Esta bitácora convoca a su nuevo concurso de minificción (o microrrelato). Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de enero. Quedan invitados. Y feliz 2014.
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A TRAVÉS DE LA CORTINA
“SE TRASPASA ESTE LOCAL
DE PREFERENCIA PARA NIÑAS CON CURIOSIDAD POR LO QUE HAY MÁS ALLÁ, ADENTRO Y DETRÁS DEL MUNDO
TRATO DIRECTO CON EL PROPIETARIO LEWIS “CONEJO BLANCO” CARROLL
FAVOR DE NO SER TAN PUNTUALES”
Leyó la fatigada niña en un letrero decolorado por el sol, pegado en la cortina enrollable de acero oxidada -e imposible de abrir- del pequeño negocio de espejos abandonado, antes de acostarse en el escalón de la entrada y dormir toda la noche. Soñó que inspeccionaba todo el interior del local, pero jamás vio ni escuchó nada; sólo se movía de un lugar a otro siguiendo la sensación de calidez con que la breve luz solar acariciaba sus zapatos en cada habitación, y esto fue lo que más le gustó. A excepción del trancazo que se dio en la cadera con una pequeña mesa, no tuvo reparo. Pequeño descuido. No le importó. Firmó un contrato con el dueño y quedó satisfecha…
El movimiento de muebles, golpeteos de martillo, serruchos y murmullos de gente dentro del local la despertaron esa mañana a temprana hora. Se sentía entumecida de los hombros hacia abajo. Adentro escuchó el sonido familiar de unos zapatos acercarse; entreabrió los ojos y le pareció vislumbrar que una silueta, igualmente familiar, atravesaba la cortina cerrada y se colocaba junto a ella. Todavía acostada, entre lagañas, atontamiento y un gran bostezo, volteó poco a poco hacia arriba para mirar a esta persona, primero pies, rodillas, piernas, cintura, codos, antebrazos, muñecas, manos, dedos… y luego nada, el vacío; y reconoció a la mitad de su cuerpo que se inclinaba para darse a sí misma (por así decirlo) una palmadita en el hombro, y volvió a entrar.
hola hola los microcuentos son vía twitter o en esta página justo d+onde hago este comentario ¿?
Hola. Los cuentos se deben poner en esta página. 🙂
Mentiras
Sus padres no estaban. Ella decidió que esa era su oportunidad, por fin vería la luz y lo que había leído sobre ella, el como iluminaba las cosas y las hacía brillar. Lentamente caminó hacia la ventana en la que su madre por descuido olvidó poner la cortina. Pese a las advertencias sobre una supuesta enfermedad, su paso era firme, no podría creer que algo tan maravilloso como la luz le hiciera daño, no creía que en verdad esas historias de miedo que le contaban sus padres fueran ciertas. Se paró frente a la ventana y los rayos del sol la consumieron. Fue una lástima que le dijeran que los suyo era fotofobia. Mentiras, ella era un vampiro.
Caminó sin demora hacia las tres ventanas que, en el pasado, anunciaban un atardecer más en el encierro. Caminó hacia la luz de esas ventanas porque sabía que la puerta estaba cerca de ellas. Una puerta que jamás se abría; una puerta que de puerta sólo había tenido el nombre.
Todo ese tiempo la luz de las ventanas sólo había representado la fantasía de la libertad. Fantasía que ahora se había roto, para dar paso a la realidad: la puerta se había abierto después de mucho tiempo.
Volvió hacia las ventanas ahora con un nuevo significado. No las volvería a ver, y la idea de ello le gustaba. Era libre al fin.
¿cuál es el máximo de extensión?
No hay un máximo preciso, pero un buen límite práctico podría ser una página de extensión, o unas 200 palabras.
Úps…yo me sentí Monterroso, ¿puedo presentar un nuevo relato o ya valí? :O
Puedes proponer todos los textos que quieras. 🙂 Y gracias por animarte a participar.
se pueden ir escribiendo los que se me ocurran hoy luego otro en unos tres días y luego otro al fin del concurso y así? sin limite?
Puedes escribir los textos que quieras, cuando quieras, hasta la fecha de cierre del concurso. 🙂
gracias 🙂
«El Arrebatamiento ya pasó!!! solo que despertaste tarde y no te diste cuenta de él…mejor suerte en tu próxima vida»
Fiebre de domingo por la tarde
Iliana y sus padres tenían poco de haberse mudado a aquella casa. El domingo por la tarde, se detuvo en el pasillo y los tres cuadros luminosos la motivaron a esforzarse por bailar como el personaje de una de sus películas preferidas. Al fin se despojaría de esos zapatos y calcetines que le provocaban indiferencia y se vestiría con algunas prendas setenteras de su madre. Todo planeado: la idea sería arreglarse, regresar a las luces de la pista y sobre la mesita poner la grabadora para darle play. Por la ventana descubrió que unos chicos la observaban desde la casa de enfrente. Ellos podrían ser su público y a Iliana le encantó la idea. Pero era lo suficientemente tímida como para exhibirse. Debía tomar una rápida decisión si no quería que el sol terminara por ocultarse. Tal vez para el día siguiente sería tarde y habría una cortina dispuesta a eliminar las imágenes que estaban por dar pie a su fantasía.
Familiares y amigos, les quiero
Que le jodan a mi madre, con su reproche continuo, y por lo que me hizo. Ahí se queda con mi «vete a la mierda», bien alto y claro. Que le jodan a mi padre, allá en el bar donde se halle ahora el muy cabrón, con su silencio eterno, y por lo que no hizo. Que le jodan a Laura, que dice ser mi amiga y luego se come el bocadillo en el patio del instituto con la puta de Isabel, que me quiere quitar a Manuel. Y que le jodan a Manuel también, con tanta biblioteca, y por sus besos sosos. Ya basta. Que les den a todos si no les gustan. Yo, con mis calcetines blancos y sin bragas hasta el fin.
nice…
Con olor a tristeza.
Sin duda, era la mejor forma de darse cuenta de que no quedaba rastro. La noche anterior Rebeca se había portado muy necia y no quería dejar de llorar. Alex sufría migraña y le exasperaban en demasía los ruidos. Papá y mamá no estaban, era noche de cartas y los amigos nunca pueden esperar, ni porque los niñas se queden solas. Rebeca era muy risueña y cuando mostraba sus pequeños dientes, la cara se le iluminaba con el rojizo color de sus gorditas mejillas. Alex, en cambio, era de una presencia gris, opaca y en ocasiones llegaba a parecer tétrica.
-¡Deja de llorar! no te daré a Emily, ni porque llores toda la noche.- Decía Alex a su pequeña hermana mientras ésta balbuceaba y se llenaba la cara de baba o mocos.
-¡Qué dejes de llorar!, la muñeca es mía y no te la prestaré.- Gritaba Alex.
El dolor de cabeza aumentaba y Alex, que era poco paciente, tomó a Rebeca por sus pequeños brazos. De un sólo movimiento la subió a la mesa de la sala, esa que da al ras de la ventana que diez pisos abajo muestra un paisaje de gente diminuta corriendo entre semana para no llegar tarde a sus respectivos destinos. La abrió y de un arrebato Emily salió del departamento cuesta abajo, mientras su vestidito lila ondeaba con el aire frío de la noche invernal. Antes de caer al pavimento fue golpeada por un camión y salió de la vista de aquellas pequeñas pupilas verdes, llenas de lágrimas tristes, que tenía Rebeca.
La solución que había encontrado Alex detonó una serie de gritos sin control por parte de su hermana, mismos que estuvieron muy lejos de calmar la situación. Un golpe bastó para que tuviera la paz interior que tanto deseaba, uno solo y la habitación se inundó de un silencio casi mortal. ¿Qué haría ahora con el cuerpecillo? Era lo de menos, no le importaba. Alex no alcanzaba a comprender la magnitud de un asesinato.
-¿Qué haré?- Se preguntaba constantemente. -¡Mamá acaba de comprar esta alfombra!, creo que bastará un poco de esto y un poco de esto otro.- Decía mientras sus manos limpiaban la huella que dejó la herida de Rebeca.
Alex escondió el cuerpo en el armario y espero hasta la mañana siguiente. Sus papás no llegaban.
La luz del día inundó la habitación siniestra. Rebeca asintió con su pequeña cabeza, -¡Mamá no lo notará, quedó limpio!.-
Mamá y papá jamás preguntaron por Rebeca y Alex sintió satisfacción el resto de sus días, pues la alfombra quedaba como nueva. Ellos nunca volvieron. Alex fue llevada a un orfanato mientras que Rebeca llena la habitación de la casa con un agradable olor a tristeza.
el viento grito su nombre pero cuando la bese ya no estaba aqui
Mariola
Como todos los días y a la misma hora espero con ansias escucharlos. Pasos firmes que suenan a música en ese largo y frío pasillo. Nervioso, como siempre, observo la puerta blanca, que desde hace meses es mi única visión, en esa pequeña habitación. La dueña de esos pasos tiene prisa. Siempre tiene prisa. ¿A qué viene? – ¡No lo sé! – . Se abre la puerta. Percibo una imagen borrosa. Hay mucha luz que traspasa las tres pequeñas ventanas que están frente a mi habitación. Huelo su perfume, escucho su voz, su respiración… Son solo unos minutos que para mí se vuelven eternidad. Espero el beso en mi frente y un melancólico suspiro… – Ya falta poco – me dice y vuelve a suspirar. La luz es muy intensa, no logro ver como es. No puedo hablar…¡Ya no puedo!. Ella es mi único contacto con el mundo real, con ese mundo al que ya no pertenezco. Ahora, silencio…silencio. Miro de nuevo la puerta que se cierra. Sus pasos se pierden por ese inmenso pasillo. Ella ya no está. Sigo esperando los últimos días, las últimas horas, los largos minutos para que me inyecten la sustancia letal.
Aborto:
Eran las tres de la mañana y ya entraba la luz por la ventana.
Por más que intentaba huir, clavados sus pies seguían al suelo.
Nunca supo quienes eran, y nunca los volvió a ver.
Paró de sangrar su vientre cuando se apagaron las luces.
Llorando se quedó frente a la venta por la que entraron y salieron los ladrones de su preciado hijo.
