gran Cañón, pueblos y cantinas, mordiendo con sus dientes de plomo los torsos, extremidades y cabezas de visitantes indeseados; de cómo defecaba cuantiosas recompensas monetarias de bandidos digestos que los dueños de la casa usaban como abono y fertilizante; de esos atardeceres agazapado dentro de las fundas de sus dueños, saltando a la velocidad de un parpadeo para atrapar su cena, para luego volver a su funda y dormir plácidamente; de aquellas temporadas en las que se la pasaba babeando de pólvora los almacenes, las manos y los cuerpos de los vecinos y de cómo alzaba la pata para marcar su territorio con un chorrito de “oro negro”. —Te pusieron un nombre hermoso, Salvaje Oeste, aunque quizás no lo recuerdes— Y Salvaje Oeste agradeció a su hermano por tanta hospitalidad, y volvió a su antigua tierra en busca de nuevos dueños. Y así, de regreso a occidente, vagando por las calles de un país al sur de la tierra que lo vio crecer, atravesando un muro más delgado e insignificante que aquél en donde vive su prima de China (según le platicó Yihad), se encontró con un hombre extraño, quien feliz por encontrar una mascota para sus patrones, lo llevó consigo. Pasaron cerca de un cine en remodelación, con las puertas tapadas por periódicos con imágenes que a Salvaje Oeste le recordaron las películas sobre sí mismo que miró con Yihad aquel día, donde él era la estrella junto a Clint Eastwood y John Wayne. Salvaje Oeste se sintió impaciente lo mismo que intrigado: lo estaban esperando sus nuevos amos. No sabe qué nuevo nombre le pondrán. —No se dará abasto con tanta comida— dicen unas tenues voces que miran detrás de unas ventanillas de vidrios polarizados, mientras el hombre que lo sujeta del collar lo sube, de un solo jalón, a cientos de camionetas negras.
PEDIGREE
No se acuerda ni de su propio nombre, o dónde nació, o si tiene pedigree; pero supone que debe de ser especial, porque ha visto muchas generaciones de hombres nacer y morir. De no haber sido porque su hermano mayor Yihad lo reconoció desde muy lejos y lo saludó con un ladrido, se habría perdido en Medio Oriente vagando en busca de recuerdos sobre sí mismo y su familia. Ni siquiera sabía que tenía un hermano mayor. Después de olfatearse mutuamente, gustosos, Yihad miró el desastre de la situación de su hermano y le preguntó por qué estaba tan lejos de su casa al otro lado del mundo donde se oculta el sol, que si estaba huérfano tendría que regresar a su antigua tierra y buscar que otros dueños lo adoptaran, o si no moriría de olvido. Luego, en su cueva, le contó la historia de su familia, la cual pertenece a un gran linaje que asciende hasta una pareja de perros tan antigua como el Hombre mismo: los Perros de la Guerra, un matrimonio de criaturas tan magníficas, robustas y joviales que aumentan sus atributos con el paso de los siglos, que caminaron junto a Caín y comieron de su mano, hasta el día en que ellos se convirtieron en él, y él en ellos. Le hizo recordar a su hermano aquella infancia extraviada en su memoria, ese día en que, siendo aún cachorro, fue llevado a Norte América y adoptado por vaqueros, bandidos, forajidos, proscritos, alguaciles, federales, Siux y quién sabe cuántos otros más, quienes lo cuidaron, lo alimentaron y jugaron con él. Le habló de ese gusto desmedido de andar correteando por ahí, persiguiendo caravanas y trenes, soltando el eco de sus ladridos con el sonido de mil rifles y revólveres a través del Gran Cañón, pueblos y cantinas, mordiendo con sus dientes de plomo los torsos, extremidades y cabezas de visitantes indeseados; de cómo defecaba cuantiosas recompensas monetarias de bandidos digestos que los dueños de la casa usaban como abono y fertilizante; de esos atardeceres agazapado dentro de las fundas de sus dueños, saltando a la velocidad de un parpadeo para atrapar su cena, para luego volver a su funda y dormir plácidamente; de aquellas temporadas en las que se la pasaba babeando de pólvora los almacenes, las manos y los cuerpos de los vecinos y de cómo alzaba la pata para marcar su territorio con un chorrito de “oro negro”. —Te pusieron un nombre hermoso, Salvaje Oeste, aunque quizás no lo recuerdes— Y Salvaje Oeste agradeció a su hermano por tanta hospitalidad, y volvió a su antigua tierra en busca de nuevos dueños. Y así, de regreso a occidente, vagando por las calles de un país al sur de la tierra que lo vio crecer, atravesando un muro más delgado e insignificante que aquél en donde vive su prima de China (según le platicó Yihad), se encontró con un hombre extraño, quien feliz por encontrar una mascota para sus patrones, lo llevó consigo. Pasaron cerca de un cine en remodelación, con las puertas tapadas por periódicos con imágenes que a Salvaje Oeste le recordaron las películas sobre sí mismo que miró con Yihad aquel día, donde él era la estrella junto a Clint Eastwood y John Wayne. Salvaje Oeste se sintió impaciente lo mismo que intrigado: lo estaban esperando sus nuevos amos. No sabe qué nuevo nombre le pondrán. —No se dará abasto con tanta comida— dicen unas tenues voces que miran detrás de unas ventanillas de vidrios polarizados, mientras el hombre que lo sujeta del collar lo sube, de un solo jalón, a cientos de camionetas negras.
Hola. Metí mi relato a las 11:15, pero me aparecía como «Su comentario está a la espera de ser aprobado». Espero que no haya problema.
Era muy poco lo que se podía hacer por Anselmo. Esa bestia lo había desangrado por completo. Llegué demasiado tarde al llamado de sus gritos. Es más, cuando lo escuché ya no se podía hacer nada de nada. Por eso, me dejé llevar por el ánimo de la venganza y ataqué a la bestia. Primero la sujeté por el cuello; después saqué de mi cintura el puñal que acostumbro llevar nomás por si se ofrece y comencé a apuñalar al animal. Su sangre me cubría el rostro y vagamente, como en un sueño, escuchaba yo los gritos y gemidos de Anselmo. Tuve que limpiarme la sangre de los ojos. La rabia y la sangre no me dejaban pensar. Trataba de concentrarme en lo que estaba haciendo oficial, le juro que había momentos en los que necesitaba tomar un respiro para seguir acuchillando a ese pinche animal que… ¡mire nomás cómo dejó a mi carnal!.. Pero le juro oficial que yo seguía escuchando los gritos de mi cuate y eso me encabronaba más, por eso no podía parar y no paré hasta que dejé de escucharlos. Ahora que llegaron ustedes ya nada se puede hacer por Anselmo, pero por lo menos ya no se escuchan sus gritos.
Ayer
Ayer fue una noche muy loca, aún no puedo ver muy bien. Escucho sirenas en mi cabeza, hace mucho calor. Creo que clausuraron el local. No recuerdo nada, solo luces y personas.¿Por qué tengo este peluche sobre mí?¿Dónde esta mi billetera?
-Disculpe, señor se encuentra bien- dijo el paramédico.
-Sí, algo así…¿por?
-Bueno, señor… Usted es el único sobreviviente.
Los perros.
A él le gustaba su vecina que era una mujer muy solitaria y apática como ninguna que viviera en esa calle, una chica muy extraña, tanto que había cubierto la fachada de su casa con periódico y con unas tiras amarillas que indicaban peligro para que nadie se acercara a su casa porque por alguna desconocida razón, ella quería estar sola.
A pesar de que sus vidas eran una coincidencia tras otra, para él iba a ser difícil acercarse a una mujer tan especial , pero ya le había pedido un consejo a un compañero de trabajo que con un. «echále los perros» le insinuó que le confesara lo que sentía.Por eso la esperó afuera de su casa y cuando ella salió ( y porque él tenía Asperger y lo entendía todo literal aunque nunca se lo contó a su compañero), le echó los perros, los perros que él mismo había llevado, uno enorme y otro más pequeño al que colocó junto a la pared y por eso en un principio no se alcanzaba a ver desde la otra banqueta
Paseo en bicicleta
Arturo miró a la muerte, montada en una bicicleta, daba vueltas alrededor de la calle. La piel se le puso de gallina, cerró los ojos y contó despacio: uno, dos, tres, cuatro,… no conocía más números. Abrió los ojos, ella seguía pedaleando.
—¿Vienes por mí? —dijo furioso—. Me la pelas.
La muerte no le hizo caso, seguía concentrada en su carrera. Arturo miró a su alrededor, quería escapar, esfumarse. En un rincón de la calle, se hallaba un perro de felpa: viejo y mugroso. Arturo lo agarró y comenzó a perseguir a la muerte.
—¡Guau, guau! —gritaba Arturo, azuzando al perro.
La muerte pedaleó más recio, perdiéndose cuesta abajo. Arturo se detuvo jadeando; abrazó al perro y estalló en llanto.
Trueque de vida
Iba paseando con mi hijo por las calles del centro para comprar su regalo de cumpleaños, me jaló de la mano y señaló un perro de peluche en un puesto. Solté su mano por no más de 5 segundos para poder pagar el peluche.
volteé a todos lados, no podía creerlo, no veía a mi hijo, sólo pasaron unos 5 segundos y ya no estaba a mi lado, ¡todo crusó por mi mente! no logro pensar con claridad… trato de calmarme y pensar…
Escucho su voz, mi mente hace un alto, todo es blanco y silencio, logro escuchar a mi hijo gritándome desesperadamente, corro hacia su voz; me abro paso entre la multitud aglomerada ante un edificio vació y acordonado por la policía, escucho la voz salir de este, estoy más cerca, cada grito que da yo lo respondo.
Llego a la barricada de la policía y ¡BUM! un estallido viene del edificio, ya no escucho a mi hijo, estoy cubierto de escombros. forzejeo con los oficiales que no me dejan pasar, mis labios se mueven, no me escuchan, ni yo me escucho, logro pasar la barricada y me quedo parado frente al edificio llorando a gritos el nombre de mi hijo sin soltar el regalo de cumpleaños
El robo
Heriberto y Pablo son vecinos desde hace 5 años.
Pablo detesta la mugre y el desorden (tiene un perfil obsesivo-compulsivo), para ir a trabajar a la oficina (lleva la contabilidad de la imprenta que está a dos cuadras de su casa) tiene el ritual de pasar un pañuelo después de haber limpiado minuciosamente con desinfectante todos los objetos, incluyendo la computadora desde la cual observa fijamente a Heriberto que carga afanosamente un perro de peluche…
Heriberto por otro lado es deshechurado,flojo, impuntual pero muy ágil mentalmente.
Cuando tenía 21 asaltó a una anciana que del puro susto, murió; y al estar en prisión tuvo mucho tiempo para pensar en mejores tácticas delictivas… como la que cometería con la ayuda de Pablo.
Pablo extrañado le pregunta: – ¿A dónde llevas eso?
Heriberto entre risa y queja le ha contestado: – Acuérdate lo que te dije ayer…. !aquí lo tengo!.
Pablo sigue con la mirada fija en el monitor y sonríe para sí…
Heriberto ha llevado a la cochera de la casa de Pablo, el peluche lleno de billetes que entre los dos robaron al dueño de la imprenta.
Las Felpas.
Las cuencas donde tal vez orbitan algunos ojos, dejan su rabia atada a cuatro patas… El niño de felpa ya no lo es, sus ataviados huesos se han tornado parte de una realidad que ya no parece corresponderle. En esa tarde de intenso resplandor el Afelpado levantó a ese otro muñeco de trapo para que loco se atreviera a tocar sus tres idílicos socarrones de pelo, para ser acariciado por esas bellas manos humanas cuasi infantiles que excitadas comenzaban su humanidad antes de vomitar aquella estúpida puerta que de tanto prometer, sólo ofrecía la nefanda oscuridad del orfanato asqueroso que alguna vez prometió ser su refugio… vómito… sonrisa… náusea y carcajada… el Afelpado aún se ríe, el Loco aún va cuesta arriba, camino adentro, para comenzar de nueva cuenta el sinsabor de la madrugada de aquella su existencia. El Afelpado no gruñe, no ladra, mientras goza todavía por el logro de haber sido tocado por las manos del que llama “Loco”, pero que le regalan la muerte más pequeña de todas: la “muerte chiquita” que ningún humano ha tenido la oportunidad de saborear. Ser tocado por el loco de la otra especie era su máximo deleite, y el Loco aún esperaba en medio de ilusiones de felpa encontrarse con la animalidad que alguna vez saboreó en el orfanato… ¿hoy que será?… los diarios de la entrada son noticia perdida, noticia reciclada, vuelta otra vez papel… el papel de la sonrisa del comienzo no cambia el papel de la sonrisa final; el Afelpado y su loco, a carcajadas olvidan aquella avenida de transeúntes para hendirse en el siguiente camino de vómito, felpa y risotada.
