Como cada mes, esta bitácora convoca a su concurso de minificción. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen (que, de manera especial, ha sido tomada por Pedro Zagitt, escritor, fotógrafo y asiduo de la comunidad de Las Historias):
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1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de noviembre. Quedan invitados.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
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¡Se lo ha comido!, ¡no me lo puedo creer!, ¡se ha comido mi barco!, ¡y se lo ha tragado!. Mi barco. Lo tenía que haber cogido del mar mágico antes de que el camarero se llevase el plato. Mi barco. En la tripa de aquel señor, rodeado de agua mágica. Niño, come. Mamá, y lo que nos tragamos, ¿qué pasa?, ¿a dónde va?. Caca, se hace caca. ¡No le contestes así a tu hermano, y menos en la mesa!. ¿Y la caca, a dónde va?. Al water, tonto. Te estás ganando irte al coche sin terminar. Mamá, y lo del water, ¿a dónde va?. De verdad que no me puedo creer que insistas en tener esta conversación en la mesa. Al mar, cariño, se va al mar. ¿Ya?. ¡Bueno!, y ahora, ¿por qué sonríes?.
El capitán miró absorto a su alrededor… ¡había sucedido! El gran dios de los mares le había bendecido convirtiendo el traicionero mar en un infinito colchón de hueva de salmón. Ahora sus marinos no lo matarían, pues le acompañarían en el gran festín, rojo e infinito.
Esa noche, recostado en el sofá de la sala, se dijo moviendo los labios en perfecto silencio, no conozco el mar.
Durmió tres horas y soñó con él, un gran océano de perlas rojas en el que navegaba inseguro, un pequeño barco de papel.
A las seis de la mañana todo estaba tan claro.
Así es mi vida, como el mar, se dijo moviendo los labios, pero esta vez, pronunciando cada palabra como si fuera lo último que de su boca fuera a salir.
Cielo miraba a Mar todo el tiempo hasta que un día se decidió a desprenderse y se fué doblando una y otra vez hasta formar un barco de terciopelo azul. Deseaba saber que se sentía navegar entre sus ondulantes burbujas ahora rojizas porque reflejaban los fuegos de las estrellas. «¡Ahora entiendo tanto!»- dijo Cielo a Mar, » Cuando te miro veo una parte de mi mismo, pero también puedo ver nuevos colores ahora que estoy junto a ti.»
El obstáculo
Agazapado, encuadró en su oxidado catalejo el barco enemigo, que luchaba por no voltearse en la espuma densa y gelatinosa de una ola descomunal. Odió a sus ocultos ocupantes; sin embargo, deseó que no murieran, y se dijo que llegaría el día, que viviría con dichosa amargura el momento del fin. Lo imaginó y miró el cielo. Las nubes verdes que pasaban, el cielo negro del mediodía y el satélite anillado mitigaron su rencor. Se sintió un ser nuevo. Al día siguiente buscaría la paz, una paz definitiva, que durara mil años. El primer obstáculo que debía sortear era conseguir permiso para salir a jugar otra vez en las aguas ferrosas del estanque.
La contemplación del corsario
El corsario, mirando el mar, piensa en cómo deshacer el pasado. Le pesa en las manos un dolor múltiple y ajeno. Tanta violencia vertida en las aguas, tantos inocentes. Ya sin autoridad sobre sus hombres, frágil como el papel azul de incomprensibles mapas, siente los golpes de las olas contra la embarcación como proyectiles, llenos de culpa, de justicia. Hay una imagen que no termina nunca, que no lo suelta y no lo soltará jamás: el niño que sonríe antes del disparo, convencido de que juega a los piratas.
El corsario, mirando el mar, elige vivir, porque comprende que su destino es ser un cobarde.
El monstruo
Liberarse del contenedor era una tarea infranqueable. Tenía sed y se sentía débil, enferma. Su piel, de celulosa áspera, era en sí misma una tortura casi deforme. De pronto, el mundo se movió, algo abrió las compuertas, un animal gigante y bifurcado la alzó, la lanzó a una superficie fría y reflectante, vio su propia cara, apenas distinguible de su torso, y supo que era un monstruo. Ese era el peor de los encierros, saberse viva en un cuerpo abominable.
Despertó sin conocer el día, ignoraba cuándo y cuánto había dormido, pero se percibió distinta, extensa. Podía estirarse y doblarse con facilidad, y era libre. Con una fuerza que desconocía poseer dio un salto y fue arrastrada por la corriente de su profusa voluntad. Se vio caer hacia aguas burbujeantes y supo, de inmediato, qué hacer. Bocabajo, flexionó los brazos y las piernas hacia arriba, plegó inconcebiblemente la espalda, alisó el rostro, y así fue cómo la pulpa magenta se hizo dueña de su cuerpo, de su mundo, del futuro, diluyéndose y soltando sus colores en el mar.
Corrección:
El monstruo
Liberarse del contenedor era una tarea infranqueable. Tenía sed y se sentía débil, enferma. Su piel, de celulosa áspera, era en sí misma una tortura casi deforme. De pronto, el mundo se movió, algo abrió las compuertas, un animal gigante y bifurcado la alzó, la lanzó a una superficie fría y reflectante, vio su propia cara, apenas distinguible de su torso, y supo que era un monstruo. Ese era el peor de los encierros, saberse viva en un cuerpo abominable.
Despertó sin conocer el día, ignoraba cuándo y cuánto había dormido, pero se percibió distinta, extensa. Podía estirarse y doblarse con facilidad, y era libre. Con una fuerza que desconocía poseer dio un salto y fue arrastrada por la corriente de su profusa voluntad. Se vio caer hacia aguas burbujeantes y supo, de inmediato, qué hacer. Bocabajo, flexionó los brazos y las piernas hacia arriba, plegó inconcebiblemente la espalda, alisó el rostro, y así fue cómo la pulpa magenta se hizo dueña de su cuerpo, de su mundo, del futuro, diluyéndose, conservando el azul y soltando su rojo primario en el mar.