La luz de Ernesto
Con los zapatitos cansados de tanto piso, con los brazos languidecidos que no han servido más que para calmar los fríos constantes desde la partida de Ernesto, Ofelia camina por la casa. Hace ya ocho meses que Ernesto no dijo adiós, sólo se fue; se fue, pero se quedó. Se quedó en la cocina con la taza favorita de café que nunca lavó, en la sala y sus libros de poesía, y el estudio vacío donde Ernesto sólo dejó su inicial en luz solar; inicial de las dos de la tarde, en el trío de diáfanas ventanas.
Tragaluz
Daniela estuvo todo el día sentada en diferentes puntos de la casa. De alguna manera el hecho de que hubiera muerto su tío Ernesto era menos escalofriante que ver todas las habitaciones vacías. Lo único que había quedado eran las esquinas de las paredes, ahí siempre había espacio para sentarse y llorar, después las lágrimas se secarían y seguirían dando forma a las mismas esquinas, como había estado ocurriendo desde hace años… Cuando creyó haber estado sentada en todos los rincones decidió abandonar la propiedad. Cuando cruzaba por la sala abandonada y se dirigía hacia la salida, la sorprendió una luz que entraba por las ventanas y se reflejaba en el piso de alfombra. Era una proyección inusual, era tan brillante que parecía emanar del piso y no del sol. Daniela sintió cómo, contra su voluntad, sus pasos disminuían su velocidad y se dirigían hacia la superficie luminosa. Acaso cuando se dio cuenta ya estaba a unos cuantos pasos de distancia. La perspectiva desde la que ahora miraba el área, le revelaba que la luz tenía la forma de una “E”. Ay, condenado Neto -pensó-. Entonces sintió cómo la E comenzaba a absorber el mundo con gravedad impetuosa; una fuerza de atracción que devoraba los vientos, retorcía las paredes de la casa, tiraba de su vestido, se lo arrancaba, le desabrochaba sus zapatos y la hacía caer. Cuando temía ser devorada por el acantilado refulgente Daniela miró hacia otro lado, tratando de escapar. Entonces reparó que bajo la ventana desde la que entraba (o salía) la luz, había una pequeña mesa con patas indiferentes y desnudas, que levantaban, como en un acto de ofrecimiento, un cajón tembloroso. Daniela lo abrió y vació su contenido en la E. La noche cayó y la luz desapareció del piso.
Daniela salió y tomó un taxi. El conductor le preguntó qué hacía tan tarde una señorita caminando en ropa interior. Daniela pensó en qué decir, pero se dio cuenta de que ya no había tiempo para explicarlo. Todo el tiempo se lo había llevado Ernesto.
En la mesita del pasillo, junto a la ventana, Leslie dejó «olvidados» los rastros de su nueva obsesión. Una pequeña bolsa con cabellos humanos, una fotografía y un trozo de tela. La pastora llegaría pronto pero no lo suficiente como para que su madre ignorara las intenciones de su siniestra hija.
La próxima vez que la viera enterrando cosas en el jardin la castigaría, le había dicho. Ya ella había tenido malas experiencias con los consejos de la pastora, esa pálida mujer de aliento putrefacto, que no parecía envejecer. Hace años que había dejado esas tonterías. Hace años que tenía pesadillas y persistía la inquietud que le producía ese pedazo en la esquina, donde brotaban y brotaban frutillas amargas, que eran devoradas diariamente por enormes babosas y caracoles. En las tardes lluviosas hasta le parecía que los rojos corazones nadaban como en sincronía. Como si el que habitaba ese subsuelo hace tantos años, fuera a liberarse y arrastrarse hasta su puerta.
Lo primero que pensó al llegar al otro plano, fue cómo contactaría a su hija sin provocarle un sobresalto.
–¡Ya sé: una rayuela con puertas dimensionales! –exclamó.
Elena es española, sus padres han viajado al rededor del mundo toda su vida, pero esta vez el tiempo se prolonga, por fin su padre es el nuevo embajador en Tokio. Elena pensaba que era una chica que se adaptaba fácilmente a las diferentes culturas, su paso por Europa y Latinoamérica la había hecho pensar que podía llegar a cualquier espacio en el mapa y sentirse a gusto… Tokio fue diferente.
¿DONDE ESTOY?
¿donde estoy? no lo se, pero aun puedo ver la esperanza brillar delante delgran avismo que no medaja continuar mis pasos alento segando mis ojos. si tan solo pudiera alcanzar aquella ventana cristalina.
entonces ¿por que no sigues?- una voz escudecir- sigue, sigue no temas, alguien te espera, no desmalles prosigue sin descansar.
Mamá dijo que volvería, que esperara en casa. Lo dijo anoche, yo estaba en cama, no recuerdo bien si la escuche entre sueños, o tal vez lo susurro mientras dormía.
Al día siguiente no la tenia, no encontraba a la madre mía. Ya han pasado 5 días, se me acaban la comida, el animo y la energía. Arroz y huevo, no se cocinar otra cosa y no puedo pedir ayuda a la vecina. Mama cerro con llave, la única salida.
Hoy hace ya 15 días, te extraño madre mía. Pude abrir una lata de sardinas, la hojalata me corto un poco los dedos. Para mañana no hay mas comida, con esta ultima lata me quede con la casa vacía. Se que no debo preocuparme, ya pronto traerás un nuevo hermanito, estoy segura que seremos felices los tres. todo saldrá bien, he orado todos los días. Tengo hambre y no hay comida.
Los dolores en la barriga, me sacan lagrimas. todos los días he estado de aquí para aya, de ventana, en ventana, haber si te veo madre mía. No pasa nadie en la calle, no puedo pedir ayuda, mucho menos comida. Nadie viene nunca por mi, ¿te olvidaste de mi madrecita querida?. No importa que no llegues, seguiré así, de ventana en ventana, de aquí para aya, te esperare por siempre y después de eso madre mía.
[…] escribí como una simple entrada (un comentario) en el concurso digital de Alberto Chimal en el Concurso #97. Que gane o pierda, es realmente poco importante, pero lo publico aquí por que me gusto y quisiera […]
TOCANDO FONDO
Tras la crisis del ladrillo y las hipotecas basura España decidió reinventarse. Atrás quedaron los tiempos de los lofts y las viviendas nicho. Ahora lo que se lleva son los zulos luminosos proyectados en el suelo. Espejismos inmobiliarios con los que se espera salir de la crisis. Agujeros calientes y confortables para homeless y familias desahuciadas (que son muchas). Por unos pocos euros tendrán un agujero donde caerse muertos. No lo duden y aprovechen esta oportunidad irrepetible. Cambien su banco en el parque, sus cartones o su cajero automático por los nuevos zulos luminosos de protección oficial que ha sacado a la venta el gobierno. Unidades limitadas. Sólo hasta fin de existencias. Oferta válida hasta antes de que se haga de noche y luego no se vea. Con un poco de suerte y si no vuelve a salir el sol, hasta puede quedarse sepultado eternamente. Y para entonces ya no tendrá que preocuparse de los recortes en sanidad, educación y ayudas a la dependencia.
«Estrella de la mañana»
Desde su posición parecía una «E» escrita con llamas blancas.
Era una sola ventana —separada por tres divisiones— y una mesa bloqueaba un poco de la luz que iluminaba la alfombra, formando la letra en el proceso.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó la muchacha, apretándole la mano con fuerza.
Cualquier mortal que hubiese recibido un apretón así habría chillado de dolor, pero él no. Después de todo, ser un inmortal que merodea de noche e inmune a casi cualquier dolor implicaba grandes ventajas.
El pavor a la luz del sol no era una de ellas, por supuesto.
Se suponía que este pasillo era seguro, que estaba protegido de aquel brillo funesto a toda hora. Había confiado en su «amigo» y sus palabras sedosas… y ahora tendría tiempo de sobra para arrepentirse.
Si la miraba desde otro ángulo, podía ser una «m».
—¿Qué haremos, querido? —Su voz trataba de sonar calmada, pero había un tono levemente histérico en ella: estaba asustada, aunque nunca lo admitiría.
Miró una vez más la disposición y tomó la decisión.
Ninguno de los podría arrastrarse debajo de esa diminuta mesa —él menos que nadie— y debían llegar a su refugio tan pronto como les fuera posible; quienes los perseguían no eran rápidos, pero sí implacables.
Se inclinó y le besó los labios levemente, apenas posando los suyos. Sin darle tiempo a hablar, se quitó el sobretodo y la envolvió en él rápidamente. Escuchó sus protestas ahogadas, pero fue incapaz de discernir las palabras. La sentía resistirse bajo el grueso abrigo, luchando por liberarse. Antes que las dudas —y la fuerza descomunal de su «querida»— lo detuviesen, la levantó del suelo como si se tratara de un saco y la lanzó al otro lado del pasillo.
Mientras ella volaba envuelta, a través de la parte iluminada, la gruesa tela negra comenzó a arder como expuesta al fuego. Supo de inmediato que las llamas venían desde adentro y que aquel cruce le dejaría cicatrices para siempre. Por su parte, sabía que jamás se dejaría atrapar: prefería abrazar el amanecer voluntariamente que quebrarse bajo el yugo de sus perseguidores.
Caminó hacia la luz y dejó que el sol lo convirtiera en una estrella de la mañana.
Ventanas
El tiempo se detuvo. Era como si la luz, al entrar por las ventanas, invistiera de una inmovilidad absoluta cuanto tocaba. Pero no era que se hubiera detenido, más exacto sería decir que ahí no existía. No porque no lo hubiera intentado. Había tocado varias veces a la puerta, y después a la ventana. Sin respuesta.
Sus piernas, empapadas de esa luz, del blanco de la luz, de la inmovilidad de la luz, no podían siquiera esperar. Ya he dicho que ahí no existía el tiempo. Y cómo se podría esperar si no hay días, ni minutos ni horas, ni miserables segundos que indiquen algo, y que ese algo va a cambiar, y que ese algo que cambió va a terminar.
Seguramente van a preguntarme cómo algún lugar, por remoto que sea, pudo escapar del tiempo. Cualquier respuesta sería mentira. Además, ¿tiene sentido la geografía cuando algo es permanente, estático como la sonrisa de Dios? Tampoco les diré que tiene seis metros de ancho, diez de largo y dos y medio de alto. Sería irrelevante. E irreverente.
