concurso #8

Una vez más, esta bitácora convoca a su concurso mensual. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:

Instrucciones:
1) Suponer que la imagen ilustra una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están allí, qué hacen.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción), en los comentarios de esta misma nota.

El ganador de cada mes será elegido tomando en cuenta la opinión de quienes decidan opinar, y recibirá un trofeo virtual. (Los concursantes deben dejar una dirección válida de correo electrónico, para poder recibir su premio.) La fecha límite para hacer propuestas es el 24 de junio.

Quedan invitados…

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22 comentarios

  • c del castillo
    01/06/2006 8:35 pm

    Es mi primera vez en esto, ojalá y sea de su agrado…

    , dicen:

    Todo mundo busca con esmero la peineta de la reina, aristócrata muerta ya ciento cincuenta años; recientemente se ha publicado en el diario oficial, que se han encontrado pistas de su paradero (del peine, no de la reina), dicen: La escondió debajo de algo, citamos: bajo tierra y argamasa, en 1855. Las palas en los centros comerciales se fueron extinguiendo, la tierra revuelta en bolsas de plástico fue llenando los basureros, saturándolos. “se dice que el peine es mágico”, “se dice que trae vida a los muertos”, “que te cura de envidias”, “que te da poder”. El gobierno de la isla, después de un mes retira todos los cartelones, y prohíbe cavar, “No más”, pero el pueblo no remediaba la angustia, la gente tiene un ansia por llegar a la peineta, solo así podrán ser felices. Y así siguieron años cavando, y el gobierno ya había caído en ese vicio, osease no existían advertencias, ni prohibiciones, la isla comenzaba a desaparecer, muchas familias (principalmente las adineradas, huían en barcas), mientras la islilla se desplomaba lentamente en busca de ese peine; y por ahí en una barca una niña carda sistemáticamente a su muñeca.

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  • El portal

    Ellos amaban los enigmas: ¿qué fue primero, la gallina o el huevo? ¿Existió la Atlántida? ¿El Chupacabras? Ni hablar de los ovnis, los aparecidos, el triángulo de las Bermudas. Investigaban casos de combustión espontánea, viajes astrales, teorías extravagantes que hacían reír a los historiadores, a los arqueólogos, a los naturalistas: los mayas desaparecieron misteriosamente de la península; hay lagartos gigantes en el drenaje de las ciudades de la Florida; el tilacino sale a cazar en Australia aunque según algunos lleva siglos de extinción; la onza emite un sonido característico y puede volar. La lista es extensa y el tiempo es poco en esta minificción que se llama la vida.
    Por eso un día se decidieron y al principio de sus largas vacaciones de verano (eran maestros) se adueñaron de una de las aulas y comenzaron a cavar, con el solo objetivo de llegar hasta el otro extremo de la Tierra. Porque si escarbas hasta el otro lado, ¿cómo sales, de pie o con los zapatos por delante? Ustedes saben, la Tierra es redonda y no para de girar. Era el momento de salir de dudas. No escucharon las réplicas: el centro volcánico del planeta, la herramienta demasiado rústica (palos, picos, carretillas), el poco tiempo… en fin, la locura de emprender lo irrealizable.
    A miles y miles de kilómetros, los chinos esperan, aburridos, para recibir a los primeros viajeros del otro extremo de la Tierra. Hacen guardia día y noche, son nobles y disciplinados. Saben que atravesar el vientre de la Tierra es una quimera, pero al fin y al cabo son hospitalarios. Tienen listas las cámaras y los micrófonos, el agua, las edecanes y las medallas, para ver si algún día el explorador aparece, el rostro o los zapatos, que más da cuando se logra lo imposible.