Yo tuve para él los mismos ojos que para todos los de su especie; una mirada de amor que nunca nadie quiso comprender. Él me miró muy poco y yo podía oler su desprecio. Romper el corazón ajeno y luego exigir que se traguen los pedazos como si fueran deliciosos biscuits, ya no será parte de mi vida, ni yo de ella.
Hace un solo instante el mundo era mío. Ahora los escombros rodeaban mis pupilas. El tácito ecosistema de recuerdos se fundía en mis lágrimas quemadas bajo el peso de aquel cascote que había sido derruido inesperadamente.
Es curioso como suceden los acontecimientos, ese día había llamado a mi puerta el trabajo que me devolvería la vida junto a mi familia en el sector de la construcción, y en la misma secuencia de los hechos había sido enterrado bajo mis propias esperanzas.
La niebla del polvo bañaba mis ojos en desesperación, en un tono gris e indolente, cuando de repente una luz se aproximaba entre gritos entrecortados. Un alma escarbaba en el retazo de mi muerte para sacar el brillo que explotaba dentro de su propia esencia. Era un animal el que me había encontrado, era un perro de color oscuro y pardo, o eso es lo que rescataba el único ojo entreabierto que podía discernir lo que sucedía.
Antes de darme cuenta había vuelto a renacer, me miré a los ojos con aquel animal y me di cuenta de que yo solo era un insecto frente a él, ahora podía entender a Kafka. Nunca me había detenido a admirar otra especie que no fuera vinculada bajo la perspectiva del ojo ególatra humano, pero este animal me había devuelto el derecho a vivir sin ninguna recompensa más que aquel eterno abrazo que le ofrecí en mi estado desfigurado.
Una vez pude sostenerme bajo mi propia perspectiva supe que aquel perro solo era un transeúnte que se dirigía a otra jornada reflexiva de soledad, hasta hoy.
Hace solo un instante el mundo era mío. Ahora tengo otra vida que me acompaña en este viaje para poder devolverle todo lo que me había dado.
Gilberto quería tener un perro desde muy pequeño, pero su madre no lo permitía; le decía: «es peligroso, además, hay que alimentarlo y andar limpiando toda la casa.»
Al principio se resignó, después empezó a odiar a los perros, eran tan escandalosos, tan sucios, además, podrían ser peligrosos. No en balde cambiaba de acera cuando el vecino aquél paseaba con sus enormes perros pastor alemán.
Vivía obsesionado con mirar a todos los perros que se topaba en la calle, los evitaba y cuando no le quedaba más remedio que pasar junto a ellos, obligaba a los dueños a que los hicieran a un lado.
Al final no tuvo más remedio que reconocer que ese aparente odio era una forma de ocultar su verdadero deseo; pero ahora, adulto ya, ¿sería muy tarde para tener un perro?, uno que no ensuciara mucho, y que casi no ladrara, que no inspirara miedo.
Un día, al pasar por un aparador encontró la solución, entró, tardó algún tiempo en decidir, compró el ejemplar que más le gustó y ahora, enseñaba algunas lecciones de obediencia durante el paseo a su enorme pastor alemán de peluche…
Amor de perros I
Nadie lo podía creer. Ni su amo. Del Sultán sólo quedaban andrajos. La actitud y fiereza del guardián que fue hasta entonces, en sus tres años de vida, sólo eran sombras detrás de unos ojos desmadejados. Su alma se había perdido. Se fue tras la de Tinky, que fue aplastada por el derrumbe de ayer de la ampliación de la oficina de enfrente.
Amor de perros II
Tú me obligaste. ¡Yo jamás quise hacerlo, pero! ¡¿O yo o tu maldito perro?!
Hoy es el día, Marcos. ¿ya conseguiste el dinero? recuerda que Isabel estuvo insistiendo en recibir su mentado perro, estuvo muele y muele todos estos días. sí, ya sé, pero no es tan fácil como piensas, allá afuera está cabrón conseguir algo de jale, Blanca. Ahora toda la gente anda con sus pinches desconfianzas, no más porque lo ven a uno prieto y mal vestido… ¡hijos de la chingada!, han de creer que pa’ resanar y pintar paredes se necesita andar de tacuche y con título universitario. Pues a ver cómo le haces, le replicó Blanca. Por qué no vas a ver al Polillas, ayer me contó su vieja que andaba remodelando unas oficinas. Pues al rato nos vemos entonces, le dijo Marcos a su mujer y salió de la casa pensando en qué tan rápido había crecido Isabel, su séptimo cumpleaños, y en la ilusión de que pudiera recibir su regalo. Un perro de peluche, y con lo caros que están mi polillas, tu crees, préstame una lana, no más pa’ salir de esta, luego te aliviano, que no. Pues ni una ni otra mano, le contestó el Polillas, mi patrón ya no necesita más gente y yo apenas saco pa’ lo de mi señora. ¡Pinche Polillas, no seas cabrón!… pues cámara, hay te veo luego, deja le rasco en otro lado. Marcos anduvo errante por un par de cuadras, lento y ensimismado a cada paso, sólo veía la carita de Isabel con sus ojos brillantes, tras un fondo de oscuridad, cayendo en espiral, en un vacío que le apretaba repentinamente la boca del estómago, hasta que de pronto, un griterío de mujeres enardecidas robó su atención. Cuando reparó en lo que sucedía se encontraba ante la entrada del mercado Mayor, al parecer un par de viejas revoltosas se disputaban a golpes el lugar donde pondrían su mercancía y el bullicio aumentaba cada vez más, robando la atención de la gente. Marcos se acerco poco a poco, sin saber lo que pasaría momentos después. Tanto relajo por un pedazo de tierra, viejas argüenderas, pensó Marcos, mientras pasaba por entre los puestos, abandonados por los tenderos a causa de la confusión. A lo lejos ya se oía la sirena de alerta de la policía, y marcos supo que la cosa se pondría
más candente de lo que estaba, así que dio media vuelta para seguir con su camino… un flashazo… un par de segundos bastaron para contemplar el bestiario de felpa que reposaba en el fondo de un local, un Tigre, un León, una Jirafa, un Elefante y en su centro, un perro lanudo, café con negro, avivando la ilusión de Isabel en los sueños de Marcos, todo se detuvo. Tras un parpadeo interminable, Marcos se dio cuenta de que una suavidad profunda presionaba su costado izquierdo, su brazo también hacia presión, los músculos de las piernas le ardían y los fuertes resoplidos le trajeron devuelta al mundo, tras él, un grupo de voces uniformadas le pedían que se rindiera, los oficinistas quedaron perplejos ante los gritos de ayuda de Marcos. El Polillas a penas alcanzó a voltear cuando se escuchó la detonación, todo quedó en silencio tras el disparo, un silencio hondo que permitió a Marcos hundirse en el reflejo de los ojos vidriosos del perro que yacía mirándolo a su lado, la silueta de Isabel apareció congelada en sus pupilas de cristal.
Nota roja
El perro olfatea el fétido olor a muerte, un mal presentimiento traba sus patas traseras. Sigue a su dueño con la respiración jadeante, sólo para verlo desaparecer detrás de la puerta de papel; el infortunio yace escondido en la oscuridad de la tienda.
El dueño no vio la sección de los obituarios que está pegado en la puerta, la hoja que está pegada arriba a la derecha, debajo de la cruz negra que adorna la esquela fúnebre, la cual tiene redactado en tipografía antigua el siguiente texto:
En dos recibe al creador
Una mitad fue enterrada
La otra fue cremada
Pito Pérez
Descanse en paz
La familia Pérez
Escrito un día antes, mucho antes de que el alba cubriese los gritos de los voceadores. Lo que fue un simple error del editor se convertiría en el epígrafe de la tumba: “Más vale muerte callada, que desventura publicada”.
Mientras la familia del desventurado pide explicaciones —las cuales están lejos de la realidad y más cerca de una broma de mal gusto— la fotografía del occiso adorna la portada de la edición vespertina; la nota roja muestra el cuerpo partido, exactamente a la mitad.
Corazón de Oro
Introdujo a su perro en una oficina que él mismo había empapelado. Pero él no quería entrar porque sabía lo que iba a pasar con él. Se resistió muy fuerte, a ser llevado a aquel empapelado absurdo que Carlos había reformado para él
Carlos era un tipo loco pero con un corazón de oro, tal era su corazón que dejó ir al perro solo hacia su libertad. Pero sin dudarlo al segundo lo agarró del collar y lo degolló con los ojos desorbitados llenos de odio por su perro. Lo miró y lloró con locura, como si le hubiesen quitado la vida.
Había un vigilante muy concentrado en su trabajo, pero logró pasar con la bestia a tirones. Era un perro muy grande, costaba arrastrarlo.
Había muerto hace un rato en una pelea callejera, lo llevaba a enterrar en un cementerio clandestino, que estaba muy cerca de su local de trabajo, lleno de papeles inservibles y basura.
Lo quiso enterrar, pero antes el perro abrió los ojos y le preguntó:
– ¿ Qué harás conmigo ?
El perro perfecto
Mi hija siempre había querido un perro grande, yo creía que sería una molestia tenerlo en un departamento como el nuestro por aquello de que fuera a ensuciar todo, así que por años me negué a esa idea.
Una tarde iba pasando por una calle cerca de mi trabajo y entonces lo vi, era un perro enorme, hermoso, que se quedaba en silencio mientras me miraba con sus brillantes ojos cafés y el viento movía su pelo, vi que lo vendían así que pensé que no importaba el tamaño del perro si lo que yo quería era que no hiciera desorden ni ruido y aquel canino no se había movido ni había ladrado des de que yo estaba ahí, era algo así como «el perro perfecto» si lo llevaba a casa mi hija dejaría de insistir para que se le comprara uno y yo seguiría viviendo y durmiendo bien dado que ese perro ni lata daba.
Me acerqué a preguntar el precio como esperando que un día pudiera comprarlo.»Son 200$» me dijo la muchacha que lo vendía y yo, incrédulo, le dije que no podía ser posible que lo vendiera a un precio tan económico siendo que estaba tan hermoso y era muy bien portado.
Ella me dijo que no lo podía vender más caro porque era » de peluche» y yo me fui de ahí pensando que era increíble que lo fuera, parecía tan real, hasta los ojitos le brillaban.
No lo había comprado y al llegar a casa le platiqué a mi hija lo que había visto, ella me dijo que me creía pero sospecho que no, por eso regresé esta mañana a comprarlo, es un perro que se ve tan increíble, es enorme y pesado, me lo llevé casi arrastrándolo, solo le falta estar vivo, para ser un canino de verdad.
El robo
Era el tercer robo en los últimos dos meses, le recomendaron un perro guardián, sería más confiable que la seguridad privada que había contratado y que extrañamente acaba de renunciar días después del último atraco.
El problema es que no le gustaban los perros, que porque orinan en todos lados y hasta le subieron el IVA a su comida. Así que tuvo un plan, decidió comprar un muñeco de peluche con forma y tamaño de un pastor alemán. También grabó un disco con sonidos de ladridos agresivos que reproducía cada vez que alguien pasaba cerca de su negocio.
Los meses pasaron y su idea comenzaba a parecer digna de alabanza, hasta que un día, un ladrón entró en su negocio, le apuntó con una pistola, todo estaba en silencio, parecía que el perro había congeniado con el ladrón, quien tomó el dinero, guardo la pistola entre vientre y pantalón y salió del local con el botín. En ese momento el dueño apretó el botón de play “pa´que al menos el ladrón se llevara un buen susto”. Salió de su local con el peluche y lo sujetó como si quisiera detenerlo para que no masacrara al delincuente.
Al escuchar los ladridos, el hombre armado corrió como nunca, ningún policía había exigido tanto su físico. Tropezó, cayó al suelo, se escuchó un crujir en su vientre. La pistola de juguete estaba hecha pedazos.