El traje
Los demás, viscosamente hermosos, estaban vestidos. Sonrojado de vergüenza, solo atinó a coger una hoja del periódico galvánico y se hizo un sombrero de papel.
La carga del héroe
Con el peso de los años, había podido medir el volumen del problema inmensurable. La amenaza, masiva en el horizonte cada vez más próximo, exigía toneladas de voluntad, osadía e imaginación, sobre todo imaginación. El héroe puso en marcha los reactores y pensó, deseó, vislumbró un universo mil veces más liviano, lanzó todas las anclas magnéticas, los cabos, los anzuelos estelares, y fue remontando la última gravedad, remolcando la galaxia con su nave prodigiosa para escapar del maligno agujero negro.
Bajaron al torrente por algún poro abierto, se sumergieron lentamente, esquirlas de luz decoraban su descenso. Pasaron veinte años a la deriva. Al fluir del sangriento mar varios perecieron desechos por los anticuerpos, otros, hipnotizados por el latir del corazón, se dejaron filtrar; los sobrevivientes, sedientos, bebieron un poco de sangre, y olvidaron por cinco años que, debían regresar. Los marineros perdidos, nacidos de un aroma que el viento había empujado hasta la piel, un día, con la memoria al fin devuelta gracias a una esencia semejante, regresaron. Su perfume fue reconocido por las neuronas que no habían dejado de tejerse y destejerse día y noche esperando su llegada. Aquel fue su retorno al pensamiento del amado, pero había sido invocada por alguien más, por la distancia inexorable, por el tiempo enorme sin intercambiar una sola palabra: un cuerpo exquisito que pasaba por la calle, a su lado.
La tormenta
Bebo el último sorbo de la noche y en menos de una hora ya no soy la misma persona. Durante el tifón se vierten al mar los restos de la pesca, los barriles de vino, con suerte algún prisionero o polizón no descubierto, y lo que realmente lamento es no poder morir, me abandono en la cubierta ante las olas despiadadas, grito y maldigo la vida, pero no consigo perderme en el océano, hundirme en lo infinito. La tormenta termina súbitamente, abro cansadamente los párpados y veo en la mesita de noche el vaso de agua y las pastillas. Me incorporo apenas y me tomo la que toca. Nunca me olvido. Salgo al jardín, la mañana está fresca. Veo la pelota que ha dejado mi nieto entre las plantas, y soy una vieja tan loca que me da por darle un puntapié, y no paró de reír el resto del día.
Corrección:
La tormenta
Bebo el último sorbo de la noche y en menos de una hora ya no soy la misma persona. Durante el tifón se vierten al mar los restos de la pesca, los barriles de vino, con suerte algún prisionero o polizón no descubierto, y lo que realmente lamento es no poder morir, me abandono ante las olas despiadadas, grito y maldigo la vida, pero no consigo perderme en el océano, hundirme en lo infinito. La tormenta termina súbitamente, abro cansadamente los párpados y veo en la mesita de noche el vaso de agua y las pastillas. Me incorporo apenas y me tomo la que toca. Nunca me olvido. Salgo al jardín, la mañana está fresca. Veo la pelota que ha dejado mi nieto entre las plantas, y soy una vieja tan loca que me da por darle un puntapié, y no paro de reír el resto del día.
Pileta
No me gusta que mamá me deje solo jugando en el parque, cerca de la enorme pileta. Hasta ahora no le he dicho a nadie por qué. Llega un momento en que ya todos se van y aunque uno grite muy fuerte no hay quien escuche. Estoy cansado de descubrir que no es una pesadilla. A veces es un perro o una rata o un anciano deforme, hoy es una niña vestida de blanco. Me mira con esos ojos de muerte y yo rehuso jugar con ella, esquivo su mirada y me concentro en mi barquito de papel, la evito con todas mis fuerzas, me voy hacia el otro lado de la alberca, pero me persigue. Entonces grito y sé que nadie escucha, doy un alarido demente y corro de forma violenta. Al final me enjuago las manos y la boca y vuelvo a jugar con mi barquito de papel.
Corrección:
Pileta
No me gusta que mamá me deje solo jugando en el parque, cerca de la enorme pileta. Hasta ahora no le he dicho a nadie por qué. Llega un momento en que ya todos se van y aunque uno grite muy fuerte no hay quien escuche. Estoy cansado de descubrir que no es una pesadilla. A veces es un perro o una rata o un anciano deforme, hoy es una niña vestida de blanco. Me mira con esos ojos de muerte y yo rehúso jugar con ella, esquivo su mirada y me concentro en mi barquito de papel, la evito con todas mis fuerzas, me voy hacia el otro lado de la alberca, pero me persigue. Entonces grito y sé que nadie escucha, doy un alarido demente y corro de forma violenta. Al final me enjuago las manos y la boca y, aún temblando, vuelvo a jugar con mi barquito de papel.
Ofrezco disculpas a todos, sobre todo a Alberto, si esto parece ya spam. Lo que pasa es que entre una tarea y otra, de una rutina de años, me salen estos cuentos y funcionan casi como una terapia. Y no puedo evitar compartirlos.
Sin grande temple leo el diario cargado de malas noticias que hasta puedo percibir el olor del final, asqueada embarco rumbo a Varsovia y es que nunca me ha gustado la languidez de los aeropuertos, prefiero la alharaca infinita de la mar que me hace sentir viva, aunque sea por un momento.
El cielo rojo se mimetiza con la mar y el fuerte viento, yo sólo me dejo llevar por las olas coaguladas que intensifican mi cansado braceo, a lo lejos el resplandor de un big bang me hace indivisible.