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  • Esperanza En Punta De Pala¿Tenia sentido seguir cavando?
    Cuando una idea entraba en la cabeza esta era mas que suficiente para agarrar la pala y comenzar a derramar sudor. Todos estaban ahí con la esperanza en las manos tratando de que, con cada cm. mas que buscaban, su vida resultaría un poco mas agradable.
    No, aquél niño no esperaba encontrar una pelota de fútbol, o una televisión, pero esperaba mirar algo que le indicara que hay algo más allá después de la muerte. Que su madre no era el ultimo bloque al final de un largo camino, que hay aun había sorpresas. Esperaba hallarse oro el sr. Gustavo, y creería que después de eso, y los 4 años pasados, por fin tendría la tranquilidad que nunca pudo encontrar antes, esa que no obtuvo del titulo universitario que nunca acabo, a la escuela que nunca fue, en
    su ciudad que nunca le dio esa oportunidad. ¿Porque aquí? se preguntaba Josué, tenia mas preguntas que ganas de cavar, será que solo lo movía el hecho de que no tenia nada mas que hacer, quería ayudar a su familia y le producía una extraña sensación en el estomago el querer saber si era cierto. ¿Será cierto? ¿Acaso?, que un conde misterioso venia cada noche y salía, entraba y salía con la mirada hacia abajo, tan misteriosamente como lo era emocionante. Y fue inevitable no creer esos mitos que se crean durante años, así que ahí estaban los 3, movidos, por el combustible de las conductas impredecibles de cuando se deja volar una idea, acercándose cada ves mas y mas a los huesos de la condesa, que les darían algo de lo que estaban buscando, y pondrían los pies sobre la tierra y tratarían de encontrar lo que buscaban, aunque por otros medios y en otra parte.

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  • trabajo sucio

    Comenzamos a cavar con desesperación, tres cadáveres, razones confusas, un par de errores…

    —Es sencillo —dijo L. cuando nos contrató— sólo deben acudir a esa cafetería —señaló desde el coche al lugar que estaba frente a nosotros— y dispararle a G.. Él entra todos los días a las cuatro de la tarde y sale quince minutos después.

    —¿Y qué le ha hecho ese tipo para que quiera deshacerse de él? —Pregunto M. que siempre ha sido algo quisquilloso para esta clase de trabajos.

    —¿Acaso importa? Acudí a ustedes porque su reputación en el negocio es admirable —contestó de mala gana.

    —No es necesaria ninguna explicación Señor —le dije para tranquilizarlo—, sólo diga la fecha.

    —Mañana —hizo una pausa y agregó—, ahora bajen del vehículo y preparen lo que deban preparar. Tan pronto como terminen con G. recibirán su dinero.

    —La tarde siguiente entramos a la cafetería detrás de G., vestíamos ropa deportiva, fue la elección de F. y sus extraños gustos. Los pocos clientes de allí dentro nos observaron, el mesero y la cajera también, hubo algunas risas, M. perdió la compostura y le disparó desde la puerta al mesero. Las personas, asustadas, se ocultaron bajo las mesas, saqué mi arma y disparé tres veces contra G., F. dirigió su mirada alrededor del local, buscó a alguien entre la gente y cuando lo encontró fue hasta él y le disparó en una pierna, luego en el abdomen y, finalmente, en el rostro.

    —¿Por qué hiciste eso? —preguntó M.

    —Tú mataste al mesero, H. a G., yo también quería dispararle a algo.

    —Vaya estupidez —dije— ahora tendremos que lidiar con tres cuerpos.

    —¿Por qué no sólo los dejamos aquí? —preguntó F.

    —No, sabes de sobra que así no funciona…

    —Llevamos los tres cuerpos al auto en que llegamos, los acomodamos, uno sobre otro, en la cajuela. El tercero en el asiento trasero, acompañándome porque nunca aprendí a conducir y F. había pedido el asiento del copiloto desde la noche anterior.

    —Llegamos a nuestro escondite, cavamos, F. acercó los cadáveres y luego comenzó a vomitar. Sería una noche muy larga.-

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  • Fé de erratas: disculpen los tres guiones de más que se me fueron en algunos párrafos , no sé cómo se agregaron, creo que presioné algunas teclas equivocadas \=

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  • Se les advirtió. Todo el mundo sabía que sobre los descendientes de Lot pesaba lo que estaba escrito en el buen libro: “Aquel que se duerma en clase, se convertirá en una estatua de sal.” Trigonometría es muy aburrida, uno a uno fueron cayendo. El tiempo hizo el resto. Hoy se tratan de separar los restos de cada uno por colores.