Alfonso Martínez Verdeja
Cachorro
Esperó a que fuera hora de almorzar. No importaba el trabajo que fuera, siempre podía contar que sus ex compañeros irían al restaurante de comida chatarra más cercano, el cual nunca estaría demasiado lejos de una calle. Tenía 20 minutos por lo menos. El único que podría verlo era un sujeto detrás de una computadora, cuyo único trabajo debía ser registrar las nuevas entregas y estaba tan aburrido que aprovechaba la pausa para jugar solitario en la pantalla. Ni siquiera estando en prisión en los últimos seis meses había visto a alguien tan hastiado de la vida. Casi agradecía haber sido despedido.
Sacó la navaja y se subió al camión. Encontró la caja de los peluches fácilmente y sacó el más grande que encontró, la imagen que tuvo a su pequeña babeando por horas en el centro comercial. El mismo que la niña no se atrevía a pedir porque sabía, incluso a sus inocentes siete años de edad, que sus padres no estaban hechos de dinero para consentirle cada capricho. Una triste realidad que él había tenido que presenciar año tras año, mientras otros chicos tenían tablets e Ipad y cosas grandiosamente caras que presumían en frente de todo mundo. No debería estar robando mercancía sólo después de cumplir su castigo por atracar un supermercado, lo entendía, pero ya no resistía que su propia hija ni siquiera tuviera el lujo de conservar una ilusión para su cumpleaños.
Se fijó una vez más. Nadie en las proximidades, sólo el tipo solitario. Saltó del camión y, aferrando al juguete desde su collar de cuero falso, corrió por el callejón. Seguía sin ser el cachorro que ella quería, pero serviría.
El mejor amigo del hombre.
Sí, yo vi lo que pasó. Desde la paletería se ve todo, como está enfrente. Y claro que conocía a Domingo. Venía cada sábado a mediodía y con el dinero de la raya se compraba una paleta de mamey. Le gustaban de mamey, me acuerdo. Se quedaba platicando conmigo hasta que se la acababa. A veces se le derretía de lo mucho que hablaba y no comía, y terminaba chupándose con la lengua los chorretones que le escurrían hasta el codo. Uno de esos días vino a ayudarle su querido tío Avilio, que ya estaba mayor. Con decirle que era amigo de Cesar Costa cuando eran niños, o eso me contaba Domingo. Bueno, el tío andaba metido en el edificio arreglando no sé qué cosa, cuando Domingo aprovechó para venir corriendo a comprarse una paleta y darme un beso. Cuando se encontró aquí afuera, abandonado, el perro de peluche, me dijo “vas a ver lo que nos reímos, el susto que le voy a meter al condenado” y se rió. Agarró el perro y se puso afuera de la puerta a esperarlo. Se tardó un montón, al otro hasta le dio tiempo de acabarse la paleta. Yo, mientras lo veía ahí emocionado, pensaba “bueno, si me sale con que también lo invitemos a la boda, pues ya qué”. Entonces el tío Avilio salió del edificio, enchinó los ojos con el sol de la calle, sin poder hacerse casita con la mano, porque se venía agarrando el brazo izquierdo como si le doliera, pero el bruto de Domingo no se dio cuenta y le atacó con el perro de peluche. Le gritó bien fuerte “guau” y el tío cayó al suelo. Domingo se quedó helado, abrazado al muñeco, mirando a su tío. Por fin reaccionó, volteó a la paletería, a ver si yo lo había visto todo y se echó a correr. El tío se quedó tirado en la banqueta, con el perro a su lado. No sé, no volví a saber nada de mi Domingo. Si ustedes lo ven, díganle que un día me llame o venga por una paleta de mamey, de las que le gustan tanto, sin compromiso.
“CANTOR”, ME LLAMARON.
Jorge Iván Ramón Rocha.
Cantor comprobó la existencia de lo infinito. Sus contemporáneos se limitaron a decir que el término «transinfinito» no era sino otra forma de llamar a lo mismo; y posteriormente, a mandar las debidas condolencias por la penosa admisión del matemático a una institución psiquiátrica. Claro, debo confesar que los motivos de mi intromisión en esto ya no importan. El mérito se debió más al dinero que a mis dotes de investigador. El submundo de las subastas es extremadamente amplio; aunque ahora -por supuesto que para mí- esa expresión esta sobreentendida. De facto, me convertí en un perseguidor: las notas de Cantor siempre fueron de ofertas ciegas y falsificaciones magistrales. Afortunadamente, esta obsesión tuvo una destrucción totalmente liberadora. Todavía recuerdo el día que recibí la llamada de O. Había sacado de la chistera un conejo con el que quería timarme. De hecho se lo permití; aunque en el fondo, jamás deje de verme en una situación de ventaja. Los objetos cambian de mano más rápido de lo que se cree. Tenía que atender a O; de todas formas, no acudir a una subasta de objetos personales de Cantor podría quitarme ese antecedente valioso que toman en cuenta las casas más serias… para posibilidades futuras. O, me quería vender basura; pero yo necesitaba mi nombre en la lista. Recuerdo que cuando se mostró el lote juré que era una de esas “sesiones prueba para verificar tendencias” -los más canallas de los eventos en este mundillo- ni siquiera fue emocionante cuándo avasallé las sensatas posturas de unos pocos. Adquirí un baúl con algunos efectos personales de Cantor durante su breve estancia en el asilo Arkham. Siete días de intrahospitalización nivel de peligrosidad bajo: la dirección del asilo había creado una habitación acorde con sus requerimientos; Y pensar que mis primeras adquisiciones fueron erronas totalmente: acaparé todos sus trabajos académicos y sus publicaciones. Ahora estaba ante un baúl de madera que contenía un par de zapatos, un reloj de correa roída, algunos recortes periodísticos. Seguramente pensaras que, como siempre pasa, me hallé con alguna clave de correo de algún buzón oxidado en el viejo Berlín. No. Esa misma noche tuve un ataque de ira: me molestó una conversación con los idiotas de siempre, los que acaparan la sección de bar y, rara vez se les ve realmente interesados en coleccionar. “Cantor”, me llamaron.
Ese anochecer fui a mi bodega. La entrega -que gracias a mi “consistencia en adquisiciones”- se había vuelto mucho más expedita, me dejo rápidamente a solas con aquel baúl. Por supuesto que me desquicie cuándo reconocí que O se había aprovechado para divertirse a mis costillas y denostar mi condición de coleccionista a la posición del vulgar diletante snob, quien paga una fortuna por nada. Despedace el reloj, incineré los recortes, el módico aporte me hizo ensañarme con la lentitud que todo gran coleccionista sabe aplicar cuándo ha sido timado: vivir esa reflexión de vació en el reconocimiento de que se está lejos de aquella juventud, de que se ha recorrido mucho para renunciar, a pesar del ridículo. Desprendí una plantilla con el objeto de disolverla en ácido mientras me tomaba un Cabernet Sauvignon cualquiera. Saber escuchar una rasgadura de papel fue una de “esas habilidades” que uno puede aprender en los aburridísimos talleres de Curadores a los que uno tiene que ir para demostrar que puede tomar champaña a un paso de distancia de una obra maestra. Lo escuché. Me aterrorice de la súbita conciencia de que quizás lo destruido podría recobrar trascendencia para complementar el hallazgo. Grite y llore. Cuando me agoté, extraje cuidadosamente el pedazo de papel y miré. Inmediatamente reconocí la maestría contundente del contenido. Tome un portaobjetos e introduje el pequeño documento: alcancé a etiquetarlo como “universalia in rem” y rápidamente lo guarde en mi caja de seguridad. Si bien era cierto, sólo la comprensión cabal de sus teorías del infinito daba la epifanía para poder leerse, ahora ya, de la manera correcta; este documento seria calificado por un neófito de un garabato en quien alguien se ensaño más de lo acostumbrado: parecido al trabajo de los artistas jóvenes que no pueden pagar los oleos y dibujan en blanco y negro. Si me preguntas, no experimente nada que pudiésemos de fondo llamar radical: es decir, uno toma conciencia de que participa dentro de lo conocido, y que es perfectamente coherente cuando una memoria creativa nos hace ver una nueva disposición que no es otra cosa que una disposición de lo inevitable, de que las relaciones son coherentes, todas ellas. Pertenecen a la totalidad de las posibilidades de la luz. Infantilmente salí a la calle presa de un entusiasmo infantil y, sin ninguna intención concreta que recuerde, Vi al valet de la Baronesa N en su tradicional forcejeo con el perro de la casa, regresaban del paseo inevitable del animal, por los campos en derredor. Quise atajarlo pero era obvio que esa tarea lo absorbía de lleno. Quedé en medio de la calle hasta que un criado me llevó tu carta, regrese a enderezarme un poco. Mentira, regrese a verificar el documento y lo observé muchas veces de manera obsesiva, lo guardaba y disponía a salir rumbo a tu lugar, cuándo me di cuenta que algo más sucedió: porque estoy seguro que no he hablado contigo todavía, pero me encuentro en el asilo Arham , y entiendo me perdonaras no poder estar contigo, pero bueno eso que sentía tan tan misterioso es algo bueno, no debes preocuparte por nada.
Encerrado en un cuarto obscuro y solitario, se encontraba un perro que a ciencia cierta no se sabía la razón del por qué se encontraba encerrado ni tampoco si seguiría con vida. Un día llegaron unos trabajadores al lugar donde se encontraba encerrado el perro, olvidando ese hecho por completo; entonces, uno de ellos al abrir la puerta sintió como algo se le lanzaba ferozmente y tan rápido fue que ni pudo esquivarlo solo sentía como poco a poco le era arrancado el brazo. Y cuando dejo de sentir dolor alguno vio aterrorizado su brazo que se encontraba a un metro de su cuerpo y un gran charco de sangre rodeándolo; su otro compañero ya había quitado al can de encima, tanto el cómo su compañero no podían creer tal atrocidad, solo miraban con asombro y terror al mismo tiempo, aquel suceso tan aterrador.
Ya nada se podía hacer, el hombre moriría desangrado y el perro sería sacrificado todo había terminado tan mal que fue una experiencia que jamás será olvidad por las personas que lo vivieron.
Por: Villafuerte Jerónimo Aldo David.
Me disculpo por un pleonasmo espantoso que hay por ahí jajajaja..
Aún cuando llegó jadeante a la escena del desastre y aún cuando miró el cuerpo destrozado de su amada bajo el peso del balcón desprendido, tuvo la delicadeza de dejar suavemente al perro de peluche que le iba a regalar a ella y comenzar a gritar.
Pablo estaba muy asustado, era la vida de su hijo la que peligraba. Los tipos esos habían acorralado a su primogénito en una calle donde abundaba la soledad de las personas. Corrió y corrió hasta llegar a un edificio abandonado o clausurado o en remodelación tal vez, donde a la entrada… ¡zaz! se tropezó con un enorme perro de peluche abandonado, simplemente Pablo lo ignoro y lo hizo a un lado.
Psicopompos
Ayer fue una noche muy loca, aún no puedo ver muy bien. Escucho sirenas en mi cabeza, hace mucho calor. Creo que clausuraron el local. No recuerdo nada, solo luces y personas.¿Por qué tengo este peluche de perro sobre mí?¿Dónde esta mi billetera?
-Disculpe, señor se encuentra bien- dijo el paramédico.
-Sí, algo así…¿por?
-Bueno, señor… Usted es el único sobreviviente.
*Disculpen por el repost (Sucede que mande el cuento como respuesta a otro y encima antes de acabar, lo siento)
Melquiades
Melquiades nunca poseyó una sonrisa fácil, pero tuvo la palabra ligera y llena de ironía, que con tintes festivos más que filosóficos arrancó el aplauso gentil de ustedes; mientras otros, arropados en el anonimato de la muchedumbre, lanzaron obscenidades. Incluso, dado el caso, arrojaron decenas de piedras; ¡llenas de puntería!
— Era un merolico de épocas antiguas: ¡atrás de raya joven y le regreso la cartera!
— Era un charlatán, pero ¿quién no lo fue alguna vez en esta anquilosada ciudad?
Melquiades era humilde y pobre, quien tuvo la suerte de alquilar un miserable cuarto de vecindad. Cuatro paredes carcomidas por el salitre y el abandono, las cuales guardaban un hechizo que sólo él pudo descifrar. Entonces, dejó el antiguo oficio, perfeccionó el nuevo durante días enteros. Luego salió a las calles a vender: ¡el secreto de la vida eterna!