No sé por qué me entretengo en estas cuestiones absurdas. De lo que quería hablar es de sus piernas, que en su momento y a su edad eran largas. Que ahora son largas para siempre. Tal vez ni siquiera de eso. De las ventanas, eso era.
La sustancia fosforescente
Se acercaba con temor a la ventana, casi sin hacer ruido, había escuchado un fuerte ruido y de inmediato se levantó de su cama, su madre no salió de su recámara, así que caminó hasta el cuarto de ella y la vio profundamente dormida y sin notar la luz tan grande que entraba por la ventana y que empezaba a tener forma de una criatura extraña, con varios brazos y antenas
-¿Quién eres?- preguntó- ¿eres un extraterrestre?- y lo vio señalarle un cuaderno y una pluma que estaban en la cama, fue por una mesa de patas negras y largas, la acercó a la ventana, junto con el cuaderno y la pluma.
Entonces un fuerte viento apareció y abrió la ventana, entró algo de humo, cuando todo acabó, no estaba ni el cuaderno ni la pluma, ella intentó caminar, pero lo único que sintió fue una mano en su rostro y luego, se quedó dormida, muy dormida.
Cuando despertó, estaba en un laboratorio vio varios tubos con una sustancia fosforescente, criaturas con piel verde y arrugada que hablaban en otro idioma, una tenía agujas en el cuerpo y con lo que le sacaban hacían lo que le inyectaban a otra niña a la que le preguntó que les harían.
-Van a …- y ya no pudo decírselo, esa sustancia causó que hablara como extraterrestre
A ambas les hicieron lo mismo, yo estaba ahí, una de ellas me contó su historia, soy la siguiente, ¿que crees que me harán?.
Al alba no sabrás nunca más de mí
Al principio había sido un punto blanco, apenas una mancha de polvo quieta en la alfombra, y hubiera podido ser que Marina jamás la viera, pero la vio (cabe preguntarse cuánto tiempo llevaba allí entonces, cuántas veces Marina le había pasado por encima, con zapatos de cuántas tallas distintas, si incluso estuvo allí antes que Marina y en ese caso, cuántas generaciones humanas habían pasado indiferentes a su lado, porque Marina no supo de ella hasta que la vio, ni nadie más, que sepamos. Puede ser, entonces, que se encontrara suspendida en el aire y sólo con la construcción del edificio se haya vuelto accesible, y si a la gente no le diera por construir ciudades tan altas todo esto no hubiera ocurrido. Pero ocurrió. Marina la vio) y sin nada mejor que hacer la aplastó, y sintió que su pulgar se adhería a la alfombra como cuando olvidaba un caramelo bajo el sol, e iba más allá, se hundía un poquito, como si el punto lo chupara, y al quitar el dedo descubrió que aquel era más grande: ya no un punto, quizá diez o quince puntos juntitos, muy apretados. Repitió la operación, ahora apretando, y de nuevo creció, y otra vez, y otra, hasta que su dedo cupo entero, y pasó por la alfombra. Pasó la tarde ensanchando el borde, jalando para aquí y para allá, pensando qué pasaría cuando su padre llegara y viera ese desorden. Pero acabó, cerca del atardecer. Marina estimó que ya cabría completa por el agujero. Se puso en pie, tembleque. Y saltó.
Era la última vez, ya lo tenía decidido; la última vez que atravesaba el corredor con esa sucia alfombra gris que tan malos recuerdos le habían dejado. Volvería a empezar, sin disfraz de ni?a, libre, pisando en yerba verde, respirando airé puro, donde el corazón no latiera de miedo sino de amor antes de entrar a una habitación. Nunca más.
Esperabas salir de la oscuridad y encontrar la luz, pero lo único que encontrarás es una nueva tristeza. Esa, y no otra, fue la razón por la que te dejé marchar.
Habíamos estado discutiendo las mismas cosas de siempre, las muchas cosas de siempre. Y quizá ahora ya no tenga sentido enumerarlas, como tampoco tiene sentido recordar las tres únicas alegrías que nos mantenían juntos.
Toda escritura, dicen, es un viaje a la memoria. Pero, ¿y si tampoco eso vale la pena? De cualquier modo, piénsalo, somos un par de peces en medio del océano; con los mismos problemas, los mismos gritos, los mismos claroscuros, las mismas despedidas, los mismos silencios.
Yo me quedo aquí, diciendo adiós desde el fondo de las palabras. Tú serás feliz, intensamente feliz, fugazmente feliz. Y luego, como todos, volverás a perderte. Porque esa es la condición humana: venimos de la noche y volveremos a la noche.
«Uno, dos, tres…» En su mente contaba los pasos como si estuviera recitando su canción favorita, pero al caminar sobre esos pisos viejos y tristes, con las paredes desmoronándose y la pintura haciéndose cachitos, se daba cuenta que esta era una de sus situaciones menos favoritas. ¿Alguna vez has tenido un ataque de pánico? Pues ella si… Sus manos sudan a su costado y sus dedos chasquean con ansiedad; su pecho se levanta notoriamente mientras trata de respirar lo mas que puede de aire puro; su corazón late a más de 100 latidos por minuto, tanto que puede escuchar su latido en sus oídos; su mirada se encuentra borrosa y tiene que parpadear un par de veces para que sus ojos se enfoquen; su piel está tan blanca como una hoja de papel y fría al contacto. Siente aquellos rayos de sol que entran por la ventana penetrar sobre su piel, pero no ayudan a que esta absorba un poco de calor. Tiene miedo. Miedo porque ha vivido 24 años y en pocos segundos perderá a la persona más importante de su vida, quién le ha dado los recuerdos más dulces y amargos por 20 años. Llega a su destino y mira la puerta, no sabe que encontrará detrás. Por su mente corren recuerdos y antes de que pueda abrir esa puerta, alguien la abre por ella del otro lado. La mujer dentro se ríe de la cara de incredulidad que la otra mujer, que está al borde del pánico, posee. Esta última parpadea dos veces, abre y cierra la boca con sorpresa, y cuando finalmente se da cuenta que aquel apartamento sigue habitado, se lanza hacia los brazos de quién está delante de ella. Toma un respiro y por fin sonríe, porque aquella mujer lo acaba de dejar todo para permanecer ahí con ella. Al final de todo que importa el trabajo y el amor cuando puedes tener a tu mejor amiga.
Esta noche haré un asesinato
Hola Carlos, llamo para decirte que si encuentras en la calle un cuaderno que dice tu nombre es mío, puedes quedártelo, no importa, si está en la calle es porque me cansé de escribir tu nombre, estoy preparándome para tirarlo, tengo el cuaderno y estoy cerca de la ventana de mi casa, esta noche haré un asesinato, voy a matar lo mucho que te quiero de la única forma que puedo: «tirando el cuaderno que me recuerda a ti» y no volveré a hablarte como antes ni te compartiré de mi jugo en el recreo.
Carlos Francisco, no has merecido que escriba tu nombre porque cuando íbamos al Jardín de niños decías que me amabas, pero entramos a la primaria y me cambiaste por esa niña pecosa y rubia que no ha de saber ni que es un asesinato, bueno, yo tampoco lo sabía, escuché esa palabra sin querer y le pregunté a mamá que significa, pero aún así, ¡ella no es más lista !, pregúntale a la maestra Lupita y verás.
Colgaré y tiraré el cuaderno antes de que llegue mamá, porque cuando está no me deja acercarme a la ventana, adiós.
La tierra de las extrañas zapatillas
Estaba cansado de viajar por dimensiones extrañas donde los ligeros cambios lo hacían volverse loco. En una dimensión su padre lo amaba y eso lo estresaba porque él lo odiaba con locura. En otra nadie decía la H como letra principal y se sustituía por la letra F, entonces hermosura era fermosura: saber eso le hubiera ahorrado la vergüenza de la primera cita donde la muy canalla se había burlado de él. Por muy extraño que pareciera nunca se encontró con sus otros “yo” suponía que también habían encontrado la puerta y que, como él, estaban perdidos en bizarras dimensiones.
Fue de nuevo aquél hotel abandonado donde había encontrado la puerta. El olor era el mismo en todas las dimensiones: a moho y otro olor no identificable que le raspaba la garganta. Se preguntaba qué pasaría si llegaba a un lugar donde el hotel estuviera habitado… la gente desaparecería sin más y ellos tardarían, dependiendo de la dimensión, un buen tiempo sin darse cuenta de que no estaban en casa. Embelesado en sus pensamientos apenas se dio cuenta cuando llego a la puerta que consistía en una ventana que reflejaba en la desvencijada alfombra una sombra de luz solar perfectamente cuadrada.
Se acercó lento. Esa dimensión le gustaba, tenía que pensarlo. Tenía una novia bonita, un gato gris con ojos amarillos, siempre había querido uno pero su padre no lo dejó jamás y ya que pensaba en su padre, en esta dimensión se había ido a Alaska a cortar cabezas de pescado así que no tenía por qué soportarlo. Pero entonces miró a sus pies…esas zapatillas de muñeca color guinda con un pequeño, mínimo, tacón de hule. Saltó.
Libertad
Aquella mesa que le estorbaba al sol y por la cual se dibujaba una sombra abajo del vidrio de en medio, resultó ser el lugar preciso para que Alejandra se desnudara. Aquello fue decisivo para provocar el deseo de Martín, que por un instante creyó que detrás de ellos, aquellas viejas ventanas se abrían y descubrían al mundo, a la libertad. Martín vislumbró la imagen de un niño pequeño que se subía a esa mesa para alcanzar la ventana y poder ver a los niños jugando en la calle, mientras el era prisionero.
Ese niño era él.
Y cuando abrió las piernas de Alejandra sintió que por primera vez en la vida sintió, respiró y escuchó al mundo.Los vecinos llamaron a la policía pues los gemidos de Martín y Alejandra eran insoportables.
Martín estaba jugando por fin en libertad.