Desde el hundimiento del Titanic, ningún transatlántico volvió a utilizar la misma ruta. Aunque la explicación oficial era bastante satisfactoria -encontrar un bloque de hielo igual o aún más grande y sufrir lo mismo que la legendaria nave- rondaban mitos más entretenidos alrededor del abandono de una línea más o menos recta y más o menos rápida para llegar de Europa a la Nueva York.
Los ingleses, que ahora subían hasta Islandia para, después de rodearla, descender en un ángulo de unos sesenta y tres grados, decían que, de cruzar por la antigua ruta, en el medio justo de los dos continentes, los motores del barco más feroz se apagarían como el del Titanic y no habría fuerza que los moviera lejos de un témpano.
Los franceses, mucho más racionales, explicaban que la línea recta que trazó el Titanic es vulnerada por vientos tan fuertes que pueden empujar el buque más pesado hacia bloques de hielo o incluso voltearlo y provocar una desgracia de dimensiones proporcionales al tamaño del navío. Así, bajaban las embarcaciones galas bordeando la península ibérica hasta Marruecos e incluso más, virando en Senegal, cargando combustible en Cabo Verde y en diagonal ascendente hasta Cuba.
No fueron los españoles quienes lo descubrieron, porque habrían gritado la historia en su castellano hasta que no hubiera un solo marinero sin saberlo, sino los portugueses, con ese idioma cerrado y complejo que ellos y nadie más que ellos hablan, quienes evitaban por la razón verdadera la ruta del Titanic.
Maestros de la navegación, como siempre han sido, enviaron, el 15 de abril de 1915 a su más experimentado y poco ortodoxo capitán a explorar el misterioso camino del Titanic. Pedro Cratos Pereira, enemigo acérrimo de la navegación con vapor, se embarcó junto con treinta viejos locos como él en su inhundible Escola Marinha. Volvió nueve días después de haber zarpado en Porto. Sus tripulantes cuentan, después de siete cervezas, historias fantasmagóricas pero poco creíbles, aunque reconocen que no lograron llegar a América y apenas pudieron volver.
Cratos, que no volvió loco porque ya había salido así del puerto, explicó en su Tratado do Naufrágio, que no había nada de extraordinario en la ruta del Titanic, si bien era imposible de navegar. No puede dar fe del apagado misterioso de motores porque el Escola Marinha no empleaba maquinaria de vapor, pero sí afirmaba categóricamente que no había ni vientos ni monstruos marinos en el ombligo del Atlántico.
Describe en completa calma con una pluma exquisita de marinero que el lugar del hundimiento del Titanic tampoco es un misterio. A doscientas leguas del punto exacto donde la nave se ahogó -que no es lo mismo que el punto exacto donde hizo impacto- la navegación se vuelve trabajosa y lenta, como si millares de anclas retuvieran la embarcación en el mausoleo marítimo. Al salir a cubierta, concluye Cratos, uno no puede ver más que a la populosa tripulación del Titanic, flotando, como un fango rojizo y espeso. No, advierte, el capitán Cratos. No es un espectáculo fantasmagórico ni ominoso, sino un daguerrotipo de todas esas almas que no llegarán nunca a su destino.
La discusión con Botticelli,
Fue de la espuma marina fecundada por el semen y la sangre de Urano, como nació – adornada con un ridículo y primitivo tricornio – la criatura que con el tiempo sería conocida como Venus… pero si tú crees que tendrá más impacto pintarla en una concha, allá tú.
Inframundo
Multitudes de almas agazapadas, levantaron la balsa al unísono.
A lo que Caronte respondió:
Necios, ya les dije que sólo acepto efectivo ¡Al diablo con sus tarjetas!
Aidé Velasco O.
Las doce de la noche apenas habían pasado, en la penumbra de un bar austero y pestilente sólo se percibía la profunda soledad. El dueño del bar, ya sin rostro, me servía mi último baso de cerveza. A mi alrededor sólo reflejos de cristales sucios y no sé porque por un instante alcancé a ver algo entre las burbujas de mi cerveza, un pequeño barco de papel que quizás me llevaría, entre olas de deseos, a algún mundo mejor que este cementerio de sueños…
Corrección:
Las doce de la noche apenas habían pasado, en la penumbra de un bar austero y pestilente sólo se percibía la profunda soledad. El dueño del bar, ya sin rostro, me servía mi último baso de cerveza. A mi alrededor sólo reflejos de cristales sucios y no sé por qué, por un instante alcancé a ver algo entre las burbujas de mi cerveza, un pequeño barco de papel que quizás me llevaría, entre olas de deseos, a algún mundo mejor que este cementerio de sueños…
Naufragio.
Era el séptimo día en que el barco comandado por el capitán Gil se encontraba a la deriva del azar, las brújulas no respondían, el cielo no se despejaba y la dirección de las olas parecía un capricho del destino. La desesperación en los tripulantes aumentaba con el tiempo, hubo quien se tiró a la borda muriendo de ansiedad, las provisiones disminuían cada vez más y nadie tenía idea alguna que sirviera para salvar la embarcación.
Cierto día el capitán anunció su resignación y dijo que pasaría sus últimos días encerrado en su camarote, no quería que le molestaran y sugirió al resto que hicieran lo que mejor les pareciera pues la fatalidad los había abrazado y no había forma de safarse en aquella ocasión. Gil cerró con llave su camarote y pasó días enteros escribiendo, solo escuchaba gritos provenientes del exterior y el golpeteo constante de las olas, su cordura disminuía junto con sus fuerzas y las hojas de papel llenas de letras cada vez se esparcían más dentro de su habitación.
El cielo no siempre puede estar nublado y la embarcación consiguió llegar a tierra firme, los tripulantes sobrevivientes tuvieron que tumbar la puerta del capitán para sacarlo pues éste seguía con vida, pero él no quiso salir, quería seguir escribiendo, argumentaba que su barco era de papel y que escribiendo lo mantenía a flote pese a que el mar estuviera lleno de sangre. El capitán Gil jamás volvió.