— Melquiades incluso revivió muertos, luego muchos de ellos terminaron como zombies: “No se aceptan devoluciones”. Escribió en un cartón y lo puso en la puerta.
Borracho de soberbia intentó reanimar un peluche. Pero no cambió la formula, utilizó las mismas palabras aprendidas y entonadas en voz alta. Después de un rato, el animal o la cosa o lo que sea, empezó a aullar como alma en pena y, con colmillos pintados mordió a cuanta persona cruzó por el camino.
Melquiades por fin logró someter al perro de borra, sin embargo no pudo revertir la maldición (pues no sabía cómo hacerlo). Por más que intento e intento e intento. Dándose por vencido; el merolico, el charlatán, el revividor y el reanimador, optaron por lo más sencillo: cambiar de oficio. Uno más a la larga lista, por lo que si alguno de ustedes quiere llamar a nuestro servicio de seguridad, les aseguramos que todos sus peluches en guardaespaldas se convertirán.
Caos Silencioso
Me levanto en la mañana y miro por mi ventana, el vapor de mi café acariciando mi cara mientras espío a todo el mundo.
En la calle, una mujer hablando por móvil mientras maneja su hijo a la escuela.
Al lado de la calle, un veterano buscando algo (o al menos algo) en el contenedor.
Más lejano de la calle, un hombre con peinado de los 1950s chocando un peluche contra una pared múltiples veces, gritando algo que no puedo oír.
Las primeras dos imágenes son cotidianas; la tercera es inquietante de alguna manera.
En mi cerebro de archivos la archivo como imagen de “caos silencioso”: es decir, la violencia tan callada que no se siente el deseo de hacer nada para pararla.
Sentí lo que sentí con el hombre y su peluche unos años antes–este caos silencioso–mirando fijamente el metraje del tsunami comiendo todo por su camino en varias ciudades de Japón.
Fue unos años antes, otra vez en la mañana, otra vez una taza de café en mi mano derecha. Por la televisión, el agua japonesa destruyendo todo, remojando todo, ahogando a los bebés y a sus respectivas madres… silenciosamente vertiendo sobre todo—y yo no sentí nada. Era una destrucción demasiada tranquila para parar.
Creo que es importante distinguir el caos silencioso de la locura en general.
Bebo un sorbo de mi café antes de que se enfríe. Miro en paz mientras el hombre con peinado de los 50s convierte el peluche a un montón de piel-de-perrito.
(JR)
Soy un titiritero que se preocupa en darle la energía correcta a mis muñecos. Caminaba por la calle Matamoros cuando vi a un hombre con un perro de peluche: lo tenía agarrado por el cogote y simulaba una posición de ataque. Recuerdo que lo había visto unos locales atrás y había alcanzado a escuchar sus ladridos (unos ladridos mal actuados, no está demás decir), y después unos gemidos de perro apaleado. Desde lejos, pensé que se trataba de un loco. Mientras me acercaba a la escena, vi a una chica (una chica muy linda) frente al hombre que se reía y se cubría la boca con una mano. Suspirando de alivio (estoy en una etapa sensible y los locos me ponen nervioso) comprendí que se trataba de un simple ligue. Aquél hombre intentaba llamar la atención de la chica con un pequeño espectáculo. Me detuve un momento para ver en qué terminaba la escena. Los ojos del peluche observaban detenidamente a la chica, el hocico apuntaba a su vestido blanco y después el intérprete emitía un gruñido o un ladrido. No tardé en darme cuenta que las acciones del perro respondían a cualquier gesto que la chica hiciera. Si ella sonreía, el hombre agitaba la cola del peluche y soltaba un ladrido alegre. En cambio, si la chica fingía estar molesta y reprobaba al animal con la mirada y con las manos en la cadera, el peluche inclinaba la cabeza y el hombre aparentaba un gimoteo decepcionado. Así estuve un buen tiempo, viendo la escena y riéndome a ratos, cuando de pronto la chica observó su reloj y dirigió al muñeco una mirada triste, en señal de que era hora de irse. Agitó su mano y desapareció de la escena. Los ojos del perro se quedaron fijos en el vestido blanco que se alejaba para después perderse en una esquina. No sé por qué, pero sentí una inmensa compasión por aquél peluche. No por el hombre, sino por el peluche. Antes de encaminar mis pasos, me percaté que el perro desviaba su vista de aquella triste dirección y luego fijaba sus ojos negros en mí, buscando quizás una especie de complicidad o una especie de consuelo. Le sonreí y me encogí de hombros. Soy titiritero, ahora estoy en mi casa, una casa llena de muñecos. No sé cómo consolar a cada uno de éstos en el momento en que se les presente una situación parecida, pero por los ojos negros del perro, unos ojos tristes como nunca he visto antes, soy conciente de qué hilos usar para reproducir la tristeza.
EL TAXIDERMISTA
Desde la pequeña ventana de su sótano, surgen inciertos aromas, las pociones dibujan una extraña nube en el aire y la luz es difusa, afino la mirada y lo veo, absorto, tratando de engañar a la muerte entre plumas y pelajes mientras ella, constante y perversa, lo observa irónica desde un oscuro escondrijo.
Sonríe, habla en susurros con los inanimados seres que intenta reclamarle.
Una tarde, todo pasa deprisa, el aullido, los frenos chirriantes y su perro que muere en sus brazos. Inmediatamente, confiando en sus destrezas, lo momifica y lo lleva a caminar por el barrio ante la mirada incrédula de los vecinos, quienes aseguran haber escuchado ladridos.
Observando desde lo lejos de la calle obseve a un hombre muy misterioso para mi, no pude contener las ganas de indagar de quien era ese tipo, por que he vivido aqui micho tiempo y nunca lo habia visto. segui su trayectoria por un par de avenidas, y por lo tanto en mimente generava tantas ideas y suposisiones de quien era el…. era un ajente secreto, un viejo habitante de aqui….. eran miles mis ideas que tenia, ademas cabe decir q teniaun atuendo un poco fuera de lo comun, eso eral algo extreaño, sombrero y una gabardina negra en pleno dia, no era algo que utilizaria un ajente secreto para pasar desapercivido, es algo emocionante el tratar de seguir a alguin sin ser visto aunque creo que ya a notado mi presencia.
solo veo que a llegado a un puesto de ya ha sido habandonado desde muchos años atras…
esto que significa, devo seguir observando
¿TRANSFORMACIÓN? El señor que cada día va a trabajar como forma de su monotonía pasa algo en su recorrido se avería el camión tan desesperado no se sabe si por que llegara tarde o por que ansia llegar a ver aquel dulce rostro de esa chica que no tiene una vida tan diferente a la de el y han mantenido breves y unas que otras mas largas conversaciones, el baja de su transporte y decide caminar después de unos cuantos pasos encuentra una tienda de mascotas que jamas había visto quizá por ir viendo los horrores de un periódico de mala muerte observa con atención un perro que le hace recordar sus conversaciones amistosas con las de la joven chica desesperadamente saca el dinero que tiene y se le caen algunas monedas cuando se agacha para levantar las algo paso hay un perro a su lado pero de peluche la tienda a la que iba a entrar totalmente diferente y siente algo en su pecho un corazón roto su propio corazón roto ¿son solo recuerdos? tal vez fue la vagancia de su propia mente …
PERRO GUARDIÁN
Desde niño, Alberto le tiene un irremediable odio a los perros y éstos se lo han ganado a pulso pues lo han mordido 7 veces en 7 lugares distintos del cuerpo. A lo único que no se han acercado es a su nuca y seguro es porque está llena de lonjas, granos y pelos puntiagudos. Pero la situación a contar es otra, y es que el dueño de la ferretería donde trabaja Alberto le dijo un día que mientras arreglaban la humedad de las paredes tenía que ir comprar un perro guardián, para evitar que los albañiles se llevaran algo de la tienda. Y Alberto lo que tiene de miedoso lo tiene de responsable, entonces fue de inmediato a una perrería. Se quedó pasmado en la entrada y después de media hora logró entrar. Se mordía los dientes y apretaba los puños mientras los veía detrás de las jaulas y sus gritos se escucharon hasta la colonia de enfrente cuando trató de acariciar a uno. Obvio todo fue inútil pues como dijimos desde el principio, su miedo no tiene vuelta en ¨u¨. Y justo fue aquí cuando se le ocurrió la brillante idea de comprar uno de peluche con la justificación de que el dueño solo se aparecía en las noches, entonces estaba seguro que su patrón no se iba a dar cuenta. Ah, se me olvidó decirles que Alberto también es muy perspicaz. El dueño fue durante tres semanas a ver los avances de la tienda y nunca sospechó que una gran felpa estaba cuidando su patrimonio. Hasta que un día el perro, de peluche para Alberto y de pelos y huesos para el dueño, desapareció. Angustiado el patrón le preguntó a Alberto. Éste le contestó que lo tuvo que regalar porque lo mordió con muchísima rabia en la parte trasera de su cabeza.
«El Gertrudis» gozaba amasando perros de peluche desde niño. Su afición a dicha práctica se remontaba a los días aciagos cuando su padre abandonó la casa. Entonces, su madre, perversa, le cantaba cada noche una canción de «Maná» que va sobre un padre que abandona a su hijo que tiene miedo. En esos momentos el se aferraba incrédulo y babeante a su primer perro de felpa. Las razas grandes eran por mucho sus favoritas. Al crecer, su manía se hizo evidente: solía asistir a la escuela, al trabajo y a las reuniones de amigos en la Cantina «El Milagro de Tenoch», con diferentes mascotas rellenas. Hoy, le pidió a su amigo «El Ternuras» le tomara una foto con su pastor alemán de ataque, mientras el resto de compañeros lo celebraban ladrando con él al unísono. ¡Qué día tan feliz!
¿Perro callejero?
Y ahí estaba,jalando de mi cuello ,contra mi voluntad.
Yo me rehusaba —¡No fue mi culpa!— pensaba
Quería gritarle al amo —¡Perdone!,¡no lo quise hacer! …Pero ya era muy tarde
ya me estaba jalando,yo ya estaba afuera,en la calle,sin un futuro certero.
Estaba solo.
Un caso muy curioso
Ya se había cansado de él, de ese ruido tan molesto que hacía en las noches y no lo dejaba dormir, ya se había cansado de que lo despertara todos los días a las 6:00 am porque quería que «salieran a correr al parque», de que no podía salir a ningún lado sin que él lo quisiera acompañar y en especial, muy en especial, estaba cansado de que no podía tener una novia porque si la llevaba a casa él les hacía «mal tercio», lo único que debía admitir que le gustaba de él era que siempre le insistía para que se bañara y se arreglara (aunque pocas veces lo hacía) y eso le había ayudado a verse bien cuando lo hacía, tan bien que la gente lo confundía, decían que parecía ·»un muñeco», pero todo lo demás ya lo había hartado.Sí, ya se había cansado de él, por eso esa mañana lo sacó a la calle casi a jalones, los vecinos los miraban desde enfrente y vieron cuando lo dejó en aquella esquina y se regresó a su casa muy feliz.
Aquello resultó muy peculiar, un caso muy curioso pues probablemente sería la primera vez en la historia que un perro abandonaba al hombre que «lo cuidaba» porque por extraño que parezca, era el perro, (ese perro que debido a que se había bañado esa mañana tenía aspecto de un perro de peluche o como le solía pensar: «el aspecto de un muñeco»)era él el que regresaba a su casa solo y ya sin ese humano con el que antes vivía.
Sentimientos destrozados
Era viernes 8 de septiembre. El reloj marcaba las 5:43am. Antonio despertaba y decía: -Nimodo, alguien tiene que mantener este hogar, vámonos a trabajar Santi. Santi era su perro, siempre lo acompañaba a todos lados, era como su hijo.