Lo último que escuchó la última radioescucha del mundo fue la vibración insoportable de miles de luces de neón viajando por los circuitos, desde todas las cabinas y hasta todos los audífonos. Sintió angustia. Desconectó su cabeza un momento del aparato de alta frecuencia y salió a la calle. Bebió agua del río. Miró hacia la ventana: el estéreo estaba ahí, con sus dos bocinas grandes, la carpeta tejida encima. Entró en la casa: todo lo que había tenido ahora era de luz. Volvió a salir. Tomó agua del simulador. Ingresó su huella dactilar en el decodificador. Entró a la casa. La mesa estaba allí. Apretó su sien: sus ojos proyectaron la hora: faltaba media hora para que los técnicos llegaran e instalaran la radio, el invento del siglo.
La habitación mostraba una sonrisa crepuscular, la cual se borraría al caer la última sombra del día. María entro con un poco de temor al edificio abandonado, una sombra la había conducido a través de andadores y patios vacíos. El atardecer suele jugar con los sentidos y los de ella no serían la excepción. El arma que portaba en la mano le proporciona el valor para traspasar el umbral penumbroso del departamento. Un enorme espejo la recibió en la sala, al verse reflejada no pudo evitar llenarse de un poco de vanidad; su rostro mostraba cierta jovialidad que armonizaba con su cuerpo delgado y breve. Detrás de ella apareció un sofá con dos jóvenes entregados a toscas caricias y primitivos besos. Toco sus labios con los dedos debido a que sintió la presión de una ávida boca. Un tierno abrazo la hizo estremecer, mientras su mente sucumbió al deseo más puro de la piel; en un instante, perdió la noción del tiempo. Con los ojos cerrados alcanzo a escuchar que alguien cerraba la puerta, mientras un hilo de sangre resbalaba por su cuello imperturbable. Sin miedo abrió los ojos, y sin poder emitir un sonido: se abandonó pacíficamente al espectáculo de la inevitable muerte.
Era la hora en que la estancia más cotidiana parecía la encrucijada más temible. La luna desprendía una luz que inundaba todo el salón. Estaba llena como el alma de Angustia. Y ella no podía más que afirmarse un monstruo conspicuo en su identidad. Su referendum era la sangre, su casa la ironía del espíritu yermo. No parecía tener ojos ni boca cuando se miraba al espejo y la ventana a esa hora de la noche le parecía el reflejo triplicado de su rostro vacío. No era más que un zombie en movimiento repitiendo una y otra vez la misma lección insalvable. No dormía. Porque los sueños reponen los momentos en que nadie ve el rostro. Y ella no tenía.
Suspenso.
Hizo una mueca de espanto mientras que toda la habitación se veía poseída de un aire lúgubre seguido del vestigio de una luz mortecina. El silencio se comenzaba a convertir en el peor de los tormentos y sus ojos ya estallaban en el inevitable llanto. Nada, no hay nada, sólo habita y reina la maldita nada dentro de ese cuarto de perdición. La luna y las estrellas no han venido a jugar, no hay ese milagro inesperado de último momento y mucho menos está la presencia del héroe mítico. Sólo la nada, el temor, un llanto ya sin esperanza, el abrupto silencio que se come todo a su cruel paso y ese inmenso y maldito suspenso por saber que es lo que sucederá…
No quería abrir la puerta pero le inquietaba el movimiento del mar. Era un pequeño exceso de luz que le desbibujaba su ruta de escape.
Zapatillas
En mi cumpleaños 25, el último cumpleaños que pasé junto a mi abuela, me obsequiaron como un juego un par de zapatillas moradas. Todo como un chiste, mis amigos saben que usualmente no salgo de mis Converse negros. Después de soplarle a las velas del pastel todos insistieron que me pusiera las estúpidas zapatillas, cuando lo hice todos rieron al ver lo ridícula que me veía. Todos menos mi abuela, quien me aparto a la cocina, y me contó una historia sobre como, a ella le regalaron unas zapatillas moradas también.
Mi abuelo, de quien nos despedimos hace unos años por una enfisema pulmonar, le regaló un par de zapatillas moradas cuando se mudaron a su primera casa. Nunca se las quitó mientras vivieron ahí, los dos mejores años de su vida me decía, los veranos eran cálidos y frescos, los inviernos largos pero acogedores.
Unos meses antes de salir de esa casa, se enteraron que venía en camino mi madre. Nunca pensaron embarazarse tan pronto.
Usó las zapatillas hasta que los pies se lo impidieron. En su lugar tenía que usar sandalias por la hinchazón. El día de la mudanza las dejó olvidadas en el ropero, hasta el fondo bajo unas botas viejas. Jamás volvió a encontrar zapatillas del mismo modelo. Jamás volvió a usar el color morado, no le pareció correcto.
Esta mañana despertamos y ella ya se había ido, murió mientras dormía. Lo mínimo que puedo hacer es presumirle hoy, en su funeral, que yo usaré las mias lo que sea necesario, hasta que los pies no me lo permitan mas.
Vació la habitación de Daniel. Terminó justo a tiempo para hacer pipí, tomar un vaso de agua, ponerse el suéter, agarrar las llaves del coche que colgaban del ganchito de la cocina y salir a encontrarse con su esposo y su hija en la tienda de mascotas a la hora que habían acordado.
Llegó puntual a la cita, lo suficiente para que cuando su esposo y su hija entraron al local Inés ya estuviera cargando a la cachorrita Pug que venían decididos a comprar esa tarde de viernes.
Su marido la abrazó por detrás a manera de saludo mientras su hija Inés abrió los brazos para relevar a su madre y sostener a la perrita.
En eso andaban cuando dos niñas se acercaron al trío y una de ellas le preguntó a Inés hija en tono fresa:
–Es macho o hembra.
–Hembra –respondió Inesita sin quitar la mirada del próximo integrante de la familia.
–¿La van a comprar? –insistió en platicar con ellos la más grande de las dos niñas como de siete años.
– Creo que sí –contestó Inés de unos 13 años ahora sí levantando la mirada para platicar con la curiosa nena que parecía empeñada en arruinar el momento.
–Pónganle Daniela –sugirió la pequeña.
Inés madre se desembarazó de su marido y se puso en cuclillas para platicar con la niña desconocida.
–Mi hijo se acaba de morir -se le humedecieron los ojos-. Se llamaba Daniel y se moría por una perrita Pug.
Algo oyó la madre de la chiquita pero no estaba segura de haber escuchado bien. Se acercó.
Con los ojos acuosos Inés le preguntó a la mamá de la pequeña si podía retratar a su hija y se justificó:
–Tu hija es un angelito. Perdí a mi hijo. Mi niño se murió. Llegó tu hija y me dice que le ponga Daniela a la perrita. Mi hijo se llamaba Daniel. No sabes lo que acaba de hacer tu hija por mí. Es como si mi hijo me mandara un mensaje. Tu hija es un angelito.
La segunda mitad del discurso discurrió ya con la madre de la pequeña intrusa llorando a punto de sollozar, abrazada a Inés que no había pedido consuelo. Más que abrazarla, la mamá de la pequeñita parecía colgarse de Inés como un boxeador a punto de desplomarse. Cuando hizo conciencia de esto se separó de Inés e intentó componerse para no hacer el ridículo y abstenerse de robar el más mínimo protagonismo a la madre en duelo.
–Claro que sí – respondió la madre inapropiada en el tono más neutro que halló por pura conciencia de que su presencia era sólo ornamental y nadie solicitaba su solidaridad.
Inés depositó a la cachorrita en los brazos de la niña intrusa que vestía su uniforme escolar y llevaba el cabello recogido en dos trenzas ya descompuestas. La nena sonrió ostentosamente exhibiendo a la perrita como ofrenda. Inés las retrató con su teléfono móvil.
La chiquita devolvió la perrita a su nueva familia y la escena del trío familiar con la cachorrita en la tienda de mascotas se reanudó idéntica a como había iniciado un momento antes de que apareciera la niña intrusa.
La madre inapropiada colectó a sus dos pequeñas e hizo un ademán de despedirse del trío y la cachorra. Emitió las frases más lacónicas que eligió después de haberle dado vueltas al asunto de cuál sería el pésame menos obsceno desde el momento que el diálogo se había desencadenado:
–Que Dios les dé consuelo. Que Dios los bendiga.
Daniel padre, Daniel a secas miró a la madre intrusa sin dejar de acariciar al perro que sostenía su hija y le dijo:
–Tu hija tiene un angelito en el cielo y se llama Daniel-. La madre intrusa asintió. Él prosiguió: –Mi hijo siempre quiso una cachorrita Pug y su madre lo choteaba con que sólo hasta que se casara o se mudara la podría tener. Ahora él se mudó al cielo y vinimos por su perrita.
No te muevas, sumérgete en el letargo de la horas que te consumen en el tibio atardecer –es tan fácil dejar que la corriente crepuscular te ahogue–. Simplemente vive dentro del espacio vacío que la ansiedad febril y fantasiosa creó sólo para ti. En ocasiones prefiero la inmovilidad, por lo que simplemente me quedo hecho un ovillo: al igual que una marioneta sin titiritero. Incapaz de proferir palabra o insulto alguno. Soy reflejo fiel de mi barrio, el cual está sumido en la desorientación espiritual. ¡Por lo que nadie debe alterar esta residencia del espíritu! Estoy plenamente convencido de mi propio abandono y lo legitimo diariamente (sin ser aún crónica en la nota roja). Tampoco cabalgo sobre un jamelgo flaco y viejo para salvar mujeres insalvables. Empero, ella tenía razón, hay un cierto magnetismo que me guía hacia la humedad de sus cavidades; estas oquedades no repelen la intromisión, al contrario, invisibles hilos sirven de guía para llegar al centro vital de su cuerpo. Por eso, ella está de pie frente a la ventana, contemplando el ocaso en comunión con las energías primarias e instintivas del sexo. Mientras yo en esta perorata inútil sigo acostado en la cama, desnudo, con los ojos completamente abiertos –soportando, impasible, la soberbia de la infidelidad–.
Era algo de colegio, una especie de iniciación en un club muy particular, jóvenes curiosos, la nostalgia por lo oculto. Hasta entonces no lo tomé demasiado en serio.
Fue mi primer ritual exitoso, y luego del viento y los colores, me enamoré perdidamente de su perfecto rostro tallado en la luz: Lethiz.
Me visitaba con las primeras luces del alba y se quedaba conmigo hasta el atardecer. Su delicada presencia era un bálsamo para mí, sentía su presencia en cada rayo de sol y, cuando estábamos a solas, tanto como era posible, su luz tomaba la forma de una sublime silueta de mujer antes de desvanecerse nuevamente en el aire.