Cementerio de sueños
Las doce de la noche apenas habían pasado, en la penumbra de un bar austero y pestilente sólo se percibía la profunda soledad. El dueño del bar, ya sin rostro, me servía mi último baso de cerveza. A mi alrededor sólo reflejos de cristales sucios y no sé por qué, por un instante alcancé a ver algo entre las burbujas de mi cerveza, un pequeño barco de papel que quizás me llevaría, entre olas de deseos, a algún mundo mejor que este cementerio de sueños…
Infancia de la generación perdida
Lo que un simple sombrero en forma de barco representaría la infancia de aquellos que murieron sin remedio en una guerra sin tregua y sin realmente un ganador. La burbujas; formas en las que la vida es frágil, inocentes niños de guerra quienes le fueran arrebatado la niñez, su vida en un instante. Se perdió la vida, se arrebató , se perdió junto con las ilusiones y visiones de muchos infantes, como si sólo se trátese de un suplico a a la nada que juntó de la niebla desaparece y el gran espacio amortigua el ya débil sonido, haciendo una de muchas.
Arturia
Desde que nacemos, somos un barco azul dentro del estómago de un dragón oceánico. Navegamos en círculos buscando y encontrando, perdiendo y descubriendo, perlas de vida. Nos hundimos con nuestro barco como valientes capitanes. Nos lanzamos a aguas abiertas como aventureros marineros. A veces en la calma de la mañana, a veces en la tempestad de la tarde, somos el reflejo oculto de un eclipse lunar: Piratas.
En ocasiones durante nuestra travesía nos suceden eventos extraños y nos quedamos atrapados en la boca de creaturas fantásticas; sin embargo, conservamos una posibilidad de escape, un navegante se vuelve leyenda cuando supera la adversidad. Necesitamos sentirnos presentes aun estando ausentes, así podemos continuar nuestro viaje hacia el origen infinito, hacia nuestro hogar primero, hacia la oscuridad.
Somos la tripulación del Excalibur y yo esperando a que despierte Iskander, el oceánico dragón. Nos esperan nuevos horizontes.
El bote estaba quieto, se vieron de frente, el moro sudaba pero parecía llorar y el doctor no pudo sino compadecerse y darle un trozo de Venecia, un beso. La marea salió de su letargo y el primero, sonrojado, exclamó- nos hundimos doctor, pero viviremos para contarlo…
— Salieron de San Isidro, Capitán, es todo lo que tenemos. Y encontramos esta imagen en el abrigo de un tal P. Zaggit, quien afortunadamente logró escapar..
— Perfecto. Caballeros: en marcha, tenemos un viaje largo que emprender.
— Pero, señor… ¿cómo atravesaremos el estrecho Amarillo? No tenemos suficientes recursos todavía, y los mapas se han perdido.
— Eso lo resolveremos cuando lleguemos ahí. Tengo un plan, pero si hablo ahora, el azar o a la suerte disolverán nuestras esperanzas. ¿Hay noticias del Leviatán?
— No todavía, Capitán.
Jesús Huerta Suárez
noviembre 19, 2012
Ciudad Obregón, Sonora, Mex.
Nadie pudo encontrar una razón que justificara la decisión del capitán News y su tripulación de hacerse a la mar en un barco de papel, hasta que después de su inminente naufragio, el capitán aseveró que se necesitan muchos huevos para vencer nuestros miedos.
“El ultimo viaje de Bocanegra”
Tristán Bocanegra, jamás imaginó que aquel viaje a Centroamérica sería la última odisea de su marítima existencia. Si los planes de la tripulación del “Gigante II” seguían la ruta trazada, sería cosa de dos o tres meses el arribo a tierra firme. Los dorados rayos del sol, herían sin clemencia el metálico azul del mar, mientras Bocanegra fumaba de su pipa y mandaba sendas bocanadas de humo que le dibujaban cancerígenos surcos en los pulmones; humo. Si humo y fuego, como el que surgió súbita y estrepitosamente del fondo marino, mezclado con ardiente magma desde las entrañas de la tierra. Poco antes del hundimiento, la inocente figura del ahora, pequeño navío azul se mimetizó con los ojos del Capitán Bocanegra que se perdieron entre el humo del tabaco y la voraz cortina naranja de aquel volcán que llevaba mil años dormido bajo las fauces del océano.
Rojo
Quería estar ahí, en el mar. Me desperté. Y, sí, ahí estaba, pero aquella infinitud no se parecía a lo que me habían contado: era rojo. A lo lejos vi un pequeño barco, no era parecido a los que veía en los cuentos o en la televisión, pero sabía que lo era porque flotaba; era azul. En mi mente pasó que estaba en el momento preciso en que veo la vida como agua y la muerte como barco.
»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»’Barcos sobre Rosas»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»’
Un alud de flores rojas encendidas como fuego se desparpajo sobre la mesa, con mirada severa acuso el lugar de donde cayeron y suavizo el rostro y el contorno de su boca con una finísima sonrisa, casi inexistente, casi irreal e inhumana, que desapareció al instante, en una mueca de desinterés.
-Porque te empeñas en perseguirme. Le dijo con acento difuso y calmado a Roberto Merluz.
Este distinguido ciudadano había llegado con la fiebre del oro hacia 4 años, abrumado por la codicia y las ínfulas de aventurero, al chocar con la realidad inevitable y sofocante de la minería se dedicó a comerciante. Era apuesto, gallardo y pendenciero y tenía un aire de militar que se desbordaba en su verborrea autoritaria y su paso de edecán.
-Vine a buscar oro en el río, pero cuando te vi, este perdió importancia, me di cuenta que el tesoro eres tú y sin hijos tuyos no me voy de este mundo.