Tal vez le daba gustó ir a trabajar, era viernes de pago. Antonio era albañil y trabaja en una obra en la colonia Nápoles. Así es como la gente de recursos pobres se gana la vida, soportando arduas horas de trabajo y una mierda de sueldo. Al parecer a Antonio le era suficiente su sueldo, sólo vivía con su perro, era su máxima adoración. Era viernes y la mayoría estaba de buenas en su trabajo, supongo que por dos cuestiones, la primera porque era día de pago y la segunda porque era el último día en esa obra, el trabajo estaba casi terminado. Santi aguardaba a las afueras de la obra, ya que le era imposible estar dentro del recinto en construcción. Antonio hacia las mismas actividades de siempre, colocar yeso y resanar las paredes que faltaban. El reloj marcaba las 9:37pm por fin era momento de salir e ir a descansar, la obra estaba terminada. Formado para esperar su pago, escuchaba a lo lejos gritos de personas, por un momento los ignoro. Volvió a escuchar los gritos que se oían -Van a matar al pobre perro- se escuchaba. Fue cuando recordó que Santi estaba a las afueras del lugar, salió corriendo sin importarle el pago, cuando de repente se percató que un vidrio mal colocado en la construcción había caído y colapsado, justamente en el lugar en donde estaba Santi, ya era demasiado tarde. El pobre perro se había desecho por completo. Todo el relleno de algodón que contenía el animal dentro, había salido. La tela que lo formaba estaba desecha. Antonio comenzó a llorar, mientras la gente se burlaba de él, -¡Jajajaja! Pobre pendejo, sólo era un perro de peluche. Antonio inconsolable recojió los restos su perro y se marchó. Jamás se volvió a saber de su paradero. Y mucho menos de Santi, su perro de tela, que tal vez la gente lo veía común y corriente, pero no sabían el valor emocional que este provocaba.
Abner Joel Loyo Benítez.
Había algo extraño pasando en el espacio de al lado. Mi escritorio afrontaba la calle y yo vi todo. Por lo que podía recordar la puerta había sido cerrada y cubierto con papel, pero recientemente lo he visto abierto. Y por la primera vez, hay gente entrando. Entran solos, pero salen con un compañero. La mayoridad usan cajas para que no sea tan obvio, pero yo lo entendí que estaba pasando cuando un hombre llego una mañana con un perro de peluche grandísimo. Lo tenía agarrado por su cuello, la cola arrastrando en el suelo. Parecía agotado cuando entro, pero cuando salió unos minutos después con un perro vivo de los mismos colores y tamaño de lo de peluche, tenía el caro de alguien que había logrado la meta de su vida. En este momento decidí ir yo el día siguiente con el animal de pelechó más querido de mi infancia. El osito siempre ha sido mi compañero más fiel, y quizás ahora podía tener esta amistad de nuevo. (JR)
Era 3 de la tarde, y José estaba pintando su tienda desde su papá la pintó cuando él era un niño. El recordaba el olor fuerte de la pintura a base de plomo. El tráfico pasaba ruidosamente afuera.
«José! José!»
Genial.
«No te atreverías a entrar con tu pinche perro Darwin! Va a destruir todo mi trabajo.»
«Lisa no toca nada guey!
«…No importa. Porque estás aquí?»
«Bueno… José, recuerdas la silla de rueda que tu padre usó?»
«Si por su puesto… porque?»
«Me puedes prestarla? La necesito por este jueves.»
«Porque?»
«Bueno, mi amigo y yo estamos tratando de inventar una manera de impulsar las sillas de rueda por energía solar. Así, nosotros estamos tratando de utilizar el poder del sol para ayudar las personas discapacitados.»
Silencio.
«José!? Sigues ahí? José?!?!»
(JR)
Por toda su vida, Javier había creído que era un perro. Nadie sabe dónde empezó. Desde era bebé, había preferido gatear en cambio de caminar, ladrar en cambio de hablar, y aun comer del suelo en cambio de la mesa. Sus padres eran demasiado blandos para insistir que Javier actúe como un niño normal; querían que hiciera lo que se sentía natural y lo que se causaba alegría. En su sexto cumpleaños, cuando era bastante claro que Javier no iba a sobrevenir esta fase, su familia le regaló un perro de peluche. El peluche actuaba como el cuerpo canino que Javier nunca tendría, y el niño lo trataba así. Nunca lo dejé, ni para nadar, ni para bañarse, ni nada. Javier no iba a la escuela, pero sus padres intentaban a enseñarle las cosas más básicas. Cuando le preguntaron a Javier si había entendido, daría un ladrido jovial.
Pasaron los años, y crecía Javier, aunque nunca paraba de crear que era perro atrapado en el cuerpo de un ser humano. Un día cuando Javier tenía 31 años, estaba con su hermano mayor, mirando una parada. De repente, sonó un disparo, y empezó frenesí. Sus instintos animales activaron, y Javier se fue corriendo mientras que la multitud bulló con el pánico. En el caos, Javier y su hermano eran separados. Javier corrió a ciegas, y solamente paró cuando se sentía que sus pulmones iban a estallar. Paró, jadeando por el aire, completamente perdido. Estaba en la parte peligrosa de la ciudad, u su hermano no estaba en visto. Javier lloriqueó, asustado y solo. (JR)
No vestía formalmente… Solo era uno mas.
Alucinando todo el tiempo junto a el mejor amigo del hombre, su compañero de aventuras «Pifo».
Solía fumar, cigarrillo tras cigarrillo, su hora estaba cerca.
De pronto, se apagaron las luces… Lo ultimo que dijo «Cuida el negocio».
Solo era uno mas.. Involucrado en drogas y «negocios». La policía pone cintas rojas que anuncian «PELIGRO». El murió de una sobredosis, y «Pifo» se queda solo…
Repito.. «Alucinando todo el tiempo»
De pronto, desperté y estaba ahí, en mi humilde local tirado con mi uniforme sucio.
No logro entender cómo es que acabe tan borracho si solo bebí unas copas, ayer fue un día agotador, lo único que recuerdo de la fiesta es cuando Mari me soltó una cachetada por intentar besarle, QUE VERGÜENZA, me arrepiento tanto, que inoportuno fui con ella.
Tengo que ir a disculparme, afortunadamente su perro está de nuevo en mi local, creo que le agrado mucho al parecer, esto servirá de escusa para ir a su casa, devolverle al perro y disculparme, realmente estoy arrepentido pero yo no tome el alcohol, este me tomo a mí, ni siquiera me gusta Mari, no entiendo porque lo hice, en fin, tengo ir a disculparme!
Vamos perro!
Salte!!!
Oh, al parecer no quieres ¿eh?
Tendré que llevarte a rastras
Vamos!!!
Ah estás tan pesado, perro tonto, debo admitir que eres mi mejor escusa para ir a casa de Mari a disculparme ya que no puedo por mi mismo, aveces puedo ser muy cobarde pero tampoco te aproveches de mi situación eh!
Era medio día, el señor como siempre paseaba a su perro. Hacia calor, el y su perro se sentían fatigados así que decidió ir por un helado. Camino a la heladería su perro y el se sentaron en una banca para descansar un poco, de pronto su perro comenzó a ladrar en dirección de un callejón que al parecer estaba totalmente oscuro a pesar de que era medio día, era un poco sospechoso ya que su perro no acostumbraba a ladrar, sintió curiosidad así que decidió ir a ver, cada vez su perro iba ladrando mas conforme se acercaban y entonces el sintió como algo lo jalo y lo arrastro hacia el fondo del callejón, vio una mano vieja y muy sucia que tenia un cuchillo e iba directamente hacia el y fue ahí donde despertó y se dio cuenta que se quedo dormido en la banca y el perro solo le ladraba a un gato que estaba en ese callejón, aunque lo intrigo el hecho de que había un cuchillo idéntico al de su pesadilla.
«La gran decepción»
Esta es la historia de un chico enamorado llamado Patricio, este joven enamorado tenia una novia llamada Eleonor, ellos tenían una relación supuesta mente estable de un año.
El día de su aniversario Patricio al terminar su laborioso día de trabajo fue a buscar a aquella chica de la cual estaba tan enamorado, iba muy contento pues quería festejar aquel año tan maravilloso que había pasado junto con su novia, el le llevaba un obsequio aquel perro de peluche enorme que tanto había deseado ella.
Iba caminando tan emocionado e ilusionado sin esperarse la gran sorpresa que el destino le tenia preparada.De repente encontró un mural lleno de periódicos, curioso por verlos se detuvo a leer un poco las noticias, pero ¡OH SORPRESA! Eleonor estaba en uno de esos periódicos posando semidesnuda.
Patricio muy sorprendido y desilusionado no lo podía creer, en su mente solo pasaban recuerdos hermosos que había pasado con el amor de su vida.
Hasta que por fin lo asimilo triste y decepcionado decide dejar en la calle aquel regalo que con tanto amor le había comprado a su amada.
Aquel joven lo único que decidió en ese momento fue mandarle un mensaje de texto a Eleonor diciendo: «Querida Eleonor solo quiero pedirte que no me vuelvas a buscar, quizás no soy lo que buscas en tu vida, la única explicación que puedo darte es que no soy fan de leer el periódico pero por alguna razón lo hice y te vi.Tu sabes a lo que me refiero, solo te pediré de favor que no me vuelvas a buscar pues todo el amor que te tenia se convirtió en una gran decepción».
“La gran decepción”
Esta es la historia de un chico enamorado llamado Patricio, este joven enamorado tenia una novia llamada Eleonor, ellos tenían una relación supuesta mente estable de un año.
El día de su aniversario Patricio al terminar su laborioso día de trabajo fue a buscar a aquella chica de la cual estaba tan enamorado, iba muy contento pues quería festejar aquel año tan maravilloso que había pasado junto con su novia, el le llevaba un obsequio aquel perro de peluche enorme que tanto había deseado ella.
Iba caminando tan emocionado e ilusionado sin esperarse la gran sorpresa que el destino le tenia preparada.De repente encontró un mural lleno de periódicos, curioso por verlos se detuvo a leer un poco las noticias, pero ¡OH SORPRESA! Eleonor estaba en uno de esos periódicos posando semidesnuda.
Patricio muy sorprendido y desilusionado no lo podía creer, en su mente solo pasaban recuerdos hermosos que había pasado con el amor de su vida.
Hasta que por fin lo asimilo triste y decepcionado decide dejar en la calle aquel regalo que con tanto amor le había comprado a su amada.
Aquel joven lo único que decidió en ese momento fue mandarle un mensaje de texto a Eleonor diciendo: “Querida Eleonor solo quiero pedirte que no me vuelvas a buscar, quizás no soy lo que buscas en tu vida, la única explicación que puedo darte es que no soy fan de leer el periódico pero por alguna razón lo hice y te vi.Tu sabes a lo que me refiero, solo te pediré de favor que no me vuelvas a buscar pues todo el amor que te tenia se convirtió en una gran decepción”.
Rellenar al perro era lo de menos. Lo difícil era arrastrarlo sin que la gente en la calle percibiera algo extraño. Un hombre arrastrando un pesado perro de peluche puede ser motivo de atención. Sin embargo, «El Pelos Tiesos» aceptó el trato. Luego de vaciar el contenido del saco al interior del can falso, se tomó una coca cola al hilo y dos cafiaspirinas. «Ora sí» pensó. Salió del taller mecánico y comenzó la travesía de seis cuadras. Todavía en ese momento visualizaba «el viaje al mar» que haría con el pago del trámite. Invitaría a su morra. A la mitad de la segunda cuadra, las fuerzas lo habían abandonado y la angustia empezó a provocarle risa nerviosa. Se dio cuenta que justo al siguiente paso, la entrada a un local estaba abierta, mas no advirtió los letreros en rojo que anunciaban «Peligro». Antes de alcanzar a levantar al peluche canino para arrastrarlo un poco más, el perro explotó. Del «Pelos Tiesos» no quedó ni el polvo.
«El Pelos Tiesos»
Rellenar al perro era lo de menos. Lo difícil era arrastrarlo sin que la gente en la calle percibiera algo extraño. Un hombre arrastrando un pesado perro de peluche puede ser motivo de atención. Sin embargo, “El Pelos Tiesos” aceptó el trato. Luego de vaciar el contenido del saco al interior del can falso, se tomó una coca cola al hilo y dos cafiaspirinas. “Ora sí” pensó. Salió del taller mecánico y comenzó la travesía de seis cuadras. Todavía en ese momento visualizaba “el viaje al mar” que haría con el pago del trámite. Invitaría a su morra. A la mitad de la segunda cuadra, las fuerzas lo habían abandonado y la angustia empezó a provocarle risa nerviosa. Se dio cuenta que justo al siguiente paso, la entrada a un local estaba abierta, mas no advirtió los letreros en rojo que anunciaban “Peligro”. Antes de alcanzar a levantar al peluche canino para arrastrarlo un poco más, el perro explotó. Del “Pelos Tiesos” no quedó ni el polvo.