Pasaron los años, conseguí un trabajo y me instalé en un pequeño apartamento no muy lejos del centro, cuando alguien llamó a mi puerta. Era Lethiz, lo supe en seguida, en el cuerpo de una hermosa mujer alvina, y empezó nuestra vida juntos.
Exceptuando las horas que yo debía trabajar, siempre estábamos juntos.
A ella le fascinaba la noche y lo que en ella ocurría. Por mi parte, tenía algo de experiencia en esas lides, así que me dediqué a mostrarle los placeres que la oscuridad tiene para ofrecer.
Visitábamos conciertos nocturnos y cerrábamos vares cada noche antes de ir a esperar el sol a alguna plaza, solos los dos, pero aquel estilo de vida pronto me pasó la factura y, por temor a perder mi empleo, decidí bajar el ritmo.
Lloró una noche entera, la primera vez que me negué a salir con ella.
—Los humanos necesitamos dormir —le dije, y lo entendió, pero ella carecía de las limitaciones de mi humanidad. Pronto dedicó las noches en que yo dormía a dar largos paseos, entretenida en actividades que eran un misterio para mí.
Regresaba por la mañana, feliz y risueña, conversadora, siempre hablando de sus alegrías y aventuras. La envidia crecía en mí, el deseo de tenerla cerca dio paso a la frustración y luego a los celos. Le grité un par de veces, recriminando sus compañías y cuestionando sus intenciones, lo que sólo logró alejarnos más.
Tenía amantes, lo sabía, pero saberlo me servía de poco sin pruebas. Sus paseos nocturnos la consumían, la volvían contra mí. Dejó de ser la dulce muchacha que fue un día para convertirse en una bruja que escondía agravios en los rincones, para que yo los encontrara. Necesitaba confrontarla, poner un fin a aquel suplicio, sacar la verdad a la luz de un modo u otro, lo antes posible. Tuve mi oportunidad la mañana que no regresó.
Era claro que se había ido con alguno de sus amantes, que estarían juntos riéndose del imbécil que la espera en casa y paga sus cuentas. Era momento de hacer algo al respecto, de recuperar la dignidad que me arrebató.
Pasé el día en una silla en el pasillo, a pasos de la puerta. Poco me importaba el trabajo, o comer o dormir. Esperé hasta media noche, cuando su delicada silueta cruzó el portal ¿Cómo podía una criatura tan delicada ser capaz de tanta crueldad?
En cuanto hubo cerrado la puerta la arrojé al suelo de una bofetada. Lloraba en silencio, ocultando el rostro por la vergüenza de ver descubiertos.
—Lo sé todo —le dije, pero mi indiferencia duró poco.
En el fondo tal vez soy el idiota que ella creyó. Su tristeza, su vergüenza y su desfachatez se me atoraron en la garganta y mi determinación flaqueó. La levanté por el brazo y la abracé, tan indefensa, tan ingenua y tonta que me partía el corazón.
«Nunca más» Pensé «No permitiré que nos vuelva a pasar, no volveremos a caer»
Le dije que la amaba, la besé en el cuello, y clavé un puñal entre sus costillas: Era la única forma.
Al verla en el suelo, sosteniendo la herida con ambas manos mientras su carne alvina se deshacía en un pálido resplandor, la cosa más extraña ocurrió: Sentí culpa.
El torbellino de recuerdos me abrumaba. Caí de rodillas frente a ella, pero de su cadáver no quedaba más que una mancha de luz sobre la alfombra, y lloré por no haber sido más fuerte, por la mala suerte y las malditas vueltas del destino, capaces de atrapar a inocentes en su pasar vertiginoso.
Escapé.
Dejé mi empleo y mi departamento sin decírselo a nadie. No cobré el último cheque, y me alejé llevando sólo la ropa que cargaba entonces. Creí que así estaría lejos de su recuerdo, que no volvería a aparecerse como un fantasma frente a mí, pero los espíritus no conocen la piedad.
La luz del sol con furia me quema la piel y hasta la más tenue de las ampolletas hiere mis ojos. Me veo obligado a refugiarme en la oscuridad, pero ¿Dónde encontrar oscuridad? No puedo vivir en las montañas, no soy un animal, pero en la urbe, la imagen de mi amada Lethiz se cuela por la ventana para atormentarme.
No es vida esconderse como una cucaracha, debo hacer algo para defenderme, encontrar alguna debilidad. Mis antiguos compañeros en las artes oscuras podrían ayudarme, ellos entenderán mi necesidad, me recibirán con los brazos abiertos.
Yo no escogí esta guerra contra la luz, pero no voy a negarla, no voy a ceder la vida a sus retorcidos caprichos: encontraré la forma de pelear y venceré, aunque signifique arrancar al sol del firmamento.
[…] cuento “Estrella de la Mañana“, publico aquí un no tan breve cuento escrito para el Concurso #97 de la web Las Historias, a ver si hay […]
Ya no me dirás puta, ya no me dirás puta, ya no me dirás puta. Ella susurraba mientras se alejaba con los ojos llorosos y aún cargando el cuchillo manchado de sangre.
Regresé a casa con la bolsa de almendras a la mitad. Dicen que comer muchas no es bueno, por el cianuro que llevan en la cáscara.
-«Me voy a comer el resto ahora que vuelva a llorar a la cama»- pensé. -«A ver si es cierto lo del veneno».
El fastidio que me provoca la luz del medio día enardeció tal propósito. Caminé despacio mientras me quitaba la ropa y repasaba con la lengua, por última vez, esta boca ya salada de semillas y secreciones. Así crucé el pasillo largo.
Jugar rayuela con el sol en la ventana. Dos, uno, dos, la meta. Dos, uno, dos, la base. La alfombra esculpe polvo que se difumina en los haces de luz. «Ya ‘state quieta», le gritan dos veces, y luego un «¿cúantas veces te lo tengo que decir? te me vas a sentar a la sala». La sala sin sillas, sillones, mesas, todo está en la nueva casa. Han venido por las últimas cosas, la tía limpiando el cuarto del hermano muerto, que su madre no quiere ver ni entrar ahí. Cuando era una niña pequeña y él un poco mayor jugaban a las islas de sol en la lava gris de lana, a la misa con galletas en el ventanal de iglesia. Y luego el tiempo, y el padre ausente y la madre histérica, y Quino volviéndose lúgubre en el cuarto que ahora está prohibido. Hace sólo un par de años estaría frente a ella, jugando con el tablero luminoso de su máquina espacial. Ahora el recibidor está lleno sólo del eco amortiguado de sus pasos. Dos, uno, dos, base. Dos, uno dos, meta. Los saltos hacen crujir a la mesa, y ésta deja caer una nota, doblada como una paloma de las que estallan. Ella gatea bajo la mesa y observa la obra de Quino, la abre. Encuentra dos ojos de gato y una marrana, la estampita perdida de su álbum y una nota, con letra irregular y apresurada escrita en el papel del envoltorio. Ella ahoga un sollozo para que el eco no se lo robe. Toma una de las canicas y la eleva hacia la luz, las casillas de su juego se llenan de esquirlas irisadas, que danzan con su mano. Le brota una mueca que arremeda una sonrisa. Y entonces es que, desde donde está situada, se da cuenta de que en este juego no existen ni meta ni base. Sonríe de verdad.
Después de haberse colocado con esmero sus blanquísimas tobilleras, se calzó las magníficas zapatillas chinas. Era la hora del ajuste de cuentas. La tarde más soleada de los últimas días se anunciaba como un presagio en la forma de un torrente de luz en el pasillo. Avanzó con paso cauteloso pero firme hacia donde Mario tomaba una cerveza. La posibilidad de verlo babeante, como de costumbre, la asqueaba. Apretó el mango del abrecartas y…
Ventanas
¡Los ojos son las ventanas del alma! Repetía en su cabeza Inés mientras contemplaba los muros proyectores del pequeño departamento en los suburbios donde vivía con el resto de su familia y que ahora simulaban un paisaje boscoso como el de las cordilleras montañosas. Sabía por supuesto que aquello no era real, que lugares como ese habían dejado de existir desde hace mucho para dar paso a monumentales condominios, pero no por ello dejaba de sorprenderse de aquellos hologramas.
Como el resto de los edificios de la ciudad, los departamentos carecían de ventanas físicas, el sector salud había determinado que era contraproducente respirar el aire de la ciudad por sus altos índices de contaminación. Uno a uno los viejos edificios estilo coloniales fueron cayendo para que en su lugar se erguirán los edificios “inteligentes” que se encuentran ahora, de eso hace ya diez años. El sistema operativo almacena más de tres millones de paisajes para proyectar, incluyendo por supuesto alternativas para entremezclarlos y obtener lugares psicodélicos, sin embargo las encuestas revelan que la mayoría de los habitantes ocupan las paredes plasmas para sintonizar los programas televisivos. Tal es el caso de los padres y hermanos de Inés quienes permanecen la mayor parte del tiempo con los ojos clavados en las grandes pantallas empotradas en paredes corroídas de concreto industrial.
La repentina varicela que había adquirido Inés la había obligado a que faltara al colegio y se quedara en casa mientras el resto de los Carrasco atendían sus obligaciones. Los primeros días a solas habían sido divertidos pero con el paso de las semanas no sabía en qué ocupar todo aquel tiempo libre. Los programas televisivos rápidamente la aburrieron, los contenidos eran sosos y monótonos, variando solamente en los conductores “estrellas” de cada canal; una rubia tonta por otra pelirroja.
Ahora pasaba la mañana revisando la memoria holográfica de las paredes plasmas cuando recordó aquella frase, tecleó en el ordenador “ventanas” y tres pequeños rectángulos se interpusieron entre ella y los enormes pinos de más de nueve metros.
Aún sumida en sus reflexiones tomó silenciosamente la caja de herramientas de su padre y se dispuso a atravesar el cristal de la pantalla y más allá, hasta formar los propios ojos de su departamento y así encontrar el alma de sí misma.
Al despertar de clase,
ella noto el juego,
todos habían huido
y aún había sol.