Sentencio con audacia y le extendió su mano con un movimiento suave, elegante, y Juana Miguel acepto.
Ella al percibir la colonia de pino rememoró, que solía sentarse junto a otras niñas, en la baranda del puente de madera, a contar los pececillos inquietos y traslucidos en las cristalinas aguas, también evoco los barquitos con sus nombres, que desaparecían en la corriente y que trataban de seguir hasta extremada distancia, con un toque melancólico por su desconocido destino.
– El mío llegara a Londres y lo recogerá un príncipe, el mío al Japón y seré esposa de un emperador, el mío atravesara el océano y un hombre rico en una isla lo encontrara y me iré con él para siempre. Afirmaban en el jolgorio de la juventud y la increíble y colorida imaginación de los tiempos.
Añoró sin embargo el gran árbol de la sombra hercúlea que oscurecía el tramo del rio y que hasta allí no era posible llegar, eran los parajes de una leyenda, del espanto y del Mohán, que se llevaba las mujeres vírgenes pero adultas, que lavaban sobre las piedras del río.
-No se metan los dedos en donde no deben, o el Mohán se las llevara, no se sienten sobre piedras calientes, o se orinan en la cama y el Mohán se las lleva. Acusaban sus madres y estas aterrorizadas corrían despavoridas para alejarse del lugar, donde se albergaba este temor.
-¿A dónde me llevas? Reacciono Juana. – A donde tú quieras. Dijo Roberto.
-Quiero ir a observar el río. Culmino esta con un gesto de picardía e ingenuidad.
Las ventiscas de hojarasca los sorprendieron abrazados y en su magnitud sacudieron la gran ceiba hasta sus cimientos, sin embargo ellos tomaron plácidamente el curso del camino, que apuntaba a la gran sombra y a la morada de la leyenda ya extinta.
– Te amo. Le dijo Juana.
– Pero solo te doy un hijo, hasta que nos larguemos de aquí.
No me atreví a meter la mano en el agua para sacar mi barquito.
No es que tuviera miedo de que al despintarse ensuciara mi suéter, pero volver a sentir los pinchazos de todas esas medusas gelatinosas que lo guardaban, me hizo pensarlo dos veces.
Tomé un palito y con cuidado intenté empujarlo hacia la orilla. Se inclinó peligrosamente. Tenía que encontrar otra forma.
Con el movimiento daba bandazos y parecía pedir ayuda. Su casco se arrugó. Las aguasmalas lo apachurraban.
Navega como un trozo de papel azul mis pliegues rojos. Quiero que dibujes con cautela los bordes de una piel que crece a marejadas como un río hirviente. Yo, voy a abrirle camino a tu frágil barquito de papel hasta donde el rojo es más dulce, hasta donde las corrientes se sometan a un ritmo pausado y melódico. Deja, sólo por hoy, que tu embarcación naufrague en este océano rojo de mi cuerpo.
– ¿Le apetece algún postre al Señor?
– Sí. Una gelatina de masago rojo con un barco de chocolate azul en el centro.
Al mesero se le erizó la piel al escuchar la clave. Era momento de actuar…
Breve e ingenioso, ¡Muy bueno!
Muchas gracias, Elsa. Saludos.
Tomó mi exclusiva tarjeta de presentación y comenzó a doblarla, haciendo una miniatura de barco que posó sobre un canapé de caviar. Luego, dobló uno por uno a los invitados al cóctel, transformándolos en pequeños marineros. Me miró expectante.
—Queda usted contratado, -le dije.
— ¿Ese es el de la niña que se cree maga? — Le pregunté a mi jefa— que triste.
Ella no respondió, tapó el metileno, cambió de emisora y se dispuso a confirmar sus temores. Fue al micro electrónico como uno se asoma a un abismo, pero antes miró al cielorraso. Ambas la imaginamos: Morenita, vestido chistoso, sonrisa lejana, cara triste. “Dios es una”… la jefa no terminó la frase, puso el ojo en el lente y comenzó a temblar y después me miró sin decir nada. Te envío la foto de lo que vimos ¿puedes entender algo? Qué triste, la niña murió esa tarde.
Entonces me acerque a un costado del barco, me sentía muy extraño como fatigado, solo quería permanecer ahí contemplando a la Luna y las estrellas mis únicas acompañantes en esta noche eterna, fue entonces cuando vi que el mar se tornó de un color rojizo, me estremecí al principio pero pronto me di cuenta que aquello nomas fue mi último momento en esta vida. El único rastro que dejé antes de despedirme fue un mar rojo hecho por mi propia sangre en medio de una noche profunda, con la Luna y las estrellas siendo testigos de mi muerte.
Exploraciones
¡Intempestivo!, eso fue lo que dijo el Chef al mirar lo que le habían traído desde Japón. Emocionado, tomó a los demás alimentos, los hizo a un lado y los cubrió con una pequeña servilleta. Algunos ojos comenzaron a asomarse por entre la manta de papel; la curiosa mirada de los demás platillos se detenía, inquisitiva, en el recién llegado. A decir verdad, era bastante extraño, rojo y pulposo, circular y múltiple, como un mar de burbujas centelleantes. ¡Ha de ser hueva de salmón!, fue lo que dijo la Pechuga Cordon Bleu, el Pollo Cantonés le dio la razón, lo mismo que el Yakimeshi, situado un poco más lejos que los demás. ¡Así que eso era lo que se traía entre manos el chef!… La creación de una nueva comida que incluyera hueva de salmón. ¡Inaudito!, gritaron los demás platillos al unisono. Con una furia cada vez mayor, los alimentos salieron raudos de su escondite para destrozar al recién llegado, pero no lo lograron; su exabrupto les costó muy caro, sin darse cuenta, estaban tan cerca de la mesa que cayeron al suelo desparramando sus tripas.