Lo tengo, por fin, ¡Lo tenemos! Cayó en la trampa y ya todo pronto terminará. La angustia, los dolores de cabeza, los largos pasos de mi amo por la habitación. Con una maniobra que me enseñaron de cachorro, saldré de este disfraz de peluche y morderé al hombre sospechoso que me tiene agarrado. No puede escapar.
Encantador de perros
Nunca hubo un perro que se resistiera a su adiestramiento. Pero con éste se fue a la quiebra y perdió la razón. El pastor alemán era de peluche.
POLVO
Justo al lado del departamento por la esquina, se encontraba Miguel esperando a que saliera su hijo del almacén.
Por qué se tardará, pensó Miguel.
No queriendo dejar que el perro se ensuciara en el polvo de la banqueta, Miguel fue al departamento al lado y vio a un señor sentado en una mesa.
-Disculpe, dijo Miguel.
-¿Qué?, dijo el señor, sin mirarle a Miguel.
-Perdone, espero a mi hijo, y quiero regalarle esto para sus cumple, pero todavía no llega de la escuela y no quiero ensuciar el perro por tenerlo arrastrando el piso. ¿No le sería molestia dejarlo aquí un momento?
El hombre levantó los hijos y le miró a Miguel, reconociendo la insignia de la fábrica en su pecho.
-Claro, déjalo ahí compañero.
-Muchas gracias.
Miguel puso el perro de peluche en la mesa. Escuchó la rechinada de la puerta del almacén, el ruido haciéndose eco por el departamento. El hombre dejó de escribir, y empezó a pararse.
Miguel interrumpió sus movimientos, temiendo que descubriera el hombre a su hijo en el almacén.
-¿Ud. trabaja en las oficinas todos los días?
-Si, todos los días. ¿Ud. en cual fábrica?
-En la cementera, pero solamente consigo arena.
-Ah, trabajo difícil.
El hombre se puso a escribir de nuevo.
-¿Cómo se llama Ud.?- preguntó el hombre.
-Eh, Francisco.
-Bien, Francisco.
El hombre le miró a Miguel algunos momentos, viéndole los años de gasto que lo han moldado al forme de hombre arenoso. Miguel, sintiendo el acercamiento de la sospecha, se ansia con cada segundo que su hijo tardaba.
Porqué se tardará. pensó Miguel.
Pasaron otros quince minutos, con Miguel saliendo y entrando de la puerta a la calle para ver si su hijo saliera del almacén. Desesperado, agarró el perro y salió del departamento y entró al almacén.
Entrando en la oscuridad del salón, caminó lentamente, sabiendo que con cada paso que avanzaba, aumentaba en ruido que atraía al hombre. Llegó a un pasillo al fondo del almacén, dio un giro a la derecha, y vio a Juanito. Estaba pegado a la pared con una caja fuerte pequeña en las manos y en frente tenía un perro pastor alemán. Los dos habían estado allí por más de una hora, mirándose el uno al otro. El perro, quien medía el mismo tamaño que Juanito, no sabía reaccionar en modo de ataque o de cariño. Le causaba conflicto olfatorio el crimen del padre y la inocencia del niño. Quedaron congelados en el tiempo, entre la indecisión y los instintos.
-Juanito.
Los dos miraron a Miguel y quebraron la eternidad del instante en que existían. El niño corrió hacia Miguel, y el pastor alemán lo persiguió. Miguel agarro el perro de peluche y se lo detuvo de frente. El pastor alemán lanzó con boca abierta, destrozando el juguete, rompiéndole un pedazo con cada paso que retrocedieron. El hombre de la oficina se había alertado con los ladridos del perro, y corrió hacia el almacén. Viendo las siluetas de Miguel y Juanito, el hombre les gritó maldiciones mientras los perseguía. Miguel y Juanito lograron en salir del almacén, y cerraron las puertas del almacén y del departamento, y huyeron.
Momentos después de evacuar la escena, llegando a un espacio escondido en la ciudad, Juanito le dio la caja fuerte a Miguel. Con unas pinzas gruesas, Miguel cortó la caja fuerte, revelando a varios billetes.
Mientras Miguel se metía los billetes en la bolsa, Juanito miró hacia abajo, viendo todavía el imagen del perro alemán en el polvo callejero.
-Porqué te tardabas, pensó.
(JR)
El tiempo era eterno, se sostuvo aferrado a la bestial fe que lo mantenía de pie hasta el final de los dias, y la gente pasaba sin prestarle atención, un niño murmuro a su madre: » La estatua esta llorando» y el tiempo dejo de tener sentido
¡El maldito perro seguía resistiéndose!
Cuando lo vio en la tienda creyó que sería un gran regalo para su hija, un peluche tamaño real. Se maldijo a sí mismo, ahora todos estaban muertos y era su culpa. «Las cosas no van a quedarse así», pensó. Mientras el muñeco (ahora animado), se resistía a entrar al cuarto, el hombre sentía el peso de las tijeras en su bolsillo. El momento de terminar con el terror estaba muy cercano.
Y el perro siguió siendo el guardián.
Era una tarde como cualquier otra, en la casa de el señor estaba el perro sentado a la entrada cuidando a las personas que habitaban , pero dichas personas eran crueles con el, le pegaban, no lo alimentaban, no lo bañaba y más, pero a pesar de eso el seguía cuidándolos.
Pasaron los días y eso no cambiaba, el perro tuvo muchas oportunidades para escaparse y dejar a sus dueños pero como era tan fiel nunca los abandono y murió.
Después de que murió, muy seguido entraban a robar a la casa y fue entonces que los dueños recapacitaron y se arrepintieron de no haber cuidado bien al perro.
14 de Febrero
Un loco le indicó a una hoja de árbol que guardase silencio, colocando su dedo índice en su boca mientras miraba a la hoja rosa y seca que rondaba por las calles moviéndose en una manera que pareciese como si bailase, y su única música era el viento; La hoja obedeció dando unos giros más hasta llegar a la banqueta y recostarse ahí, quizás obedeció ya que bailó tanto tiempo expuesta a los rayos quemantes del sol, quedando muerta después de que un niño un niño le pasase por encima su peso, odio, corazón y vida; ¿Acaso si era un loco el tipo que pidió silencio a la hoja? ¿O tan sólo era él una nube más en el extenso y hondo cielo azul? De cualquier manera el tipo parecía suspicaz, intrépido, creativo y callado pero de que estuviese loco, de eso si habría mucha duda, aunque su forma de ser a través del viento y por las calles era inusual. Esa tarde recuerdo haber visto a ese tipo olfateando sus dedos mientras cerraba los ojos con una pasión que en éste siglo ya no suele verse y permítaseme que lo diga pero lo más probable es que el motivo de su degustación por el olor de sus dedos fuese por entregar un regalo a alguna chica de la cual está profundamente enamorado, o quizá toco la salida de el laberinto de su vida pero no salió porque le teme a la luz y las oscuridad es ahora la luz de su vida o simplemente alguien le espera dentro de ese laberinto y es alguien muy especial para él, más de lo que cualquiera en este mundo puede serlo; Otra probabilidad podría ser que tocó algo que creyó jamás poder tocar o incluso podría ser que toco la mano de el amor de su vida y la besó también, aunque eso sería poco probable ya que de haber sido así él estaría tocando tocándose sus labios y no olfateando sus dedos con tan alta degustación, de cualquier manera, fuese el motivo que fuese, algo era muy seguro, sus ojos delataban que el motivo era amor. Yo cruce la calle mientras sostenía un perro de peluche y cuando hube llegado le dije “Hey! ¿Amigo que haces?” a lo que él me contestó “bueno mi estimado, me he dirigido a casa de mi pareja pero ésta no está en casa y me encuentro un poco lúgubre” yo le sonreí y le dije vamos, tú debes de ir y esperarle ahí, a una mujer que amas siempre has de esperarle toda la vida si es necesario” él puso su mirada triste y me dijo “tan sólo mírame, mis ropas sucias y viejas, combinadas con un aspecto en verdad horrible con el que de seguro ella ya no me ha de querer en lo absoluto, lo más probable es que ella vaya a dejarme….” Interrumpiéndolo le dije “si ella te dice que te ama tu no debes de esconderte en el pánico” de repente sus ojos se engrandecieron, haciendo resonar un brillo enorme que se dirigía hacia la silueta de una mujer y él sucumbido de emoción dijo “¡¡¡Es ella, Es ella!!!” y yo lo sostuve fuerte de los hombres y le dije “Quiero que vayas allá, toques a su puerta, la abraces fuertemente, le digas cuanto la quieres y le entregues éste perro de peluche que te otorgó a ti”. Sin pensarlo más de dos veces él se levanto y corrió hasta su puerta, arrastrando el perro que le di y con autoestima muy alto, yo por mi parte me senté en la piedra en donde él se encontraba y presencié el momento, lo vi todo y me partió el alma cuando él comenzó a hacer exactamente todo lo que yo le pedí y de repente su chica saco un par de ropas y viejos obsequios, mi lógica me decía que ella le había comprado todos esos bellos regalos pero cuando él tipo se puso de rodillas y cubrió con sus manos sus ojos y el resto de su cara además de que ella cerró la puerta, yo corrí a abrazarlo, él tenía un nudo en la garganta por lo que no le permití hablar y le dije “no te preocupes, yo estaré a tu lado si no te importa y seré tu sombra”, lo abracé y lo recosté en mi hombro mientras el polvo de la tierra nos cubría y le dije “no te preocupes, mi madre no te lastimará más, es tan sólo otro 14 de febrero mi querido Padre”
Un mundo artificial
Sí tuviera que reencarnar en algún animal, sin duda sería en un gato como Mao—escribí por twitter a Saúl.
— ¡Te cae! Bastante suerte tiene con todo el afecto que le procura la tía Vicky—me respondió él.
Y me quedé mirando fijamente el monitor de mi computadora, reflexionando sobre el sosiego que algunos animales urbanos experimentan en estos días. Pensaba en el centenar de fotografías de mascotas que circulan en la red. Pero el alboroto que se trae el nuevo inquilino del local de a lado con su perrito de felpa me hizo mirar hacia ellos. No puedo más que sentir lastima por inquilino ya que jamás sabrá domar una bestia de esas en su hábitat natural pues la nueva ley de protección animal prohíbe su uso para exhibiciones.
Mientras pensaba esto, apareció un nuevo un mensaje en mi TL del blog “El perro reencarnado” que dice lo siguiente:
—Tenga cuidado con lo que desea, mi alma perdida ingreso al infierno, pase por la muerte segunda y quedé condenado a volver como un elemento mineral, ascendí al estado vegetal, para reincorporarme en un animal y aspirar a reconquistar un día el estado humano. En este momento soy la mascota en una tienda de próxima inauguración.
Por supuesto que yo no puedo dar crédito a este mensaje, ninguna secretaria de polietileno puede tomar esto en serio, ya que de alguna manera todos somos artificiales.
Juan, así se llama el, aquel hombre que todos los días encuentro cuando voy camino a la parada. Todos los días, a excepción de sábado ahí esta el, puntual como un reloj suizo, siempre igual, viendo a la gente pasar, sin saludar a nadie, solo observando, con tristeza en su mirada. Siempre observando con esos ojos negros, sin vida dirían muchos, viendo el vacío, sin hacer un solo ruido.
Menos de un año tiene viniendo a este lugar o viviendo en este lugar, no lo se, he querido hablar con el pero nunca he tenido el valor para hacerlo. Por lo menos no hasta ese día; yo salí de mi casa a la misma hora de siempre, puntual como acostumbro y recuerdo verlo desde lejos, sentado sosteniendo aquel peluche en forma de perro, y desde el momento en que lo vi, me empece a preguntar si debía platicar con este hombre, algo dentro de mi decía que no, y normalmente le hubiera hecho caso a esta voz, pero ese día no era un día cualquiera, y así el momento llego, yo me encontraba parado a su lado, y aquel hombre en miserable estado no volteaba a verme a los ojos, intente romper el hielo con un amable saludo, y el nada me contesto, pero supe que me había escuchado porque en ese momento lentamente volteo su mirada hacia mi. En el momento en que sus ojos se encontraron con los míos, sentí que debía retirarme, pero era demasiado tarde, sus ojos se bañaban en lagrimas y sus manos pellizcaban con gran fuerza aquel peluche. Algo dentro de mi, me decía que debía huir, pero de nuevo no hice caso, hasta que el hombre se levanto sosteniendo al peluche, en ese momento mi corazón palpitaba tan fuerte que yo salí corriendo. Mientras Juan entre lagrimas gritaba -¡Elsa!, has vuelto,!