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  • Es increíble ver tanta agua junta y que no sea el mar. No reconocía las calles de mi colonia; si bien nunca fui muy observadora, estoy segura de que nunca se habían visto así. Hay que reacomodar las ideas después de sucesos tan extraordinarios como esta tormenta, sobre todo si trae consigo cosas tan extrañas como esta que contaré ahora.

    Recuerdo que eran pocas las personas que estaban vivas. O por lo menos muchas más las que estaban muertas. Había por todos lados. Y lo más extraño es que eran completos desconocidos, arrastrados por el agua desde pueblos y ciudades lejanas. Recuerdo que nadie lloraba, yo no lloraba, pero sí había mucho desconcierto. Los muertos eran mayoría y eso sí que es una sensación nueva.

    No recuerdo bien, pero supongo que no fue necesario ponernos de acuerdo en que la tarea más urgente era enterrarlos. Sé bien que los muertos, muertos están, no nos harían nada, pero la necesidad de solidarizarse con los vivos convertía en una prioridad un entierro masivo. Se asignó a cada persona un número determinado de muertos a enterrar. El cementerio no era una opción, obviamente no cargaría a mis 15 encomendados hasta el campo santo y además pagaría por deshacerme de ellos. Así que opté por lo que hacía la mayoría: enterrarlos en un sitio público. No sé a quién se le ocurrió esto, pero grandes hoyos se veían en las plazas, jardines, unidades deportivas, edificios de gobierno, y todos aquellos espacios que no pertenecían a nadie en particular. Es difícil explicarles esta necesidad de ocultar tanta muerte, de reivindicar nuestra existencia como “dueños” de esta ciudad, aunque seamos los menos. Suponíamos que el hecho de respirar nos colocaba en una posición de superioridad, o por lo menos queríamos marcarla. Y estaba en la mano de cada uno de nosotros el que eso pasara, encargándose de esos 15 visitantes incómodos que nos correspondían.

    Pasaba algo extraño: veía los cuerpos muertos de un tamaño “normal”, de dimensiones como el de cualquier vivo. Pero al recogerlos, para llevármelos, no sé de qué manera pero entonces se hacían más pequeños. Hasta ahora lo pienso, y no encuentro explicación. Pero en ese momento no importaba esta particularidad, era de hecho una ventaja tomar de una sola vez varios de los cuerpos que tenía que cargar, serían menos viajes. Me sentía como cuando era niña y cargaba esas muñecas del tamaño de mi hermanito, grandes para ser muñecas, pero pequeñas para ser personas.

    Era una escuela donde enterré a mis muertos. Las bancas se las había llevado el agua, y una escuela no pertenece a nadie, así que el espacio parecía idóneo para enterrarlos. No era la única en ese salón, había varios haciendo grandes hoyos para entierros al por mayor. De hecho yo no tuve que excavar, uno de ellos me dijo que si quería, podía solamente depositarlos ahí; me pareció un buen gesto de su parte. Esperé a que el hoyo fuera de buen tamaño, y mientras, observaba a mis muertitos. Ya no tenían rostro, eran solo pequeñas cuerpecitos suaves entre mis manos, todos de color blanquisco –color hueso diría mi abuelita- y tan conmovedores, que nadie podría pensar que habían sido en alguna ocasión personas, seres con pasiones e intenciones. Ahora eran solo figuritas, y me pertenecían, así que de pronto perdí la noción de por qué debía enterrarlas. Y entonces hice algo que hasta ahora no entiendo, y que quizá conviene más no entender: tomé un trocito del brazo de una de ellas y lo comí. Era suave como un pan, con un sabor indefinido, pero no desagradable. Aún no sé por qué lo hice.

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  • Artista
    Removemos sustratos sin descanso, paleando el lodo de esta habitación perdida. Él es un artista conceptual, creador de extrañas naturalezas muertas. Y hoy buscamos toda esa «naturaleza», en realidad las muertas con quienes ha fomado su excéntrica obra. Materiales de primera, si hacemos caso a las fotos, todas mujeres hermosas aún antes de pasar por el bisturí. No en vano ganó un premio con aquél egregio tzompantli.

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  • No sé, nunca estuve segura de que bajo la tierra, viviera el hombre, pero he ahí que aquellos que me amaron, intentaron sacarlo de debajo para verme sonreír, en lo que ellos no lo habían logrado.