Ella empezará a escribir un cuento con la luz que entra por las ventanas. Hoy ha escrito la E de «‘Érase una vez…»
Lo mató de amor. Ahora ella purga cadena perpetua en la cárcel del olvido. -«Ellos también lloran», página 76.
MENÚ
Parada en medio de este cuarto vacío contemplo diversos cubos de luz que flotan ante mí. No me decido en cuál de ellos sumergirme. He sido ídolo de millones, he salvado vidas y he destruido mundos, también. He conocido el amor y el sexo, pero también el placer abstracto de ser una nube, un cubo, un color. He sido una leona en pleno apogeo, he sido diosa y he sido exploradora. Por un rato. Cada cubo de luz me transporta a una nueva aventura, una nueva vida. ¿Cuándo comenzó este juego? No puedo recordarlo, quizá en el fondo no deseo hacerlo. Cada vez que se termina una de las historias que vivo vuelvo al cuarto vacío y he de escoger otro cubo para sumergirme en éste y comenzar de nuevo. Mas ahora dudo; hasta ahora ninguna de las historias se ha repetido y no sé si temo más que esto suceda o que por el contrario no suceda nunca. Si es peor descubrir que las ficciones tienen un límite o que no lo tienen porque en el fondo son solo variaciones de lo mismo. Quizás será mejor emprender una aventura distinta: juntaré ánimos y me aventuraré tras la puerta de este cuarto. He jugado todos los roles que se me han impuesto; ahora, descubriré qué rol puedo yo imponer sobre ésta realidad en que me encuentro.
Por las tardes, cuando la casa se quedaba vacía, Miguel corría a la alcoba principal, se desnudaba con inmaculada torpeza y después de contemplarse frente al espejo, comenzaba a vestirse con la ropa de su madre y después de pintados sus labios, se dirigía a la cocina a prepararse un omelette.
Pocos huevos, mucha salchicha.
Así le gusta a él.
Era la media noche cuando un fuerte ruido la despertó.
El miedo invadió su mete y prefirió salir de su cama para revisar qué estaba pasando.
Una intensa luz proveniente de la habitación inmediata encandiló su mirada.
¿De dónde venía esa poderosa antorcha que entraba por la ventana?
A paso lento decidió inspeccionar el espacio vacío y descubrir qué estaba pasando.
Poco a poco se fue iluminando su cuerpo; primero sus pies, luego sus piernas y su cintura, dio un paso más y su cara se llenó de luz.
No había visto nada igual. No pudo parar y siguió su camino.
De pronto se dio cuenta que estaba flotando y ya no estaba en la habitación.
Podía ver su cuerpo desde ese punto, estaba aún en la casa. Qué importa.
Había encontrado la libertad y el miedo se había escapado sin avisar.
Miró sus manos y un millón de mariposas de colores salieron de su cuerpo hasta que desapareció.
Se apagó la luz.
Monstruos
La doctora regresó del baño caminando junto a la ventana a través de la cual se filtraba la luz del sol de la tarde y me pareció notar que evitaba el contacto con ella al pasar por ahí.
¡son figuraciones mías!, pensé.
Cuando llegó al sillón se disculpó sonriendo y se sentó a continuar tomando nota de lo que yo le decía… entonces agregué:
«… Cuando era apenas un niño mi papá me regaló un libro con ilustraciones de una ciudad poblada por ratoncitos.
Le pregunté entonces a mi papi desde la candidez de mis cinco años si esa ciudad existía así: con esos colores pastel, con esos simpáticos ratoncitos habitándola… tomando el lugar de las personas…
Su respuesta fue un tajante: «¡NO, esas son puras fantasías de los autores!». Me puse muy triste por ello.
A solas en mi cuarto abrí de nuevo el libro… Dibujados en colores tétricos los ratones con ojos inyectados de sangre daban cuenta con sus garras y fauces entre todos ellos de personas aún con vida, presas del terror. Aterrado por ello, con el alma en un hilo… fui corriendo a contárselo a mi papá.
Él se rió en cuanto se lo dije pero accedió a ir a mi recámara y abrir el libro aunque ya salía de viaje de negocios en ese momento. Una vez en el cuarto lo hicimos: Abrimos el libro de par en par.
El libro mostraba a los lindos ratoncitos en colores pastel haciendo las funciones de las personas en esa idílica ciudad. Mi padre volvió a reír y por alguna razón sentí que esta vez era de mí. De pronto y de manera por demás extraña la estancia se llenó por completo de esa risa y yo no pude más y salí corriendo y llorando, huyendo de ese infierno de culpa…
Después de ello mi mamá me diría que mi papá desapareció y no fue encontrado. Que nunca llegó a su destino y que nadie sabía nada de él. Me lo dijo llorando pero yo fui muy valiente y no derramé ni una sola lágrima. Cuando estuve de nuevo a solas en mi habitación abrí de nuevo el libro y en él los ratones destrozaban y devoraban en vida a mi padre y él aparecía con esas expresiones de terror en el rostro que antes tenían las otras víctimas de esos seres infernales pero ya no le dije nada a nadie por miedo a que se burlaran de nuevo de mí. Guardé el libro muy bien entre muchos otros.
Sucedió tiempo después lo mismo que con mi padre:
Con un perro que me mordió, con unos chicos que se burlaban de mí camino a la primaria, con una chica que me ignoró en la secundaria, con la maestra que me castigó cuando me escuchó discutiendo con esa niña y notó su ausencia, con la directora de la escuela que llamó a la policía y con el detective que llegó de metiche a investigar las desapariciones de: alumna, maestra y directora. Todos desaparecieron… entre los dientes de los ratoncitos. La policía local
se cansó de investigar y nunca encontraron a nadie. Ni rastro. Después todo volvió a la normalidad pero recientemente tuve un altercado con mi jefe en la oficina y él ha desaparecido también. De manera por demás misteriosa. Aún conservo el libro de los ratoncitos pero ahora quiero pensar que todo fue una pesadilla. La verdad no me atrevo a mirar a su interior… “
-¡No te hagas pendejo!, me interrumpió una voz.
Volteé a mirar a la psicóloga sentada en el sillón frente a mí.
Ella estaba escribiendo pero se detuvo, dejó el bolígrafo a un lado y levantó la cabeza hacía mí también, sin hablar, mirándome fjamente a los ojos.
Esa extraña voz continuó entrando a mi cabeza diciéndome: «No son los ratoncitos. El libro siempre fue el mismo. Yo sé cómo lo haces. Sé hacer lo mismo…»
Acto seguido el rostro de la doctora se transformó por completo y me sonrió extrañamente mostrando sus afilados colmillos y de un ágil salto ¡se situó justo frente a mí…!
Solamente alcancé a mirar de soslayo al reloj de pared del consultorio y vi que aún quedaban diez minutos de la primera hora de terapia.
¡DIEZ MINUTOS SOLAMENTE antes que alguien llegara…!
…
Al cerrar la puerta tras de mí, respiré aliviado, seguro de que no encontrarían jamás el cadáver de la psicóloga. Después de devorarla aún viva los ratoncitos habían hecho la limpieza como en ocasiones anteriores. Y esta vez en sólo diez minutos. ¡Un nuevo récord!
Abusivos
Agustín le tenía envidia a Eduardo pues era el mejor alumno a pesar de ser un año menor que todos los niños en el salón de segundo de primaria. Pero Agustín era más veloz. Nadie le ganaba a las carreras. Así que se acercó a Eduardo y le dio un sonoro y humillante golpe con la palma de la mano en la cabeza para molestarlo, al tiempo que le decía: ¡Cara de idiota!.
Eduardo por supuesto se puso a perseguir a Agustín durante toda la hora del recreo, sin éxito alguno. Cada vez que estaba a punto de alcanzarlo Agustín disminuía su carrera y le decía de nuevo: ¡Cara de idiota! haciendo que Eduardo cada vez estuviera más y más enojado.
Al terminar el recreo y llegar a la formación antes de entrar al salón tuvieron que detenerse. Eduardo, cansadísimo se abalanzó contra Agustín para desquitar su ira pero Yolanda, la maestra,de ambos, quien venía caminando de la dirección los vio por una ventana y se acercó corriendo a ellos deteniendo inmediatamente las acciones. Acto seguido les preguntó la razón por la que reñían.
Eduardo, entre sollozos, le ceomentó a la maestra del abuso y aún llorando de rabia le pidió que lo dejara desquitarse. La maestra tuvo otra idea:
tomar la justicia entre sus manos, como acostumbraba y tenía fama de ser muy estricta y no tolerar los abusos.
Así que los llevó al salón, aferrando a uno en cada mano para que no pelearan más. Los sentó en sus lugares y cuando los demás alumnos ya habían entrado llamó a los dos rijosos al frente.
Le pidió a Eduardo que llevara su cuaderno e hizo que Agustín se disculpara con él por llamarle «cara de idiota»… de rodillas… y enfrente de toda la clase… y le dijo a continuación a Agustín que repitiera en voz alta, para que todos escucharan, una por una las notas de Eduardo mientras
revisaba de principio a fin el cuaderno. Todas ellas eran notas perfectas. Al finalizar la maestra le preguntó a Agustín: ¿entonces … ahora… quién es para ti el idiota?. Agustín aceptó llorando que era él el «idiota»..
Con esta lección de hoy todos van a aprender que no se deben tolerar los abusos, concluyó la maestra.
Los dos alumnos regresaron a sus asientos. Eduardo iba abrumado por la situación. Le pareció que lo que hizo la maestra con Agustín no era lo correcto.
¡Maldita vieja abusiva! ¡Así no se hacen las cosas!, pensó.
Él tenía una idea mejor: pondría en su lugar a Agustín y de paso a la maestra también. A los dos por abusivos…
Esa noche entre las sombras Eduardo se escurrió hasta la casa de la maestra Yolanda y aprovechando que vivía sola la desnucó con el golpe de un bat mientras ella dormía. A continuación, perfeccionista como era, borró todas y cada una de sus huellas.
Se armó un escándalo terrible en el vecindario al día siguiente.
La policía investigó y llegó a la conclusión de que el asesino era Agustín. El juguete tenía sus iniciales y Agustín tenía un móvil: acababa de ser humillado en público por la maestra Yolanda.
Lo que la policía no sabía era que Eduardo había hurtado ese juguete de la casa de Agustín minutos antes de desnucar a la maestra.