‘Smoo’
Habíamos pensado, todos en el barrio, que Agustín había imaginado a su perro Smoo. Siempre nos hablaba de él, pero jamás los habíamos visto pasear en el parque como lo hacemos todos nosotros. En algún momento, al igual que la señora Conchita, pensé que tenía que ir al psicólogo, ya no era normal todas las ocurrencias que decía Agustín de Smoo; llegó a platicarnos que había arrancado la piel de un señor cuando se encontraban un domingo en el parque… nosotros no acostumbrábamos ir en domingo… Agustín había aventado con tal fuerza la pequeña pelota morada de la que tanto hablaba para que Smoo fuera por ella, casualmente había tirado el helado que el hombre le compraba a su hija, había sido tanta la molestia del hombre que a palabras de Agustín, Smoo contagiado se abalanzó hacía él, cosa más extraña era que a pesar de las ocurrencias que podía generar Smoo, se libraban fácil de algún cargo.
Hartos de tantas historias, le pedimos conocerlo. Íbamos saliendo del edificio cuando escuchamos que le hablaba, apurados salimos y Smoo apareció gigante, ojos muy grandes, con manchas negras, un peluche brillante como cualquiera de nuestros caninos.
Hora del té.
Chicago, años 30, Al Capone ha sido acorralado por la policía en una vieja vecindad en el centro de la ciudad, se encuentra decidido a escapar a toda costa pero el astuto Oficial Clayton, quien lo ha seguido durante años, ya sabe todas las mañas y trucos que el poderoso gángster pudiera utilizar para librarse una vez mas de la ley.
– Oficial Clayton: Sal inmediatamente de ahí Capone, mi perro de caza y yo te tenemos rodeado.
– Al Capone: !Nunca¡, sólo podrás atraparme si vienes a buscarme Oficial Clayton
– OC: Insisto Al, no tienes mas escapatoria que darte por vencido.
– AC: Eso crees, pero eso no podrá ser hoy.
– OC: Te la estás ganando y con mucho, hoy es tu fin.
– AC: No me entiendes, te digo que hoy no se podrá.
– OC: ¿Que quieres decir con que hoy no se podrá?
– AC: Porqué ya son diez para las cinco, hora del té Oficial.
– OC:¿Hora del té?
– AC: Si papá, la hora del té, recuerda que mamá nos quiere en casa puntuales.
– Papá: Cierto, la hora del té, que bueno que me recordaste.
– Hijo: Ya vez, por eso no se puede hoy, mañana será.
– Hijo: ¿Me pasas a bruno por favor?
– Papá, Si claro, nada mas que en la huida que pegaste se ensució un poco al entrar a un callejón.
– Hijo: No hay problema papá, siempre y cuando tu le des el baño que tanto le gusta.
– Papá: Jaja, claro hijo, no hay problema. Apura el paso que tu mamá ha de estar enojada esperándonos.
Lo mas seguro es que no hayan llegado a tiempo para la hora del té y la madre esté algo enojada, pero eso, al parecer, los tiene sin cuidado. Lo que los tiene ocupados es pensar que artimaña utilizará Al Capone el día de mañana para poder nuevamente escapar.
Esperar por horas a que ella saliera del trabajo, exactamente a las 3:15pm. Siempre tan solitaría cuando regresa a casa, su único acompañante fue un jovial pastor aleman. Siendo su vecino escuchaba al otro lado de mi delgada pared como ella llegaba y llenaba de mimos a su perro quien ladraba con el mismo entusiasmo que su dueña.
Ésta triste mañana, sin saber como, el poderoso pastor aleman logró salir del departamento rumbo a las peligrosas calles de Guadalajara. Una camioneta se fue sobre el perro sin saber que era el único amigo de aquella jovencita, se dió cuenta demasiado tarde; lo he atropellado. No habia pulso. Desesperado lo levanté y metí en mi camioneta.
3:15pm
Esperando con un regalo para ella, su fiel amigo, relleno de algon y materiales de taxidermia. Ahora sera su amigo por siempre
Lo soltó: serían 206 huesos para el perro y un recuerdo inolvidable para él.
Cada segundo
Oscar, ese pequeño e indefenso, niño que con el más mínimo obsequio soltaba mil emociones, pureza en su rostro que dibujaba una hermosa sonrisa a pesar de su enfermedad siempre tenía una razón para reír, siempre buscaba la forma de reír aun cuando las cosas no iban bien, y cada vez que soltaba una carcajada Ricardo, su padre sentía una emoción inexplicable.
Recuerdo que era miércoles, Ricardo cumplía otro día mas de trabajo de los tantos que hacía para llevarle un bocado más a su familia sin importarle el cansancio cargando cajas y mas cajas que parecían ser infinitas en aquel almacén en reparación mientras que Oscar se encontraba en casa con Leticia, su madre. Llegaba mediodía y la hora de la comida se acercaba y como es de costumbre Ricardo salía a comer aunque en realidad el salía al parque de alado y tomaba asiendo en una banca y saboreaba bocado tras bocado sin importar las miradas de la gente; terminaba de comer, tomaba una servilleta y limpiaba sus mejías cuando de pronto su mirada impresionada observaba en una tienda de regalos un peluche en forma de perro y decía:
-¡Es perfecto! Pero, pero el precio ¡Wow!
Para Ricardo el dinero no era la felicidad pero ayudaba mucho y él sabía que tenía que comprarlo, una voz en su interior que decía: -¡Corre! ¡Corre! ¡COMPRALO!
Esa desesperación que sentía al oír esas palabras hizo que entrara a la tienda y cuando miro, ya tenía en sus manos el perro y sin pensarla dos veces, corrió a casa emocionado e imaginando la cara de Oscar al mirar su regalo, imaginando la sonrisa en su rostro, imaginando su mirada tierna, viva, imaginando ese momento hasta que toco sus bolsillos, saco sus llaves, abrió y lo único que vio fue a su esposa con lagrimas derramando mientras que Oscar con una palidez rara y su mirada cristalina al ver ese perro diciendo con una sonrisa a medias y sus labios resecos casi inmóviles :
-Gracias papi, te quiero mucho…
Oscar cerró los ojos, una lágrima se deslizaba… la última lágrima.
Ricardo con lagrimas en los ojos aprecio que Oscar valoro cada segundo de su vida, ya que es algo que jamás recuperaras.
Jacqueline Quiroz García
Juan era un hombre adulto, pero algo lo hacia diferente a los demás, el padece de retraso mental, y por desgracia para él, el lugar en donde solía vivir habitaba gente de ideología muy conservadora y supersticiosa, Juan era una persona muy buena, era amable, curioso, servicial, el siempre quería llamar la atención de sus padres pero ellos lo ignoraban, siempre que esto ocurría, Juan iba con Dado, su perro de peluche con quien podía hablar sin miedo a ser ignorado o insultado.
Un día los padres de Juan hartos de su hijo, decidieron abandonarlo en un punto alejado dentro de la misma ciudad, ellos le dijeron que iban a un mandado, que fuera buen niño y los esperara allí junto a «dado» su fiel perro de peluche.
Así pasaron los días, y Juan esperaba allí, muchas personas amables se acercaban a el para ayudarle pero el insistía en quedarse esperando, entonces pasaron mas días y sus padres no volvían, el pensó entonces que se habían perdido y decidió partir a buscarlos.
Desde hace mucho se le puede ver deambulando junto con Dado por las calles preguntando «¿han visto a mis papás?», la reacción de las personas era siempre distinta, unos le contestaban, otros lo ignoraban, otros lo insultaban, pero otros estaban dispuestos a ayudarle.
Aún en estas fechas, Juan sigue buscando a sus padres.
Y Entonces Los dos Reencarnaron Y volvieron a vivir una «Vida de Perro»
LAS GUERRAS DE LA FIEBRE O SE BUSCA COMPAÑERO
¿Recuerdas ese momento en que le arrebataste a la vida otro destino? El mío es ahora, estando sin empleo y con Petisa –una perrita de peluche- como única posesión, leo el anuncio clasificado pegado al aparador de esta ciudad en remodelación por la continua guerra contra la Restopilia.
Me enfermé de Restopilia cuando tenía once años. La fiebre me llevaba a las grandes guerras de otros mundos y mis muertes ahí no acababan nunca. Las balas eran como planetas y el odio muy aerodinámico. Pero entre cada batalla fueron desfilando por mi ventana un puerco con una pandereta, un pingüino con una bandera…, y recuerdo que el último fue un chimpancé en pañales que inflaba globitos. La risa me reconectó con este mundo.
Luego sané y le conté todo a Marcos, mi mejor amigo de la escuela quien por supuesto no me creyó. Pero un día una cabeza de chimpancé asomó por su mochila. Unos globos desinflados acompañaban al disfraz. Marcos había sacado la idea de un cuento y ese día prometimos que el puerquito, el pingüino y hasta el chimpancé, salvarían a los niños de la Restopilia.
Tiempo después nos crecieron destinos individuales y urgentes. La medicina me trajo la amistad de Verito, la de los ojos siempre asombrados. La misma Restopilia que me enfermó a los once volvió adulta a llevarse a esa niñita. Verito supo que la fiebre cumpliría su promesa de internarla en la profundidad de la guerra más grande del futuro. Antes de morir me regaló a su peluche favorito: Petisa. Yo le di mi mejor sonrisa: la que me salvó a los once se fue con ella.
Al siguiente día renuncié al hospital. Las calles que he recorrido desde entonces son los hilos de un títere viejo que ha ido maltratando a Petisa tanto como a mí. Pero justo ahora, 19 años después de mi Restopilia, llorando por la muerte de Verito, seco mi vista y veo el anuncio clasificado en la calle:
SE BUSCA COMPAÑERO
PARA GPO DE ENTRETENIMIENTO
DE NIÑOS ENFERMOS.
INF. MARCOS F. 555 213 51 71
Me quede parado con el rostro expresando dolor, preocupación y una profunda tristeza, pero no puedo contar todo así como así, regresemos un poco en el tiempo, trabajaba en una oficina, todo el día sentado tecleando números y recados de mi jefe, en ese entonces me importaba poco ya que después del trabajo iba al edificio de a lado cada día donde había un pequeño restaurante, ahí estaba el alivio de cada día, una camarera cuyo nombre era ¨brenda¨.Tenia 2 años de conocerla, me había enamorado de ella con el paso del tiempo, yo tenia la idea de que ella también sentía algo por mi,un domingo a medio día fui para verla en su descanso ya que era su cumpleaños sabia que le gustaban los perros y le compre uno parecido al que tenia pero ese día el edificio había cerrado, en la puerta había un letrero que decía:
Estimados clientes nos entristece mucho anunciarles que por falta de recursos económicos el local ya no podrá continuar, gracias por tenernos en su preferencia durante este tiempo.
ATE: Todos los trabajadores
Me quede parado con el rostro expresando dolo, preocupación y una profunda tristeza, de pronto el celular sonó, era un mensaje que decía:
Lo siento, no logre a avisarte fue muy repentino, espero volver a verte, me mudare a otro estado, en mi antigua casa de la que te había contado, partiré hoy a las 4:pm me iré en un autobús , si no te vuelvo a ver quiero que sepas que te amo.
El celular marcaba la hora eran las 3, la estación estaba a poco mas de una hora, no lo pensé y tome el primer taxi que vi, le dije al conductor que le daría todo el dinero que llevaba si lograba hacer el recorrido en menos de una hora, el acepto, mientras el taxi avanzaba yo me hundía en mis pensamientos y recuerdos que tenia con ella, el tiempo paso rápido, el conductor de pronto me hablo sacándome de mi estado de trance, vi la hora y faltaban 15 min para que ella se fuera, le pague al conductor y salí corriendo lo mas rápido que podía mientras cargaba al perro, de pronto la vi, estaba de espalda pero la reconocí me quede parado a unos metros de ella pensando que hacer, en ese momento una imagen de se me vino a mi cabeza, era yo pasmado mirando el cartel del edificio, con el perro que planeaba regalarle, cuando regrese en mi no supe que hacer. Pense en que podia ofrecerle mi casa y que no se mudara o irme con ella y dejar todo atras, o simplemente dejarla ir adonde ella quisiera, sabia que esto podria cambiar mi vida.