Al chef no le importó, luego limpiaría ese desastre. Ahora, lo importante era preparar ese exquisito platillo que se traía entre manos.Se sentía como un dichoso marinero que exploraba un misterioso mar que muy pocos conocían.
Lo busqué por los siete mares. Lo encontré en la pecera, entre el bambú y el atardecer.
Adorno de mesa
Había sido una velada confusa. Postres por doquier, luces escandalosas, espacios estrechos, cuerpos aglomerados. No acostumbraba asistir a esa clase de «eventos», pero esta ocasión prometía en cierto sentido ser distinta. ¿Por qué? Bueno, todo tuvo lugar en su cabeza. Estático, se puso a observar su adorno de mesa. Era sumamente curioso, un pequeño barco azul hecho de una tela finísima navegando sobre un mar de pequeñas esferas rojas semejantes a caramelos. Lo que siguió fue una serie de reflexiones inusuales que surgieron a partir de la sugerente monotonía del adorno. Una en particular fue la que lo desconcertó, y es que ¿qué derecho tenía él de juzgar de monótono el adorno?, ¿no era mucho más monótona su vida? Al menos el adorno era colorido, había un bello contraste entre el azul del barco y lo rojo de las esferas, pero en su vida no había ningún contraste notorio, era una larga línea gris. Ese adorno reflejaba una vida mucho más rica que la de él. Si la de él de manera repentina se tornará en un adorno similar, probablemente sería un barco de periódico navegando entre esferas hechas también de periódico. Toda esta reflexión le causó un grave malestar. Salió de su trance, volteó a las otras mesas, todas tenían el mismo adorno, y fue entonces cuando se tranquilizó; ese contraste que hacía del adorno algo único ahora lo condenaba a ser uno más, prescindible, común. De esto dedujo que así sucedía también con las vidas de las personas; había ciertas vidas inusuales, que a uno le causan sorpresa, no obstante, si se pudiese uno sustraer de su pequeño horizonte personal notaría que no son del todo inusuales. Sí, las vidas de los individuos no son «únicas», son más bien «únicas con respecto a esta o aquella». En ese lugar, su barco y mar de esferas de periódico seguro serían «notables».
Cuestión de perspectiva
Desde arriba, un simple barquito de papel fashion, desde el frente una maltrecha corona clavada en lo que quedaba de la irreconocible cabeza de un monarca en plena transformación celular. Tanta hueva de lumpo había provocado un efecto indeseado en su rostro; en lugar de rejuvenecer su aspecto y contribuir así a prolongar su reinado, había convertido su piel en un borboteante cúmulo de células, un repugnante despojo, el peor de los Dorian Gray para sus súbditos que, en plena audiencia no pudieron impedir echarse las manos a la boca intentando evitar un irreverente y poco protocolario vómito.
Banach y Tarski lo anunciaron por primera vez en 1924: Es posible cortar una esfera sólida en 8 partes y reensablar esas partes en dos esferas sólidas del mismo tamaño. El teorema sin embargo funciona sólo para esferas continuas y no para la materia ordinaria que es discreta. Claro, el espacio sí que es continuo, pero nadie sabía cómo manipularlo de la manera que indica el Teorema, por lo que el teorema quedó sólo como una curiosidad matemática sin aplicaciones al mundo real.
Las cosas cambiaron dramáticamente casi 200 años después cuando Tsukiyama y Ariyoshi lograron con un proyecto internacional multibillonario –el más caro de la historia de la humanidad– condensar una esfera de 200 metros cúbicos de espacio interplanetario vacío en una esfera sólida de materia roja de sólo un centímetro de diámetro. La materia roja a diferencia de la materia ordinaria, no está hecha de átomos, y es materia continua. Usando el Teorema de Banach-Tarski fue después posible duplicar y multiplicar estas esferas a placer a un costo muy bajo. Las aplicaciones no se dejaron esperar. Descondensar una de estas esferas dentro de un departamentito le agregaba de inmediato 200 metros cúbicos de espacio habitable, mientras que por fuera su tamaño seguía siendo el mismo.
Claro, en todo proceso de copia, existe siempre la posibilidad de error. Y de vez en cuando objetos las formas más inesperadas emergían del proceso de copia sin ninguna razón aparente.
¡Me encantó la manera en que se trata la paradoja de Banach y Tarski!
Es además un excelente minirelato sci-fi, la parte en que las esferas de materia continua permiten aumentar superficie a la materia discreta ¡es alucinante! y me encanta el final, que reafirma y justifica la ilustración que llevó al autor a echar a volar la imaginación con una paradoja matemática como base: cómo emerge el barco de papel sin razón aparente, pues ningún proceso de copia está exento de error, ¡Genial!
Gracias! 🙂
Y así terminó todo. Ella sollozaba por el hombre que había dejado atrás,
era la única manera -se reconfortaba a sí misma.-Sólo así podía salvarle…
¿Qué tanto piensas, mujer?-cuestionaba su ahora esposo.
No te preocupes, ya pronto lo descubrirás. Los hechos, te contestarán muy pronto.-contestó ella de manera sardónica y siniestra.
Naufragó un barco azul en el mar rojo y como los pulpos, del susto, desprendió toda su tinta, ahora al mar rojo es violeta.
Naufragó un barco azul en el mar rojo y como los pulpos, del susto, desprendió toda su tinta, ahora el mar rojo es violeta.
Me gusta 😀
Me parecio muy ocurrente el juego de la tapioca y el barquito de papel.
ENTREVISTA
– Maestro Belmontes, ¿Por qué su obsesión por la tapioca?
El artista sonríe, aunque en realidad es una mueca que simula una sonrisa y disimula su impaciencia.
– La tapioca es solo un almidón nutriente señora Cervantes, Los que en realidad me obsesionan son los viajes efímeros ¿Acaso no son breves los viajes en barquitos de papel?