    Todos tenían la carretilla media vertida en las ilusiones desastrosas que esta mujer les había ido formando, había quien incluso había dejado a color su ropa, fusionando el sentido de que bajo la dulce tierra nacerían de nuevo los olvidos; pero era injusto, nadie había aún puesto en ella la semilla que fructificara el egoísmo de verlos a los tres igual, del mismo modo de antaño, con los pies puestos de pie, y metidos en calcetines, cuando inútilmente y a cada uno se les había pedido sentir la tierra entre los dedos de los pies.

    La vida no cambia, era un eufemismo limpiarse las manos de este modo, el piso simplemente ya estaba tachonado de estrellas y por más que se buscase un camino al infinito de las tolerancias, todo había cambiado; incluso los viejos senderos pintados a mano en la pared, habían dejado ya casi de existir, la gran veleta de tonos equidistantes del pensamiento también había hecho su desaparición tan misteriosamente como había llegado.

    Solo había algo que les juntaba, y ninguno notaba por estar al pendiente de su propio pozo lleno de orquillas, y de viejos gusanos. El que fueran, tres, tres personas tan iguales en la concordancia que hasta habían puesto de guantes rojos las manivelas de las carretillas.

    Ese fue siempre el error de los tres, marcar de cuajo el proceder de un sentimiento, como si no fuera posible llevarlo a la piel misma, si hasta se pudiese uno carcajear, en lugar de ponerse triste la mirada, bastaba con ver la equivocación de buscar el amor enterrado en lo profundo de la tierra, cuando no era más que necesario de sacarse tines y zapatos para sentirlo vibrar.

    El hombre siempre estaría dotado de esa sensibilidad, pero su propia inseguridad ya había hecho estragos en su persona, y tenían por meta encontrar la felicidad enterrada en la tierra Hasta ahora, nadie sabe si precisaron sonrisas para lograrlo, después de media noche, cuando todos habían removido la semilla plantada, sin saberlo, se habían esfumado, ni siquiera fueron para regresar a ver los frutos de su propia cosecha.

    Y eso, que de ahí habían brotado infinidad de almas, algunas como ellos, sensibilizados en su fuerza, más que en su necesidad de ser ellos mismos. Recuérdenlo, la semilla de la felicidad no se planta entre la tierra, sino en el corazón del hombre. Ellos, lo habían olvidado, por eso su carga de sacar la tierra de su propio planeta, se volvería interminable.

    Daanroo

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  • CAMINOS VECINALES…

    Todos los caminos conducen a Estados Unidos; se diga lo que se diga, Y el hambre es el mejor vehiculo, la mejor razón…
    Hacia allá ve el politico que viaja en avión. El turista que va en barco. El escritor que quiere dar clases de caló tijuanero en la Universidad gringa.
    -Le dice un modesto padre a sus hijos: Mejor es ser cola de tigre, que cabeza de ratón; que construyan las bardas que quieran, los retos son para nosotros los jodidos
    – cavemos, cavemos, aunque no seamos ni mineros ni albañiles.
    -Ya verán-. Sin ser ingenieros, haremos un gran túnel…
    El suelo mexicano es más árido, más duro, cuando lo sientan blando es que habremos llegado del otro lado…esa será la señal…
    Cavemos sin descanso…cuando terminen ellos el proyectado muro fronterizo, estaremos en su territorio-
    A más retos, más esfuerzos…
    ! son únicamente varios kilometros para llegar a la providad!
    ! nada nos detendrá!

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  • Te quiero enseñar algo…

    Tenían el tiempo encima, la adrenalina corría vertiginosamente y el calor era agobiante, más aún con el esfuerzo físico. No fue planeado, no fue de ninguna manera planeado, pero los eventos habían sido inevitables y fatídicos, y ahora no tenían opción alguna, solo podían cubrir al rastro y esperar que nunca la encontraran; y que lugar más apropiado para enterrarla… que la escuela.

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  • Bueno, ya hemos vistos en qué regiones de la tierra se puede construir más o menos bien. Ora vamos a pasar a la práctica. Saquen sus palas. Okei. Traigan sus carretillas. Bien, bien. Ora van a hacer lo que yo.