A Agustin se lo llevaron, entre el llanto de su madre, a un consejo tutelar para menores. Ese fue el inicio de un constante entrar y salir de ese tipo de instituciones.
Eduardo por su parte, sonriendo, pensó: Es bueno esto de luchar contra los abusos
EL CADÁVER DE LA MÁSCARA
¿El infierno entra por tu ventana? Te despiertas con la luz del sol en tu cara. Volteas y ves que hay alguien en tu cama. Tiene una máscara de cuero. Está muerto. No le puedes quitar la máscara: la hinchazón de su cabeza es el eco de tu dolor de memoria.
…
Tu vecina Valeria te recibe esta tarde. Las llaves de su cama son su noviazgo pasado y una botella de tequila.
…
Ya arreglaste todo. Brincas por segunda vez su patio para regresarte a tu casa. Todo el placer que le sacaste a Valeria acabó con tu dolor de cabeza y te trajo un poco de la memoria de ayer. Vas a tu PC y abres una videograbación de chat: te ves muy borracho en el video. Hilona Feruza se había desnudado del otro lado del mundo para que hicieras un depósito por Paypal. Llegó un mensajero con una caja. Adentro venía la máscara.
…
Valeria se mueve. Se abraza del muerto enmascarado que le pusiste en su cama. Su frialdad la despertará pronto.
…
Recuerdas más mientras miras el video: tomaste unas pastillas que venían también en la caja. Sentiste una linda terquedad en las redondeces de Hilona-sentiste cantar por el meato el feroz lenguaje de las dudas-en coito anal con la cortina temblorosa del vibrar de muslos-así-así-los callos que el sexo le ha dejado a Hilona Feruza te masajearon el tallo del miembro y te dijeron en la voz de la piel que la lengua de Feruza está llena de cicatrices y secretos de esos que hacen que la hombría se ponga en huelga-te sentiste como después de llorar adentro de las faldas de una puta que se inicia y le falta una pierna-sentiste que te venías y se disparaban todas las vergas de los que duermen-te sentiste tan adentro de todos los espacios fronterizos que hay en la piel de una hembra gritando. Pero primero te reconociste haciendo bizcos bajo la máscara de cuero que te pusiste.
…
Tu vecina grita al ver tu cadáver enmascarado, en su cama, eyaculando.
Zapatillas de Rubí.
No calla, ella ya nunca calla. Cruel enfermedad inexistente, perverso, maligno, pérfido conjunto de males, devoran sin piedad la mente, abandonan el alma al olvido y marchita el cuerpo dejando una bizarra mofa de quien alguna vez fuese una amorosa madre.
Sus gritos carentes de todo sentido, arrebatos de cualquier raciocinio, cual fantasmas surcan los pasillos, se alojan, permanente e incontenible en cada rincón de la viaja casa.
Su hija condenada a cuidar del fantasma de su madre, arrodillada en el cuarto de su infancia que hoy parece tan lejana, trata inútilmente de ignorar el eco de la madre que retumba en cada rincón, aferrándose a los medicamentos con devoción religiosa, le aterra tener que cruzar el oscuro pasillo que la separa de su madre, lidiar con lo que queda de ella. Nota un brillo que resplandece de por debajo de la cama, una vieja caja de zapatos se asoma, corroída por humedad y llena de polvo, deja escapar un rojo resplandor. Descubre unas viejas zapatillas rojas, deshilachadas, pasa un dedo sobre las costuras y los ecos desaparecen. Por un momento por preciosos instantes eternos, recuerda cuando las zapatillas eran de rubí, cuando el oscuro pasillo estaba plagado de los monstruos de la infancia, cuando le bastaba con cerrar los ojos y chocar tres veces las zapatillas de rubí para armarse de valor.
Los ecos regresan, se prueba las viejas zapatillas y enfrenta de nuevo el oscuro pasillo, esta vez infestado por fantasmas reales, cierra los ojos, pega tres veces y susurra a sus adentros. Esta vez las zapatillas son rojas y no le calzan.
LA DESICIÓN
Clara era una adolescente sola y perturbada. Caminaba y caminaba solo por las sombras. Nunca se acercaba a la luz. Le dolía y le atormentaba más su translúcida luminosidad.
Se preguntó que pasaría si caminaba a la luz. Lo intento, no pudo. Nuevamente lo intentó y llegó a la luz, cuando estuvo en ella se deshizo como una estatua de arena.
Isabel Rodríguez Moreno
ETERNIDAD
Ella estaba en un rincón obscuro, con su ropa vieja y añosa.
Siempre vivió con sus recuerdos de pesadillas y malos momentos. Lo que la motivaba a salir era la hermosa luz que se asomaba por sus ventanas en el edificio en que vivía.
Hermosa luz se dijo siempre quise estar en ella. Paso a paso, lentamente salió de su obscuridad hacia la eternidad.
Isabel Rodríguez Moreno
Mientras leía el resultado de la biopsia, se tumbó en el banquito del recibidor. Lo volvió a leer, esforzándose por mantener la compostura. – Niña educada.
Su mente se nubló. Sabía lo que vendría después: La angustia instalada en el estómago; los meses de dolor y los hospitales. La sombría aceptación. Y el final.
Todos estos años viviendo bajo el peso de la ausencia de su madre, y ahora esto.
Cruzó hacia su modesto despacho avergonzada de saber. Se sentía furiosa, derrotada y ridícula bajo ese luminoso mediodía que entraba por las ventanas. Quiso no ser ella, no ser nadie, ser solo esa luz tan blanca, tan nada.
Se detuvo y quiso atesorar esa imagen tanto: él en su escritorio, tras un caos de libros y papeles. Se estremeció al pensar que no quería olvidar su voz, ni su mirada triste, ni el olor de su bata. Conocía cada arruga de su frente y esa tos. Esa maldita tos.
No pudo evitar las lágrimas. Le extendió el papel y lo abrazó, para después volver a la salida sin mirarlo.
Alcanzó a escuchar cuando abría el cajón. Oyó algo como una caja de madera y luego un sonido metálico. Antes de cerrar la puerta, le dijo: “Será tu decisión, no te culpo. Te amo papá.”
La cita
Sábado por la tarde, María tiene prisa: revisa el bolso una vez más, se mira en el espejo, se alisa el cabello, revisa el carmín de sus labios. Arturo la espera en el café de siempre, por tercera vez ha llamado por teléfono, impaciente. María gira sobre sí misma. Toma la cartera: hay suficiente efectivo, agarra las llaves, unas gotas extras de Flowerbomb.
La luz del atardecer se cuela por la ventana, dibuja rectángulos de luz sobre las baldosas; María las atraviesa y cae por ellas, se precipita en caída libre hacia el infinito.
Arturo mira el reloj: ha transcurrido una hora desde la última llamada; paga la cuenta y se marcha del café: maldice en voz alta.
Resurrección para un sólo testigo
Únicamente yo soy capaz de mirarla, de sentirla, de adivinar su presencia. Los demás dicen que no, que nadie murió en ese apartamento, que lo digo para asustarlos, para darme importancia. Pero no es así. Sé que cayó junto a esa ventana, justo a las once de la mañana, asqueada de ella misma. Usó una pistola pequeña, con balas especiales. Se disparó en la sien derecha y apenas hizo ruido al desplomarse. Su sangre era oscura y cubrió cómo láudano viscoso el piso sucio.
Alguien llamó a la policía cuando el olor a descomposición se hizo insoportable. Todos esos vecinos se han ido y si alguien tomó un apunte de su muerte para el diario, no lo he encontrado todavía. Han pasado muchos años de eso. Sin embargo, cada mañana, cuando el sol entra y forma tres rectángulos de luz en el piso, ella viene hacia mí. Camina despacio, con sus merceditas rojas y su traje negro de tonta. Lleva el arma escondida detrás de su cuerpo, en la mano derecha; y me mira con odio, porque sabe que observaré, como cada día, su espantoso acto privado. No se inmuta: con lentitud levanta el arma y yo no la detengo. Incluso la animo a que lo haga. Cuento hasta seis y entonces sucede. Dispara, no falla. ¡Bang!
Siempre cae como un fardo, y con ello dejo de mirar al fin, al menos por un rato, su rostro deformado por las entradas de bala que han dejado cada una de sus muertes diarias. No estoy loco. De verdad, ¡la veo!
La estúpida nona descorrió las cortinas, la luz ingresó en torrentes al pasillo siempre oscuro de la casa, nunca lo debió haber hecho. De pronto apareció espectral, desdentada, calva, con las ropas rasgadas, maloliente, macerada. No pude mas que avanzar hacia ella y asestar el golpe final, el que acabaría con este suplicio. Mi vida con ella nunca fue grata, después de la misteriosa muerte de mis padres, ella se encargó de mí, poco a poco me convirtió en su esclava. Felizmente la luz lo inunda todo, principalmente a mí. No se que hacer con sus restos, ni siquiera se me antoja para alimentarme de ella durante una temporada. La luz en su ángulos perfectos me dice que aguarde en silencio, pronto me rescatarán.
Ellla sólo veía caer el cielo. La en todas sus formas. Sabía que era energía reducida a la iluminación del suelo. Ella sentía ese mundo y quería gritarle a todos su descubrimiento pero no encontraba cómo. Empezó a escribir.
Desilusión
Estaba imposiblemente cuidado para ser un asilo abandonado. Un abandono reciente, de menos de un año, pero aun así era sorprendente. Sobretodo sabiendo el incendio que acabó con la vida de tantos ancianos mientras esperaban a la parca. Al final ésta sólo apareció y, por lo visto, había decidido limpiar el desastre como una niña buena. Aferró la cámara en sus manos.
No había creído en ninguna de las historias hasta ese momento. Congelada en un tiempo anterior a la forzosa convivencia humana, el edificio se alzaba alto y orgulloso, intacto. Por las ventanas entraba la luz de un sol perpetuo e inexplicable, a pesar de la medianoche señalada en su reloj. Fotografió armarios de antiguo diseño con perchas de metal brillante libres de cualquier carga. Vio camas dispuestas y limpias para recibir a cualquiera. Nada de espejos, cuadros o fotografías que marcaban el paso humano, absolutamente despojadas de las paredes. La recompensa en el periódico Abnormal, la única del momento dedicada en exclusiva a la investigación sobrenatural, sería tremenda cuando el director leyera en su artículo la sensación que envolvía al lugar, una calma extraña y adormecedora capaz de activar una inmediata desconfianza.