– ¿”Breves” maestro Belmontes?
-Por supuesto señora Cervantes, los barquitos de papel siempre naufragan, pero ¿Sabe? La tapioca me da esperanza.
¡Me gusta! referencia obligada al artista plástico Armando Belmontes.
Me gusta mucho! debe ser el ganador (y)
me gusta!!! deliciosa y precisa.
me encata Artur!!!
Encantador y chingón. Like you.
Despertó en un playa de arenas carmesí. El océano escarlata lo invitaba a navegar, hipnotizado por el ondeante matiz se subió al barco de papel que yacía sobre la orilla. Remó, avanzó contemplando el rojo infinito. Esferas brillantes salieron a la superficie, eclosionaron; destellos radiantes salieron en dirección al cielo, estallaron en luces pirotécnicas que mutaron en dragones multicolor, estrambóticos danzaban sobre el barco, paralelos al mar. Durmió.
Espectáculo sin final, eterno ciclo del que no podía escapar: despertó en una playa de arenas carmesí…..
Intercambio
El barco cobró el color del mar, el mar el color de la sangre del capitán, el capitán el color del barco, y las olas el tamaño de los corazones de la tripulación.
Derivaba el barco. Ya no podía recordar desde cuándo, pero había perdido su color, luego cualquier color y ahora reflejaba los colores del océano. Tanto tiempo así, que si alguien llegaba a encontrarlo dudaría de si se trataba de un navío o del océano mismo. Y lo encontraron las almas, si a eso puede llamársele un encuentro, pues las almas estaban tan perdidas como el barco, aunque su color era más semejante al del infierno. No tanto por empatía como por añoranza, decidieron unir esfuerzos y guiarlo hacia el otro mundo, el mundo.
Esturión
Sólo escuchaba gemidos, unos espasmos de cuando en cuando y la respiración entrecortada. No habían pasado ni veinte minutos de que nos conocimos y ya compartíamos un momento íntimo: sostuve su cabello con mis manos, su espalda se arqueaba frente a mí y los dos en un lugar tan pequeño y cerrado. Unas tímidas gotas de sudor corrieron por su cuello y aún a la distancia, sentí su aroma: salado y marino.
La vi paseando, tímida y etérea en medio de tanto criminal. Era una fiesta peculiar donde sólo había malencarados y mujeres feas. Ella era un respiro entre el humo de tabaco y otras sustancias.
Me acerqué con cuidado para no desvanecerla. Ella aceptó mi compañía y platicamos largo rato. Nos acercamos a los bocadillos y ella miraba con unos enormes ojos redondos el plato de caviar que dominaba la mesa.
–Es esturión –le dije con voz de conocedor falso. En realidad se trataba de salmón, pero quise hacerme el interesante.
Ella me contó que su padre se dedicaba a pescar esturiones cuando era pequeña. Pero nunca había visto o probado la delicadeza que nos ofrecía el banquete. Me platicó de los viajes y tropiezos que la llevaron de un pequeño pueblo a codearse con escoria de nuestra naturaleza.
Quise ser galante y continuar ganándome sus miradas cuando encontré en mi bolsillo el papel de envoltura de mi última caja de cigarros. Lo doblé, recordando mis clases de la escuela primaria, y terminé con un diminuto barquito.
Ella estaba fascinada y miró con ojos de niña mi creación. Parecía que estaba viendo a la pequeña que me contó que esperaba a su padre todas las tardes en la playa hasta ese día en que él ya no regresó de la pesca.
Quise ser un caballero y con habilidad prestada, armé una galleta con un poco de las perlas anaranjadas frente a nosotros. Coroné mi obra de arte con el pequeño barquito y la entregué con toda ceremonia a la hermosa muchacha.
Ella no sabía lo que comía y fue cuando supe que era alérgica. Sus ojos enrojecidos se llenaron de lágrimas; corrimos al baño y ahí estaba yo, siendo un caballero y sujetando su cabello mientras ella echaba la cabeza hacia el inodoro, hasta que llegó la ambulancia.
No es justo, dije que podrías, entrar en el. Parecias feliz, igual que yo, no!! De hecho tu lo estabas más.
Pero que pasó? Dijiste tu, «yo me entregué a tu corazón» . Maldito! Quería que te ahogaras en el, pero ya no es posible….
Regresaba a casa, inhalaba y exhalaba con dificultad, como un pez a la orilla de un riachuelo, un hilo atado a mis fauces me arrastraba a mi inevitable destino. Un caminar lento, mirada en los zapatos que en ratos se asemejan a tortugas en una estúpida e interminable carrera: cada paso una rebasa a la otra y así ad nauseam infinitum. Las rodillas cansadas de cargar con mi alma y los testículos pareciera que quieren implotar, volverse supernovas y escurrirse por mis pantorrillas. Voces obscenas, cantos de sirena urbanos…esta ciudad no es lugar para ser vivo alguno que sienta afecto por la propia existencia. Me siento cansado, muy cansado; me poso sobre en una jardinera y soy capaz de levantar la vista en espera de un barquito de papel que me lleve a casa. Estoy cansado y todo se vuelve tan rojo, todo se pierde en un violento carmesí. ¿Estoy en casa?
Huella
Todo, todo lo arruinas. Te gusta molestarme, acosarme, hacerte presente en los lugares más insospechados. Así ¡cómo carajos te voy a olvidar!
– ¡Una orden de caviar rojo!
La voz del sous chef le cortó el hilo de pensamiento. Lentamente, apartó la diminuta pieza de origami y comenzó la preparación.