    Párensen frente al bulto de tierra o arena o cemento o al lugar de donde van a sacar la tierra. Mantengan los pies más o menos cercas el uno delotro. Agarren bien fuerte la pala. La carretilla debieron haberla dejado a unos cinco pasos de ustedes y ustedes debieron haber quedado así, de ladito, porque ahí van a aventar la tierra o la arena o el cemento o la revoltura, depende de lo que anden haciendo.

    Ton’s, con fuerza claven la pala en la tierra o la arena o el cemento o la revoltura o donde vayan a hacer el hoyo. Entrará cuando mucho la puntita. Luego hay que empujarla más con uno de los dos pies. Carguen copeteada la pala. La levantan poquito del suelo, luego hacen como si fueran a dejarla atrás de ustedes y con ese impulso la mueven ora hacia adelante, con fuerza. Le dan un levantoncito y solita la tierra o la arena o el cemento o la revoltura sale volando a la carretilla. A ver, a practicar. Así mero Miguelito, así mero. ¡Hey, Güero, así no: agarra bien la pala, chingao! ¿Qué les he dicho? A esta escuela vienen a hacerse albañiles, no a hacerse tarugos. Órale Güero, empieza otra vez… desde el inicio…

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  • voto por el de Eclecctica y por el mío aunque esté chafa.

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  • Enseñanzas.

    Cuando vinieron las aguas, se desbordó el río y arraso con casi todo, lo poco que se mantuvo en pie quedo enterrado en el lodo. Los ingenieros nos decían que era mejor tirarlo todo y construir de nuevo, ellos nos daban las láminas y las estructuras.
    Ellos no entendían nada. Hace veinte años construimos la escuela, con nuestras manos, cuando no había ingenieros por acá. Fuimos más de veinte veces a la capital, nos traían de aquí para allá, pero al fin nos dieron el cemento y la varilla; nos juntamos todos y aprendimos. No, no entienden, pero nosotros sí: si nos levantamos del lodo entonces, si los cimientos que pusimos son fuertes, no necesitamos nada más.

    (¡Sí, lo logre! menos de diez líneas y absolutamente militante, tengo que decirlo: me siento orgullosa)

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  • Mi primera participación en esta estupenda iniciativa. Les envío un saludo a todos.

    El suelo de la salita

    – Tenemos que decidir que suelo le pondremos a la salita – dijo ella con voz melosa.

    Al otro lado del teléfono se escuchó una especie de bufido y una voz cansada, que sonaba desde muy lejos le respondió: – Dejémoslo ya, por favor, ¿acaso no puedes esperar a que regrese? Es una decisión importante, es tarde, estoy cansado y no puedo pensar en el suelo qué le pondremos a la salita.

    -De acuerdo, pero prométeme que será lo primero que hagamos en cuanto llegues, comprende que no soporto más ese asqueroso linóleo.

    – Te lo prometo. Me vienes a buscar al aeropuerto y sin pasar por casa nos vamos a ver al señor de lo suelos y nos tiramos toda la tarde entre muestras de baldosas, tarimas flotantes y parqués.

    Se despidieron y colgaron. Ella se hizo un té y bajó por las estrechas escaleras hasta la salita de la discordia. No era muy grande. Se trataba de un pequeño anexo al garaje de una casita al borde del mar. Les iba bien y la habían adquirido como segunda vivienda para las vacaciones. Ese iba a ser el primer verano que pasarían allí y había mucho trabajo que realizar. A él lo llamaron de la oficina para un tema urgente y tuvo que marchar unos días.

    La casa había pertenecido a un pintor y la salita de la discordia la había utilizado como pequeño estudio. El pintor había dejado varios lienzos, ellos se desprenderían de todos salvo de uno, el más grande en el que estaba pintado el mar y el horizonte en azules cálidos. Les gustaba.

    La tarde siguiente él la telefoneó para darle la noticia de que tendría que quedarse en la ciudad varios días más de lo esperado. A ella le sentó bastante mal, a él le sentó bastante peor, por eso, cuando ella mencionó lo de la salita a él le salió el genio y la mandó a ella y a la salita al carajo. – ¡Me acaban de joder las vacaciones y a ti sólo te preocupa el linóleo de la salita, ponle tú el suelo que quieras y déjame de joderme ya con el suelo!