Hagamos una pausa, en esta ultima parte necesitare de tu ayuda, si tu el que esta olvidando lo que pasa a su alrededor, tu decidirás la ultima parte, preguntas, ¿porque ? si ese es el deber del escritor, no soy un gran escritor y quiero que la historia te agrade así que tu decidirás esta parte, bien ahora continuemos
Di unos cuantos pasos hacia ella, faltaba poco para que lograra tocarla, me quede pensando un instante cuando me decidí a…….
Luego de eso me di cuenta que esto no era un cuento de hadas, simplemente es una historia de verdad
Sin moverse, el miedo y el enojo le habían impedido salir tras de aquel ladrón. Los testigos, sólo escuchamos mentarle la madre con coraje y nada más.
El dinero va y viene; lo que nunca vuelve es la valentía, pronunció.
Con la mirada al piso, los testigos, miramos su bravura como un canino grande y fuerte con los colmillos afelpados ladrando por auxilio, ladrando por una por una moneda para volver a casa.
Jonh Cerón
Fedele
Era inexplicable el dolor que sentía Don Chuy por su amado perro,el cual ya había fallecido, tenía la necesidad de saber que su mejor amigo estaría bien.Don Chuy siempre tenía el mismo sueño, pero no era eso lo que le perturbaba, era el hecho de saber si su amigo “Fedele” le quería decir algo a través de su sueño, de pronto una mañana entendí que el mensaje que su amigo “Fedele” le quiere dar, es que el tenia planes que no había realizado ya que uno de ellos, era terminar su carrera de periodismo y que el prácticamente se veía obligando al perro a caminar, lo cual el perro le decía que, Don Chuy y «Fedele» habían invertido los papeles,que obliga a su yo interior a continuar y no tener miedo a vivir.
Esa mañana había amanecido con muchísimas ganas de explorar el mundo desconocido. Desafortunadamente, los tubos helados de hiero- que lo mantenían bajo observación- no le permitían salir de su celda. Cada mañana, se le olvida todo el recuerdo del día anterior; para él era un don poder renacer de nuevo cada mañana. Todo se le olvidaba, menos la existencia de su perro. Se ingenuo una manera de salir, al lado de su perro quien usaría como protección. Al romper por la ventana de su celda, sonaron las campanas. Duro tres días explorando el mundo con su mascota. Todo iba muy bien, hasta que poco a poco se le acercaba la captura. Él se sentía invencible- inconsciente que lo perseguían- ya que su perro lo protegería de cualquier cosa o persona. Se instaló cerca de un mercado, para que con su perro asustara a la gente; deseaba que de tantas cosas que veía cada día- se le quedaran grabadas las carcajadas de tan siquiera una persona.
(JR)
La raza dorada
Lo vi afuera del edificio donde vivía Juan justo cuando íbamos saliendo a tomar un café.
-¿Qué hace ese señor con todas esas cosas ahí a la entrada de tu edificio?, pregunté
– ¡Pinche loco, ni me lo menciones! lo echaron a la calle por que en su departamento tenía como veinte o más perros, dijo Juan mientras sacaba su cigarro y lo prendía
– Estaba creando la raza dorada dijo Lola, la esposa de Juan, riendo
– ¿La raza…. qué? ¿qué es eso?, les pregunté casi a punto de soltar la carcajada
– Una mamada, continuó Juan interrumpiendo sus palabras solamente para fumar.Tenía muchos perros y el olor ya era insoportable, cuando vinieron a desalojarlo el tipo dijo puras incoherencias entre ellas que estaba creando a la «raza dorada». Eso a Lola le hace mucha gracia. A mí la verdad me da mucho asco todo esto. Dejó el edificio oliendo a diablos.
Dejamos atrás el edificio aquel con un tipo loco que tenía un cachorrito, con una notoria mancha negra en la frente, entre los brazos. Cuando regresamos de tomar el café ya se habían llevado los muebles y pertenencias de ahí, ya no estaba el señor y por supuesto tampoco estaba el cachorrito que tenía entre los brazos y al que protegía tanto. Cuando tiempo después le volví a preguntar a Juan acerca del señor y el cachorrito con esa extraña mancha en la frente me dijo que ningún vecino sabía nada al respecto…
¿Quién iba a decirnos que ese cachorrito indefenso se convertiría en esos animales mutantes con frente manchada de negro que, dada su capacidad de apareamiento y procreación así como su agresividad, tendría ahora a la humanidad al borde de su extinción?
“guau guau” cuidado carnal, mi perro esta rabioso! Aguas, no te vaya meter una mordida.”
“nel carnal, por aquí nosotros somos los que andamos dando mordidas… perros.”
“Cuidado güey, que no te vaya oír uno de la chota llamándolos eso porque te meten una paliza”
“ya se güey, pero es que no se vale. Uno se parte el lomo trabajando, y a penas y le alcanza a uno para vivir como para que estos hijos de su—
“ey, cuidado güey. No hay por que ofender a las madrecitas.”
“tienes razón. Namas que me desespero con la situación y tu andas acá de payaso”
“pos, pa que se amarga uno la vida?”
(JR)
Tras trece años de fracasos, Trueno Torres el alguna vez temible detective, tomo por asalto a un grupo de traficantes, acompañado por su inseparable pastor alemán de peluche, armado únicamente con su furia, apoyado por nadie.
Peleo como un toro, murió como un tonto.
Los héroes nacen y desnacen donde la cordura se termina.
La sorpresa
“Quiero un perro,” exigió el niño obstinado con ojos demasiado grandes para su cara. Era la quinta vez que lo había dicho ese día, y su padre ya no sabía cómo responder. Le había explicado que es una responsabilidad enorme tener un perro en la casa, y que no tenían ni el tiempo ni el dinero para hacerlo. El niño, con sus seis años y la cabeza lleno de sueños, no lo entendía.
El padre salió a la calle y respiró profundamente… ¡cómo quería darle todo lo que pedía a su hijo! Caminaba lentamente, pensando, cuando vio la juguetería que había sido su sitio favorito cuando él tenía la misma edad que su niño. La fachada ya era vieja y desmoronada, pero todavía se sentía un poco alegre al verla. Decidió entrar… quizás podría encontrar algo para hacer que su hijo se olvidara completamente del compañero canino que no podía tener. Y, al entrar, encontró el sustituto perfecto.
El padre volvió a su casa, con un pastor alemán de peluche en las manos y la esperanza de ver dos ojos grandes y felices al su regreso. Casi había llegado a su escalera de entrada cuando la puerta abrió y su niño salió corriendo. “¡Tengo un perro!” gritó el chico, con una sonrisa formidable. Y, a la sorpresa del padre pero no de su hijo, el perro saltó de sus manos y corrió a recibir a su dueño nuevo.
(JR)
Un día como cualquiera en la construcción de aquel centro comercial después de una larga jornada de trabajo ¡por fin! se acercaba la hora de la comida todo parecía marchar como siempre, los trabajadores están apunto de salir.
Pero no saben que un hombre se encuentra al pie de la puerta de salida, acompañado de su mascota la cual esta muy bien entrenada. El hombre solo quiere hacer una pequeña broma a los trabajadores para alegrar su día.
BRENDA MERCADO
MANUAL DE BRUJERÍA SUTIL, RECETA #?.µ
PARA SUPRIMIR UN HECHO HISTÓRICO TRIVIAL reúna la mayor cantidad posible de notas y reportajes impresos que sobre ese hecho existan y déselos a devorar a su Familiar. Después, redacte la nota que desea aparezca en sustitución, imprima tantas copias como las que su Familiar devoró y cómaselas. Al día siguiente la nota habrá cambiado sin que nadie más que usted recuerde la noticia original. No se garantiza su efectividad en los medios electrónicos, pues estos no suelen obedecer la rigurosidad del tiempo. Tampoco se recomienda para hechos históricos no triviales, pues alterar la historia a tal grado puede causar efectos más impredecibles que el de una mariposa aleteando en el momento propicio.
Promesas
Ese 25 de octubre era el día, Alfredo planeó con dos meses de anticipación y mucha emoción el reencuentro, vería a su hija Frida,
«Estaremos en casa, esperándote» la voz joven que salía de la bocina del teléfono se lo prometió al final de la llamada.
Él se fue al extranjero a buscar suerte, 15 años le tomó mantener a su hija y a su madre, quien cuidaba de Frida, desde la distancia, cortas pláticas por teléfono eran el aliento que lo animaban a seguir día a día su rutina pesada en esa oscura oficina donde sólo el idioma inglés se hablaba. Frida no sabía mucho de su padre, mas tenía mucha ilusión al hecho de verlo después de tanto tiempo.
Sólo una foto del día de su boda la acompañaba, una mujer bella tomaba a su padre de la mano en el retrato, esa mujer no abriría los ojos para ver el rostro de su hija, no la tomaría en sus brazos ni calmaría su llanto, ni ese día…
Tomó el primer taxi que vio fuera del aeropuerto y todo fue al maletero a excepción de un perro de peluche que Alfredo compró, el cual reemplazaría el que de niña, Frida, tanto anhelaba.
El tráfico estaba lentísimo por una avenida principal, «seguro chocaron a alguien» pensamiento fugaz de Alfredo, pero patrullas y ambulancias intentaban pasar, lo tomó con calma y sugirió al taxista tomar una calle alterna para llegar rápido a su destino.
El sonido de las ambulancias no se alejaba, Alfredo no pudo contener más su nerviosismo, al doblar en la esquina, una torre de humo negro reemplazaba el edificio de los departamentos donde Frida y su abuela estarían, «nadie salió, no pudieron siquiera evacuar los apartamentos, sólo explotó».
Alfredo salió del taxi sin aviso, sin maletas, sólo se alejó del lugar y caminó en sentido contrario al siniestro, varias cuadras, muchas cuadras después el seguía caminando con el perro en sus manos, sin expresión alguna en su rostro, el shock lo había paralizado…
«Las promesas se pueden romper, hija…» Decía sollozando, lleno de escombro y tierra, en soledad.
El aviso oportuno.
Periódicos que anuncian noticias de varios meses atrás, quizá años, periódicos que en algún momento fueron notificadores para el país, y que ahora solo son huella del pasado amargo que este guarda, su función en este momento es cubrir el vidrio sucio de esta puerta.
Sentado en una banca me encuentro, observando esos periódicos llenos de noticias irónicas igual que el resto de la ciudad, acumulados unos tras otros y pegados sobre el cristal de la puerta, que en un pasado tiempo conducía a un lugar extasiado de productividad, de sustento y de servicios que brindar a su sociedad, no como ahora que lo inunda la suciedad, el desaprovechamiento y sobre todo el abandono de las personas, que no se atreverían ni a ponerle atención, tal como lo hacen con este país, este que es su país, lleno de pobreza moral y económica, de desdicha para cualquiera que no se atreva a cumplir lo que sea que se propone. Y me pregunto ¿Qué habrá pasado? ¿En donde quedo ese entusiasmo de las personas al decir que sienten amor por este país? ¿En dónde quedo la oración ¨amo México¨? seguro es que ya a nadie le importa, por eso ha llegado a esta triste situación. Ahora se está derrumbando ese lugar atravesando el cristal.
Sin embargo el hombre robusto y de cabellera abundante se acopla al sitio, se enfrenta y al mismo tiempo huye de la realidad, me pregunto que habrá sido de él en una vida pasada, supongo que tenía una familia, y al llegar a casa los miraba y era inevitable escupir esas amargas palabras “aun no tengo chamba”, y entonces se dispone a salir de ese pueblo mediocre de oportunidades y venir a la capital a “probar suerte”, ¡A que canijo país! que uno ama y odia al mismo tiempo. Esta este hombre lleno de desesperación y esperanza, de alivio pero del mismo sufrimiento que carga desde la niñez cuando ya no era necesaria la primaria, pues había que ayudar en los quehaceres del campo, ahora ha dejado pasar más de la mitad de su vida tratando de sobrevivir con unos cuantos pesos, aprovechándose cualquier ganga, con una esposa e hijos y sueños que se hacen realidad en su mente, como sucede con demasiadas personas, que de alguna forma están destinadas a pudrirse junto con este país, pero que puedo decir yo, hombre desempleado sentado frente a todo esto leyendo como ayer “El aviso oportuno” con la esperanza de no joderme como todos.
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