No creía que el responsable de la renovación gustara de recibir visitas gratuitamente. Se esperaba cualquier cosa, cualquier movimiento o sonido repentino que pusiera en evidencia la influencia ajena. Todos sus sentidos se pusieron en alerta cuando, al ver la pantalla en su cámara, encontró unas piernas blancas enfundadas en unos pantalones cortos. Levantó la vista. La muchacha estaba vestida de puro azul y llevaba unas sandalias fucsias encima de calcetines blancos. Los rulos de cabello castaño que escapaban a su moño anticuado le parecieron la cosa más adorable del mundo y, sin saber por qué, pensó en las fotos de su abuela en el salón donde aprendió a bailar ballet. Siempre le había desconcertado la idea de que una anciana así hubiera podido lucir tan bella en el pasado.
Ella le dedicó una reverencia con una pierna estirada sobre el suelo, igual a las artistas presentándose a su público, y escapó en graciosos saltos extendiendo los brazos. Preparó la máquina para una nueva fotografía antes de adelantarse. Un momento de desconcierto cuando su pie atravesó la E luminosa dada por la luz acrónica, seguido de estupefacción cuando vio que la luz en general se apagaba y las paredes se convertían en construcciones destruidas, ennegrecidas por el fuego. Del techo desaparecido tuvo una breve visión del cielo nocturno antes de caer al segundo piso, donde la hierba crecida le dio la bienvenida. Le pareció escuchar un crujido bajo su mandíbula, un estallido frente a sus ojos y luego nada más.
La mano del demonio tomó la cámara de entre los dedos muertos. Se limitó a borrar la memoria antes de regresar a la dimensión donde vivía, de vuelta con los espíritus de los viejos en penitencia, en eterna espera de la llamada de un nieto que jamás llegaría.
La voz
Detrás había dejado el infierno. La única habitación en la que no daba la luz se encontraba a mis espaldas, o quizá debía decir, en mi pasado. Allí había quedado la pesadilla de creer en las palabras de la marioneta. Asdrúbal el ventrílocuo me había convencido de que la proyección de su alma envenenada en un muñeco de trapo era real. No diré lo que fui capaz de hacer cuando me aferré con fe inquisidora a esa mentira. Solo diré que ahora los dos están muertos, el titiritero al que le arrebate la voz que llevo en la cabeza y el muñeco cuyas ropas me he puesto. Tres reflejos del sol perforan las ventanas para lamer el suelo. ¿Son nuestras almas? Saltaré.
Oswaldo Ríos Medrano
Twitter: @OSWALDOR10S
Cartas Imposibles: carta número uno.
Yo quisiera que tú me quisieras con la misma cara que tengo siempre. Este es mi rostro: espejo de mis tragedias, reflejo de mis ansiedades. Yo quisiera que tú me quisieras sin hacerme preguntas, a pesar de mis silencios. Este es mi cuerpo: testigo de mis mil y un transfiguraciones, cómplice de mis más bajas pulsiones…
Yo quisiera que tú volvieras pronto y así, cesasen mis ansias por tenerte. Este es mi espacio: se extiende entre la solitud de un pasillo y sus tristes ventanales. Yo quisiera que tú leyeras esta carta, y que ella también lo hiciera. Este es mi legado: palabras devenidas de mi puño y letra, que juntas quieren decirte que te aman, que te anhelan… a pesar de que tu ya no me quieras.
AUTOVIUDO LINCHADO.
Está es la última imagen que le tomo el pintor a su esposa antes de asistir a un evento de arte contemporáneo. La fotografía después se convertiría en una pintura hiperrealista sin trascendencia a no ser por la historia :
«Gozaba con cada puñalada que clavaba en el cuerpo de su esposa»; el pintor no fue capaz de entender que a su esposa le interesaban las instalaciones multimediáticas; el espectáculo se había apoderado de ella, la perseguía como un fantasma; ya no le divertía ver a los políticos dormidos en la cámara, ni las imágenes cadavéricas-mortuorias- que transmitían con suma frecuencia -excesiva frecuencia- las cadenas televisivas. Los spot publicitarios que marginaban la conciencia y que aparecían como mediatizadores entre la realidad y la utopía formaban ya parte de su agotamiento existencial. El hombre busca lo nuevo apuntó Baudelaire. Al parecer el pintor no soportó que su mujer perdida en el estupor observara cómo destazaban en un performace a un perro indefenso los artistas en turno; el pintor invadido por la ira, se abalanzo sobre la ahora occisa.
El escenario fue el Antiguo Templo de exTeresa en dónde se presentaba lo que se denomina ahora Arte Actual. El pintor que al parecer estaba drogado, fue acribillado por los artistas que (disfrazados de simios) presentaban la acción que cuestionaba la condición humana y en un acto de justicia, perdidos en la catarsis los llamados perfonmanceros redondearon su acto con el pintor celoso de su profesión…. Al ver los jóvenes artistas que el pintor ya no daba signos de vida, se apartaron estupefactos del cuerpo que estaba envuelto en un charco de sangre….. Enseguida todo el público estremecido-histérico se puso de pie y comenzó a aplaudir. Sólo se escuchaban por ahí algunas voces que repetían «¡Qué chingón, qué chingón! ¡Esto es arte!,,,, y continuaban los silbidos eufóricos coronando el evento.
Si Iván-Adela daba un paso más
«Ni un paso más», le dijo el papá a su hijo, el niño Iván-Adela al despedirse y dejarlo sólo en la casa. Si Iván-Adela, en el cuarto de su abuela, daba un paso más y pisaba la sombra cuadrada reflejada en el piso habría problemas. Pisando el recuadro accedería, en remolino, a un cuarto con el mundo del cómic(Quino, Peter Kuper, Gabriel Vargas, Jason, etc.). Sentado en un sillón, viendo en las paredes los cómics de los artistas, dándole vuelta a las páginas con la mano y una pizza hawaiana para él solito. Y eso no estaba bien, no en las Reglas del padre, No Hagas Nada que No te Permita, ¡O TE SANCIONO! «Pero estoy aburrido…», pensaba inconforme Iván-Adela. «Ya se acabó Drake y Josh y no hay nada en la tele», dice triste.
«¡Y no te quites esos zapatos, que es lo único que te dejó tu abuela!», indicó severamente el papá. «Pero son de niña, pá… De niña de ballet», decía apenado Iván-Adela . «¡Cállate, Iván!», alzó la mano a punto de pegarle. «¡¿Qué, quieres ser niña? ¿Que te digan Iván-Adela?!», escupía fuerte. «No, papá. Yo solo quiero usar mis tenis Wilson», respondía tranquilo el niño. «¡Ya cállate. Ya me voy, se me hace tarde!», dijo el papá azotando la puerta.
Y entonces, Iván-Adela está en el cuarto de su abuela. ¡Pero eso estaba estrictamente prohibido! Se encuentra unos pasos atrás de la sombra cuadrada. «¡Eh.. leer Teo y la nota azul, La familia Burrón, Mafalda, Yo maté a Hitler… y saborear la piña, eh!», se animaba afirmando con la cabeza. «Comics de Marvel, comics de Spiderman, Flash, del Capitán América, y moviendo la mano voltear las páginas. ¡Eh…!», decía convenciéndose y afirmando con la cabeza dando un Sí. Pero encuentra otras dos sombras, ahora rectangulares, que antes no estaban. «¡¿Y estas, qué hacen aquí?!», se pregunta extrañado. «Mi papá no dijo nada de las otras sombras. Yo no sabía de las otras sombras». Acercándose a una de ellas alcanza a ver una reproducción de Fashion Police, con Joan Rivers y su rosto estirado hablando y hablando. «¿Qué es esto?», dice confuso. Va hacia la otra sombra y observa a un hombre y una mujer(«Muestre Pierna, sino, no Baila») bailando en una pista del programa Mira Quién Baila. «¡Oh!», admira el niño los movimientos de la mujer. Iván-Adela está a punto de dar un paso más pero espera hacerlo hasta que regrese su papá y él solo alcanze a verlo pero no regañarlo. «¡Para que se enoje!», planea decidido.
LAS HUELLAS
¿Que cómo es la muerte? ¡Noombre, si ya no existe la vida!, te lo digo por la memoria de tu padre.
Él me contrató para guardarlo de eso que llaman infierno.
Ustedes se despidieron de él y lo dejaron sólo en su departamento. Los avances para que regresara con tu madre no iban bien. Tampoco eso que llaman salud.
El sol brillaba como siempre y las memorias de tu padre eran algo helado detrás de sus ojos.
El me dio la señal: abrió la ventana y dejó que la luz del día avanzara hacia la caja.
Tres manchas de sol -como la huella que deja la pata de un animal- calentaron el embalaje.
Se hizo de noche y entonces salí de la caja. No había equivocación, este era un lugar más sin sol verdadero, algunos dicen que las huellas de la luz son de las patas de eso que llaman Satanás. En fin, encontré a tu padre bebiendo tequila. Se esforzó pero no pudo sonreír como él recordaba su sonrisa. Utilicé todos mis instrumentos con él. Le dije: la sonrisa es una herida.
En fin, él ya tiene un hogar lindo, acaba de plantar rosas en el jardín de la entrada.
Trabaja casi todo el tiempo como empleado de la construcción con los eromitas y dice que la paga no es mala, la prueba está en que me dio una fortuna a cambio de venir a llevármelos a ustedes. Los voy a reunir. Cierren los ojos y abran una gran sonrisa, se las voy a reforzar con mi instrumental. El paso al otro… em… deceso puede ser difícil, hay eromitas un poco… ustedes se imaginarán. Pero bueno,
¿verdad que nunca se les ocurrió seguir las pisadas de luz en las ventanas?
Árbol genealógico compacto
Nacida en cautiverio, a sus doce años ya está enferma de niño. El progenitor de la criatura será además su abuelo y bisabuelo.
[…] del concurso de enero de 2014 en esta bitácora. El premio lo obtiene Sergio F. S. Sixtos por “La cita”, cuya vuelta irónica se logra con rapidez y contundencia. Obtienen menciones Israel Gutiérrez por […]