    Desde que se casaron, únicamente habían discutido un par de veces, las dos por la casa. La primera por él que no quería un jardín excesivamente frondoso, nada de enredaderas y miles de plantas que les dieran trabajo, y la segunda fue por el suelo de la salita y por las vacaciones rotas.

    Tras pasar una noche espantosa por el sofoco de la discusión a ella se le ocurrió lo que haría. No quería volver a discutir por el suelo de la salita ni por la salita en sí por lo que se desharían de ella. Tiraría el muro del lado del garaje dejando un hueco bajo la casa, mantendría la pared del lienzo del mar en la pared del fondo y en el suelo plantaría césped de tal manera que la salita se convertiría en una prolongación del jardín y en un ficticio mirador hacía un mar siempre en calma.

    Esa noche ella lo llamó para comunicarle su decisión con respecto a la salita. A él le pareció una locura. Ella le respondió que era lo que quería y que lo iba a hacer. Él le pidió calma y trató de convencerla de que era una locura. Ella colgó.
    Cuando él regresó de la oficina un par de días más tarde los albañiles ya estaban trabajando en la reforma. Entonces, por primera vez discutieron de verdad y sus gritos y reproches envalentonaron las olas del mar que estaba pintado en el lienzo, el mar real también acompañó con una marejada aquel día.

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  • – Hans, recuérdame por qué estamos haciendo esto…
    – Porque todos los demás están allí fuera embobados con el fútbol y nosotros estamos aquí marcando la diferencia.
    – Ahhhh… -contestó Heinrich como recordando al fin el propósito de la empresa.
    – ¿No creen que será algo hermoso el observar la cara de los niños al ver el trabajo terminado? -inquirió Hans.
    – Sí, va a estar bueno eso -respondió Tebbe pasándose un pañuelo por su frente transpirada.
    – Siiii… -dijo Heinrich por lo bajo, siempre mirando al suelo mientras clavaba la pala de punta sobre la tierra húmeda.

    Afuera se escuchó un aullido infernal. Alguien había marcado un gol. Nada a comparación del griterío de los chicos cuando el próximo semestre entraran al aula terminada.

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  • TODO LLEGA.

    Fueron 7 años duros pero ninguno aflojó. Julito murió de sobredosis, es verdad, pero el Chino, Clinton y yo aguantamos como campeones. Negándolo todo siempre. Nunca pudieron probar nada.
    – ¿Dinero? ¿Que dinero? ¡En la puta caja no había nada!
    En fin. Todo llega.
    Yo salí hace 3 meses, en libertad vigilada y la semana pasada salieron ellos dos.
    Decidimos dejar pasar un tiempo antes de recuperar el botín, pero ayer sonó el teléfono, era el Chino:
    – Hay un problema. En el mismo puto sitio han construido una Galería de arte.
    – ¿Una Galería? … ¿Y cual es el problema?

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  • Enhorabuena por la idea. Ha sido muy divertido participar. De los relatos que hay hasta ahora los que más me han gustado son EL PORTAL, EL ARTISTA y EL SUELO DE LA SALITA. El primero me ha hecho sonreir, el segundo me ha gustado por lo rápido y contundente y el último me ha puesto la piel de gallina.

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  • Yo también me animo, me encanta la iniciativa 😀

    «-Papá, déjame ayudarte, por favor.
    -Juan, te he dicho que te vayas a la sala a ver la tele con tu madre, que bastante trabajo tengo aquí.
    -Papá, quiero ayudarte, tenias razón, no debí gastar aquella broma a mamá.
    -Juan, vete con tu madre y no te lo repito más.»

    Cada vez que veo a mi hijo acercarse con la cafetera italiana a la cocina me pongo a temblar. Aún recuerdo aquella vez que yo los tiré por el frgadero. Me vienen a la cabeza las órdenes de mi padre: Juan, vete con tu madre y no te lo repito más.

    Aquel verano tuvimos que levantar todo el suelo del garage, y todo porque mi idea de echar los posos del café por el desagüe del fregadero tuvo un final inesperado: se cegaron las tuberias y no habia forma de hacer pasar el agua de casa al alcantarillado. Desde entonces miro a las cafeteras con recelo, yo preparo el cafe, pero desde entonces no he vuelto a tocar un filtro con posos. ¿Te imaginas que tenemos que levantar el suelo del rascacielos?