…DE LA COTIDIANIDAD DE LA VIDA
Perdido como casi todas las mañanas, despertó, con una mirada llena de dudas tomo la decisión y de una hoja azul que estaba sobre la mesa armo un pequeño barco, cerro los ojos y huyo. después de un respiro profundo abrió los ojos, tomo tres frambuesas del refrigerador y con la actitud de aquel que piensa que conquistara el mundo cogió su saco y salio rumbo a la oficina.
!No es justo! Te permiti entrar en el. Si yo era tan feliz y tu parecias serlo, incluso mas que yo…Dijiste tu: «pero si yo tambien te entregue mi corazon».
Se suponia que te ahogarias en el, ahora ya no es posible….
Nadie nunca menciona que antes los mares eran de color azul, y que fluían, líquidos.
La llegada de los gigantes lo cambió todo: Ahora sólo podemos navegar entre océanos de gel y en barcas de papel.
IMPLOSIÓN
Un grupo de personas decide internarse en el Triángulo de la Bermudas. Se les avisa que se mantengan todos en la embarcación; se les sugiere que se mantengan cuerdos. El capitán sonríe y emprende la marcha.
Una vez que han llegado al área él capitán comienza a cantar una canción, según dice él, para poder navegar. Los tripulantes se dan cuenta que la realidad se ha distorsionado por completo. Los colores se difuminan e intensifican al compás de las olas del mar; y las olas son grandes y su desplazamiento es sin prisas. De pronto los pasajeros uno a uno se lanzan al mar porque sienten unas ganas insoportables de sumergirse… ¡la-la,la-la,la-lá! el capitán seguía cantando… ¡la-la,la-la,la-lá!
Carlitos de pronto sabía que todo ello era un sueño e inmediatamente fue consciente de que su cuerpo se encontraba durmiendo en su cama, entonces recordó lo que alguna vez había leído en un libro de una gran biblioteca azul: Si te das cuentas que estás soñando eres capaz de vivir tu propia realidad. Y Carlitos decidió que quería comerse muchas bolitas de helado antes de volver a la vigilia… ¡la-la,la-la,la-lá!
[¡la-la,la-la,la-lá!]
Parentesco lastimoso
Pulposa, salió de lo más profundo del rojo mar. Extendió sus fieros y grandes tentáculos por el aire, sintiendo todo lo que recorría las sangrientas aguas. Aspiró una gran bocanada y se percató de un ligero miasma que atacaba sus narices: sudor, sudor de marinero. La bestia pulposa volvió a meterse en las aguas, esperando a que la causa del molesto hedor pasara justo encima de ella. Los marineros no se daban cuenta de que se dirigían a su muerte con toda rapidez. Sólo era necesario un movimiento, un burbujeo, y todo estaría perdido; afortunadamente, contaban con un as bajo la manga: extracto de Cthulhu, el hermano de la entidad expectante. Bastaba sólo un roce de ese extracto en la piel de la bestia para hacerla desaparecer. ¡La sorpresa que se llevaría cuando en vez de ser eliminados los marineros, fuera ella la exterminada!
sangre, el barco estaba en un oceano de sangre, los marineros se dieron cuenta que estaban perdidos, no pensaban otra cosa, mas que el misterioso marinero que no socializaba con los demas, Ionathan, el podria ser el responsable, el muchacho que disecaba ranas de niño, y que le fascinaba abrir los pescados al momento de sacarles los organos internos, no mas el puede ser responsable de la muerte del capitan y de los otros marineros, cuyos litros de sangre fueron arrojados al mar.
[…] esto sucede, por otra parte, las minificciones (o microrrelatos) ganadores del mes fueron La tormenta de Eduardo Adams, por su imagen poderosa y entrañable del lugar en que se tocan el mundo exterior […]
Un Océano Rojo? a que se debía aquello?Todo era tan real, la brisa, el olor, la textura del agua, los marineros de aquel pequeño barco todos como si nada, sin darse cuenta del mar sobre el cual navegaban. La marea Roja, todos la mencionaban, pero yo apenas tenia conocimientos de marinero por decirlo así. Es por el agua roja? Quizá sea eso. Supuse que estaría bien preguntar, así que me levante de aquella incomoda cama…
Caí tan deprisa, que perdía raramente la noción de tiempo y lugar, caí a la nada. de repente ya no era yo sobre el barco en el mar, si no, yo sobre el mar, que poco a poco me jalaba. No es posible describir lo que sentí, la adrenalina era tan grande…
En eso desperté, claro que mas podía ser aquello? Un sueño.
Todo fluye tan lento, el viento, las nubes, las olas del mar, todo es paz y tranquilidad, pero dónde me encontraba? La verdad no lo sabia, solo escuchaba las olas del mar golpeando nuestro barco y a todos los que lo abordaban gritando que el mar ya no era como todos lo conociamos ahora era rojo, de un rojo ardiente, un rojo sangre. Cuando me acerque al borde del barco vi aquel mar del color que todos lo describían era todo tan diferente, de repente una criatura marina de lo más extraña saltó desde las profundidades, yo supuse, pues algo de aquel tamaño, solo podria existir en lo más profundo de ese inmenso y rojo mar.
Quieren saber el final? Pues aquel mar rojo, era exactamente sangre, de todos y cada uno de los marineros que en algún momento abordaban el barco y poco a poco fueron devorados por la criatura…
Todo comenzó aquel día de diciembre, todo estaba en orden los distritos eran tan felices en aquellos tiempos, pero no todo tenía que ser perfecto siempre, ¿de que serviría?. Una noche un distrito calló al vacío y todos quedaron sorprendidos, ¿cómo es que algo así podía suceder en un lugar tan tranquilo?, en fin todos muy tristes con la noticia rezaban para que no sucediera nada en su distrito, en fin al siguiente día se hundieron 5 distritos más, era una noticia nefasta, ¿ que podrían hacer ellos?.
A la siguiente mañana todos los demás distritos se hundieron y llegaron a un lugar con mucha oscuridad, no sabían que pasaría después…