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  • Batalla contra el tiempo

    El tiempo no apremiaba, pero se daban prisa. Pala en mano, carretillas en ringlera, el hombro firmemente apoyado contra el muro, los fibaritas sobrevivientes demolían a consciencia el planeta tierra.

    Agotadas sus reservas no renovables por el desmedido viaje que les imponía la distancia, sin combustible, habían tenido que vender sus armas y rentar sus trajes en plasma de lisilio. Pero lo peor llegó cuanto tuvieron que disfrazarse de humanos, confesaría uno torturado por las Fuerzas Solas contra lo Sorprendente. La causa no era otra, añadió con cierto embarazo, que el padecer un cuerpo demasiado propenso a la vagancia y al reposo en las playas de Cipolite (después rectificarían al darse cuenta que era un puro delirio surrealista de un extranjero avecindado en el lugar). Para continuar con su propósito de derruir el Mundo, tuvieron que amoldarse a la ergonomía de la clase obrera, cobrar cada uno de sus gestos.

    A pesar de todo, no lo consiguieron. Agotados, fueron también perseguidos y confundidos muchas veces con personas extraviadas. No fueron pocos los encuentros en que los tomaron por gente muerta o por un familiar recién dejado en el extranjero (que es otra forma de muerte, no dejaban de decirlo).

    Con gran vergüenza, sudor y trabajo (que para ellos eran sinónimos), se humillaron. Sirvieron durante largas y agotadoras jornadas a la raza entrañable de los hombres. El esfuerzo, no obstante, fue inmisericorde con ellos, diezmándolos (al respecto oyeron una historia que recordaba su mala suerte, pero no creían en coincidencias: siempre fueron únicos). Aún así, férreos en su determinación, los tres últimos fibaritas hicieron lo impensable. Con el dinero ahorrado pudieron comprar un cuarto cerca de la última pasarela hacia el espacio exterior. Ahí dibujaron los mapas de las capas geológicas, la conjunción de los demás astros, el viento solar que alejaría el cascajo terrestre como si se tratara de los restos de cualquier explosión estelar.

    Con el plan afinado, sólo quedaba comenzar la última obra. Sabían que esta les llevaría años, y para combatir el único enemigo que podía vencerlos, habían decidido convertir su deber en una competencia. Jugarían a vaciar el mar en un agujero profundo. Qué más daba creer en eso, o en algo más. Lo esencial era excavar la Tierra desde adentro, vaciarla hasta el infinito, construir con lentitud el dominio del universo.

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  • Patriziaster
    23/06/2006 5:19 pm

    Yo, desde afuera, parada frente a la única ventana entreabierta del cuarto, respiraba el olor a tierra seca.
    El cigarillo entre mis dedos, crujía olvidado en pequeños hilos de humo torcidos.
    El sudor corría como linfa a lo largo de tu dolor mientras te observaba excarbar en lo nuestro buscando lo que nunca sembramos entre esas cuatro paredes que nos sofocaban.
    Nuestros hijos te imitaban sin entender, seguian tus instrucciones en silencio, carcomian el tiempo con paladas maldiestras y apresuradas, volviendo su juego tu prisa.
    Un tesoro escondido?

    Ya no queda piso firme, solo un gran vacío.

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  • Habían de encontrar tres tumbas de tres grandes reyes que murieron juntos en alguna gran batalla que no fue datada; encontraron 6. Atravesaron continentes sin forma creando mapas en los que no confiaban. Buscaron en las altas colinas, detrás de los cerros, debajo de los palacios; el lugar destinado fue un salón de educación secundaria. Encontraron tesoros, riquezas escritas, poemas épicos de cada uno de los lados que pelearon las numerosas batallas, pero no encontraron la corona de tres perlas que reinaba la nación azul; pensaron en un robo, en un mito, siguieron buscando. De pronto mientras excavaban encontraron a una mujer, un niño, un perro, un gato, una cámara subterránea que contenía tesoros incalculables; estaban muy confundidos. Sin duda ese no era el lugar de los tres reyes, pero al parecer, no hay búsquedas en vano.

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